EL REFECTORIO NUEVO DEL
ANTIGUO MONASTERIO Y SUS METAMORFOSIS
REFECTORIO MEDIEVAL (DEBAJO DE LA BIBLIOTECA)
Revista Fitero-90
Manuel García Sesma
Todavía se
conserva el recinto del refectorio medieval que sirvió de comedor a los monjes
de la Abadía cisterciense de Fitero hasta las postrimerías del primer decenio
del siglo XVII. Por supuesto, está horriblemente destrozado por los diversos
usos y abusos de que fue objeto, especialmente a partir de la exclaustración
definitiva de los frailes, a finales de 1835.
Se trata de un
espacioso local rectangular de 20 metros de largo, 8 m. de ancho y 5 m. de
alto. Es perpendicular al claustro bajo, en su galería meridional y, en el
siglo XVI, tenía cinco puertas: dos al norte, una al sudeste, otra al nordeste
y otra al poniente; casi todas actualmente cegadas. Su iluminación diurna
estaba asegurada por 12 ventanales abocinados: seis al este y los otros seis,
al oeste, de los que sólo resaltan hoy cinco orientales. En el muro interior
del tramo cuarto de dicha galería, se observa una puerta cegada, en la que se
abrió posteriormente una pequeña ventana con barrotes, desde la que se ven los
predichos ventanales del este. Por dicha puerta, se salía antiguamente a coger
agua del inmediato pozo del jardín y también al lavabo en el que se lavaban los
frailes las manos, antes de comer.
De acuerdo con
el plano tradicional de los monasterios cistercienses la presidencia abacial
del viejo refectorio debió estar pegada a la parte central del muro meridional
del recinto, mientras que el púlpito del lector debió estar empotrado en el
muro occidental, entre los ventanales centrales del mismo. A este viejo comedor
se refieren, sin duda, dos pequeños trabajos, realizados entre 1585 y 1592, por
el carpintero ensamblador, Diego Pérez de Vidargoz, consistentes en dos yugos
pequeños para dos campanillas del Refectorio y en las soteras de las mesas (1).
REFECTORIO NUEVO (CINE CALATRAVA)
Pero pasemos a
ocuparnos ya del Refectorio Nuevo. Según se desprende de la disposición 35 del
total de las 49, tomadas por el Visitador del Monasterio, Fray Luis Alvarez de
Solís, en 1571, el Refectorio Nuevo había sido ya comenzado en la 2ª mitad de
la década de 1560‑70, durante el abadiazgo del calamitoso fraile y benemérito
constructor, Fray Martín de Egués y de Gante (2); pero, aun cuando este abad
vivió hasta 1581, no logró verlo terminado, porque el mismo Visitador pospuso
su terminación a la de la sacristía, hospedería y dormitorio (3). Tampoco lo
terminaron, en sus cortos espacios abaciales, el mismo Fray Luis Álvarez de
Solís (1582‑85) y Fray Marcos de Villalba (1590‑91), y el que, por fin, lo
remató fue Fray Ignacio F. de Ibero, durante su periodo abacial de 1592 a 1612.
Ignoramos los nombres de los canteros que arrancaron los bloques de piedra de
las Peñas del Baño y labraron los sillares, utilizados en esta construcción,
así como el nombre del arquitecto que la planeó y dirigió: omisión esta última
corriente en hs Anales del Císter, cuando se trataba de Hermanos conversos,
entre los que hubo estupendos arquitectos y aparejadores de obras. En todo
caso, sabemos los nombres de los artesanos que terminaron el Refectorio Nuevo e
incluso las sumas de dinero que cobraron por sus trabajos. En el Archivo de
Protocolos de Tudela, encontramos un contrato, firmado en el Monasterio, el 20
de febrero del año 1604, de una parte, por el Abad Fray Ignacio F. de Ibero y
el fabriquero Fray Miguel Gil (se llamaba fabriquero al monje encargado del
cuidado de la fábrica o edificio de la iglesia del convento), y de otro parte,
por el arquitecto en madera, Esteban Ramos, vecino de Rincón de Soto,
comprometiéndose éste a realizar toda la obra de carpintería del nuevo comedor.
El contrato constaba de 14 cláusulas no numeradas, cuyo resumen esencial es el
siguiente (las frases entrecomilladas están tomadas literalmente de la
escritura original):
1) Ramos haría "los asientos, mesas y respaldos del
Refectorio", rodeando todas las cuatro paredes con los dichos
respaldos y asientos, excepto donde fuere menester puertas y ventanas".
2) Construiría 10 mesas: "cuatro a cada lado del Refectorio,
una en el testero y otra en los pies".
3) Cada mesa tendría a
cuatro pilares por pies y, en la parte de abajo, cuatro cajoncitos
corredizos".
4) "A las mesas, por la parte de afuera, se les ha de poner una tabla
con que se cubrirán los cajones".
5) "En el suelo ha de
haber un estrado de medio pie de alto, y de ancho, lo que salga más de
la media mesa, porque en
este estrado, han de estar asentados los cuatro pies de la mesa".
6) Las mesas tendrían "a nueve pies y medio de largo" (o
sea, unos 2,70 metros de longitud) y serían de nogal.
7) En esta cláusula, se
hacían algunas observaciones sin importancia sobre la hechura de
las mesas y el espacio que
se dejaría libre entre ellas.
8) Los escaños y respaldos
serían de pino y "en los respaldos
hayan de llevar los tableros pilastras y frontispicios y pirámides, toda la
labor y semblaje que esté en la traza".
9) Se harían dos puertas,
"a los dos lados de la mesa abacial" y una ventanilla de comunicación
con la cocina, con "sus semblajes y
bastimiento; y en el bastimiento, su molduras".
10) "Los asientos
tendrían 9 pies de altura (unos 2,36 metros), desde el estrado hasta la
cornisa, con el frontispicio".
11) El Monasterio suministraría
a Ramos la madera necesaria aserrada, así como el clavazón y otros materiales,
menos las herramientas.
12) Por su obra, se pagarían
a Ramos, a plazos, 400 ducados de a 11 reales en moneda de Navarra (4.900
reales de plata) .
13) La obra estaría acabada
para finales de agosto o para septiembre de 1604.
14) Las mesa del testero y
de los pies serían más largas, a ser posible, que las otras (4).

Al año
siguiente de este contrato, se firmó otro el 7‑XII‑1605, por el nuevo
fabriquero, Fray Bernardo Pelegrin y los maestros de albañilería, Pedro Piziña
y Baltasar de León, vecinos de Tarazona.
Consta de siete apartados:
1) Los dos oficiales de
albañilería, con objeto de rebajar el suelo del Refectorio, "así del viejo
como del que se añade agregarían a las cuatro columnas que sustentan la bóveda
y el edificio de arriba, "cinco
cuartas de vara de medir paño, de piedra del Baño", de la manera que
se detalla a continuación:
2) Si la parte del suelo en
que se asentarían las basas de la columnas, no tuviese "fundamento
firme", lo harían los oficiales, a costa de la fábrica;
3) Fray Bernardo Pelegrin
les daría la madera necesaria, "para resçevir la máquina de arriba, que
carga sobre las columnas";
4) Los oficiales abrirían en
la pared del Refectorio, hacia la parte que cae a Patio", una ventana de
tres cuartas en cuadro;
5) Traerían a su costa la
piedra de las columnas y pondrían la cal necesaria, labrándolas y asentándolas,
y harían andamio;
6) La obra se empezaría el
lunes, 14 de Diciembre, continuándola sin interrupción.
7) El P. fabriquero fabriquero les pagaría en total 50
ducados de a 11 reales en m. de Navarra (550 reales de plata), abonándoles a
cuenta diversas sumas, a medida que fuesen haciendo la obra y acabándoles de
pagar el día en que la terminasen.
Firmaron la
escritura como testigos Esteban Ramos, vecino de Rincón de Soto; Joanes de
Arroqui, natural de Labayen; y Miguel Francés, de Villalobos (5). La obra
estuvo terminada el 19 de enero de 1606, en cuya fecha les pagó el fabriquero
lo que restaba de los 50 ducados.
En 1607, el
piso del flamante comedor fue enlosado con azulejos, traídos por Juan de Arcos,
vecino de Aguilar, quien, en una declaración firmada el 4 de enero de dicho
año, dice haber recibido por ello del fabriquero, Fray Bernardo Pelegrín, 400
reales de plata (6).
El Refectorio
Nuevo tuvo, como el Viejo, un púlpito empotrado en el muro occidental, desde el
cual el lector de turno leía, en voz alta, durante las comidas, pasajes de la
Biblia y de los Santos Padres. Junto a la puerta, había una campana para llamar
a los monjes a comer; y la presidencia abacial estaba cabe la parte media del
muro meridional.
Con el
transcurso del tiempo, el Refectorio Nuevo hubo de sufrir algunas reparaciones,
como el derribo de una torre arrimada a él, así como el trastejado, de los que
se habla en un contrato del 23‑V‑1635, firmado en el Monasterio por el Abad, Fray Plácido del
Corral y Guzmán y los maestros albañiles de Aldeanueva de Ebro, José y Juan
Ruiz, para la construcción del corredor de Arquillo y de otras obras
importantes, por un precio total de 2.500 reales, que se les iría pagando a
plazos, conforme fueran trabajando, y
"el día que acaben, fin de pago"
(7).
EI Refectorio Nuevo
continuó ya sin arreglos ni cambios importantes hasta la expulsión definitiva
de los monjes en 1835. Por cierto que, en el Inventario que se hizo entonces,
se anotaron como pertenencias del comedor más de un centenar de objetos: entre
ellos, 5 vidrieras, 11 mesas principales de pino, 6 botellas, 12 pares de
vinajeras, la campana de la puerta de entrada, 11 albornias (vasijas grandes de
barro vidriado, a manera de tazones), 15 servilletas, 6 jarras, 11 manteles y
otras pequeñas cantidades de efectos de uso corriente (e). Evidentemente no era
toda la dotación del Refectorio; pero téngase en cuenta que, desde que
Mendizábal dictó el famoso decreto de extinción de las órdenes monásticas, el
11 de octubre de 1835, hasta el 13 de noviembre, en que se comenzó a realizar
el Inventario, los monjes y sus allegados tuvieron tiempo de sobra para retirar
‑y no es un reproche, sino una explicación‑ todos los objetos que quisieron.
Durante los
ocho años siguientes, el Monasterio estuvo prácticamente clausurado y el 15 de
diciembre de 1845, don Juan Miguel Barbería se quedó con el Refectorio Nuevo,
en subasta pública, por 400 reales de vellón (9). A continuación, el señor
Barbería empezó a utilizarlo como almacén de los 1.092 robos de trigo anuales
que comenzó a percibir del vecindario, como censor enfitéutico perpetuo,
obtenido el mismo año, en otra subasta anterior, celebrada el 26 de mayo. Fue
la 1ª metamorfosis del comedor de los frailes.
Ya, a
principios del siglo XX, el farmacéutico, don Fernando Palacios Pelletier,
último administrador de los herederos de don Juan Miguel Barbería, transformó
el almacén en teatro, con el nombre de Teatro Calatrava. Fue la 2ª metamorfosis. Su estado era astroso y
desastroso, por lo que, a comienzos del 2º decenio del siglo actual, lo puso en
mejores condiciones, rebautizándolo con el nombre de Teatro Moderno. En el
capítulo IX de nuestra MISCELANEA FITERANA, nos ocupamos de las compañías
teatrales que desfilaron por su escenario. Pero he aquí que al Teatro Moderno
le salió pronto un fuerte competidor: el
Teatro Gayarre, construido ex‑profeso en el nº 99 de la calle Mayor e
inaugurado en 1915. En consecuencia el Teatro
Moderno pasó a mejor vida, o mejor dicho, a peor, convirtiéndose de nuevo
en almacén; pero no del trigo de los censos de Barbería, sino de las yerbas
medicinales, que recogía, guardaba y trituraba, después de secas, el empleado
Sixto Yanguas Grávalos, para la farmacia de don Fernando Palacios. Fue la
3ª metamorfosis del Refectorio Nuevo de
los monjes. En los comienzos de la década de los 50, sufrió un nuevo avatar,
convirtiéndose en sala de baile, durante las fiestas de la Virgen de la Barda.
Se trataba del famoso Salón Terpsícore ‑la musa de la danza‑, bautizado así por
su nuevo propietario, don Fausto Palacios, heredero de su padre, don Fernando.
Fue la 4ª metamorfosis. En 1953, el Teatro Gayarre, muerto ya su propietario
sin sucesores directos, cerró definitivamente sus puertas, y entonces don
Fausto Palacios, al no tener ya competidor en este terreno, se decidió a erigir
el Teatro‑Cine Calatrava, que fue inaugurado el 10 de abril de 1955. Fue la 5ª metamorfosis del antiguo Refectorio
monacal. Vale la pena señalar que, en esta transformación, se conservaron, como
siempre, las paredes maestras y la bóveda antigua del Refectorio, reduciéndose,
en el aspecto arquitectónico, a convertir en un vestíbulo con ambigú, la vieja
cochera que se había adosado, en el muro sur, a la antigua cabecera del
Refectorio; a levantar dos pisos nuevos sobre este vestíbulo; a construir la
fachada que da al Paseo de San Raimundo; a trasladar el escenario del Teatro
Moderno, que, hasta entonces, había al sur del recinto, al muro norte del
mismo; a abrir las puertas de acceso al vestíbulo y al salón, y a renovar el
pavimento y el tejado. Se encargó de la albañilería Alfonso Fernández Ortega; de
la carpintería, Carmelo Fernández Vergara; de la pintura, Domingo Carrillo; de
la escayolería. el tudelano José Calonge, y de la instalación eléctrica, el
corellano Copus Izal.
Mientras vivió
don Fausto, el teatro‑cine Calatrava conoció un periodo de relativo esplendor y
otro final de franca decadencia, por lo que, al morir don Fausto en enero de
1975, su viuda doña María Chivite, vecina de Cintruénigo, lo cerró y lo puso en
venta. Pero pasaron seis años y pico sin que apareciese ningún comprador y entretanto
se convirtió en un inmueble abandonado, tenebroso y sucio, en el que las ratas
y los gamberros hicieron destrozos a granel. Fue la 6ª metamorfosis. Este
periodo desastroso duró hasta 1981, en que el Ayutamiento de Fitero lo compró a
la viuda de don Fausto, por 3 millones de pesetas, restaurándolo a continuacón.
Esta vez, se encargó de la albañilería Jesús Sainz; de la pintura, José Andrés;
de la carpintería, los hermanos José y Domingo Yanguas, y de la iluminación
eléctrica, Jesús Ayala. Fue la7ª y úlima metamorfosis. Al menos, hasta hoy.
NOTAS
1) Miguel de Urquizu,
Protocolo de 1592, f. 495 y siguientes. A.P.T., Sección de Fitero.
2) A.G.N., sec. Monasterio‑Fitero,
n º 404, 2º Cuaderno, ff. 317 v: 321. Una copia
testificada de estas Disposiciones, hecha porMiguel de Urquizu, el 28‑V‑1611,
se encuentra también en el A.P.T.de este año.
3) Idem, ibidem, Disposición
35.
4) Miguel de Urquizu, Prot.
de 1604, FF. 36‑37. A.P.T.
5) Idem, Protoc. de 1605, t.
67. A.P.T.
6) Idem, Protoc. de 1607, f.
27. A.P.T.
7) Idem, Protoc. de 1635,
ff. 61‑62. A.P.T.
8) Celestino Huarte, Protoc.
de 1835, Inventario del Monasterio, f. 129. A.P.T.
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