La Iglesia Cisterciense de Fitero. Libro de MGS, 1981




LA IGLESIA CISTERCIENSE DE FITERO



Manuel García Sesma

Gráficas Larrad, Tudela, 1981


ISBN 84 – 300 -3859 – 0
Depósito Legal: NA 130 – 1981


PRESENTACIÓN

POR EL EXCMO. SR. ARZOBISPO D. JOSÉ MARÍA GARCÍA LAHIGUERA

    He aquí una obra digna del monumento nacional a cuyo estudio está consagrada. Se adivina inmediatamente que Manuel García Sesma no ha escatimado tiempo, paciencia y preparación, para llevarla a feliz término. ¿Cuántas horas se ha pasado su autor en el grandioso templo fiterano, armado de unos prismáticos, de un bolígrafo y de un cuaderno o de unas cuartillas, para examinar prolijamente todas sus partes y tomar los apuntes correspondientes? Muchas. Y no pocas asimismo, hurgando afanosamente en los archivos, para descubrir sus secretos históricos, pues la verdad es que los estudios dedicados hasta ahora a la iglesia de Fitero son escasos y breves.
    El más extenso y meritorio, debido al insigne arqueólogo, D. Vicente Lampérez y Romea, apenas si ocupa una quincena de páginas de un Boletín de la Real Academia de la Historia de 1905[1]. Así, pues, la labor de García Sesma ha sido ingente; y afortunadamente, fructífera, como lo demuestra esta monografía que nos complacemos en presentar: complacencia, acrecida, en esta ocasión, por el recuerdo sentimental de que, en la pila bautismal de esta iglesia, fuimos el autor de este libro y el que suscribe esta presentación.
    Pero prescindiendo de todo sentimentalismo y colocándonos en un plano meramente objetivo y crítico, lo cierto es que este extenso estudio constituye una monografía bien lograda, en todos los aspectos.
    Por descontado que, en una obra de este género, el autor se ve obligado, no pocas veces, a emplear tecnicismos artísticos, sobre todo, arquitectónicos, cuyo significado no está al alcance de todo el mundo; pero la mayoría de sus descripciones de tallas, pinturas, claves, etc., así como sus abundantes y curiosas notas históricas, son accesibles a los lectores menos preparados.
    Hecha esta salvedad, pasemos a reseñar, aunque solo sea someramente, el denso contenido de esta monografía.
    El autor la ha dividido en cuatro partes.
    En la primera, estudia las construcciones medievales. Es, sin duda laguna, la parte más interesante, la más técnica y la que más satisfará a los entendidos, pues casi todos los que han escrito algo sobre la iglesia de Fitero, se han ocupado exclusiva – o casi exclusivamente – de esas construcciones. Por lo mismo, el autor se ha esmerado en su descripción, no escapando a su perspicacia los más mínimos detalles. Por añadidura, ha completado el estudio comparativo del templo fiterano con otros cistercienses españoles, iniciado ya por Lampérez y seguid por Crozet, extendiéndolo a otros extranjeros, principalmente franceses.
    La segunda parte de esta monografía se refiere a las construcciones de la Edad Moderna. Aunque es cierto que éstas no tienen la importancia de las medievales, el autor las ha estudiado y descrito con la misma meticulosidad. En el claustro bajo, ha hecho hablar a las piedras, descifrando sus claves y capiteles –éstos, ya, a manudo, destrozados – y sorprendiendo secretos arquitectónicos tan curiosos como la formación de los grandes corazones que adornan la bóveda plateresca de la galería septentrional, por pares de báculos abaciales. Y en la Capilla de la Virgen de la Barda, ha observado –y hasta medido – un detalle tan raro, como la excentricidad del arco de su entrada, en relación con el paño en que fue abierto. Los curiosos avatares de esta grandiosa capilla barroca están expuestos con gran amenidad; y la Patrona de Fitero, que la ocupa en la actualidad, es retratada por García Sesma, con la fiel minuciosidad y el fino afecto de un buen fiterano.
    Por lo demás, las descripciones e historias del coro, del órgano, del bautisterio, etc,, son tan completas como documentadas.
    La tercera parte está consagrada al estudio de los altares. Es la más accesible de todas. El estudio que hace del Altar Mayor, es sencillamente magistral. Su traza y el magnífico retablo de R. Mois son descritos con prolijidad y justeza, ayudándose esta vez de una abundante documentación de la época. Estudia asimismo con todo detalle los dos sepulcros colaterales del presbiterio y el embrollo histórico de sus ocupantes. Ahora bien, el mérito principal de esta tercera parte es el de haber identificado a los personajes y las escenas de las tablas y lienzos de las predelas, de los cuerpos nobles y de los áticos de los altares, a menudo irreconocibles por el lamentable deterioro de las pinturas y por la rareza de los episodios y figuras que representan.
    Finalmente, la cuarta parte está dedicada al estudio de algunos restos de la rica herencia del antiguo Monasterio, que se conservan todavía, en su mayor parte, en la Casa Parroquial. El mayor interés de esta parte reside en el capítulo consagrado a la elboraria y a la orfebrería; es decir, a los objetos de marfil y de plata, medievales y renacentistas, que constituyen, en la actualidad, verdaderos tesoros artísticos.
    En fin, Manuel García Sesma, que ya cantó inspirádamente a nuestro pueblo, en su Poemario Fiterano de 1959, proyecta ahora, con esta monografía, un potente y permanente foco de luz sobre el monumento más importante de Fitero: su Templo cisterciense.

José María García Lahiguera
Arzobispo dimisionario de Valencia
Madrid, 20 de noviembre de 1978



PROLOGO DEL AUTOR

    La iglesia de Fitero es una de las más importantes de la Orden del Císter, no sólo de España, sino de Europa. Lo era ya en la Edad Media, cuando había cerca de mil templos de monasterios cistercienses de varones y el de Fitero figuraba entre los 30 más grandiosos; y lo es, con más razón, en la actualidad, en que casi todos estos o han desaparecido por completo, como los de Clairvaux en Francia y Les Dunes en Bélgica, o solo quedan de ellos ruinas más o menos imponentes, como las de Rievaulx en Gran Bretaña y Longpont en Francia.
    El Abad de Fitero e historiador de la Orden, Fr. Ignacio Fermín de Ibero, atestiguaba en 1610 que la iglesia de Fitero era tan fastuosa que “puede servir de catedral” [2]. El autor del Tumbo de Fitero, Fr. Miguel Baptista Ros, aseguraba en 1634 que “es de las más suntuosas que hay en toda la Orden[3]. El académico D. Manuel Abella la calificaba, a principios del siglo XIX, de “magnífica[4]. En el Inventario oficial que se hizo, a finales de 1835, con motivo de la exclaustración definitiva de los monjes de Fitero, se hacía constar que su iglesia era “una de las mayores de la Península[5]. El académico D. Vicente Lampérez escribió en 1905 que “la arquitectura del Císter no produjo en España nada tan grandioso[6]. Y lo mismo ha repetido después de él J. Onofre Larumbe [7]. Federico C. Sáinz de Robles[8] y otros escritores. D. Julio Altadill matizaba que las características del templo fiterano son “una marcadísima sencillez de ornamentación, elegancia suprema de líneas y atrevimiento en el orden estático[9]. Y en fin, el arqueólogo francés, Mr. Réné Crozet, después de comparar la iglesia de Fitero con las de Veruela y La Oliva, concluía en 1970 que, “con toda evidencia, la de Fitero acusa la mayor potencia arquitectónica y la más grande austeridad ornamental[10].
    Hace ya muchos años que la iglesia de Fitero fue declarada “monumento nacional”; sin embargo, apenas si es conocida en España y –lo que es más lamentable- en la misma Navarra. Ello explica el abandono oficial en que se la ha tenido prácticamente hasta hace poco; desde la exclaustración de 1835, con desastrosas consecuencias para su conservación. Evidentemente este desconocimiento generalizado es debido a una falta deplorable de propaganda, pues apenas si se la menciona y, desde luego, no se la realza debidamente, en las guías turísticas nacionales y extranjeras. Por otra parte, todavía no se ha publicado ninguna monografía, digna de su importancia. La presente no tienen la pretensión de llenar completamente esta laguna; pero lo hemos hecho, en una gran parte, tanto desde el punto de vista descriptivo como histórico. Muchas veces hemos descendido a minucias históricas, que sólo tienen interés para los fiteranos; pero obramos así, porque es pensando principalmente en Fitero, donde nacimos, por lo que acometimos esta ardua empresa.
    Por lo demás, nos creemos en el deber de advertir que, si este grandioso monumento nacional no es restaurada perentoriamente en lo que se pueda (pues una restauración completa es ya imposible), va a perder irremisiblemente muchos de sus valores artísticos, como ya los ha perdido, en cantidad irreparable, desde 1835. Por lo mismo, nos hemos esforzado en dejar una constancia detallada de su estado actual, de manera que si, por fin, se perdiesen otros más, se conserve, por lo menos, su recuerdo.
    Añadamos unas líneas para consignar nuestro más sincero agradecimiento al Excmo. Sr. Arzobispo, D. José María García Lahiguera, por la “Presentación” de este libro; al talentoso y estudioso joven, Ricardo Fernández Gracia, por su valiosa colaboración en la pensó labor de investigación documental; al Archivero del Ayuntamiento de Tudela, D. Julio Segura, y a los notarios de la misma ciudad, D. Domingo González de Echávarri y D Javier Dean Rubio, por las facilidades que nos dieron, para investigar en el Archivo de Protocolos de la Merindad; al exparroco de Fitero, D. Ramón Azcona por haber puesto a nuestra disposición el Archivo de la Parroquia; al secretario del Ayuntamiento de Fitero, D. Antonio Sayas Abengochea, por habernos permitido acompañarlo en su automóvil, en numerosos desplazamientos a Tudela; al excelente fotógrafo local, Jesús Latorre, por su cooperación desinteresada; a José Luis Pérez, por los dibujaos del Vocabulario arquitectónico; y en fin, a todos los suscriptores de CULTURA FITERANA y al M. I. Ayuntamiento de Fitero, que, con su apoyo económico, han hecho posible la publicación de esta obra.

SIGLAS EMPLEADAS

A.G.N.   Archivo General de Navarra
A.H.S.   Archivo Histórico Nacional de Madrid
A.P.F.   Archivo parroquial de Fitero
A.P.T.   Archivo de Protocolos de Tudela (Navarra)
B.R.A.H.  Boletín de la Real Academia de la Historia (Madrid)


 OBSERVACIONES

1) Al situar a la derecha o a la izquierda los elementos arquitectónicos, ornamentales iconográficos, etc. de la iglesia, lo hemos hecho casi siempre con referencia al espectador y no a dichos elementos, cuya posición, por estar enfrente, es la contraria. Ya sabemos que este proceder es incorrecto e inusitado, desde el punto de vista artístico; pero lo hemos hecho así, para no confundir a los lectores sencillos, no iniciados en Arte, que constituyen la mayoría. Por supuesto, no hemos procedido de igual manera, al referirnos al os miembros de las imágenes (pies, manos, brazos, etc.), lo que sería disparatado.

2) Por la misma razón, nos hemos permitido añadir, en un Apéndice, un Vocabulario arquitectónico gráfico, reducido a los principales tecnicismos que empleamos, porque, sin él, se quedarían completamente en ayunas la mayoría de los lectores, cuando hacemos determinadas descripciones. También este proceder es inusitado en obras de este género, por lo que pedimos a los entendidos que nos disculpen, por estas dos licencias que nos hemos tomado. 




PRIMERA PARTE

LAS CONSTRUCCIONES DE LA EDAD MEDIA



CAPÍTULO I

CONSTRUCCIONES MEDIEVALES Y CONSTRUCCIONES MODERNAS

Como una buena parte de los grandes templos seculares, el de Fitero tiene construcciones de la Edad Media y edificaciones de la Edad Moderna. Son de la Edad Media la fachada principal, las naves, el transepto, la girola, el ábside y la Sala Capitular. Y son de la Edad Moderna la bóveda de los tres primeros tramos de la nave central, la sacristía, el claustro bajo actual, el sobreclaustro, la espadaña y la escalera de la entra al templo. Las medievales son de transición románico-ojival; y las modernas, renacentistas y barrocas.

ESTRUCTURA Y DIMENSIONES GENERAL DEL TEMPLO.

Su planta es una gran cruz latina. Su cabecera está formada por una capilla mayor, rodeada de una girola y de cinco capillas absidales. Sus brazos son los de un largo transepto, con capillas orientales a cada lado; y su cuerpo está constituido por tres naves paralelas, de seis tramos cada una, con las bóvedas cubiertas de ojivas. Ocupa una superficie de unos 2.600 metros cuadrados; y con las edificaciones de los siglos XVI y XVII, sobrepasa los 4.300.

Sus dimensiones generales son las siguientes:

Longitud total de la iglesia: 86,50 m.; e interior: 80 m.
Longitud total del transepto: 47.50 m; interior: 44 m.; y anchura: 9,45 m.
Anchura total del cuerpo de las tres naves: 27,40 m.; e interior: 22,80 m.
Altura máxima interior: 18 m.



CAPÍTULO II

EL EXTERIOR DEL TEMPLO

SU ASPECTO MEDIEVAL Y SU ASPECTO ACTUAL

Durante la Edad Media, la iglesia estuvo casi totalmente despejada, toda vez que, por una parte, no había caserío que la tapase; y por otra, no existían las mencionadas construcciones de la Edad Moderna que cubren, por el Norte, el sexto tramo de las naves central y lateral izquierda, así como el muro occidental del transepto; y por el Sur, la mayor parte del costado meridional de la iglesia. Únicamente las dependencias conventuales cubrían, a la sazón, una parte del muro meridional del transepto y del sexto tramo del costado meridional de las naves. Así, pues, desde cualquier altura circundante de Fitero, se abarcaba, con la vista, todo el contorno del templo. En cambio, en la actualidad, las partes visibles del exterior se reducen a la fachada principal, a los muros de los cinco primeros tramos del Norte, a las partes altas de los muros orientales del transepto y a las partes N. y E. del ábside.

LA FACHADA PRINCIPAL

    Está situada al Oeste. Mide 12 metros de altura y 24 de anchura. Su deterioro es evidente y su puerta no es proporcionada al interior. En el frontis de distinguen tres cuerpos: uno central y dos laterales, formados por hiladas de sillares, de aparejo ordinariamente seudoisodomo, como casi todos los muros del templo. El central está flanqueado por dos contrafuertes prismáticos de 2,25 metros de anchura y 1,30 m. de espesor; y se divide en dos zonas: superior e inferior, separadas por un camino de ronda.
    En la zona superior, son de notar dicho camino y la claraboya u ojo de buey que ocupa el centro del muro. El camino de ronda cruza horizontalmente la fachada del N. a S. Mide 13,60 etros de largo y 1,30 de ancho; y tiene un antepecho de 1,15 m. de alto y 0,25 m. de espesor.
    El ojo de buey mide 2,30 m. de diámetro, sin contar su molduración abocinada, formada en el exterior como en el interior, por tres anillos torales en degradación. En el centro de la zona inferior de la fachada, se destaca su gran portada románica, que es un amplio arco de medio punto, con cinco arquivoltas. El arco es de platabanda y apea en dos pares de columnas geminadas, mientras que las arquivoltas apoyan sus arcos torales en cuatro pares de columnas acodilladas. Las columnas son bajas y gruesas; sus fuentes tienen 2 metros de altura y 0,80 m. de circunferencia. Están ligeramente adosadas y son de aparejo, constituidas por media docena de tambores superpuestos. Sus basas son románicas y constan de un toro, una escocia y un cuarto bocel, montados sobre plintos de 0,30 metros de espesor, que apenas se distinguen, en la actualidad, por estar enterrados casi por completo. Lo más notable de estas columnas son sus amplios capiteles, de 0,60 m. de altura, bien ornamentados, en los que, como escribió Pedro de Madrazo y Kuntz, “se observan reminiscencias de la imaginería cluniacense proscrita por San Bernardo, pero perpetuada, a despecho del nuevo sistema cisterciense, por una inconsciente rutina[11]. La ornamentación, desgraciadamente, está bastante maltrecha. Por lo mismo, vale la pena de detenerse en su descripción, antes de que desaparezca o se vuelva irreconocible.
    Los ábacos exhiben, de dentro a fuera, en el lado derecho del espectador, un largo estolón de hojas acorazonadas, que figura estar siendo devorado por un dragón, cuya boca se abre al fondo del ábaco de las columnas geminadas de la puerta. Ahora bien, la sección correspondiente al 2º capitel y al 2º codillo tiene ya la ornamentación destrozadas, y el ábaco del capitel 3º casi ha desaparecido completamente.
    En cuanto a los capiteles de las columnas del mismo lado, los de las geminadas tienen esculpidas tres parejas de animales quiméricos, de cuerpos serpentinos, formando pequeñas guirnaldas o, más bien, roscas; la primera pareja, afrontada; las otras dos, adosadas; y las tres, mordiendo frutas pomáceas. El segundo capitel exhibe dos grandes aves afrontadas, picoteando asimismo frutas; y el tercero, otras dos bichas, de cuerpo desmedrado y larga cola. La segunda está pisando la cola a la primera, y ambas se dirigen hacia la derecha, mordiendo igualmente frutas. Por fin, el cuarto capitel solo tiene espera ornamentación vegetal.
    Por lo que hace a las columnas de la parte izquierda de la portada, referida siempre al espectador, el ábaco de las columnas geminadas ostenta al frente cinco corolas polipétalas, y lateralmente, una ave picoteando una de ellas. Su capitel corrido exhibe ocho frondas con granos y pomas; y su codillo, un animal quimérico retorcido. Los demás ábacos y tablerillos solo están adornados con follaje, bastante deteriorado. En lo referente a los capiteles, el segundo, siempre de dentro afuera, contiene cuatro aves fantásticas: las del centro, afrontadas. El capitel tercero está destrozado y en él solo se distinguen perfectamente un muslo y una pierna. Finalmente, el cuarto exhibe dos series paralelas de hojas de acanto estilizadas.
    Anteriormente esta fachada tuvo además otra ornamentación tardía que la que nos habla Madrazo y Lampérez. Madrazo dice que era “una ancha faja de relieves, a manera de imposta, de mero follaje y muy gastada, que corría por encima de la puerta, separándola de la zona superior”.[12] En cambio, Lampérez asegura que se trataba de una faja “ornamentada”, pero no de follaje, sino “con combinaciones geométricas, de evidente estilo gótico del siglo XV”.[13]
    Los dos cuerpos laterales de la fachada son ciegos y solamente se alzan hasta la altura del antepecho del camino de ronda.
    En lo alto de la esquina N. O., sobresale una especie de brazo truncado tal vez, resto de una gárgola –cuya cara inferior ostenta un escudo deteriorado en relieve, con la cruz de Calatrava.

EL COSTADO SEPTENTRIONAL

    Comprende dos secciones: alta y baja, correspondientes respectivamente a los seis tramos del lado izquierdo de la parte alta de la nave central y a los cinco primeros del muro septentrional de la nave lateral izquierda. La primera sección tiene cinco contrafuertes prismáticos, de los que dos enlazan con los dos arbotantes de la terraza, situada a la salida N. del coro. El tercer contrafuerte ostenta restos de una gárgola; y el cuarto conserva una entera. La cornisa conserva los canalillos de apeo, únicamente en los tramos 5º y 6º; y entre los contrafuertes de los tramos 3º, 4º, 5º y 6º, destaca el fondo encristalado de los altos ventanales de medio punto, sin ornamentación exterior.
    La segunda sección, es decir, la que corresponde a los muros septentrionales de la nave lateral izquierda, también exhibe, a su vez, otros cinco contrafuertes prismáticos, de los cuales dos enlazan igualmente con las bases de los dos arbotantes predichos de la terraza del coro. Tiene igualmente cinco ventanas encristaladas, más pequeñas, con doble arco de medio punto y su cornisa descansa en modillones lisos.
    La traza medieval de este costado del templo quedó modificada en la Edad Moderna, por la inserción en el 6º tramo de la nave lateral izquierda de la Capilla del Cristo (hoy de la Virgen de la Barda), con el exterior de sus muros, de ladrillo, y el zócalo, de piedra, coronada por una cúpula y un cupulino, abrigados por dos cuerpos octogonales, y por un esbelto chapitel. Su lienzo occidental está surcado por dos contrafuertes de ladrillo y perforado por un ventano arqueado y dos grandes ventanas rectangulares encristaladas. El lienzo septentrional está respaldado por un alto ábside, correspondiente al altar, y una absidiola, correspondiente al camarin de la Virgen de la Barda. En cuanto al lienzo oriental, es una prolongación del muro occidental del brazo izquierdo del crucero, con una ventana rectangular y un contrafuerte.
    La fachada Norte del crucero, un poco arrinconada por la Capilla de la Virgen de la Barda, mantiene enhiesto su hastial, carece de ornamentación y solo ostenta dos altos ventanales y un gran ojo de buey, encima del espacio intermedio de éstos. Está encuadrada por dos contrafuertes, de los que el de la derecha tiene trunca la mitad superior.

LOS MUROS ORIENTALES EN EL TRANSEPTO

    Prácticamente solo es visible la parte alta del N. E. de los mismos, con sus tres contrafuertes, tres ventanales, la imposta sencilla que corre a ras de éstos y los cinco canecillos. Su parte baja está cubierta casi toda por el exterior de las dos capillas del brazo N. del crucero y solo tiene tres ventanas arqueadas, con el fondo de iluminación, velado con láminas de alabastro. La sección de la parte alta del S. E. de estos muros, con tres ventanales encristalados, está prácticamente tapada por la sacristía y solo puede verse desde el ángulo S. E. del huerto de esta última.

EL ÁBSIDE


    Consta de dos secciones: la superior, que corresponde al exterior de la parte alta de la Capilla Mayor; y la inferior, correspondiente al exterior de la girola. Desde luego, es la parte más artística del contorno del templo, ofreciendo un golpe de vista encantador, sobre todo, en las mañanas soleadas, en que parecen llamear sus sillares. Todo es en él “claro, patente, armónico y expresivo”, escribió Lampérez[14]. Y el P. Luis María de Lojendio anota que “la originalidad principal” de la iglesia es precisamente este ábside, “al estilo que se llama del II Cluny”, añadiendo que “es muy hermosa su vista exterior[15].”
    El gran tambor semicilíndrico de la sección superior ostenta ocho contrafuertes: seis amplios, intermedios, y dos extremos, algo más estrechos; cinco altos ventanales de medio punto: tres cegados con ladrillos, y dos encristalados; y por fin, la consabida crestería de canecillos, bajo el anillo del amplio tejaroz de la cornisa.
    Mientras que esta sección se conserva entera, la inferior fue lamentablemente mutilada en el S. E,, para empotrar en ese lado la sacristía actual, en el siglo XVI. De todos modos, la parte que se contempla desde el huerto, es magnífica, con sus seis contrafuertes y sus cinco ventanas de estilo románico, que tienen sus estrechas aberturas de iluminación, cubiertas con láminas de alabastro. Son de tres tamaños diferentes: la mayor es la del centro; las medianas, sus colaterales inmediatas, correspondiendo las tres a la capilla central de la girola; y las pequeñas, sus colaterales extremas, que pertenecen respectivamente a la segunda y a cuarta capillas de aquélla. Todas ellas son de arcos de medio punto, con uno o dos más en degradación, estando guarnecido el inferior de todas ellas por un grueso toro arqueado de aparejo, que descansa sobre basas áticas, más o menos deterioradas. Madrazo dice al lector a este propósito: “Observa esas ventanas inferiores en que el arquitecto, por un exagerado deseo de sencillez, hizo e la columna, del jambaje y del arco un solo miembro: no es posible extremar más la lógica, a costa de la estética.”[16]
    ¿A costa de la estética? Rechazamos este comentario. Este rincón es indudablemente austero, pero hermoso, pues la sencillez y aún la desnudez tienen su belleza, si el conjunto arquitectónico es armonioso, como ocurre en este caso. Julio Altadill lo llama, con toda razón, “hermosísimo”.[17]
    Su tejadillo cobija en su alero los conocidos modillones lisos, algo deteriorados. Por lo demás, esta sección absidal tiene todavía, al lado derecho, tres contrafuertes y tres ventanas: éstas, ocultas por los huertos adyacentes (demasiado adyacentes), y sin arcos torales de adorno, porque se los arrancaron bárbaramente. Una imposta baquetoneada recorre esta sección, a ras de las ventanas.
    Una verdadera curiosidad de este ábside es finalmente la abundancia de cruces gamadas que se observan entre sus signos lapidarios. Hemos contado en la sección inferior hasta 19 de ambas clases: svásticas, con las extremidades torcidas hacia la derecha; y sauvásticas, torcidas hacia la izquierda.




CAPÍTULO III

EL INTERIOR DE LA IGLESIA

    El que visita, por primera vez, la iglesia de Fitero y se ha fijado, por poco que sea, en su relativamente menguada portada, se queda sorprendido e impresionado al penetrar en su grandioso e inesperado interior. Y eso que actualmente, su perspectiva primitiva aparece bastante recortada por la enorme y tenebrosa visera del coro que cubre los dos primeros tramos de la nave central, sumiéndolos en la penumbra; por los grandes salientes laterales del púlpito y del órgano; y, sobre todo, por el monumental obstáculo del retablo del Altar Mayor, que tapa los tres grandes arcos y los tres ventanales del fondo de esta capilla, así como el deambulatorio. ¡Cual no sería el golpe de vista que ofrecería en la Edad Media!

LA NAVE CENTRAL

    Lampérez escribió: “Enorme e imponente aparece la nave; la magnitud de sus dimensiones y la severidad de sus líneas actúan sobre el espíritu, emocionándolo por modo inolvidable[18]”.
    Sus dimensiones son: 50 m. de longitud hasta la entrada del crucero y 9,25 m. de anchura. Consta de 6 tramos de planta rectangular: los tres primeros de bóveda estrellada, y los tres siguientes, de bóveda de crucería simple; y asimismo de doce arcos dobles de medio punto (seis a cada lado). Una imposta general –que corría antaño a lo largo de toda la nave y que fue demolida en los tramos 2º y 3º, al levantar el coro alto, a fines del siglo XVI-, divide la nave en dos secciones: la baja, con las arcadas, y la alta, con los ventanales y la bóveda. Se trata de una imposta sencilla que va a ras de las ventanas, pero no de los capiteles, los cuales se encuentran a mayor altura que aquélla y casi a media altura de las ventanas.
    En la Edad Media, todos los arcos eran iguales: de 7,60 m. de altura y 6,15 m. de luz; pero, al construirse el coro y dos tribunas adyacentes, los arcos del 1º y 2º tramo fueron rebajados algo más de 2 m.; y los del tramo 3º algo más de 1 metro. Por otra parte, al colocar el órgano actual en el siglo XVII, quedó lamentablemente seccionado y acortado el 6º arco del muro meridional.
    Los viejos pilares de sustentación de la nave son imponentes, de múltiples resaltos y de núcleo cruciforme. Ninguno, a excepción de los últimos del tramo 6º, está formado por columnas adosadas al núcleo central, sino por pilastras acodilladas. Las que dan a la nave central, se elevan 1,20 m. por encima de la imposta general, produciendo una honda, pero tranquila sensación de grandeza, rudeza y fortaleza, con sus aristas vivas y su enorme estatura (más de 10 m.). Sus basas son simples ensanchamientos rectangulares de 0,56 m. de altura, coronados por un bocel corrido. Las caras de las contrapilastras tienen 0,58 m. de anchura y en sus capiteles desnudos y de forma trapecial, apean los arcos transversales apuntados y de arista viva, mientras que los dos diagonales, que son semicirculares, de perfil rectangular y con las aristas ligeramente baquetoneadas, descansan en los capiteles de sección piramidal y caras triangulares, que coronan los extremos de lasa pilastras correspondientes. El P. Anselmo Dimier destaca con admiración “el espesor inusitado” de los sillares que componen estos “enormes arcos fajones”[19]; y Lampérez observa la necesidad en que se vio el arquitecto, por ser los pilares prismáticos y sin columnas, “de dar un cuarto de conversión a los capiteles que sustentan los arcos diagonales, resultando un curioso e ingeniosísimo sistema de apoyo[20]”. René Crozet escribe que “casi se creería uno encontrar aquí en presencia de reminiscencias del primer arte románico mediterráneo[21].”
    Los vértices de la crucería ostentan sendas claves circulares de 12 radios en bajorrelieve, en los tramos 4º, 5º y 6º.
    En cuanto a la bóveda estrellada de los tres tramos primeros, se trata de una reconstrucción hecha en la primera mitad del siglo XVI, subsiguiente a un derrumbamiento del muro N., en el siglo XV. Su contraste con la que cubre los tres tramos medievales, es evidente. Las constelaciones de los dos primeros tramos son iguales y están formadas por nueve claves, de tres tamaños diferentes. Estas claves anudan los encuentros de los nervios baquetoneados que surcan la bóveda en todas las direcciones.
    La mayor parte de las claves del primer tramo son lisas o tienen sus figuras destrozadas, pues solo una pequeña circular exhibe una estrella de 6 puntas (de David), bien conservada.
    Las claves del 2º tramo han tenido mejor suerte; por lo menos, las medianas, de las que tres ostentan respectivamente una estrella de diez puntas, una de hoja de árbol y una cruz griega.
    Finalmente la constelación del tercer tramo es un gran decágono radiado, con claves en sus vértices y en el centro. La central, que es la mayor y está bastante deteriorada, representa el escudo mobiliario del abad Fr. Martín de Egüés y Pasquier, bordeado de cubiletes y montado sobre una cruz de Calatrava. Entre las claves medianas, una pentagonal muestra una corola de seis pétalos; y otra exagonal, tallos cruzados. Y entre las pequeñas, dos contienen bezantes; y otra, una corola cruciforme.
    Anotemos finalmente que la nave central tiene abiertos en el muro N. cuatro grandes ventanales, correspondientes a los tramos 3º, 4º, 5º y 6º, mientras que en el muro S., sólo tiene dos cegados: uno, en el tramo 5º, y otro, que no se ve, en el 6º.
    Los ventanales que se conservan, son abocinados, sin columnas laterales ni arquivoltas moldadas, y con un gran derrame, que desciende hasta la imposta general, la cual pasa rozando el estrado de los arcos. Sus fondos de iluminación están encristalados, con vidrieras modernas sencillas.

LAS NAVES LATERALES

    Son dos y cada una tiene seis tramos de planta rectangular, lo mismo que la nave central. Sus dimensiones son las siguientes: 7,60 m. de altura, 4,60 m. de anchura y 50 m. de longitud. Sus pilares no tienen columnas, sino pilastras. Sus arcos fajones son apuntados y sus capiteles están una hilada más elevados que los de los arcos diagonales, los cuales son de medio punto y de aristas achaflanadas. Así, pues, no arrancan todos los capiteles al mismo nivel, como es lo corriente en estas construcciones, sino a dos distintos, constituyendo por lo mismo una singularidad bastante rara en España (Irache) y muy escasa en Francia (Le Thoronet). Lampérez explicó esta anomalía, diciendo que “acaso obedezca a que, siendo bastante ancha la nave y semicirculares los arcos diagonales, su clave se elevaba a más altura de lo que convenía al arquitecto, para la colocación de las ventanas de la nave alta; y el paliativo de este inconveniente se hallaba, bajando el arranque de los arcos diagonales. Parece confirmar este supuesto el que la citada anomalía ya no existe en las naves altas, donde nada limita la elevación”[22].
    Cada nave lateral tiene cinco ventanas, análogas a las de la nave central; es decir, abocinadas, pero más pequeñas, estando cegada la del tercer tramo de la derecha (altar de S. José). Las demás tienen vidrieras policromadas modernas, sin valor artístico. Su fondo de iluminación mide 1,85 m. de alto y 0,40 m. de ancho.
    Todos los capiteles son lisos, salvo los de las columnas terminales del sexto tramo de amabas naves, los cuales desembocan en el crucero y están adornados con hojas. Es curioso el detalle de que la nave lateral derecha tenga columnas en las dos jambas de su último arco transversal, mientras que la nave lateral izquierda sólo las tiene en la jamba del lado derecho, detrás del púlpito. Este detalle podría interpretarse como un indicio de un cambio de arquitecto en la continuación de las obras, aunque no está documentado.
    Otra curiosidad es la abundancia de signos lapidarios con la letra B, que resaltan en el tramo cuarto de la nave lateral izquierda.
    Por lo demás, ambas naves tienen, en su parte alta, una imposta a la altura de los ábacos de los arcos diagonales y a ras de las ventanas; y en la parte baja, un zócalo de bocel corrido y de alturas desiguales, pues el de la derecha mide 0,50 m. de alto; y el de la izquierda, 1 m. en los dos primeros tramos y en parte del tercero; y 0,80 m. en el resto.


EL TRANSPETO Y SUS CAPILLAS LATERALES

    Mide 44 m. de longitud y 9,45 m. de anchura, y consta de siete tramos: tres laterales en cada brazo, correspondientes a las tres capillas menores de la cabecera, a las dos embocaduras del deambulatorio y a la entrada de la sacristía; y uno central: el crucero propiamente dicho, frente a la Capilla Mayor. La planta del transepto es rectangular, y su bóveda, de crucería simple. El principal tramo es el central, cuya planta cuadrada tiene 9,45 m.de lado, destacando su bóveda por su grandiosidad, con sus enormes nervaduras semicirculares, de perfil rectangular y de aristas baquetoneadas. Estas nervaduras apean en los capiteles de cuatro columnas finas, empotradas oblicuamente entre los cuatro grandes pilares que encuadran este espacio. En su encuentro, figura una clave formada por dos anillos concéntricos, en torno a una oquedad de la que pendió anteriormente una gran lámpara, y en la actualidad, un foco eléctrico.
    En lo alto del tercer tramo del brazo N. del transepto, se destaca un gran pinjante dorado.
    Los tres tramos de cada brazo son de planta rectangular y sus bóvedas están separadas por arcos transversales, ligeramente apuntados. Los adyacentes al tramo central apean en los ábacos, de la misma altura, pero más delgadas. En ellos se cruzan dos arcos diagonales apeados en voladizos, en forma de fondo de lámpara (cul-de-lampe), característicos de la arquitectura cisterciense. Estos voladizos están a la misma altura que los capiteles de las columnas de los arcos fajones. Con todo, en el brazo derecho, las nervaduras 3ª y 4ª respectivamente de los muros del E. y O. apean en simples prolongaciones de los arcos contiguos, lo mismo que las penúltimas nervaduras del tercer tramo del brazo izquierdo, mientras que lass dos últimas de éste lo hacen detrás de las cabezas de las grandes estatuas de San Pedro y San Pablo, colocadas sobre sendas repisas, en los ángulos diestros del N. O. y del N. E. respectivamente. El transepto carece de arcos formeros, como el resto de las naves; y la imposta general, extendida a lo largo de los muros N. y E.,, no aparecen en los del S. y O.
    Todos los pilares del transepto son de núcleo cruciforme, y todas las columnas, de aparejo, con capiteles sin ornato, salgo los de las columnas bajas de las embocaduras del deambulatorio y de las salidas de las naves laterales. En cuanto a las basas, las de las columnas de los cuatro grandes pilares del tramo central son románico-góticas y descansan en plintos corridos de 0,70 m. de altura, bastante moldurados hasta su parte media.
    Son bien visibles los destrozos causados en los últimos pilares de la nave central que dan al crucero, al construirse el púlpito y colocar el órganos. Cada uno de esos pilares estaba formado, en la Edad Media, por trece columnas adosadas: seis altas (dos pares de geminadas y dos sencillas  acodilladas), y siete bajas (un par de geminadas y cinco acodilladas=. Pues bien, en el pilar del lado del órgano fue tapada hasta la mitad una de las altas, así como tres de las bajas: y en el pilar del lado del púlpito, fueron cortadas dos de las altas.
    El transepto tiene 10 ventanales: 6 al E., 3 al N. y 1 al S. Los seis orientales están situados sobre los arcos de las capillas, de las embocaduras de la girola y de la sacristía. Todos son abocinados, como los de las naves, con un gran derrame, y sus fondos de iluminación están cubiertos con vitrales policromados modernos, muy sencillos. El lienzo N. tiene dos análogos y, sobre ellos, se alza un gran ojo de buey, formado por tres aros en degradación y cubierto por un vitral de 2,30 m. de diámetro. El lienzo S. solo exhibe ahora otro ojo de buey igual, pero también tuvo en la Edad Media otros dos ventanales abocinados, como los del lienzo N., los cuales debieron ser cegados, en la segunda mitad del siglo XVI, al construirse el antiguo Recibidor de los monjes (hoy antesala del sobreclaustro).
    En cuanto a las capillas del transepto, sus dimensiones son: 6,50 m de altura; 3,75 m. de anchura en la base de la embocadura, 3,80 m. de profundidad interior y 5.90 de profundidad total, salvo la capilla de San Miguel, que es menos profunda. Están cubiertas por bóvedas de un cuarto de estera y sus arcos de embocadura son apuntados, apoyándose en dos columnas de escapo liso, con un simple collarino; de capiteles prismáticos desnudos y de bases áticas bastante aplastadas, montadas sobre plintos de 0,75 m. de altura, con garras o grifos aplanados en los ángulos.
    A 1,90 m. de distancia del arco de embocadura, tienen otro interior en degradación. Por lo demás todas las capillas constan de un zócalo de 0,50 m. de altura, con bocel corrido; de una imposta media de triple baquetón, a 1,20 m. de altura, rasando la base de las ventanas; y de otra imposta alta, tangente al extradós de las mismas ventanas.
    Solo la capilla del fondo del brazo N. del transepto tiene dos amplias ventanas abocinadas; la capilla adyacente (de la Virgen del Carmen) solo tiene una; y la capilla de San Miguel, ninguna. Finalmente todas tienen una credencia rectangular, excavada en el lado derecho.
    Ni que decir tiene que la entrada a la sacristía fue primitivamente otra capilla análoga, hasta la segunda mitad del siglo XVI; en que se constituyó aquella dependencia.
    Añadamos, para concluir, que, en el ángulo S. O. del transepto, hay una tribuna, llamada de las Monjas, cubierta antiguamente de celosías, con una puerta de acceso a las escaleras de la torre y del capítulo alto. Data del siglo XVI, mide 4,60 m. de larga y 1,20 m. de ancha, ocupando el lugar de la antigua escalera de bajada a la iglesia, desde el dormitorio de los novicios; escalera cuyas huellas son bien visibles todavía, en ese muro de Poniente.
    Dos ventanas arqueados y abocinados, que se ven en la parte media del mismo, dan a la galería oriental del sobreclaustro.

LA CAPILLA MAYOR

    Antes de describirla, anotemos la certera observación de Tomás Biurrun de que “en la actualidad, el retablo mayor desfigura y casi desnaturaliza esta parte del templo, destinada por el maestro constructor a un efecto de claro-oscuro y perspectiva mucho más agradable”. Así es, en efecto, y esperamos que, cuando sea restaurada la iglesia, sea trasladado a otro lugar este magnífico estorbo, ya que, como añade el mismo autor, “si en algún tempo es posible quitar el retablo de su cabecera, es en el de Fitero, que tiene espacio suficiente para recibirlo en el crucero”.[23]
    En otro capítulo, nos ocuparemos de este retablo, así como de los sepulcros y demás detalles del presbiterio, limitándose por ahora a describir la estructura arquitectónica de la capilla. Esta se yergue majestuosamente entre sus hermanas menores del transepto, como la cabecera de la imponente nave central. Sus dimensiones máximas son: 9,60 m. de anchura en la entrada al presbiterio; 11,20 m. de fondo hasta el trasaltar, y unos 16 m. de altura. Consta de dos tramos: el primero, de planta rectangular; y el segundo, semicircular. El primero está cubierto con bóveda por arista y limitado por dos arcos transversales de platabanda, paralelos y apuntados: uno, el triunfal, de amplio intradós, que apea en los ábacos de dos pares de semi-columnas geminadas; y otro, interior, menos ancho, que descansa en dos semi-columnas simples más finas. Entre ambos destaca una crucería sencilla. Las secciones anteriores de estos nervios apean en los ábacos de esbeltas y finas columnas, adyacentes a las geminadas del arco triunfal y a su misma altura, mientras que las secciones posteriores lo hacen en sendos voladizos, en forma de fondos de lámpara.
    El segundo tramo está cubierto por una bóveda gallonada, surcada por cuatro nervios convergentes, que ascienden hasta unirse detrás de la clave del segundo arco transversal de platabanda. A su vez, forman dos nervaduras arqueadas: una, envolvente, y otra, envuelta, y cinco elementos angulares. Los tres del fondo cobijan los pináculos piramidales del retablo; y los dos anteriores, las partes altas de los dos ventanales visibles de la Capilla, pues, en el fondo y a la misma altura, hay además otros tres ventanales iguales, cegados y tapados por el retablo.
    Ningún capitel de las columnas altas tiene ornamentación: todos son lisos. Las ventanas son abocinadas y de las mismas características y dimensiones que las del transepto, ya descritas, pero con los bordes ligeramente baquetoneados.
    La sección baja de la Capilla está formada por un hemiciclo de siete arcos: tres centrales, al fondo, tapados por el retablo, y además cegados, de manera que sólo son visible por el deambulatorio; y cuatro laterales, abiertos (dos a cada costado). Los arcos adyacentes al altar son ojivales; y los dos anteriores, peraltados. Los dos ojivales conservan su estructura primitiva, con un jambaje curioso, pues está formado por una columna ciclópea a la derecha, y dos semi-columnas geminadas, más finas, a la izquierda. Sus capiteles tienen como adorno unas hojas apenas esbozadas, y sus basas son áticas (una nacela o escocia entre dos toros), montadas sobre un plinto moldurado de 0,45 m. de altura. En cambio, los arcos peraltados sufrieron una mutilación tremenda en sus jamabas y basas, para encajar debajo de ellos los dos sepulcros de piedra. Por supuesto, su jambaje y basas eran análogos a los de los arcos ojivales, pero con las semi-columnas fueron cortadas a los dos tercios de su altura, apoyando sus muñones sobre dos amplias y bastas cartelas, mientras que las basas primitivas fueron arrancadas de cuajo.
    Los tres arcos cegados que oculta el retablo, son ojivales y apean en tres columnas ciclópeas, de capiteles ornados asimismo con hojas. El mayor, que es el central, tiene 2,80 m. de anchura en la base.
    Antiguamente, una imposta general, a ras de las ventanas, separaba netamente las partes alta y baja de la Capilla; pero fue arrancada en ambos lados del primer tramo, al colocar los dos grandes escudos de lienzo, que adornaros esos lados hasta 1970. En el resto de la Capilla, incluso en la parte tapada por el retablo, la imposta se conserva todavía.

LA GIROLA


    Es una de las partes más interesantes del templo, tanto desde el punto de vista constructivo como ornamental. René Crozet ha escrito, refiriéndose a ella, que “la concepción global de esta parte del edificio es testimonio de una maestría consumada.” (7)
Comprende dos secciones: el deambulatorio propiamente dicho y las cinco capillas absidales. Su entrada por el S. (brazo derecho del transepto) y su salida por el N. (brazo izquierdo) tienen las dimensiones de las embocaduras de las capillas adyacentes del transepto y están formadas por dos arcos ligeramente apuntados en degradación, separados 0,35 m. entre sí. Los mayores apean en sendas columnas acodillas, con capiteles sin labra; y los menores, en sendos pares de columnas geminadas, más gruesas que las anteriores y con capiteles adornados con hojas, ligeramente esbozadas. Anotemos el detalle de que las geminadas de la izquierda de la salida no ostentan hojas en sus capiteles.
    El deambulatorio tiene un perímetro de 48,50 m. y una anchura de 4,35 m., estando dividido en siete tramos: los dos de entrada y salida, de planta rectangular; y los cinco interiores, trapezoidal. El mayor corresponde al a capilla central, siendo iguales los correspondientes a las otras cuatro capillas radiales; y menores, los de entrada y salida. Estos últimos tramos tienen practicados, a derecha e izquierda respectivamente de su muros, sendos accesos a la sacristía y a una escalera destrozada de caracol. La planta de las cinco capillas radiales se semicircular.
    La bóveda del deambulatorio es de crucería simple, sin claves en los encuentros. Sus arcos diagonales son ojivales y están moldados con grueso baquetón, mientras que los transversales son de medio punto, con intradós de platabanda. La bóveda de las capillas absidales es de un cuarto de esfera, sin crucería y con arco interior en degradación, excepto la capilla central que carece de éste, pero, en  cambio, tiene dos nervios rectangulares que arrancan de los ábacos de dos columnas adosadas al fondo, entre las ventanas, y convergen en ángulo agudo, en lo más alto de la bóveda, detrás de la clave del arco de embocadura.
    Las ventanas de las capillas son abocinadas, de 2,45 m. de altura y 1,50 m. de anchura en la base, constituyendo su fondo de iluminación aberturas arqueadas, cubiertas por láminas de alabastro, de 1,15 m. de altas y 0,15 m. de anchas. La capilla central tiene tres ventanas; la primera, ninguna; la segunda, dos, pero una cegada; y la cuarta y quinta, dos abiertas cada una. Desde luego, la primera capilla tuvo también dos ventanas abiertas, en los siglos medievales, pero fueron demolidas, al erigir la actual sacristía, en el siglo XVI. Cada capilla tiene asimismo, al lado derecho, una credencia semicircular o cuadrada, excavada en el mundo; y la capilla central, dos, pero todas sin ornamentación.
    Los pilares que sostienen las bóvedas del deambulatorio y de las capillas absidales, son de tres clases. Los del lado de las capillas son semicilíndricos y están formados por cinco columnas acodillas de aparejo, mientras que los del lado del trasaltar están formados por cinco columnas adosadas sin codillos, en los tramos 3º, 4º y 5º; y por columnas y pilastras, en los pilares 2º y 6º. Son ciclópeas las columnas de apeo de los tres arcos cegados del trasaltar, siguiéndolos en volumen las de los arcos fajones, cuyos capiteles están colocados una una hilada más altos que los capiteles de los arcos diagonales, como ocurre en las naves laterales del templo. Por fin, las columnas de menor diámetro son las que soportan los arcos diagonales, las cuales están montadas oblicuamente, de acuerdo con la dirección de los nervios correspondientes. Esta dirección está ligeramente desviada, formando unos ángulos obtusos, al aproximarse los nervios  a las claves de intersección del centro de la bóveda; sobre todo, en los tramos 2º, 3º, 4º y 5º.
    Las bases de las columnas del trasaltar tienen la misma estructura esencial que las de los pilares de las capillas absidiales (una escocia entre dos toros), pero los plintos de las primeras miden 1,05 m. de altura y están más moldeados que los de las capillas, los cuales se alzan sobre el suelo 0,95 m. En cambio, la ornamentación de los capiteles es nula o pobre, en el lado del trasaltar; y variada y rica, en el de las capillas. Vale la pena de detenerse en su descripción, por ser la única medieval que existe en el interior del templo.
    La mayoría de los capiteles del trasaltar son lisos, y los ornamentos están bastante destrozados, exhibiendo actualmente pencas, volutas y una pequeña piña. Los únicos interesantes son los del tramo 4º.
    Por lo que se refiere a la ornamentación de los capiteles del lado de las capillas, hay que anotar, por de pronto, que en los tramos 1º y 2º, no aparece ninguna, y que el 7º solo exhibe dos hojas grandes, apenas esbozadas. En cambio, están muy adornados los capiteles de los pilares 2º, 3º y 4º. El 2º comprende los correspondientes a las columnas del lado izquierdo de la 2ª capilla y al derecho de la 3ª, así como a la del arco fajón intermedio. Todos sus ábacos son almenados, y en cuanto a los capiteles, la columna izquierda del arco de embocadura de la 2ª capilla ostenta cuatro palmetas cóncavas, y sobre ellas, ocho volutas; y la del arco diagonal del lado derecho de la 3ª capilla, dos series superpuestas de volutas (las de abajo, grandes; y las de arriba, destrozadas), y la del arco de embocadura, dos filas de tres palmetas, flanqueadas por dos altas volutas, y en el centro, una palmeta grande, con una piña colgante en medio.
    Al fondo de esta capilla, que es la central, se yerguen entre las ventanas dos columnas cuyos capiteles son una verdadera filigrana, ostentando tres series superpuestas de finas palmetas, minuciosamente labradas, y sobre ellas, un ribete de roleos árabes en los bordes de los ábacos.
    El pilar 3º está formado por las columnas correspondientes al lado izquierdo de la 3ª capilla y al derecho de la 4ª, así como al arco transversal, sin desmerecer su ornamentación de la del pilar anterior. Tres de sus ábacos son almenados, y en cuanto a los capiteles, la columna izquierda del arco de embocadura de la 3ª capilla ostenta palmetas de diferentes formas y tamaños (la central, muy hermosa) y encima de ellas, hojarascas, que simulan cabezas y alas; la del arco diagonal, dos series superpuestas de tres volutas pequeñas; y la del arco fajón, tres series superpuestas de pencas de diversos tamaños: cinco abajo, cuatro en medio y tres arriba. La columna correspondiente al arco diagonal del lado derecho de la 4ª capilla tiene adornados sus capiteles con cuatro piñas: una pequeña, en el ángulo de la izquierda, y tres grandes, de frente. Y a su vez, la columna del arco de embocadura muestra en su capitel cinco palmetas muy labradas; y sobre ellas, dos volutas que flanquean a una bella venera, rematada por otras dos volutas gemelas, pequeñitas.
    Finalmente el 4º pilar comprende las columnas correspondientes al lado izquierdo de la 4ª capilla y al derecho de la 5ª. Es el menos adornado de los tres pilares, pues las columnas de los arcos de embocadura tienen sus capiteles lisos; los de los diagonales sólo ostentan dos hojas estilizadas, y únicamente la columna del arco transversal tiene un capitel que llama la atención por sus cinco palmetas y por los tres grupos de volutas gemelas que asoman por encima, semejando cabezas de búhos agazapados.
    Como se ve, los adornos predominantes en el deambulatorio son hojas, palmetas, volutas, piñas y pencas.
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[1] Un año y medio después de escrita esta “Presentación”, la Institución “Príncipe de Viana” Ha publicado el tomo I del “Catálogo Monumental de Navarra”; que incluye un resumen descriptivo de la iglesia parroquial de Fitero, tan completo como excelente (pp. 165-181).
[2] Relación de los privilegios concedidos al Monasterio Real de Fitero y de otras escrituras y sucesos. A. H. N.. Sección Códices, 371 N. Segunda parte, f. 2.
[3] Tumbo de Fitero. A.H.N. Sección Códices, 906 B, f. 507.
[4] Diccionario Geográfico-Histórico de España por la Real Academia de la Historia. Sec. I, t. I, p. 283. Madrid. Vda. De Joaquín Ibarra, 1802.
[5] Protocolo de Celestino Huarte, 1835, nº 40, f. 184. A.P.T.
[6] El Real Monasterio de Fitero en Navarra. B.R-.A.H., t. XLVI, p. 294. Madrid, 1905.
[7] Arquitectura monástica benedictino-cisterciense y su significación en Navarra, p. 5. Pamplona, I, La Acción Social, 1934.
[8] Monasterios de España, p. 97. Barcelona, Ediciones Iberia, 1934.
[9] Geografía General del País Vasco-Navarro-Navarra, t. II, p. 881. Barcelona, Martí, s. f.
[10] Recherches sur l´architecture monastique en Navarre et en Aragon. Cahiers de Civilisation Mediévale. Université de Poitiers. Octobre-Décembre 1970, p. 297.
[11] España: Sus monumentos y arte, t. III. Fitero, p. 455.Barcelona. Cortezo, 1886.
[12] Op. cit., p. 456.
[13] Op. cit., p. 296.
[14] Op. cit., p. 296
[15] Itinerario del Románico, p. 29. Colección “Navarra. Temas de Cultura Popular”, nº 85.
[16] Op. cit., p. 458.
[17] Geografía General del País Vasco-Navarro, t. II. Fitero, p. 881. Barcelona. Editorial Alberto Martín, sin fecha.
[18] Ob. cit., p. 294.
[19] L´Art cistercien hors de France, p. 41.
[20] Ob. cit., p. 294.
[21] Ob. cit., p. 295
[22] Ob. cit. p. 295.
[23] El Arte Románico en Navarra, VII, p. 595. Pamplona, Aramburu, 1936.
(24) Ob. cit., p. 293.


CAPÍTULO IV

LA SALA CAPITULAR

SU IMPORTANCIA Y ESTILO

    La Sala Capitular se abre en medio de la galería oriental del claustro bajo, data de finales del siglo XII o comienzos del XIII y es una verdadera joya arquitectónica. Madrazo la calificó de “preciosa y comparándola con la del Monasterio de La Oliva, afirmó que era “muy superior en pureza románica” y “su interior, verdadero modelo en su especie”[1]. Haciendo la misma comparación, Altadill concluyó que “el estilo de la de Fitero es de mayor pureza, sencillez y elegancia[2]”. Lampérez la juzgó como una “joya inapreciable del estilo románico ojival-transitorio, por sus pilares fasciculados, sus bóvedas de crucería y la finura de las proporciones y perfiles[3]”. Biurrun es de la misma opinión que Lampérez y comparándola con la de Iranzu, escribe que la Sala Capitular de Fitero es “más prolija en ornamentación románico-ojival y de más amplitud y desarrollo que su compañera[4]”. Por fin, Jimeno Jurío dice que es “la más equilibrada, racional y armónica de todos los capítulos del Císter en Navarra[5].”

SU INTERIOR


    Croizet observa justamente que conserva un poco de la potencia masiva de la iglesia, suavizada por su refinamiento ornamental, aunque, en contraste con aquella “las bóvedas están dotadas excepcionalmente de arcos formeros[6]”. Las dimensiones del recinto son 10,80 m. de longitud y anchura y 4,55 m. de altura. “Su planta es un cuadrado perfecto, formado por tres naves, cortadas en ángulo recto por otras tres, resultando de estas intersecciones nueve espacios iguales, cubiertos por sendas bóvedas cuadripartitas y doce arcos en el centro de la Sala. Los arcos perpendiculares a los muros son todos de faja o platabanda; los diagonales o cruceros son de tres gruesos toros en haz[7]”. Además de las cuatro columnas exentas, tiene como soportes de los arcos otras diez adosadas, siendo los fustes de todas ellas lisos; pero los de las exentas son mono-cilíndricos, y los de las adosadas, de aparejo, midiendo los primeros 1,25 m. de altura y 1,05 de circunferencia, y los segundos, unos centímetros más de altura. Los capiteles de las adosadas están surcados de amplias estrías verticales, salvo los de las columnas que encuadran la presidencia abacial, los cuales aparecen decorados con bellos entrelazos, formando, en los extremos, aros, y en el centro, romboides. En el capitel de la derecha del espectador, los arcos son sujetados cada uno por tres manos cerradas, de paños y dedos finamente cincelados, simbolizando seguramente la unión de los miembros de la comunidad cisterciense.
    Los capiteles de las columnas exentas son troncos de pirámide invertidos y, respecto de ellos, anotaba ya Madrazo que “es inconcebible la fecundidad y la gracia con que demostró su inventiva el mazonero que los labró[8]”. Croizet destaca así mismo ”la finura de las palmeras, de los follajes estilizados y hasta de las combinaciones estriadas que realzan la sobriedad de los capiteles” menos ornamentados. Los cuatro de las columnas exentas son, efectivamente, muy artísticos, aunque el segundo de la izquierda solo tiene altas palmeras bastante sencillas. En cambio, los otros tres agrupan armónicamente palmetas de todas las clases, hojas multinerviadas, bezantes, lacerías, botones, piñas, etc. El más adornado es el primero de la derecha: el único que tiene un astrágalo funiculado, abrazando el escapo sobre la basa.
    Las cuatro columnas exentas se yerguen sobre basamentos octogonales y sus capiteles terminan en cimacios asimismo octogonales de los que emergen las nervaduras de la bóveda, desplegándose como las ramas de una palmera.
    El muro frontal tiene, en la parte superior, tres ventanas abocinadas, actualmente ciegas, de 2 m. de altura y 1,36 de anchura, con el fondo cubierto por láminas de alabastro de 1,50 por 0,60 m. Su embocadura está adornada con un arco baquetoneado que apea en columnas de 0,98 m. de altura, con capiteles de palmetas sencillas. Dicho arco fue arrancado en la ventana central, probablemente para encajar en su hueco un cuadro rectangular de San Bernardo.
    Finalmente toda la Sala tiene adosado a los muros escaños corridos de madera tallada, los cuales forman, con sus respaldos, un zócalo de 1,95 m. de altura, excepto en los aledaños de las dos ventanas que dan a la galería oriental, donde solo alcanzan 1,50 m. Su ornamentación es geométrica y sencilla, salvo la de los respaldos de la presidencia, los cuales ostentan una fina decoración de arquitos y pilastrillas con capiteles jónicos. Dichos escaños están distribuidos en diez grupos iguales, de 6 asientos cada uno, separados entre si por las semi-columnas adosadas, sumando un total de 60 asientos, sin contar los 3 holgados de la presidencia. La altura de sus respaldos es de 1,15 m., y en los adyacentes a las ventanas, de 0,70 m. Todos los escaños tienen una gradilla corrida para apoyar los pies, la cual es asimismo de madera.
    Delante de los escaños de la presidencia, hay una sepultura anónima, que bien podría ser la del Abad que hizo construir esta magnífica Sala; pero no podemos asegurarlo.
Flanqueando la puerta de entrada, se abren hacia el exterior dos amplios ventanales, coronados por tres arcos de medio punto en degradación. Miden 2,40 m. de altura y 2,10 m. de luz. Los adornan sendas verjas de madera, de nueve barrotes cada una, con un remate triangular abierto, a partir de la línea de arranque de los arcos.

EL EXTERIOR

El frontispicio de la Sala Capitular merece asimismo una descripción detallada. Tanto interior como exteriormente, la portada y las dos grandes ventanas se apoyan sobre robustos pilares, guarnecidos, desde su parte media, por columnas enanas adosadas. Los pilares de la entrada constan de 12 columnitas cada uno; y los semi-pilares de los extremos laterales de las ventanas, de 6. En total, 36 columnas, reunidas por grupos de 3 en las jambas, y de 2, en los frentes exteriores, con intermedias acodilladas.
Hay que anotar, antes de seguir adelante, que, para incrustar los haces de nervios de la bóveda plateresca de la galería oriental, en el siglo XVI, se cortaron, en loso extremos de las dos ventanas, parte de sus arquivoltas y se arrancaron las columnas en que apeaban, reemplazándolas por los primeros pares, tan desmañados como antiestéticos, que afean ahora esos extremos. Así, pues, la descripción que vamos a hacer, no se refiere en absoluto a estos dos pares tardíos.
Las demás columnas son monocilíndricas y sus fustes tienen 0,84 m. de altura y 0,58 m. de circunferencia. Lo más importante de ellas son sus hermosos capiteles, con palmetas de escaso relieve, pero minuciosamente labradas; sobre todo, las del lado derecho de la entrada, que ostentan hasta 30 hojas cada una, mientras que las del lado izquierdo, son más sencillas, variadas y de diferentes tamaños, apareciendo unas veces yustapuestas y otras superpuestas, destacando, en las columnitas acodillas del pilar izquierdo, unas piñas colgantes de los vértices de dos de sus palmetas.
Son asimismo destacables los escaques y los cuadrifolios que adornan los esgucios, montados sobre los ábacos de los capiteles, y que completan la filigrana de esta fachada. Crozet escribe a propósito de estos escaques, que constituyen “una concesión a un motivo geométrico, cuya boga comenzó más acá (entiéndase más allá) de los Pirineos, en la Guyana y en la Gascuña, cubriendo ampliamente las provincias españolas subpirenáicas[9]. En efecto, estos cuadritos ornamentales, en forma ajedrezada, se encuentran ya en las ermitas románicas de San Vicente (Álava) y del Santo Sepulcro en Torres del Río (Navarra), que datan del séptimo decenio del siglo XII.
Por fin, merece anotarse el cancel de la entrada, coronado con el escudo en relieve del abad, Fr. Martín de Egüés y de Gante y flanqueado por dos pináculos floronados.

NOTAS HISTÓRICAS

Ignoramos quiénes fueron los que ejecutaron esta magnífica obra. Jimeno Jurío sospecha que el ornato de los capiteles de las columnas exentas debió encomendarse a canteros moros o arabizantes[10]. Es posible, pues, en la época de su construcción, quedaban todavía muchos moros, en poblaciones tan cercanas como Tudela y Cervera del Río Alhama. Leopoldo Torres Balbás escribió ya antes, a este propósito: “Hubo sin duda moros canteros… En la gran variedad de técnicas de la escultura románica, no ees fácil distinguir las obras que responden a influencias bizantinas, transmitidas casi siempre a través de Italia, de las que fueron por musulmanes. A este último grupo pertenecen los capiteles con ornatos de muy poco relieve, casi planos, figurando entrelazos, motivos vegetales y piñas, de la Sala Capitular de los Monasterios de Fitero y de Poblet[11].
La actual sillería de la Sala Capitular data del siglo XVI y se debe seguramente al abad Fr. Martín de Egüés y de Gante, como la cancela de la puerta en la que, como ya hemos dicho, campea su escudo nobiliario.
Hasta la exclaustración de 1835, colgaban de los muros de su interior, por encima del zócalo, ocho grandes lienzos pintados, que representaban a los siguientes personajes: S. Bernardo, S. Benito, S. Raimundo de Fitero, Fr. Diego Velázquez, el Papa Alejandro III, los cardenales Jerónimo Sofor y Conrado de Vilareuse y el abad, Fr. Plácido de Corral y Guzmán.

EL CAPÍTULO ALTO

Como la Sala Capitular medieval es indudablemente inhóspita en los meses fríos de otoño y del invierno, fue construida, a principios del siglo XVII, la Sala Capitular Alta, entre el muro N. del Sobreclaustro y la parte alta del muro S. de la iglesia; es decir, en la larga dependencia que hay ahora a la derecha del antecoro, pero que entonces no tenía acceso por éste, sino por la escalera que se encuentra a la derecha, al trasponer la puerta de subida a la torre. Dicha Sala Capitular era la primera pieza de dicha dependencia, entrando por el antecoro, y tenía una salida, ahora tapiada, a la tribuna adyacente al coro, la cual se erguía entonces sobre el muro meridional del tercer tramo de la nave central. Como salta a la vista, dicha pieza era y es un vulgar salón, sin ningún valor artístico, en el que se guardaban ahora imágenes y cachivaches. En el Inventario de 1835, se anota que había en ella un Crucifijo grande en lienzo[12].

SIGNOS LAPIDARIOS

         Como en todos los grandes templos medievales, los signos lapidarios se encuentran en la iglesia de Fitero por centenares. La mayoría son repeticiones de varios tipos, ora en la misma posición, ora en posiciones diferentes, y señalan seguramente, como de ordinario, el trabajo de cada cantero, aunque algunos podrían tener otro significado diferente. Hemos agrupado los diferentes tipos en cuatro secciones: cruces, letras, figuras geométricas y otras figuras, sumando en total algo más de medio centenera. Los más singulares son las cruces gamadas, que abundan, sobre todo, en el ábside, como ya hemos anotado; las cruces trianguladas, suspendidas de una de las diagonales de un cuadro o al contrario, que se ven en algunos arcos transversales de la Sala Capitular; los cipreses, que aparecen en la girola; y la francisca –hecha de los francos-, registrada por Lampérez, pero que no hemos logrado localizar.
Los demás tipos de signos lapidarios son más o menos corrientes y se encuentran en otras muchas iglesias, ya románicas, ya góticas, como vamos a ver en las representaciones siguientes.







[1] España: Sus monumentos y arte, t. III, p. 456.
[2] Geografía General del País Vasco-Navarro. Navarra, t. II, p. 883.
[3] El Real Monasterio de Fitero en Navarra, BRAH, 1905, pp. 296-299.
[4] El Arte Románico en Navarra, p. 185.
[5] Fitero, p. 28.
[6] Recherches sur l´architecture monastique en Navarre et en Aragon, pp. 299 y 300.
[7] Madrazo y Kuntz, ob. cit., pp. 456-457.
[8] Op. cit., p. 458.[9] Ob. cit., p. 300.
[10] Fitero, p. 28.
[11] Arte almohade, arte nazarí, arte mudéjar, en Ars Hispaniae, p. 360. Madrid, 1949.
[12] Protocolo de Celestino Huarte, de 1835: nº 40, f. 182. A.P.F. 



CAPÍTULO V

CONSTRUCCIONES Y FINANCIADORES DEL TEMPLO

Anotemos, antes de nada, que la iglesia actual es la sucesora de otra primitiva, erigida por San Raimundo, al asentar su Monasterio en Fitero en 1152; o levantada, tal vez, antes de esta fecha. Este templo raimundano debió ser románico y de una sola nave. No conocemos ningún documento que lo acredite, salvo la afirmación del Tumbo de que “era más pequeña la iglesia que había antes” que la actual[1]; pero evidentemente San Raimundo tuvo que edificar una iglesia conventual y ésta no fue la actual, puesto que el estilo gótico de su interior apenas si empezaba a penetrar en España, a mediados del siglo XII. Además, sabemos que los cistercienses, al hacer una fundación, construían, por de pronto, un templo provisional. Esta idea de un templo anterior, afirmada por el Tumbo, fue recogida por Madrazo y por Biurrun. Este último conjetura que el templo raimundano “quizá estuviese provisto de crucero y adoptase la planta de cruz latina” y que la portada actual perteneció precisamente a ese templo primitivo[2]. Es probable, pero no podemos asegurarlo.
Desde luego, los constructores de la iglesia actual fueron monjes cistercienses legos, pues, como observa José Pijoán, a propósito de las construcciones del Císter, “los conversi barbati o frailes legos barbudos, especializados en el ramo de la construcción, hacían el servicio de arquitectos[3]”. Y no sólo de arquitectos, sino también el de simples canteros y albañiles.
Madrazo sospecha que los constructores del templo fiterano fueron cistercienses precisamente “franceses”, lo que es muy probable, pues la Abadía de Fitero fue la primera cisterciense de la Península Ibérica y la primera filial española de la Abadía francesa de la Escale-Dieu, en la Gascuña. Lampérez opina asimismo que, al menos, el primer arquitecto que dirigió la erección del templo, fue un cisterciense francés, “muy penetrado del estilo románico transitivo y del sistema constructivo borgoñón”, citando como indicio de ello “la capilla central del ábside, que es mayor que las restantes, como es general en las iglesias francesas, en las que la dedicaban a la Virgen”, mientras que “en las españolas, es caso inusitado, con pocas excepciones, como la catedral de Palencia y alguna otra[4]”. Por lo demás, Lampérez conjetura que hubo, por lo menos, dos arquitectos: el primero, al finalizar el siglo XII, “un maestro seguramente monje cisterciense, acaso francés”; y el segundo, en el primer tercio del siglo XIII, “posiblemente monje español”. Y en verdad que es muy probable, pues, entre otros detalles, hay un hecho que salta a la vista, y es que el sistema de soportes de la cabecera de la iglesia y del transepto es distinto del de las naves, ya que el primero es a base de columnas; y el segundo, a base de pilastras.
Ahora bien, ¿quiénes fueron personalmente esos arquitectos? Ignoramos sus nombres, como ocurre con casi todos los de su Orden. Las escasas inscripciones descubiertas, al hacer la limpieza de la piedra del tempo en 1969-1972, no revelaron nada a este respecto. En 1970, en el brazo de Sur del transepto y en la ventana situada sobre la entrada al deambulatorio, apareció, en la tercera dovela anterior a la clave (izquierda del espectador), un nombre que parece decir Ugo[5]. No está claro. ¿Pero quién fue ese Ugo?, pues en la Edad Media, Ugo se decía y escribía así en italiano, mientras que en francés, se decía y escribía Hugues. ¿Y quién nos garantiza que este Ugo fuera un arquitecto y no un simple cantero? Añadamos que, tanto en el lado Norte del 6º tramo de la nave central, como en el 5º de la lateral, se ven, a simple vista, numerosas B. Pero precisamente por su abundancia, creemos que se trata de simples signos lapidarios y no de la letra inicial del nombre de un arquitecto que, por lo demás, lo mismo podría ser Bernardo que Bartolomé, Bonifacio, etc.
Otra cuestión muy interesante: ¿Quién financió la erección de la iglesia actual? La tradición, apoyada principalmente por una bula del Papa Inocencio IV, la atribuye al famoso Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo Ximénez de Rada, nacido en Puente la Reina, hacia 1170. El Tumbo de Fitero consigna, a este propósito, que el Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo “nos edificó el templo e iglesia tan suntuosa que ahora tenemos, poruqe era peque la iglesia que había antes, y reedificó a su costa, que sería bien grande, pues es de las más suntuosas que hay en toda la Orden y nos impetró de Roma indulgencia para el día de la dedicación de ella”.[6] En efecto, la aludida bula, firmada en Lyon, el 13 de mayo de 1247[7], a instancias de D. Rodrigo, quien se encontraba, a la sazón, en la ciudad del Ródano, concedió 40 días de indulgencia a los que visitasen la iglesia de Fitero, el día de su dedicación, que fue el 28 de junio siguiente, y en todos los aniversarios de la misma, aclarando el Papa que lo hacía, en primer lugar, en honor de la Virgen María a la que estaba dedicado el templo, y en segundo término, “en consideración a nuestro venerable hermano Rodrigo, Arzobispo de Toledo, de quien se dice haberla construido a sus expensas (qui propriis sumptibus eam construisse dicitu, según dice literalmente el texto del documento del Papa Inocencio IV).
Sin embargo, no es seguro que D. Rodrigo financiase todas las obras, pues no tenía probablemente ni 15 años, cuando empezaron. Es más verosímil que las primeras construcciones fueran costeadas por el propio Monasterio, el cual estaba ya en posesión de un buen patrimonio territorial ,adquirido mediante compras, permutas y donaciones, como lo ha demostrado Cristina Monterde, en su tesis doctoral sobre “El Monasterio de Santa María de Fitero, en los siglos XII y XIII”.
Tampoco es cierto que la iglesia fuese erigida en terrenos donados por el Arzobispo D. Rodrigo o por su abuelo D. Pedro Tizón, como han asegurado algunos, entre ellos Madrazo, el cual escribe que “el solar actual del (Monasterio y su Iglesia) fue cedido a San Raimundo por D. Pedro Tizón de Cadreita y su mujer Doña Toda, abuelos del Arzobispo D. Rodrigo[8]”. Sin duda, Madrazo des conocía la refutación que hizo ya de esta especie el historiador y Abad de Fitero, Fray Manuel de Calatayud, en sus “Memorias” manuscritas del Monasterio, en las que comentando los instrumentos de donación de toda su heredad en Nienzabas por D. Pedro Tizón (02/VI/1141) y de una finca en Fitero, “que fue en otro tiempo, de su abuelo D. Pedro Tizón”, por el Arzobispo D. Rodrigo Ximénez de Rada (Noviembre de 1214), escribe “que el suelo donde está edificado el Monasterio de Fitero, se distingue así de la heredad que, en el año 1141, nos dio D. Pedro Tizón, como la que nos concedió, muchos años después, su nieto el Arzobispo… Se distingue de la primera, porque ésta pertenece a los términos de Niencebas, y el Monasterio a los de Turungén. Se distingue también de la segunda, porque, cuando se nos concedió, estaba ya fundado el Monasterio, terminando por confesar “que no sabemos ciertamente quién o quiénes nos dieron el término de Fitero”; es decir, el terreno en que fueron edificados el Monasterio y su templo[9].
Jimeno Jurío conjetura que “de acuerdo con el texto pontificio, pudo deberse a la intervención del Primado de Toledo, la construcción de las naves con las que se dio fin al templo “y que las haciendas de Fitero y Niencebas del Sr. De Cadreita (D. Pedro Tizón), cuyo usufructo fue cedido vitaliciamente a D. Rodrigo, pudo éste haberlas arrendado, para subvenir a los gastos de la construcción”[10].Es una hipótesis razonable; pero no está documentada y, desde luego, el supuesto arriendo no se hizo a vecinos de Fitero, porque todavía no existía el pueblo.
En fin, aun cuando no se trate de una obra medieval, añadamos que, en lo relativo a la reconstrucción de los tres primeros tramos del templo, derrumbados en el siglo XV, consigna el Tumbo que le Abad D. Martin de Egüés y Pasquier halló “la Casa muy dirruida y cayda parte de la iglesia y la reparó lo mejor que pudo”[11], añadiendo que “antiguamente fabricó el Convento dos quartos de iglesia de este Monasterio que se cayeron”[12]; es decir, que los dos primeros tramos fueron reconstruidos, a costa del Monasterio, y el tercero, a expensas del Abad Martín de Egüés y Pasquier. Este último extremo quedó confirmado en 1971, al descubrir en la clave central del tercer tyramo de la bóveda, el escudo nobiliario, tapado hasta entonces con yeso, de dicho Abad. El historiador Fray Gregorio de Argáiz dice que la Kalenda del Monasterio llama a Fr. Martín de Egüés y Pasquier “magnificus reparatos huius Ecclesiae”[13].

ÉPOCA Y ETAPAS DE SU CONSTRUCCIÓN

¿Cuándo se construyó la iglesia? Imposible fijar fechas. Todo lo que se puede asegurar es que se comenzó en el último tercio del siglo XII y que se terminó hacia la mitad del siglo XIII.
Frederic van der Mer, en su “Atlas de l´Ordre Cistercien”, dice sobre el Monasterio de Fitero: “Restos: magnífica iglesia, 1152-1287”[14]. Sin duda, tomó estas fechas de Lampérez, el cual las pone como fechas tope de la construcción del Monasterio y no precisamente de la iglesia, la cual fue consagrada en 1247[15]; y aun cuando la hubiesen consagrado sin terminar todavía –lo que ocurrió, más de una vez, en otros lugares- no es creíble que tardaran todavía cuarenta años en acabarla. ¿Dónde están las pruebas…? Como escribe el mismo Lampérez, “en 1287 existía ya una muralla que lo rodeaba y defendía, la cual naturalmente hubo de ser la obra postrera”[16]. Fr. Anselmo Dimier, en el “Recueil de Plans d´églises cisterciennes », publicado en 1949, decía de nuestro templo: “Iglesia cuya cabecera fue construida en 1170 a 1190; y la nave, de 1207 a 2010[17]. Pero 22 años después, rectificó y en su obra, “L´Art Cistercien hors de France”, escribió que “su construcción fue comenzada hacia 1185 y los trabajos se continuaron hasta la mitad del siglo XIII”[18]. Esta segunda afirmación es más verosímil. Desde luego, la época en que, al parecer, se comenzaron dichas obras, fue la de los primeros años del penúltimo decenio del siglo XII: época que coincide con una acentuada disminución de las compraventas de la Abadía, como observa la Doctora Monterde[19]. Es lógico, puesto que debía emplear sus fondos en la construcción.
En cuanto a los abades que intervinieron en su erección, es probable que ésta se iniciara en tiempos del Abad Marino, hacia 1183-1184. La Doctora Monterde escribe que “no es posible comprobar documentalmente esta hipótesis”; pero la cree verosímil, opinando, por otra parte, que el verdadero nombre del Abad Marino fue “quizá Maurin”, mal transcrito por un copista del Cartulario de Fitero; y que Maurin fue probablemente francés, sin excluir que pudiera incluso haber sido el primer arquitecto francés de la iglesia, al que se refiere Lampérez[20]. Pero todas estas presunciones no pasan de ser meras conjeturas, como la posible identificación del Abad Marino con el Abad Arminio del que la doctora transcribe dos documentos de 1199 y 1201; y con el abad Maurino del que copia un documento de 1212. La verdad es que la cronología e identidad de los Abades de Fitero, desde la muerte de Guillermo I, hacia 1182, hasta la elección de Guillermo Fuertes en 1214 –y aún mucho después- son bastante inciertas y confusas y nada sabemos de la medida en que participaron en la construcción del templo. De todos modos, parece muy probable que la mayor participación se debiera a Guillermo Fuertes, quien rigió la abadía, por lo menos, desde 1214 a 1238; es decir, durante 24 años seguidos, cuando menos; y por lo demás, es seguro que la dedicación del templo se hizo en tiempos del abad Bernalt, documentado ya como tal en noviembre de 1246[21].
Otra cuestión importante, relacionada con la anterior, es el tema de la antigüedad y edificación sucesiva de sus diferentes partes. Las opiniones varían. Madrazo cree que la portada y la sala capitular pertenecen “a los tiempos de San Raimundo y de su bienhechor D. Pedro Tizón”; es decir, al siglo XII; y que “todo lo interior de la iglesia… puede muy bien ser obra costeada por el Arzobispo D. Rodrigo”[22]; o sea del siglo XIII. Lmpérez objeta con razón que “ese orden en la construcción es poco razonable e inusitado, en la Edad Media, pues siempre se comenzaba por la cabecera de la iglesia, habilitándola para el culto, en cuanto estaba terminada, y continuando después la construcción de las naves hasta la fachada”[23]. Así, pues, la opinión de Lampérez es que “se comenzó a construir por la cabecera, en el último tercio del siglo XII; siguió, ya entrado el siglo XIII, por la naves del brazo mayor, terminando hacia el primer tercio de eta centuria por la fachada, el claustro, la sala capitular y las demás dependencias”[24]. Sin embargo, una objeción surge inmediatamente ante esta última afirmación: entonces ¿cómo se explica el romanicismo innegable de la fachada de la iglesia, de la portada interior del claustro y de la Sala Capitular…? Lampérez contesta que “el hecho puede explicarse por dos consideraciones; las formas románicas se simultaneaban con el sistema constructivo ojival, en las construcciones españolas de transición, sobre todo, en los elementos que no son de verdadera estructura, como puede verse en las catedrales de Salamanca, Zamora, Ciudad-Rodrigo, Ávila y tantísimos otros monumentos; y por otra parte, en los exteriores podrían los artistas del Císter permitirse alguna más libertad en los ornatos, sin el peligro de distraer a los fieles, como temía San Bernardo”[25].
Tomás Biurrun escribe que “a mediados del siglo XII (los monjes) debieron construir la iglesia y la casa monacal (primitiva). De la primera se conserva únicamente la portada de poniente, que se aprovechó en la segunda edificación, y el muro con la claraboya circular de anillos concéntricos, que indican ser un templo de una sola nave”[26]. Admite también el romanicismo de la Sala Capitular, pero nada dice sobre la época de su construcción.
En 1968 el arqueólogo francés, Francis Salet, lanzó la idea de que la construcción de las tres iglesias (Fitero, Veruela, y la Oliva) se comenzó probablemente por el contorno inferior de todo el conjunto[27]: idea recogida en 1970 por su compatriota René Crozet, quien escribe: “Uno no puede menos de sentirse impresionado por el hecho de que las partes bajas de las tres iglesias: absidiolas de los deambulatorios en Fitero y en Veruela, capillas del crucero en La Oliva, puertas de comunicación entre la iglesia y los edificios conventuales, portada occidental y fachada en Veruela, acusen notables persistencias románicas y esto mucho más que las regiones incluidas dentro del volumen de la iglesia, sobre todo, en las partes altas. ¿No puede concluirse de aquí que la construcción comenzó por el contorno del conjunto, incluida en él la fachada occidental –en Veruela mucho más que en Fitero, y, sobre todo, en La Oliva-, sin perjuicio de llevar a cabo, más o menos rápidamente, la terminación de las partes interiores y de sus bóvedas?”[28].
En efecto, por lo que hace a Fitero, todas las construcciones claramente románicas (fachada occidental, interior de la puerta del claustro bajo, sala capitular y girola) se encuentran en la zona baja del templo.
Así, pues, la hipótesis de los arqueólogos F. Salet y René Crozet no es, ni mucho menos, inverosímil, tanto más cuanto que, con toda probabilidad, el templo actual debió erigirse, dejando dentro de su reciento incipiente al raimundano[29]; por lo menos, hasta que se terminó la cabecera, en la que ya podían celebrar los monjes los oficios divinos. En fin, la cuestión no está, ni mucho menos, resulta y continuará siendo polémica, a falta de documentos fehacientes.

COMPARACIÓN DE LA IGLESIA DE FITERO CON OTRAS CISTERCIENSES NACIONALES Y EXTRANJERAS

Los arqueólogos que se han ocupado del templo de Fitero, han hecho ordinariamente comparaciones del mismo con los cistercienses españoles contemporáneos que se asemejan más a él. Madrazo observó ya la “notable semejanza” de su interior con el de La Oliva, señalando como diferencias más importantes “la girola de cinco capilla hornacinas”, de que carece La Oliva, y la estructura del presbiterio fiterano cuyo primer tramo está cubierto con bóveda por arista, mientras que el de La Oliva lo tiene con bóveda de cañón[30].
Lampérez anota que la iglesia de Fitero tiene cinco capillas de, en la cabecera, como las principales cistercienses españolas: Santa María de Huerta, Sta. Mª de Meira, Sta. Creus, las Huelgas y La Oliva, mientras que sólo tienen tres capillas las de Rueda, Palazuelos, la Espina, Val de Dios, Iranzu, Piedra, etc... Ahora bien, la mayoría de ellas no tienen, a la vez, girola con capillas absidales, a excepción de las de Gradefes, Poblet y Veruela (31), pero las dos últimas solo tienen en el crucero una sola capilla a cada lado de la Mayor, en tanto que la de Fitero tiene dos. Es decir, que la iglesia de Fitero tiene la singularidad de reunir las dos disposiciones características (del templo Bernardo): cabecera con cinco capillas de frente y girola con otras cinco capillas absidales. Es, pues, ejemplar único en España, dentro de la Orden de San Bernardo[32].
Lampérez todavía hace una comparación particular con la de Poblet, señalando que ésta vence a la de Fitero “en importancia para el estudio de la transición románico-ojival en España, pues presenta titubeos y ensayos de formas mal entendidas que arrojan mucha luz sobre aquellas interesantísimas transformaciones. Pero con excepción de este monumento (algo contiene también en este orden de investigaciones la iglesia de Veruela), la iglesia de Fitero es el ejemplar más completo de las del Císter, para las investigaciones sobre el estilo ojival, en sus formas transitivas y más rudimentarias”[33].
Mr. René Crozet ha hecho un minucioso análisis comparativo de las iglesias de Fitero, La Oliva y Veruela, cuyo simple resumen alargaría demasiado estas notas, por lo que sólo vamos a recoger algunas de sus observaciones.
1)    Las tres iglesias fueron construidas, poco más o menos, al mismo tiempo, no habiendo pruebas de que una fuera acabada antes que las otras dos, para poder servirles de modelo.
2)    Sus dimensiones son “bastante comparables”, pues su “longitud se establece alrededor de los 80 m.; y su anchura (nave principal y colaterales), alrededor de 18 ó 20 m.”.
(Aclaremos estas vaguedades. Sólo la de Fitero tiene 80 m. de longitud interior, peus la de La Oliva tiene 73; y la de Veruela, 77. Y, en cuanto a la anchura interior, la de Fitero es de 22,80 m.; la de Veruela, 19,25; y la de La Oliva, 22,97.
3)    En las soluciones adoptadas para resolver el problema de la pluralidad de altares, “nada recuerda a Morimond, donde el arquitecto dispuso unas capillas cuadradas alrededor de un vasto santuario rectangular; ni tampoco a la Escale-Dieu, donde el santuario, asimismo rectangular, está flanqueado por los dos brazos de un crucero bajo en el que están abiertas unas capillas cuadrangulares de macizas paredes”.
4)    El interior de los tres templos se caracteriza, entre otras cosas, por la carencia de arcos formeros; y el exterior, por la ausencia de arbotantes primitivos, pues los dos que se ven en Fitero en el muro N., del coro y solo otros dos que hay en Veruela, en la conexión del ábside y del santuario, son de construcción tardía.
5)    En los tres templos, los arquitectos resolvieron de manera diferente el problema de la adaptación de las bóvedas de crucería de ojivas a los elementos de sostén.
6)    Las cabeceras de Fitero y de La Oliva están respaldadas por anchos contrafuertes, mientras que las absidiolas de Veruela no tienen ninguno.
7)    Las puertas de los monjes y las portadas occidentales de Fitero y de Veruela son románicas, en tanto que la portada occidental de La Oliva conserva “el espíritu románico, pero traducido en formas góticas”.
8)    En cuanto a la ornamentación arquitectónica, “la impresionante rudeza y desnudez de los capiteles y voladizos de Fitero, reducidos generalmente a simples volúmenes geométricos, contrasta de una manera tan evidente como asombrosa, con la decoración interior de La Oliva y de Veruela en la que se notan “ligeros aflojamientos de la disciplina inicial del Císter”.
9)    La Sala Capitular de La Oliva es la “más auténticamente cisterciense”; la de Veruela, la más elegante; y la de Fitero, la más armoniosa.
10)           La última observación que recogemos de Mr. Crozet, es la que se refiere a la pretendida escuela arquitectónica hispano-languedociana, inventada por su eminente compatriota, el arqueólogo Elie Lambert, y acogida por otros arqueólogos de aquende y allende los Pirineos (34), a la cual pertenecerían los monumentos cistercienses de las provincias eclesiásticas de Auch y de Narbonne, en Francia, y las abadías de Poblet, Santes-Creus, Veruela, Fitero, La Oliva, Valbuena y Santa María de Huerta, en España. Mr. Crozet no ve en ninguna de ellas elementos arquitectónicos cistercienses, procedentes del Languedoc, pues varias iglesias románicas españolas más antiguas, como las de Irache, Santa María la Real de Sangüesa, Tudela, Sos y algunas partes de San Miguel de Estella ofrecen ya un total de experiencias de bóvedas de ojivas, muy comparables a las realizadas por los maestros de obras cistercienses; y varias de ellas presentan asimismo robustos pilares de columnas agrupadas, análogas a los de La Oliva. Por otra parte, ¿dónde encontraríamos en el Languedoc –se pregunta Mr. Crozet- tantas iglesias románicas con deambulatorio, como se ven en la arquitectura cisterciense implanta en España? Por lo demás, la Escale-Dieu, en el país gascón, es una anomalía cuyos caracteres auténticamente claravalianos no franquearon los Pirineos; y Flaran, con quien compara a La Oliva Elie Lambert, y que se encuentra en el Languedoc, es un artículo de importación, debido a las iniciativas cistercienses[35].
No hay duda de que los constructores del templo de Fitero tuvieron en cuenta, al menos, hasta cierto punto, los modelos cistercienses de allende los Pirineos, como era natural. Uranga e Iñiguez escriben a este propósito que, en Navarra, son tipos bernardos: La Oliva, imitada de Cîteaux; y Fitero, de Clairvaux (Claraval)[36]. Aclaremos esta afirmación, que es un poco equívoca, pues la iglesia de Claraval, construida por San Bernardo, entre 1135 y 1145, fue transformada y agrandada, después de su muerte, entre 1154 y 1174. La Bernardina tenía una cabecera pequeña, de planta cuadrangular, y carecía de deambulatorio. Evidentemente la de Fitero no fue imitada de ella. Al transformarla, se demolió esa cabecera y se sustituyó por otra mayor, consistente en un santuario semicircular y un gran deambulatorio. Sin duda, Uranga e Íñiguez se refieren a ésta; pero hay que advertir que sus dimensiones eran –pues ya no existe- mayores que las del templo de Fitero, pues tenía 100 m. de longitud, 10 tramos en las naves central y laterales, 9 capillas en el deambulatorio, un crucero de 50 m. de largo, con 8 capillas laterales, sin contar otros detalles.
Desde luego, la iglesia de Fitero siempre tiene más o menos semejanzas con las demás cistercienses, nacionales y extranjeras, por pertenecer a la misma familia artística. Así, por ejemplo, a pesar de las diferencias señaladas por Crozet, coincide con su matriz de la Escale-Dieu, en tener tres naves de seis tramos (aunque la de Escale-Dieu sólo tiene ahora cinco, por haber sido destruido el primero, así como la fachada, en las Guerras de Religión); en tener un crucero, con dos capillas a cada lado; en carecer de columnas, tanto en la nave central como en las laterales, etc.; pero, por otra parte, las dimensiones de la Escale-Dieu son más pequeñas y su santuario es rectangular, carece de deambulatorio, etc.
La decantada desnudez ornamental del templo de Fitero también se encuentra y, a veces, más acentuada, en el mismo de la Escale-Dieu, así como en los también franceses del Thoronet, Senanque, Clermont, Melleray, etc.
Y en cuanto a la grandiosidad de la iglesia fiterana, hay que hacer constar que, en la Edad Media, había en Europa algo más de una veintena mayores que ella, como las de Cîteaux, Claivaux, Foigny, Longpont, Morimond, Pontigny, Royaumont, etc., en Francia; la de Ebrach, en Alemania; las de Aulne, Les Dunes y Villers, en Bélgica; las de Byland, Fountains y Riévaulx, en Gran Bretaña; y la de Alcobaça, en Portugal; pero la mayoría de ellas han desaparecido o están en ruinas, de manera que, en la actualidad, sólo sobrepasan netamente en proporciones a la de Fitero, la francesa de Pontigny y la portuguesa de Alcobaça, igualándola, poco más o menos, las españolas de Poblet (Tarragona) y las Huelgas de Burgos; siguiéndolas muy de cerca las de Veruela y La Oliva, en España, y la de Eberbach, en Alemania.



Abadía de Fontfroide (Narbonne) https://www.fontfroide.com/

Refiriéndose a la iglesia francesa de Fontfroide, más pequeña que la fiterana, pero imponente también por la altura y anchura de su nave central, escribe el P. Dimier: “De todas las iglesias cistercienses de Francia (se refiere a las que quedan en pie) es quizá la que más da esa impresión de potencia y majestuosidad, como ciertas iglesias de España, empezando por la de Poblet, filial de Fontfroide, y sobre todo, la de Fitero, filial de la Escale-Dieu”[37].
Una de las singularidades de la iglesia de Fitero es el empleo exclusivo de gigantescas pilastras, como soportes de los arcos que cruzan la bóveda de la nave central. Esta disposición es muy rara en las construcciones cistercienses, las cuales utilizan ordinariamente columnas, pero no solamente pilastras; y los pocos templos que las emplean, también en exclusiva, no lo hacen como en Fitero, donde arrancan prácticamente a nivel del suelo, elevándose a mayor altura que las arcadas y que la imposta general de la nave. Lo corriente es que tengan menos altura que las fiteranas, ya sea que sobrepasen las impostas propias de las arcadas, sin alcanzar la altura de las claves de estas últimas, como en Aiguebelle (Francia), ya sea que apeen en las mismas impostas de las arcadas, como en Eberbach (Alemania) o todavía más abajo, pero sin llegar hasta el zócalo, como en Santes Creus (Cataluña).
Añadamos, para terminar, que de als 49 iglesias cistercienses más importantes de Francia y de las 50 de otros países del Continente que estudia el P. Dimier, ninguna tiene como la de Fitero cabecera con cinco capillas de frente y girola con otras cinco absidales, de manera que la afirmación de Lampérez de que, en este aspecto, es ejemplar único en España, tal vez valga para toda Europa.
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[1] Tumbo, f. 507. A.H.N.
[2] El Arte románico en Navarra, VII, p. 593.
[3] Summa Artis, v. XI, p. 4. Espasa-Calpe, Madrid, 1953, 2ª edición.
[4] Ob. cit., Bol. De la R. A. de la Historia, f. 46, p. 298.
[5] Libro de Cuentas e Informaciones de la Parroquia, desde 1968, f. 40. A.P.F.
[6] Tumbo, f. 507. A.H.N.
[7] Es la fecha que da el P. Moret en sus “Anales del Reino de Navarra” (LIb. XXI), correspondiente a la “III Idus Maji”; pero la que consigna Fr. Manuel de Calatayud en sus “Memorias”, dice “III Kalendas Maii”; o sea, el 29 de abril.
[8] Ob. cit., p. 459.
[9] Ob. cit., f. 61.
[10] Ob. Cit., p. 26.
[11] C. XV, f. 727.
[12] C. XV, f. 728.
[13] Sociedad Laureada, t. VII, p. 511.
[14]  Index topographique. Paris, 1965.
[15] Ob. cit. II, Historia, p. 290.
[16] Ob. cit., p. 299.
[17] Table générale alphabétique. Fitero. Paris, 1949.
[18] P. 41, nº 34 de la revista Zodiaque, 1971.
[19] Ob. cit., p. 348
[20] Ob. cit., p.328
[21] Ob. cit., p.334
[22] Ob. cit., p. 460.
[23] Ob. cit., p. 298.
[24] Ob. cit., p. 299.
[25] Ob. cit., p. 298-299.
[26] Ob. cit., VII, p. 593.
[27] Cluny III, en Bull, monum., pp. 248-249.
[28] Ob. cit., p. 298.
[29] Hacemos esta suposición en base a la conservación más que probable de la primitiva portada del templo raimundano y a la curiosa desigualdad de alturas que se observa en los zócalos de los primeros tramos de las naves laterales, rectificada en la nave izquierda, aunque no del todo, a partir del tercer tramo.
[30] Ob. cit., p. 456
[31] Y también, las de Moreruela (Zamora) y Melón (Orense).
[32] Ob. cit., p. 300.

(33) Ob. cit., p. 300

(34) Elie Lambert, L´Art gothique en Espagne aux XIII et XIV siècles. Paris, 1931. Marcel Durliat, El Arte Románico en España (traducción), pp. 28 y 39. Barcelona, Editorial Juventud, 1972. 2ª edición.

[35] Recherches sur l´architecture monastique en Navarre et en Aragon, p. 298.

[36] Arte medieval navarro, v. IV, p. 12.

[37] L´Art cistercien, France, p. 229.




SEGUNDA PARTE

LAS CONSTRUCCIONES DE LA EDAD MODERNA

CAPÍTULO I

EL CLAUSTRO BAJO

SU ESTRUCTURA GENERAL Y DIMENSIONES

El Claustro Bajo fue iniciado en estilo románico, en la segunda mitad del siglo XII o a principios del XIII, y ampliado y reconstruido en el siglo XVI, en estilo gótico-plateresco. El P. Anselme Dimier, exagerando un poco la nota, escribe que es “del más puro estilo flamígero”[1]. No tanto, pero es hermoso.
Su planta es un cuadrado de 31,10 m. de lado; y por tanto, su perímetro es de 124,00 m. y su superficie total, incluyendo el jardín, es de 967,21 metros cuadrados. Sus cuatro galerías miden 4,20 m. de anchura y 5,50 m. de altura. En cuanto al jardín, su superficie aproximada es de unos 350 metros cuadrados.
La galería oriental consta de 7 arcos; y las otras tres constaban originariamente de 6 cada una, totalizando 25; pero los derrumbamientos ocurridos, a principios de este siglo, en el ángulo S.O., los redujeron a los 22 actuales. Naturalmente los arcos de la galería oriental son más estrechos que los de las otras tres crujías; y los adyacentes a los cuatro ángulos del claustro son, a su vez, más estrechos que los restantes, en las cuatro galerías. Por lo demás, todos los arcos son ojivales. Su altura es de 4 m. y su luz ordinaria es de 2,10 m. en la galería E., y de 3,15 m. en las demás.
Las bóvedas de las cuatro galerías son estrelladas, pero de distinta estructura figurativa, llamando, a primera vista, la atención sus numerosas claves esculpidas, de tres tamaños diferentes, las cuales sumaron originariamente 256; pero sólo quedan en pie 235, distribuidas del modo siguiente: 54 en la crujía oriental, 57 en la meridional, 25 en la occidental y 99 en la septentrional. Sólo las bóvedas de las galerías del E. y del N. tienen completas sus claves, pues las 21 restantes, correspondientes a las del O. y S. se desprendieron en los hundimientos de referencia, conservándose amontonadas en el hueco de la antigua puerta cegada de la cocina conventual, situada en el ángulo suroeste.

LA PORTADA INTERIOR

La entrada al Claustro Bajo es exteriormente un vano sencillo, abierto en el sexto tramo del muro meridional de la iglesia, al término de la nave lateral derecha; es decir, debajo de la plataforma del órgano. Su portada interior es otra cosa distinta. Está situada al N. del reciento claustral, junto al ángulo N.E. y es de estilo románico. Lástima que esté bastante deteriorada. El investigador francés René Crozet ha escrito con razón: “Es una puerta que nosotros diríamos perfectamente románica” (2). Y en efecto, lo es. Tiene un bello arco de medio punto y dos arquivoltas, apoyadas respectivamente sobre dos pares de columnitas adosadas. Sus fustes están ya desgastados y tienen 0,87 m. de altura, terminando en capiteles decorados sencillamente con piñas y palmetas (izquierda) y con hojas planas y volutas (derecha). No tiene tímpano y la clave del arco es un crismón, inscrito en un círculo, y éste, a su vez, en un rectángulo, con un botón en cada ángulo. El crismón es de tipo latinizado, el cual no sólo lleva entrelazadas las dos primeras letras griegas mayúsculas del nombre de Cristo: una X y un P, sino que la X está flanqueada por la primera y la última letras minúsculas del alfabeto griego: alpha y omega, y la P forma una cruz y lleva al pie una S., que es la inicial de Salvator.
Así, pues, quiere decir Cristo Salvador es el alfa y omega, o el principio y fin de todo; o sea, Jesucristo es Dios y Salvador.
También se llama a este tipo de crismón, jaqués (de Jaca), por ser un elemento ornamental del románico navarro-aragonés del siglo XI.

LA GALERÍA ORIENTAL

Es la más antigua y, en general, la mejor conservada. Consta de nueve tramos y de siete arcos, que dan al jardín y descansan sobre un macizo basamento de piedra de 1,20 m. de altura y 0,75 m. de espesor, lo mismo que los arcos de las tres crujías; pero los pilares y capiteles corridos de la oriental son los más artísticos de todas.
Los pilares están respaldados por sendos contrafuertes, a excepción de los dos extremos. Aparecen adornados, de frente, con siete columnitas adosadas, de diferentes relieves, montadas sobre pequeños plintos de variadas molduras; y lateralmente, por otras cuatro (un para a dada lado), constituyendo un bello conjunto. Desgraciadamente su deterioro es muy visible.
Capitel corrido del Claustro Bajo

Lo mismo ocurre con los magníficos capiteles corridos que coronan estos pilares, hasta el arranque de las nervaduras de la bóveda. El 1º y 8º, por no tener detrás contrafuertes, dan – o mejor dicho, daban- la vuelta completa a los pilares y son los más interesantes. El primero, situado en la esquina con la crujía norte, representa la recepción procesional de un nuevo Abad, precedido por el clero y seguido por el pueblo, tal como se hacía en tiempos del gobierno abacial. Este capital debió tener al principio unas 25 figuritas: 18 del clero y 7 del pueblo; pero sólo se conservan, en relativo buen estado, 15 del primero y 7 del segundo, distinguiéndose perfectamente al Abad, al Prior, a los demás monjes, a los acólitos, al Alcalde, a los jurados, etc.
Los capiteles corridos de los pilares 2º y 3º están adornados con grutescas, bastante deterioradas; los de los pilares 4º y 5º, con cabezas de ángeles alados y con animales fantásticos; el del 6º, con mascarones y análogas bichas retorcidas; y el del 7º, ya más desgastado, con la misma decoración que el 4º. Finalmente el 8º, situado en la esquina con la galería sur, representa la creación del mundo. El Creador aparece de pie, vestido con una túnica y un amplio manto, y tocado con una tiara cónica oriental. Tiene el brazo derecho extendido en un gesto de acompañamiento a sus Fiat, y con la mano izquierda, sostiene una pequeña esfera del mundo, rematada en una pequeña cruz. Este capitel debió ser magnífico; pero está lamentablemente destrozado, por la blandura de la piedra calcárea que se utilizó. Por lo mismo, sólo se distinguen bien algunas escenas; y del mismo Creador, únicamente se conservan cuatro estatuillas, cuando debió tener, por lo menos, seis. La historia esculpida va de izquierda a derecha; o sea, del S.E. al S.O., dando la vuelta completa al voluminoso pilar. Al principio, sólo figuran un ángel y un búho, animal nocturno que simboliza las tinieblas; y a continuación, se ve al Creador, procediendo a la creación sucesiva de la luz, el firmamento, etc., según la versión del Génesis. Se distinguen borrosamente el firmamento, el sol, las estrellas, un espacio horadado que debió representar la separación de las aguas y de las tierras… En cambio, se conservan muy bien la tierra poblada solamente de plantas y, a continuación, de árboles, aves, y animales terrestres… La escena de la creación del hombre también está mutilada; pero aún se percibe a Adán desnudo. En el dorso del pilar, aparecen, como escena final, Adán y Eva vestidos, y, al parecer, dándose las manos. Eva lleva una cesta de frutas, en la mano izquierda, y entre ellos, se adivina, más que se ve, una serpiente erguida.
De las impostas de los arcos, emergen sendos haces de siete, seis y cinco nervios moldurados, que se despliegan y entrelazan en la bóveda, anudados por claves, formando en cada tramo una bella constelación. Consiste ésta en una cruz griega en cuyo centro campea una clave o medallón de 24 cm. Además los arcos transversales, que separan los tramos de todas las galerías, llevan sendos medallones de este último tamaño, en los vértices de sus ojivas. Todas las claves están finamente labradas y representan figuras variadas: cruces, páteras, hojas, hélices, estrellas, corolas, escudos, víboras y cabezas humanas. Las que más abundan en esta galería, son las cruces, de las formas más heterogéneas, de manera que podría ser denominada la galería de las cruces. Su forma más repetida, y casi exclusiva de esta crujía, es la de hojas vegetales convencionales, recortadas en forma crucial y atravesadas por dos nervios que, a su vez, forman otra cruz inferior, con extremidades tripartidas en forma de crucecitas.
Exteriores de los claustros

Para que el visitante pueda identificar fácilmente estas claves, vamos señalar las más curiosas de cada tramo.
En el tramo 1º, la clave más interesante es la central, la cual encierra nada menos que 7 cruces, en un complicado dibujo geométrico. En las claves menores de su constelación, merecen señalarse una estrella de David (de 6 puntas), encerrada dentro de otra estrella de 12; una corola de 15 pétalos y una cruz ancorada sobre otra griega.
La clave del arco transversal que da paso al segundo tramo, representa ya la 1ª hoja recortada en forma crucial, que hemos descrito. En el 2º tramo, las figuras de los medallones son menos complicadas. El central sólo exhibe una hélice tetrarradial en movimiento, con coronas de volantes; y los menores, una estrella de cinco puntas y tres corolas.
La clave central del tramo 3º está ocupada por una gran cruz flordelisada; y una de las menores –curiosa, por ser ejemplar único en todo el claustro- por dos víboras, de ondulaciones circulares.
La clave central del 4º tramo ostenta un emblema dominicano. Está formado por una cruz latina y un contrario, colocado paralelamente y cruzado por una gran S achaparrada. Una serpiente, con la cabeza hacia abajo, cuelga del palo vertical de la cruz y de las partes anteriores de la S. Las tres cuentas son un símbolo del rosario; la cruz latina representa evidentemente a Jesucristo; la 5 quiere decir Salvador; y la serpiente representa al demonio., Así, pues, dicho emblema puede traducirse de este modo: la cruz de Jesucristo y el rosario nos salvan de las acometidas de Satanás.
Entre las claves menores de su constelación merecen observarse una cruz de Malta y dos hojas recortadas, en la forma crucial ya conocida.
En el 5º tramo, el medallón central representa una gran cruz ancorada y floronada, con el anagrama de Cristo; y entre los menores, llaman la atención una hoja vegetal, muy bien tratada, y una flor, con 19 sépalos y 9 pétalos.
El 6º tramo muestra en la clave central un escudo nobiliario cuartelado, con bordura de ocho escudetes con fajas. En los dos cuarteles superiores, aparecen un lobo (en el derecho) y un castillo con cinco almenas (en el izquierdo); y en los dos inferiores, las mismas figuras, pero en sentido inverso. Es el blasón del abad Fr. Martín de Egüés y Pasquier, el cual fue el que llevó a cabo la reconstrucción plateresca de esta galería. En los medallones menores, se ven dos rostros humanos: uno de un viejo con barba larga y partida, y cabello enmarañado; y otro, de un hombre maduro, pero sin barba. Podrían representar personajes bíblicos; pero esto no pasa de ser una mera conjetura, pues también podrían ser las caras de dos mazoneros.
En el tramo 7º, ocupa la clave central un rosetón; y el resto de la constelación, un niño sacando la lengua, una cabeza fina de joven, una hélice y una flor estilizada.
El medallón central del tramo 8º repite el escudo nobiliario del abad Egüés el Viejo; y uno de los menores, el emblema dominicano del tramo 4º, mientras que otro representa a dos lobos, con la lengua fuera, marchando paralelamente hacia la izquierda, entre dos bezantes, dentro de un cuadrilátero de lados cóncavos.
Por fin, en el tramo 9º, la clave central representa un cáliz floral abierto, de nueve sépalos, con nervios finos de extremidades cruciales; y las claves menores, dos hélices, una corola, y un lobo linguado brochante al tronco de un árbol frondoso.
Para terminar la descripción de esta galería, destaquemos la variedad y riqueza de las 12 ménsulas en que apean los haces de nervios de la bóveda, a 2,50 m. de altura sobre el suelo. Son las más artísticas y mejor conservadas de todo el claustro. En su mayoría, representan angelitos, grutescas o mascarones de fino dibujo y desbordadas fantasía. Como el describirlas detalladamente ocuparía demasiado espacio, nos limitamos a llamar la atención únicamente sobre las siguientes: la 4ª, que representa un rostro de diablo entre llamas, las cuales, sin embargo, no le chamuscan su magnífico bigote ni sus cabellos erizados; la 6ª, con la cabeza de un angelito alado, descansando sobre la tapadera de un jarrón, frente a las caras barbadas y alargadas de dos ancianos; la 7ª, con una cesta de flores y verduras, hacia la que dirigen sus ojos y alargan sus lenguas dos animales fantásticos; y la 11ª, con otra cara demoniaca, que tiene el mentón apoyado sobre un copón, y de cuya boca salen dos cintas o bridas, las cuales enlazan lateralmente sendas cabezas de caballos.
Anotemos todavía como detalle curioso que todos los rostros humanos y diabólicos de las ménsulas de esta galería tienen narices de buen tamaño, mientras que las angelicales son todas chatas.

LA GALERÍA MERIDIONAL

Está bastante deteriorada y sólo consta de 5 arcos, pues el 6º desapareció con el hundimiento predicho. Sus pilares son menos voluminosos y tienen una ornamentación arquitectónica diferente de los de la crujía oriental. Constan de tres pares acodillados de columnas geminadas. Sobre ellos se alza un arquitrabe poliédrico y moldurado, y, sobre éste, curiosos frisos en relieve. Los fustes de las columnas son lisos, tienen 90 cm. De altura y 40 cm. De circunferencia y sus capiteles son compuestos. Uno de los tres pares de columnas está de frente y los otros dos, a los costados. Los laterales ostentan las mismas figuras; y el frontal, otra diferente.
Este revestimiento de los pilares de esta galería fue el originario, pues en la actualidad, ninguno lo conserva ya completo. En efecto, del pilar primero ha desaparecido toda huella decorativa. El pilar 2º solo conserva el esqueleto carcomido de dichos elementos ornamentales y tan sólo se distingue, en el costado O., la cara de un ángel alado. El pilar 3º es el mejor conservado. Su friso frontal ostenta una calavera; los intermedios, hojas de acanto y dibujos caprichosos; y los laterales, se3ndas cestas de frutas que picotean dos animales fantásticos. El pilar 4º está más deteriorado, pero todavía se distinguen bien, en el friso frontal, la cabeza de una muchacha tocada con artístico turbante; en los intermedios, rosas y escudos; y en los laterales, un rostro de hombre maduro, bien enmelenado y embigotado, entre dos animales quiméricos de largos picos abiertos. Finalmente, del pilar 5º, sólo se conservan las columnas frontales y del costado derecho –una de éstas, muy carcomida. Sus capitales y frisos están muy deteriorados y el único detalle interesante es una bella urnita funeraria.
En realidad, lo más importante y mejor conservado de esta crujía es la parte de su bóveda, que queda en pie. De las impostas de sus arcos emergen haces de 7 nervios que, al desplegarse por aquélla, forman, en el centro, dos cruces griegas desiguales que se cortan y cuyos cortes son anudados por sendos medallones en sus extremos, de manera que estas claves, junto con la del centro, forman una constelación de nueve estrellas, de tres tamaños distintos: la mayor de 36 cm. De diámetro; las medianas, de 24 cm.; y las menores, de 18 cm. Esta bella constelación aparece flotante sobre cuatro espléndidas semi-corolas de pétalos, que se alzan en los cuatro ángulos de cada tramo.
Por las figuras de sus claves, se podría llamar a esa crujía la galería de los retratos, pues ostentan 16 rostros humanos. Primitivamente tuvo 62 medallones, pero sólo quedan en pie 57. La clave central del tramo 1º tiene la figurara destrozada, siendo probable que fuera el escudo del convento; pero no lo aseguramos. Las claves medianas exhiben cuatro caras femeninas: una, muy hermosa; y dos, bastante deterioradas, probablemente de mujeres del Antiguo Testamento; y las claves menores, estrellas de ocho puntas.
El tramo 2º ostenta, en el centro, una magnífica efigie de David tocando el salterio, haciéndole la corte una constelación de flores de lis y de dibujos geométricos cruciales.
En el tramo 3º, la clave central representa el escudo nobiliario del abad, Fray Martín Egüés el Joven. Es cuartelado y lleva en el cuartel superior derecho, una torre señorial con cinco almenas, y en el izquierdo, un árbol frutal con seis ramas; en el cuartel inferior derecho, un lobo rampante; y en el izquierdo, cinco estrellas de siete puntas. Los medallones medianos muestran cuatro rostros masculinos no identificados; y los menores, cuatro corolas.
El tramo 4º contiene en su clave central una buena efigie de San Bernardo, con un báculo en la mano derecha, identificándolo la abreviatura S. BES, (Sanctus Bernardus). Lo rodea una constelación de monjes y de cruces; estas últimas son curiosas, por estar formadas por las extremidades de cuatro flores de lis, inscritas en tres medallones.
El tramo 5º repite, en la clave mayor, el blasón de Fray Martín Egüés el Joven, rodeado, en las medianas, por corolas; y en las pequeñas, por hélices.
Por fin, el tramo 6º está mutilado y sólo muestra, en el medallón central, un angelote alado; y en dos menores, un fraile y un seglar.
Como en la galería oriental, las nervaduras de la meridional se recogen en haces, en el muro de enfrente, apeando en ménsulas análogas, actualmente desaparecidas o muy destrozadas. Sólo se conservan relativamente bien la 3ª y la 4ª: aquélla con un angelito rollizo sedente; y ésta, con una especie de capitel compuesto, formado por hojas de acanto, con volutas superpuestas y una rosa en medio.

GALERÍA OCCIDENTAL

Es la más deterioradas y menos interesante de todas. Sólo tiene cuatro arcos, faltándole dos. La estructura de los pilares que quedan en pie, es la misma de los pilares de la crujía meridional; pero el primero de ellos sólo tiene restos de una columna carcomida y únicamente el segundo conserva los tres pares de columnas geminadas, aunque dos están asimismo muy carcomidas. Además los adornos de sus capiteles han desaparecido por completo y sólo quedan las cabezas de ángeles alados de los frisos laterales; y una bella efigie de monje, en el frontal. Los intermedios tienen hojas y corolas convencionales.
El pilar tercero conserva únicamente las dos columnas del frente y una del costado izquierdo, muy desgastadas; y en igual mal estado, se encuentran los bucráneos de los frisos laterales, el angelote del frontal y las hojas y corolas de los intermedios.
Por fin, el pilar cuarto no conserva ninguna columna y sus frisos se encuentran también muy desgastados. El frontal exhibe un rostro humano entre dos dragones; los laterales, medallas con efigies de monjes (la derecha bastante bien conservada); y los intermedios, figuras con volutas.
El deterioro de esta galería es todavía mayor en lo que respecta a sus ménsulas de apeo, pues, únicamente en la segunda, se distingue una cara de angelote.
En cambio, las bóvedas correspondientes a los arcos que quedan en pie, se conservan bastante bien. Los haces de siete nervios que se despliegan por ellas, forman, con la ayuda de pequeños listones adicionales, una cruz griega en el centro, y cuatro grandes mitras abaciales. Las constelaciones son pequeñas, pues sólo constan de una clave mayor en el centro de la cruz y cuatro menores, en sus extremidades, sin contar las cinco de los arcos transversales que separan los tramos. En total 25. Pero carecen de originalidad, pues se limitan a repetir figuras de las galerías anteriores. Los medallones centrales de los tramos 1º, 2º y 4º, que corresponden a los arcos que subsisten, reproducen el escudo señorial del Abad, Fray Martín de Egüés el Joven, y los menores repiten corolas, hélices y dibujos geométricos, ya vistos. El tramo 3º reproduce, a su vez, el angelote central y los dos rostros (uno de fraile y otro de seglar) del tramo 6º de la galería meridional, y además dos cabezas de león que constituyen la única novedad.
Conserva sus seis arcos primitivos y la estructura fundamental de las demás crujías, pero la decoración de su bóveda es la más complicada y artística de todas. En cambio, sus pilares son los más desnudos y peor conservados del claustro. Dudamos un poco de que no tuvieran adosadas primitivamente columnas ornamentales de ninguna clase, como las que se ven en las otras galerías, lo que evidentemente habría desdicho de la armonía del conjunto claustral; pero es el que caso que, si las tuvieron, no se conserva de ellas el menor rastro ni aparece indicio alguno, en los tableros lisos y ligeramente moldurados en sus bordes, que ostentan actualmente los pilares: la mayoría, estropeados o mal remendados, en su frente y en sus costados.
De todos modos, quedan, debajo de las cornisas, restos de algunos frisos, siendo el más interesante el Friso de la Muerte del 2º pilar, partiendo del N.O. La cara frontal representa el carro de la muerte, tirado por dos caballos alados. Dentro de él, se ve a un difundo cuyas manos esqueléticas sostienen una cinta desenrollada que dice: “Respice finem” (Mira el final). La cara lateral derecha del espectador representa a un anciano flotante, que se dirige horizontalmente, hacia el carro, portando una calavera; y la cara lateral izquierda, a un niño, en la misma actitud, con lo cual se quiere significar que la muerte no respeta edad.
En los restos del riso del pilar 3º, sólo se distingue una cabeza humana con pendientes; y el friso del 4º pilar, que es el mejor conservado, ostenta al frente una cabeza de ángel alado, flanqueada por dos dragones; y en los costados, otras cabezas análogas, flanqueadas, en el derecho, por dos animales quiméricos retorcidos; y en el izquierdo, por otros dos animales fantásticos, con cabezas de machos cabríos. Ahora bien, lo verdaderamente notable de esta galería es la decoración nervada de los siete tramos de su bóveda, obra de un dibujante tan ingenioso como consumado. En efecto, los cuatro grandes corazones unidos, que resaltan a primera vista en cada tramo, están formados –y esto sólo se descubre mediante una atenta observación- por 8 grandes báculos abaciales, tangentes por las curvaturas, y unidos por los extremos, que acaban en vértices de arcos conupiales. De los puntos en que comienzan las curvaturas de dichos báculos, parten sendos listones, que, a su vez, forman, en el centro de la bóveda, una cruz griega. Las intersecciones de estas figuras van anudadas por claves, de los tres tamaños ya registrados en la galería meridional, formando una constelación de trece estrellas: la clave mayor, en el centro de la cruz griega; cuatro medianas, en sus extremidades; y ocho menores, alrededor de éstas.
Bóveda de la crujía Norte del Claustro Bajo

Por supuesto, es la galería que tiene más claves: 99 en total, y por lo mismo, la más vistosa. Además, estas claves se conservan bien y están perfectamente labradas.
En el tramo 1º, empezando por el N.O., la clave central ostenta una cabeza de angelote; las cuatro intermedias, curiosos trenzados, formando cruces de brazos circulatorios, con una borla en cada centro; y las ocho menores, estrellas de ocho puntas y corolas de una docena de pétalos.
El tramo 2º, exhibe, en el medallón central, la efigie de San Pedro con las llaves, el cual se identifica además por las letras S.PE (detrás de su nuca) y TRS (frente a su nariz); es decir, Sanctus Petrus. Lo rodean, en los intermedios, cuatro personajes hebreos no identificados; dos con barba y otros dos sin ella; y en los menores, angelitos, hélices y corolas.
En el tramo 3º, el medallón mayor está ocupado por un angelote; los medianos por dragones entrelazados y afrontados, enseñándose los dientes; y los menores, por estrellas de ocho puntas, hélices y una corola.
En el tramo 4º, San Benito aparece en la clave central, con el báculo en la mano derecha, identificándolo las letras S.BTS (Sanctus Benedictus). Lo rodean, en las intermedias, cuatro jarrones de flores decorados; y en las extremas, corolas y dibujos geométricos.
El tramo 5º ostenta, en el centro, una magnífica efigie del profeta Elías, al que se identifica por las letras HELI, frente a su nariz, y AS.P, detrás de la nuca. Los medallones intermedios ostentan grandes corolas; y los menores, cuatrifolios y corolas de más de una docena de pétalos.
En el tramo 6º, la clave central está ocupada por una estupenda Águila de Patmos, la cual sostiene desplegada, con el pico y con las patas, una cinta en la que se leen las primeras palabras del Evangelio de San Juan: “In principio erat Verbum”. La rodean cuatro intermedias, con dibujos geométricos, en cuyo centro campea una pequeña corola; y las ocho menores, con hélices y corolas.
Finalmente el 7º tramo ostenta en el centro el ya descrito escudo señorial de Fray Martín de Egüés el Joven; y en los demás medallones, seis cruces (entre ellas una teutónica, otra de Malta y dos de hojas recortadas en forma crucial), la estrella de David, y corolas, hélices y círculos concéntricos.
Añadamos que las ménsulas del muro en que apean las nervaduras de la bóveda, son todas iguales y se reducen a un capitel compuesto, formado por hojas de acanto y volutas superpuestas, con una rosa en medio de la parte superior y una pequeña corola en la base.

LOS ANTIGUOS LIENZOS PINTADOS DE SAN BERNARDO

En tiempos pasados, la parte alta y lisa de los muros del claustro, por lo menos, a partir de la galería meridional, a 2,50 m. de altura sobre el pavimento, estuvo cubierta de lienzos pintados, que representaban escenas de la vida de San Bernardo. Todavía quedaban en mi infancia algunos, hechos ya jirones. Debajo de ellos había leyendas explicativas, de tres o cuatro líneas, como la que se conserva íntegra –y vale la pena de que se conserve-, en el ángulo S.E. Dicha leyenda, transcrita sin abreviaturas y con ortografía moderna, dice así: “La bendita Aleyda, madre de Nuestro Padre San Bernardo, preñada del Santo, soñaba que tenía en su vientre un perrito que ladraba mucho. Admirada y temerosa de la novedad, dio cuenta de ello a un santo varón, el cual dijo, con espíritu profético, que tendría por hijo a un gran santo, el que, con sus disputas y sermones, ganaría para su Creador muchísimas almas, para gloria de Dios”.
El primero y segundo tramos de crujía meridional también conservan, aunque casi borrado, algunos fragmentos de esas leyendas. Así, en el primero, aún puede leerse que San Bernardo resolvió “acogerse al puerto seguro de la religión” y, con tal fin, se dirigió al Monasterio del “Císter, donde el glorioso San Esteban, su abad, le dio el hábito”.
En el Inventario de 1835, se dice que esta colección Bernardina estaba ya “estropeadísima”.

LAS SEPULTURAS DEL CLAUSTRO

Es más que probable que este claustro sirviera antiguamente de cementerio de los monjes, o, por lo menos, de los abades, como lo demuestran las seis sepulturas, encuadradas en el pavimento por rectángulos de madera, que se ven frente a la entrada de la Sala Capitular, y la que se halla en el interior de ésta, casi a los pies del escaño presidencial, así como los cinco arcosolios, abiertos en el muro septentrional, en el que aún se conservaban los esqueletos, a mediados del siglo actual. Dichos arcosolios están a 1,45 m. de altura sobre el suelo y miden 2 m. de longitud, 0,55 m. de anchura y 1 m. de profundidad, teniendo sus arcos una sagita de 1,21 m. En uno de ellos, se encontró un hermoso Crucifijo renacentista, colocado sobre el pecho de un esqueleto, que bien pudiera ser el del abad Fr. Martín de Egüés y de Gante, según conjetura Faustino Menéndez-Pidal de Navascués[3]. ¡Quién sabe!
Hasta no hace muchos años, estos arcosolios estuvieron tapados por sendas capas de yeso, el cual cubría todo el muro liso de esa galería.

EL JARDIN

No sabemos a ciencia cierta el destino que se dio, en los siglos pasados, a estas tres áreas y media de terreno, pues lo mismo pudieron servir de simple jardín de adorno, como de huerto de frutas y hortalizas y hasta de cementerio de los monjes profesos ordinarios y de los conversos. Según Aliaga, en 1851, se plantaron en este jardín varios olmos[4]. En todo caso, hasta mediados del siglo XX, hubo allí algunos árboles, entre los que descollaba un espléndido nogal, plantado en el centro. Ahora bien, lo que abundaba, sobre todo, en aquel paraje, era la maleza y, especialmente, el escombro, hasta el punto de que, cuando en 1969, se decidió a limpiarlo el párroco D. Ramón Azcona, con la ayuda de algunos vecinos, se sacaron nada menos que 300 metros cúbicos de desechos, apareciendo entre ellos no pocos restos de la antigua vajilla del Monasterio.

EL POZO

Data de la Edad Media y se abrió precisamente en el ángulo S.O. del huerto, por su proximidad a la antigua cocina del convento, para cuyas necesidades se utilizaba su agua, así como para regar el mismo jardín. Su boca tiene 1,05 m. de diámetro y su profundidad, tomada desde su brocal, es de 8m. Todavía podría ser utilizado, puesto que no carece de agua. El acceso al pozo, así como el jardín, fue siempre el actual; es decir, la abertura del tramo 4º de la galería meridional, frente a la cual se observa todavía en el muro, una puerta cegada, por la que, en los siglos pasados, se salía y entraba al refectorio medieval del Monasterio.

NOTAS HISTÓRICAS

         El claustro primitivo estuvo, desde luego, emplazado en el mismo sitio que el de ahora, data de finales del siglo XII o comienzos del XIII y era románico, como lo demuestran la portada interior y la Sala Capitular, siendo más que probable que sus constructores fueran los mismos monjes legos franceses que edificaron, cuando menos, las partes más antiguas de la iglesia.
Ahora bien, ¿tenía las mismas dimensiones y estructura que el actual? No lo creemos. El Dr. Lletget y Cayla escribe que “el claustro presenta cinco distintas construcciones, que pertenecen a otros tantos estilos arquitectónicos: 1ª la construcción de la Sala Capitular, que es primitiva, de estilo bizantino románico, como demuestran sus arcos y capiteles (de ella nos hemos ocupado ya ampliamente, en la primera parte); 2ª la construcción de algunos machones y aun arcos de gusto ojival, propios del siglo XIV, así por su traza, como por su especial exorno; 3ª la construcción de la mayor parte de las bóvedas, debidas al último tercio del siglo XV; 4ª las indubitables restauraciones platerescas, realizadas en la primera mitad del siglo XVI; y 5ª la construcción de los machones exteriores y del cuerpo segundo (el sobreclaustro) que vino a poner en conflicto la existencia de todo el claustro, y es hoy su más terrible amenaza”[5]. En realidad, esta explicación es controvertible y no está documentada.
Ignoramos qué abades ordenaron las construcciones claustrales medievales y qué artesanos las realizaron; pero las restauraciones platerescas del siglo XVI fueron iniciativa de los abades tudelanos, FR. Martín de Egüés y Pasquier (1503-1540) y su sobrino carnal, Fr. Martín de Egûés y de Gante (1540-1581). El primero mandó restaurar la galería oriental; y el segundo, las otras tres.
Resumiendo las informaciones documentdas, suministradas por el cronista de la ciudad de Tarazona, D. José María Sanz Artibucilla[6], el Dr. José Ramón Castro, exjefe del Archivo General de Navarra[7] y el heraldista, D. Faustino Menéndez-Pidal de Navascués[8], anotaremos que la ornamentación plateresca de la galería oriental fue labrada principalmente por un escultor francés: Balthasar Febre, natural de Arrás, perteneciente entonces al Condado de Artois y hoy el Departamento del Pas-de-Calais. No tiene nada de extraño, pues a la sazón, trabajaban en España, y precisamente en Navarra y en Aragón, varios otros escultores franceses, como Etienne d´Obray, Pierre de Feu (Pierres de Fuego), Gabril Joly y Jean y Pierre Roger. En los documentos de la época, unas veces se llama a Febre “imaginero”; otras, “entretallador”; y otras, “mazonero”. Se ve que sobresalía en los tres oficios. Sanz Artibucilla asegura que Febre era “el más independiente artísticamente” de todos esos escultores franceses. Se casó en Tarazona con Catalina Redondo, viuda de Antón Romeo, y tuvo un hijo, que se llamó asimismo Baltasar, pero “no siguió la senda artística de su progenitor”. Baltasar Febre o de Arrás –que de las dos maneras se firmaba- trabajó mucho en Navarra, y el Dr. Castro da noticias de varias realizaciones suyas en Tudela y en Roncesvalles; pero “su obra de mayor envergadura” fue la del claustro del Monasterio de Fitero, en la que estuvo trabajando hasta mediados de 1545, en que murió. Entonces su viuda acudió a Pierres del Fuego, encargándole que tasase lo que tendría que abonarle Luis de Garmendía, continuador de la obra de Baltasar. Pierres vino a Fitero, inspeccionó lo hecho por Febre y dio después su dictamen. Este dictamen figura en el acta del Notario, Antón de la Mata, levantada el 30 de agosto de 1545, en Tarazona, donde vivía el “mazonero” Pierres, y en ella se dice que por “una obra de piedra y de mazonería y bultos” que había hecho “el imaginero Arrás, en la claustra” del Monasterio de Fitero, el “cantero” Luis de Garmendía debía de pagar a la viuda de aquél, “la honorable Catalina Redondo”, 18 ducados de oro. La restauración de las otras tres galerías del claustro (las del N., S. y O.) fue principalmente obra de Luis de Garmendía, ayudado quizá por el maestro cantero, Pedro de Artiaga, el cual trabajaba ciertamente en Fitero en 1567 e intervino en la construcción de la nueva iglesia de Cintruénigo.

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[1] L´Art Cistercien hors de France, p. 41
(2) Ob. cit., p. 298.
[3] “Fr. Martín de Egüés y de Gante”, manuscrito, f. II, A.P.F.
[4] Sebastián María de Aliaga, manuscrito, f. 142.
[5] “Monografía de los Baños y Aguas termo-medicinales de Fitero”, p. 21. Barcelona, Celestino Verdaguer, 1870.
[6] “El maestro entallador Pierres del Fuego”, en “Príncipe de Viana”, nº XV, pp. 147-58.
[7] “Escultores navarros”, en “Príncipe de Viana”, nº XVII, pp. 314-17.
(8] “Fr. Martín de Egüés y de Gante”, ff. 7, 10 y 11. A.P.F.

CAPÍTULO II

LA SACRISTÍA

DESCRIPCIÓN

Está situada al S. del ábside y empotrada parcialmente en él, penetrándose en su interior, a través de un vestíbulo, abierto en la antigua capilla extrema del brazo S. del transepto, de la que sólo queda un arco, a causa de su pequeñez y deterioro, y además, porque la mampara con que el cura ecónomo, D. Jesús Jiménez Torrecilla dividió y separó sus dos secciones, al comienzo de la década de los 60, obstaculiza su contemplación. Sin embargo, antiguamente esta antesacristía llamaba la atención de todos los visitantes, a causa de los frescos que la decoraban. Una imposta pintada de encarnado, veteado de color de humo, separa las partes altas y bajas de las dos secciones. La primera sección es muy pequeña y carece de interés; pero no ocurre igual con la segunda, que es más amplia y está cubierta por una pequeña bóveda semi-esférica, con su cúpula y linterna –esta última cegada, en la actualidad-, montadas sobre un estrecho cimborrio tetragonal, apoyado sobre cuatro pechinas y dos arcos de medio punto, al S. y al O. Su decoración es la que se conserva mejor y en ella se distinguen cuatro combaduras trapeciales, separadas por sendos contarios convergentes de huso y perla. En aquellas brillan –o mejor dicho, brillaban- unos ciborios de oro, en medio de una floración convencional. En cambio, la decoración de las pechinas ha desaparecido completamente en tres de ellas y sólo se conserva, aunque muy deteriorada, la del S. E., en la que se distingue a un angelote, asomado a una ventana redonda, mostrando una Cruz de Calatrava. Es de suponer que las otras tres pechinas tuvieran una decoración análoga, exhibiendo respectivamente las cruces de las Ordenes de Cristo de Portugal, de Alcántara y de Montesa, que figuraban en el blasón del Monasterio de Fitero. Esta presunción se afianza, examinando con atención la estropeada decoración del tímpano de la puerta de entrada, que, al parecer, es una representación simbólica de las citadas Ordenes Militares. En efecto, en ella se distinguen, con la ayuda de una buena iluminación, dos angelotes tenantes sentados, sosteniendo un cartucho ornamental en el que se lee, en caracteres mayúsculos, distribuidos en cinco líneas, caprichosamente cortadas, la siguiente inscripción, que transcribimos con ortografía moderna: SAN RAIMUNDO, PRIMER ABAD DE ESTE MONASTERIO Y PATRIARCA D ESETAS INCLITAS ORDENES, TRIUNFO DE LOS SARRACENOS. El resto está tan deteriorado que hay que adivinarlo, a excepción de una gran Cruz de Calatrava, unas banderas moras y unos sarracenos derribados, por tierra, a la derecha del espectador.
El interior de la sacristía es imponente; y su estructura, renacentista. Sus medidas son: 14,15 m. de longitud, 10 m. de anchura y unos 15 m. de altura. El Inventario de 1835 la califica de “magnífica” y, en efecto, lo es, ya no solo por sus grandes dimensiones, sino por su armónica construcción y su bella ornamentación. Es mayor que la de Nuestra Señora de París y ciertamente el turista no se tropieza, en España ni en el extranjero, con muchas tan grandiosas y hermosas como ella. Hay que tener en cuenta además que, encima de la bóveda de su recinto, tiene un desván de tres metros de altura, cubierto por un tejado de cuatro vertientes, de manera que, vista desde el exterior, resulta más monumental.
El edificio[1] fue construido principalmente de ladrillo, y en su interior, se distinguen tres zonas: la alta, con la bóveda y las ventanas; la media, con las grandes capillas; y la baja, con la cajoneras, zócalos y puertas. Su bóveda es de medio cañón con lunetos y consta de tres secciones paralelas, separadas por arcos de platabanda. Debajo de ella, se abren 12 grandes ventanas rectangulares, repartidas de tres en tres, por los cuatro costados del recinto: las centrales mayores que las dos laterales. Todas las de los muros del S. O. y una del S.E. son ciegas pero la cinco restantes dan luz, a través de vidrieras policromadas modernas. Una doble imposta bien moldurada, con friso intermedio plano y liso, se extiende debajo de las  ventanas, alrededor de toda la sala, separando la zona alta de la zona media. En los muros N. y S. de ésta, se abren seis grandes hornacinas iguales: tres en cada lienzo. Sus arcos son de medio punto y tienen 3,40 m. de abertura en la base. Sobre los muros E. y O., se abren, a su vez, otras dos hornacinas más estrechas y de arcos peraltados, las cuales abrigan respectivamente un gran ventanal de aireación e iluminación, surcado de barrotes de hierro, y la entrada de la sacristía.
La zona baja es fundamente de madera y una obra de ebanistería. Cada hornacina de los muros laterales tiene empotrados, en su parte baja, seis cajones superpuestos de madera de nogal, cuyas medidas son: 1,52 m. de largo, 1 m. de ancho y 0,15 m. de profundidad. Se exceptúan las dos últimas, que sólo tienen tres cajones y un armario de doble puerta, dada una. Así, pues, suman en total 30 cajones y 2 armarios, los cuales se utilizan para guardar los ornamentos y toda clase de objetos del culto. Su labra es sencilla, pues de reduce a simples molduras rectilíneas. Datan de la primera mitad del siglo XVII.
Anotemos como curiosidad que, en 1835, al tiempo de la exclaustración definitiva de los monjes, contenían estas cajoneras, entre otros efectos, 19 juegos de ternos blancos, encarnados, verdes, morados y negros, con un total de 60 casillas, 27 capas, 39 velos para cáliz, 15 paños de atril, 11 frontales, 6 bandas, 3 paños de púlpito y 2 estolones. En total, 163 efectos. Por otra parte, guardaban las siguientes prendas de ropa blanca litúrgica: 58 albas, 60 amitos, 49 cíngulos, 217 purificadores, 50 corporales, 121 paños de vinajeras, 19 sobre-ostias, 10 roquetes, 25 fiadores para manípulos, 55 manteles, 14 paños para el lavatorio y 5 para la mesa de credencia. En total, 683 prendas, blancas[2].
Las cuatro puertas de la sacristía están minuciosamente labradas; cada una consta de dos hojas y mide tres metros de altura. La de la entrada es un poco más ancha que las otras tres y además están ornamentadas por ambas caras, mientras que las otras sólo tienen labrada la que da al reciento. La labra se reduce, en todas ellas, a artesones con bajorrelieves geométricos: rombos, rectángulos y cuadrados, superpuestos o degradados. La decoración de la sacristía es barroca, pero sin exageración, y llama la atención por su buen gusto. La de la bóveda es relativamente sobria, reduciéndose a grandes dibujos geométricos (triángulos y trapecios), de lados dorados, y a tres grandes florones, también dorados, en los vértices de cada sección.
La de los muros es más variada y vistosa y comprende la doble imposta encarnada de la que penden doce pilastras: cuatro arrinconadas en los ángulos del recinto y ocho colocadas en los entrepaños de las hornacinas. Unas y otras están adornadas, en sus partes altas, con amplios capiteles corintios; pero, en las partes media y baja, las de los entrepaños ostentan respectivamente colgantes encabezados por querubines y follaje con conchas; y las de los rincones, sencillos motivos geométricos y angelotes de yeso policromado.
Vale la pena de fijarse asimismo en el colorido policromo, pero armonioso, de la sala, aunque, en la actualidad, está bastante desvaído. A esta policromía se añadía, en el pasado, la magnífica de los azulejos del pavimento, ahora ocultos por el entarimado, con variadas figuras de cruces, soles, flores, etc., en tonos predominantemente verdes, amarillos y morados. Todavía pueden admirarse unas pequeñas muestras, levantando las dos tapas de madera que hay en el centro del recinto, junto a la vieja mesa de estilo rococó.
Mención aparte merece el pabellón de los lavamanos, que se encuentra en el muro del Poniente, a la izquierda de la puerta de entrada de la sacristía. El pequeño recinto es rectangular y mide 3,64 m. de largo (sin contar el nicho de la Cruz, en el muro N.) y 2,7 m. de ancho. Su altura es de unos 6 metros, contando solamente hasta el cimborrio de la pequeña cúpula elíptica, acabada en linterna, que forma su bóveda, puesto que en total, alcanza los 10 m. Tanto la cúpula como la linterna están divididas en cuatro secciones por sendos conteros de huso y perla, pintados de color rojizo, lo mismo que la imposta general, sobre la que se apoyan las pechinas y paramentos semicirculares. Toda esta parte alta estuvo antiguamente decorada con pinturas al fresco, de las que no quedan más que algunos restos insignificantes. Afortunadamente se conserva todavía, en relativo buen estado, el magnífico frontis de jaspe de los lavamanos, que se alza sobre el muro occidental y mide 4,12 m. de altura y 3,64 m. de anchura. Su cuerpo central se compone de dos compartimentos adyacentes, encuadrados por tres pilastras saledizas. En cada uno, se eleva sobre el suelo, sostenida por un balaustre panzudo, una pila elíptica cuyo eje mayor mide 1,05 m. y el menor, 0,73 m., siendo su profundidad de 0,25 m.. Los grifos correspondientes se abren en el centro de sendos tableros rectangulares y, en tiempos pasados, se alimentaban con el agua de dos depósitos ocultos, llamados popularmente “el pocillo de San Miguel”, porque se encuentran, ya fuera de servicio, detrás del altar de este Arcángel. Sobre cada tablero se yergue una espléndida venera, que constituye el adorno principal. El pequeño monumento tiene como remate un airoso frontón triangular partido, que se abre entre dos vanos semicirculares. Estos recortan el pequeño tímpano, desde el que emerge, en el centro, un hemisferio anillado, flanqueado en los extremos del frontón, por otros dos menores. El conjunto es verdaderamente artístico y llama justamente la atención de todos los turistas. Es del siglo XVII.
La decoración del gran recinto de la sacristía se completa con un buen Crucifijo que preside la sala, con una colección de 14 espejos y otra de 11 cuadros: 8 lienzos y 3 tablas.
El Crucifijo se encuentra en la parte central del muro oriental, encima del ventanal de barrotes. Está alojado en un casetón, cubierto con un doselete, terminado en una corona, y apoyado en un pedestal, en forma de escabel angélico. Es una fina talla de madera, de anatomía bien detallada y de aspecto emotivo. Tiene caída la cabeza sobre el hombre derecho, los pies superpuestos (el derecho sobre el izquierdo) y atravesados por un solo clavo, y su cuerpo es blanco mate, sin manchas ni heridas sanguinolentas exageradas. Su paño de pureza en movimiento denuncia su estilo barroco. Es del siglo XVIII.
Por lo que se refiere a los espejos, los dos grandes que ocupan el centro de las hornacinas centrales, así como los pequeños colgados en los muros que las separan de las extremas, son de estilo rococó, aunque sólo el que está en la capilla central del muro S., es de época. Los dos ovalados, que penden en el muro occidental, sobre los dinteles de la alacena y de la entrada al pabellón de los lavamanos, adornaron anteriormente los dos lados del retablo de la actual capilla del Santo Cristo de la Columna, cuando alojaba a la Virgen de la Barda. Los otros seis espejos rectangulares tienen marcos de caoba y clavos romanos. Anotemos todavía entre el mobiliario la vieja mesa rococó del centro de la sacristía, desgraciadamente bastante estropeada, que data de la segunda mitad del siglo XVIII.
Finalmente vamos a describir los cuadros que se conservan en la sacristía, pues muchos visitantes, al verlos, no se enteran de lo que representan algunos de ellos.
Del muro O. cuelgan tres: La Virgen mostrando a su Hijo dormido, un retrato del Papa Alejandro III, y otro, del cardenal Jerónimo Sofor. Los tres son de lienzo.
El primero es de tamaño mediano y ocupa el tímpano interior de la puerta de entrada a la Sacristía. Su estilo es renacentista, data del siglo XVI y fue donado por el abad, Fr. Hernando de Andrade, quien lo hizo colocar en la girola[3]. En él aparecen la Virgen levantando cuidadosamente con sus dos manos, el pañal que envuelve a su Hijo dormido, para que lo contemplen tres personajes: San José, que está a la izquierda del espectador, un poco en la penumbra; un ángel rubio de pelo rizado, muy hermoso, y otro espectador anónimo borroso, el cual asoma únicamente su cabeza entre las del ángel y de la Virgen. La figura principal y mejor lograda es la de María, representada por una mujer joven y linda, de facciones delicadas y de gesto expresivo y adecuado. También el Niño está muy bien realizado. Se ignora quién pintó este bello cuadro, el cual estaba ya en la Sacristía en 1835, según el Inventario de ese año. Podría ser de origen italiano.
El retrato del Papa Alejandro III es el cuadro rectangular, colgado del mismo muro O., a la derecha del espectador. El Pontífice, vestido con el hábito cisterciense a cuya Orden perteneció, se halla de pie. Con el brazo y la mano izquierda, sostiene un grueso libro cerrado, y con la derecha, apoyada sobre el costado, una pequeña cruz. A la derecha del Papa, se ven la tiara y la cruz pontificales, y a la izquierda, junto a sus pies, un óvalo con esta leyenda que identifica al personaje, sin la cual no sería fácilmente reconocible por lo deteriorado que está el cuadro: ALEXANDER III – PON, MAX. – CUIVS MAT. – FVIT INSIGNE – CLARAVALENSE – MONASTERIVM (Alejandro III, Sumo Pontífice, cuya madre fue la insigne abadía de Claraval). Alejandro III fue Papa desde 1159 a 1181 y él fue quien, por medio de una bula, firmada en Sens, el 25 de septiembre de 1164, confirmó la “Prima Regula” o Regla Primitiva, dada a los Caballeros de Calatrava por el Capítulo General del Císter, el 14 del mismo mes y año. Este retrato estaba en 1835 en la Sala Capitular, según el Inventario dicho.
El retrato del cardenal Jerónimo Sofor, que pende del mismo muro y a la misma altura, pero a la izquierda del espectador, tiene iguales dimensiones y análogos dibujo y colorido que el de Alejandro III, fue pintado seguramente por el mimo anónimo artista, se halla en parecido mal estado de conservación y también estuvo anteriormente en la Sala Capitular. El Cardenal está de pie y viste el hábito cisterciense. Posa su mano derecha sobre un libro que descansa sobre un atril; y su mano izquierda, sobre una mesita en la que se ve un capelo cardenalicio, y debajo, una mitra. A la derecha de sus pies, hay un cartucho ornamental con esta leyenda: BEATVS – DOM. HIERONI – MVS SOPHOR – ABBAS CLARAEVALLENS.GENERALIS – CISTERCIENSIS – ET CARDINALIS (El bienaventurado Señor Jerónimo Sofor, Abad de Claraval, General del Císter y Cardenal). Vivió en el siglo XVI y en 1570 dictó 66 artículos para la reforma del la Orden. Los dos retratos son del siglo XVII.
En el muro N. de la Sacristía hay dos cuadros grandes: uno de San Benito y otro de San Bernardo, abrazado por el Crucificado. Ambos son de lienzo y datan de principios del siglo XVII.
El de San Benito de Nursia está alojado en el fondo de la primera capilla, entrando a mano izquierda. Se encuentra en regular estado de conservación y se desconoce quién lo pintó. El Santo aparece de rodillas y absorto, con las manos juntas, en actitud de orar. A sus pies, tiene una mitra abacial, y, con el brazo derecho, sostiene su báculo del que cuelga una cinta flotante. El paisaje representa el desierto de Subiaco, con su primitivo monasterio, iluminado por un haz de luz que baja del cielo y procede del Padre Eterno, el cual se asoma entre las nubes, por el ángulo superior derecho del cuadro. Con la mano izquierda, abarca la esfera simbólica de la Tierra, rematada en una cruz, y con la derecha, señala hacia el cenobio benedictino. La escena está encerrada dentro de un gran óvalo, orlado con esta leyenda en letras rojas, sobre una cinta blanca: ANGVSTIA EST OMNIS CREATVRA VIDENTI CREATOREM QVI TOTVM MVNDVM SVB VNO SOLIS RADIO OSTENDIT BEATO BENEDICTO (Las palabras “totvm svndum”, están destrozadas). Traducción: “Menguada es toda criatura para el que ve al Creador, el cual mostró todo el mundo a San Benito, con solo un rayo de sol”. Fuera de la orla, los cuatro ángulos del cuadro están adornados con sendas cabezas de querubines sonrientes. Este cuadro estaba ya en la Sacristía en 1835, según el Inventario citado.
El cuadro de San Bernardo de Claraval (conste que hay otros Bernardos canonizados: S. Bernardo de Mentón, S. Bernardo de Alcira, S. Bernardo Calvó, etc.) ocupa el fondo de la tercera capilla del muro N. y es una restauración, no muy feliz, hecha en 1977. El cuadro se había desprendido, de puro viejo, en 1970, produciéndose varios desgarrones que hacían su restauración bastante aleatoria. Se trata de la misma escena, desarrollada magistralmente por Roland Mois, en la tabla más alta de la derecha del espectador, en el retablo del Altar Mayor. Pero este cuadro de la Sacristía es bastante inferior, en todos los sentidos. San Bernardo está arrodillado ante el Crucificado, con las manos juntas, y Jesucristo sólo tiene desclavada la mano derecha, apoyándola sobre el hombro izquierdo del Santo, cuyo báculo sobresale un poco inverosímilmente por el mismo lado. Al pie de la cruz, se ve una calavera, y a la izquierda de ésta, una mitra en tierra. San Bernardo tiene la cara momificada y la mano derecha de Cristo tampoco está bien lograda. Ignoramos el nombre del autor. El Inventario de 1835 se refiere a él, con la mención de “un cuadro de Cristo en lienzo”, localizándolo en la Sacristía.
Del muro E. penden cuatro cuadros de escaso valor: dos grandes y dos pequeños, colocados a uno y otro lado del arco peraltado del centro; los pequeños, debajo de los grandes. Los de la izquierda del espectador son uno del apóstol San Andrés (el grande) y otro de San Pablo y San Antonio, ermitaños (los pequeños). El de San Andrés está muy borroso y deteriorado, pero se adivina que se trata del hermano de San Pedro, porque aparece de pie, delante de las aspas de una gran cruz “decusata”, Es de lienzo. Se ignora quién pintó este cuadro, pero es del último tercio del siglo XVII. Tampoco sabemos dónde estuvo primitivamente ni cuando pasó a la Sacristía, no figurando en ella en el Inventario de 1835.
El cuadro de San Pablo, Primer Ermitaño, y de San Antonio, Abad, llamado vulgarmente San Antón, es difícil de identificar para el que no conoce la hagiografía, pues presenta dos escenas diferentes, y la segunda es además desconcertante. En la cabecera, aparece un viejo con hábito negro, de pie, en la boca de una gruta, alargando su mano derecha hacia un cuervo, que trae en su pico medio pan. Y debajo de esta escena, en los aledaños de la caverna, se ve de pie y desnudo a un hombre que sostiene, con sus dos manos, un manto y que está contemplando a otro hombre desnudo, de gran corpulencia, que yace tendido en el suelo boca abajo, pero con la cabeza ligeramente alzada sobre la tierra y los brazos extendidos hacia adelante.
¿Qué representan estas escenas? La explicación hagiográfica es la siguiente. Hacía unos 87 años que vivía oculto, en una cueva del desierto de la Alta Tebaida (Egipto), un ermitaño, llamado Pablo. Se había refugiado durante la persecución de Decio (252); y en premio a su vida de penitente, un cuervo le traía cada día, medio pan, para su sustento, desde hacía muchos años. Es lo que representa la escena superior del cuadro. Una noche, San Antonio, Abad, que vivía en un cenobio, no muy lejos de la cueva de San Pablo, tuvo un sueño premonitorio y salió en su busca. Lo encontró al cabo de tres días de camino, y aquel día el cuervo trajo para los dos un pan entero. San Pablo, que ya pasaba de los cien años, le dijo a San Antonio que Dios le había enviado para que sepultase su cuerpo, porque iba a morir pronto, encargándole que se volviese a su monasterio y trajese el manto de San Atanasio para amortajarlo. Así lo hizo San Antonio; pero, al regresar, se encontró ya muerto a su amigo, aunque, con el cuerpo ligeramente arrodillado, la cabeza un poco erguida y las manos dirigidas hacia el cielo, como si estuviese todavía vivo. Es lo que representa la escena inferior del cuadro. Añade el relato hagiográfico, muy bien escrito por el historiador eclesiástico del siglo IV, Sulpicio Severo, que San Antonio enterró a su amigo, en una sepultura que le abrieron milagrosamente dos leones y que se volvió a su cenobio, envuelto en la túnica de San Pablo, que éste había tejido con hojas de palma[4].

Se ignora quién pintó este historiado cuadro en tabla, pero es muy probable que date ya de fines del siglo XVI o comienzos del XVII, puesto que lo donó el abad Corral en 1639. Hasta 1965, estuvo en el altar de San Benito. En todo caso, es muy curioso, aunque artísticamente no valga gran cosa.
Los dos cuadros en tabla que cuelgan del mismo muro E., pero a la derecha del espectador, representan a Santiago Matamoros y a San Roberto de Molesme, respectivamente, de arriba abajo. El de Santiago Matamoros –que, por supuesto, no mató a ningún moro- corresponde a la vieja estampa de la leyenda medieval española. En efecto, el buen Apóstol aparece retratado de guerrero teatral, con sombrero aconchado de peregrino, túnica oscura y manto rojo alborotado por el viento. Monta un brioso corcel blanco, entre cuyas patas yacen derribados dos sarracenos. Blande con la mano derecha, una espada, y con la izquierda, sostiene un banderín blanco, ribeteado de rojo, en el que está pintada la cruz roja, en forma de espada, de la Orden de los Caballeros de Santiago. El cuadro es anónimo y tal vez se remonte a mediados del siglo XVII. Su colorido ha sufrido los estragos del tiempo, pero se distingue todavía bastante bien. Ignoramos dónde estuvo anteriormente y quién lo llevó a la Sacristía, pues no figura en ella, en el Inventario de 1835.
El cuadro de San Roberto de Molesme, abrazando la Reforma del Císter, de cuya Orden fue el fundador, es, a primera vista, tan desconcertante como el de San Pablo, Primer Ermitaño y San Antón. La razón es que el hábito cisterciense, que aparece en el primer plano, con su posición vertical rígida, y la mano que sale por su gran manga derecha, parecen pertenecer a otra persona distinta del monje negro del segundo plano. Pero no es así; pertenecen a la misma; y la prueba es que del hábito blanco no emerge ninguna cabeza, ocupando el lugar de ésta un paño de grana, que, sin duda, simboliza la sangre derramada por Jesucristo. Por otra parte, tanto la mano que sale del hábito blanco como la que sale del negro, son iguales. Ahora bien, es evidente que el brazo derecho cubierto por el hábito blanco es completamente desproporcionado y bastante más largo que el cubierto por el hábito negro y que el pintor sobrepasó más de la cuenta las medidas, en su intento de abarcar demasiados símbolos en su composición. En efecto, San Roberto aparece de pie, vistiendo el hábito negro benedictino y llevando en la mano izquierda los tres clavos de la Pasión del Señor; pero, con el brazo derecho y apoyándolos sobre el hombro del mismo lado, sostiene la columna, la cruz, la escalera, un banderín con la cabeza del Ecce Homo y el amplio hábito del Císter. Demasiadas cosas. Se ignora quién pintó este cuadro, aunque seguramente no fue un artista famoso. Probable es que sea del siglo XVII y, hasta 1965, ocupó el ático del altar renacentista de San Bernardo. Por lo demás, lo mismo puede ser San Roberto de Molesme que una simple alegoría de la Reforma del Císter.
Finalmente, en el muro S. de la Sacristía, se encuentran los dos mejores cuadros de la misma: la Transverberación del Corazón de Sta. Teresa de Jesús y Sta. María Egipciaca: el primero, en el fondo de la primera capilla; y el segundo, en el de la tercera. El de la Transverberación es el mayor y mejor conservado de todos; lo que no tiene nada de extraño, porque es el más moderno, pues sólo data de fines del siglo XVII. Su marco barroco, de gruesa hojarasca, es ya un indicio. No se conoce, a ciencia cierta, su autor; pero es casi seguro que lo pintó Vicente Berdusán Jr., quien tiene otro firmado, muy parecido, en la iglesia de Funes. Representa a Sta. Teresa en pleno éxtasis, con los brazos abiertos y el cuerpo rígido, descansando sobre el muslo izquierdo de un angelote arrodillado detrás de ella, el cual sostiene el busto de la Santa con los brazos y cuya mano izquierda está posada sobre la región precordial de la misma. Entretanto, un bello y fino querubín le atraviesa el corazón, con una larga saeta. La escena es contemplada por tres ángeles pequeños que solo asoman las cabezas, y amenizada por tres mayores, situados en las alturas y envueltos en una luz celestial, los cuales están tocando respectivamente un salterio, un laúd y una flauta. El cuadro es de lienzo.
El cuadro de Sta. María Egipciaca es también grande, y en lienzo, pero menor que el de la Transverberación y contrasta con éste por su mayor iluminación, estilo y antigüedad. El pintor que lo ejecutó, también era un buen artista, aunque desconocemos su nombre. El cuadro es renacentista y data seguramente de fines del siglo XVI o comienzos del XVII. Representa a una mujer hermosa y frondosa, en la plenitud de su vida. Sus facciones se destacan netamente entre el resplandor del nimbo que rodea su cabeza, y su cuerpo está cubierto por un manto tosco, de tejido fibroso, como el esparto. Al parecer, está arrodillada y tiene las manos juntas, en actitud orante. Delante de ella, sobre un taburete, hay un libro abierto, y una calavera encima de éste. Un fino Crucifijo, colocado de frente y en alto, la está mirando con fijeza. Detalle curioso: la página de la izquierda del libro está escrita con mayúsculas y empieza: IN LECTULO MEO… (En mi pequeño lecho…), mientras que la de la derecha está simplemente garabateada de minúsculas ilegibles. Dudamos en un principio si se trataba de Sta. María Egipciaca o de Sta. María Magdalena, pues ésta aparece en el legado del Abad Corral, y aquélla, no. En cambio, en el Inventario de 1835, sólo aparece en la Sacristía el cuadro de Sta. María Egipciaca y debe ser de ella, porque, además de esa referencia, resulta que no se ve por ningún lado, en este cuadro, el simbólico pomo de perfumes con que se representa casi siempre a la Magdalena. Por otra parte, hemos localizado algunas partidas de bautismo de niñas fiteranas, a las que se puso el nombre de Egipciaca, en el siglo XVII: nombre que no es precisamente muy eufónico ni muy bonito.
Por lo demás, aunque se trata de una Santa famosa, su verdadera personalidad, sometida a la crítica histórica moderna, resultó más que dudosa, por lo que la Iglesia la eliminó del Santoral, a raíz del Concilio Vaticano II, suprimiendo su fiesta que se celebraba el 2 de abril.

NOTAS HISTÓRICAS

No hemos descubierto ninguna escritura importante relativa a la construcción de la actual Sacristía, la cual se llevó a cabo, previas unas cuantas demoliciones y mutilaciones en el ángulo S. E. del ábside y del crucero, para adosarla, a la vez, a la iglesia y al monasterio. Con tal objeto, se derribó la capilla extrema del S.E. del crucero, que es por donde se entra ahora en la Sacristía, rebajando su arco y levantando en su lugar el vestíbulo o antesacristía. Así mismo se recortó y deformó el fondo de la Capilla de San Miguel y el de las dos capillas absidales del S.E. de la girola, cegando tres ventanas de la misma y llevándose por delante el extremo meridional del ábside, el cual perdió con ello una parte no desdeñable de magnificencia. ¿Es que había necesidad absoluta de realizar tamaños destrozos?
Desde luego, la construcción es renacentista y data del último tercio del siglo XVI, pues, entre las resoluciones tomadas por el Visitador de los Monasterios Navarros, Fr. Luis Álvarez de Solís, en su visita de 1571, figura este párrafo: “Item mandamos al P. Abad que se prosigan las obras del Monasterio, y los que parece que conviene luego acabarse, sin que otra cosa le preceda, es la Sacristía y todo el aparejo del culto divino para la iglesia… y después de esto, que acaben los claustros, y luego la Hospedería y Dormitorio y Refitorio y Calefatorio”[5].
Como a la sazón era abad del Monasterio Fr. Martín de Egüés y de Gante, quien murió en 1581 y lo era desde 1840, afirma el Sr. Goñi Gaztambide que los Abades de los cinco monasterios cistercienses, navarros (Fitero, La Oliva, Iranzu, Leyre y Marcilla) se esforzaron por anular la visita de Fr. Luis Álvarez de Solís, porque era castellano[6] y naturalmente Fr. Martín de Egüés y de Gante no hizo caso alguno de los apremios del Visitador, falleciendo sin terminar la Sacristía. De manera que quien lo hizo, al parecer, fue el mismo Fr. Luis Álvarez, el cual estuvo al frente de la Abadía de Fitero, desde 1582 a 1585. En el preámbulo de la escritura de donación que hizo Fr. Marcos de Villalba: escritura firmada el 2 de febrero de 1591, se hace constar que Fr. Luis Álvarez de Solís “gastó muchos dineros en la Sacristía y después, por escrúpulo, ha enviado dinero y otras cosas para la fábrica en quantidad”[7] Tal vez, sin proponérselo, le preparó los materiales para ello el Prior en sede vacante Fr. Martín de Barea, el cual firmó un contrato con el tejero de Corella, Domingo Sáez, el 18 de noviembre de 1581, por el que este último se obligaba a hacer para el Monasterio “200.000 ladrillos y 100.000 tejas, dentro de tres años cerrados, en la tejería de esta Villa, que es el del Monasterio”, pagándole 9 reales por cada millar de teja y ladrillo[8]. El precio era bajo y además una cláusula del contrato obligaba al tejero a no vender entretanto a nadie ningún número de tejas ni de ladrillos, so pena de pagar al Monasterio el doble de su valor. Por lo que, al llegar Fr. Luis Álvarez de Solís, que era un religioso comprensivo y nada explotador, aunque ratificó tal contrato el 19 de septiembre de 1582, le hizo unas adiciones, consignando que el millar de tejas se le pagaría en adelante a Sáez a 14 reales, y el millar de ladrillos, a 11, y que por el alquiler de la casa del Monasterio en que vivía a la sazón el tejero corellano, con su mujer María Ximénez, no se le cobraría nada en los tres años[9].
En la “Memoria” de los trabajos que realizó el carpintero ensamblador de Corella, Diego Pérez de Bidangoz y Enciso, para la iglesia y el Monasterio de Fitero, desde 1585 a mediados de 1582, se especifican los que realizó para la Sacristía y entre ellos, figuran “un facistol para tener los misales”(que debe ser el que se conserva todavía, más pequeño que el del coro), “la cruz grande de la Vera Cruz” (probablemente la que está colgada en el Lavamanos), “aderexar el cajón viejo dos veces, echarle unos listones para los caladizos, más un marco con sus verjas para la ventana que abrieron” (la actual del muro E.) “y más el cajón nuevo, y más el armario para los cálices y un cogullero”[10].
De estos detalles se deduce que, en la Sacristía no se habían puesto todavía las actuales cajoneras, y en efecto, no hemos hallado noticias hasta 1638 en que se firmó el convenio para su construcción, según el Índice de las escrituras de aquel año. Desgraciadamente falta en el Protocolo de Miguel de Urquizu, el documento correspondiente.
Tampoco hemos localizado el referente a su bella decoración actual, que es del siglo XVIII (primera mitad).
El 26 de mayo de 1613, el Prior en sede vacante, Fr. Bernardo Pelegrín hizo un convenio con el vidriero de Alfaro, Pedro Falces, quien se comprometió a hacer 20 vidrieras de las cuales una fue “para el testero de la Sacristía, en cuyo Lavamanos había ya otra. Se le pagaría a razón de 32 reales y 3 cuartillos, en moneda de Navarra, por cada palmo”[11]. Este documento es una prueba de que para entonces se había ya construido el Lavamanos, aunque ignoramos por quién. Por supuesto, de las antiguas vidrieras de la Sacristía ya no queda ninguna, pues las actuales datan de 1968, en que ordenó ponerlas el Cura Ecónomo D. Jesús Jiménez Torrecilla. Del mismo año data el entarimado que oculta su magnífica pavimentación de azulejos, la cual se estaba echando a perder y era preciso preservarla.
En 1977, D. Ramón Azcona hizo restaurar el gran espejo rococó de la capilla central del muro N. y el cuadro de Jesucristo abrazando a S. Bernardo, que se había desprendido y destrozado, años atrás. También mandó restaurar uno de los pequeños espejos de estilo rococó y hacer otros tres parecidos, para sustituir, en parte, las seis bellas cornucopias que adornaron anteriormente el recinto y figuraban en el Inventario de 1835. Las últimas que quedaban, fueron robadas, en julio de 1977, hallándose el Párroco en los Baños.

LA SACRISTÍA PRIMITIVA

Como el edificio de la sacristía actual sólo data del siglo XVI, hubo anteriormente otra sacristía, sin duda más pequeña y seguramente de piedra, de cuya estructura no tenemos ninguna noticia. Crozet escribe a este propósito: “Una particularidad notable. No parece que Fitero haya poseído una sacristía intercalada, según la costumbre cisterciense, entre el transepto y la sala capitular”[12]. En efecto, no la tuvo intercalada precisamente entre ambos recintos, como la tienen, por ejemplo, La Oliva y Poblet, pero sí situada en los aledaños; y según todos los indicios, fue una pequeña dependencia, adyacente al extremo meridional del ábside, detrás de las capillas del muro oriental del brazo derecho del transepto y en las inmediaciones de la cabecera de la Sala Capitular. Téngase en cuenta que la sacristía de las iglesias cistercienses, en la Edad Media, como observa el P. Dimier, “era de muy pequeñas dimensiones, por el hecho de que noera utilizada más que para las Misas cantadas en el Altar Mayor”[13]. El acceso a la sacristía medieval debió ser el estrecho vano arqueado, practicado a la derecha de la entrada S.E. al deambulatorio, que es por donde se pasa ahora a la sacristía actual, a través del Lavamanos.
La vieja sacristía desapareció en el siglo XVI, al construirse la actual. En un curioso documento del mismo siglo, hemos leído que, por entonces, “solía ser sacristía la pieza que está en par de la soga de la campana en la mesma iglesia de Nuestra Señora de Itero”[14]. Se trata evidentemente del cuarto del ángulo S.O. del transepto, cuya puerta de entrada se halla debajo de la Tribuna de las Monjas. En la Edad Media, no existía tal puerta y el acceso a ese cuarto era por la puerta noble, tapiada actualmente con ladrillo, que está situada dentro del claustro y en su muro oriental, a la izquierda de entra al recinto. Naturalmente esa sacristía provisional sólo se utilizó hasta que quedó terminada la actual.

[1] Protocolo de Celestino Huarte, 1835, nº 40, f. 184.
[2] Inventario de los bienes del Monasterio de Fitero. Protocolo de Celestino Huarte, 1835, nº 40, ff. 184-87. A.P.T.
[3] Tumbo, c. XV, f. 731 v. A.H.N.
[4] Juan de Croiset, Año Cristiano, t. I, pp. 69-71. Madrid, Gaspar y Roig, 1865.
[5] A.G.N., sec. Monasterios, Fitero, nº 404, 2º cuaderno, f. 320.
[6] Hist. del Monast. Cisterc. De Fitero, p. 16. Y por otros motivos inconfesables…
[7] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1591, ff. 80-82. A. P. T.
[8] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1581, ff. 145. A. P. T.
[9] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1582, ff. 77-78. A. P. T.
[10] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1592, f. 495 y siguientes. A. P. T.
[11] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 81. A. P. T.
[12] Ob. cit., p. 229.
[13] L´Art Cistercien, France, pp. 39-41, 2ª edición.
[14] Lic. Pedro Garcés, Probanza del Fiscal y los de Ittero, etc., ya cit., f. 55 v.


CAPÍTULO III

EL SOBRECLAUSTRO

Sobreclaustro. Estado actual.

DESCRIPCIÓN

Se sube al sobreclaustro, o mejor dicho, a su antesala, por una amplia escalera, a la derecha de la puerta de entrada a la Sacristía. Consta de dos tramos; el primero, de 9 escalones; y el segundo, de 15, separados por un rellano rectangular de 2,15 m. de largo y 2,05 m. de ancho. El primer tramo y el tercio primero del segundo están cubiertos por una alta bovedilla la cual ostenta un pequeño florón dorado; y en lo alto del muro S., un tragaluz con un buen derrame. Una doble imposta, con varias molduras coloreadas, adorna el pequeño recinto. De los muros E. y S. del rellano, cuelgan dos grandes cuadros semi-históricos, que representan respectivamente la recepción de la Virgen de la Barda por los monjes del Monasterio, y la concesión de la plaza de Calatrava a San Raimundo y a Fr. Diego Velázquez, por el Rey Sancho III de Castilla. Fueron pintados en 1920 por el corellano, Don Marcelino García, para ser colocados en la Capilla de la Patrona de Fitero, donde estuvieron hasta 1967, en que fueron retirados, al restaurar los bajos de dicha Capilla. En el rellano de la escalera, se conserva una vieja arca, con un buen herraje; y al final de aquélla, se alza un gran cancel del siglo XVII.

La antesala del sobreclaustro es un amplío recinto de planta cuadrada, que mide 10,50 m. de lado y 4,65 m. de alto. Está cubierto por una bóveda de medio cañón y los muros E. y S. tienen adosados a sus partes bajas sendos asientos corridos, destinados, en otro tiempo, a los visitantes, por constituir el Recibidor del Monasterio, desde el siglo XVII. Sobre el muro del S., campean dos grandes escudos heráldicos, que adornaron, hasta 1970, el presbiterio del Altar Mayor. Son escudos imperiales de Carlos V y datan de fines del siglo XVI.

Subiendo una escalera de cinco peldaños de piedra, situada al Poniente, se desemboca en el sobreclaustro, que es una obra renacentista de comienzos del siglo XVII. Se yergue, a seis metros de altura, sobre el jardín del claustro bajo y fue levantado a manera de un segundo piso de este último, aunque de estilo diferente y formando, por lo mismo, un bello contraste. Su planta tiene análogas medidas: 31,70 m. de largo y 31,50 m. de ancho; es decir, prácticamente un cuadrado. Sus cuatro galerías miden 4,20 m. de anchura y 5,30 m. de altura; y el número de sus arcos de piedra y su distribución son iguales a los del claustro bajo; a saber, 7 arcos en la crujía oriental, y 6, en las otras tres. Su altura es de 3,40 m., y su luz, de 2,90 m., en los del N., O. y S.; y de 2,25 m., en los del E., excepto en los cuatro ángulos del sobreclaustro, cuyos arcos son más estrechos.

Todos los arcos son de medio punto, con jambas e intradós lisos, de 0,50 m. de anchura. Los antepechos miden 0,95 m. de altura y 0,25 m. de espesor. El extradós anterior de los arcos, o sea, el que da al jardín, está ligeramente moldurado con triple baquetón, ostentando las claves un par de pequeñas cartelas muy deocrativas. Sus enjutas están asimismo adornadas con relieves triangulares, recortados en la misma forma, y lo mismo ocurre con los antepechos y sus tableros rectangulares, que tienen 2,35 m. de longitud y 0,50 m. de anchura.

El sobreclaustro carece de columnas, reduciéndose sus soportes a simples pilares prismáticos, de núcleo cruciforme, formados por pilastras y contrapilastras. Las contrapilastras de sus caras exteriores enlazan, por arriba, con la cornisa; y por abajo, con los contrafuertes del claustro bajo. Todos los arcos descansan sobre impostas que se yerguen a 2,50 m. de altura sobre el pavimento y están formadas por cuatro molduras superpuestas: ábaco, equino, escocia y listel, cuyo conjunto ofrece un perfil cóncavo, parecido a una cima reverse. Un friso de 0,30 m. de ancho, sin ornamentación, se extiende debajo del alero del tejado, a lo largo de las cuatro galerías, asentado sobre una baquetilla. A intervalos de 1,50 m., salvo en los cuatro arcos de los ángulos N.E. y S.E., que son más estrechos, dicho friso ostenta alternativamente bloques salientes de piedra, en forma de paralelepípedos rectangulares, de 0,50 y 0,25 m. de base y 0,30 m. de altura. Estos prismas llevan grabada de frente la inscripción siguiente, en divisiones monolíteras y trilíteras, repartidas en tres de las crujías de esta manera.

En la galería E.: L – AFA – B – RIC –A – DEL – S – OBR- E – CLA – V- STR – O.

En la S.: D – EE -  S - TE – R – EAL – M – ONA – ST – ERI – O.

Y en la O.: H – IZO – SEES – T – EEL -  A- NN – O – 161 – 3.

Es decir: “La Fábrica del Sobreclaustro de este Real Monasterio hízose este el anno 1613”. Esta fecha no es del todo correcta, como veremos en las Notas históricas.

Evidentemente el pintor de estas letras se equivocó, poniendo “este el”, en lugar de “en este”, con lo que la inscripción sería gramaticalmente correcta, pues no lo es tal como está, y hubiera quedado así: “La Fábrica del Sobreclaustro de este Real Monasterio hízose en este anno 1613”. Actualmente faltan en la inscripción las letras H – IZO – S, correspondientes a la parte derrumbada del friso, cuyos bloques se conservan en el ángulo S.O. del claustro bajo.

Las cuatro arcadas de piedra constituyen la parte más sólida, artística y mejor conservada del sobreclaustro, de austero estilo herreriano.

El resto está muy deteriorado. Las bóvedas de medio cañón con lunetos que cubren las cuatro galerías, son de ladrillo recubierto de yeso y están surcadas por arcos perpiaños de 0,50 m. de intradós, que arrancan de las impostas de los arcos de piedra y apean en las de las pilastras sencillas y endebles, adosadas a los muros de enfrente. Únicamente son de piedra los arcos perpiaños y las pilastras de los extremos de las cuatro crujías; y de hormigón, recubierto de yeso, las reconstrucciones del muro del Poniente.

El pavimento es de ladrillo y está en las mismas lamentables condiciones. En resumen, la parte interior del sobreclaustro es la más estropeada, porque se hizo con peores materiales. Sin embargo, es posible que esta construcción ligera y deficiente fuera realizada así deliberadamente, para no cargar un peso excesivo sobre el claustro bajo cuyos arquitectos no previeron seguramente la eventualidad de que fuera a edificarse otro sobre él.

En la crujía oriental, a la izquierda de la puerta de entrada, llaman actualmente la atención del visitante unos ventanales arqueados, situados a ras del suelo. Son siete iguales, de piedra, separados entre sí 0,90 m., cuyas medidas son 1,45 m. de altura y 1,15 m. de anchura. Antiguamente eran, cuando menos, 10 y tenían en el centro unos estrechos ventanucos, ligeramente abocinados. Todos estos ventanucos están actualmente tapiados o destrozados, excepto uno, y servía para iluminar y ventilar los dormitorios antiguos de los monjes y novicios medievales.

NOTAS HISTÓRICAS

No hemos encontrado ningún documento relativo a la construcción de la escalera de subida a la antesala del sobreclaustro o antiguo Recibidor de los frailes; pero sí referentes a éste. El Tumbo consigna que lo mando hacer el Prior en sede vacante, Fr. Bernardo Pelegrin, en el interabadiazgo de 1612-14[1]. Y en efecto, en el Protocolo de 1613 de Miguel de Urquizu y Uterga, se conserva un contrato, firmado en Fitero, el 29 de octubre de dicho año, por el citado Prior y el maestro albañil de Tarazona, Baltasar de León, que resumimos en los seis apartados siguientes.

1)    Baltasar se obligaba “a hazer el recevimiento desde el dormitorio nuevo… hasta el sobreclaustro, lo que monta desde la escalera que suben del claustro al dormitorio, hasta la puerta que bajan a la iglesia, asta junto por la esclaera que suben del claustro asta cerrar los arcos de arriba, y a de echar sus bóvedas y rasparlas, y desdeque esté para ello la obra, a de luzirla toda muy bien y bien blanqueada”.

2)    Queda a cargo del Prior el picar y hacer las regatas en los arcos y limpiarlos.

3)    La obra se comenzaría el 8 de noviembre siguiente, continuándola con cuatro oficiales, y se acabaría para fines de enero de 1614.

4)    El Prior suministraría los materiales necesarios, de manera que Baltasar de León solo pondría “sus manos y las herramientas de su arte y los oficiales y peones necesarios”.

5)    La obra sería reconocida por Pascual de Oráa y Francisco de Inestrillas, y Baltasar cobraría por ella, en abonos sucesivos, un total de 70 ducados de a 11 reales.

6)    Baltasar luciría también el arco que está a la salida del dormitorio[2].

Sospechamos que la habitación que se consigna en el Inventario de 1835, con el nombre de “La Matraca” y en la que se dice que había un cuadro de la Purísima, se refiere precisamente al Recibidor, pues se le incluye entre el Sobreclaustro y la Sacristía, bajando del Coro[3]. Probablemente los monjes le daban este nombre familiar, porque allí venían a importunarlos y molestarlos; es decir, a darles la matraca, como se dice vulgarmente, con sus pretensiones y chismes, las gentes del vecindario; especialmente, las mujeres.

Por lo que hace a la construcción del Sobreclaustro, hemos hallado toda clase de documentos. Según ellos, su construcción fue empezada por el abad, Fr. Marcos de Villalba, en 1590 y terminada por el abad, Fr. Felipe de Tassis, en 1614; es decir, que duró 24 años. La explicación de esta tardanza es, como en el caso del coro, que la edificación se realizó en varias etapas, mientras se llevaban a cabo en la iglesia y, sobre todo, en el monasterio, otras obras importantes. Primeramente se construyó la galería N., y a continuación, las del O., S. y E

La obra de cantería se encomendó inicialmente a Juan de Nates y Nabeda, vecino de Secadura, en la actual provincia de Santander. En el contrato que firmó, el 1 de abril de 1590, con el abad, Fr. Marcos de Villalba y su fabriquero, Fr. Miguel de Bea, se comprometía a hacer “el lienzo que está arrimado a la iglesia; solo el lienzo, sin ninguna pared de atrás, de piedra de cantería”, debiendo ser toda esta “de la cantera del Baño que el dicho Convento tiene, conforme a los pilares que están en el Capítulo de dicho Monasterio, y ha de ser bien labrada, sin agujeros ningunos”. Se le pagarían a Nates 4.000 reales castellanos; pero él debería pagar a sus ayudantes 2 y ½ reales diarios, si no eran aprendices, y, a su vez, él cobraría 4 reales diarios, cuando dirigiese personalmente la obra; y si la hacía su hermano Fernando, este cobraría solo 3 reales. La obra debería estar acabada “en perfection” para el día de Santiago del mismo año. Finalmente se aclaraba que “el dicho claustro que se ha de hacer, es el sobreclaustro del lado de la iglesia”[4].

Ahora bien, la obra no se terminó para el día de Santiago ni se hacía con ella perfección exigida en el contrato, puesto que, el 22 de agosto del mismo año, el abad Villalba hizo un requerimiento a Nates, advirtiéndole que la piedra que estaban empleando los canteros, no estaba bien labrada y que si no la labraban mejor, traería él otros oficiales que lo hicieran a costa de Nates[5].

Por fin, murió Villalba sin ver acabada la obra comenzada por Nates. Su sucesor, Fr. Ignacio Fermín Ibero estimó que la traza concertada con Nates no era la que convenía, y, el 22 de agosto de 1592, firmó un contrato nuevo con Juan González de Sisniega y Juan de Nabeda, maestros de cantería, vecinos de San Mamés. En él se convenía que el Monasterio tomaba para sí las 13 columnas con sus capiteles y basas que se habían hecho para la parte del sobreclaustro que debía construir Nates, por 130 ducados de a 11 reales, y que los nuevos canteros se harían, a su vez, cargo del resto de la piedra, sacada por cuenta de Nates, para aprovecharla en la nueva obra. Por lo demás, este contrato era igual que el anterior, “excepto que donde se habían de poner las columnas, se han de hacer ahora de pilastras y arcos”, tomando en cuenta los canterios lo que el Monasterio había pagado, por cuenta de Nates, sobre la primera obra, menos los 130 ducados que quedaban de las columnas. El monasterio pagaría a cada cantero 3 reales por cada día de trabajo, y 2 ½ a sus oficiales. La obra se realizaría asimismo “de piedra del Baño bien labrada” y sería acabada en seis meses. Entonces la tasarían unos expertos, en un plazo de 15 días, abonando el Monasterio a los canteros la diferencia, si valía más de lo convenido con Nates, y devolviéndole estos últimos la diferencia, si era tasada en menos”[6].

Esta vez los canteros precitados terminaron su obra, es decir, la de cantería de la galería N. del sobreclaustro, firmando una escritura de liquidación de cuentas, el 20 de noviembre de 1593, el Abad Ibero, el Cillerero Fr. Miguel Escribano y Juan González de Sisniega, por sí mismo y en nombre de Nabeda. Montó el cargo a 6.885 reales y el descargo a 3.793, y añadiendo al cargo 6 reales de una columna, resultó que los canteros alcanzaron al Convento 3.096 reales, pagaderos en dos plazos, que terminarían el 1 de marzo de 1597”[7].

La construcción del sobreclaustro quedó paralizada hacia 1606, en que el Monasterio firmó un nuevo contrato, el 9 de enero, con Pedro de Pesiña, Maestro de Cantería, vecino de Tarazona, el cual se encargaría de levantar el paredón del sobreclaustro que cae al Cortijo. El exterior sería de piedra, y el interior, de mampostería. Comenzaría la obra el 8 de febrero, pagándose a los peones 2 reales diarios. No se especifica el salario de los canteros, que correría a cargo de Pesiña, y éste sería retribuido, de acuerdo con la tasación final de la obra, que acordaran los peritos[8]. El 7 de marzo siguiente, el Prior y Fabriquero, Fr. Bernardo Pelegrín hizo un convenio con Pascual Fernández y Pedro Casado, los cuales se obligaron a traer del Cerro de la Cabaña o de sus alrededores, toda la piedra necesaria para levantar dicho paredón, a razón de 1 real y 3 tarjas por cada carretada[9]. Sin duda debió terminarse ese mismo año o poco después, puesto que, en una quitanza de 1608, Fr. Bernardo Pelegrín acreditaba que quedaba a deber a Pedro de Pesiña, por el dicho paredón, 342 reales[10].

Nuevamente se paralizó la obra hasta 1613 en que, al parecer, el mismo Pesiña se encargó de construir los lienzos de las galerías del S. y del E., pues, en un convenio del Monasterio con Eurgenio de Olondo y Bartolomé de Argurola, éstos se obligaban a arrancar y sacar 500 carretadas de piedra “para los dos lienzos y arcos del sobreclaustro”. La piedra sería de arena y la extraerían de la cantera del Lavador (Avatores), “señalada por Pedro Pesiña”. Se les pagaría 2 ½ reales por cada carretada[11]. Por otra parte, Pedro Casado y Manuel de Arriaga, vecinos de Cervera, se concertaron con el Monasterio, para traer toda la piedra necesaria para el sobreclaustro, a 7 ½ reales la carretada[12]. El Monasterio hizo todavía, el 6 de agosto de ese mismo año, otro contrato con Eugenio de Olondo, obligándose éste a arrancar y sacar la piedra que faltase “para el cuarto lienzo” del sobreclaustro, a razón de 3 ½ reales la carretada[13].

Terminada por fin la obra de cantería del sobreclaustro, quedaba todavía por hacer la de albañilería y de ella se encargó Pascual de Oráa, maestro de albañilería, avecindado en Aldeanueva de Ebro. Para ello, convino el 6 de agosto de 1613, con el Prior en sede vacante, Fr. Bernardo Pelegrín, a suministrar 12.000 ladrillos de Corella, a 48 reales el millar; y el 16 de octubre del mismo año, firmó con dicho Prior un contrato de 10 cláusulas, no numeradas, cuyo texto extractado es el siguiente.

1)    Oráa se obligaba a “hacer las capillas del sobreclaustro de todos los cuatro lienzos en la forma, traza y manera que está hecha una capilla ahora en Poniente, con pilastras y capiteles, conforme a la cantería que está hecha en sus arcos perpiaños, y lucir las paredes y rasparlas y tornarlas a lucir de blanco, cuando estuvieren para ello, y ha de ladrillar todo el suelo del sobreclaustro de todos los cuatro cuartos, con el ladrillo quede presente está traído de Corella, en el dicho Monasterio, sin rasparlo, sino como está el ladrillo, puesto muy ajustado y bien”.

2)    2) Igualmente se obligaba a hacer “los dos tejados que faltan, que queden conforme están los otros dos, y ha de deshacer el tejado del sobreclaustro que estaba hecho, arrimado a la iglesia, las bufardas y bóvedas y maderaje, deshaciéndolo todo, que de esta manera lo ha de deshacer y tornar a hacer el tejado sin bufardas, conforme están los otros dos acabados”.

3)    “Ha de quitar, si fuere menester y fuere gusto del Padre Prior, la cornisa del tejado alto; que quede todo a una tirada”.

4)    El Monasterio le suministrará todos los materiales.

5)    La obra estaría acabada para la Pascua de Resurrección de 1614.

6)    Su texto es ilegible, pues el documento está bastante destrozado.

7)    Si sobreviniese algún daño a la obra, por no estar bien acabada, Pascual Oráa la repararía a su costa.

8)    Se le pagaría por ella, a plazos, 4.000 reales de a 36 maravedís el real, en moneda de Navarra.

9)    Aunque no se quitase la cornisa antedicha, se le pagarían los 4.000 reales[14].

Para el suministro de ladrillos y tejas, el Prior Fr. B. Pelegrín hizo todavía ese año de 1613, dos convenios con tejeros de Alfaro: uno con Juan Jiménez, que se comprometió a hacer varias hornadas de ladrillos y tejas, a 20 reales el millar de ladrillo y teja, debiendo hacer en cada hornada 1.500 tejas[15]; y otra con Juan Aguerri y Pedro Aulón, los cuales se comprometieron a hacer cuatro hornadas, y en cada una, asimismo 1.500 tejas, al mismo precio de 20 reales el millar. El Monasterio les daría la leña necesaria[16].

Pascual Oráa debió andar un poco remiso en cumplir su compromiso, puesto que, en 1614, el Prior Fr. B. Pelegrín le hizo un requerimiento para acabarlo pronto[17]. El mismo año, el Prior hizo un contrato con los vecinos de Fitero, Pedro Gómez y Miguel de Vergara, para que rasparan los 14.000 ladrillos traídos de Corella, para el suelo del sobreclaustro y otros menesteres, pagándoles medio ducado por cada centenar[18].

Añadamos para terminar que, amenazando derrumbarse sobre el Cortijo el muro occidental del sobreclaustro, fue reconstruido en 1966-67 por el maestro albañil de Fitero, Alfonso Fernández Ortega, quien levantó igualmente los pilares y antepechos de hormigón armado que afean el ángulo S.O.

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[1] Tumbo, cap. XV, f. 730 v.

[2] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 51. A. P.T.

[3] Protoc. de Celestino Huarte de 1835, f. 182. A. P.T.

[4] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1590, ff. 239-41. A. P.T.

[5] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1590, f. 207. A. P.T.

[6] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1592, ff. 460-61. A.P.T.

[7] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1593, f. 513. A. P.T.

[8] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1606, f. 65. A. P.T.

[9] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1606, f. 59. A. P.T. La tarja valía 8 maravedís.

[10] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1608, f. 88. A. P.T.

[11] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 102. A. P.T.

[12] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 100. A. P.T.

[13] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 73. A. P.T.

[14] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, ff. 451-52. A. P.T.

[15] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 40. A. P.T.

[16] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 512. A. P.T.

[17] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 87. A. P.T.

[18] Protoc. de Miguel de Urquizu de 1613, f. 72. A. P.T.



CAPÍTULO IV

EL CORO

DESCRIPCIÓN

Se sube directamente a él por la galería septentrional del sobreclaustro, en su ángulo N.O., a través de una amplia escalera de dos tramos, en ángulo recto, unidos por un amplio rellano casi cuadrado. Una ventana abierta en el muro meridional, sobre el rellano, ilumina directamente el segundo tramo y el antecoro. Los escalones miden 2,60 m. de longitud y 0,50 m. de anchura y tienen las contrahuellas revestidas de pequeños azulejos, en forma de una lacería continua y ondulada, de color amarillo, punteada de azul, alternando los ramilletes y los tallitos de hojas verdes. Ambos tramos están protegidos, a la derecha, por sendos antepechos masivos, de boceles corridos, y unidos por dos pilarotes rectangulares, los cuales, en tiempos pasados, ostentaban unas gruesas bolas, como en la esclaera de la entrada de la iglesia.

El tramo primero tiene 10 escalones y se asciende a él, bajo un arco de medio punto, cuyo amplio intradós, pintado de rojo, ya desvaído, está adornado con once páteras blancas en relieve, encerradas en cuadrados de lados verduscos. El tramo segundo tiene solamente siete escalones y desemboca en el antecoro. Lo más interesante de ambos tramos es la pequeña bóveda estrellada que los cobija, formada básicamente por cuatro haces de cinco nervios que apean en pequeñas repisas rojizas, situadas en los ángulos de los muros, a 2/3 de altura aproximadamente sobre el suelo La constelación consta de 26 claves de yeso, ornadas igualmente con páteras blancas, que circundan a un florón, situado en el centro de la bóveda, en el punto medio de una gran cruz radiada. Esta escalera data de fines del siglo XVI.

El antecoro es una sala rectangular de 0,60 m. de larga, 2,50 m. de ancha y 4,55 m. de alta. La adornan dos arcos de medio punto, más pequeños que el del tramo primero de la escalera, pero con su intradós ornado análogamente con cinco páteras blancas cada uno. A la entrada del antecoro, a mano derecha, se conserva todavía una pequeña benditera, bastante maltrecha, montada sobre un capitel corintio, que descansa en un plinto, adornado con dos cartelas. Debajo de la arcada interior, hay un asiento corrido con respaldo.

Según el Inventario de 1835, en el muro del Poniente del primer tramo de la escalera, había entonces un lienzo de San Raimundo; y en el antecoro, uno del Nacimiento de Jesucristo y otros de la Adoración de los Reyes, los cuales pendían de los muros N. y E., pues este último no tenía entonces ninguna puerta de entrada, como la tiene ahora[1].

A la derecha e izquierda del antecoro, hay dos dependencias en las que se guardan objetos del culto y cachivaches. La de la derecha es paralela a la galería N. del sobreclaustro y tan larga como ésta; y la de la izquierda es un corredor abierto hacia el Cortijo, con una vieja puerta negruzca, adornada con relieves de rombos, montados sobre rectángulos.

La puerta de entrada al coro es la situada al fondo de esta antesala; es decir, la del N. Se trata de una puerta asimismo negruzca y vieja, abundantemente labrada con relieves geométricos sencillos, pero bien combinados: círculos, semicírculos, rombos, elipses y rectángulos.

El coro tiene 16,50 m. de longitud y 10,30 m. de anchura, elevándose sobre el suelo de la nave central 8 m. Su piso está pavimentado con una combinación de azulejos y baldosines cuadrados de 14 cm. De lado, agrupados de cuatro en cuatro y colocados en forma de losanges. Los azulejos son de media docena de tipos diversos, formando cruces, lacerías, círculos, hojas, etc. y alternando los colores amarillos, azul, verde, blanco y canela, con predominio de los dos primeros. Los azulejos van combinados con losetas rojas. La sillería circuye un espacio de 12,35 m. de largo y 10,25 m. de ancho y mide 3,55 m. de altura y 2,80 m. de anchura. Consta de dos partes, como en los grandes coros catedralicios: la alta y la baja. La parte alta tiene dos accesos laterales directos, por sendas escaleras de tres escalones cada una, y consta de 17 asientos a cada lado, 2 rincones (mejor labrados que los asientos) y otros 9 asientos al fondo (cuatro a cada lado del abacial); en total, 45 estalos, incluyendo los de los rincones: todos de nogal.

La parte baja tiene cuatro accesos a la alta, por otras tantas escaleras de tres escalones, las cuales la dividen en varias secciones: cuatro laterales de siete escalones cada una, 2 rincones y tres secciones de fondo, con 5 estalo (dos a cada lado del asiento del Prior). En total 35 estalos, los cuales, sumados con los de la parte alta, ascienden a 80 (incluidos los rincones).

El valor artístico de esta sillería es algo escaso, debido a la sobriedad de su ornamentación, conforme a la tradición cisterciense. Sólo la misericordia del asiento del Abad muestra un adorno en relieve: un mascarón de abundante pelambrera y bigote de guías retorcidas. Los demás asientos no tienen ninguno. En cambio, están ornamentados todos los apoyos de las manos de los brazales bajos, con unas mismas figuras: bustos de indios e indias desnudos, pechos salientes y larga cabellera, doblados hacia atrás. Los indios ostentan largos bigotes; y las indias, collares o pectorales.

Los asientos de la parte baja tienen pequeños respaldos formados por tableros lisos, encuadrados por pequeñas pilastras de cinco canales, acabadas en capiteles jónicos, y sobre estos, van montadas oblicuamente pequeñas cartelas que sostienen el atril corrido del piso superior. En los asientos de éste, los respaldos son menos altos y están encuadrados por ménsulas que sostienen las bellas columnas de los altos respaldares rectangulares, cobijados bajo doseletes tallados iguales, separados por modillones labrados. Los tableros de los respaldares son asimismo lisos, sin ninguna ornamentación, mientras que las columnas son acanaladas y con éntasis, terminando en capiteles jónicos. La superficie inferior del guardapolvo que forman los doseletes, ostenta sendas rosetas en relieve; y sobre la superior, se alinean alternativamente frontones partidos, curvos y terminados en volutas. Estos frontones forman cabalmente la crestería del coro y son 23, distribuidos así: 5 al fondo, 8 a cada lado del cuerpo del coro y 1 a cada lado de los batientes con que se abre. En otro tiempo, estaban todos adornados en el centro y en los extremos, con pequeñas esferas de madera, coronadas por pequeñas pirámides cuadrangulares, asentadas sobre pedestalitos. Sumaban en total 69, pero, en la actualidad, apenas si queda una quincena.

El sitial del Abad, que ocupa aisladamente el centro del fondo de la parte alta, está naturalmente más decorado que los demás. Ya hemos anotado el mascarón de su misericordia. Pues bien, las columnas que encuadran su respaldo alto, también están adornadas, en su tercio inferior, con relieves, que representan a dos efebos semidesnudos; y el pequeño friso montado sobre el arquitrabe ostenta, finalmente esculpida, una mitra abacial, que sostienen lateralmente dos jóvenes tenantes, tendidos en el suelo.

Finalmente el balcón del coro tiene tres tramos comprendidos entre pilastras, cada uno de los cuales consta de once balaustres. En total, cuatro pilastras y 33 balaustres: todos de madera. Los balaustres están finamente decorados con relieves, en su tercio medio, y las pilastras terminan en capiteles jónicos. Las medidas de la barandilla son 1,15 m. de altura y 8,85 m. de longitud. El barandal tiene 0,25 m. de ancho y, en medio de él, está fijado un atril de hierro forjado, con corredera.

El gran facistol que ocupa el centro del coro es contemporáneo de la sillería de éste. No tiene un mérito artístico sobresaliente, pero su templete terminal, su pivote labrado y las cabezas de león que asoman por los cuatro ángulos de su base, no dejan de ser detalles interesantes. Antiguamente estaba rematado por un Crucifijo. Mide 3,10 m. de altura.

NOTAS HISTÓRICAS

En el Archivo de Protocolos de Tudela localizamos y extractamos hasta once documentos, relativos a la construcción del coro, que vamos a resumir en tres apartados: albañilería, sillería y balconaje.

ALBAÑILERÍA  

Por el contrato firmado, de una parte, por el Abad, Fr. Marcos de Villalba y el fabriquero Fr. Miguel de Bea, y de la otra, por Francisco Guarrax, maestro albañil, vecino de Tórtoles, en el reino de Aragón, el 2 de abril de 1590, se convino en que Guarraz haría “un coro en la iglesia, con dos capillas de albañilería”, conforme a una traza que quedó en poder del Abad. “El dicho coro se ha de hacer arrimado a los pies de la iglesia y ha de ser de ancho y largo, conforme a las dos capillas de piedra y ha de llevar dos arcos”. Guarrax empezaría la obra al día siguiente de Resurrección y la acabaría para el último día de julio del mismo año 90. Se le proporcionarían todos los materiales necesarios y se le pagarían 30 ducados, al empezar la obra; otros 30, al cerrar una capilla y empezar la otra; 20 al terminar de cerrar las dos capillas; y el resto, dos meses después de acabado y tasado el coro. Salió fiador Guarrax Juan Navarro Sarasa, vecino de Alfaro[2].

No hay motivos para suponer que esta obra no se hizo en el plazo señalado o, por lo menos, en dicho año. Sin embargo, la sillería, que era su complemento, no se contrató hasta ocho años después; y la pavimentación que era la última obra de albañilería del coro, hasta 1602, en que aparece un contrato del Monasterio, firmado el 31 de marzo, con el tejero de Alfaro, Pedro de Olazarán, el cual se obliga a hacer 3.800 ladrillos de coro, en el siguiente mes de abril, por 22 ducados de a 11 reales, en moneda de Navarra[3]. No sabemos si, en estos “ladrillos de coro”, entraban los azulejos, aunque así lo parece dada su cantidad, porque es el caso que, en otras escrituras de azulejos para el Monasterio, de aquel tiempo, se dice que los traían de Talavera y de Madrid.

El curioso espaciamiento entre el comienzo y la terminación del coro se explica porque el abad Villalba emprendió, al mismo tiempo, otras obras, como la construcción de un hospital, del sobreclaustro, etc., muriendo al año siguiente (1591), sin acabar ninguna.

SILLERÍA

Esta obra fue comenzada por Juan de Oñate, quien murió en el verano de 1600, y terminada por Estaban Ramos, en el de 1602.

El contrato del abad Fr. Ignacio Fermín de Ibero con Juan de Oñate, “maestro ensamblador, vecino de la ciudad de Calahorra”, fue firmado en Fitero, el 31 de enero de 1598, y consta de 19 apartados no numerados. En el 1º se especifica que las illas serían de dos órdenes: altas y bajas, y que las altas serían 45 (9 al fondo, 2 en los rincones y 17 a cada lado de los muros laterales). En el 2º, que las bajas serían 41, con parecida distribución. En el 3º, que se harían 6 escaleras para subir a la parte alta. En el 4º y 5º, se detalla la factura de las altas y de las bajas. En el 6º, se aclara que toda la labor de la sillería sería a cuenta de Oñate, “excepto la talla de la coronación que son los florones y cartelas”. En el 7º, “se establece que el Monasterio daría a Oñate toda la madera necesaria, aserrada y puesta en su taller o en el coro; y en el 8º, que todo el serraje, fijas para las sillas y clavazón para la plataforma y los telares serían también por cuenta del Monasterio. El 9º dice que toda la parte visible del coro y la plataforma sería de madera “de nogal”; y, en cambio, se establece en el 12º que los telares que se harían entre las sillas y la plataforma, debajo de las sillas altas y en el suelo, serían “de pino y otra madera tosca”. El 10º señala que Oñate se encargaría de reclutar a sus oficiales; y el 11º que los rincones de las sillas altas y bajas se le pagarían respectivamente al precio de unas y otras. El 13º y el 14º fijan que, por las altas, se le darían 1.080 ducados; y por las bajas, 492. En total, 1.571 ducados. El 15º determina que el Monasterio pagaría a los oficiales que trabajasen con Oñate 50 reales mensuales o más de salario y otros 50 reales para la comida. Por el 16º, Oñate se comprometía a terminar la obra, dentro de dos años. El 17º, 18º y 19º establecen que a Oñate se le liquidaría completamente la cuenta, dentro de dos meses después de acabadada; y que pondría la fianza legal correspondiente y que la obra sería examinada y aprobada por expertos[4].

Este contrato satisfizo de tal manera a Oñate que, el mismo día (31-01-1598), firmó otra escritura, haciendo al Monasterio cinco concesiones, siendo las principales que solo le cobraría 1.500 ducados; que haría a su costa la talla de la coronación; y que toda la plataforma, así lo tocante al ensamblaje, como a la carpintería, correría también de su cuenta[5].

Oñate murió sin acabar el coro, en el verano de 1600, habiendo ya percibido del Monasterio 9.045 reales y medio[6]. Entonces se encargó de terminarlo Esteban Ramos “Maestro de Arquitectura”, vecino de Rincón de Soto, el cual, en un albarán fechado el 15 de septiembre de 1602, confiesa haber recibido por su trabajo, en diferentes partidas, 16.849 reales, “de suerte que tiene recibidos 349 reales más de lo que montan los 1.500 ducados en que se concertó la obra”[7].

BALCONAJE

Comprende el antepecho del Coro y dos tribunas adyacentes desaparecidas. El antepecho o barandilla del Coro fue objeto de un contrato aparte entre el abad, I. Ibero, y Juan de Oñate; documento que fue firmado en 1600, un día 18 de no sabemos qué mes, porque está roto en la escritura. Consta de cuatro cláusulas: 1) el antepecho tendría 36 balaustres de nogal, con 4 pilastras de pino cuadradas y estriadas, con el tercio flautado y capitel jónico. Se compondría de tres tercios, con doce u once balaustres entre pilastra y pilastra. 2) la basa y cornisa del antepecho, que son las vigas alta y baja en las que se encajan los balaustres y pilastras, serían de pino, labrándolas, según el Arte, con sus cornisas, boceles, etc. 3) el Monasterio suministraría la madera aserrada de la manera que conviniese. 4) se pagarían a Oñate por esta obra cuatrocientos reales, de los que cien inmediatamente[8].

Efectivamente los cobró; pero, por haber muerto prematuramente, como ya hemos dicho, no hizo la obra, la cual fue realizada por Esteban Ramos.

Este mismo arquitecto ejecutó el facistol que se conserva en el Coro. Por cierto que, antes de hacerlo, presentó al abad, I. Ibero, dos diseños diferentes, que todavía se guardan en el protocolo de 1601 de M. Urquizu: el diseño correspondiente al facistol actual y otro más artístico, con dos cariátides en forma de sirenas, adosadas al pivote de sustentación. Ibero eligió el más sencillo, pagando por él mil reales[9].

Finalmente Esteban Ramos hizo, por 968 reales, dos tribunas con celosías, montadas a la altura de los salientes de los arcos rebajados del tercer tramo de la nave central, adyacente al coro[10]. Desaparecieron hace más de un siglo: pero todavía se distinguen perfectamente los agujeros en las partes altas de los muros correspondientes; sobre todo, en el meridional, en el que destaca el gran hueco de la antigua entrada a la tribuna. La del muro Norte era de simple adorno y, por lo mismo, liviana, mientras que la del Sur era utilizada por los monjes, para oír, desde ella, los sermones de la Parroquia[11] y naturalmente estaba sólidamente instalada. Su puerta de entrada se encontraba en el interior de la dependencia oriental del antecoro. Esta dependencia no tenía, como ahora, ninguna puerta de salida a éste y se entraba en ella por la puerta que hay a la derecha de la subida a la torre. Se desemboca en su gran recinto, por la empinada escalera cubierta por una bovedilla de cañón que existe todavía. Las dimensiones de este local son de unos 30 m. de largo por 6 de ancho. Data del último cuarto de siglo XVI y estuvo destinado a Sala Capitular, tal vez en los meses fríos, en que la del Claustro Bajo es más inhóspita. De aquí los escaños adosados a las paredes que tiene, en toda su longitud. El Inventario de 1835 anota que había entonces en ella un Crucifijo grande en lienzo.

Ahora bien los compartimentos que tiene en la actualidad (y que seguramente desaparecerán) fueron hechos en el siglo actual, para alojas a los miembros de la Adoración Nocturna, en sus Vigilias y reuniones. Así lo recuerdas las inscripciones y cuadros que hay en el primer compartimento, subiendo por la dicha escalera. Las inscripciones, en letras negras mayúsculas, dicen: ALABADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO.

Y debajo: AVE MARÍA PURÍSIMA.

Los cuadros son dos modernos sin importancia artísitca. El mayor es un recuerdo de las Bodas de Oro de la Sección Local de la Adoración Nocturna, con las fechas de 1909-1959; y el menor, uno de Sta. María Micaela del Santísimo Sacramento. Hay además un Cuadro de Honor, con la lista de los 41 fundadores de dicha Sección, encabezada por el párroco Don Martín Corella y el seglar Don Juan Olóndriz (no Alondriz, como dice el cuadro).

Añadamos, por lo que hace el coro, que su bóveda, así como la del tercer tramo de la nave central, fueron limpiadas en noviembre y diciembre de 1973, quitándoles el yeso que afeaba y desfiguraba sus constelaciones platerescas, con lo que quedaron al descubierto los relieves artísticos de algunas de sus claves. A su vez, la sillería del coro fue limpiada en la primavera de 1978 por el párroco D. Ramón Azcona y dos vecinas, poniendo asimismo de manifiesto ciertos detalles, desapercibidos hasta entonces[12].

LOS COROS MEDIEVALES

En un protocolo del notario de Tarazona Jerónimo Blasco, en el que se da cuenta de la toma de posesión de la Abadía de Fitero, por Fr. Martín de Egüés y de Gante, el 25 de julio de 1540, a la muerte de su tío, Fr. Martin de Egüés y Pasquier, se dice que éste fue enterrado “prope introitum chori”, junto a la entrada del coro, según testimonio del notario de Fitero, Sebastián Navarro. Ahora bien, ¿qué coro fue éste? Sin duda alguna, el presbiterio, pues en la dicha escritura de Blasco, se puntualiza que, al tomar posesión el nuevo Abad, seguido de los monjes, de las diversas dependencias de la iglesia, “fueron al coro y tomó las dos sillas, una para misa, que es la primera, entrando al coro por la parte del Altar Mayor, a mano izquierda; y la segunda, para vísperas, o sea, la última por la mano izquierda, y después anduvo por la iglesia, abriendo y cerrando las puertas”.

Así, pues, el sepulcro del abad, Fr. Martín de Egüés I, que se dice enterrado “prope introitum chori”, estuvo –y tal vez esté todavía- junto a la entrada del presbiterio, siendo una lástima que, al entarimar la iglesia, se cubriera el epitafio que seguramente tendría.

Para comprender esta ubicación del coro fiterano, a mediados del siglo XVI, debe tenerse en cuenta que el Altar Mayor no tenía, a la sazón, el retablo actual, de manera que el presbiterio resultaba un lugar bastante holgado para servir de coro. Por lo demás, esa era precisamente la ubicación ordinaria del coro en las iglesias francesas y, por lo mismo, el P. A. Dimier, al describir sumariamente el presbiterio fiterano, lo llama “un vaste choeur à déambulatoire”, un vasto coro con deambulatorio[13]. Pero no lo era de las iglesias españolas; por lo que creemos que la utilización del presbiterio como coro de los monjes, en la época de los Egüés, fue una medida circunstancial, debido a que, por entonces, se estaba construyendo el claustro bajo, con los consiguientes ruidos y estorbos, los cuales impedían utilizar el coro bajo inmediato para los oficios corales. Por esta misma razón, tampoco se reunían entonces los monjes en la Sala Capitular, sino en la Capilla de Sta. María Magdalena, según se hace constar en el citado documento.

Sabemos, por otra parte, que el plano tradicional de las iglesias cistercienses no situaba el coro de los monjes en el presbiterio, sino dentro de la nave central, cerca del crucero y de la puerta de los monjes, de donde deducimos que el coro de los Egüés no fue el coro normal de los monjes en la Edad Media, sino el que estuvo emplazado en el 5º tramo de la nave central, como lo delatan las raspaduras que aparecieron en los pilares que lo encuadraban, al hacer su limpieza en 1971 y que, en los momentos en que escribimos estas líneas, son bien visibles todavía. Esas raspaduras demuestran que, para ajustar bien el coro, después de construida la iglesia, cortaron parte de la piedra de las cuatro pilastras frontales de los pilares que lo encuadraban, a 1,50 m. de altura sobre el suelo, y que, al retirarlo posteriormente, rellenaron los huecos con ladrillos, en una superficie de 1,30 m. de larga. Por lo demás, no sabemos nada concreto acerca de la estructura particular de este coro. Dos puertas o verjas laterales, situadas en las naves menores colaterales, a la altura de la entrada del mismo, cerraban el paso al crucero, siendo un testimonio de su antigua existencia los grandes agujeros en que estaban encajados los goznes y que continúan asimismo a la vista. No sabemos la fecha exacta en que fue desmontado este coro medieval, pero, sin duda, debió ser a fines del siglo XVI o en los comienzos del XVII.

Nos queda por resolver una cuestión embarazosa: la del coro de los conversos, pues resulta que el plano tradicional de las iglesias cistercienses incluía un segundo coro, destinado a ellos. El coro de los conversos estaba situado detrás del de los monjes y separado completamente de él[14]. Y bien, ¿dónde estuvo el coro de los conversos en el templo fiterano? Imposible responder con toda seguridad a esta pregunta, porque no quedan huellas ni noticias de él. Pero lógicamente tuvo que estar hacia el tramo 3º de la nave central, cerca de la puerta de los conversos (hoy del Bautisterio) y si, efectivamente, no quedan huellas de él, es debido sencillamente a las reformas y refuerzos que se hicieron en los machones de ese tramo, al construirse el coro alto. No hay otra explicación.

UN CORO EFÍMERO Y SINGULAR

         Además del presbiterio, hubo un segundo coro circunstancial, un poco chusco, en el siglo XVII, pues resulta que, a pesar de la amplitud y de la novedad del coro alto, levantado hacia un cuarto de siglo, porque -¡oh manes de San Bernardo!- les resultaba incómodo subir hasta allí. Parece increíble, pero así se consigna en la cláusula 32 del Convenio sobre los pleitos pendientes entre la Villa y el Monasterio, firmado el 8 de julio de 1628. En ella se lee que el abad Corral y Guzmán “mandó poner un coro de bancos y su silla pontifical en el crucero de la iglesia, entre los bancos donde se asienta la gente y la Capilla Mayor, por ser ansí conveniente para la comodidad del Santo Convento, a causa de estar el coro encima de la entrada de la iglesia”.

Lo más gracioso del caso es que la Villa armó pleito contra el Monasterio, porque el banco en el que sentaba el Prior, estaba puesto de espaldas al del Alcalde y de los Regidores, con evidente menosprecio de éstos; por lo que se acordó en dicho convenio, que se quitaría de allí ese banco, “dejando el dicho puesto desocupado, para que no haya aquel impedimento ni otra cosa que estén de espaldas a la Justicia”[15].

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 [1] Protocolo de Celestino Huarte de 1835, nº 40, f. 182. A.P.T.

[2] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1590, ff. 148-149. A. P.T.

[3] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1602, f. 84. A. P.T.

[4] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1598, ff. 495-98. A. P.T.

[5] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1598, ff. 499-500. A. P.T.

[6] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1600, f. 503. A.P.T.

[7] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1602, unido al documento anterior. A.P.T.

[8] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1600, f. 503. A.P.T.

[9] El contrato ocupa el folio 12 y lleva anejos los dos diseños de Ramos.

[10] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1606, f. 8, Cuentas con E. Ramos, 29 de julio de 1606.

[11] Libro de autos de Visita de las Cofradías, p. 4. A.P.F.

[12] Libro de Cuentas e Informaciones de la Parroquia, p. 54.

[13] L´Art cistercien hors de France, p. 41.

[14] Plan traditionnel d´un Monastère Cistercien, en el Art Cistercien, France, 2ª edición, pp. 39-41.

[15] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1628, ff. 85 y siguientes. A.P.T.


CAPÍTULO V

LA CAPILLA DE LA VIRGEN DE LA BARDA


DESCRIPCIÓN

         Es la más monumental de la iglesia. Se abre en el último tramo de la nave lateral izquierda del templo y su estilo es barroco. Su recinto es importante, pues tiene 23,50 m. de longitud, 9 m de anchura máxima, en el tramo central, y unos 27 m. de altura, sin contar el chapitel. Lástima que su iluminación natural sea bastante deficiente. Y lo es, especialmente en las mañanas, por su ubicación al N. y por la escasez de sus vanos –uno al E. y dos al O.-, los cuales están además un poco elevados. Sospechamos que, para paliar este defecto, los pintores que la decoraron en 1826, emplearon, sobre todo, colores chillones, como el rojo de diferentes matices y el azul.

         SU ENTRADA

         Se entra en la capilla, bajo un arco monumental de medio punto, de 7,13 m. de altura, 3,90 m. de luz y 2,15 m. de intradós. Su fachada exterior está moldurada y encuadrada por dos pilastras de capiteles corintios, montas sobre dados cuadrangulares, decorados geométricamente. En su parte alta, exhibe, en sus extremos, dos vasos de flores, y en el centro, una pequeña cartela, en la que se lee: SE – PINTO AÑO – DE 1826.

         Su intradós está surcado por dos arcos paralelos de platabanda, puramente ornamentales, entre los que destaca un gran florón policromado. Dichos arcos enlazan, a través de la imposta, con sendas pilastras, igualmente paralelas, análogas a las de la fachada exterior. En cuanto a la fachada interior, está asimismo moldurada, pero no tiene pilastras. Sobre el extradós de la clave y de las dovelas adyacentes, se destaca otra cartela oblonga, en la que se lee: ESTA CAPILLA SE COMEN –ZO AÑO DE 1732 Y SE ACABO – EL DE 1737 – SE PINTO EL 1826.

         El amplio cornisante que separa las partes altas y bajas de esta entrada, ostenta un bello friso, con pequeños atlantes angelicales, enlazados por guirnaldas.

         La fachada exterior de esta entrada tiene un defecto curioso y bien visible, como es el que su arco no está centrado en el mundo de la nave, sino desplazado 0,45 m. hacia la izquierda del mismo, con el fin de que el eje de simetría del interior de la capilla coincida con el centro del arco. De aquí que el nervio derecho de la bóveda de la nave apee normalmente en su voladizo primitivo, mientras que el de la izquierda hubo de ser cortado, a la altura de la imposta, haciendo desaparecer su voladizo. Otra consecuencia antiestética, como la anterior, fue la desaparición del vaso floral de la izquierda del arco, en tanto que el de la derecha se conserva intacto, y es porque aquél hubo de ser incrustado en una posición encorvada y violenta sobre el nervio mutilado. Naturalmente no tardó muchos años en desprenderse.

         ¿Y cómo se explica esta evidente falla? Indudablemente por un error de cálculo de los constructores: error explicable, como se verá en las notas históricas, al conocer las transformaciones sucesivas que sufrió esta capilla.

         EL RECINTO

         Se compone de tres tramos y del camarín.

         El primer tramo tiene una bóveda de medio cañón con lunetos, la cual consta de dos secciones, separadas por un arco fajón, cuyo intradó está ornamentado con cardinas, antemas y cabezas angelicales. Los lunetos sólo ostentan, en cambio, como decoración, triángulos rectángulos dorados, de diferentes tamaños: los más pequeños, cubiertos con relieves vegetales del mismo color. Ambas secciones llevan adornados sus vértices, con sendos florones.

         La primera sección es un tercio mayor que la 2ª y, en ella, está instalado el pequeño coro de la capilla, el cual se eleva sobre el suelo 8,35 m. y mide 7,30 m. de largo y 2,80 m. de ancho, y tiene una barandilla de sencillos barrotes de madera. En el centro de su muro meridional, está practicado un oculus cegado, adornado con una gran guirnalda circular, y en su muro occidental, se abre una pequeña puerta que da a la escalera de acceso. Eta escalera es de ojo, está iluminada por tres ventanos y una ventana, y consta de 48 peldaños de ladrillos, recubiertos de yeso. La puerta de subida se halla al pie de esta primera sección de la capilla, simulada por un zócalo que reviste la parte inferior de toda ella.

         La segunda sección de este primer tramo tiene, en la parte alta, dos ventanas rectangulares: la orienta, ciega; y la occidental, cubierta con una vidriera policromada moderna.

         Los muros de ambas secciones son entrepaños planos, con ninguna ornamentación, salvo el predicho zócalo, dos pequeños colgantes y el cornisamento general que los corona y que adorna los dos lados del reciento, de un extremo al otro. Este cornisamento está compuesto por diferentes molduras y adornado con ménsulas planas, guirnaldas y colgantes. Tiene 1,35 m. de anchura y un friso con ocho grandes cartuchos de fondo blanco. Los repartidos en los dos primeros tramos son seis y encierran, de izquierda a derecha, las siguientes palabras, en caracteres negros: AVE – MARIA – GRATIA – PLENA – DOMINUS – TECUM.

         Los dos cartuchos que ostenta la cornisa, en el tercer tramo, son algo mayores y contienen, a su vez, de izquierda a derecha, esta leyenda: LA PIEDAD FITERANA RESTAURO POR SUSCRIPCION POPULAR ESTA CAPILLA Y LA DEDICO -  A SU EXCELSA PATRONA, LA VIRGEN DE LA BARDA, EL DIA 15 DE SEPTIEMBRE DE 1918.

         El segundo tramo de la capilla es el más monumental e importante, desde el punto de vista arquitectónico. Su sección inferior, desde la cornisa general hasta el suelo, es un poco más ancha y larga que la del primer tramo, y sus entrepaños también son planos y sin ornamentación, pero los colgantes del cornisamento son mucho mayores (1,60 m. de anchura y 1,30 m. de altura aproximadamente) encerrando hermosas antemas. Su zócalo de madera es ligeramente más bajo que el del primer tramo, pero más artístico, pues está labrado y el otro no, y lo remata una fina crestería. En cuanto a su rodapiés, es de terrazo cubierto de losetas de mármol, de color verdoso oscuro, como en todos los tramos de la Capilla.

         Los lienzos de este segundo tramo están encuadrados por gruesos pilares de base octogonal, con tres caras principales: dos planas en forma de pilastras molduradas, pintadas de amarillo y rojo, con grandes bezantes en su parte media; y otra cara cóncava, lisa y grisácea.

         Su bóveda es una cúpula octogonal de 10 m. de diámetro en la boca y de 4 m. de altura. Se apoya sobre un amplio cimborrio liso, de color lila claro, comprendido entre dos cornisas, enlazadas por ocho bandas veteadas de azul. La cornisa superior es sencilla y está formada por molduras azuladas, mientras que la inferior es aparatosa y complicada y está surcada por 16 grandes colgantes de escayola, formados por pares de anclas superpuestas y floronadas, de dos tamaños diferentes. A su vez, el cimborrio se apoya sobre cuatro grandes arcos de medio punto que forman cuatro pechinas y dos lunetos. Los dos arcos perpiaños tienen todo su intradós, adornado con diversos entrelazados, ostentando antemas, corolas, artesones, etc., y una cruz de Calatrava en el centro: negra, en el primero (/propiamente de Alcántara, negra o verde) y roja, en el segundo. Los arcos de los lunetos tienen análoga decoración en relieve, pero sin cruces de Calatrava.

         Los lunetos tienen practicadas en su centro sendas ventanas rectangulares, con vidrieras policromadas modernas; las cuales ostentan una gran M en rojo (María) la del E., y una cruz roja de Calatrava, la del O. A uno y otro lado de la ventana oriental, están pintados al fresco San Lucas y San Mateo; y de la occidental, San Marcos y San Juan. Los cuatro evangelistas aparecen sentados, sosteniendo, en la mano derecha, una pluma, y en la izquierda, un libro abierto, y todos van acompañados de sus respectivos símbolos; o sea, S. Mateo, de un ángel; S. Marcos, de un león; s. Lucas, de un toro; y S. Juan, de un águila. Los cuatro ocupan un cuadrante de circulo, con el arco adornado de cuatro ondas y guirnaldas; y debajo de cada uno, está escrito su nombre en latín, sobre una faja blanca.

         A su vez, las pechinas ostentan los retratos de cuatro abades: S. Benito de Nursia, en la del N.O.; S. Bernardo de Claraval, en la del N.E.; S. Roberto de Molesme, en la del S.E. y S. Raimundo de Fitero en la del S. O. Los cuatro aparecen asimismo sentados y asomados a ventanas circulares, de fondo azul celeste, y borduras angreladas. S. Benito tiene barba y bigote entrecanos, lleva un hábito negro benedictino y sostiene, con la mano derecha, una pluma y con la izquierda, un libro abierto, en cuyas páginas se lee: “Primus gradus humilitatis”. (El primer grado de humildad). A sus pies, en el lado izquierdo, tiene un báculo y una mitra; y en el derecho, un par de libros cerrados. A la derecha de su cabeza, se ve una paloma, símbolo del Espíritu Santo, que le inspira su Relga; y debajo del pedestal que lo sustenta, un cartucho reza: “Sanctus Benedictus, Legislator”. (S. Benito, legislador).

S. Bernardo lleva el hábito blanco del Císter y carga con los símbolos de la Pasión, empuñando, con la mano derecha, un látigo y una lanza, y sosteniendo, entre sus muslos, una caña y una cruz de la que cuelga una corona de espinas. A la izquierda de sus pies, se ve, en posición inclinada, una columna, y a la derecha, una mitra y un báculo. Su cartucho dice abreviadamente: “Sanctus Bernardus, Primus Abbas Claravalis”. (San Bernardo, Primer Abad de Claraval).

         S. Roberto de Molesme tiene barba y bigote blancos, posa su mano derecha sobre su pecho y, con la izquierda, empuña un báculo. Su cartucho reza: “Sanctus Robertus, Primus Abbas Cister”. (S. Roberto, Primer Abad del Císter).

         Finalmente S. Raimundo aparece representado de una manera un poco carnavalesca. Lleva un hábito corto del Císter, por lo que enseña las piernas desnudas; en el pecho, ostenta una pequeña coraza azul, con una cruz roja de Calatrava en el centro; con la mano derecha, empuña un bastón de mando, y con la izquierda, un crucifijo. Cubre su cabeza un casco empenachado de guerrero medieval, y a su izquierda, flamean tres banderas: dos, al menos, musulmanas, puesto que acaban en media luna, y otra, en punta de lanza. Debajo de ellas, asoma una cabeza de moro bigotudo, degollado, con sangre en el cuello; y en el extremo, unas llamas. Su cartucho dice en abreviaturas: “Sanctus Raymundus, Primus Abbas Fiteri”. (S. Raimundo, Primer Abad de Fitero).

         Los frescos de S. Benito y S. Bernardo se conservan todavía bastante bien; pero los de S. Roberto y S. Raimundo están ya algún tanto deteriorados.

         Las ocho caras interiores de la cúpula están, por su parte, decoradas, con grandes pinturas al fresco, de los siguientes profetas: moisés, David, Jeremías, Daniel, Habacuc, Ezequiel, Oseas e Isaías, los cuales se identifican por las inscripciones latinas que se leen al pie de cada uno. Todos ellos aparecen dentro de nichos planos polícromos, con sus arcos de medio punto, coronados por otros terminados en ojiva, y las separaciones entre ellos, están marcadas por ocho altos trapecios isósceles, formados por vistosos contarios, que surcan toda la cúpula de arriba abajo. Las pinturas se conservan en relativo buen estado, a pesar de las grietas, que son grandes, y algunas, como las de Habacuc, hasta inquietantes.

         Finalmente el cupulino, que mide unos 6 m., es asimismo octogonal y gallardo. Tiene ocho altos ventanales con vidrieras blancas. No está decorado con pinturas, sino con adornos dorados en relieve, exhibiendo un gran florón en el remate, y ocho colgantes, en los bordes del casquete esférico y en los entrepaños de las ventanas. Exteriormente está coronado por un enorme chapitel, de unos tres metros.

         El tercer tramo de la Capilla comprende dos secciones: el altar y el Camarín.

         La parte arquitectónica del altar se reduce a una cabecera en artesa, coronada por un cuarto de esfera sobre pechinas. Los lienzos laterales están recubiertos de losetas marmóreas verdosas, como el rodapiés de toda la capilla, y la bóveda ostenta un gran fresco que representa el cielo. Por él pululan casi una treintena de ángeles, ocupando el centro una gran figura del Padre Eterno, con el rostro encerrado en el simbólico triángulo trinitario. Lleva la consabida barba blanca y anda flotando sobre un escabel de nubes y de cabezas angelicales. Tiene la mano derecha alzada, en actitud de bendecir, mientras que, en la izquierda, sostiene una pequeña cruz, apoyada sobre la esfera terrestre. Una gran grieta surca de arriba abajo, como un siniestro relámpago, este tranquilo cielo, cercado en su parte inferior por un largo balconcillo; y en el extremo izquierdo de éste (derecha del espectador), se ve dialogando amablemente a una pareja rubia. Son indudablemente Adán y Eva.

         En cuanto al plano del fondo, tiene como remate un arco escarzano moldurado, debajo del cual se abre, en forma de dosel, un gran cortinaje, pintado igualmente al fresco, cuyos pliegues son recogidos por ángeles, que aparecen sentados en los cuatro extremos del cornisamento general. Las enjutas del arco escarzano ostentan como ornamentación cuatro círculos: los dos inmediatos y más pequeños encierran ángeles de medio cuerpo, exhibiendo unas cintas, con una inscripción bipartida, ya borrada, en la que sólo se distingue la palabra “Christi”; y los dos mayores contienen respectivamente una ave canora (derecha del espectador) y un pelicano alimentando atado que da a comer a los suyos su cuerpo y su sangre, como parece el pelícano en este fresco: ave a la que una leyenda atribuye lo mismo. Pero no es verdad, porque el pelícano alimenta a sus crías con los peces que guarda en una bolsa, situada en la mandíbula inferior de su enorme pico.

         El fondo de toda esta sección está ocupado por el imponente baldaquino que cobija al altar. Tiene 9 m. de altura y es todo de madera, incluso sus gallardas columnas salomónicas de seis espiras, aunque aparezcan a simple vista de pórfido rojo. Están montadas sobre dobles plintos prismáticos cuadrangulares, adornados con cuarterones, teniendo como base un pequeño zócalo. Sus capiteles son compuestos. El entablamento que contornea el pabellón con sus festones, de los que cuelgan una treintena de borlas blancas, ostenta, en la parte frontal, un gran copete moldurado, sostenido por una cabeza de ángel. Sobre el conjunto, se alza un aparatoso remate, formado por una rampa de 12 grandes consolas, que sostienen una plataforma, ocupada por las tallas de las tres virtudes teologales. Todas las consolas están bien labradas. La central de las cinco delanteras exhibe, dentr4o de una cartela coronada, al Cordero Místico, y las otras cuatro, a sendos angelitos de pie surcando la rampa. La plataforma tiene sus bordes ornamentados de grueso follaje, y las tallas que sostiene, son de derecha a izquierda del espectador, la Esperanza, la Fe, y la Caridad.

         La Esperanza aparee sentada, con el brazo derecho sobre el pecho y empuñando una áncora con la mano izquierda. La Fe está de pie, con los ojos vendados, portando, en la mano derecha un cáliz, y enarbolando, con la izquierda, una cruz. En cambio, la Caridad está sentada y acompañada de tres niños agarrados a ella.

         El baldaquín cubre el altar y la boca del camarín. El altar tiene un pequeño sagrario moderno, encuadrado por dos gradillas. También es moderno el frontal de la mesa, pues sólo data de 1918. En su centro, exhibe una gran M. ornamentada (María); y en sus extremos, dos amplias cartelas decorativas.

         EL CAMARIN

         Es un pequeño recinto en forma de fondo de horno. Su pared está revestida de papel dorado y su pavimento, de azulejos. Una pequeña Lucerna cilíndrica le comunica luz natural. Su boca tiene la forma de un rectángulo, ac abado en un pequeño hemiciclo barroco. Su intradós está adornado con roleos vegetales plateados; y su extradós anterior es moldurado, cobijando en los ángulos superiores a dos ángeles flotantes que sostienen una corona dorada. El camarín tiene dos escaleras de acceso, con zócalos de azulejos, y 12 escalones cada una, abriéndose sus puertas de madera, finamente labradas, a uno y otro lado del altar.

         LA VIRGEN DE LA BARDA

         Es la Patrona de Fitero y, según asegura saturnino Sagasti, en sus “Apuntes”, el pueblo empezó a llamarla así hacia 1416, de resultas de haberse introducido una zarza del olivar por una de las vidrieras de su altar (p. 28).

         Se trata de una bella talla sedente de madera, policromada, de 1,50 m. de altura. Su estilo es gótico y data de mediados del siglo XIV, según reza una etiqueta blanca, pegada en la parte más baja de su dorso y que dice así: “Dirección General de Bellas Artes. Instituto Central de Restauración de Obras de Arte, Arqueología y Etnología. Obra: Virgen con Niño, mediados del siglo XIV. Restauradores: Hermanos Cruz Solís. Fecha en que terminó la restauración: 2-IX-1965. Registro, nº 596”.

         En efecto, esta Imagen, que había sido bárbaramente mutilada a principios del siglo XVII, aserrando las rodillas a la Virgen y al Niño, para revestirlas con lujosas telas, a la moda de la devoción ostentosa de la época, sufrió, por añadidura, posteriormente los estragos de la polilla; por lo que fue restaurada y reducida a su primitivo estado, en el predicho año, siendo Cura Ecónomo de la Parroquia D. Jesús Jiménez Torrecilla.

         Su figura es la de una hermosa y majestuosa matrona. Su rostro forma un óvalo casi perfecto: frente amplia, cejas de finos arcos, nariz recta, boca pequeña de labios delicados, ojos grandes castaños, de mirada serena, mejillas llenas y barbilla suave.

         Su cuello es regular; su busto, armonioso; y tiene unas manos finas, con dedos largos y afilados. En cuanto a su atuendo, lleva una amplia túnica azul con bordados y un adorno angular sobre el pecho, en el que luce una joya que pende de su collar. Un ceñidor le sujeta la túnica por la cintura y un gran manto dorado, plegado sobre sus rodillas, le cubre el resto del cuerpo. Su tocado es una pañoleta que le llega hasta los hombros, y sobre ella, una corona real medieval. Está sentada sobre un taburete rectangular de 0,43 m. de alto, adornado con cuadrifolios, tréboles y ventanales góticos policromados, y descansa sus pies sobre una peana de 10 cm. De espesor, derecha se alza a la altura de su pecho, sosteniendo una flor, mientras que la izquierda se posa sobre el hombro y el brazo izquierdo de su Hijo, el cual está sentado sobre el muslo izquierdo de ella. El Niño lleva igual indumentaria que su Madre, pero su túnica es roja, y va descalzo, mientras que la Virgen está calzada a la moda del siglo XIV. El Niño tiene la mano derecha alzada a la altura de su rostro, con dos dedos en alto y tres plegados, en actitud de bendecir, y la izquierda, descansando sobre el canto de un libro de los Evangelios, apoyado sobre su muslo izquierdo. Un último detalle: el dorso de la Imagen es plano. No está tallado.

         José Esteban Uranga reproduce la imagen de la Virgen de la Barda, en su libro “Cien imágenes navarras de la Virgen”[1], llamándola “típica imagen del arte navarro del siglo XIV”. En el estudio preliminar de dicha obra, escribe su autor que “durante el siglo XIV, nació en Navarra un modelo de la iconografía navarra, que los historiadores del arte llaman de tipo navarro, con unas características muy propias. Sta. María la Real de Olite, las Vírgenes de Eriete, Bargota, San Adrián, Los Arcos… y muchísimas más, esparcidas desde el Pirineo hasta la Rioja son imágenes de esta escuela. Llevan el Niño en el lado izquierdo y un gran manto, que baja desde la cabeza a los hombros y hace un pliegue en forma de V, bajo las rodillas de la Virgen. El rostro es generalmente ovalado y la cabeza está siempre coronada. En la mano derecha, sostienen una manzana o la flor de lis. Este modelo lo tallaron grandes maestros y a veces, artesanos populares”.

         En todo caso, se trata de un modelo de imitación francesa. La Virgen de la Barda coincide bastante, en su actitud y vestiduras, con las de Bargota, Eriete, La Purificación de Echávarri y la Virgen de la Paz de Cintruénigo; pero difiere en el rostro, que es alargado en estas últimas, y ovalado, en la nuestra.

         La peana primitiva de la Virgen de la Barda descansa sobre un pedestal moderno, adornado con hojas y tallos artificiales de bardal.

         NOTAS HISTÓRICAS

         La actual Capilla de la Virgen de la Barda es la tercera de las construidas en ese lugar. La 1ª estuvo dedicada a Sta. María Magdalena y se remonta, cuando menos, a la primera mitad del siglo XVI, pues aparece mencionada en el acta de la toma de posesión de la Abadía por Fr. Martín de Egüés y de Gante, el 25 de julio de 1540[2]. A la sazón, se utilizaba provisionalmente como Sala Capitular, a causa de las obras que se estaban realizando en el claustro bajo, según se dice en el precitado documento. Ignoramos cuáles su estructura y dimensiones, aunque creemos que era una capilla reducida, puesto que la ampliación y transformación que hizo de ella el abad Corral y Guzmán, en el primer tercio del siglo XVII, ocupaba apenas la mitad del actual recinto. En la donación del Abad Corral a favor de la Capilla de los 15 Santos Auxiliadores del Santo Convento, del 20 de agosto de 1631, se hace constar que “la Capilla que ahora llaman de la Magdalena, está en el crucero de la iglesia, al lado izquierdo de la capilla que llaman de la Concepción de Nuestra Señora…, no está en forma conveniente y está cerrada y la fábrica del Monasterio la a de adreçar en la forma que está tratado”[3].

         Por un documento relativo a esta transformación del 6 de octubre de 1631[4], sabemos que el altar de la Magdalena estaba precisamente sobre el muro S. de la Capilla, pues todavía no se había abierto el actual arco de entrada. Se entraba entonces en ella por una puerta, ahora tapiada, situada a espaldas del altar actual del Santo Cristo de la Guía. En dicho documento, se habla de “limpiar y sacar las columnas de ella y dejarla de todo punto desocupada, llevando las columnas y lo demás a la plaza del Dormitorio”; es decir, a la actual del Frontón Calatrava.

         A nuestro entender, esas columnas no tenían que ver nada con la estructura del altar ni de la capilla, sino que eran las columnas hechas por Juan de Nates para la galería N. del sobreclaustro, las cuales no fueron utilizadas y se guardaban, por lo visto, en dicha capilla, que a la sazón estaba cerrada, como hemos visto. De ahí la orden de dejar la Capilla “de todo punto desocupada”.

         Por lo demás, la imagen pintada o tallada –pues no sabemos cómo era- de Santa María Magdalena de entonces desapareció. En la Casa Parroquial, se conserva un cuadro de dicha Santa, pero es barroco, data del siglo XVIII y es el que sirvió de ático al desaparecido altar de la Dolorosa, el cual estaba en la capilla extrema del muro S. del brazo N. del crucero.

         Confirma el Tumbo de Fitero que la vieja cailla de Santa María Magdalena fue transformada, por iniciativa del abad Fray Plácido de Corral y Guzmán[5] y, en efecto, lo hemos visto en la donación citada. Además el contrato relativo a esa transformación lo encontramos en el A.P.T. Está fechado el 6 de octubre de 1631 y concertado entre el abad Corral y su fabriquero, Fray Martín Gil, de una parte, y el albañil Juan Ruiz, vecino de Fitero, de otra. La escritura consta de nueve cláusulas no numeradas y las tres primeras establecen lo siguiente.

1)        El Abad y Convento “han determinado hacer en la capilla que ahora se llama de la Magdalena, que está en la iglesia de dicho Monasterio, una capilla a devoción e invocación de los 15 Santos Auxiliadores, que construirá Juan Ruiz”.

2)        “Juan Ruiz ha de abrir y deshacer la frontera de la dicha capilla, que cae hacia el púlpito, hasta el arco de arriba, y ha de hacer una arcada de ladrillo y yeso, de la grosura de la pared de la capilla, que reciba la obra; y de la piedra que sacare, ha de hacer el altar de la Capilla, del tamaño del Altar Mayor de la iglesia”.

3)    “Ha de cerrar la puerta que es y está abierta hacia el altar de la Concepción, con la piedra que saque de lo que deshaga, quedando para la parte de afuera tan bien puesta y aderezada como está lo demás y que haga razón con lo de adentro, de la misma grosura de la pared, y hecho esto, toda la piedra y materiales que sobraren, los ha de sacar a la plaza y patio del Dormitorio, y ha de limpiar la capilla y sacar las columnas de ella y dejarla de todo punto desocupada, llevando las columnas y lo demás a la dicha plaza”.        En la novena, se consigna que Juan Ruiz cobraría primeramente, por sus trabajos, ochocientos reales, y más tarde, otras cantidades[6].

        ¿Qué estructura y dimensiones tuvo la nueva capilla...? No lo sabemos a punto fijo, pero a juzgar por las dimensiones del nuevo altar –“del tamaño del altar mayor”- debió tener aproximadamente la anchura y la altura del primer tramo de la Capilla actual. En cuanto a su longitud, es más que probable que tuviese de 9 a 10 m.; es decir, hasta donde empieza el espacio cubierto por la cúpula. A falta de documentos fehacientes, nos fundamos en un detalle del epitafio de la tumba del Abad Corral, que se descubrió en 1967, al renovar el entarimado. En él se dice que sus restos fueron trasladados “a este lugar”, en mayo de 1736. Ahora bien, “este lugar” es delante de las gradas del altar actual, y como el Abad Corral había muerto y sido enterrado en esta capilla en 1643, es claro que tuvieron que ser trasladados de otro lugar situado más atrás de la misma; de donde se deduce que la parte de la cúpula y del tabernáculo no había sido edificada todavía.

            Esta vez el altar se colocó seguramente en el muro N. de la capilla, dando frente al arco recién abierto de la entrada. Es muy probable que este muro tuviese en efecto la altura del Altar Mayor, puesto que se pensaba adosar a él el Altar de los Quince Santos Auxiliadores; aunque, al fin, se desistió de este proyecto. ¿Qué Santos Auxiliadores eran estos..? No lo conocemos en detalle, pero seguramente fueron 15 de los 26 que donó en 1639 el Abad Corral, para adornar la nueva capilla, y que enumeraremos luego.

            Anterior al convenio de construcción de la nueva capilla con Juan Ruiz es la escritura ya citada de fundación de una capellanía y la donación correspondiente hechas por el Abad Corral, el 20 de agosto de 1631. Dicha escritura fue ratificada y ampliada por el mismo Abad el 1 de mayo de 1639 (7), y de ambas escrituras hizo un resumen el notario apostólico Fray Miguel Baptistas Ros, en 1640: resumen copiado en su Manuscrito por Sebastián María de Aliaga (8).

          En la escritura de 1639, se asienta que la fundación de 1631 se hizo “en la capilla que llamaban de la Magdalena para que, con título de los 15 Auxiliadores, permaneciese y fuese entierro y fundación del Sr. Abad”. Perro, habiendo cambiado posteriormente de parecer, resolvió que “sea del Santísimo Cristo que estaba a la salida del claustro, junto a la Capilla de Nuestra Señora de la Barda, por donde se salía y se sale en procesión del Claustro de la Iglesia, y que aquel Santo Cristo, por ser como es tan devoto, se llevase a la dicha Capilla de la Magdalena y allí se pusiese, fijase y aderezase, para que permanezca a perpetuo y para siempre jamás, como se ha hecho y puesto en ejecución, y quedando como queda la dicha capilla con título y nombre del Santo Cristo, y no de los Auxiliadores, y anotar está ya puesta en ejecución con la misma dotación de los 2.500 ducados y con las condiciones de la escritura de fundación”.

En esta escritura, se habla de hacer un retablo de los 15 Auxiliadores, pero ignoramos si fue hecho por fin. En cambio, sabemos que, por contrato del Abad Corral con el ensamblador Jerónimo de Estaragán, firmado el 20 de Enero de 1637, éste ejecutó el retablo del Santo Cristo, que es el que se puso, por fin, en la capilla y figura actualmente en el altar del Santo Cristo de la Guía[9]

En cuanto a las condiciones de la fundación, el resumen de Fr. Miguel Baptista Ros las reduce a 12 apartados que dicen, en sustancia, lo siguiente.

1)    En dicha Capilla, sólo se enterraría al Abad Corral, a menos que se le dotase con 500 ducados más. 2) El Monasterio se obligaba a decir diariamente una misa a la intención del Abad Corral, mientras viviese; y por su alma, el primer año de su defunción. 3) Al año de su muerte, sólo se dirían a perpetuidad, por su alma, cuatro misas semanales. 4) En cada aniversario de su muerte, se diría, en dicha capilla, por su alma, una misa solemne de difuntos y se cantaría por toda la comunidad un responso ante su sepultura. 5) Lo mismo se haría en las festividades de San Lorenzo, San Esteban, San Plácido, La Conversión de San Pablo y San Blas. 6) Cuando muriese el Abad Corral se pondría sobre su tumba una lápida con su nombre y debajo de este letrero, “esculpidas las armas de su nobleza”. 7) Serían aplicados a la Fundación los 28 censales a cargo de los vecinos del pueblo, anotados en la escritura de 1639; censales que darían una renta anual de 1.500 ducados. 8) “Esta fundación es de 3.000 ducados”. Con los réditos de 2.000, se pagarían las misas y aniversarios encargados; y con los réditos de los mil restantes, se proveería al adorno de dicha capilla y, cuando estuviese adornada, “para frontales y manteles de los altares de toda la iglesia” y para aceite de la lámpara de la Capilla de Cristo, dando siempre preferencia a las reparaciones que necesitase posteriormente. 9) “El fundador ha puesto y dado en donación, este día, para su adorno (de la capilla) lo siguiente: Primeramente un cuadro del Descendimiento de la Cruz, que está fijado en el testero del retablo del Santo Cristo, por Bernabé. Item un Ecce Homo grande, con su marco de madera. Item una Nuestra Señora del Populo, con su marco de madera. Item otro cuadro menor del Descendimiento de la Cruz. Item una imagen de Nuestra Señora, con ropaje a lo gitano. Item un cuadro de la Adoración de los Reyes. Item otro cuadro del Niño adormido con marco sobredorado. Item otro del Nacimiento, grande. Item otro de San Laurencio en las parrillas, con su marco. Item otro de San Plácido, con su marco. Item (borrado) un cuadro de un Niño solo y ocho de varias Vírgenes, que son Sta. Inés, Sta. Catalina, Sr. Dorotea, la Magdalena, Sta. Lucía, Sta. Bárbara, Sta. Cecilia y Sta. Úrsula. Item ocho cuadros de ermitaños y entre ellos uno de Nuestro Padre San Bernardo, otro de San Evagrio, de San Elías, de San Antonio, de San Apolonio, de San Onofre, de San Pablo y de San Isidoro. Item un retrato de su Señoría Rma. Del Sr. Fundador y otro de Don Jerónimo del Corral, su tío, Regente que fue en el Consejo de este Reino de Navarra y Presidente en la Chancillería de Valladolid; y de todos ellos hace donación para la dicha capilla y ordena no se puedan sacar ella, sino que queden a perpetuo, en ella”. 10) Se nombra como patrono principal de esta fundación a su hermano D. Francisco del Corral, Caballero del Hábito de Santiago y señor de las villas de Almodóvar del Río y de la Reyna; y por patronos segundos, al Prior del Monasterio y al Alcalde ordinario de Fitero. Los apartados 11 y 12 carecen de interés.



2)    Es evidente que, con los 29 cuadros e imágenes, donadas por el Abad Corral, debieron cubrirse las cuatro paredes de la flamante Capilla del Cristo. Y por supuesto, al morir aquél, fue inhumado delante del altar. De aquí que se conociese también esta capilla con el nombre del Panteón del Abad Corral.

Por lo demás, la Fundación se mantenía todavía al tiempo de la exclaustración definitiva de los monjes, pues, en el Inventario de 1835. 11.119 reales y 10 maravedís; y los réditos, 553 reales, y 8 maravedís. Estos se destinaban a costear el aceite de la lámpara de la Capilla, la cera y los adornos. La deuda era, a la sazón, de 2.787 reales y 25 maravedís, habiendo pagado posteriormente tres censalistas deudores 119 reales y 38 maravedís[10].

         La tercera ampliación y transformación de la capilla fue la realizada en 1732-36, siendo abades Fray Ignacio de hoyos y Beroiz y Fray Saturnino Arriaga, seguramente a cargo de parte del capital de la Fundación Corral. No hemos podido localizar la documentación relativa a esta notable reconstrucción, y por ende, no conocemos sus detalles. En todo caso, no creemos que derribaran completamente la anterior capilla, justificando así la rotunda afirmación que se lee en la fachada interior de que esta capilla se comenzó en 1732 y se acabó en 1736. Es una verdad relativa, pues, por de pronto, debieron aprovechar total o parcialmente los muros E.O. y S. de la anterior; es decir, los del primer tramo del recinto actual derribando únicamente el muro del N.; y lo que construyeron de nueva planta fue el 2º y 3º tramos, menos el camarín. Asimismo levantaron el coro y la escalera de subida a él, datando también de entonces toda la ornamentación en relieve del recinto. Por supuesto, también lo pintaron completamente, como se ve por4 las alusiones a las pinturas de San Bernardo, San Raimundo, etc. de las pechinas del segundo tramo, que hace el P. Antonio Bozal y Andrés de Ustarroz, en el sermón que predicó el 3 de mayo de 1736, con motivo de la inauguración de la flamante Capilla[11]. De manera que los dos letreros en que se lee que esta capilla se pintó en 1826, también dicen una verdad a medias, pues ya se había pintado, por lo menos una vez, hacía ochenta años. Todavía se conserva un reto de la decoración de 1736 en un gran dosel, ya muy descolorido, tapado por el baldaquín, y en un friso oscuro, con adornos en relieve y una leyenda central en la que se dice: HOC OPUS NOSTRE (sic) SALUTIS (Esta es la obra de nuestra salvación). Los frescos de la cúpula también son del s. XVIII.

         El grandioso baldaquín del tercer tramo fue obra de dos escultores, vecinos de Tudela: Juan Francisco de Peralta y Baltasar Gambarte y Vicente.

         Se conservan tres escrituras relativas a la labor de Peralta: 1) del 8 de diciembre de 1734, por la que se comprometía con el procurador y cillerero del Monasterio, Fray Felipe Fernández de Mercado, a hacer y poner en su puesto el tabernáculo “para Navidad del año que viene de 1735”. La obra sería tasada por dos expertos y el Monasterio se la pagaría en el acto, con una rebaja de la sexta parte de tasación[12]; 2) otra anterior del 17 de noviembre de 1734, saliendo fiador del escultor su cuñado Mateo Peralta y Mons. Escribano real, vecino de Tudela[13]. El escultor murió al año siguiente  y no pudo terminar la obra; 3) Memoria y tasación de la obra de Peralta realizadas por el arquitecto Domingo Larripa, vecino de Tarazona, y el arquitecto y escultor José Serrano, vecino de Tudela. La Memoria consta de 14 apartados, resultando de ella que Juan Francisco de Peralta hizo las cuatro columnas salomónicas con sus basas y capiteles, así como los cimacios; los sotabancos; los cuatro pedestales de las columnas, menos la corona de las cornisas de los mismos; el pedestal para la sobremesa del altar; tres peanas para el sobre dicho pedestal; dos pilastras con sus capiteles tallados; otras dos pilastras con sus contrapilastras para pedestal y muro del tablero del Santo Cristo; el tablero para el respaldo del Santo Cristo en dos piezas; la cornisa, aunque inconclusa; 20 tarjetas aparejadas para la cornisa; ocho pedazos de moldura, un tablero para respaldo de la cornisa y en fin, dos efigies de San Juan y María con sus peanas.

         Los dos técnicos tasaron esta obra en 3.744 reales, recibiendo ellos por su trabajo dos doblones cada uno. La escritura correspondiente fue hecha y testificada por Joaquín de Miranda y Barandarica, escribano de Tudela, el 24 de Julio de 1735[14].

         Al morir Peralta, el Monasterio encargó la terminación del baldaquín a Baltasar de Gambarte. Por el contrato suscrito en el Monasterio de Fierro, el 3 de agosto de 1735, Gambarte se comprometió a recibir toda la obra realizada por Peralta, a concluirla conforme a la traza firmada por éste y a dejarla “puesta en su puesto, por todo el mes de enero del año que viene de 1736”. Concluida su labor, sería tasada por dos técnicos y de su importe se rebajaría la quinta parte, adelantándosele, para empezar, mil reales. En noviembre siguiente, se le darían otros mil y el resto, cuando terminase la obra[15].

         Ignoramos cuánto fue ese resto, pues no hemos hallado el “quitamiento” correspondiente por la cantidad total. Desde luego, fue realizada por Gambarte toda la parte superior del baldaquín, con las estatuías de las virtudes teologales.

         Al ser trasladado el Santo Cristo a su nuevo altar, su anterior retablo fue relegado al muro del poniente del brazo izquierdo del crucero, en el que continúa todavía. A su vez, también fueron trasladados frente a las gradas del nuevo altar los restos del Abad Corral, según reza el epitafio latino descubierto en 1967, al renovar el entarimado de la capilla. Completando las palabras abreviadas y mutiladas, su texto era el siguiente:

GENERE PERILL. (USTRE)

PLACIDUS DE Corral ET

GUZMAN ULTIM (US) AB.

B. (AS) PERPET (UUS) HVIVS M (ONASTERII)

OBIJT 9 JANVARIJ AN-

NO 1643 POST-

QVAM SPARSA RECOLLEC-

TA IN UNUM RE-

LEGIT RELIGIONE ET

REGIMINE RADICES FI-

XIT ET ERGA X(RIS) TV (M)

CRUCIFIXVM PIETATE

ET CVLTV MAXIME

FVLSIT. EIVS OSSA

IACENT HIC TRANS-

LATA MENSE MAIJ D(OMINI)

ANNO 1736.

(Plácido de Corral y Guzmán, de ilustre prosapia, último abad perpetuo de este Monasterio, falleció el 9 de enero de 1643, después de haber reunido en una obra de conjunto las noticias dispersas (sobre el Monasterio), de haber fijado sus bases religiosas y de gobierno y haber brillado sobre manera por su devoción y culto a Cristo Crucificado. Sus huesos descansan aquí, habiendo sido trasladados en el mes de mayo del año del Señor 1736). La última transformación de esta capilla fue la construcción del Camarín y el retiro de ella del Santo Cristo de la Guía por iniciativa del Párroco D. Antonino Fernández Mateo.

         El Camarín de la Virgen fue construido en 1918, y los pequeños retoques que se hicieron en la capilla, consistieron en borrar de los cartuchos de la cornisa general los símbolos de la Pasión (Cruz, clavos, corona de espinas, etc.), sustituyéndolos por las palabras latinas de la Salutación angélica a María, así como en poner los cartuchos que recuerdan esta pretendida restauración. Su costo ascendió a 9.007,09 pts.

         Las últimas reformas realizadas en la capilla fueron ejecutadas en 1967 por el Mtro. albañil del pueblo, Alfonso Fernández Ortega, de orden del Cura Ecónomo D. Jesús Jiménez Torrecilla, y consistieron en renovar el entarimado, en poner los zócalos actuales y en revestir el rodapiés de los tres tramos y los muros de las puertas de subida y bajada al camarín, con placas de terrazo y mármol verdoso. Su costo fue de 33.000 pts.

         Añadamos todavía algunas noticias históricas sobre la Virgen de la Barda. Hasta 1964 la Sagrada Imagen estuvo revestida, portando sobre el cuerpo un manto y un delantal; y sobre la cabeza, un velo de blonda, que le caía sobre los hombros. El Niño sólo llevaba un vestidito de una sola pieza y Madre e Hijo ostentaban sendas coronas reales. La del Niño terminaba en una crucecita, mientras que la de la Virgen estaba respaldada por un círculo irradiante con once estrellas de nueve puntas. La Imagen tenía enmarcada su cara por un rostrillo; pero no siempre fue así, pues en su ropero, figuraba una peluca con tirabuzones. De los seis vestidos que tenía últimamente el más lujoso era uno blanco con bordados de oro, confeccionado por las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, en el último tercio del siglo pasado y costeado por el antiguo Secretario del Ayuntamiento, D. Saturnino Sagasti, en la cantidad de 5.000 pts.

         La Imagen sólo estaba revestida desde comienzos del siglo XVII. El Tumbo de Fitero dice un poco vagamente, pues no precisa fecha, que, siendo Prior Pelegrín, Fray Hernando de Andrade deshizo el retablo de la Virgen de la Barda y lo llevó a Tudela, donde lo doraron, y asentado, pintó la Capilla y doró la reja, le hizo dos vestidos y frontal, coronas de plata a la Virgen y al Niño (460 reales) y lo hizo de limosnas de los P. P. confesores de la Casa, y se hizo en los sábados, en dicha capilla, misa cantada”[16].

         Precisamente un poco más, a la vista de documentos del A.P.T. El retablo en cuestión, que ya hemos descrito, al hablar de las transformaciones sufridas por la actual Capilla del Cristo de la Columna, había sido hecho en 1611 por Juan de Berganza y fue desmontado y pintado por Juan de Lumbier, vecino de Tudela, en 1617. Lumbier decoró asimismo toda la Capilla, cobrando por toda su labor 115 ducados de a 11 reales en moneda de Navarra. Ahora bien, la escritura con Berganza está firmada por Fray Bernardo Pelegrín, como Presidente en sede vacante y fabriquero del Monasterio; y la escritura de Lumbier, por el mismo Pelegrín, como Prior del Convento. En todo caso, Andrade era ya abad desde 1615, y lo fue hasta 1624, y uno u otro o los dos fueron los autores de las mutilaciones de la Virgen y del Niño.

         No hemos encontrado otro documento de los vestidos de la Virgen de la Barda, en aquel periodo; pero sí el relativo a las coronas. El contrato fue firmado el 19 de enero de 1618 entre el Monasterio y el platero de Tudela, Felipe Terrén, quien se comprometió a hacer a la Virgen de la Barda una corona de plata “como la de Nuestra Señora de la Esperanza, de 16 onzas y media de peso, y ha de llevar en el friso, en rededor de los serafines, tres cristales iluminados, y los engarces de las piedras, sobrelabrados, y una diadema para el Niño”. Ignoramos qué Virgen de la Esperanza sería esa: si de Fitero o de Tudela. Según el “quitamiento” del 14 de abril del mismo año, se le pagaron al platero 200 reales[17].

         En cuanto a los lugares que ocupó la Virgen de la Barda, Saturnino Sagasti afirma en sus “Apuntes” que el primer sitio que ocupó la Imagen, fue el Altar Mayor hasta 1285, en que fue proclamado Rey de Navarra Felipe I (que lo era ya de Francia, con el nombre de Felipe IV), el cual vino a visitarla y, por su indicación, fue trasladada al altar de San José; es decir, al testero del arco derecho del quinto tramo de la nave central. Estas afirmaciones son falsas, por la sencilla razón de que la actual imagen no había sido tallada todavía en dicha fecha. Añade que, en 1363, la trasladaron a la primera capilla del lado del evangelio del Altar Mayor (en la girola), con el fin de evitar que la robaran los saqueadores, con ocasión de las guerras de entonces y que estuvo “en dicho enrejado” hasta 1670[18]. Jimeno Jurío escribe que “es muy probable que la fecha de 1363 sea la de llegada a Fitero de la efigie (19)”. También nos lo parece a nosotros, pero no tenemos pruebas documentales de que ocupara dicha capilla, aunque es muy posible por las razones que se alegan.

         Ahora bien, ¿cuánto tiempo pudo estar allí? No lo sabemos, pero, desde luego, no estuvo hasta 1670, pues en un convenio del Monasterio con el arquitecto Juan de Irigoyen, firmado en Fitero el 14 de febrero de 1614, para la hechura de cinco retablos, destinados a las capillas de la Girola, se consigna que “el de medio, donde estaba Nuestra Señora de la Barda”, en otro tiempo, se haría conforme a la traza sacada. Es decir que anteriormente la Virgen de la Barda ocupó la capilla central de la Girola. No sabemos, a ciencia cierta, cuánto tiempo estuvo allí, pero es lógico conjeturar que, al ser cegadas las tres arcadas centrales de la Capilla Mayor, hacia 1581, y perder su importancia la capilla que ocupaba en la girola la Virgen de la Barda, su Imagen fuera retirada de allí, algún tiempo después. En todo caso, tenemos el ya citado “quitamiento” de los retablos de Juan de Berganza, firmado en Fitero el 16 de septiembre de 1611, del que resulta que la Virgen de la Barda estaba ya instalada entonces –o a punto de instalarse-, en la actual capilla del Cristo de la Columna, donde permaneció hasta 1918, en que fue trasladada a la capilla actual.

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[1] P. XVII, nº 19 de la “Colección Diario de Navarra”, Pamplona, 1973.

[2] Protocolo de Jerónimo Blasco, escribano de Tarazona, de 1540.

[3] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1631, f. 91. A.P.T.

[4] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1631, f. 70. A.P.T.

[5] Cap. XV, ff. 732-33. A.H.N.

[6] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1631, f. 70. El documento está algo estropeado y le faltan algunas líneas.

[7] Protocolo de Francisco de Urquizy y Navascués de 1639, ff. 11-18. A.P.T.

[8] Nº XXIX, ff. 74-75.

[9] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1637; nº y folio ilegibles, pues el documento está muy estropeado.

[10] Protocolo de Celestino Huarte de 1835, nº 40, ff. 89-195.

[11] Protocolo de José Samper de 1734, f. 135. A.P.T.

[12] Protocolo de José Samper de 1734, f. 136. A.P.T.

[13] Protocolo de Mateo Peralta de 1735, f. 136. A.P.T.

[15] Capítulo XV, f. 731 v.

[16] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1618, f. 8. A.P.T.

[17] Ob. Cit., pp. 27-28. A.P.F.

[18] Fitero, p. 28.

[19] Protocolo de de Miguel de Urquizu de 1614. A.P.T. 



CAPÍTULO VI

LA ESCALERA DE ENTRADA DE LA IGLESIA Y LAS BENITERAS

 

DESCRIPCIÓN

La entrada del templo es una amplia plataforma de piedra de 8 m. de longitud y 4 m. de anchura, descendiéndose a su interior por una escalera de 8 gradas, también de piedra. Cada grada mide 8 m. de larga, 0,42 m. de ancha y 0,15 m. de contrahuella. Tanto la plataforma como la escalera cubren la superficie del primer tramo de la nave central y están encuadradas, a derecha e izquierda, por sendos antepechos masivos y lisos de piedra, rematados en boceles corridos y divididos en dos secciones: recta, de 4 m. de longitud; y oblicua, de 3,35 m. El comienzo y el final de la escalera lo marcan respectivamente, en cada lado, dos pilarotes rectangulares, adornados con seis estrías verticales y rematados por sendas bolas macizas de piedra, de 0,87 m. de circunferencia.

En cuanto a las benditeras de piedra, están colocadas junto a los testeros de los dos arcos del segundo tramo de la nave central y su altura es de 0,95 m., incluido el pedestal. Las pilas solas tienen 0,12 m. de fondo y 0,78 m. de diámetro, incluyendo sus gruesos bordes y están ornadas, en el exterior, con simples palmetas griegas en relieve.

NOTICIAS HISTÓRICAS

         La escalera actual sólo data de 1614. Anteriormente hubo otra, probablemente más tosca y con menos gradas, y casi seguramente de ladrillo, como lo era entonces el pavimento del templo. La actual escalera fue construida, a iniciativa del Prior Fr. Bernardo Pelegrín, por el maestro de cantería, Eugenio de Olondo, vecino de Fitero. El contrato fue firmado, el 6 de marzo de dicho año, y consta de siete cláusulas, no numeradas.

         1ª) Olondo se obligaba “a hacer las gradas de la puerta de la iglesia, conforme a la traza que dio Pascual de Orán y conforme a las gradas de la puerta nueva del sobreclaustro”. Las gradas serían ocho, de pie y medio de anchura, con “el repaño muy grande y bueno, y el batidero de la parte de afuera de la iglesia, conforme a la basa de las columnas”. 2ª) Arrancaría y labraría a su costa los antepechos, “con su bocel y bolas, conforme a las de la subida de la escalera del coro”; pero el transporte de la piedra sería por cuenta del Monasterio. 3ª) La demás obra de las gradas sería hecha igualmente a costa de Olondo, poniendo los materiales necesarios, mientras que el Monasterio pondría solamente los carros para el transporte. 4ª) Olondo arrancaría y sacaría toda la piedra “en el agua salad de Tudela, de la misma piedra que se ha traído por las pilas de el agua bendita”. 5ª) Una vez terminada la obra, sería reconocida por oficiales expertos. 6ª) Por la misma, se pagaría a plazos, a Olondo 155 ducados en total. 7ª) Las gradas principiarían “encima del ladrillado que está hecho en la iglesia, un pie más adentro o más afuera, como convenga”.

         Al final de la escritura, se dice que “firmaron los que sabían”, no apareciendo las firmas de Olondo y de un testigo que, por lo visto, no sabían[1].

         En cuanto a las pilas de agua bendita, son contemporáneas de la escalera, aunque un poco anteriores, según se deduce de la cláusula 4ª del contrato de la escalera de entrada, pero hechas con la misma clase de piedra y de igual procedencia. Esto quiere decir que, con anterioridad, hubo otras pilas, seguramente más pequeñas, colocadas probablemente debajo de los arcos del primer tramo de la nave central e inmediatas a las puertas de entrada; aunque no tenemos la menor noticia de ellas. Las actuales fueron puestas asimismo por orden del Prior, Fr. Bernardo Pelegrin, en el interabadiato de 1612-14[2], y debieron ser construidas igualmente por el mismo Olondo, aunque no nos consta documentalmente.

         El actual cancel de la entrada de la iglesia data del siglo XVIII.

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[1] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga de 1614, ff. Ant. 75 y post. 43. A.P.T.

[2] Tumbo, c. XV, f. 729 v. A.H.N.

 


CAPÍTULO VII

EL BAUTISTERIO

DESCRIPCIÓN

         Se encuentra al fondo del segundo tramo de la nave lateral meridional, adyacente a la capilla del Santo Cristo de la Columna; y es un recinto de 5,50 m. de largo, 4,12 m. de ancho y 5 m. de alto. Además de la puerta de entrada, tiene dos vanos: una ventana grande al O., de 1,95 m. de alta y 1,02 m. de ancha, cubierta con una vidriera moderan, de fondo blanco, y de bordes y cruz central, de color azul; y otra más pequeña y antigua, al S., cubierta con una lámina de alabastro. Al E. había antiguamente una puerta por la cual se comunicaba con la crujía N. del claustro bajo, hacia el extremo N.O. de la misma.

         Lo más notable de esta pieza es su pequeña bóveda estrellada, de estilo plateresco. Está surcada por cuatro haces de seis nervios verdosos, los cuales apean en cuatro ménsulas policromadas, con cabecitas angelicales, empotradas en los ángulos diedros de los muros, a 2,57 m. de altura sobre el suelo. En el centro de la bóveda, campea una cruz doble o radiada de ocho brazos, encuadrada, a su vez, por cuatro corazones. El conjunto forma una bella constelación de 30 claves blancas, de diferentes formas y tamaños, que anudan las nervaduras: a saber, 8 florones en los extremos de los radios de la cruz; 4 bustos de angelitos, que cubren su cuello y pecho con sus alas, como si fueran un chal; 12 ángeles mayores, arrodillados, que descansan sus cabezas sobre sus alas, como si fueran una almohada; y 6 corolas abiertas. Del centro de la bóveda pende una antigua lámpara de aceite, con vaso rojo, de siempre ornato en la actualidad.

         En el centro del recinto, se halla asentada sobre una pequeña base de 6 cm. De espesor, en forma de cruz, la pesada y tosca pila bautismal de una sola pieza. Sus dimensiones son las siguientes: 94 cm. De altura, 52 cm. De profundidad, 1,30 m. de diámetro en la boca y 14 cm. De espesor en los bordes. Data de 1534 y la primera criatura bautizada en ella fue un hijo del vecino Sancho Lorea, a quien se puso por nombre Juan de la Pila, por esta circunstancia[1]. Sin embargo, el Monasterio no empezó a llevar el Libro de Bautizados hasta marzo de 1547, siendo las primeras partidas de bautismo de niño y niña respectivamente, asentadas en él, las de Juan Serrano, bautizado el 6 de marzo de dicho año, y Ana Pérez, bautizada el 19 de marzo. Aquel año, de marzo a diciembre inclusive, hubo 40 bautizados, y en todo el año siguiente, 49. El Libro fue estrenado por el Vicario de turno Fr. Roberto Ayssa[2]. Has otra pila pequeña de cerámica, decorada, del siglo XVIII.

         En el muro occidental, está fijada una placa rectangular de mármol negro, en la que se lee con caracteres dorados:

EL DÍA 29 DE JUNIO DE 1600, FUE BAUTIZADO

EN ESTA IGLESIA, EL VENERABLE JUAN DE

PALAFOX Y MENDOZA, ARZOBISPO DE

PUEBLA DE LOS ANGELES Y OBISPO

DE BURGO DE OSMA, EN EL III

CENTENARIO DE SU MUERTE.

FITERO, 1 DE OCTUBRE DE 1959.

         (Permítasenos una pequeña rectificación histórica: Palafox no fue Arzobispo de Pueblo, sino solamente Obispo, pues Puebla no fue convertida en archidiócesis hasta 1903).

         El bautismo de Palafox en nuestra iglesia consta en el Libro II de Bautizados, f. 66 v. del Archivo Parroquial de Fitero, y también lo acredita el bello retrato, colocado encima de esta placa. Está ya decolorado y deteriorado, pero es bastante interesante y fue traído al bautisterio, con motivo de la celebración del citado centenario. Representa una supuesta aparición de la Virgen María a Palafox, quien aparece arrodillado ante Ella, con las manos cruzadas sobre el pecho. La Virgen está sentada sobre un escabel de nubes y la escena es contemplada discretamente por dos clérigos domésticos, situados a espaldas de nuestro paisano. En el ángulo inferior del cuadro, a la izquierda, se ve un báculo pastoral, echado en tierra, y un escudo de Palafox con dos secciones. La superior es una pequeña elipse, con un Crucifijo sobre un corazón en el centro y esta leyenda alrededor: “Crucifixus est amor meus (El Crucifijo es mi amor); y la inferior es un escusón acorazado, mayor y más estropeado, en el que se lee: “V. Ioannes Palafox et Mendoza, Episc. Olim Angelopolitanus, postea Oxomensis, Doctrina et virtutibus praesertim, et Ecclesiasticae Disciplinae conspicuus. Obiit anno D. 1659, Kal. Octbs., actatis suae anno 60. Divinas… (letras borradas). Baptizatus in Fitero… (letras borradas). Su traducción es la siguiente: “El Venerable Juan de Palafox y Mendoza, Obsipo, en otro tiempo, de Angelópolis (Puebla de los Ángeles, en Méjico) y después, de Osma, esclarecido, sobre todo, por su saber y virtudes, así como por su disciplina eclesiástica. Murió en el año del Señor de 1659, el 1 de Octubre, a los 60 años de edad. Divinas (letras borradas) Bautizado en Fitero… (letras borradas)”.

         Por lo demás, Palafox fue bautizado precisamente en esta pila y en este bautisterio, seguramente por el vicario de turno Fr. Miguel de Vea, que firmó el acta, aunque escribe en ella “se baptizó un niño…” y no “bauticé un niño…”.

         El recinto actual del bautisterio fue construido en el siglo XVI, cuando, para hacer la escalera de acceso al flamante coro alto, hubo necesidad de elevar cerca de dos metros (lo que se hizo con ladrillo) la planta del ángulo N.O., hecha de piedra y adyacente a la espadaña por el S. Dicho recinto cae exactamente debajo del primer tramo de dicha escalera y la decoración plateresca de las dos pequeñas bóvedas es análoga y contemporánea, ostentando, en parte, las mismas claves.

         El extradós del arco interior de medio punto estuvo resguardado, antiguamente por un guardapolvo de 30 cm. De espesor, el cual fue cortado, cuando se puso la decoración plateresca de la bóveda, con objeto de empotrar la ménsula que apea el haz de nervios del N.E.

         NOTAS HISTÓRICAS

         La puerta del bautisterio actual fue primitivamente la de entrada a las dependencias de los Hermanos Conversos o legos. Una referencia a éstos se lee ya en la escritura de donación de la heredad de Rabanera, hecha al abad Arminio, el 28 de febrero de 1199, por Guillermo de Mendoza, vecino de San Pedro de Yanguas, en la que se lee: “si monasterium Fiterii, quod ábsit, destrueretur vel habitatores domus ejusdem monachi et conversi de illo loco mutarentur…” (Si el Monasterio de Fiteor, lo que no ocurra, fuese destruido o los habitantes de la misma casa, monjes y conversos, se mudasen de aquel lugar…)[3]

         Las dependencias de los conversos estaban seguramente, como en La Oliva y en Veruela, hacia el ala occidental del cuadrilátero claustral, separadas de las de los monjes, pero contiguas a ellas; y la puerta de entrada era la actual del bautisterio, que debía conducir a ellas, por un pequeño patio o corredor, según el plano tradicional de los Monasterios cistercienses. Estas dependencias debieron desaparecer hacia el tercer cuarto del siglo XVI, al construirse los grandes edificios conventuales que se conservan todavía, lamentablemente descuartizados.

         En el testamento que el escribano real Pedro de Vea hizo en 1590, dispuso que se le enterrase en la Capilla de Todos los Santos, “que es mía propia” (sic)[4]. Esto quiere decir que la capilla fue levantada a sus expensas, con anuencia del Monasterio. Ahora bien, como la única capilla propiamente dicha que se erigió en la iglesia, en la segunda mitad del siglo VI, fue la que ocupa actualmente el bautisterio, es obvio que se trata del actual reciento de este. Pero además hemos encontrado una confirmación clara de ello, en una lacónica partida de defunción del vecino Pedro López, quien murió el 15 de septiembre de 1627 y fue enterrado “junto a la pila de junto a Todos los Santos”[5]. Por supuesto este altar estuvo empotrado en el muro del O., como lo indica a las claras su gran hueco rectangular, ligeramente arqueado por arriba, el cual mide 3,45 m. de altura y 2,30 m. de anchura. A buen seguro, este gran hueco se hizo primitivamente para colocar el retablo de Todos los Santos, abonando todavía esta conjetura el hecho de estar abierto a 1,20 m. de altura sobre el suelo; es decir, a la altura de una mesa de altar. Por otra parte, a la sazón, estaba abierta la puerta, ahora tapiada del E. y es claro que tampoco lo iban a colocar delante de la ventana del S. o al lado de la puerta N. El caso, pues, no ofrece dudas.

         Por lo demás, ignoramos si el altar dedicado a Todos los Santos era una obra pictórica, escultórica o mixta, aunque es lo más probable que se tratara de un gran lienzo o tablero pintados, con su correspondiente retablo. Tampoco sabemos cuándo desapareció tal altar y fue reemplazado sucesivamente por otro u otros. Lo que nos consta positivamente es que la Capilla de este altar servía, al mismo tiempo, de bautisterio, en el primer cuarto del siglo XVII, como consigna categóricamente el “Libro de autos de Visita de las Cofradías, Hospitales, etc.” del Archivo parroquial. En efecto, en las páginas 2 y 3, se da cuenta de la visita al Santísimo Sacramento y a los crismas, que, el 12 de septiembre de 1627, realizó el abad Corral y Guzmán, acompañado por los monjes, asentando que “se fueron en procesión a la Capilla de Todos los Santos donde está la pila de bautizar y las sagradas crismas y el santo óleo”.

         Sin embargo, no creemos que esta capilla fuese el primitivo bautisterio de la parroquia, por la sencilla razón de que en 1534 seguramente no había sido edificada todavía. El primitivo bautisterio debió estar, ora en la actual capilla del Cristo de la Columna, ora en la del Cristo de la Cruz a Cuestas, pues el bautisterio se instalaba siempre lo más cerca posible de la entrada de los templos, para dar a entender que se entraba en la Iglesia y en la comunidad cristiana, mediante la recepción del sacramento del bautismo. En todo caso, en una época posterior que desconocemos, el bautisterio fue trasladado a la actual capilla del Cristo de la Cruz a Cuestas, antes de que la ocupara esta imagen, hacia el final del verano de 1904.

         La antigua capilla de Todos los Santos se convirtió posteriormente en la capilla de San Jerónimo, siendo por fin cerrada y tapiada, en una época que ignoramos; tal vez, a raíz de la exclaustración definitiva de los monjes en 1835. Lo cierto es que en 1897 los cofrades del Sto. Cristo de la Cruz a Cuestas le pidieron al Regente de la parroquia, Dn. Mariano Solana, y al Sr. Obispo de Tarazona, Dn. Juan Soldevilla, que les permitiese abrirla y repararla, para alojar en ella a su Patrono; lo que obtuvieron y llevaron a efecto, trasladando a ella dicho Cristo, el 20 de marzo de 1898[6]. Pero sólo estuvo en ella seis años, siendo de nuevo clausurada en septiembre de 1904. Así continuó hasta 1915, en que la abrió y puso nuevamente en servicio, como bautisterio, pero sin altar, el párroco Dn. Antonino Fernández Mateo, quien hizo abrir en el muro occidental, donde estuvieron los anteriores altares, la gran ventana que tiene en la actualidad, cubierta con la vidriera que ostenta ahora. Por cierto que tuvo la mala ocurrencia de sustituir la vieja pila bautismal por una flamante que hizo arrancar del artístico lavamanos de la Sacristía (la de la izquierda). Afortunadamente el Cura Ecónomo, Dn. Jesús Jiménez Torrecilla corrigió este desaguisado en 1960, devolviendo esta última a la Sacristía y reponiendo la antigua.

         En 1972, el párroco Dn. Ramón Azcona despejo la ventana del muro S., que estaba tabicada, poniéndole una lámina de alabastro.

         Anotemos para terminar quien o se sabe quién fue el pintor del retrato de Palafox. De todos modos, sabemos que este cuadro es una copia del que existe en la catedral de Burgo de Osma, debido al pincel del afamado artista valenciano, Mariano Salvador de Maella (1739-1919), pintor de Cámara del Rey Carlos III, que era muy devoto de Palafox.

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[1] Pedimento de la Villa de Fitero para la erección de una iglesia parroquial, independiente del Monasterio, hecho el 23 de diciembre de 1772, p. 73. A.P.F. Hay tres copias.

[2] Libro I de Bautizados, desde 1547 hasta 1854, y de casamientos, desde 1552 a 1583 inclusive. A. P. F.

[3] Cristina Monterde, El Monasterio de Sta. María de Fitero, doc. 221, p. 525.

[4] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1590, f. 16. A.P.T.

[5] Libro III de Casados y I de Difuntos, f. 275. A.P.F.

[6] Libro de la Cofradía del Sto. Cristo de la Cruz a Cuestas, Acta de la Junta del 20 de noviembre de 1897.




CAPÍTULO VIII

EL PÚLPITO

DESCRIPCIÓN

El púlpito es de piedra con barandilla de hierro y tornavoz de madera. Está adosado al último pilar izquierdo del sexto tramo de la nave central. Su cátedra se eleva 2,15 m. sobre el suelo y se sube a ella por el extremo derecho de la nave lateral izquierda. Su escalera es curva, asciende alrededor del pilar y tiene dos tramos: el primero de siete peldaños; y el segundo, de tres, todos de piedra negra o ennegrecida. La barandilla de la escalera es de hierro forjado y consta de 20 balaustres: 13 en el tramo 1 y 7 en 2º. El 1º, el 13º y el 20º son pilarotes y están coronados por sendas bolas doradas de latón. A su vez, el balcón de la cátedra, que es algo mayor que un semicírculo, consta de 14 balaustres de igual clase y de un metro de altura. La cátedra descansa sobre una gran repisa con el exterior en forma de copa labrada, terminada en un pie convencional moderno. Esta repisa consta de dos secciones bien marcadas: la superior, que es la más antigua, de piedra corriente, pintada de negro y adornada con dos filas paralelas de palmetas griegas; y la inferior, que es moderna y de mármol negro, y está formada de arriba abajo, por una gran escocia, un grueso toro, un cáliz floral con seis palmetas griegas y un pequeño voladizo, en forma de cono invertido. El exterior de la rampa está revestido de losetas pintadas de negro.

Indudablemente lo más notable de este púlpito es su monumental tornavoz barroco, de 4 metros de altura. Desde luego, es digno de admiración, ya no precisamente por sus dimensiones, sino por su labra exuberante y complicada, no abundando ejemplares de su especie ni en los templos españoles ni en los extranjeros.

A distancia, parece una tiara monumental, aunque no tiene las tres coronas superpuestas de las tiaras pontificias, sino tres cuerpos o pisos, rematados por una cúpula: unos y otra de bases octogonales. El primer cuerpo es un dosel de base poligonal, formada por dos octógonos concéntricos. El menor tiene su contorno adornado con un trenzado, y su centro, con un florón. De los vértices de sus ángulos arrancan sendas prolongaciones hasta los vértices del octógono mayor, formando trapecios, que alojan cabezas de ángeles alados, coronadas de flores. Hay que situarse exactamente debajo del púlpito, para poder contemplar esta bella superficie labrada y policromada, del octógono mayor (siete de cada lado), a modo de festón. Entre estas lenguas y la cornisa que remata este primer cuerpo, o cuerpo bajo del tornavoz, hay seis querubiens de cuerpo entero, ligeramente encorvados, a modo de atlantes, coronados de flores y enlazados por guirnaldas.

El segundo cuerpo, que es el mayor, está formado por seis finas ventanillas, terminadas en arcos de medio punto, que se apoyan sobre pequeñas pilastras. Entre ventana y ventana, se extienden pequeños brazos semicirculares, a modo de pedestales, en los que están sentados cinco angelitos (algunos ya mutilados y sin alas); y sobre los dinteles de estas ventanas, hay, a su vez, incrustadas seis cabecitas angelicales, que sostienen la cornisa octogonal en que termina este segundo cuerpo del tornavoz.

El tercer piso está formado por seis oculus o ventanitas redondas, flanqueadas por cinco angelitos, sentados sobre sendos pedestalitos adelantados.

Finalmente el cuarto cuerpo es una pequeña cúpula octogonal, con el domo ornado de finos relieves, y rematada por una estatua de la Fe, con los ojos vendados, la cual empuña, con la mano derecha, un cáliz, y, con la izquierda, una cruz.

Anotemos, para terminar, que este monumental tornavoz aloja en total nada menos que 30 figuras angelicales, de las que 16 son de cuerpo entero.

NOTA HISTÓRICAS

No sabemos de cuando data exactamente el púlpito, en sus partes esenciales; pero consta que ya existía en la segunda mitad del siglo XVI. Efectivamente, Diego Pérez de Bidangoz y Enciso, entre las obras que ejecutó para el Monasterio entre 1585 y 1592, menciona “una solera para el púlpito”, y es claro que se trata de este púlpito por cuanto en la misma Memoria anota que “armé dos púlpitos para decir la pasión[1]”. Estos dos púlpitos eran simplemente ambones de madera, que se colocaban a derecha e izquierda del Altar Mayor, para recitar los oficios divinos de Semana Santa. Por otra parte, la ubicación del púlpito[2] en el sitio en que está ahora, es confirmada por el concierto del abad Corral con el albañil de Fitero, Juan Ruiz, de fecha 6 de octubre de 1631, para la construcción de la Capilla de los 15 Auxiliadores, pues en él se afirma que “la frontera de la dicha capilla cae hacia el púlpito”. Dicha capilla era entonces la de la Magdalena y la frontera correspondía al actual arco de entrada a la Capilla de la Virgen de la Barda, que efectivamente cae hacia el púlpito. Por supuesto, en el siglo XVI, el púlpito no tenía el tornavoz actual ni la sección de mármol negro de la repisa.

El tornavoz data ya de 1734 y fue ejecutado por el escultor tudelano José Serrano: el mismo que hizo el gran altar barroco del muro Sur del crucero. No hemos encontrado el contrato, pero sí la escritura de tasación, fechada el 8 de junio de 1734. El escultor tudelano, Baltasar Gambarte, nombrado por el Monasterio, tasó el tornavoz (en la escritura se le llama “guardavoz”). En 1.249 reales; y el arquitecto de Lerín, José de Lesaca y Borja, designado por Serrano, en 3.124; o sea, una diferencia de 1.875 reales. Ignoramos cuanto le pagaron finalmente; pero suponemos que sería, por lo menos, el promedio, es decir unos 2.186[3].

En los siglos pasados, el púlpito no sólo era usado por los predicadores, sino también por los escribanos reales al servicio del Monasterio, para hacer públicas determinadas disposiciones abaciales. Así, la publicación de la Visita del abad Corral y Guzmán, realizada en 1627, a las distintas dependencias de la iglesia y a los libros de las Cofradías, fue hecha por el escribano Miguel de Urquizu y Uterga, el 19 de septiembre del mismo año, “en el púlpito de la iglesia, acabado el Ofertorio, en la Misa Mayor[4]”.

El púlpito dejó de ser utilizado desde 1969, al implantarse la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II y ser retirado el micrófono, instalado en la cátedra.




CAPÍTULO IX

EL ORGANO

 

DESCRIPCIÓN

Este monumental instrumento data de mediados del siglo XVII, está adosado al muro meridional del sexto tramo de la nave central, a 4,50 m. de altura sobre el suelo y mide 10,50 m. de altura y 5,75 m. de anchura. Su fachada o caja ofrece un hermoso golpe de vista. ES barroca y, por lo mismo, profusamente ornamentada; pero sin rupturas ni curvaturas violentes de sus líneas, por lo que su conjunto es armonioso. Comprende dos zonas: superior e inferior.

En la superior, resaltan, en primer término los tres semicilindros de los flautados, con cinco largos tubos cada uno, todos sonoros; y en los intercolumnios, los 16 tubos canónigos, más pequeños y de puro adorno, puesto que no suenan. Los semicilindros laterales de los flautados y sus tubos correspondientes son respectivamente iguales y más altos que el semicilindro central y sus cañones. Estos últimos están distribuidos, a uno y otro lado de éste, en dos secciones de a ocho, bipartidas por sendos batientes adornados. Tanto las bases como los remates de estas tuberías, son espléndidos. Las bases son unos plintos, de netos decorados, que descansan sobre coronas invertidas, apoyadas, a su vez, sobre dos hermosas sirenas de senos desnudos, colocadas de soslayo, en los grandes semicilindros laterales, mientras que el central descansa sobre unh pequeño atlante angelical. Dichos netos ostentan sendos escudos, sostenidos lateralmente por dos guerreros tenantes. El de la izquierda exhibe una doble fila de escaques; el central una mitra y un brazo abacial, empuñando un báculo (símbolo del Monasterio); y el de la derecha, tres flores de lis. Entre los netos de dichos plintos de los flautados, se extiende un friso bipartido, el cual ostenta, entre seis ramos de palmera, las letras mayúsculas B y S, superpuestas o entremezcladas, en ambos lados.

En el izquierdo del espectador, la B está encima, pintada de oro; y la S, debajo, pintada de verde; y en el lado derecho, al contrario, yendo enlazadas, en cada grupo, por finas cintas rojas. ¿Qué significan estas siglas? Desde luego, no los nombres de los constructores, pues no tienen esas iniciales, como veremos. Podrían significar o referirse a San Bernardo y a San Benito; pero, teniendo en cuenta, los ramos de palmera que las flanquean, nos parece más probable que sean las iniciales de los cánticos litúrgicos de la Misa Benedictus y Sanctus, que recuerdan las aclamaciones del pueblo judío, en la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén.

Debajo de este friso, se abren dos ventanas caladas, de cuerpo rectangular y remate arqueado, en las que destacan dos ángeles, tañendo sendos instrumentos en un paisaje; y debajo de ellas, se desplegaba, a su vez, en tiempos pasados, un doble arco de 45 trompetas, de diferentes longitudes, las cuales fueron renovadas y trasladadas, en 1929, a la parte trasera superior del órgano, donde se halla actualmente la caja de la trompetería.

Se apoyan sobre sendos cartuchos, bien labrados y ascienden hasta una fina cornisa denticulada, sobre la que aparecen, a uno y otro lado, sentados sobre roleos de follaje, dos faunos tocando la flauta.

 Sobre la cresta de la monumental fachada, se alzan tres esbeltas torrecillas enrejadas, que descansan sobre plintos análogos a los de las bases de los flautados, con atlantes asimismo angélicos; los laterales, solamente de busto; y el central, de cuerpo entero. Encima de las torrecillas, se yerguen, a su vez, tres angelotes desnudos, de cuerpo entero. Los extremos tocan sendas panderetas; y el del centro tiene abiertos sus brazos y empuña con la mano derecha, una larga trompeta.

Toda esta parte central de la fachada está flanqueada por dos enormes alas en las que destacan, de arriba abajo, en cada una, como si bajaran del cielo, un ángel desnudo deslizándose sobre el follaje; otro mayor, ricamente vestido, tañendo un alud; y un tercero, también desnudo, tocando una trompeta. Los seis son de cuerpo entero y los cuatro desnudos llevan cubierto el sexo, con amplias hojas vegetales.

En fin, los bajos laterales de la caja acaban en combados, ornados con jarrones de flores, sobre una policromía en la que destacan los tonos rojos y verduscos.

La zona inferior del órgano carece de valor artístico, pues está formada por la caja rectangular que contiene los teclados y registros. La corona la antigua puertecilla, de bordes dorados y de cuerpo rectangular y remate arqueado, que cerraba el teclado primitivo; y está flanqueada por paneles, ornados con dibujos geométricos sencillos, a modo de pilastras, rematadas por dos apliques viejos y desiguales, incrustados a modo de capiteles.

El órgano de Fitero es uno de los más hermosos y monumentales de Navarra, a la vez que de los más antiguos en su género. Joaquín Goya Iraola lo menciona –por cierto, con un signo de interrogación dubitativa, referente sin duda a su maquinaria, entre los 7 órganos del siglo XVII, que se conservan en la provincia[5]. Primitivamente sólo tuvo un teclado de 4 octavas; es decir, de 27 teclas blancas de marfil y 18 negras de ébano. Disponía de dos líneas verticales de 5 registros cada una; de un pedalier para hacer sonar las 12 contras de madera: 6 a cada lado, colocadas verticalmente detrás de las alas de la caja sonora; de 15 flautados en fachada, de 45 trompetas y de un gran fuelle manual. En una tabla vertical, que estuvo antiguamente en la fachada y queda ahora dentro del órgano, como una pieza de sujeción, se halla indicada la primitiva registración de la mano izquierda con sus 9 registros: chirimía, bajoncillo, címbala, compuesta de llenos, diez y novena, quincena, docena, octava y flautado de 13.

En la renovación de 1929, se cambiaron todos los tubos flautados y canónigos, que eran de estaño, por otros de aleación; se elevó el número de trompetas a 61; se sustituyó el fuelle manual por dos fuelles movidos a motor eléctrico y se hicieron otras adaptaciones. Por lo demás, el órgano actual dispone de elementos modernos de que carecía el anterior: transpositor, pedal y rejillas de expresión, dos teclados más extensos, etc.

Añadamos para concluir que, en los siglos pasados, la tribuna del órgano estuvo cubierta de celosías de madera, lo mismo que la tribuna de las monjas, situada en el ángulo S. O. del brazo derecho del transepto, de manera que tapaban la zona baja, dejando únicamente al descubierto la alta, con su artística ornamentación.

 

NOTAS HISTÓRICAS

          No sabemos a ciencia cierta desde cuando se usó el órgano en los oficios litúrgicos de la iglesia de Fitero; pero nos consta que, en la visita que, el 8 de septiembre de 1571, realizó el entonces Visitador General de los Monasterio navarros, Fr. Luis Álvarez de Solís, ordenó, entre otras cosas, que se comprasen unos órganos pequeños para la iglesia[6]. Y en efecto, en el Inventario de lo que tocó a cada monje del espolio del abad Ibero, hecho en septiembre de 1614, se habla del “organillo” que había en el coro. Sabemos, asimismo que, cuando en 1627, trató al Abad Corral y Guzmán de convertir la anterior Capilla de la Virgen de la Barda –hoy del Santo Cristo de la Columna-, en Capilla Parroquial, mandó al fabriquero que se pusiese en ella un órgano[7]; y que, por la misma época, los monjes celebraban, el 10 de julio, la fiesta de San Abdón y San Senén, “con una misa cantada, ministros y órgano[8]”. Estos órganos eran pequeños y portátiles y se usaron hasta bien entrado el siglo XVII. A principios del siglo actual, la parroquia conservaba todavía uno de ellos, del tipo llamado regal, el cual debió ser el antecesor inmediato del órgano actual. Desapareció de nuestra iglesia hacia 1915, cuando el párroco de entonces lo cedió a cambio de un armonium, a la casa vendedora de pianos e instrumentos de Zaragoza, Carvajal y Cía.

          El órgano actual data ya de la segunda mitad del siglo XVII, según se lee todavía perfectamente en una gran inscripción rojinegra, pintada en la bóveda que lo cobija y que dice así: “Acabóse este órgano, siendo abad Fr. Bernardo Erbit, año 1660. Fr. Roberto me fecit”. Ahora bien, esta leyenda es una verdad a medias, pues, siendo abad Erviti en 1660, solamente se inauguró y lo que hizo, al parecer Fr. Roberto (cuyos apellidos ignoramos) fue la artística fachada del mismo. Lo evidencian dos escrituras de 1659, que figuran en el Protocolo del escribano Miguel de Aroche y Beaumont (por cierto bastante estropeadas y de difícil lectura). La primera es un convenio firmado en el Monasterio, el 10 de septiembre de 1659, por el Prior y Cillerero, Fr. Acacio Ximénez y el Maestro de órganos, Nicolás Brisset, de nacionalidad francesa. En él se hace constar previamente que, el 1 de agosto de 1657, el abad Fr. Fernando de Ferradillas “trató y pactó con el dicho Maestro en que le hiciere un órgano para el dicho Monasterio y convino en que lo había de hacer en 13 palmos, con entonación natural”[9]. Habiéndolo acabado en 1659 (siendo todavía Aba Ferradillas y no Erviti, quien le sucedió el mismo año), Brisset entregó tres caños al Prior Fr. Juan Urdin, para que los remitiese a diversas partes, como se hizo, enviándolos a las catedrales de Pamplona, Calahorra y Tarazona y a la Colegiata de Tudela. Sus organistas dictaminaron que los tales tubos estaban, por lo menos, “medio punto bajos del tono natural” por lo que se convino en que Brisset ajustase el órgano al caño que se trajo de Calahorra, obligándose a darlo acabado y afinado, dentro de dos meses, o sea, para el 10 de noviembre de 1659, como al parecer, lo hizo.

          La segunda escritura, fechada el 30 de noviembre de 1659, es un reconocimiento del órgano de Brisset por dos técnicos de la profesión: Lucas Pujol, organista de la Catedral de Tarazona, y Laurencio López de Gala reta y Vaquedano, “Maestro Mayor de hacer los órganos en todo el Obispado de Pamplona” y vecino de Lerín. Estos sólo opusieron ligerísimos repaso, dándolo, por lo demás, “por bien y perfectamente acabado[10]”. Ambos hicieron sendas declaraciones por separado, calculando Galarreta que Brisset debió haber empleado en todal una “veinte arrobas de estaño”. La declaración de Pujol está completamente mutilada. Ignoramos si los dos técnicos tasaron al mismo tiempo la obra, como es de presumir y cuánto pagó por ella el Monasterio al organero francés.

          Aunque el aspecto exterior del órgano apenas si ha cambiado desde el siglo XVII, el instrumento se fue deteriorando, con el paso del tiempo, y hubo necesidad de arreglarlo y, por fin, de renovarlo por completo. Una curiosa tira de papel pergamino, que se conserva en el Archivo Parroquial y anverso: “Este Órgano estaba perdido en toda su máquina, en el año 1799, y el M. Y. S. Abad, M. Blas Diez, de Milagro, trajo a Don Juan Monturus, Organero francés, quien, en seis mese, lo renovó y aumentó sus registros: el bajón, clarinete, oboe, fagot, tembleques y lo que era conveniente. Año 1800, Abril”.  En el reverso se lee: “Cuerdas para forte piano, para el muy Itte. S. el Mtro. D. Blas Diez, Abad de Fitero”.

          Según el Libro de Cuentas Generales del Monasterio de 1783-1819, el arreglo de Mr. Monturus costó 3.783 reales, “de los que se rebajó 466 que pagó el organero de los comestibles que se le dieron[11]”.

          La renovación de Minturus duró poca más de un siglo, por lo que el párroco D. Antonino Fernández Mateo adquirió, en la segunda década del actual, un armonium de la marca “Francisco Aragonés – Órganos y armoniums – Gerona”, que supliera al órgano estropeado. Ahora bien, este órgano resultó naturalmente insuficiente para la grandiosidad del templo y el párroco D. Aurelio Galipiezo intentó una nueva renovación de la maquinaria del órgano; pero fracasó en su intento, por falta de cooperación del vecindario. No tuvo más suerte el párroco D. Alfonso Bozal, a pesar de ser fiterano, pues la suscripción pública que abrió, con tal objeto, aun incluyendo en ella las 1.000 pesetas que dio el Ayuntamiento, no llegó a 7.000; pero no desistió por ello y la parroquia se encargó de pagar la mayor parte, ya que el costo neto del nuevo órgano, comprado a la Casa Eleizgaray y Cía., de Azpeitia, ascendió a 16.750 pesetas, y con los gastos de montaje y propaganda, a 17.047. La Parroquia pudo salir del apuro, gracias a la venta que había hecho en 1928 de unos enormes tapices de terciopleo rojo, más bien sucios que deteriorados, a un avispado anticuario italiano, el cual dio por ellos 10.000 pesetas, sólo se destinaron a sufragar los gastos del órganos 8.000, pues previamente se habían aplicado 2.080 a la refundición de las campanas de la torre[12]. En el verano de 1979, por iniciativa del párroco D. Ramón Azcona, fue llevada a cabo una nueva restauración del órgano por los organeros de Hernani, hermanos Alejando y José Agustín Usabiaga, siendo al mismo tiempo restaurada la fachada por el decorador de Pamplona, Agustín Guillén. La restauración consistió en desmontar y limpiar toda la tubería, poniendo dos tubos nuevos que faltaban en el registro Docena; en cambiar todas las membranas de los secretos, relex, etc.; en reparar el pedal; en cambiar todas las gomas del transpositor, que estaban quemadas; en ajustar todo el organismo; en tratar toda la madera con líquido Xilofene, contra la polilla; en reparar el motor ventilador, colocándolo en su lugar de origen, junto al órgano; en regular la presión de los fuelles; en la rearmonización de toda la tubería y, en fin, en la afinación general.

          Por lo demás, no cambió la estructuración de Eleizgaray, conservándose los dos teclados, de 36 teclas blancas y 25 negras cada uno; los 8 registros del teclado 1º y los 6 del 2º teclado; los 5 acoplamientos: al pedal del 1º y 2º teclado sobre el 1º; las combinaciones preparadas: piano, fuerte del teclado 1º, fuerte de los flautados y fuerte general (tutti); el transpositor para bajar hasta dos tonos; los dos fuelles eléctricos, y, por supuesto, el trémolo.

SONORIZACIÓN DEL TEMPLO

          Poniéndose a tono con los modernos adelantos en megafonía, en 1965 fueron puestos en la iglesia los primeros altavoces, por iniciativa del párroco D. Santos Asensio. Se encargó de la obra el Laboratorio Radiotécnico RADA, de Tarazona, el cual instaló un equipo de Megafonía Telefunken, por 23.510 pesetas, con 75 céntimos, incluidos todos los gastos[13]. Constaba de un amplificador maestro V-326, colocado en el Altar Mayor; de un micrófono de sobremesa en el mismo altar; de otro micrófono, colocado en el púlpito; de dos altavoces Prisma, puestos en el crucero, a uno y otro lado del Altar Mayor; y de tres grupos sonoros Soprano, colocados en cada pilar después del púlpito.

          El equipo fue renovado con ventaja en 1969, por iniciativa del párroco D. Ramón Azcona, encargándose esta vez de ello la casa Electrón Radio de José María Centeno, de Logroño, la cual instaló altavoces BOUYER, con un costo total de 53.940 pesetas, incluidas 2.732 del carpintero y del electricista[14]. Los aparatos son análogos; pero, esta vez, se suprimió por innecesario el micrófono del púlpito.

 

 

CAPÍTULO X

LA TORRE Y LA ESPADAÑA

DESCRIPCIÓN

          La torre es un enorme prisma cuadrangular revestido de ladrillo y coronado por una pequeña cúpula octogonal. Su planta es un cuadrado de 3,45 metros de lado y su cuerpo consta de tres secciones, separadas por sendas cornisas. La cornisa de la primera sección (la más baja) está formada por cinco junquillos; y la cornisa de la segunda, por cinco filetes: unos y otros en degradación. Las caras de ambas secciones están adornadas con dos colgantes de escayola, en forma de simples paralelas verticales, cerradas por abajo con arcos, en la primera sección, y con ángulos agudos, en la segunda. La primera sección ostenta además, en su cara meridional, un reloj marmóreo de sol, con su correspondiente gnomon, todavía en buen uso; y la segunda tiene, en sus cuatro caras, sendos ventanos de iluminación, mientras que la iluminación de la primera está asegurada por la entrada al tejado de la iglesia, en la base de su cara oriental, y por un ventano, en la cara occidental.

          La tercera sección es el campanario propiamente dicho y consta de cuatro ventanas arqueadas en la que se alojan cuatro campanas, bautizadas con los nombres de Ave Mª. Venerable Palafox, San José y San Raimundo, as cuales dan respectivamente, al O. N., E. y S. La campana mayor es la “María” que mide 1 metro de altura y 1,20 m. de diámetro en la boca. La menor es la de San José; y la única que se acciona, por ahora, eléctricamente, es la de Palafox, que s la que se repica para las misas rezadas y los rosarios ordinarios. Esta tercera sección también estaba adornada exteriormente, como las otras, por análogos colgantes de escayola; pero éstos desaparecieron, hace muchos años.

          La pequeña cúpula es de ladrillo, tiene una cubierta de zinc y está flanqueada por cuatro pináculos, asimismo de ladrillo, terminados en conos dobles de zinc. De éstos sólo se conservan los que miran hacia el N. El remate es una esfera metálica sobre la que se alza una cruz de Calatrava de hierro, girando entre ambas, a merced de los vientos, una veleta, en forma de saeta.

          A decir verdad, esta mole de ladrillo no es ninguna obra de arte y sólo tiene de sobresaliente su buena estatura, pues mide 15 metros de altura, contados desde el tejado del templo, en el ángulo S. O. del crucero.

          Se sube a la torre, franqueando una pequeña puerta que hay junto a la tribuna llamada de las Monjas, de donde arrancan dos escaleras: la de la izquierda, que conduce al campanario; y la de la derecha, que desemboca en la antigua pieza de los Adoradores Nocturnos. La escalera de la torre tiene 89 peldaños y consta de dos secciones diferentes una escalera de caracol, toda de piedra, que sube hasta el tejado del ángulo X. O. del crucero y tiene 52 escalones; y otra escalera de ojo que consta de 37 peldaños, hechos de ladrillo y yeso. La primera tiene un tramo oscuro, mientras que la segunda está bien iluminada.

          La espadaña se alza en los aledaños del ángulo X. O. de la fachada de la iglesia. Se trata del cásico campanario de una sola pared, con tres huecos para las campanas. Es toda de ladrillo, con el cuerpo rectangular y el remate triangulado. Sus dimensiones son 6,70 metros de altura total, 5, 70 metros de anchura y 1,10 m. de espesor. Sus tres vanos son arqueados. Los mayores o laterales son iguales y tienen 3,70 m. de altura y 1,20 m. de luz; y el menor, que ocupa el centro del remate, 1,70 m. de altura y 1,20 m. de luz. Los vecinos llaman a esta espadaña el cigüeñal, por el nido de cigüeñas que tiene en su cima, al que acude invariablemente todos los años, hacia el mes de febrero, una pareja de estas simpáticas aves zancudas.

NOTICIAS HISTÓRICAS

          Las noticias que poseemos acerca del origen de los dos campanarios, son escasas y apenas documentadas, debiendo contentarnos con conjeturas, más o menos fundadas. Desde luego, es indudable que la iglesia tuvo un campanario primitivo, construido probablemente en la primera mitad del siglo XIII, ¿Pero cómo era y dónde estuvo emplazado? Es probable que estuviese situado en el arranque de la torre actual, es decir, en la terminación de la escalera de caracol.

          Hay un documento que confirma esa ubicación; por lo menos, a mediados del siglo XVI. ES la Probanza, ya citada del Lic. Pedro Garcés, que data de 1544 y en la que se consigna que solía ser entonces sacristía “la pieza que está en par de la soga de la campana, en la mesma yglesia[15]” y cuya puerta actual de entrada se haya debajo de la tribuna de las Monjas.

          ¿Quiere esto decir que el campanar de entonces, sobre el que no se había levantado todavía la torre actual, sólo abrigaba una campana? Es muy probable, pues, como escribe el P. A. Dimier, un reglamento del Císter prohibía que el campanario tuviese más de dos campanas y que su peso debía der tal que un solo monje pudiese ponerlas en movimiento[16].

          La última campaña que hubo seguramente en el campanario medieval, fue “la campana grande”, que, según el Tumbo, “se tiene por tradición, la hizo, siendo abad, Fr. Miguel de Magallón, como en ella está escrito[17]”. Esa campana debió pasar luego a la torre y, según este testimonio, todavía se conservaba en 1634; es decir, más de siglo y medio después, ya que el abad Magallón fue asesinado en 1467. ¿No parece un poco verosímil?

          No sabemos exactamente quién levantó la torre actual, pues no hemos encontrado los documentos relativos a su erección. Desde luego, data de fines del siglo XVI o comienzos del XVII, pues el Tumbo consigna una noticia que prueba que se construyó o estaba ya construida en tiempos del Abad Ibero, el cual tomó posesión de la Abadía, el 14 de marzo de 1593 y murió el 1 de noviembre de 1612. Dicha noticia dice que “nuestro Padre Ibero hizo en Pamplona (no consigna la fecha) una campana para la torre que cae a mitad de la iglesia, para que con ella taniese a las misas rezagadas y es causa de que acude mucha gente[18]”. Evidentemente, esa torre que caía a mitad de la iglesia, aunque la ubicación no es del todo exacta, no era la espadaña, sino la torre propiamente dicha; es decir, la actual.

          En cuando a la espadaña, parece que la construyó, años antes, Diego Pérez de Bidangoz y Enciso, a juzgar por unas anotaciones que hace en su “Memoria de las obras realizadas para el Monasterio y la Yglesia, entre 1585 y 1592”, a saber: “una puerta para el Relicario del campanar” y “dos yugos de las campanas nuevas y hacer un pilar de ladrillo y asentarlas, y dos yugos pequeños para dos campanillas del refectorio[19].”

          Evidentemente, ese “pilar de ladrillo” en el que asentó las dos campanas nuevas, era la espadaña, pues además la distingue claramente del campanar en el que hizo la puerta para el Relicario. Ahora bien, ese campanar ¿era todavía el medieval o la torre actual…? Nos quedamos con la duda.

          A juzgar por las señales que quedan en la espadaña, es seguro que sólo sus dos huecos grandes estuvieron ocupados por campanas. Se repicaban éstas, tirando de unas sogas atadas a sus badajos, las cuales bajaban a la antesala, del coro. Todavía pueden observarse, a la izquierda de la puerta de entrada al coro, las huellas, o mejor dicho, el desgaste del pavimento, ocasionado por las pisadas del campanero. Estas eran frecuentes, pues la espadaña se empleaba para llamar a los monjes al coro a recitar las horas canónicas. Al ser exclaustrados los monjes en 1835, la espadaña cayó naturalmente en desuso y fueron retiradas las campanas, yendo a parar más tarde a Ablitas.

          Además del reloj de sol, que debe datar de la misma época que la torre, se instaló, con posterioridad, en la cara occidental de ésta, un gran reloj mecánico pendular que ocupaba el nicho vacó que se ve ahora en dicho lado y una pieza adicional saliente ya demolida. El Tumbo consigna que el prior Fray Bernardo Pelegrín dio el dinero para hacer esta casilla, la cual databa por consiguiente de 1612-14[20]. Ni que decir tiene que este reloj fue arreglado y reemplazado más de una vez, con el transcurso de los años. Ya en 1615, el fabriquero Fray Diego de Puelles hizo un contrato con el relojero corellano, Julio de Nieva, obligándose éste a arreglar el reloj por 6 robos de trigo[21]; y en 1633, el fabriquero, Fray Martín Gil hizo otro con el relojero de Cornago, Pablo Garrido, el cual se obligó a cuidar del reloj, durante tres años[22].

          Saltando al siglo XIX, Sebastián María de Aliaga anota en su “Manuscrito”[23] que, el 12 de marzo de 1844, se trajeron de Cascante, ya refundidas, las campanas que se habían hendido, y que el 14, se colocó la grande, con el reloj, en la Casa del Ayuntamiento; pero que, el 11 de noviembre de 1846, se volvieron a trasladar a la torre y que, a continuación, se compró un reloj nuevo. No sabemos, aunque lo dudamos, si fue el mismo que estuvo instalado en el citado lugar de la torre, hasta la tercera década del siglo actual, y que fue desmontado poco después, al ser instalado el reloj público actual, en la Casa Consistorial. Dicho reloj de la torre tenía tres pesas; dos grandes para las medias horas y los cuartos, y otra, más pequeña, para las horas, y estaba conectado con dos campanas de aquélla: la mayor, al O. que daba las horas, y la menor, al E., que daba los cuartos y las medias. Asimismo tenía conexión con los dos timbres que se ven todavía, junto a la base de la torrecilla central de los flautados del órgano, para que se diesen cuenta de la hora los fieles que estaban en el templo.

          Las campanas actuales sólo datan de 1954 y son el resultado de una refundición de las anteriores, verificada por la Casa Vidal Erice de Pamplona, siendo párroco D. Santos Asensio. Dicha operación costó 22,200 ptas., incluidas 1.600 de transporte. Huelga anotar que a semejanza de los relojes, al cabo de los siglos, las campanas han sido renovadas o refundidas, al menos la refundición realizada en Cascante en 1844. Ya nos hemos referido a otra, en el huerto del claustro bajo de la iglesia, siendo párroco D. Martín Corella. Por cierto que, en el horno de fundición, se echó, esta vez, una campana pequeña de plata, llamada “San Juan Bautista”, y que hasta entonces había ocupado la ventana oriental de la torre y había estado conectada con el reloj. En 1928, el párroco D. Alfonso Bozal hizo refundir todavía tres campanas; pero esta vez, la operación fue llevada a cabo en Ambel, pueblo de la provincia de Zaragoza, próximo a Tarazona, con un costo de 2.80 ptas.

          Antiguamente las campanas se repicaban, desde el extremo S.O. del crucero, tirando de unas largas sogas, atadas a sus badajos, las cuales atravesaban la tribuna de las Monjas; pero se suprimieron las sogas, en los primeros años de la segunda mitad del siglo actual, sustituyéndolas con una palanca y un martillo metálicos, manejados eléctricamente, que sólo hacen sonar, como ya hemos dicho, la campana “Palafox”; más, para tocar las otras, hay que subir a la torre y apechugar con los 89 peldaños de sus escalera. Suponemos que, a causa de este inconveniente, se acabara por repicar todas las demás, por el mismo procedimiento eléctrico.

          Anotemos, para terminar, que, en los siglos pasados, la cúpula estaba cubierta por un tejadillo. El revestimiento de zinc sólo data de comienzos del siglo XX y fue iniciativa del párroco D. Martín Corella, llevada a cabo por el hojalatero de la localidad, Pedro Torres.



CAPÍTULO X

LA TORRE Y LA ESPADAÑA

DESCRIPCIÓN

          La torre es un enorme prisma cuadrangular revestido de ladrillo y coronado por una pequeña cúpula octogonal. Su planta es un cuadrado de 3,45 metros de lado y su cuerpo consta de tres secciones, separadas por sendas cornisas. La cornisa de la primera sección (la más baja) está formada por cinco junquillos; y la cornisa de la segunda, por cinco filetes: unos y otros en degradación. Las caras de ambas secciones están adornadas con dos colgantes de escayola, en forma de simples paralelas verticales, cerradas por abajo con arcos, en la primera sección, y con ángulos agudos, en la segunda. La primera sección ostenta además, en su cara meridional, un reloj marmóreo de sol, con su correspondiente gnomon, todavía en buen uso; y la segunda tiene, en sus cuatro caras, sendos ventanos de iluminación, mientras que la iluminación de la primera está asegurada por la entrada al tejado de la iglesia, en la base de su cara oriental, y por un ventano, en la cara occidental.

          La tercera sección es el campanario propiamente dicho y consta de cuatro ventanas arqueadas en la que se alojan cuatro campanas, bautizadas con los nombres de Ave Mª. Venerable Palafox, San José y San Raimundo, as cuales dan respectivamente, al O. N., E. y S. La campana mayor es la “María” que mide 1 metro de altura y 1,20 m. de diámetro en la boca. La menor es la de San José; y la única que se acciona, por ahora, eléctricamente, es la de Palafox, que s la que se repica para las misas rezadas y los rosarios ordinarios. Esta tercera sección también estaba adornada exteriormente, como las otras, por análogos colgantes de escayola; pero éstos desaparecieron, hace muchos años.

          La pequeña cúpula es de ladrillo, tiene una cubierta de zinc y está flanqueada por cuatro pináculos, asimismo de ladrillo, terminados en conos dobles de zinc. De éstos sólo se conservan los que miran hacia el N. El remate es una esfera metálica sobre la que se alza una cruz de Calatrava de hierro, girando entre ambas, a merced de los vientos, una veleta, en forma de saeta.

          A decir verdad, esta mole de ladrillo no es ninguna obra de arte y sólo tiene de sobresaliente su buena estatura, pues mide 15 metros de altura, contados desde el tejado del templo, en el ángulo S. O. del crucero.

          Se sube a la torre, franqueando una pequeña puerta que hay junto a la tribuna llamada de las Monjas, de donde arrancan dos escaleras: la de la izquierda, que conduce al campanario; y la de la derecha, que desemboca en la antigua pieza de los Adoradores Nocturnos. La escalera de la torre tiene 89 peldaños y consta de dos secciones diferentes una escalera de caracol, toda de piedra, que sube hasta el tejado del ángulo X. O. del crucero y tiene 52 escalones; y otra escalera de ojo que consta de 37 peldaños, hechos de ladrillo y yeso. La primera tiene un tramo oscuro, mientras que la segunda está bien iluminada.

          La espadaña se alza en los aledaños del ángulo X. O. de la fachada de la iglesia. Se trata del cásico campanario de una sola pared, con tres huecos para las campanas. Es toda de ladrillo, con el cuerpo rectangular y el remate triangulado. Sus dimensiones son 6,70 metros de altura total, 5, 70 metros de anchura y 1,10 m. de espesor. Sus tres vanos son arqueados. Los mayores o laterales son iguales y tienen 3,70 m. de altura y 1,20 m. de luz; y el menor, que ocupa el centro del remate, 1,70 m. de altura y 1,20 m. de luz. Los vecinos llaman a esta espadaña el cigüeñal, por el nido de cigüeñas que tiene en su cima, al que acude invariablemente todos los años, hacia el mes de febrero, una pareja de estas simpáticas aves zancudas.

 

NOTICIAS HISTÓRICAS

 

          Las noticias que poseemos acerca del origen de los dos campanarios, son escasas y apenas documentadas, debiendo contentarnos con conjeturas, más o menos fundadas. Desde luego, es indudable que la iglesia tuvo un campanario primitivo, construido probablemente en la primera mitad del siglo XIII, ¿Pero cómo era y dónde estuvo emplazado? Es probable que estuviese situado en el arranque de la torre actual, es decir, en la terminación de la escalera de caracol.

          Hay un documento que confirma esa ubicación; por lo menos, a mediados del siglo XVI. ES la Probanza, ya citada del Lic. Pedro Garcés, que data de 1544 y en la que se consigna que solía ser entonces sacristía “la pieza que está en par de la soga de la campana, en la mesma yglesia[15]” y cuya puerta actual de entrada se haya debajo de la tribuna de las Monjas.

          ¿Quiere esto decir que el campanar de entonces, sobre el que no se había levantado todavía la torre actual, sólo abrigaba una campana? Es muy probable, pues, como escribe el P. A. Dimier, un reglamento del Císter prohibía que el campanario tuviese más de dos campanas y que su peso debía der tal que un solo monje pudiese ponerlas en movimiento[16].

          La última campaña que hubo seguramente en el campanario medieval, fue “la campana grande”, que, según el Tumbo, “se tiene por tradición, la hizo, siendo abad, Fr. Miguel de Magallón, como en ella está escrito[17]”. Esa campana debió pasar luego a la torre y, según este testimonio, todavía se conservaba en 1634; es decir, más de siglo y medio después, ya que el abad Magallón fue asesinado en 1467. ¿No parece un poco verosímil?

          No sabemos exactamente quién levantó la torre actual, pues no hemos encontrado los documentos relativos a su erección. Desde luego, data de fines del siglo XVI o comienzos del XVII, pues el Tumbo consigna una noticia que prueba que se construyó o estaba ya construida en tiempos del Abad Ibero, el cual tomó posesión de la Abadía, el 14 de marzo de 1593 y murió el 1 de noviembre de 1612. Dicha noticia dice que “nuestro Padre Ibero hizo en Pamplona (no consigna la fecha) una campana para la torre que cae a mitad de la iglesia, para que con ella taniese a las misas rezagadas y es causa de que acude mucha gente[18]”. Evidentemente, esa torre que caía a mitad de la iglesia, aunque la ubicación no es del todo exacta, no era la espadaña, sino la torre propiamente dicha; es decir, la actual.

          En cuando a la espadaña, parece que la construyó, años antes, Diego Pérez de Bidangoz y Enciso, a juzgar por unas anotaciones que hace en su “Memoria de las obras realizadas para el Monasterio y la Yglesia, entre 1585 y 1592”, a saber: “una puerta para el Relicario del campanar” y “dos yugos de las campanas nuevas y hacer un pilar de ladrillo y asentarlas, y dos yugos pequeños para dos campanillas del refectorio[19].”

          Evidentemente, ese “pilar de ladrillo” en el que asentó las dos campanas nuevas, era la espadaña, pues además la distingue claramente del campanar en el que hizo la puerta para el Relicario. Ahora bien, ese campanar ¿era todavía el medieval o la torre actual…? Nos quedamos con la duda.

          A juzgar por las señales que quedan en la espadaña, es seguro que sólo sus dos huecos grandes estuvieron ocupados por campanas. Se repicaban éstas, tirando de unas sogas atadas a sus badajos, las cuales bajaban a la antesala, del coro. Todavía pueden observarse, a la izquierda de la puerta de entrada al coro, las huellas, o mejor dicho, el desgaste del pavimento, ocasionado por las pisadas del campanero. Estas eran frecuentes, pues la espadaña se empleaba para llamar a los monjes al coro a recitar las horas canónicas. Al ser exclaustrados los monjes en 1835, la espadaña cayó naturalmente en desuso y fueron retiradas las campanas, yendo a parar más tarde a Ablitas.

          Además del reloj de sol, que debe datar de la misma época que la torre, se instaló, con posterioridad, en la cara occidental de ésta, un gran reloj mecánico pendular que ocupaba el nicho vacó que se ve ahora en dicho lado y una pieza adicional saliente ya demolida. El Tumbo consigna que el prior Fray Bernardo Pelegrín dio el dinero para hacer esta casilla, la cual databa por consiguiente de 1612-14[20]. Ni que decir tiene que este reloj fue arreglado y reemplazado más de una vez, con el transcurso de los años. Ya en 1615, el fabriquero Fray Diego de Puelles hizo un contrato con el relojero corellano, Julio de Nieva, obligándose éste a arreglar el reloj por 6 robos de trigo[21]; y en 1633, el fabriquero, Fray Martín Gil hizo otro con el relojero de Cornago, Pablo Garrido, el cual se obligó a cuidar del reloj, durante tres años[22].

          Saltando al siglo XIX, Sebastián María de Aliaga anota en su “Manuscrito”[23] que, el 12 de marzo de 1844, se trajeron de Cascante, ya refundidas, las campanas que se habían hendido, y que el 14, se colocó la grande, con el reloj, en la Casa del Ayuntamiento; pero que, el 11 de noviembre de 1846, se volvieron a trasladar a la torre y que, a continuación, se compró un reloj nuevo. No sabemos, aunque lo dudamos, si fue el mismo que estuvo instalado en el citado lugar de la torre, hasta la tercera década del siglo actual, y que fue desmontado poco después, al ser instalado el reloj público actual, en la Casa Consistorial. Dicho reloj de la torre tenía tres pesas; dos grandes para las medias horas y los cuartos, y otra, más pequeña, para las horas, y estaba conectado con dos campanas de aquélla: la mayor, al O. que daba las horas, y la menor, al E., que daba los cuartos y las medias. Asimismo tenía conexión con los dos timbres que se ven todavía, junto a la base de la torrecilla central de los flautados del órgano, para que se diesen cuenta de la hora los fieles que estaban en el templo.

          Las campanas actuales sólo datan de 1954 y son el resultado de una refundición de las anteriores, verificada por la Casa Vidal Erice de Pamplona, siendo párroco D. Santos Asensio. Dicha operación costó 22,200 ptas., incluidas 1.600 de transporte. Huelga anotar que a semejanza de los relojes, al cabo de los siglos, las campanas han sido renovadas o refundidas, al menos la refundición realizada en Cascante en 1844. Ya nos hemos referido a otra, en el huerto del claustro bajo de la iglesia, siendo párroco D. Martín Corella. Por cierto que, en el horno de fundición, se echó, esta vez, una campana pequeña de plata, llamada “San Juan Bautista”, y que hasta entonces había ocupado la ventana oriental de la torre y había estado conectada con el reloj. En 1928, el párroco D. Alfonso Bozal hizo refundir todavía tres campanas; pero esta vez, la operación fue llevada a cabo en Ambel, pueblo de la provincia de Zaragoza, próximo a Tarazona, con un costo de 2.80 ptas.

          Antiguamente las campanas se repicaban, desde el extremo S.O. del crucero, tirando de unas largas sogas, atadas a sus badajos, las cuales atravesaban la tribuna de las Monjas; pero se suprimieron las sogas, en los primeros años de la segunda mitad del siglo actual, sustituyéndolas con una palanca y un martillo metálicos, manejados eléctricamente, que sólo hacen sonar, como ya hemos dicho, la campana “Palafox”; más, para tocar las otras, hay que subir a la torre y apechugar con los 89 peldaños de sus escalera. Suponemos que, a causa de este inconveniente, se acabara por repicar todas las demás, por el mismo procedimiento eléctrico.

          Anotemos, para terminar, que, en los siglos pasados, la cúpula estaba cubierta por un tejadillo. El revestimiento de zinc sólo data de comienzos del siglo XX y fue iniciativa del párroco D. Martín Corella, llevada a cabo por el hojalatero de la localidad, Pedro Torres.

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[1] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1592, ff. 459 y siguientes. A.P.T.

[2] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1631, f. A.P.T.

[3] Protocolo de José de Samper de 1734, nº 110, f. 203. A.P.T.

[4] Libro de Autos de Visitas, f. 5. A.P.F.

[5] Órganos, organeros y organistas, p. 18. Colección NAVARRA: Temas de Cultura Popular, nº 61. Pamplona.

[6] A.G.N., Sección Monasterios, Fitero, legajo 402, f. 48.

[7] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1614, f. 554 v. A.P.T. Nota 

4) Libro de Autos de Visitas de las Cofradías, p. 4. A.P.F.

[8] Tumbo, c. VIII, f. 364. A. H. N.

[9] Protocolo de M. de Aroche de 1659, nº 42, f. 84. A.P.T.

[10] Protocolo de M. de Aroche de 1659, nº 71, f. 142. A.P.T.

[11] Libro cit., año 1800, A.G.N., Sección Monasterios, Fitero, nº 458. Este detalle de la rebaja es muy curioso, pues, como Mr. Monturus, estuvo seis meses en el pueblo, resulta que la manutención –seguramente en la Hospedería del Convento o tal vez, en algún mesón del pueblo- le salió por 2,50 reales diarios. De los de entonces, claro está.

[12] Libro de actas de la Junta pro-restauración del órgano, f. 4v. A.P.F.

[13] Libro de Cuentas de Fábrica de la Parroquia (1912-1965), p. 202. A.P.F.

[14] Libro de Cuentas e Informaciones de la Parroquia, f. 12.

[15] Ob. Cit., p. 55 v. A.G.N.

[16] L´Art Cistercien, France, p. 40 2ª edición.

[17] Tumbo, c. XV, f. 728. A.H.N.

[18] Tumbo, c. XV, f. 730. A.H.N.

[19] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1592, ff. 495 y siguientes, A. P.T.

[20] Capítulo XV, f. 730 v.

[21] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1615, f. 49. A. P.T.

[22] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1633, f. 14.

[23] Folio 86.




TERCERA PARTE

LOS ALTARES


A)  ALTARES DEL TRANSEPTO

CAPÍTULO I

EL ALTAR MAYOR 

SU DESCRIPCIÓN

        El Altar Mayor estrictamente dicho; es decir, prescindiendo de la Capilla que lo contiene y que ya hemos descrito, comprende su gran retablo, los sepulcros de piedra, el tabernáculo con el sagrario y el expositor, la mesa del altar y el presbiterio.

 

EL RETABLO: SU TRAZA

          Data del último decenio del siglo XVI y es de estilo renacentista. Su traza es la de un enorme rectángulo de 12 m. de altura, sin contar los pináculos, que lo rematan, y de 7,65 m. de anchura, encuadrado, por dos grandes columnas huecas de 7,70 m. de altura y de 0,65 m. de diámetro. Los fustes de éstas son acanalados, con estrías verticales; sus capiteles, corintios; y sus bases descansan sobre grandes plintos rectangulares historiados. Sobre los ábacos de sus capiteles, se alza un voluminoso entablamento incipiente, con el arquitrabe formado por tres tableros superpuestos, el friso decorado, frontal y lateralmente, con cabezas angelicales, y la cornisa compuesta por media docena de molduras en degradación. El remate es un gran frontón curvo y partido, con tímpano liso y sin decorar, recortado por dos largos brazos contrapuestos, terminados en volutas, los cuales flanquean a un medallón inscrito en un rectángulo, con una efigie del Padre Eterno. Tres pináculos piramidales -el central mayor que los laterales- se yerguen sobre los extremos y en medio de este remate.

          Diego Angulo Íñiguez ha notado con razón la “distribución un tanto extraña” de este retablo, pues “formado por una calle central y dos laterales, se interrumpen éstas en el cuerpo principal y en el último, para poder ofrecernos escenas de mayor desarrollo[1]”.

          En efecto, pero esta distribución le da precisamente más variedad, pues alternan los cuerpos de tres compartimentos horizontales con los de cinco, sin contar con que, en cada cuerpo, los compartimentos de escultura están flanqueados por los de pintura.

          El retablo consta de tres partes principales: el cuerpo noble, el banco y el sotabanco.

          El cuerpo noble está formado por tres calles horizontales: la superior y la inferior, con tres compartimentos; y la intermedia, con cinco. Fijándonos en los detalles estructurales de este cuerpo, observamos al punto que todos los compartimentos son rectangulares y que los mayores son los de la zona inferior, seguidos respectivamente por los de la superior y la intermedia. Tanto las esculturas de la calle vertical central, como las tablas de las calles horizontales intermedia e inferior, están encuadradas por columnas de fustes acanalados; pero los capiteles de la inferior son jónicos, mientras que los de la intermedia y los del grupo del calvario son corintios y compuestos. Además las tablas de la calle horizontal superior están limitadas, en sus extremos laterales, por pilastras lisas decoradas, y no por columnas, como en el resto del retablo. Nótese asimismo que los cuatro frisos caprichosos que separan las calles horizontales entre sí y del gran tímpano y del banco, ostentan decoraciones diferentes, representando niños, faunos, guirnaldas, grutescas, etc. Otro detalle curioso: debajo del grupo escultórico de la Coronación de Nuestra Señora, se lee esta fecha: 1591.

          El banco comprende cinco compartimentos, separados por seis columnas estriadas de capiteles dóricos. Las tablas de los Santos Juanes (Bautista y Evangelista) son un tercio más altas que los dos pares de gemelas de los Santos Padres Latinos, ocupando el compartimento central el expositor y el sagrario modernos.

          Finalmente el sotabanco está constituido por la mesa del altar, que ocupa el centro, y los masivos pedestales rectangulares de las grandes columnas laterales.

 

LAS ESCULTURAS

          Las obras escultóricas del retablo del Altar Mayor son las tallas renacentistas en madera de su calle central vertical: a saber, el Calvario, la Coronación de Nuestra Señora y la Asunción, ejecutadas por Antón de Zárraga (Çaraga se lee en los documentos de la época).

          En el grupo del Calvario, Jesucristo aparece muerto, con los brazos ligeramente arqueados, la cabeza caída hacia adelante y un poco inclinada hacia la derecha, y el perizonium anudado en la misma dirección. A la altura de sus piernas, están de pie, mirando hacia arriba, la Virgen María, a la derecha; y San Juan Evangelista, a la izquierda de Jesucristo: la primera con las manos juntas, y el segundo, con los brazos cruzados. Ambos llevan amplios mantos sobre holgadas túnicas. En el tablero del fondo, no se divisa ningún paisaje, sino dos manchones: el superior, oscuro, simbolizando sin duda las tinieblas de la hora sexta de que hablan los Evangelios sinópticos; y el inferior, un poco rojizo, simbolizando la sangre del sacrificio del Redentor.

          El grupo de la Coronación es más animado. La Virgen aparece semi-arrodillada, a la derecha del Padre y a la izquierda del Hijo, en trance de ser coronada por ambos, con la complacencia del Espíritu Santo, que planea completamente vestido, mientras que la barba del Hijo es corta y éste tiene desnudos el costado y el brazo derechos. Ambos sostienen la corona con las dos manos y la Virgen tiene juntas las suyas hacia la izquierda. El cielo en el que transcurre la escena, está representando por una serie de ondas apretadas, colocadas debajo de las tres Personas Divinas.

          La Asunción ocupa el mayor compartimiento y su talla, de estilo romanista, es asimismo la más grande. La Virgen aparece subiendo al cielo y mirando hacia éste, mientras aprieta un pañuelo con sus manos juntas, vueltas hacia el lado derecho. Descansa su pie derecho sobre la cabeza de un ángel, con las alas desplegadas; y el izquierdo, sobre el ala izquierda del mismo ángel. A ambos lados, asoman sus cabezas cuatro ángeles más, que simulan llevarla en volandas. Su mano es de una amplitud un poco exagerada y, lo mismo, con abundantes pliegues. Añadamos como curiosidad que la devoción del pueblo fiterano a la Asunción es relativamente antigua, pues su Cofradía existía ya, por lo menos, en 1644[2].

 

          LAS PINTURAS

          Constituyen lo más notable del retablo, ascendiendo sus tablas pintadas a 18. Vamos a describirlas, advirtiendo que la derecha y la izquierda se refieren de ordinario al espectador. La tabla horizontal superior contiene dos escenas bernardinas. La de la derecha representa a Jesucristo Crucificado, abrazando a S. Bernardo. El Santo aparece arrodillado ante El, con dos mitras y un báculo en tierra, y Jesucristo, quien tiene los dos pies sujetos a la cruz por un solo clavo, apoya sus dos brazos descalzos sobre los hombros de S. Bernardo, el cual posa, a su vez, su mano derecha sobre el antebrazo izquierdo de Cristo. A la izquierda del fondo, se ve un trozo de columna sobre un pedestal y una puerta abierta que ilumina la escena.

          La tabla de la izquierda corresponde a una leyenda bernardina, según la cual, hallándose el Santo en oración ante una talla de la Virgen, en la Iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, le pidió fervorosamente: “Monstra Te ese matrem” (muéstrame que eres madre). Entonces la Virgen apretó su seno y tres gotas de leche saltaron a los labios de S. Bernardo[3]. En el cuadro de Mois, María está sentada en un modesto trono y, desde él, apretándose el pecho con la mano derecha, lanza hacia la boca del Santo un chorrito de leche, que el mismo Niño, posado desnudo sobre las rodillas de su Madre, se encarga graciosamente, con su manita derecha alzada, de que no se desvíe de su camino. Este detalle es encantador, pero no se percibe fácilmente a simple vista, sino con unos prismáticos. La Virgen, que es de cara muy linda, mira sonriente al Santo, el cual aparece ante Ellos arrodillado, con las dos consabidas mitras en el suelo, cruzando reverentemente su pecho con la mano derecha, y sosteniendo con la izquierda un libro abierto, en el que se lee: O CLEMENS – O PIQA – O DULCIS – MARIA. El fondo aparenta ser una cámara con cortinajes y una columna.

          Las tablas de la calle horizontal intermedia representa, de izquierda a derecha, a S. Lorenzo, S. Benito, Sta. Lucía y Sta. Agueda.

          San Lorenzo está vestido elegantemente de diácono, con larga dalmática, y mira hacia adelante. Enarbola, con la mano izquierda, una palma del martirio, y con la derecha, agarra el mango de una gran parrilla de 18 cuadrículas, apoyada sobre el suelo. Sabido es que San Lorenzo, natural y patrono actual de Huesca, murió asado sobre una parrilla, en tiempos del emperador Valeriano.

          S. Benito de Nursia, fundador de la Orden de los Benedictinos, viste el hábito negro de la misma, mira de frente y está ligeramente vuelto hacia la derecha. Con la mano izquierda, sostiene un báculo abacial, y con la derecha, un libro abierto: el de su Regla. Al fondo, se observan rocas y un monasterio: el de Subiaco o el de Montecassino.

          Sta. Lucía de Siracusa es una bella y gallarda rubia, lujosamente ataviada. El tocado que cruza su garganta, cayendo sobre su hombro izquierdo, destaca su gracioso rostro, de nariz ligeramente respingona. Está mirando hacia la izquierda. Con la mano derecha, sostiene un plato con dos grandes ojos abiertos, y con la izquierda, la palma del martirio. Sin embargo, esta representación tradicional no tiene ningún fundamento histórico. El P. Jean Croiset, tan proclive a aceptar toda clase de leyendas hagiográficas, escribe a este propósito: “No se sabe la causa de pintarla así ni su historia dice que se sacase los ojos, por librarse de un hombre lascivo que la perseguía”[4]. Pero Federico Carlos Sáinz de Robles, en su “Diccionario de Mujeres célebres”, fundándose en fuentes modernas, da la clave de esta representación equivocada. “Se ha representado a Santa Lucía -escribe- con los ojos en un plato que ella sostiene, declarándola patrona de los ciegos. Sin embargo, en ello radica una confusión, ya que la Santa que se sacó los ojos, para enviárselos a un pretendiente que la asediaba, enamorado de ellos, fue Lucía la Casta, terciaria dominica que vivió en el siglo XV”[5]. El fondo del retrato de Santa Lucía representa la ciudad, colinas y puerto de Siracusa, con su faro.

          La devoción del vecindario fiterano a Santa Lucía es antigua, como lo demuestra su cofradía, fundada por el abad Fray Martín de Egüés y de Gante, la cual se menciona, por primera vez, en 1543[6].

          El retrato de Sta. Aguda también es interesante, aunque no tanto. Representa asimismo a una joven rubia, ataviada con un amplio manto que da a su cuerpo la apariencia de ser más voluminoso de lo que corresponde a su cabeza. Con la mano izquierda, sostiene una palma de mártir, y con la derecha, un plato con dos pechos de mujer, hacia los que dirige su vista. Es el símbolo tradicional de su martirio, que, en este caso, es apropiado. Los dos grandes cuadros de la tercera calle horizontal del cuerpo noble son los más importantes y artísticos del retablo. El de la izquierdea representa la Adoración de los Pastores, y el de la derecha, la Adoración de los Reyes.

          La Adoración de los Pastores es una composición relativamente sencilla, pues solo contiene cuatro personajes mayores: La Virgen, San José y dos pastores; y tres menores: el Niño y dos ángeles. Hay también un minúsculo diablillo, armado de un tridente, que apenas se divisa, junto a una puerta abierta, a la izquierda. Lo mismo ocurre con las cabezas del buey y de la vaca que se vislumbran en la oscuridad, detrás del Niño. Aparece Este completamente desnudo, porque su Madre, una fina joven arrodillada ante El, acaba de levantar con la mano izquierda, el pañal que lo cubría, para que lo contemplen San José y los Pastores. Pero no sólo lo están mirando atentamente los cuatro personajes mayores, sino el cordero que lleva sobre los hombros el pastor joven y uno de los ángeles que planean sobre unas nubles, mientras que el otro -un niño ruido regordete- exhibe una cinta desplegada en la que se lee: GLORIA IN EXCELSIS DEO. Todos los personajes están bien retratados; pero el mejor es indudablemente San José, cuya cabeza es la mejor lograda del cuadro. También está bien tratada la iluminación de la escena nocturna, por la luz que irradia el cuerpo del Niño Jesús, que es la figura más brillante. En cuanto al fondo arquitectónico del cuadro, es insignificante, pues se reduce al esbozo de una salida por la que huye el diablillo; de un plinto de columna, detrás de San José; y de un muro, detrás del pastor joven.

          En la Sala del x. XVII del Museo Provincial de Zaragoza, hay una reproducción más pequeña de este cuadro, que figura como anónimo.

          La tabla de la Adoración de los Reyes es más compleja, pues contiene, en su primer plano, 14 personajes; y en el segundo, alrededor de una decena. La Virgen, mejor ejecutada y menos ataviada que la de la Adoración de los Pastores, aparece sentada junto a una columna, mirando y sosteniendo a su Hijo, el cual está sentado, a su vez, sobre el muslo izquierdo Ella. El Niño, destapado por delante, mira, con curiosidad infantil, al rey Melchor, mientras que San José, de pie y recostado sobre el pinto de la columna, contempla la escena, con una sonrisa de satisfacción. Los tres Reyes van destocados y acompañados de sus pajes respectivos.

          Melchor, semi-arrodillado ante el Niño, abre, con la mano derecha, una caja de oro, depositada en el suelo, y con la izquierda, aprieta su corona contra su propio pecho. Entretanto sus dos pajes dialogan entre sí, a espaldas suyas: el primero, con la cabeza vuelta, un poco violentamente, hacia su compañero. La figura de Melchor es la más sobresaliente de esta composición, y su cara, la más expresiva, con unos ojos que exhalan ternura, asombro y devoción.

          Gaspar, el rey negro, es el más joven de los personajes regios. Viste de guerrero y permanece de pie. Empuña, con la mano derecha, un ramo de incienso, y con la izquierda, el pomo de su espada. Un paje negro, situado detrás de él, sostiene la diadema real, y, a uno y otro lado de Gaspar, asoman sus cabezas dos personajes blancos, con tocado de judíos.

          Baltasar está colocado detrás y a la derecha de Melchor, inclinado simplemente hacia adelante. Con la mano izq1uierda, sostiene un recipiente abierto de mirra, y con la derecha, la tapadera del mismo, teniendo detrás un servidor, que guarda entre sus manos la corona de su señor. En el último lugar del primer plano, aparecen dos guerreros de escolta, con cascos empenachados.

          El segundo plano de la composición, situado en la parte superior, representa la puerta de una ciudad fortificada, por la que están saliendo diversos personajes a pie y a caballo.

          Sin duda alguna, esta tabla es la más interesante de todo el retablo.

          Diego Angulo Íñiguez observa que esta Epifanía tiene tales semejanzas con otra q1ue hizo anteriormente Mois, para el Monasterio de La Oliva y que se conserva actualmente en el convento de las Recoletas de Tafalla, que puede calificarse de réplica de la misma, añadiendo que, al final de su carrera, volvió a repetirla para su capilla sepulcral, en el ejemplar hoy existente en el Museo Provincial de Zaragoza[7]. La diferencia más acusada entre este último y el de Fitero consiste en el mozo que sujeta las bridas de un caballo, en el extremo derecho del zaragozano. Otros cuadros de Mois, que se conservan en la Sala del x. XVII de dicho Museo, son San Joaquín y la Virgen María, y Santa Ana y la Virgen.

          Las tablas del banco del retablo de Fitero son seis y representan, de derecha a izquierda, a San Agustín, San Ambrosio, San Juan Evangelista, San Juan Bautista, San Jerónimo, y San Gregorio Magno.

          Los dos pares de tablas gemelas de los Santos Padres latinos son análogos, destacando por su fino dibujo, sobre fondo de oro, su colorido y su menor tamaño, comparadas con el resto de las pinturas del retablo. San Agustín y San Ambrosio están revestidos de Obispos, portando mitra y báculo. San Agustín sostiene, con su mano izquierda, la simbólica “Ciudad de Dios”; y San Ambrosio, con su derecha, su libro de los “Himnos”. San Jerónimo va vestido de cardenal, por haber sido consejero del papa San Dámaso, aunque entonces no se había formado todavía el cuerpo cardenalicio. Lleva abierta, en la mano derecha, la “Vulgata” y, con la izquierda, empuña una cruz patriarcal. Por su parte, San Gregorio Magno está revestido de Pontífice y tocado con tiara. Con la mano derecha, sostiene cerrado el Misal, y con la izquierda, empuña la cruz papal.

          Las tablas de San Juan Bautista y de San Juan Evangelista, adyacentes al tabernáculo, tienen las dimensiones y la factura de los cuadros de la segunda calle horizontal del cuerpo noble del altar. La de San Juan Bautista se halla a la izquierda y representa al profeta, mirando estático al cielo, con la mano derecha abierta y crispada sobre el pecho, mientras que, con la izquierda, sostiene, al mismo tiempo, su zamarra, una cruz de palo y una cinta en la que se lee: ECCE AGNUS DEI (He aquí el Cordero de Dios). Su rostro es muy expresivo, pero su actitud es evidentemente amanerada. Detrás de su pie derecho, se ve un corderito acurrucado. En cuanto al fondo del cuadro, parece mitad cueva y mitad desierto, pero… con árboles.

          La figura de San Juan Evangelista es más natural. En la mano derecha, tiene una pluma en actitud de escribir, y con la izquierda, sostiene, sobre su muslo derecho, un libro abierto. Hacia su derecha, asoma su cabeza una bestia que da la impresión de que el Evangelista está escribiendo el Apocalipsis.

          Las pinturas del sotabanco del altar son seis: las dos de los postigos y las cuatro de los netos de los pedestales de las grandes columnas laterales.

          Las de los postigos son magníficas y representan a San Pedro (izquierda) y a San Pablo (derecha), dentro de nichos con arcos de medio punto, de fondo angrelado. Empuñan respectivamente, con la mano derecha, las simbólicas llaves y la espada, y con la izquierda, sostienen sendos libros: el de San Pedro, cerrado; y el de San Pablo, abierto.

          Las pinturas de los netos de los grandes pedestales son de color gris verdoso y están encerradas en sendos medallones. Son las menos importantes y las peor conservadas; especialmente las laterales, que no se ven a simple vista y suelen pasar desapercibidas.

          Las frontales representan la Degollación de San Pablo (derecha del espectador) y la Aparición de Jesucristo a San Pedro, en las puertas de Roma (izquierda). San Pablo está arrodillado delante de un viejo prefecto imperial, sentado en un estrado, bajo un solio. Un sayón, con la espada en alto, está en trance de decapitarlo. Un soldado vuelve la espalda a la escena, la cual se desarrolla en el interior de un palacio.

          En el otro medallón frontal, Jesucristo aparece de pie, cargando una pesada cruz sobre su hombro izquierdo y hablando a San Pedro, que está arrodillado ante El, con las manos caídas en el suelo y con los brazos cruzados. Es la famosa tradición del QUO VADIS…?, según la cual San Pedro se decidió a abandonar Roma, al comenzar la persecución de Nerón; pero Jesucristo le salió al paso, a las puertas de la Ciudad Eterna, cargado con una cruz; y como el Apóstol le preguntase: “¿Adónde vas, Señor..?” Jesús le contestó: “Voy a Roma a ser crucificado de nuevo”. San Pedro comprendió, en el acto, el significado de esta respuesta y volvió a la Ciudad Eterna, donde fue inmediatamente arrestado y, nueve meses después, crucificado, con la cabeza hacia abajo, entre el 64 y 67.

          Los medallones laterales de los netos son más pequeños y borrosos, se encuentran en los lados exteriores y representan respectivamente a los apóstoles San Simón y San Bart6olomé.

          San Simón (derecha) aparece caminando, con una larga sierra en la mano y un libro debajo del brazo izquierdo. Según la tradición, San Simón, apodado “Zelotes” o el Apasionado, anduvo evangelizando a los gentile3s por Egipto y otras partes de África, y finalmente, en Persia, donde murió, aserrado su cuerpo por medio.

          San Bartolomé (izquierda) aparece de pie, enarbolando una espada, con la mano derecha, y ostentando una piel humana, con la izquierda. Es que, al parecer, San Bartolomé fue desollado vivo y, a continuación, decapitado en Armenia, por orden del rey Astiages.

 

LOS SEPULCROS

          A derecha e izquierda del Altar Mayor, es decir a los lados de la Epístola y del Evangelio, los dos primeros arcos del presbiterio cobijan dos grandes sarcófagos de piedra. El más antiguo, sólido y artístico es el de la derecha, cuyas medidas son 2,30 m. de largo, 0´85 m. de ancho y 0,95 m. de alto. Su estilo es gótico. En la cubierta, ostenta un prelado yacente, vestido con un manto de numerosos pliegues; lleva mitra bordada y galonada, báculo y estola. Tiene la mano derecha posada sobre la izquierda y por debajo de la mitra -poco alta y con el ápice delantero roto-, asoma una cabellera abundante, bien peinada. Su cabeza descansa sobre doble almohada sin adornos y, a uno y otro lado de aquélla, hay un par de ángeles -tres ya descabezados-, moviendo sendos incensarios. A su vez, a uno y otro lado de sus pies, calzados a estilo medieval, hay un par de monjes -todos ya también descabezados- leyendo en sendos libros. En los remates, destacan dos pares de cabecitas de leones con las bocas abiertas, a cada lado del inferior; y una, a cada lado del superior. 

          El cuerpo del sarcófago es rectangular, sus caras laterales ostentan cada una en relieve ocho figuras de monjes, dentro de capilletas góticas, con arquitos trilobulados y columnitas de capiteles jónicos, portando objetos litúrgicos: incensario, misal, báculo, cruz, etc.; y en las caras de las bases, tres monjes en cada una y en la misma forma. Sustentan el sarcófago seis leones: tres a cada lado. Jimeno Jurío observa a este propósito que se dirían esculpidos por algún artista nazari o granadino, ya que son similares a los tan conocidos de la fuente del Patio de los Leones de la Alhambra[8].

          El sarcófago de la izquierda (o del lado del Evangelio) es, a primera vista, parecido, y, desde luego se ejecutó, imitando, en parte, al de la Epístola; pero tiene sus diferencias. Por de pronto, no es gótico, sino renacentista. Su piedra es más blanda, sobre todo, la del cuerpo del sarcófago; y sus dimensiones, un poco más pequeñas. El abad yacente es menos corpulento que el de la epístola y está revestido de pontifical, con capa abrochada y rígida. Su báculo está completo y es más grueso. Su mitra es más larga y no deja asomar el cabello por debajo. Las almohadas en que descansa la cabeza, llevan gruesas borlas, en sus cuatro puntas; y el calzado de sus pies es de morro, y no de punta. En el remate superior, no tiene cabecitas de león. En lo demás, la cubierta es igual; pero de los cuatro ángeles de la cabecera, tres se conservan enteros, mientras que los cuatro monjes de los pies están descabezados. En cuanto al cuerpo del sarcófago, sus caras laterales ostentan cada una sólo seis monjes, dentro de nichos renacentistas, con arquillos un poco rebajados, descansando en pilastrillas lisas, y separados por sendas pilastras más anchas. Las caras de las bases solamente tienen dos monjes cada una. El resto del sepulcro es igual al de la epístola.

          ¿Quiénes están encerrados en estos sarcófagos…? El tema es controvertido, como veremos en las notas históricas. Respecto del gótico, Jimeno Jurío escribe: “La sepultura no es anterior al siglo XIV y creo no equivocarme, al afirmar que fue encargado por el abad fray García de Cervera (1366-1380), para inhumar su cuerpo”[9].

          Por su parte, Don Vicente de la Fuente afirmó ya que, en el de la izquierda, está inhumado Fray Marcos de Villalba[10]. Es muy probable.

 

LA MESA DEL ALTAR, EL SAGRARIO Y EL EXPOSITOR

          La vieja mesa del altar es de piedra y mide 2,80 m. de longitud, 1 m. de anchura y 1,15 m. de altura.

          El sagrario es una arquilla moderna de madera corriente y de base rectangular. Sus dimensiones son 0,56 m. de larga, 0,36 m. de ancha, y 0,48 m. de alta y tiene las paredes interiores y la puertecilla doradas.A

          El expositor tiene unos 2 m. de altura y 1,30 m. de anchura. Se yergue sobre la vieja mesa del altar, detrás del Sagrario y es asimismo moderno.

 

NOTAS HISTÓRICAS: EL RETABLO

          En el Archivo de Protocolos de Tudela, se conserva una docena de escrituras relativas a este retablo: una de 1583, cinco de 1590, tres de 1591 y otra de 1597.

          Antes de nada, anotemos que no se sabe a ciencia cierta de quién partió la idea de erigir este retablo, pues no ha aparecido la escritura correspondiente; pero es muy probable que fuera iniciativa del abad Fray Martín de Egüés y de Gante, muerto en 1581. En todo caso, la primera escritura conocida hasta ahora data del 13 de septiembre de 1583, siendo Abad electo Fray Luis Álvarez de Solís, y es una tasación de los trabajos de la traza, ensamblaje, escultura y talla, hecha por Pedro de Arbulo, escultor y arquitecto, vecino de Briones. Resulta de ella que el autor de las esculturas de la calle central fue Antón de Zárraga (el documento dice Çaraga); y el de la traza y demás obra de madera (sin las pinturas), Diego Sánchez. Arbulo tasó la obra conjunta de los dos en 11.200 reales; pero, como en el contrato que habían hecho ambos con el Monasterio, se habían comprometido a realizarla por 7,700 (o sea por 3.500 menos), Arbulo falló que a Diego Sánchez “por su ensamblaje y madera y lo demás que está a su cargo” (a saber, la traza del retablo y la dirección de la obra, según la interpretación del Doctor Castro) se le debían dar 4.600 reales; y a Zárraga, “por la escultura y talla”, 3.100 reales[11].

          Ninguno de los dos fueron figuras sobresalientes en el arte, aunque desde luego, conocían bien su oficio. En cambio, lo fue el autor de las pinturas, Roland Mois, considerado en España como un pequeño Tiziano. El pintor y escritor zaragozano, Jusepe Martínez (1601-1682), en su obra “Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura”, dice de Mois que “su ingenio fue muy aplaudido y considerado de todos” y que “correspondióse mucho con nuestro Alonso Sánchez”[12].

          Roland Mois nació en Bruselas, hacia el segundo decenio del siglo XVI (no se sabe la fecha exacta) y vino a España, traído por el Duque de Villahermosa, Don Martín de Guerrera y Aragón, al regresar de los Países Bajos, con Felipe II. Habiéndose casado con una española: Francisca Aviejo (t al enviudar de ésta, con otra: Ana Fonz), se quedó definitivamente en España, avecindándose en Zaragoza. Sobresalió como retratista, haciendo un considerable número de retratos de individuos de la nobleza aragonesa, y entre ellos, los de los antepasados de su mecenas. También trabajó bastante para iglesias y conventos, y entre éstos, para los Monasterios de la Oliva y de Fitero. Por lo demás, se trata de un pintor flamenco, influido claramente por la Escuela Veneciana.

          El contrato para pintar el retablo del Altar Mayor de Fitero, lo firmó en la abadía, el domingo, 10 de junio de 1590, con el Abad Fray Marcos de Villalba, el Prior Fray Pedro González Navarro y 11 monjes profesos, además de los testigos. Consta de 30 cláusulas no numeradas, en las que se especifican detalladamente las circunstancias del retablo, su precio y los plazos en que le sería pagado.

          La segunda, tercera y cuarta cláusulas se ocupan de los colores que debían darse a las imágenes talladas de la Asunción, de la Coronación de la Virgen y la Crucifixión, con predominio del tono dorado. La quinta detalla cómo fue el sagrario primitivo, bastante diferente del actual. La séptima determina “que todas las cornisas, frisos y arquitrabes de todo el retablo an de ser dorados y todas las columnas, an de ser doradas y las estrías coloridas”. La octava dice que “los pedestales de las columnas grandes han de ser de plata colada…; las bases y capiteles de las dos columnas granes an de ser doradas y las dichas colunas an de ser gazapeadas lustrantes, fingiendo que son de piedra mármol”. En la once, se rectifica que ”en los dos tableros donde está señalado sancta lucia y sancta ynés, que es al lado del sagrario, en lugar de estas dos sanctas, se an de pintar al óleo sant Joan baptista, al lado derecho, y San juan ebangelista al izquierdo”. La trece también rectifica la colocación de dos imágenes que se había hecho en el proyecto primitivo, estableciendo que “los dos quadros que señalan encima del nascimiento, donde está señalada la figura de Sant Joan y sant bernardo, se an de pintar dos sanctas, que son sancta lucia y, a su lado, sancta Águeda.”

          La catorce todavía hace otra rectificación diciendo que “al lado de la coronación, donde señala en la traça sant joan ebangelista, se ha de pintar la figura de sant lorenço y, a su lado, sant benito.”

          La diecisiete consigna que Mois “aya dar acauado de pintar todo el dicho retablo dentro de tres años… y si no lo hiciere, tenga de pena por cada uno de los dichos tres años, trezientos ducados.”

          La dieciocho dice “que el dicho señor abad a de mandar levantar el altar que oy está, quatro dedos, por ser algo baxo y las gradas se han de hacer conforme Francisco Guarrax, obrero, tiene entendido”. (Este Guarrax es el que estaba construyendo, a la sazón, la obra de albañilería del coro.)

          La veintiuna todavía insiste en el levantamiento del retablo construido y añadía que, “en el pedestal de las columnas grandes de los lados, se abrá de subir la basa dello, conforme será la primera grada, y a de tener cuenta con los cuatro dedos que se a de alçar el altar, y ansí toda la máquina de la obra se a de levantar aquellos quatro dedos, como lo tiene entendido diego Pérez”. (Este Diego Pérez era Diego Pérez de Bidangoz, “carpintero ensamblador”, que estaba trabajando para el Monasterio desde 1585.)

          La veintiocho consigna “que atendido por el hacer desde retablo, se le señalan de precio dos mil y doscientos ducados, como abaxo se verá, y es muy excesivo precio, y solo se haze por la buena opinión que el dicho Rolán mois tiene en la pintura, se pone condición que todo lo principal de pintura del dicho retablo el dicho moys lo aya de hacer por su propia mano, y para todo lo que es dorar y estofar, traya personas muy inteligentes del arte, y con asistencia suya se haga, y con colores muy bibos y perfectos.”

          La veintinueve establece que el Monasterio pediría a Mois “fianças en aragon asta en quantidad de quatrozientos ducados”; y por fin, la renta fija los ocho plazos en que se la pagarían al artista los 2.200 ducados convenidos, entregándole, por de pronto, de contado, 159 ducados, de a 11 reales castellanos el ducado.”[13]

          Las demás escrituras relativas a Mois son secundarias. Las otras cuatro de 1590 se refieren a una averiguación de cuentas entre el Abad y Mois (f. 44 del Protocolo de Urquizu); a una obligación del pintor en favor del Abad (f. 65); a una fianza del Monasterio contra Mois y su fiador M. Arnárez, de Cintruénigo (f. 80); y a un poder otorgado por Mois (f. 139).

          Las tres escrituras de 1591 se refieren a los poderes otorgados por Mois a Gerónimo Cabañas, el 9 de julio (f. 376) y a Juan Beltrán (f. 377), así como a una donación del Abad a la viuda de Mois (f. 108).

          Las de 1393 son una averiguación de cuentas entre el nuevo Abad, Fr. Ignacio Fermín de Ibero, y la viuda de Mois, Aba Fonz (f. 292); y un poder de Ana Fonz para cobrar, fechado el 12 de mayo (f. 293).

          Finalmente la escritura de 1597 es un convenio entre el mismo Abad y el médico, Dr. J. Borda de Arbizu, que se había casado con la viuda de Mois (f. 265).

          Mois murió sin haber acabado completamente la obra, dejando sin pintar “el sagrario y la capillica”, por lo que el Monasterio continuó abonando a la viuda del artista la cantidad que adeudaba a su marido, no terminando de hacerlo hasta el 20 de noviembre de 1603, en que se entregaron al Dr. Borda los últimos 200 ducados pendientes.

          Con el paso de los siglos, este retablo se deterioró considerablemente, por lo que fue restaurado -y bien restaurado- a expensas del Museo del Prado de Madrid, Cristóbal Quesada y Alejandro Despierto.

 

LOS SEPULCROS

          No poseemos ningún documento acerca del gótyico de la derecha (lado de la Epístola); pero sí del renacentista de la izquierda (lado del Evangelio). En él está inhumado, como ya dejamos dicho, el abad Fray Marcos de Villalba, el cual, al morir el trece de diciembre de 1591, fue enterrado primeramente, según el Tumbo[14], en la capilla de la Magdalena (actual de la Virgen de la Barda). Inmediatamente se pensó en construirle un sarcófago monumental y, con tal objeto, Fray Pedro González Navarro, Prior en sede vacante, y el cillerero Fr5ay Miguel de Vea hicieron un contrato con el escultor Antonio de Zárraga y el maestro cantero, Juan de Nabeda. Zárraga era entonces vecino de Arnedo (y probablemente es el mismo que había tallado las figuras de la calle central del Altar Mayor o un hijo suyo) y Nabeda residía entonces en Fitero, por estar construyendo el sobreclaustro. El contrato fue firmado en Fitero, el 8 de enero de 1592, y consta de 6 cláusulas no numeradas. 1) “Antonio de Çarraga se obliga a labrar, de su oficio de escultor, una tumba que está en la Capilla Mayor del Altar Mayor, al lado del Evangelio, y ha de hacer seis leones para que la sustenten, y labrar a los dos lados, doce monjes o figuras de ellos, y a la cabeza y pies de los lados dichos, cuatro en cada parte dicha, y encima de la tumba, ha de haber una figura del dicho Abad, vestido de pontifical, con su mitra y adorno, como convenga, y a la cabeza, alrededor de ella, cuatro ángeles; y alrededor de los pies, cuatro figuras de monjes, de suerte que quede muy bien labraba y acabada”. 2) Zárraga la terminaría “de aquí a Pascuas de Resurrección” del mismo año 1592. 3) se le pagarían 60 ducados de a 11 reales: 30 al empezar la obra y otros 30 al acabarla. 4) suministraría la piedra necesaria Juan de Nabeda, “Maestro de cantería, residente en esta Villa”, quien se encargaría asimismo del asentamiento de la tumba. 5) Nabeda sacaría y traería la piedra al Monasterio, en el término de 15 días, a partir de la firma de esta escritura. 6) por estos trabajos, Nabeda cobraría 22 ducados[15].

          ¿Se realizó efectivamente este encargo…? No nos consta; pero es creíble, pues el nuevo Abad, Fray Ignacio Fermín de Ibero, fue nombrado el 7 de septiembre de 1592; es decir, varios meses después del plazo fijado para su terminación y, por tanto, no tuvo tiempo de suspender la obra.

          Ahora bien, esa tumba, como era para la sepultura donde está enterrado el Maestro D. Fr. Marcos de Villalba, y, según el Tumbo, se le enterró primeramente en la Capilla de la Magdalena, no pudo estar colocada primeramente en el Altar Mayor, sino en la actual Capilla de la Virgen de la Barda.

          El mismo Tumbo consigna que el Prior, Fr. Bernardo Pelegrín, en el interabadiato de 1612-14, trasladó el cuerpo de Vilalba de la Capilla de la Magdalena a la mitad del presbiterio[16]. Este extremo lo confirma la escritura testimonial del traslado de los huesos de Villalba al sarcófago actual, pues se dice que, por entonces, estaban depositados “en el crucero de la Capilla Mayor, en una sepultura cubierta con una piedra grande, a la parte de arriba de otra del Rmo. Don Martin de Egüés el Viejo”. La escritura está firmada el domingo de Pascua de Resurrección, 28 de marzo de 1617, en que se hizo solemnemente el traslado. El documento se halla mutilado a trozos, pero en él se lee perfectamente que de dicha sepultura se sacaron “los huesos” de Fr. Marcos, teniéndolos, durante la Misa Mayor que se celebró, “puestos en una caja pequeña sobre un bufete, cubiertos por un paño de damasco” y que ésta fue llevada y depositada en el sepulcro, “que está debajo del arco de la Epístola”, por los monjes Fr. Diego de Puelles y Fr. Gabriel Moreno, siendo cerrada la tumba por Pascual de Oráa. Firman, entre otros, la escritura el Abad, Fr. Hernando de Andrade, el Alcalde, Miguel de Bea y los regidores Julio de Oñate, Andrés de Cuenca, Francisco de Peralta Marqués y Miguel Salvador[17].

          De esta escritura se deduce, por de pronto, que no es cierto que el cuerpo de Fr. Marcos se conservase incorrupto dos siglos más tarde, como afirman algunos historiadores[18], puesto que, al desenterrarlo 21 años después, sus “huesos fueron puestos en una caja pequeña”. Y, a continuación, hay que deducir que el actual sepulcro del lado de la Epístola estaba, por aquella época, en el lado del Evangelio y que posteriormente, en una fecha que desconocemos, pues no hemos encontrado ningún documento a este respecto, se hizo un traslado recíproco de estos sepulcros. De lo contrario, es preciso admitir que los firmantes de los precitados documentos confundieron lamentablemente los lados de la Epístola y del Evangelio, lo que no sería imposible, pues la ubicación que señalan de los sepulcros contradice flagrantemente a la actual, pero tal confusión nos parece un poco inverosímil, pues los lados del Evangelio y de la Epístola han correspondido siempre, respectivamente, en el Altar Mayor, al N. y al S. de la Capilla. En fin, como se ve, se trata de un verdadero embrollo.

          Sospechamos que, al decidir Fr. Pedro González Navarro trasladar los restos de Villalba a la Capilla Mayor, se aprovecharon las partes esculpidas de la tumba que tenía en la Capilla de la Magdalena; es decir, la tapa con la figura yacente del Abad Fr. Marcos, revestida de pontifical, así como las caras laterales, de inconfundible corte renacentista, con monjes, para el sepulcro del Altar Mayor, pues todavía se nota perfectamente la argamasa que emplearon para unirlas[19]. Es la única explicación racional de que, en el interim, se depositaran sus huesos en el pavimento de dicho altar, aledaños a la sepultura de Fray Martín de Egüés y Pasquier. Ahora bien, en ese intermedio, vino a tomar posesión de la abadía Fray Hernando de Andrade, quien fue el que hizo trasladar el cuerpo de Fray Marcos a la tumba reconstruida.

          ¿Hubo anteriormente otro sarcófago en el lado del Evangelio? Categóricamente, sí; pero tuvo que ser románico o gótico, no renacentista, como el actual. Nos fundamos en la tradición secular, recogida por el Tumbo, por Fray Jerónimo de Alva, Juan Antonio Fernández, Abella, Madrazo y otros, según la cual el Arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Ximénez de Rada (1170-1247) mandó -o los monjes, como dice Biurrun- fabricar en ese sitio, un sepulcro para hacerse enterrar él. El Padre Alva asegura que, en el siglo XVI, existía sobre él una inscripción latina que decía: “Sepulchrum Roderici, Archiepiscopi Toletani” (Sepulcro de Rodrigo, Arzobispo de Toledo), añadiendo que fue borrada en 1591, al blanquearse y pintarse el presbiterio. Pero apareció, de nueva cuenta, muchos años después, puesto que ya estaba, en los primeros años del siglo XVIII, según comunicó el entonces abad de Fitero Fray Ignacio de Obstabat, al cronista P. Francisco de Alesón, continuador los “Anales del Reino de Navarra” del P. Moret[20]. ¿Es cierto todo esto…?

                    Vamos por partes.

          Por de pronto, es un hecho que Don Rodrigo está enterrado en el Monasterio de Santa María la Real de Huerta, provincia de Soria. ¿Y cómo es que fue a parar allí y no a Fitero..? “Porque como murió fuera de España, trajéronle sus criados al Monasterio de Huerta la Real hasta allí y de antemano, como era paso para venir a Fitero, nos lo cogieron…” Es la explicación desenfadada que dio el padre Obstabat al padre Alesón[21], sin fijarse en el disparate de su afirmación de que Huerta fuera paso para llegar a Fitero, y menos viniendo de Francia.

          Ahora bien, la explicación que se da corrientemente, es la pretendida voluntad del Arzobispo manifiesta en París, cuando era aún estudiante, pero ya de unos 30 años, en un documento firmado, el 24 de abril de 1201, que empieza así: “Notum sit ómnibus, tam praesentibus quam futuris quod ego Rodericus Semeni sepulturam meam apud Hortqam elegi, et hoc etiam sacramento confirmavi”. (Sepan todos los presentes y futuros que yo, Rodrigo Ximénez, he elegido a Huerta por mi sepultura y lo he confirmado con juramento,” El pergamino donde se leen estas palabras, fue hallado sobre el pecho del Arzobispo, en la primera apertura de su sepulcro, hacia el año 1511[22].

          ¿Pero el tal documento es auténtico o apócrifo? Por supuesto, en el pleito que promovieron los monjes de Fitero contra los de Santa María de Huerta, con tal motivo, alegaban que lo habían fingido sus criados, partidarios de los de Huerta[23]. ¡Quién sabe!; pero no es increíble.

          En todo caso, ¿a quién inhumaron los monjes de Fitero, en el sepulcro destinado al Arzobispo Ximénez de Rada, en el lado del Evangelio del presbiterio? Morales de Rada asegura que permaneció vacío hasta la muerte de Don Rodrigo y que entonces fueron trasladados a él los restos de su abuelo Don Pedro Tizón[24]. Es una afirmación un poco temeraria, pues se funda únicamente en una conjetura del Tumbo, el cual refiriéndose a los restos depositados en dicho sepulcro, se limita a decir “se puede colegir ser los huesos de su abuelo”[25]. Se añade que estaban depositados en una arquilla.

          El Dr. Castro Álava opina que dicho sepulcro se construyó más bien “para algún abad del Monasterio, ya que los monjes de Fitero conocerían seguramente la voluntad de Don Rodrigo, manifestada en París, en 1201”[26]. ¿Seguramente…? A nosotros no nos parece tan seguro, pues el controvertido testamento de D. Rodrigo es más que dudoso; y además, desde 1201 hasta 1247 en que murió, tuvo tiempo de sobra de cambiar de opinión.

          El Tumbo todavía consigna otro parecer, pues su recopilador, Fr. Miguel Baptista Ros escribe, por su cuenta: “Díjome el P. Fr. Lucas, el 4 de junio de 1635, que debajo del arco de Ntro. P. Fr. Marcos se halló otro sepulcro, y en él un caballero armado con espuelas sobredoradas, y que se decía era del Conde de Alcaudete”[27]. ¿Pero qué Conde de Alcaudete? ¿Acaso alguno que aparece como Virrey de Navarra, en los periodos de 1529-1534 y 1564-1567? Es bien posible, pero no lo sabemos a ciencia cierta.

          En fin, sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, en la actualidad, sólo se encuentran en el sepulcro renacentista del lado del Evangelio del Altar Mayor de la iglesia de Fitero los restos del abad, Fr. Marcos de Villalba.

 

EL SAGRARIO ANTIGUO

          En el Sagrario que se puso en el Altar Mayor, al colocar el retablo, a fines del siglo XVI. Debió ser tal y como se describe en el contrato con Rolan Mois del 10 de junio de 1590, en las cláusulas 5 y 15.

          La 5 dice así “El sagrario a de ser todo dorado, ansi rostros de las figuras como nidos del, excepto algunos rostros que combendrá estar encarnados al óleo; por lo mismo los niños que están encima con las insignias, an de ser encarnados al óleo y donde está la cruz por remate, se pongan en su lugar un niño Jesús, con una cruz llana en la mano; y el sagrario, dentro, hecho un brocado, y de fuera, donde ay unos llanos lisos, aya de hacer sus labores sobre el oro, de colores muy agraciados, y las yst6orias de medio relieve cella, todo muy bien estofado, con diversos colores; que esté con buena gracia.”

          La cláusula 15 añade todavía: “que el sagrario donde está el sanctísimo sacramento detrás del altar, dentro del, se a de dar de azul con sus estrellas o un brocadillo, a gusto del dicho señor abad, y en las puertas, dentro y fuera, unos ángeles incensando, pintados de colores doradas y estofados con puertas convenientes, mayores que las que ahora tiene, y pintar la capillica que, para la dezencia del sanctísimo sacramento, se a de hazer.”

          Ignoramos qué otros sagrarios le sucedieron al correr de los siglos. Entre los papeles del archivo parroquial, hemos encontrado un plano de un tabernáculo para el Altar Mayor, con una explicación y un presupuesto adjuntos, firmados por José ¨Vicente Cárcar, vecino de Andosilla, el 24 de septiembre de 1860, ofreciendo la construcción del mismo en 3.000 reales bellón; o en 2.200, si se omitía el dorado. Desde luego, el plano adjunto no es el del actual tabernáculo; de manera que si se aceptó su presupuesto, podría ser el antecesor del de ahora.

          El sagrario y expositor actuales sólo datan del primer decenio de este siglo y fueron puestos por orden del párroco D. Martin Corella.

 

EL PAVIMENTO DEL PRESBÍTERO

          El pavimento primitivo era de piedra y tenía dos gradas de acceso al presbiterio; y tres, de acceso a la mesa del altar. Las cinco gradas databan del siglo XVI y fueron hechas por Diego Pérez de Bidangoz, según lo consigna en su ya citada “Memoria”[28]. La mesa antigua del altar, que ahora aparece desnuda, también data del siglo XVI y ostentaba ordinariamente seis candelabros. Hasta el sexto decenio del siglo actual, el presbiterio estuvo separado del crucero por una verja de barrotes de hierro con puerta de dos hojas. El entarimado actual data de 1968 y fue obra de D. Jesús J. Torrecilla; y el anterior, de 1902 y fue puesto por D. Martín Corella


ORDENAMIENTO

          Consigna el Tumbo que el Prior en sede vacante, Fr. Bernardo Pelegrín hizo, entre otras mejoras, una lámpara de plata y una colgadura para la Capilla Mayor[29]. En efecto, la primera la contrató, el 19 de noviembre de 1612, con el platero de Tudela, Felipe Terrén, el cual se obligó además a hacerle tres cálices de plata. Para ello le entregó el Prior 170 onzas y media de plata, en las siguientes piezas: 3 patenas, 2 tazas, 2 candeleros, 2 cálices, 2 vasos, 1 azucarero, 1 salero, 1 cantimplora, 1 cuchara y 1 hisopo con su pila. Por la hechura de la lámpara y de los tres cálices le pagaron a Terrén 44 ducados[30]. En 1663, aparece formalizado otro contrato para una nueva lámpara de plata, con destino al Altar Mayor, entre el Prior y Cillerero, Fr. Lucas de Urdain y los plateros de Arnedo; Diego Díez de Isla y su cuñado, Francisco de Alarcón, de ls cuales salió fiador José Fernández de Arellano, “rexidor de la ciudad de Arnedo”, La escritura consta de 14 apartados en los que se detallan los pormenores de la hechura de la lámpara y su peso, que sería de 800 ducados más o menos. La acabarían “dentro de diez meses” y se les pagaría 3500 reales de plata. El dinero para la hechura y peso de la mampara se entregaría a Díez de Isla, “en el lugar de Grávalos o en la ermita de Ntra. Señora de Yerga”, donde, a su vez, entregaría él posteriormente la lámpara hecha[31].

          Añadamos, para terminar, que en los intercolumnios adyacentes a los ventanales del presbiterio y a la altura de estos, hubo, en tiempos pasados dos grandes y magníficos escudos policromados, los cuales adornan desde 1978, el muro meridional del antiguo Recibidor o antesala del sobreclaustro. Databan del siglo XVI.

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 [1] Nuevas pinturas del Renacimiento en Navarra, Príncipe de Viana, año VIII, nº XXVII, pp. 168-69, Pamplona 1947.

[2] Libro de autos de Visita de las Cofradías, f. 29, A.P.F.

[3] Louis Charpentier, El misterio de los Templarios, p. 13, Barcelona, Bruguera, 1975.

[4] Año Cristiano, t. VI, p. 491. Madrid, Gaspar y Roig, 1865.

[5] Ob. Cit., p. 730. Madrid, Aguilar, 1959.

[6] Libro de autos de Visita de las Cofradías, fol. 10, A.P.F.

[7] Loc. cit., p. 167.

[8] Fitero, p. 27.

[9] Ob. Cit., p. 27.

[10] “España Sagrada” del Padre Enrique Flórez, continuada por la Real Academia de la Historia, t. 50. Catálogo de los abades de Fitero, pp. 195 y siguientes.

[11] Protocolo de Gracián Navarro de 1583 fajo 6, f. 22. A.P.F.

[12] Ob. cit., p. 138.

[13] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga de 1590, f. 75.

[14] C. XV, f. 730. A.H.N.

[15] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga de 1593, ff. 32-33. A.P.F.

[16] C. XV, 730. A.H.N.

[17] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga de 1617, f. 10. A.P.F.

[19] De todos modos también pudiera ser que esta argamasa perteneciera a una apertura posterior de la tumba, pues ya hemos anotado el aserto de que, dos siglos después, se encontró incorrupto su cuerpo, lo que indica que abrieron aquélla, a fines del siglo XVIII, aunque sea un cuento piadoso lo de la incorrupción del cadáver.

[20] José R. Castro, Don Rodrigo Ximénez de Rada, p. 22, nº 30 de la colección “Navarra: Temas de Cultura Popular”, Pamplona, 1968.

[21] Joaquín Morales de Rada Campos, El Testamento de Ximénez de Rada. Separata de la revista Príncipe de Viana, nº 23, p. 5. Año VII. Pamplona.

[22] Morales de Rada, ob. cit., p. 6.

[23] Vicente de la Fuente, BRAH, 1885, citado por Morales de Rada, p. 4.

[24] Morales de Rada, ob. cit., p. 6.

[25] Moret, Anales del Reino de Navarra, t. III, o. 444. Pamplona, 1704.

[26] Don Rodrigo Ximénez de Rada, p. 22.

[27] Tumbo, c. XV, f. 733 v. A. H. N.

[28] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1592, ff. 495 y siguientes. A.P.T.

[29] Tumbo, c. XV, f. 729 v. A.H.N.

[30] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1612, nº 27, Adjunta al contrato va la Memoria de los objetos entregados. A.P.T.

[31] Protocolo de Diego Ximénez de 1663, f. 326. A.P.T.

 

CAPÍTULO II

EL ALTAR DE SAN RAIMUNDO

DESCRIPCIÓN

        Como resalta a simple vista, se trata de un monumental retablo barroco. Su conjunto es armonioso. Sus dimensiones son: 14 m. de alto por 7 de ancho; es decir, que su altura es el doble de su anchura. Se compone de un ático, un banquillo, un cuerpo noble, un banco y un sotobanco.

        El ático es sencillamente soberbio. Está formado por un alto templete, sostenido por dos estipetes finamente labrados, el cual cobija una gallarda talla de San Ignacio de Loyola. El Santo lleva el manteo terciado y constelado de bordados dorados, iguales que los de su sotana, sosteniendo en alto, con su mano derecha, un crucifijo, y con la izquierda, el libro de los Ejercicios Espirituales. Su dosel ostenta en el centro un rostro de serafín mofletudo, que está estirando el cuello, entre sus dos amplias alas de volutas, en cuyas extremidades se extienden sendos ramos de manzanas de oro. El remate es un suntuoso hemisferio en cuyo interior se destaca, en alto relieve, un Padre Eterno de medio cuerpo, vestido de pontificial, con tiara y cetro de oro, manto de púrpura y túnica oscura, posando su mano izquierda sobre la simbólica esfera azul del universo. Dos ángeles inclinados, a uno y otro lado, sobre él, sostienen encima de su cabeza una gran corona. El templete está flanqueado por dos grandes aletones ornamentales, y en los extremos del ático, se yerguen dos angelitos sobre sendos pedestales.

        El ático está netamente separado del cuerpo noble por un banquillo, especie de corredor zigzagueante, con tres tarjetas verdes (las laterales) y una dorada (la central), las cuales exhiben tres cabezas de querubines.

        El cuerpo noble consta de tres calles verticales, formadas por cuatro elegantes columnas de capiteles compuestos y de fustes adornados con guirnaldas, en sus dos tercios superiores, y con tres caras adosadas de querubines y con sendos colgantes, en el tercio inferior. Cada calle aloja dos hermosas tallas de cuerpo entero y en pie, policromadas, respaldadas por nichos planos de 1,50 m. de altura, de fondo verdoso oscuro, y ligeramente moldurados en su contorno. Dichas imágenes son las siguientes.

        En la calle de la derecha y de arriba abajo: 1) San Francisco Javier, revestido de sotana, sobrepelliz y estola, con los ojos fijos en un crucifijo, que sostiene con su mano derecha; 2) el apóstol San Pablo, vestido con túnica oscura y manto rojo terciado, empuñando, con la mano derecha, una espada desenvainada, caída verticalmente; y con la izquierda, el libro de sus Epístolas.

        En la calle central y en el mismo orden: 3) Santa Teresa, en hábito de religiosa carmelita descalza, sosteniendo, en la mano derecha, una pluma y mirando un libro abierto que tiene en la mano izquierda. Anteriormente, ostentaba, sobre el hombro derecho, una paloma simbólica o Espíritu Santo, junto al oído; 4) San Raimundo de Fitero, en hábito de cisterciense, empuñando, con la mano derecha, el pendón de Calatrava, y, con la izquierda, un bastón de mano. En la calle de la izquierda, arriba; 5) San Fermín revestido de pontifical, con mitra, y empuñando, con la mano izquierda, el báculo pastoral; y abajo; 6) el apóstol San Pedro, con manto rojo terciado, como San Pablo, pero sosteniendo, con la mano derecha, unas llaves, y con la izquierda, un libro.

        Todas las imágenes descansan sobre repisas iguales de follaje y son de presencia aventajada.

        El cuerpo central se completa lateralmente con sendas pilastras, adornadas con lambrequines en cascada, que descienden de cabezas seráficas, así como con grandes follajes yuxtapuestos, que desbordan los flancos del altar.

        El pedestal del cuerpo noble es un banco quebrado, adornado, en las partes cóncavas, con serafines de cuerpo entero, resaltados en forma de atlantes y respaldados por tarjetas verdes; y en los salientes, con cabezas de angelitos, posadas sobre colgantes florales.

        El sotabanco es más estrecho y menos ornamentado, pues sólo ostenta, en cada uno de los tres espacios cóncavos, tres gruesas cartelas, y en los dos convexos, una; y únicamente el central de aquéllos lleva incrustada una cabeza de serafín.

        Finalmente el altar se completa con la mesa y los zócalos laterales. La mesa tiene un frontal de fondo negruzco, cubierto, en su mayor parte, por tres tableros decorados, de color verdoso claro, mientras los zócalos laterales, que acaban de conformar armoniosamente la estructura general del altar, sólo ostentan unos tableros sencillos.

 

NOTICIAS HISTÓRICAS

        Este altar data de 1732 y se llamó primitivamente “Retablo de Santa Teresa”, aunque el lugar más destacado del mismo no lo ocupe precisamente la Doctora de Ávila, sino San Ignacio de Loyola; pero fue erigido para honrar sobre todo a la Santa, cuya cofradía había ya sido fundada en Fitero, el 30 de mayo de 1696, por el Gremio de Alpargateros y Cordeleros, encabezado por el Prior gremial de aquel año, Domingo Sánchez Yanguas y los veedores Miguel y Gabriel Ximénez Barea.

        El gremio se componía, a la sazón, de 27 maestros de dichos oficios, sin contar los oficiales no examinados y los mancebos, y tenían por Patrona a Santa Teresa de Jesús[1].

        Según se desprende del capítulo I de los estatutos de la Cofradía, Santa Teresa tenía ya entonces un altar, aunque no se especifica el lugar donde estaba; pero, a juzgar por la cláusula 3ª del contrato con el escultor José Serrano, del que hablaremos enseguida, debió estar en el mismo sitio que el gran altar barroco aculta; es decir, en el muro sur del crucero. En cuanto a la imagen primitiva de la Santa que tenían los cofrades, fue seguramente la relegada ahora a la antesacristía.

        Hay que destacar que el monumental altar fue costeado, al menos, en buena parte, si no del todo, con las aportaciones de los cofrades y otros vecinos, según se desprende de varios censales que hemos localizado en el Archivo de protocolos de Tudela. Uno de 50 ducados fue otorgado por Ángel Barea Riva, el 24 de abril de 1714; es decir, 16 años antes de la construcción del altar[2]. Otro está escriturado, el 5 de marzo de 1716, a cargo de Juan Antonio Medrano, quien se comprometía a pagar dos ducados y medio anuales con tal fin. A la sazón, el encargado de recoger y administrar los censos y demás bienes, dedicados a la fabricación del retablo de Santa Teresa, era el prior del Monasterio, Fray Miguel de Elduayen[3].

        Un tercer censal de 20 ducados, a cargo de Pedro Pardo Alayeto, aparece firmado el 22 de octubre de 1720[4].

        El 20 de febrero de 1723, el Abad Fray Joaquín de Arregui firmó una escritura, otorgando licencia para la administración de dichos bienes, a los monjes Fray Gabriel de Zubialde y Fray Domingo Gavari, por la muerte del administrador anterior, Fray Miguel de Elduayen[5].

        La proyectada obra fue al fin ejecutada en Tudela, por el escultor José Serrano y sus oficiales, en la cantidad de 7.200 reales de plata. En el protocolo de 1730 del escribano José Samper, se conserva el texto completo del contrato, el cual fue firmado en Fitero, el 7 de octubre de este año. Las partes contratantes fueron el citado escultor tudelano y Fray Gabriel Zubialde, administrador de las rentas de Santa Teresa y de su retablo. El documento consta de seis cláusulas principales, no numeradas. En la 1º se consigna que el retablo tendría 50 pies de alto y 25 de ancho “con sus pulseras o colgantes”. En la 2º, que la madera que se emplease sería “de pino de la montaña de buena calidad” y sólo las columnas y alguna talla podrían ser de álamo blanco. En la 3º, que las imágenes serían las que lo ocupan ahora en la forma y orden con que aparecen en el altar y “de siete planos de altura”, excepto la de Sän Ignacio, que tendría siete y medio. En la 4º, se especifican, a su vez, los detalles de la estructura y ornamentación del retablo, ya descritos. En la 5ª, se conviene en que, para el 1 de agosto de 1731, Serrano entregaría “concluido y puesto en su lugar el zócalo, la media caña o repisa y el pedestal; y para el día de San Bernardo, 20 de agosto de 1732, daría concluida enteramente toda la obra. En la 6ª, se concierta que el escultor cobraría, por la obra total, siete mil doscientos reales de plata, pagaderos en tres plazos de 2400 cada uno; el 1º, a la firma del contrato; el 2º, el 1 de agosto de 1731; y el 3º, el 20 de agosto de 1732. Se añade en la escritura que Serrano haría el retablo en su taller de Tudela y que los gastos de su traída y colocación en la Iglesia de Fitero correrían a cargo del P. Administrador. Salvador entregó firma al Monasterio la traza correspondiente de la obra y puso como fiadores a Pedro de Falces y Fernández, vecinos de Cascante, y a Francisco Serrano, vecino de Tudela[6].


CAPÍTULO III 

CAPILLA Y ALTAR DE SAN MIGUEL

DESCRIPCIÓN

          Este altar es evidentemente de estilo renacentista, con fondo dorado y adornos pictóricos de rojo carmesí. Examinándolo de arriba abajo, se ve que su frontón es curvo, partido y terminado en volutas. Se destacan entre sus molduras, las curvaturas denticuladas, y en sus extremos, dos finos pináculos piramidales. Su tímpano forma dos alas pegadas a un círculo rojo que ocupa la parte central del mismo y sobre el que se yergue un escudo ovalado, con tres irradiaciones laterales, faltándole actualmente la superior. Con la ayuda de unos buenos prismáticos, cuando hay buena luz en el templo, se da uno cuenta de que dicho tímpano tiene una decoración floral policromada; de que el círculo rojo lleva pintada en negro una cruz complicada; y de que el óvalo es un bonito escudo eclesiástico cortado, con su mitad superior ocupada por una imagen de la Virgen, ataviada con túnica roja y manto azul, y rodeada de nubes, teniendo suspendida sobre su cabeza una gran corona. La zona inferior del escudo está partida en dos seccione: la de la derecha ostenta las cruces de las cuatro Órdenes militares peninsulares de Calatrava, Alcántara, Cristo de Portugal y Montesa; y la de la izquierda, el típico brazo prelaticio, revestido de la cogulla cisterciense, empuñando el báculo abacial. Todo el escudo es policromado y está montado sobre una cruz de Calatrava y coronado por una mitra abacial. Es seguro que se trata del blasón del Monasterio de Fitero en aquella época, pues San Raimundo pasó a ocupar más tarde el lugar de la Virgen.

        El cuerpo noble del altar es un rectángulo, encuadrado por dos columnas entorchadas, precedidas de dos finas pilastras, de cuatro estrías cada una. Ambas columnas están respaldadas por sendas retropilastras y terminan en capiteles compuestos. La hornacina tiene ahora el fondo plano y lamentablemente deteriorado, pero primitivamente debió ser semicilíndrico y coronado por un cuarto de esfera. Desde luego, el fondo actual es el último de una serie que hubo que sustituir, más de una vez, porque la humedad de los depósitos del Pocillo de San Miguel los echaba a perder. Contrastan con este sórdido interior las enjutas, las orlas exteriores de las jambas y la base de la hornacina, bastante bien decoradas: las primeras con sendas cabezas de ángeles; las segundas, con dibujos geométricos y florales; y la base, con mensulillas y follajes.

        La imagen de San Miguel alanceando al diablo, colocado bajo sus pies, es una airosa talla de madera policromada, de 1,60 m. de altura, con las vestiduras alborotadas; pero su rostro es impasible y poco expresivo, no correspondiendo al de un guerrero, en pleno combate. Con la mano izquierda, empuña un pequeño escudo circular; y con la derecha, una lanza. En cuanto al diablo negruzco y cornudo que se debate, bajo los pies de San Migue, y se agarra, con su brazo derecho, a la pierna izquierda del Arcángel, está bien logrado.

        La predela del altar tiene dos paneles pintados, muy borrosos y deteriorados, los cuales, contra lo que es corriente en estos casos, representan escenas que no tienen que ver nada con San Miguel. Se refieren a San Sebastián y a San Jerónimo porque fue el Santo Padre más combativo -aunque solamente con su pluma- de la Iglesia latina. San Sebastián está representado en el panel de la derecha. Aparecer, como de costumbre, desnudo y atado a un árbol, en trance de ser asaeteado por dos soldados romanos. Sin embargo, no falleció a consecuencia de este martirio, sino que, más tarde, curado ya de sus heridas, fue muerto a palos en el Circo Romano[7].

        El panel de la izquierda representa a San Jerónimo, haciendo penitencia en la gruta de Belén. Está semi-desnudo y semi-arrodillado, sosteniendo, con la mano izquierda, una cruz, y golpeándose el pecho con una piedra, que empuña su mano derecha. En frente tiene una mesita baja, con una calavera; un libro abierto y un tintero con una pluma; y a sus pies, un león y un capelo cardenalicio, posados en tierra. El león recuerda una leyenda, según la cual el Santo sacó a un león una espina que lo atormentaba y, durante algún tiempo, la fiera lo acompañó en el desierto de la Cálcida, como un manso cordero; y el capelo cardenalicio es una alusión a su papel de consultor del Papa español, San Dámaso, quien murió en 384.

Finalmente los plintos en que descansan las basas de las columnas, sólo ostentan, en sus netos, relieves elípticos, encuadrados en rectángulos.

Actualmente el altar no tiene mesa; pero tuvo primitivamente una de piedra, sustituida posteriormente por otra de mampostería.

 

NOTAS HISTÓRICAS

En lo que se refiere al altar, no hay más que comparar su retablo con los de los altares de San Bernardo y de San Benito, para caer en la cuenta de que su estructura y estilo renacentista son análogos y de la misma época. El de San Miguel es probablemente imitación de los otros, pero inferior en el tallado y en la pintura. No sabemos a ciencia cierta quien fue su autor; pero existen probabilidades de que fuera el arquitecto de Alfaro, Juan de Irigoyen y Macaya, el cual hizo un convenio, el 14 de febrero de 1614, con Fr. Bernardo Pelegrín, comprometiéndose a hacer cinco retablos, de los cuales dos tendrían “las columnas entorchadas como el de San Bernardo y los capiteles, frontispicio y todo lo demás, como los del retablo de San Bernardo”[8].

        En efecto, las columnas del altar de San Miguel, los capiteles, frontispicio, etc. son como los de San Bernardo, salvo pequeñas variantes, como el empleo de una columna y una pilastra a cada lado, en vez de dos columnas germinadas.

        En cuanto a la imagen del Arcángel, no es la que tuvo primitivamente la Cofradía de San Miguel, sino otra posterior, pues la actual es una talla francamente romanista y, por tanto, de fines del siglo XVI o comienzos del siglo XVII. El detalle de la abertura angular, en la parte baja de la túnica de la imagen, denuncia la influencia de Gregorio Fernández, el Maestro indiscutible de la escuela castellana de aquel tiempo. De todos modos, ignoramos quién la talló, aunque fue sin duda un buen artista.

        En el Archivo de Protocolos de Tudela, se conservan dos escrituras, relativas a la Cofradía Fiterana de San Miguel, ambas de la época del abad, Fr. Martín de Egüés y Pasquier. Una se refiere a sus Ordenanzas; está incompleta y es la más antigua, aunque no lleva fecha, si bien figura con la de 1529 en el “Inventario de las escrituras de Sebastián Navarro, desde 1529 a 1589”[9]. La otra es un contrato censal con el Monasterio, fechado el 4 de enero de 1535.

        Las Ordenanzas constan de 20 y pico de cláusulas, no numeradas. Por la 1ª, sabemos que el número fijo de cofrades era de 60; “30 escopeteros o arcabuceros y 30 ballesteros”. La 2ª ordenaba que el día de San Miguel, el 29 de septiembre, “sean ayuntados los dichos hermanos con su prior y mayordomos, delante del Sr. San Miguel, en el Monasterio de Nuestra Sra. Santa María, y oigan con mucha devoción la misa del día, que allí dirá el Sr. Abad con el convento, y que todos los hermanos ofrezcan, a lo menos, dos cornados[10], los cuales se repartan entre los vecinos pobres”. (Como se ve, no se aclara donde estaba el altar de San Miguel ni qué clase de imagen era la suya: pictórica o escultórica. En la 3ª cláusula, se establecía que, el mismo día, se reuniesen en cabildo todos los cofrades para elegir nuevo prior y mayordomos; y en la 4ª, que, a la salida del Cabildo, hiciesen alarde todos los Hermanos juntamente, en su orden, con sus escopetas y ballestas bien aderezadas.”

        Para estas exhibiciones y para las procesiones se daba a los arcabuceros, el mismo día de San Miguel, una libra de pólvora (cla. 11ª).

        Parece que estos alardes se pasaron por alto más de una vez, cuando las relaciones del pueblo con el Monasterio eran tirantes, como ocurría a menudo, pues, en 1605, Pedro Calvo, ordenando que se hiciera el alarde acostumbrado, so pena de 50 ducados[11]; y el 28 de marzo de 1661, el abad, Fray Bernardo de Erbiti conminó a la Cofradía a que cumpliese con esta obligación, so pena de excomunión mayor[12].

        Por el contrato censal de 1535, hecho entre el Abad, Egüés I y los confrades, encabezados por Juan de Azcoitia, el Monasterio cedió a la Cofradía una heredad de tierra blanca de pan llevar, de once robos de sembradura, sita en la Hoya del Puente y confinante con el Camino Real y el Río Alhama. Debería pagar por ella un censo perpetuo de “una blanca[13] por cada robo, que vale tres cornados y más la setiena parte de todo lo que en ella se cogiere”. (Protocolo de Sebastián Navarro de 1533, f. 33. A.P.F.)

        En el Libro de Cuentas generales del Monasterio de 1783 a 1819, figura una de 21 reales, para componer el altar de San Miguel en 1806[14].

 [1] Protocolo del Notario Apostólico Mateo Peralta y Mons, 1696, nº 92, ff. 188-93. A.P.T.

[2] Protocolo de Juan Francisco Lorente, nº 88, ff. 284-85. A.P.T.

[3] Ibidem, 1716, nº 84, f. 161. A.P.T.

[4] Ibidem, 1720, nº 57, f. 133. A.P.T.

[5] Protocolo de José Samper, 1723, nº 116, f. ilegible, A.P.T.

[6] Protocolo de José Samper, 1730, f. 123. A.P.T.

[7] Juan Croiset, Año Cristiano, Madrid, Gaspar y Roig, 1865, t. 1, pp. 95-96.

[8] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga de 1614, f. a 57, y m 27. A.P.T.

[9] Fajo I. Inventario, f. 3 y Protocolo, f. 33. A.P.T.

[10] Por esta época, un cornado navarro equivalía a un maravedí ¼ de vellón de Castilla.

[11] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga de 1605, f. 19. A. P. T.

[12] Libro de autos de Visita de las Cofradías, f. 31. A.P.F.

[13] Entonces la blanca navarra equivalía a 2 maravedís 2/3 de vellón.

[14] Libro cit., nº 458. A. G. N.


CAPÍTULO IV

CAPILLA Y ALTAR DE LA VIRGEN DEL CARMEN

 

DESCRIPCIÓN

Es la segunda capilla del muro oriental del brazo Norte del transepto. El estado actual de desnudez de su altar data de julio de 1973, en que fue desmontado por orden de la Institución Príncipe de Viana. Su maltrecha mesa de piedra se remonta al siglo XVI; pero la imagen de la Virgen del Carmen sólo es de comienzos del actual y procede de los talleres imagineros de “El Arte Cristiano” de Olot, según lo indica un sello, pegado a su dorso. En la peana, se leen estas otras inscripciones, en caracteres rojos: “Eloy Legaria – Pintor – Diciembre de 1908.”

        Cura Párroco: Don Martín Corella – Regaló la imagen D. Lucio González”.


NOTAS HISTÓRICAS

        El primitivo Altar de las Ánimas, como se le llamaba vulgarmente, databa de fines del siglo XVI. Ignoramos cómo era en un principio y sus renovaciones posteriores; pero, a fines del siglo pasado, constaba de un ático, con la escena del ¨Calvario; un cuerpo noble, con un gran lienzo de las Ánimas del Purgatorio y de la Virgen del Carmen, flanqueado, a su derecha por una tabla de San Jorge, montado a caballo y dando a un pobre un trozo de su capa; y a su izquierda, por otra tabla cuya representación ya no recordamos; y por fin, tenía un predela, con el Cristo de la Columna en medio, y las imágenes de Sta. Lucía y de Sta. Águeda, a sus lados.

        En 1908, se renovó el cuerpo noble encajando en su centro una hornacina corriente, donde se colocó la imagen actual, regalada por el Depositario del Ayuntamiento. Estaba flanqueada a su derecha, por la tabla de San Jorge; y a su izquierda, por un lienzo de las Ánimas, dirigiendo sus miradas suplicantes a otra Virgen del Carmen, que aparecía entregando su escapulario a San Simón Stock. Por entonces, se pintaron en las paredes de la Capilla los dos escapularios que se ven todavía. El remate del altar era curvo y la única ventana abocinada de la capilla estaba tapada por el retablo.


                                          CAPÍTULO I 

CAPILLA Y ALTAR DE LA DOLOROSA

 

DESCRIPCIÓN

        Es el situado en la capilla del extremo oriental del brazo N. del transepto. Actualmente se reduce a la primitiva mesa de piedra, con un viejo frontal suelto, sobre la cual se alza una vieja imagen-armazón de la Virgen de los Dolores, de 1,55 m. de altura. Está ataviada lujosamente con un delantal y un manto de terciopelo negro, adornados con numerosos bordados dorados, entre los que destacan un corazón traspasado y una M coronada. Va tocada con una pañoleta de la misma clase, sobre la que se coloca, en la Semana Santa, una bella corona estrellada.

        El frontal de la mesa exhibe, ya bastante borrosos, adornos vegetales de estilo rococó, con caprichosos roleos de color de plata; y en el centro, los Tres Clavos de la Pasión, de color de oro.

 

        NOTAS HISTÓRICAS

        Hasta 1973, el fondo de esta capilla estuvo cubierto completamente, a partir de su arco interior en degradación, por un curioso retablo rococó, de tonos negruzco y rojo carmesí desvaído, esmaltado con numerosos adornos dorados. Naturalmente tapaba las dos ventanas abocinadas que se ven ahora en la capilla, sumiéndola en una oscuridad, bastante fúnebre. Constaba de un ático, un cuerpo noble, dos bancos y dos mesas. En el ático, destaca un ático, un cuerpo noble, dos bancos y dos mesas. En el ático, destacaba un cuadro barroco de María Magdalena, recargado de flores. En el centro del cuerpo noble, se abría una hornacina angrelada, flanqueada por dos columnas de capiteles compuestos, que albergaba a la Dolorosa. Y debajo del cuerpo noble, había dos bancos superpuestos: el superior, amplio y bastante ornamentado; y el inferior, estrecho y menos decorado.

        Finalmente todo el retablo estaba montado sobre la mesa primitiva de la capilla, que es la actual de piedra, delante de la cual se había construido otra, rellena de escombros. Esta servía para celebrar los oficios y fue demolida en 1972, desmantelándose el altar, al año siguiente.

        Databa este altar del siglo XVII, así como la imagen o “Paso de Nuestra Señora de la Soledad”, como la llama la escritura de entrega de la misma a la Cofradía de la Veracruz, por los cabezaleros o albaceas testamentarios de Doña María de Urquizu y Uterga, viuda de Juan Ximénez de Bea[1]. Dicha cofradía existía ya en 1627, siendo, a la sazón, su mayordomo Joseph de Zufías[2].

 

CAPÍTULO VI

EL LIENZO DE SAN JOAQUÍN

DESCRIPCIÓN

        Se encuentra actualmente en el muro occidental del brazo izquierdo del transepto, donde se colocó en 1972, después del desmantelamiento de su altar, con objeto de tapar el hueco en que antaño estuvo empotrada parte de la hornacina de manera que albergaba al Santo Cristo de la Cruz a Cuestas: hecho que hasta entonces había estado cubierto por un cuadro comercial moderno de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, regalado por Doña Rosario Yanguas Calleja.

        El lienzo es rectangular y mide 2,04 m. de altura y 1,40 m. de anchura. Está pintado en tonos sombríos, y data de la primera mitad del siglo XVII. Representa al patriarca San Joaquín de pie, llevando de la mano a su hija, la Virgen María, vestida con hábito de carmelita. Sobre sus cabezas se ciernen las figuras del Padre Eterno, de Jesucristo, del Espíritu Santo y de varios ángeles, y a sus pies, aparece escrita esta curiosa leyenda:

        “Excmo. e Ilmo. Sr. Don Cosme Marrodán y Rubio, Obispo de Tarazona, por rescripto de doce de este mes, ha concedido cuarenta día de indulgencia a todos los fieles, por cada vez que devotamente rezaren un Padrenuestro, Ave María y Gloria Patri o cualquiera otra jaculatoria o practicaren cualquier otro acto de piedad y devoción, ante esta imagen del glorioso Patriarca San Joaquín, cuyo altar ha sido erigido, en el día de hoy, su fiesta, veintiuno de agosto del año mil ochocientos ochenta y uno, a expensas y por regalo que de su cuadro ha hecho a esta Iglesia su cura párroco, Fr. Joaquín Aliaga.”

       

NOTAS HISTÓRICAS

El altar de referencia se erguía en el muro occidental del brazo derecho del transepto, frente al de San Miguel. Medía 4,50 m. de altura y 2,10 m. de anchura y era una modesta obra de ebanistería, de corte neoclásico. El centro de su cuerpo noble estaba ocupado por el lienzo de San Joaquín y, por supuesto, durante bastantes años, estuvo consagrado exclusivamente al culto de este Patriarca. Pero, hacia 1953, la Cofradía de la Sagrada Familia adquirió un bonito grupo escultórico moderno de ésta, lo plantó sobre la mesa del altar y desde entonces, empezó a llamárselo asimismo Altar de la Sagrada Familia. Finalmente el altar fue desmontado en 1972 y el lienzo de San Joaquín fue a parar al sitio que ocupa ahora.


CAPÍTULO VII

EL ALTAR DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

DESCRIPCIÓN 

Es uno de los más importantes de la iglesia y, desde luego, el segundo, desde el punto de vista pictórico. La traza de su retablo consta esencialmente de un ático, de un cuerpo noble, dividido en varias secciones, y de una predela.

        El ático es rectangular, está flanqueado por dos grandes romanatos, envueltos en volutas, y coronado por un frontón triangular, montado sobre un friso finamente decorado. El frontón ostenta una pequeña figura del Padre Eterno; y el cuadro principal, que está flanqueado por columnitas abalaustradas, representa el Calvario, con las figuras de Cristo Crucificado en el centro, la Virgen y María Magdalena, a su derecha, y San Juan Evangelista, a su izquierda.

        El cuerpo noble está flanqueado por dos columnas gigantescas, de capiteles y basas jónicos y de fustes de estrías verticales, descansando sobre mensulones de follaje. Horizontalmente, está dividido en tres secciones, separadas por frisos decorados, mientras que sus tablas están flanqueadas por columnitas lisas, en la sección central; y abalaustradas, en las extremas.

        Verticalmente, comprende cinco calles, siendo las extremas dos tercios más estrechas que las interiores. Alojan, en total, 13 tablas y una talla. La calle central tiene dos nichos: el superior, plano; y el inferior, con fondo decorado. El primero encierra la gran tabla de la Asunción de la Virgen, representada por una mujer madura, de rostro bello y sereno, la cual es elevada por los aires entre una nube de angelitos, contemplando arrobados en la tierra el insólito espectáculo el grupo de los Apóstoles. A la derecha de este grupo, y resaltando más que todos, aparece arrodillado, en actitud orante, un monje cisterciense, que debe ser seguramente el abad que mandó pintar este retablo: probablemente Fr. Luis Álvarez de Solís o Fr. Marcos de Villalva.


        El nicho inferior, que sin duda fue construido con posterioridad, ocupa el centro de la sección inmediata a la predela y el centro de esta última. Aloja una talla policromada en madera de la Inmaculada Concepción, de estilo barroco, que mide 1,50 m. de altura, sin la corona, y data del siglo XVII.

        Por lo que se refiere a las tablas del cuerpo noble, situadas en la calle mayor de la derecha, representan, de arriba abajo, las siguientes escenas: la Visitación de Nuestra Señora, la Adoración de los Reyes Magos y la Circuncisión del Niño Jesús. Las tres están bien ejecutadas, aunque el pintor exageró un poco la madurez de San José y de Zacarías, que parecen más bien los padres que no los maridos respectivos de María y de Isabel.

        A su vez, las tablas de la calle mayor de la izquierda, representan, en el mismo orden, la Anunciación de Nuestra Señora, la Adoración de los Pastores y la Aparición a María de su Hijo resucitado, seguido de los justos del Limbo, encabezados por Adán y Eva. De estas tres tablas, se distingue por su amaneramiento (aunque todas las del retablo son amaneradas o manieristas) la de la Anunciación, con el detalle del saludo a María escrito en una cinta, que el Arcángel San Gabriel desenrolla ante la Virgen. En cambio, es muy expresiva y realista la figura envejecida de Adán, que, en el cuadro de la Aparición de Jesucristo resucitado a su Madre, dirige vivamente sus miradas y extiende su brazo izquierdo hacia María.

        Las dos tablas mayores de la predela representan respectivamente el Encuentro de Jesucristo con la Verónica (derecha) y la Oración del Huerto (izquierda). Hasta ahora todas las escenas del retablo enumeradas son perfectamente identificables: cosa q1ue no ocurre con los personajes que ocupan las calles, o mejor dicho, callejas extremas.

        Empezando por la derecha y de arriba abajo, vemos que la primera tabla representa a una joven rubia, bella y elegante. Lleva un vestido claro, con ceñidor de color de rosa, y un tocado fino que le cae sobre el pecho, por encima del hombro derecho. Ostenta en la mano derecha un clavo negruzco, y en la izquierda, una palma de mártir; y su frente está atravesada por un clavo. Es, sin duda alguna, Santa Engracia, la cual era una joven aristocrática lusitana (de Braga), que, de paso para la Galia Narbonense, donde iba a contraer matrimonio con un personaje importante, se detuvo en Zaragoza, con su tío Lupercio y una escolta de 16 caballeros. Eran los días en que el pretor Daciano arreciaba su persecución contra los cristianos. Engracia le echó en cara sus atrocidades y Daciano hizo decapitar a los acompañantes de la joven y torturar bárbaramente a Engracia, a la que remataron, hincándole un clavo en la frente[3].

        La segunda tabla representa a un anciano abad cisterciense, tocado con mitra. En la mano derecha tiene un pergamino abierto y en la izquierda, un báculo. Se trata de San Esteban Harding, tercer abad general del Císter y autor de la famosa Charta Caritatis, representa por el pergamino.       

        La tercera tabla muestra a un monje benedictino, anciano y barbudo, que examina atentamente una pequeña vasija de vino, que lleva en la mano derecha. ¿Quién es? No lo sabemos con certeza, San Gregorio Magno nos habla en su “Vida de San Benito”, incluida en el libro II de sus “Diálogos”, de un atentado frustrado contra la vida del santo Abad, al que intentaron envenenar con vino unos monjes relajados del monasterio de Vicóvaro. ¿Tendrá que ver esa tabla con ese curioso episodio? Tal vez.

        En fin, la cuarta tabla, perteneciente ya a la predela, representa a un abad cisterciense, portando en la mano derecha un báculo, y en la izquierda, un libro de tapas rojas. A sus pies yacen dos mitras. Indudablemente es San Bernardo de Claraval.

        En cuanto a las tablas de la calleja de la izquierda, la primera representa a una hermosa monja cisterciense, rubia y sonriente. Empuña con la mano derecha, un atril vuelto hacia abajo; y con la izquierda, un libro cerrado. Se trata, con toda probabilidad, de la Beata Matilde de Hackeborn (1241-1299), cantora y maestra de novicias del célebre convento de Helfta, llamada “el Ruiseñor de Cristo”[4].

        La segunda tabla ostenta a un cardenal, con manto rojo sobre el hábito cisterciense, portando mitra y báculo. Hubo varios cardenales del Cister en la Edad Media; pero el más sobresaliente fue tal vez el Beato Conrado de Urach, General de la Orden en 1217 y Cardenal-Obispo de Porto y de Sta. Rufina, en 1219. Fue Legado de Honorio III en Francia y, a la muerte de este Pontífice, los Cardenales quisieron nombrarlo Papa; pero él rehusó. Es, pues, más que probable que esta tabla represente a ese Cardenal.

        La tercera tabla es un autorretrato del artista que pintó el ático y todas las tablas del cuerpo noble.

        Por fin, la cuarta tabla, ya en la predela, representa a un abad benedictino, con el báculo en la mano izquierda y un libro debajo del brazo. Por formar “pendant” con la tabla de San Bernardo, es seguro que representa a San Benito de Nursia y su libro es la “Regula Monachorum” o “Regla de los monjes” de su Orden.

       

NOTAS HISTÓRICAS

        A pesar de nuestras numerosas pesquisas, no hemos dado con ningún documento relativo a este retablo. En un artículo, aparecido en el diario madrileño YA, el 30 de enero de 1974, Higino S. de S. escribió que el autorretrato del artista inidentificado del altar de la Inmaculada es el de Rolán Mois: el mismo que pintó el retablo del Altar Mayor. Es una afirmación tan gratuita como improbable, pues no hay más que comparar las tablas de uno y otro altar, para ver que las del Mayor revelan una maestría superior a las del anónimo o anónimos de la Inmaculada. Y decimos anónimo o anónimos, porque, en este último altar, se notan las huellas de dos pintores diferentes: el de la predela y el del resto de las tablas. El de la predela es de menor categoría, pues las tablas de S. Bernardo y de S. Benito, por ejemplo, son francamente mediocres. Por otra parte, S. de S. no aducía ningún documento probatorio.

        Diego Angulo Íñiguez, en un artículo titulado “Pintura del siglo XVI”, inserto en el tomo XII de “Ars Hispaniae”, cree que se trata de un retablo del último cuarto del siglo XVI, debido al Maestro de Alagón. Se refiere sin duda al autor de las dos tablas de la predela de la Iglesia Parroquial de San Pedro Apóstol de dicha localidad, las cuales representan respectivamente, de derecha a izquierda, la Resurrección de Jesucristo y el Descendimiento de la Cruz. En efecto, se asemejan a las del altar de la Inmaculada de Fitero, en el colorido y en los tipos de mujeres rollizas y rubias; pero su dibujo es más tosco, y sus figuras, menos finas.

        Por lo demás, nos quedamos sin despejar la incógnita, pues ¿quién fue este Maestro de Alagón?

        Por nuestra parte, sospechamos -y no es más que una sospecha- que fue un discípulo y tal vez un compatriota de Rolán Mois, y un empleado de éste, en su taller de Zaragoza. Su probable origen flamenco lo avalarían su tipo con barba y cabello rubios y los tipos de todas las figuras femeninas del retablo, las cuales son también rubias y de buen ver. Por otro lado, la extraña inclusión de Sta. Engracia en el retablo es indicio de que vivía en Zaragoza. Es cierto que tal inclusión pudo ser una exigencia del Abad que encargó el retablo; pero es el caso que ninguno de los Abades a los que podría atribuirse la iniciativa (Egüés II, Solís, Villalba e Ibero) fue aragonés.

    [1] Protocolo de Miguel de Aroche y Beaumont de 1659, f. 2. A. P. F.

[2] Libro de autos de Visita de las Cofradías, f, 5 v. A.P.F.

[3] Juan de Croiset, “Año Cristiano”, t. II, pp. 111-112; y Federico C. Sáinz de Robles, “Ensayo de un Diccionario de Mujeres célebres”, pp. 400-401.

[4] M. Raymond, “La Saga de Cîteaux. Estas mujeres anduvieron con Dios”, v. III, pp. 351-381. Edic. Studium, Madrid, 1958.

        


CAPÍTULO VIII

EL ALTAR DEL SANTO CRISTO DE LA GUÍA

 

DESCRIPCIÓN

        Es un altar clásico, de traza romanista y data de comienzos del segundo tercio del siglo XVII. Su cuerpo noble es una amplia superficie rectangular, forrada modernamente de terciopelo rojo vinoso. Lo flanquean en los extremos dos esbeltas columnas entorchadas de capiteles compuestos, respaldadas por sendas retropilastras; y en los medios, dos entrepaños, ornados con relieves alternantes de rectángulos y elipses, encimados por consola. Su entablamento tiene un arquitrabe y un friso incipientes, que sostienen la cornisa denticulada. Ocupa el centro del cuerpo noble una magnífica talla en madera de Cristo Crucificado, de dos metros de altura. Representa a Nuestro Señor ya muerto, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada ligeramente sobre el lado derecho del pecho. Su cabellera, en la que apenas se nota el cerco de una discreta corona de espinas, está peinada con una leve raya en medio. Su rostro es sereno y majestuoso, mostrando plenamente el lado izquierdo y ocultando una parte del derecho. La anatomía de su cuerpo es espléndida y fina. El perizonium aparece estático y algo caído hacia el lado derecho en el que está anudado. Por fin, sus pies están clavados con un solo clavo, el pie derecho sobre el izquierdo, sin ninguna repisa debajo. Los P.P. Jacinto Clavería y Antonio Valencia, en su libro “Crucifijos en Navarra”, escriben acerca de esta imagen que es “una hermosa escultura que no desdeciría de la gubia de Anchieta… El estilo es plenamente clásico, realizado a perfección y con expresión sentida en el rostro. El entallador debió poner en su tarea toda su técnica y fervor religioso. Desdicen las dos imágenes colocadas a ambos lados, en un mal entendido afán de completar el Calvario[1].

        En efecto, dichas imágenes -de María y de San Juan Evangelista-, en madera policromada, de algo más de 1,50 m. de altura, son mediocres; sobre todo, la de S. Juan.

        Sobre la cornisa del cuerpo central, se alza un ático, formado por un frontón curvo, partido y denticulado, de tímpano liso. Está flanqueado por dos manchones, coronados de pirámides, los cuales abrazan un buen cuadro renacentista, ya muy envejecido, que representa el Entierro de Cristo, según un modelo del Tiziano. El remate del cuadro es un pequeño frontón triangular, con un círculo en relieve en medio del tímpano.

        La predela consta de un largo y curioso retablo central, flanqueado por otros dos pequeños, correspondientes a los netos de los plintos de las columnas del cuerpo noble. El central representa cuatro escenas diferentes, aunque yuxtapuestas, que son, de derecha a izquierda, las siguientes: 1) la Resurrección de Nuestro Señor, saliendo del sepulcro, ante la estupefacción de tres soldados y un fariseo; 2) Adán y Eva en pie y semidesnudos; 3) Jesucristo visitando a los justos del Limbo, con gran rabia de un diablo unitetudo, que se asoma, a escondidas, por arriba, llevándose la mano derecha a la cabeza; 4) un Abad cisterciense arrodillado, rezando el Miserere.

        Todas estas pinturas se conservan relativamente bien. La figura airosa, pero cordial, de Jesucristo, visitando a los justos, está bien trazada; más no así la de Eva a cuyo cuerpo voluminoso, con el brazo derecho mal encajado, no corresponde su cara de muchacha joven y sonrosada, mucho más joven que Adán, la cual mira melancólicamente de soslayo.

        Las pequeñas tablas de los netos representan a San Blas (a la derecha) y a S. Plácido (a la izquierda). Ahora bien, el de la derecha es, sin duda alguna, un retrato de un Abad del Monasterio. Se trata de un hombre todavía joven, vigoroso y bien parecido. Sobre el hábito cisterciense, lleva una fina capa roja litúrgica y, sobre su cabeza, una elegante mitra. Con la mano derecha, empuña un báculo, y con la izquierda, sostiene un libro abierto, como si estuviera oficiando. ¿Quién es? No lo sabemos con certeza, pero sospechamos, con fundamento, que se trata del abad Fr. Plácido de Corral y Guzmán, el cual mandó erigir este altar y legó asimismo un retrato suyo, según consta en la escritura de entrega de 2.500 ducados, para la fundación de la Capilla del Cristo, firmada por dicho abad, el 1 de mayo de 1632[2]. El detalle significativo de que, en el neto de la izquierda, aparezca S. Plácido, es decir, el santo onomástico del Abad Corral, viene a corroborar nuestra sospecha.

        Por cierto, que es bastante curiosa la manera de simbolizar el martirio de este Santo, que murió degollado por la banda del pirata Manuca.

        El pintor le puso al Santo un cuello alto y rígido como un corcho, sobre el que encajó la cabeza, violentamente ladeada y levantada, y, a continuación, le pintó en la garganta un corte de cuchillo, con un cono invertido de sangre.

        Añadamos, para terminar que este altar oculta la antigua entrada, por supuesto, tapiada, a la primitiva capilla de Santa María Magdalena, que fue el embrión de la actual Capilla de la Virgen de la Barda.

 

NOTAS HISTÓRICAS

El retablo de este altar data de 1637 y fue hecho por Jerónimo de Estaragán, ensamblador, vecino de Peralta, según consta en el contrato que firmó con el abad Fray Plácido de Corral y Guzmán, en Fitero, el 20 de enero de dicho año, en presencia de los testigos, Pedro de Angós, vecino de Fitero, y Miguel Martínez, vecino de Aguilar[3]. Una anotación del “Libro de Cuentas Generales del Monasterio de 1783 a 1819”, consigna que, en 1804, el Monasterio contribuyó con 300 reales, para dorar este retablo, que, sin duda, lo había sido ya, por lo menos una vez, al ser inaugurado[4].

        En cuanto a la imagen de Jesucristo Crucificado, data de fines del siglo XVI o comienzos del XVII. ¿Quién lo adquirió o mandó tallar? No tenemos noticias documentadas, pero es lo más probable que fueran el abad Ignacio F. de Ibero (1592-1612) o el abad Hernando de Andrade (1615-162.). En todo caso, su entallador parece que fue Bernabé Imberto, famoso escultor de Estella, discípulo de ancheta. En efecto, en la citada escritura de 1639, relativa a la fundación de la capilla del Cristo, se atribuye esta escultura a Bernabé, sin más. ¿Qué Bernabé tan conocido era éste, a quien bastaba nombrar por su solo nombre de pila, para que fuese identificado por los entendidos en arte...? No podía ser más que Bernabé Imberto, autor entre otras obras, de los retablos de Mendigorría, Andosilla, Allo, Garisoain y Echávarri, rematados por sendas imágenes de Jesucristo Crucificado.

        Ahora bien, esta imagen de Jesucristo Crucificado no tuvo primitivamente altar en nuestra iglesia, pues, según se afirma en la escritura precitada del Abad Corral, “estaba a la salida del Claustro, junto a la Capilla de Nuestra Señora de la Barda, por donde se salía y se sale en procesión del claustro a la iglesia”. Este párrafo es un poco ambiguo; pero, como la Virgen de la Barda estaba ya en 1639, desde hacía más de 25 años, en la actual Capilla del Santo Cristo de la Columna, debe entenderse que la mencionada salida del claustro no era la actual, sino la entrada al Bautisterio, cuyo recinto se comunicaba con la galería norte del Claustro Bajo, por la puerta, actualmente tapiada, del muro oriental.

        ¿Pero dónde se encontraba exactamente el Cristo: en el paño derecho o en el izquierdo de la entrada actual al Bautisterio? Sin duda, en el derecho, porque este paño, adyacente a la actual Capilla del Cristo de la Columna, es el doble de ancho que el izquierdo.

        Resulta, pues, que el Santo Cristo de la Guía pasó a formar parte principal de su altar actual, hacia 1638 ó 39, al ser colocado en la capilla actual de la Virgen de la Barda.

        Lo mismo ocurrió con el cuadro del ático, o sea, el Descendimiento de la Cruz, donado por el Abad Corral, según se consigna en la citada escritura; pero que debe ser el mismo que perteneció anteriormente al Abad, Fr. Ignacio Fermín de Ibero, y que, en el reparto del espolio de éste, le tocó a Fr. Gabriel Moreno, de acuerdo con la declaración de este monje, hecha el 7 de septiembre de 1614[5]. Por lo demás, ignoramos quién pintó este cuadro, que, desde luego, es renacentista y muy probablemente de finales del siglo XVI.

        En cuanto a las dos imágenes que acompañan al Crucificado, a saber, la Virgen y San Juan Evangelista, fueron talladas por el escultor Juan Francisco de Peralta, vecino de Tudela, y colocadas en el retablo, hacia 1735; es decir, casi un siglo después que el Cristo[6].

        Finalmente, no sabemos quiénes fueron los autores de las pinturas de la predela, aunque éstas datan sin duda del primer tercio del siglo XVII. Y decimos los autores, porque debieron ser, por lo menos, dos. En efecto, las escenas de los extremos de la tabla central están bastante mejor trazadas que las del centro y la pintura de aquéllas es más antigua que la de éstas. Eva, el paisaje del fondo y el diablo tetudo delatan a un pincel posterior, un poco chapucero. Por lo demás, esas áreas diferenciadas de representación aparecen separadas por cortes curvilíneos que se observan, a simple vista, en la tabla. Sospechamos que ésta debió ser seccionada para intercalar un pequeño sagrario, cuando este altar se hallaba en la actual Capilla de la Virgen de la Barda, y que se la completó posteriormente, al retirar de allí el retablo, sin las tallas de Cristo y de sus acompañantes, y traspasarlo al brazo izquierdo del crucero, para formar el anterior altar del Cristo de la Columna.

        Finalmente, en cuanto al abad arrodillado que aparece en ella, rezando el Miserere, es seguro que se trata del retablo del abad que la mandó pintar. ¿Fue el mismo Corral, en edad más avanzada que en el retablo del neto de la derecha? Podría ser, pues las mitras son exactamente iguales de trazado, de dibujo y de colorido, aunque los rostros no se parecen en nada. Pero si no es él, tuvo que ser alguno de sus tres antecesores inmediatos: Andrade, Tassis (muy improbable, porque duró menos de un año) o Ibero.

 

 

A) ALTARES DE LA NAVE LATERAL MERIDIONAL

 

CAPÍTULO I

EL ALTAR DE SAN BERNARDO DE CLARAVAL

       

DESCRIPCIÓN

        Es de estilo renacentista y, hasta 1965, tuvo un ático, ocupado por un cuadro que representaba simbólicamente la reforma del Císter, el cual se encuentra actualmente en la sacristía, donde lo describimos. Este cuadro estaba flanqueado por las dos secciones del actual frontón curvo partido y terminado en volutas.

        El cuerpo noble es rectangular y está encuadrado por dos pares de columnas geminadas, respaldadas por retropilastras. Sus fustes son entorchados; y sus capiteles, compuestos. Sus ábacos sostienen un arquitrabe y un friso incipiente, sobre los que se asienta la cornisa denticulada. Los frisos ostentan una pequeña cartela flanqueada por dos exiguos roleos. El centro del cuerpo central está ocupado por la hornacina, de fondo semicilíndrico liso y sin decoración; en cambio, el cuarto de esfera de su remate es avenerado (o con surcos de conchas) y su arco es angrelado, con lóbulos de colores dorado y negro. Las enjutas ostentan una decoración floral espesa, mientras que los exteriores de las jambas exhiben una docena de motivos simétricos, tan caprichosos como bellos, que bien merecen una atención; sobre todo, los dos primeros.

        El de la derecha representa, sin duda alguna, a San Raimundo triunfante. Está destocado, yaciendo su mitra en el suelo, junto al pie izquierdo. Con la mano derecha, enarbola un bastón de mando, del tipo de los que portan los personajes regios y militares de los cuadros de Velázquez. En el pecho, muestra una cruz roja de Calatrava y, con la mano izquierda, sostiene un báculo abacial y un libro. En cambio, el motivo simétrico de la izquierda, representa a San Raimundo vencido, aunque no precisamente por los moros. Aquí lleva, en la mano derecha, una palma de mártir; su bastón de mando aparece clavado en su corazón y goteando sangre, y con la mano izquierda, empuña una simple cruz alzada, rematada en una de Calatrava en blanco y negro. Evidentemente esta segunda representación alude al calvario que hubo de sufrir San Raimundo, al negarse su Congregación a aceptar la fundación de la Orden Militar de Calatrava y retirarlo al Monasterio de Ciruelos, donde murió.        

        Los otros pares de motivos simétricos de las jambas son puramente decorativos, pero muy artísticos, destacando entre ellos dos mujeres semi-desnudas, que están agarrando lazos y cadenas de las que cuelgan escudos con las cruces de Calatrava y Alcántara: una en rojo; y otra, en negro; dos esfinges, franqueadas por búhos; cestas de frutas, ojeadas ávidamente por dos aves y sostenidas asimismo por mujeres desnudas; bellos vasos de flores; prelados no identificados de la Orden del Císter, con hábito blanco y capa y mitra rojas; dos jóvenes semidesnudas, en poses gimnásticas; y finalmente dos bustos de muchachas rollizas y sonrientes, con tocado de flores de dos pisos.

        La talla en madera policromada de S. Bernardo es magnífica, tanto por su expresión, como por su postura. Tiene 1,60 m. de altura. Por supuesto, lleva el hábito cisterciense, constelado de bordados finos, una pequeña barba y la cabeza descubierta. Con la mano derecha, empuña el báculo abacial y con la izquierda, sostiene un libro sobre el que descansa una calavera. A la izquierda de sus pies, yace una mitra.

        La peana sobre la que descansa el Santo, exhibe una sobria ornamentación de clavos y pequeños cuerpos geométricos. Se apoya, a su vez, sobre un tablero saliente, sostenido por dos pequeños modillones. La base de la hornacina es moldurada y está adornada con mensulillas y un pequeño friso.

        La predela tiene dos paneles pintados en su parte central, flanqueados por otros dos de los netos. Se refieren a leyendas o episodios de la vida del Santo, que explicaremos a continuación. Pero antes tenemos que añadir que el frontal de la mesa del altar consta de cuatro secciones, formadas por una banda horizontal y dos verticales. Se conserva aún bien y está adornado de relieves vegetales simétricos, ostentando, en el centro, un tintero con una pluma, que simboliza la condición de escritor del último Padre de la Iglesia y, a la vez, de uno de sus Doctores: El Doctor Melifluo.

        Las pinturas de la predela están muy deterioradas, de manera que hay que proyectar sobre ellas una buena luz para darse cuenta de las escenas que exhiben, a pesar de ser policromadas. Dichas escenas, de derecha a izquierda, representan: 1) a San Bernardo, dictando en el campo a un monje; 2) al mismo Santo de pie, a la puerta de una iglesia, revestido de celebrante, y con el Santísimo sobre una patena, apostrofando a un noble caído en el suelo y aterrado, ante el asombro de tres caballeros de su séquito; 3) a Satanás, intentando cortar el paso a San Bernardo, que viaja en un carruaje; 4) al mismo Santo, escuchando arrobado un concierto de música celeste, con que le obsequian cuatro ángeles, con instrumentos terrestres de la época.

        La primera escena se refiere a la leyenda de la primera carta que figura en el copioso Epistolario de San Bernardo; leyenda recogida por el P. Pedro de Ribadeneira, en su “Vida de San Bernardo”, y tomada de la “Vita prima” del Santo[7], escrita por Guillermo de Saint-Thierry, abad cluniacense, íntimo amigo del abad de Claraval. Dicha carta fue dirigida por San Bernardo a su sobrino, Roberto de Chatillon (que, en realidad, era su primo hermano, como hijo de Diana de Chatillon, hermana de la madre de San Bernardo; pero el Santo lo llamaba su “sobrino”, porque le pasaba más de diez años). Resulta que el joven había ingresado en el Monasterio de Claraval; pero, disgustado de su rigor, aprovechando una ausencia de su “tío”, se pasó a la abadía de Cluny. Entonces San Bernardo, dispuesto a recuperarlo, le escribió la carta de referencia en 1119. Para ello, “llamando a Guillermo Rieval (que después fue abad de Claraval), le ordenó que tomase papel y tinta y saliese con él al campo, donde, con más quietud pudiese escribir. Al tiempo que San Bernardo dictaba la carta y Guillermo la escribía, comenzó de repente a llover fuertemente y, como el secretario quisiese levantarse donde estaba y recoger el papel, porque no se mojase, el Santo le dijo: “Obra es de Dios; escribe y no temas”; y así escribió y acabó su epístola sin mojarse, porque la caridad que movía al Santo Padre a dictar la carta, fue tan poderosa, que cubrió el papel y le defendió del agua”[8]

        Sin embargo, la carta no produjo el efecto apetecido y sólo tres años más tarde, o sea, en 1122, al ser elegido abad de Cluny Pedro el Venerable, que era muy amigo de San Bernardo, le devolvió a su “sobrino”.

        La segunda escena se refiere a un hecho histórico que narra asimismo el P. Ribadeneira, en su citada obra, y que también tomó de la “Vita prima”; pero, esta vez, del libro II, escrito por Ernaldo de Bonneval[9].

        Se trata de la actitud del Duque Guillermo X de Gascuña (no Conde, como lo llama equivocadamente el P. Ribadeneira), tenaz sostenedor del cisma promovido por el antipapa Anacleto II (Perleone o Pedro de León), en 1130. San Bernardo había decidido la cuestión de la legitimidad en favor de Inocencio II, en el concilio celebrado en Etampes, a fines de aquel año; y en 1131, visitó personalmente al Duque, para que dejara de apoyar al antipapa. Guillermo se lo prometió; pero no lo cumplió. En vista de ello, ya en 1134, San Bernardo volvió a la Gascuña, para reducirlo de una vez a la obediencia. Ribadeneira escribe, a este propósito, que San Bernardo “fue a la iglesia, celebró misa, tomó el Santísimo Sacramento sobre la patena en las manos y salió donde estaba el Conde, que, por estar excomulgado, no podía entrar en la iglesia y estaba a la puerta; y con el rostro encendido, que echaba llamas, y con los ojos centelleando y con una voz terrible y espantosa, le habló de esta manera: “Nosotros te hemos rogado y tú nos has menospreciado; todos estos siervos de Dios te han suplicado, y tú no has hecho caso de ellos. He aquí que el Hijo de la Virgen, Cabeza y Señor de la Iglesia que tú persigues, viene a tu presencia. Este es tu Juez, a cuyas manos ha de venir tu alma; veremos si haces caso a El o si le vuelves las espaldas, como nos las has vuelto a nosotros.” A estas palabras, tembló el Conde; cayó al suelo; volvió a levantarse y tornó a caer de nuevo, sin poder hablar, echando salivas y espumarajos por la boca, espantado y atónito.” Finalmente hizo todo lo que el Santo le mandó y trabó una estrecha amistad con él. Incluso abandonó su Estado, hizo penitencia y murió santamente, el Viernes Santo de 1137[10].

        La tercera escena de la predela se refiere seguramente a algún relato fantástico del “Liber miraculorum in Germanico itinere patratorum”, añadido como libro VI a la “Vita prima” y de un carácter marcadamente legendario, como escribe el P. Gregorio Diez Ramos[11]. No hemos podido consultarlo ni tampoco hace falta, pues la escena pintada es bastante elocuente. San Bernardo aparece con otro monje, asomando la cabeza por la capota del carruaje que los conduce, al ver a Satanás (un diablo pardo), de pie y en medio del camino, que intenta cortarles el paso, espantando a los tres palafreneros y a sus caballos. Entretanto, un diablo rojo, enroscado a la rueda derecha, hace esfuerzos desesperados por detenerla. Pero el Santo parece que ha tranquilizado ya a los palafreneros, y los caballos continúan su camino, mientras que Satanás, fracasado, empieza a volver la espalda a los viajeros.

        Sin duda, se trata de uno de los tantos milagros inventados por los autores de ese libro, con motivo de las correrías de San Bernardo por Alemania, para predicar la Segunda Cruzada (1147-1149), que, por cierto, resultó un completo fracaso, aunque no por culpa del Santo.

        La cuarta escena no necesita ninguna explicación, pues habla por sí misma. Se trata de algún éxtasis de San Bernardo, quien seguramente los tuvo, pero del que no hemos encontrado rastro, en las obras que hemos consultado.

 

CAPÍTULO II

EL ALTAR DE SAN ILDEFONSO Y DE SAN ANTONIO

 

DESCRIPCIÓN

        Este altar es renacentista. Su retablo se reduce a un gran rectángulo de madera, encuadrado, de frente y a los lados, por pilastras estriadas, que terminan en pequeños capiteles lisos, con sencilla ornamentación geométrica dorada. Sobre ellos se alza un entablamento simple, con un amplio friso de dibujos dorados y una cornisa denticulada. Tiene como remate un frontón curvo, partido y denticulado, cuyas secciones sostienen un pequeño cuadro rectangular empotrado en medio del tímpano, que representa la Padre Eterno y que, a su vez, está coronado por un pequeño frontón triangular, que terminaba antaño en una cruz. En los extremos del remate, se alzaban dos pináculos piramidales.

        El retablo tiene actualmente un marco moderno, con dibujos dorados. La predela se conserva en relativo buen estado, aunque le han arrancado la pequeña cornisa que la separaba del cuerpo noble. Los plintos que la encuadran, ostentan en sus netos, de frente y en los costados, pinturas florales doradas sobre fondo negro. Son exactamente las mismas que aparecen en el altar de Santo Cristo de la Guía, lo que podría ser un indicio de que las pintaron las mismas manos u otras contemporáneas.

        Entre el basamento primitivo de este altar y la predela, encajaron posteriormente una gradilla de madera, feamente pintarrajeada, para colocar imágenes de bulto.

        El antiguo frontal de la mesa del altar ha desaparecido y el de ahora se reduce a un tablero vulgar, con unos apliques dorados.

        En realidad, lo único importante de este altar es el gran lienzo pintado de San Ildefonso, así como las pinturas de la predela. El lienzo mide 2,10 m. de alto y 1,45 m. de ancho, y representa el momento en que la Virgen María, según una tradición, impuso personalmente al Santo una casulla, traída del cielo. El cuadro debió ser, en un principio, bastante bueno; pero está ya muy borroso y deteriorado. Aún así, se distinguen sus figuras sin dificultad; principalmente, las tres más importantes, que son San Ildefonso, la Virgen María y el Ángel que le ayuda a poner al Santo la casulla. Con templan la escena otros cinco ángeles, y además, dos angelitos que sólo asoman sus cabezas, y cuyas siete figuras están más borrosas. La figura central y, a nuestro parecer, la más lograda, es la del Arzobispo de Toledo, el cual aparece revestido de alba, con manipulo y estola rojas, y arrodillado ante la Virgen, con las manos juntas. En su cara, tiene la expresión adecuada de arrobamiento, de gozo y de agradecimiento. Lo menos logrado -o así lo parece en la actualidad- es la casulla, cuya abertura, ennegrecida por el tiempo, contrast6a, como si fuera una mancha, con los colores desvalidos del ornamento. El mismo efecto de manchas producen asimismo las palmas que llevan dos ángeles.

        Es digno de observarse el detalle de la mujer devota, situada en el ángulo inferior izquierdo, la cual contempla escena, con un cirio encendido en la mano derecha. Probablemente se trata de la donadora; es decir, de la señora que sufragó, en todo o en parte, el costo de este lienzo.

        La extraña pintura de la predela parece la historia de un crimen sacrílego: un sacerdote, revestido de alba, se dirige, con un cuchillo retorcido, hacia una joven, ante la mirada impasible de un rey. Pero no se trata de ningún crimen, sino de la leyenda del descubrimiento del sepulcro de Santa Leocadia, virgen y mártir toledana, que murió en una mazmorra, el 9 de diciembre de 305, durante la persecución de Daciano, Gobernador de la Tarraconense, imperando Diocleciano y Maximiliano. La joven del retablo es, efectivamente, la Santa; el clérigo con alba y estola roja, es San Ildefonso, al que pertenecen el libro y la mitra depositados atrás, sobre una mesa; y el monarca es el rey visigodo Recesvinto. Según dicha leyenda, habiendo concurrido el Arzobispo de Toledo y dicho Monarca, acompañados de gran multitud de clero y pueblo, a celebrar la festividad de Santa Leocadia, en un templo dedicado a su culto, que era la iglesia en la que se celebraban los famosos Concilios de Toledo, de repente se levantó, por sí sola, una pesada losa, “que difícilmente podrían mover 30 jóvenes robustos”, junto al sitio en que oraba el prelado, apareciendo la Santa, cubierta con un velo finísimo. Al punto, se dirigió al Arzobispo, lo abrazó y le dijo, en voz alta las palabras latinas que figuran en el cartucho de la izquierda de la predela: “O Ildephonse, per te vivit Domina mea qua coeli culmina tenet” – Ex vita beati Ildephonsi per Julianum, Antistitem Toletanum. (¡Oh, Ildefonso! Por ti vive mi Señora, que ocupa el sitio más alto del cielo – De la Vida de San Ildefonso por Julián, Arzobispo de Toledo.)

        Evidentemente tal exclamación no se puede tomar en sentido literal, porque sería absurda, sino que debe interpretarse así: “Por ti es honrada – o vive en la memoria de los fieles – mi Señora, la Reina de los cielos”, pues, en efecto, San Ildefonso (607-667) propagó la devoción a la Virgen, en cuyo honor escribió el libro: “Perpetua virginidad de la Madre de Dios”[12].

        Siguiendo la leyenda, San Ildefonso cortó a continuación, con el cuchillo de Recesvinto, una punta del velo de la Santa, para guardarlo como recuerdo de tal portento y Santa Leocadia desapareció acto seguido. Así lo cuenta el “Año Cristiano” del P. Juan Croiset, adicionado por el Pbro. Justo Petano y Mazariegos[13].

        El texto latino que aparece en el cartucho de la derecha de la predela, está tomado de la Biblia y aplicado a San Ildefonso, con motivo de la donación de la casulla. Dice así: “Glorificavit eum Dominus in conspectis Regum et induit eum stolam gloriae et coronqavit eu » (El Señor lo glorificó en presencia de los Reyes y lo revistió de una estola de gloria y le puso una corona).

        Las imágenes advenedizas, colocadas sobre la gradilla, encajada desmañadamente debajo de la predela, son dos tallas de San Antonio de Padua y de Santa Rita de Casia. La de San Antonio mide 1,22 m. de altura y fue regalada por la señora Juan Martínez, viuda del periodista fiterano, Fidel M. Urbina.

        La talla de Santa Rita es más pequeña; solo mide 1,05 m. de altura, pero también más fina.

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[1] Juan de Croiset, “Año Cristiano”, t. II, pp. 111-112; y Federico C. Sáinz de Robles, “Ensayo de un Diccionario de Mujeres célebres”, pp. 400-401.

[2] M. Raymond, “La Saga de Cîteaux. Estas mujeres anduvieron con Dios”, v. III, pp. 351-381. Edic. Studium, Madrid, 1958.

[3] Ob. cit., p. 81. Pamplona, Editorial Gómez, 1962.

[4] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga de 1639, ff. 11-18. A.P.T.

[5] Protocolo de Miguel de Urquizu, fº y nº ilegibles, pues el documento está muy destrozado, por lo que no sabemos las condiciones del contrato. A.P.T.

[6] A.G.N., Sección Monasterios, Fitero, nº 458.

[7] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1614. Inventario de lo que tocó a cada monje del espolio del Abad Ibero, f. 557. A.P.T.

[8] Protocolo de Mateo Peralta, 1735, ffr. 200-20. Memoria y tasación del Tabernáculo de la Capilla del Cristo; pero solamente de la parte realizada por Juan Francisco de Peralta. A.P.T.

[9] Libro I, c. II, nº 50.

[10] Obras completas de S. Bernardo, Biblioteca de Autores Cristianos, t. I, pp. 35-36. Madrid, 1953.

[11] C. 6, nº 38.

[12] Tomo I de las citadas Obras completas, p. 4, nota 3.

[13] El P. García Villada lo titula “De perpetua virginitate beatae Mariae” (Historia Eclesiástica, t. ¡, p. 69) y el P. Risco “De laude virginitatis Santae Mariae perpetuae Virginis” (España Sagrada, t. 33, p. 190).

[14] Id. Id., p. 119. Madrid, Gaspar y Roig, 1865.


CAPÍTULO III

EL ALTAR DE SAN JOSÉ

 

DESCRIPCIÓN

        Está instalado en el centro del muro del tercer tramo de la nave lateral meridional y es una buena muestra del estilo barroco exuberante. Su ático es curvo y está formado por dos machones con guirnaldas, flanqueados por sendos aleros volteados, y su remate es una gran placa de follaje, colocada entre las dos secciones de su pequeño frontón partido. Alberga un buen lienzo barroco, bastante envejecido, de la Huida a Egipto de la Sagrada Familia. La Virgen aparece sentada sobre un asno, amamantando al Niño. San José camina detrás, y un ángel, también a pie, va por delante, sirviendo de guía a los fugitivos.

        El cuerpo noble del altar estás adornado con gruesos, espesos y caprichosos relieves vegetales (hojas, tallos, flores y frutos), simétricamente distribuidos, tanto en las enjutas, como en las jambas y en el interior de la hornacina. Lo flanquean cuatro columnas salomónicas: dos frontales y dos laterales, respaldadas por retropilastras lisas, aunque ligeramente decoradas. Sus capiteles son compuestos y sus fustes están recargados de análogos adornos. Como en todos los altares semejantes, la ornamentación se desborda lateralmente, rebasando con su follaje la traza rectangular. Sobre la hornacina, se alza un gran copete que llega hasta el ático.

        Este altar no tiene predela historiada, como la mayoría, sino un banco liso, encuadrado por cuatro mensulones, rebosantes igualmente de adornos, que soportan las columnas. Su decoración se reduce esencialmente a dos sotuers o cruces de San Andrés, pintadas en oro, con sus extremidades engoladas en caperuzas rojas. El centro del banco simula un pequeño sagrario.

        El frontal primitivo de su mesa ha desaparecido y el que ostenta ahora, es uno moderno, que armoniza muy poco con el resto del altar.

        El grupo escultórico de San José y el Niño que ocupa actualmente la hornacina, es de madera tallada y policromada. A primera vista, se da uno cuenta de que no es el grupo primitivo que lo ocupó, sino uno advenedizo y moderno, bastante corriente.

NOTAS HISTÓRICAS

        Hasta 1965, el altar de San José estuvo instalado, en el testero del arco derecho del 5º tramo de la nave central; es decir, del anterior al órgano, y estaba cercado por una pequeña verja de hierro. En el intercolumnio de la izquierda del cuerpo noble, tenía una talla de San Francisco de Asís, y en el de la derecha, otra de San Sebastián, que se guardan actualmente en la Casa Parroquial. Fue trasladado al lugar actual, en la fecha dicha, por el Cura Ecónomo, D. Jesús Jiménez Torrecilla.

        Este altar tiene unos orígenes curiosos. Resulta que, en 1645, unos cuantos devotos decidieron fundar la Cofradía de San José. En las cláusulas de la escritura de fundación, fechada el 15 de julio de dicho año, se consigna, entre otras cosas, que era determinación de los cofrades “hacer una echura del glorioso San Joseph y del Niño Jesús” (cl. 2); que esta imagen se colocaría “en el altar y capilla de Nuestra Señora del Destierro, fuera del rejado” (cl. 3); que estaría en dicha capilla, “desde la víspera de su día asta la otaba y en otros días festivo” (el Corpus, S. Bernardo, S. Benito, las Pascuas y días de procesiones generales), guardándolo, los demás días, la cofradía, la cual debería hacer “una caparazón con que cubra el Santo y andas para su conservación” (cl. 4); que “la echura del Sr. San Joseph y las andas an de estar en blanco, durante que la Cofradía no tenga vienes para encarnar y dorarla” (cl. 11); y que “el Convento permitirá que los cofrades lleven solamente, en las procesiones, el pendón de la Cofradía, mientras no les hagan la imagen del Santo” [1]. De estos párrafos se deduce que la Cofradía no tenía una imagen de bulto del Santo en 1645 y que tardó seguramente algún tiempo en tenerla; que, cuando la tuvieron, no dispusieron inmediatamente de un altar propio donde colocarla y que, en los días señalados, era expuesta, en el 2º tramo de la nave lateral izquierda, al lado del altar actual del Cristo de la Cruz a Cuestas, que es donde estaba instalado entonces el altar de Nuestra Señora del Destierro. Queda por saber si el cuadro de la Huida a Egipto que figura hoy en el ático del altar de San José, era la Virgen del Destierro de dicha capilla. Nos parece un poco pequeño, aunque muestra señales claras de haber sido recortado. El retablo barroco de este altar es ya de finales del siglo XVII o comienzos del siglo XVIII. Y fue por entonces, al tener ya la cofradía el altar completo, cuando fue instalado en el testero del arco derecho del 5º tramo de la nave central.

        En cuanto a la primitiva talla del Santo, costeada por los cofrades de la época, se conserva todavía, en casa de un vecino del pueblo, y es una talla barroca, de madera, policromada, excelente en su género. San José tiene 1,10 m. de altura, y el Niño, 0,70 m. El Santo viste túnica oscura y manto dorado, abrochados por el cuello; y el Niño, solamente una túnica clara.

        Ambos llevan ceñidor y calzan sandalias. Sus vestidos, sobre todo, los del Patriarca, tienen airosos pliegues. Por supuesto, no le falta a éste la clásica vara florida, ni al Niño, la pequeña sierra de carpintero. Ambos tienen rostros expresivos y saludables y espeso cabello rizado. Este bello grupo ocupó la hornacina del altar hasta que, en 1916, la Sra. Mª del Puy Pérez de Vilches regaló a la cofradía el actual, tallado en Durango por Mauricio Iranzo, en 500 pts. La Junta se apresuró a retirar el anterior y acordó rifarlo entre los 138 Hermanos y Hermanas que tenía a la sazón la Cofradía, a razón de 1 peseta el billete. La rifa se efectuó el 24 de agosto de 1818, tocando el Santo al Sr. Domingo Alfaro; y la estampa del antiguo pendón de la Cofradía, que se rifó el mismo día, a la Sra. Isabel Calleja[2].

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[1] Protocolo de Diego Ximénez de 1645, ff. a. 279-82 y ff. m. 195-98. A.P.T.

[2] Libro de la Cofradía de San José, t. II. Acuerdos de la Junta del 20 de mayo de 1917 y 26 de mayo de 1918; y Acta de la rifa del 24 de agosto de 1918. A.P.F.



CAPÍTULO IV

CAPILLA Y ALTAR DEL SANTO CRISTO DE LA COLUMNA

 

DESCRIPCIÓN

        Es la primera capilla de la nave lateral derecha de la Iglesia. Está muy deteriorada, debido a las transformaciones que ha sufrido, desde finales del siglo XVI y que detallamos en las Notas históricas. Los destrozos son visibles, por todas partes: en la bóveda y su crucería; en el muro meridional, con la cornisa y la moldura del zócalo, arrancadas de cuajo; en la entrada, con el arco mutilado y las impostas y las columnas interiores destruidas, etc. De aquí que su estado contraste violentamente con el altar, el cual está bastante bien conservado y es una buena obra de estilo rococó.

        El amplio ático de este altar es circular, adaptado a la concavidad de a bóveda y ofrece cinco salientes con cuatro entrantes. Se destacan a ambos lados dos grandes combaduras, ornadas con relieves de follaje; y en su centro, un cuadro muy bien ejecutado y conservado, tal vez de Juan de Lumbier, que representa los Desposorios de la Virgen y San José. Este cuadro está encerrado dentro de un templete, formado por dos pilastras y un dosel, sostenidos por dos canecillos que enlazan con las pilastras. Como remate, tiene el ático una cruz formada por cinco cabezas angelicales, con irradiaciones en todas las direcciones.

        El cuerpo noble ostenta en el centro una gran hornacina, de fondo moldurado, con ornamentación floral polícroma, ya desvaída. Está flanqueada por dos vanos perpendiculares estrechos y por dos columnas paralelas a ellos, de capiteles compuestos y de fustes acanalados en vertical. En los paramentos adyacentes, se yerguen, respaldados por nichos planos, dos tallas de santos, que descansan sobre pequeños pedestales, adornados con pequeñas veneras, volutas y follaje. Su remate es una amplia cornisa quebrada con seis salientes, ornada, en la parte baja, con dentículos; y en su centro, con un florón, formado por tres ángeles.

        También el banco es bastante sinuoso, constituyendo su parte más interesante los dos parámetros rectangulares de sus extremos, en los que resaltan, de izquierda a derecha, un castillo y una ermita en relieve, muy bien ejecutados. En contraste, el sagrario que ocupa el centro del banco, es un armatoste feo. En cambio, el frontal de la mesa del altar, aunque envejecido, es artístico y está adornado con relieves vegetales simétricos.

        El altar aloja tres tallas: el Cristo de la Columna, que ocupa la hornacina central; y San Antonio de Padua y San Isidro Labrador, que ocupan los pequeños nichos laterales. Además, a ambos lados del mismo, figuran dos imágenes modernas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, colocadas en las extremidades de la grada de acceso al altar.

        El Cristo de la Columna es una talla mediocre, de madera policromada y de 1,50 m. de alta. Por supuesto, el Cristo está desnudo y su paño de pureza, un poco caído y movido hacia su derecha. Al artista se le fue bastante la mano, al acentuar el dramatismo de la Flagelación. Sin embargo, el rostro de Cristo no refleja el intenso dolor que corresponde a las tremendas heridas o, mejor dicho, desolladuras sangrantes, que el escultor le puso, con un reparto desigual, puesto que, el lado derecho del cuerpo presenta amplias brechas en el hombro, el antebrazo y la rodilla, mientras que el izquierdo sólo exhibe una en el hombro. Tiene las manos cruzadas sobre la columna cuya pequeñez es tan patente como inverosímil y lo mismo debe anotarse respecto de la inclinación del cuerpo de Cristo, que debería estar mucho más encorvado, para abrazar aquélla. Pero es que esta columna no es la primitiva, sino otra de reemplazo, adquirida por los hermanos del a Cofradía, en la segunda mitad del siglo XIX. Por eso, EL Cristo y la columna tienen peanas distintas, estando la del Cristo encajada en la de la columna. La imagen que ocupa el pequeño nicho de la izquierda, en el cuerpo noble del altar, es una talla dieciochesca, en madera policromada, de San Antonio de Padua. Mide 0,83 m. de altura y está bien ejecutada.

        La imagen que ocupa el nicho derecho, es de San Isidro Labrador. También es una talla dieciochesca, de 0,80 m. de alta (con su gruesa peana).

        Finalmente las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de María, que están colocadas en los extremos de la grada del altar, son bellas y modernas, pero de tipo comercial. La del Corazón de Jesús mide 1,62 m.; y la del Corazón de María, 1,65 m.

 

NOTAS HISTÓRICAS

        Esta capilla tiene una historia tan larga como accidentada. Ignoramos qué altares alojó, si es que alojó alguno, antes del siglo XVII; pero sabemos que la estructura de la capilla fue, al menos, respetada, hasta el último decenio del siglo XVI. En efecto, su primera transformación arquitectónica data de la primera mitad de 1590, en que Francisco Guarrax ejecutó la obra de albañilería del coro actual. Entonces los arcos adyacentes a la escalera de la entrada a la iglesia, pertenecientes respectivamente a los lados S. y N. de las dos capillas medievales, fueron rebajados con ladrillos, y éstos revestidos de yeso, siendo después pintarrajeados, a tono con el resto de los arcos de la nave central.

        La segunda transformación tuvo lugar al final de la primera década del siglo XVII, cuando se decidió trasladar a esta capilla a la Virgen de la Barda. Parece que se respetó todavía la parte de la cornisa general de la nave lateral meridional que terminaba en esta capilla, así como el arco de entrada a la misma; pero, en cambio, los plementos de la bóveda fueron rellenados con yeso y cubierta igualmente con yeso la misma crucería. Además se cegó con un tabique sencillo del mismo material, todo el arco que da a la escalera. Es posible que se agrandara ya entonces la única ventana del muro S., aunque no estamos seguros. Al derribar en 1973 el último revestimiento del siglo XVIII, del que hablaremos luego, quedó patente la decoración, ya de esta inscripción: “Se pintó esta Capilla y Retablo de Nuestra Señora de la Barda en 1617”. La entrada tenía una alta verja que se cerraba con llave. La decoración que apareció en la bóveda, estaba distribuida entre los cuatro plementos del intradós, formados por el cruzamiento de sus dos nervaduras de piedra, cubiertas a la sazón, de yeso y sobre éste se distinguían perfectamente, más bien dibujados que pintados en color negro o, al menos, ennegrecido por el tiempo y la cubierta posterior los siguientes motivos del plemento de la entrada; SANCTUS ET ANGELICUS PROPHETA ISA (El santo y angelical profeta Isaías). En el de la derecha del espectador: SANCTUS REX DAVID (El santo Rey David) y SAPIENTISSIMUS REX SALO (El sapientísimo Rey Salomón). En el de la izquierda: SANCTUS JOSIAS REX (El Santo Rey Josías) y SANCTUS REX EZEQUIAS (El santo Rey Ezequías). Y en del fondo, sólo aparecía pintado el Padre Eterno, sin ninguna inscripción.

        Pero la decoración más interesante era la gran pintura mural del tabique N., adyacente a la escalera de la entrada de la iglesia. Es increíble cómo pudo mantenerse en relativo buen estado, desde aquella época, a pesar de haber permanecido cubierta con cascote, durante dos siglos y pico. Además fue una feliz casualidad que, al abrir una ventana en dicho tabique, en agosto de 1972, los Sres. Azcona y Ayala se dieran cuenta, a tiempo, del inesperado hallazgo y pudieran sacarlo a la luz del día, sin quebrantos importantes. El mural representaba a la comunidad cisterciense de Fitero, en aquella época, a cuyo frente estaba el abad Fr. Hernando de Andrade. Figuraban en él 28 monjes: 13 al lado derecho y 15 al lado izquierdo del espectador. Aparecían todos de pie cobijados bajo el amplio manto protector de una gran imagen de la irgen y sus rostros no podían ser más expresivos. En la extremidad inferior derecha del fresco, se destacaba la figura de una mujer arrodillada -monja o simple devota-, que bien pudo ser la donadora; es decir, la que sufragó los gastos del mural. Aparecía con las manos juntas, en actitud orante, y era la figura mejor conservada del fresco. La Virgen estaba de pie, con los brazos rígidamente extendidos, para sostener su amplio manto abierto con la ayuda de dos ángeles, situados en los extremos. Otros dos espíritus angélicos revoloteaban entre las nubes, a uno y otro lado de María. La imagen tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia su derecha, y los ojos bajos, portando sobre aquélla una corona de reina. Debajo de su garganta, sujetaba su manto, a modo de broche, una cabeza de angelito, y debajo de éste pendía una pequeña cruz de Calatrava pintada de rojo. El busto de la Virgen aparecía cobijado debajo de un baldaquín de tonos negros, adornado, por delante, con ocho borlas. El mural estaba encuadrado dentro de un arco saliente, decorado con motivos geométricos rojos y amarillos; pero los colores de aquél eran el negro, el gris y un verde grisáceo. El dibujo era magnífico. Ignoramos el nombre de su autor; pero indudablemente conocía bien su oficio. Afortunadamente se sacaron fotografías de este mural, antes de ser derribado el tabique, en marzo de 1974, por orden de la Institución Príncipe de Viana.

        El muro meridional de la capilla también fue decorado entonces “con historias o figuras”, aunque no aparecieron huellas de ellas, al arrancar su último revestimiento de papel pintado. Sin duda, las rasparon, al llevar a cabo la transformación realizada en el siglo XVIII.

        En cuanto al retablo que se hizo entonces para el nuevo altar de la Virgen de la Barda, no era, desde luego, el actual del Santo Cristo de la Columna, que es rococó y data del siglo XVIII, sino otro de estilo renacentista. Su arquitecto fue Juan de Berganza, vecino de Tarazona, según consta en un “quitamiento” (quitanza) del 16 de noviembre de 1611, el cual lleva adjunta la traza del retablo[1]. Dicha traza consta de tres partes: 1) un ático rectangular, flanqueado por dos columnas estriadas y rematado en un frontón curvo, con dos pináculos en los extremos; 2) el cuerpo noble, con una gran hornacina central y dos tableros adyacentes, con columnas también acanaladas, y rematado por un pequeño arquitrabe, un amplio friso y la cornisa mayor; 3) por un banco con dos grandes ménsulas.

        Este retablo no fue pintado hasta 1617, por Juan de Lumbier, vecino de Tudela, según consta en el contrato que hizo el 19 de mayo de dicho año, con el Prior del Monasterio, Fr. Bernardo Pelegrín[2]. El pintor debía acabar la obra en dos meses y medio, recibiendo por ella 115 ducados de 1 11 reales, en moneda de Navarra.

        Lumbier no sólo doró el retablo, desmontándolo antes y llevándolo a Tudela, sino que pintó toda la capilla de “blanco y negro”. Desgraciadamente no sabemos cómo quedó enteramente, pues el contrato no entra apenas en detalles sobre las figuras; ni siquiera en las del retablo, salvo un tablero que representaría a “Christo, sant Joan y María”, y “el banquillo de sobre la cornisa”, que llevaría “dos virtudes pintadas”, agregando que en “los demás tableros”, pintaría “las historias que se le pidan”. Pero, ¿cuáles se le pidieron? Lo ignoramos.

        En 1627, el nuevo Abad Fr. Plácido de Corral y Guzmán, sucesor de Andrade, ordenó hacer en esta capilla nuevas transformaciones detalladas en el “Libro de Autos de Visitas de Cofradías, etc.” del A.P.F., destinadas a convertir esta capilla en capilla parroq1uial. He aquí su curioso texto, con ortografía moderna.

        “Mando se coloque la custodia con el Santísimo Sacramento, que está para la parroquia, en la capilla de Nuestra Señora de la Barda, que es la más principal y la de más devoción de esta iglesia, para que allí, con más sosiego y devoción, se les administre a los fieles la Sagrada Eucaristía. La cual dicha capilla señalamos por parroquial, para que allí se celebren los oficios y misas funerales y no se encuentren los unos oficios con los otros (es decir, los conventuales con los parroquiales.)

        Item mando al fabriquero de este convento que, para que, con la reverencia debida, esté el Santísimo Sacramento, en la dicha capilla parroquial, haya siempre en ella una lámpara encendida.

        Item mando al dicho fabriquero que, cuanto antes pueda, ponga en la primera grada de dicha capilla, unas barandas o balaustrado torneado y bien aderezado, con sus cortinas de lienzo, para que la gente llegue con decencia a comulgar.

        Item señalo por coro, para la dicha capilla, la tribuna que hoy tienen los religiosos para oir los sermones, que corresponde a la dicha capilla parroquial, para que, desde allí, oficien al pueblo sus misas votivas y oficios funerales; y para que, con más decencia, se haga, mando ponga allí un órgano, para que todo se haga como se debe, sin que se encuentren en los oficios el pueblo con el convento.

        Item mando al Prior de este Monasterio tenga siempre media docena de religiosos diputados para que, todos los días de fiesta, se oficie en la dicha capilla una misa por la parroquia, la cual dirá el cura, o, por su ausencia u ocupación, su teniente.

        Y por cuanto, así en la catedral de este Reino, como en las otras, en las capillas parroquiales, hay asiento para los parroquianos, mando al fabriquero de este Monasterio ponga, delante la dicha capilla, bancos en que se sienten los parroquianos de esta parroquia a oír sus oficios.

        Item mando, so pena de excomunión mayor, que, mientras se celebren los oficios divinos, no se entremetan los hombres en el lugar donde se sientan las mujeres, con conminación de proceder a mayores penas.

        Item que al cura se le den las llaves de la capilla parroquial y de la anavada (nave) que a ella corresponde, para que, a todas horas, tenga franca y libre salida, para la administración de los sacramentos.

        Y para que a todos sea notorio, mandamos publicar las presentes, fechas en nuestro Palacio Abacial de Fitero, a diecinueve días del mes de septiembre del año de 1627.”[3]

        Estas disposiciones, aparentemente halagüeñas, implicaban en realidad el arrinconamiento del pueblo en la capilla de la Virgen de la Barda, dejando libre para los monjes todo el resto de la Iglesia; pero el vecindario se dio cuenta de ello y se opuso a tal pretensión. Con tal fin, la Villa apeló contra ella ante el Consejo Real y por el Convento sobre los pleitos entre el Monasterio y la Villa, firmado el 8 de julio de 1628, se concertó que el Santisimo Sacramento seguiría en la capilla de la Virgen de la Barda y en ella se administraría para toda la feligresía, “para sanos y enfermos”, pero que “todos los demás oficios parroquiales, como son entierros, honras, cabos de año, aniversarios y los demás funerales” se celebrarían “en el Altar Mayor de la Capilla principal de la iglesia, para que todos, así hombres como mujeres, puedan estar con la comodidad que es justo”[4].

        La tercera transformación de esta capilla es la realizada a mediados del siglo XVIII. Ignoramos la fecha exacta, pues no hemos encontrado los documentos correspondientes, pero debió ser durante el abadiazgo de Fr. Joaquín Salvador (1744-49), si es cierta la noticia que da Saturnino Sagasti de que dicho abad hizo dorar, a sus expensas, el retablo de la Capilla en 1749, antes de cesar en su cargo en junio del mismo año. Este retablo no podía ser otro que el actual de la capilla del Cristo de la Columna. El destrozo causado esta vez en los muros y en las nervaduras fue enorme, pues, para encajar el nuevo retablo, se quebraron y cubrieron con ladrillos las partes murales de los extremos del altar, así como las pilastras y capiteles que adornaban la entrada de la capilla, cuyo arco asimismo se rebajó; y se arrancó la cornisa general de piedra, sustituyéndola con iguales consolas. Por otra parte, se tapó burdamente el mural del siglo XVII, levantando delante de él otro tabique paralelo y formando un tambor con una cámara de 0,23 m. de anchura, que se rellenó de cascote. Finalmente el recinto fue totalmente cubierto de papel pintado, con dibujos florales en oro y ocre oscuro; y en el centro, de la bóveda, se colgó un angelito -procedente seguramente del tornavoz del púlpito- que sostenía una cinta con el Ave María. Probablemente fue también entonces, cuando se pusieron en la entrada de la capilla, las dos sencillas verjas de hierro que la cerraban y que fueron arrancadas en 1972. Por fin, la Institución Príncipe de Viana deseando restituir la capilla a su estado primitivo ordenó la demolición de todo lo hecho en los siglos XVII y XVIII, respetando únicamente el altar de la misma, lo que se llevó a cabo en 1973. Fue la cuarta transformación.

        Añadamos todavía algunas curiosidades acerca de las imágenes.

        El Cristo de la Columna ocupó hasta 1918 el actual altar del Santo Cristo de la Guía, adosado al muro occidental del brazo N. del Crucero, siendo un recuerdo de ello el frontal de este último, en cuyo centro campean pintados, dentro de un círculo rojo, la columna y los látigos de la Flagelación. La Imagen estaba protegida por una vitrina; y el altar, en general, por unas cortinas. El Cristo es una talla barroca de madera de mediados del siglo XVII. No conocemos el nombre de su autor. Sabemos únicamente q2ue fue donada por Miguel de Sánchez Pina y su mujer, fundadores de la Cofradía del Cristo de la Columna por la misma época, según se afirma en el preámbulo de las Constituciones reformadas del 8 de enero de 1674[5].

        La Cofradía fue, en los siglos pasados, muy próspera. En 1763, poseía 40 robos de tierra, distribuidos en los términos de la Nava Alta, Valdelafuente, Aguas Saladas, Vallas del Buey y Olivarete[6]. En 1889, tenía 121 cofrades.

        Las pequeñas imágenes de San Antonio de Padua y de San Isidro Labrador estuvieron colocadas respectivamente, en tiempos pasados, en el altar de San Ildefonso y en el altar de San Bernardo.

        También San Isidro Labrador tiene su Cofradía, fundada el 22 de abril de 1806, por 15 socios que ascendieron, el mismo año, a 78. El artículo 2 de sus primitivas constituciones los obligaba a acudir a la fiesta del Santo “con capa, zapatos y corbatín”. El mismo año de la fundación, hicieron confeccionar el estandarte de la cofradía, que les salió por 712 reales fuertes y 49 maravedís. La pintura del Santo fue hecha por Diego Díaz del Valle, que cobró 100 reales fuertes; y la hoz, colocada en el pendón, por el platero Manuel de Ochoa, quien cobró 120. El actual Corazón de Jesús fue donado por Doña Mercedes Agreda, viuda de don Celestino Huarte; y el de María fue adquirido por la Parroquia: ambos en el segundo decenio del siglo actual. Los dos vinieron a sustituir a otras dos imágenes-armazones de iguales nombres y de siglos pretéritos que, hasta 1918, estuvieron colocadas a uno y otro lado de la actual capilla de la Virgen de la Barda, cuando era todavía la del Cristo de la Guía. Estas imágenes-armazones fueron rifadas más tarde entre el vecindario, tocando el Corazón de Jesús a la señora Isabel Guarás; y el de María, a los esposos León Jiménez y Mª Cruz Pina.

        El Corazón de Jesús tiene asimismo una congregación, fundada en octubre de 1741. Suspendida durante algunos años del siglo XIX, fue restablecida por el párroco D. Joaquín Aliaga en 1853, con medio centenar de congregantes.

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[1] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1611, f. 33.

[2] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1617, f. 21.

[3] Lib. Cit., pp. 4 y 5. A.P.F.

[4] Cláusula 32 de dicho Convenio. Manuscrito de Sebastián María de Aliaga, f. 50.

[5] Libro de la Cofradía del Cristo de la Columna. A.P.F.

[6] Ibidem. A.P.F.



A)  ALTARES DE LA NAVE LATERAL SEPTENTRIONAL

 

CAPÍTULO I

ALTAR DE SAN BENITO DE NURSIA

DESCRIPCIÓN

        Es un altar renacentista y, hasta 1965, tuvo un ático de las mismas características que el de San Bernardo; pero el cuadro que lo ocupaba, representaba a San Antonio Abad y a San Pablo, Primer Ermitaño. Se conserva ahora en la Sacristía y lo describimos, al estudiar esta última.

        En cuanto a la estructura del retablo y del altar en general, es la misma que la del altar de San Bernardo, por lo que nos excusamos de describirla. Actualmente las únicas diferencias que saltan a la vista, son las relativas a la imagen del Santo y a las pinturas de la predela.

        Hay además unos pequeños detalles diferenciales que no se perciben, si no se examinan con atención, y que se refieren a los exteriores de las jambas de la hornacina. Atañen únicamente a tres de sus motivos; al primero, al de las cruces y al de los prelados.

        El primer motivo representa, en ambos lados, a sendos abades benedictinos, no identificados, con su báculo y un libro cerrados en las manos, y con la mitra a los pies.

        Las cruces encerradas en escudos son patadas, de color predominantemente rojo, y la de la izquierda es vacía.

        Finalmente el lugar de los prelados cistercienses del altar de San Bernardo está ocupado, en el de San Benito, por dos Papas benedictinos, que llevan el hábito negro de la Orden, manto y tiara rojos, con ribetes dorados, y en las manos, una cruz papal y un libro cerrado. No es fácil identificarlos, pues hubo varios pontífices de la Orden, pero no es difícil adivinar que, al menos, con uno de ellos, se quiso representar al más famoso de todos: a San Gregorio VII.

        El frontal de la mesa de este altar es asimismo análogo al de San Bernardo; pero el tintero y la pluma simbólicos que aparecen en éste, están sustituidos en el de San Benito, por una mitra y un báculo abaciales.

        Por lo demás, la talla de San Benito es tan magnífica como la de San Bernardo, contemporánea suya y salidas seguramente del mismo taller. El Santo está igualmente de pie vestido con el hábito benedictino, finamente bordado. Lleva descubierta la cabeza y luce una barba discreta. Mide 1,60 m. de estatura. Empuña el báculo abacial, con la mano derecha, mientras que, con la izquierda, sostiene horizontalmente el libro de la Regla, con un cáliz encima.

        Las tablas pintadas de la predela, examinadas de izquierda a derecha, representan las siguientes escenas:

1)   A San Benito, seguido de dos monjes, saliendo de un convento, mientras que se arrodillan a su paso mendigos y soldados.

2)   Al mismo Santo, portando un libro en la mano izquierda y dirigiendo la palabra, con la mano derecha alzada, a un soberano y a su séquito, que lo miran espantados.

3)   Al mismo Santo, seguido de dos monjes, recibiendo, a la puerta de su convento, a un Rey arrodillado y a su séquito.

4)   A San Benito, hablando a un purpurado, que lo escucha sorprendido, al señalarle el Santo un cuadrito que representa una ciudad, sobre la que se están desencadenando los elementos naturales.

La explicación de estas escenas es la siguiente.

        La primera era un espectáculo corriente a las puertas del monasterio de Montecasino, donde vivió San Benito y al que llegaban gentes de todas clases, atraídos por su fama.

        Las tres escenas siguientes se refieren a episodios de la vida del Santo, contados por el Papa San Gregorio Magno, en el libro II de sus “Diálogos”, inserto en la obra de la Biblioteca de Autores Cristianos, titulada “San Benito: su vida y su Regla” por los PP. García M. Colombas, León M. Sansegundo y Odilón M. Cunill. Ahora bien, anotemos antes de referirlos, que, a juicio de don García M. Combas, en los “Diálogos” de San Gregorio, hay que admitir: “la probabilidad de que, con los hechos, indudablemente históricos, se baraje algo y tal mucho de leyenda”[1].

        La escena segunda es una representación de lo que narra San Gregorio, en el capítulo XIV del Libro II de los predichos “Diálogos”. Resulta que el rey ostrogodo Totila, habiendo oído que San Benito gozaba del don de profecía, decidió visitarlo y, para comprobar de antemano si, en efecto, gozaba de tal don, después de anunciarle su llegada, hizo que lo sustituyese un armígero suyo, llamado Rigo, al que hizo vestir con indumentaria real y acompañar de un lucido sequito, en el que figuraban los compañeros del Rey, Wulderico, Rodrigo y Blidico. Al llegar Rigo al monasterio, San Benito, así que lo vio, estando éste sentado a considerable distancia, le gritó: “Quítate, hijo, quítate eso que llevas, que no es tuyo”. Rigo y sus acompañantes cayeron atemorizados por tierra, y al levantarse, no se atrevieron a acercársele, sino que volvieron adonde estaba el Rey y le contaron temblando lo sucedido[2].

        La escena que representa la tercera tabla de la predela y que narra San Gregorio, en el capítulo XV del citado libro, es una consecuencia de la anterior, pues, a continuación, el rey Totila en persona fue a visitar a San Benito y viéndolo a lo lejos sentado, no se atrevió a cercársele y postróse en tierra. El Santo le dijo dos y tres veces que se levantara, pero como el Rey no osara hacerlo, lo levantó San Benito y, reprendiéndole sus desafueros, le dijo: “Haces mucho daño, mucho daño has hecho. Ya es hora de poner coto a tu iniquidad. Entrarás ciertamente en Roma, atravesarás el mar; reinarás, durante nueve años, y al décimo morirás”[3].

        Esta visita parece que ocurrió en 546, estando San Benito en Montecasino, aunque se afirmaba, hasta hace poco, que tuvo lugar cerca del 542. En todo caso, la profecía -si efectivamente la hubo- se cumplió, pues Totila se apoderó de Roma, aunque tuvo que abandonarla al poco tiempo, y siguiendo sus conquistas, llegó a Sicilia e hizo un desembarco en las costas de Grecia; pero no pudo resistir el empuje de las tropas del general bizantino Narsés y, en su huida, Totila fue alcanzado por una flecha, que le causó la muerte en 552.

        Finalmente la escena de la cuarta tabla de la predela también está relacionada indirectamente con el monarca ostrogodo y queda explicada con el relato que hace San Gregorio en el mismo capítulo. Resulta que, poco después de la entrevista referida, el Obispo de Canosa, San Sabino, que solía visitar a su amigo San Benito, hablando con éste de la entrada de Totila en Rola le dijo: “Este Rey va a destruir de tal manera esta ciudad, que no va a poder ser habitada en lo sucesivo”. A lo cual respondió San Benito: “Roma no será exterminada por los bárbaros, antes se consumirá en sí misma a causa de las tempestades, huracanes y tormentas, así como por los terremotos que van a afligirla”. Así, pues, el purpurado de la cuarta tabla de la predela es el Obispo de canosa y el cuadrito que señala San Benito, es la presunta destrucción de Roma por los elementos: cosa que no ocurrió.

        NOTICIAS HISTÓRICAS SOBRE LOS ALTARES DE SAN BERNARDO Y DE SAN BENITO

        No tenemos noticias ciertas sobre estos bellos altares, debiendo contentarnos, por ahora, con conjeturas. Desde luego, tanto las imágenes como los retablos son renacentistas. Las tallas de los Santos datan del último penúltimo decenio del siglo XVI y creemos que se trata de las “dos imágenes principales” que compró el abad Fray Marcos de Villalba “al Monasterio de Nuestra Señora de Montesión de la ciudad de Toledo”, hacia 1590, en la cantidad global de 500 ducados (4). La suma de 250 ducados por cada una, en aquella época, era bastante respetable y un abono de su calidad artística.

        En cuanto a los retablos, y las pinturas de las prede4las, no ocurre lo mismo.

        Los actuales emplazamientos de dichos altares: el de San Bernardo, en el 5º tramo de la nave lateral derecha, y el de San Benito, en el 5º tramo de la nave lateral izquierda, sólo datan de 1965, pues anteriormente estuvieron instalados respectivamente, en los brazos derecho e izquierdo del crucero, adosados a los pilares que forman esquina con el Altar Mayor y con las entras al deambulatorio.

        En cuanto a su colocación primitiva, una partida de defunción de Pedro Gómez, muerto el 6 de abril de 1627, dice que fue enterrado en el 3º arco de la iglesia, “junto a S. Bernardo”[5]; y otra de Cosme Pérez, muerto el 2 de octubre de 1631, anota que fue enterrado en el arco tercero, “junto a San Benito”[6], y como entonces se contaban los arcos a partir del de las pilas de agua bendita, resulta que, en el primer tercio del siglo XVII, estuvieron respectivamente estos altares en los lugares que ocupan actualmente, u ocuparon hasta 1965, los de San Ildefonso (y San Antonio) y San Ignacio de Antioquía (y Virgen del Pilar).


CAPÍTULO II

EL ALTAR DE SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA Y DE LA VIRGEN DEL PILAR

       

DESCRIPCIÓN

        Su estructura es absolutamente idéntica a la del altar de San Ildefonso y ha sufrido las mismas vicisitudes; de manera que nos excusamos de describirla. La diferencia estriba únicamente en las pinturas del gran retablo y de la predela.

        El gran lienzo pintado del cuerpo central mide 2,10 m. de altura y 1,45 m. de anchura y está relativamente bien conservado. Representa a San Ignacio de Antioquía, de pie y revestido de pontifical. Tiene una figura noble y majestuosa. Lleva puesta mitra en la cabeza, y caído el brazo derecho, con cuya mano empuña el báculo pastoral. En cambio, tiene extendido el brazo izquierdo, en cuya mano ostenta un corazón nimbado, con el anagrama de Jesucristo JHC. A los lados del Santo, se adivinan, más que se ven, unos leones borrosos, símbolo de su martirio. En efecto, San Ignacio de Antioquía fue discípulo de San Juan Evangelista y gobernó la iglesia antioquena desde el año 69, en que sucedió a San Evodio, el cual, a su vez, había sido consagrado por San Pedro. Se sabe que murió en el Circo de Roma, devorado por los leones, en tiempos del Emperador Trajano, hacia el año 107; pero se ignora exactamente la fecha. Según los orientales, fue el 20 de diciembre de dicho año; y según Beda y otros hagiógrafos, el 1 de febrero, que es cuando celebra su fiesta la Iglesia Latina. Dice una leyenda que, después de muerto el Santo, le abrieron el pecho para ver si era cierto que tenía grabado en su corazón, el nombre de Jesucristo, como él decía, y en efecto, se halló esculpido en él, en letras de oro, que es como aparece en el retablo. Pero, habiendo sido, como hemos dicho, devorado por los leones, semejante leyenda es increíble. Sin embargo, el pintor pudo haberse inspirado en este otro hecho, al parecer, cierto; y es que, como el Emperador Trajano preguntase a San Ignacio por qué había adoptado el sobrenombre de Teóforo (hombre que lleva a Dios) y qué quería decir eso, el Santo le contestó: “Señor, quiere decir que llevo a Jesucristo profundamente grabado en mi corazón”[7].

        Es de notar, en el ángulo superior derecho del retablo, un recuadro en el que aparece una joven escribiendo. ¿Quién es…? Pudiera ser una donadora; pero nos inclinamos más bien a creer que se trata de una representación de la Hagiografía, que recogió las visitas y milagros de los Santos. Desde luego, no es la Virgen María, pues no lleva halo ni corona. Por lo demás, las actas del martirio de San Ignacio de Antioquía no fueron escritas por ninguna mujer, sino, al parecer, por sus diáconos Filón y Agatopo, que no lo abandonaron.

        Las pinturas de la predela se conservan bastante bien. La del centro representa a San Ignacio en el Circo, entre nueve leones. El Santo está abrazado a uno de ellos y por detrás, es acometido por otro. A la izquierda de esta escena, un cartucho ostenta esta cita latina, tomada del libro “De viris illustribus” de San Jerónimo: “Cum beatus Ignatius rugientes audiret leones, ardore patiendi, ait: Frumentum Christi sum, dentibus bestiarum molar ut panis mundus inveniar” (Así que el bienaventurado Ignacio oyó rugir a los leones, con ansia de padecer, exclamó: Trigo de Cristo soy debo ser molido por los dientas de estas fieras, para poder serle ofrecido como pan puro).

        El cartucho de la derecha del Circo reproduce, a su vez, otras palabras del Santo, tomadas de una carta que dirigió a los fieles de Roma: “Ignis, cruz, bestia, confactio ossium, mebrorum divisio et otius corporis contritio et toa tormenta diaboli in me veniant, tanto ut Christof ruar” (Venga sobre mi el fuego, la cruz, las fieras, el quebrantamiento de mis huesos, la división de mis miembros, la destrucción de todo mi cuerpo y todos los tormentos del diablo, con tal de que goce de Jesucristo).

        En este altar hay todavía dos imágenes advenedizas: Santa Lucía y la Virgen del Pilar. La primera es una curiosa talla de la primera mitad del siglo XVI, repintada posteriormente, que lleva una diadema barroca de plata. Hasta 1965, tuvo un altar propio, situado en el testero del cuarto arco de la nave lateral del Norte. La segunda es una estatuita moderna de la imaginería catalana “Arte Cristiano” de Olot. Fue donada, hace más de medio siglo, por los esposos, D. Vicente G. Albericio y Dña. María Lahiguera.

       

        NOTAS HISTÓRICAS OSBRE LOS ALTARES DE SAN ILDEFONSO Y DE SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA

        Los dos son de estilo renacentista y datan del segundo decenio del siglo XVII. Un simple vistazo comparativo revela que son semejantes y ejecutados probablemente por las mismas manos. En los protocolos de Miguel de Urquizu y Uterga de 1612-13, encontramos dos documentos referentes a ellos. Anotemos que no se dice expresamente que sean los de San Ildefonso y San Ignacio de Antioquía, sino “los dos colaterales de la Capilla Mayor”; expresión bastante vaga, pues no aclara que se tratara de estos santos, pero apunta a las esquinas de los pilares de la entrada del Altar Mayor, a los que estuvieron adosados hasta 1964 los altares de San Bernardo y de San Benito y donde, con anterioridad, estuvieron, por lo visto, los de S. Ildefonso y S. Ignacio. En todo caso, la traza que acompaña al documento primero, no ofrece ninguna duda: es la de ellos, y fue hecha, así como los retablos, por Juan de Berganza, “maestro de arquitectura”, vecino de Tarazona, hacia el año 1611.

        En efecto, el “quitamiento” o recibo firmado en el Monasterio de Fitero por Berganza, el 16 de noviembre de 1611, hace constar que “averiguaron cuentas el P. Fr. Bernardo Pelegrín, presidente y fabriquero del Monasterio de Fitero y Juan de Berganza, “maestro de arquitectura” en pago de los retablos que ha hecho el dicho Berganza, por sí y con oficiales, para Nuestra Señora de la Barda y los colaterales de la Capilla Mayor, y otras obras hasta el día de hoy, y se averiguó que han trabajado 216 oficiales y medio, que, a 5 reales; montan 1.082 reales y medio. Se añade que Berganza había ya recibido 698 reales, quedándosele a deber 384, que le pagó Pelegrín de contado, comprometiéndose Berganza a cambiar a su costa las columnas de los retablos por pilastras, si así le gustase al futuro Abad[8]. Por lo visto, al nuevo Abad, Fr. Felipe de Tasis, le gustaron más las pilastras, pues con ellas aparecen hoy dichos retablos.

        Anejas a dicho documento, hay dos trazas de Berganza; una correspondiente al anterior retablo de la actual capilla del Cristo de la Columna, entonces de la Virgen de la Barda, y las de los retablos de San Ildefonso y San Ignacio, y en ambas figuran efectivamente columnas y no pilastras.

        Respecto a la pintura de estos dos últimos retablos, en una declaración, hecha el 8 de julio de 1612, por Fr. Bernardo Pelegrín ante el Alcalde de la Villa, Francisco de Inestrillas, consignaba que, hacía cinco meses, había concertado con Gil Ximénez, vecino de Tarazona, pintor, el pintar y dorar los dos retablos colaterales de la Capilla Mayor (tampoco se nombran los Santos destinatarios), en la cantidad de 600 reales. Gil había empezado su casa, sin acabarla, diciendo que volvería, lo que no hizo, a pesar de muchos requerimientos del Monasterio. Gil había dorado y pintado un traspilar, el banquillo y la cornisa de uno de los retablos, y casi todo el otro, menos el frontispicio y las dos pirámides. Entonces se nombraron dos tasadores, que fueron los pintores Juan de Lumbier y Pedro de fuentes, vecinos de Tudela, los cuales tasaron el trabajo de Gil en 40 ducados[9].

        Como se ve, esta escritura sólo se refiere a la pintura decorativa de los retablos, o sea, de sus estructuras, pero no a la figurativa de los lienzos ni de las predelas, la cual es sin duda posterior, sospechando nosotros que, si, en los documentos transcritos, no aparecen los nombres de San Ildefonso y de San Ignacio, es probablemente porque el Monasterio no había decidido todavía a qué santos los dedicaría. Ahora bien, ¿quién pintó los lienzos y las predelas? Lo ignoramos, pues no hemos encontrado los documentos correspondientes ni ninguna otra referencia acerca de estas pinturas.

 

CAPÍTULO III

EL ALTAR DE LA VIRGEN DE LA CANDELARIA

 

DESCRIPCIÓN

        Es el que se encuentra en el tercer tramo de la nave lateral izquierda. Se trata de una obra evidentemente barroca, pero de un barroco, hasta cierto punto, discreto, distinguiéndose por su elegancia y su finura. No hay más que compararlo con el de San José, que está en frente, en la nave lateral derecha. Su contraste salta a la vista. El cuerpo noble es rectangular y está flanqueado por dos columnas salomónicas de capiteles compuestos y de fustes adornados con hermosos racimos de uva y pequeñas hojas de pámpanos. Ambas van respaldadas por retropilastras, con dibujos geométricos sencillos. La hornacina tiene su fondo ricamente decorado con relieves florales policromados, distribuidos uniformemente en las cinco secciones en que aparecen divididos tanto el respaldo semicilíndrico, como el cuarto de esfera del remate de la misma. Sobre su arco y sus enjutas, se extiende una guirnalda en forma de dosel con tres cabecitas de ángeles en sus ángulos, mientras que, lateralmente, los exteriores de las jambas exhiben tres listeles verticales, con lindas cascadas de imbricaciones en los dos extremos.

        Sobre los ábacos de las columnas, se alza un pequeño entablamento, con arquitrabes y frisos incipientes, adornados estos últimos con una gran rosa; y una cornisa completa, finalmente moldurada y festonada con dos hileras de pequeñas ovas. El remate es un frontón triangular, de tímpano decorado con lazadas o nudos de cintas flotantes, de estilo rococó.

        La predela sólo tiene un retablo muy deteriorado que representa la Anunciación de Nuestra Señora; y los netos de los plintos adyacentes sólo exhiben unos dibujos geométricos.

        Finalmente el frontal de la mesa es una réplica del que tiene el altar de San Benito. En cuanto a la imagen que ocupa la hornacina, es una talla policromada de madera de 0,96 m. de alta. Está finamente labrada y representa a la Virgen apretando contra su regazo al Niño Jesús, el cual le acaricia graciosamente la cara con su manita derecha.

 

        NOTAS HISTÓRICAS

        Hasta 1965, este altar fue el de la Virgen del Rosario y se hallaba situado en el testero del arco izquierdo del 5º tramo de la nave central; pero, en dicho año, fue trasladado al lugar actual, sustituyendo la vieja imagen armazón de la Virgen del Rosario por una moderna policromada, de 1,30 m. de altura, adquirida por el cura ecónomo, D. Jesús Jiménez Torrecilla. La vieja imagen-armazón fue quemada y la moderna fue, a su vez, retirada del culto en 1974, guardándose en una dependencia de la iglesia. En su lugar, se colocó la actual imagen de la Virgen con el Niño, que ocupaba anteriormente el pequeño nicho de la derecha del altar del Cristo de la Columna.

        El altar de la Virgen del Rosario databa de la segunda mitad del siglo XVII. Hay que advertir que, al hacer el traslado del altar, se desmontó previamente el ático que tenía, retirando el cuadro de Santa Inés, que lo ocupaba, con sus aditamentos ornamentales, a excepción de su pequeño frontón terminal.

        La imagen es muy bella y es seguro que fue tallada por un buen artista cuyo nombre ignoramos. Es muy probable que se trate de la “imagen de Nuestra Señora, con ropaje a lo gitano”, donada por el abad, Fr. Plácido de Corral y Guzmán[10]. Debe datar de la segunda mitad del siglo XVI.

        El vecindario de Fitero llama a esta imagen la Virgen de la Candelaria, no sabemos con qué fundamento, pues ningún indicio denota que se trate, en efecto, de una representación de la Purificación de la Virgen María. El frontal de la mesa del altar es de estilo rococó.

 

CAPÍTULO IV

CAPILLA Y ALTAR DEL SANTO CRISTO DE LA CRUZ A CUESTAS

 

DESCRIPCIÓN

        Es la capilla de la nave lateral izquierda de la iglesia. Se conserva bastante bien, por no haber sufrido modificaciones estructurales de importancia. El altar carece actualmente de retablo, reduciéndose escuetamente a la sagrada Imagen, con su pedestal de piedra, y a la mesa sin frontal. El Santo Cristo de la Cruz a Cuestas -un Cristo caído- es una imagen-armazón de madera, de 1,10 m. de altura y 1,33 m. de base, con cabeza, manos y pies tallados, revestido de una túnica morada, sujeta con un ceñidor. Su rostro sombrío apenas asoma entre la peluca negra[11] que cubre su cabeza, pero es bastante expresivo, aunque la cinta que le sujeta la peluca y hace las veces de corona de espinas -una corona inverosímil- no contribuya precisamente a ello. Su cuerpo está recargado sobre la pierna izquierda y su gruesa cruz cuadrangular, negra y hueca, descansa asimismo sobre su hombro izquierdo. Su pedestal es un paralelepípedo rectángulo, revestido de piedra, de 1,40 m. de largo, 1,38 m. de ancho y 0,70 m. de ancho.

        En cuanto a la mesa, procede de uno de los altares retirados, en 1965, de los arcos de la nave central, y está sostenida por dos pesas cilíndricas del antiguo reloj de la torre de la iglesia, las cuales descansan sobre otra mesa de la misma procedencia que la primera. A su vez, la repisa de piedra del altar procede de la que tuvo hasta 1967 el presbiterio de la actual capilla de la Virgen de la Barda; y su pavimento de baldosas, de las arrancadas del suelo del deambulatorio, en la misma época.

       

NOTAS HISTÓRICAS

        Las únicas transformaciones arquitectónicas que ha sufrido esta capilla, aparte de las pavimentales, son el rebajamiento de su primitivo arco meridional y el tabicamiento sucesivo del mismo, a fines del siglo XVI y comienzos del XVII respectivamente. En 1972, el párroco D. Ramón Azcona y el diácono D. Felipe Ayala abrieron una ventana en este tabique; y, en 1973, lo demolieron completamente, de orden de los restauradores de la Institución Príncipe de Viana.

        No sabemos cual fue el destino primitivo de esta capilla ni las imágenes que ha albergado, desde la Edad Media. Dos lacónicas partidas de defunción de 1627 y 28 nos han revelado que, al menos, en la 1ª mitad del siglo XVII, se veneraba en ella a Nuestra Señora del Destierro o sea la Huida a Egipto de la Sagrada Familia. En efecto, la primera partida de defunción o, más bien, de entierro consigna que Cosme García fue enterrado, el 27 de agosto de 1627, en el primer arco, junto al Destierro[12].

        La segunda dice que Pedro de Bea, Alcalde de la Villa, lo fue el 2 de noviembre de 1628, junto a la Reja cerca del Altar del Destierro[13]. Como nos consta, que, a la sazón, se contaban los arcos, a partir del 2º tramo de la nave central, puesto que los del 1º estaban cegados, es claro que los primeros arcos de la derecha y de la izquierda eran los que tienen las viejas benditeras, al lado del testero. Ahora bien, sabemos documentalmente que la capilla actual del Santo Cristo de la Columna estaba entonces ocupada por la Virgen de la Barda y que, en el Bautisterio actual, estaba a la sazón instalada la capilla de Todos los Santos, la cual servía al mismo tiempo, de Bautisterio. Por tanto, Nuestra Señora del Destierro estaba en la actual capilla del Santo Cristo de la Cruz a Cuestas, cerrada por una reja, lo mismo que la de la Virgen de la Barda.

        Ahora bien, ¿cuánto tiempo estuvo allí? No lo sabemos, pero conjeturamos que, a lo sumo, hasta finales del siglo XVII o principios del XVIII, y apoyamos nuestra conjetura en el cuadro de la Virgen del Destierro que fue encajado en el ático del actual altar de San José, construido, por cuenta de los cofrades del Santo Patriarca, hacia esa época, y es claro que no tenía ningún sentido mantener en adelante dos altares, con la misma advocación.

        ¿Cuál fue el siguiente destino de la capilla actual del Cristo de la Cruz a Cuestas? Lo ignoramos. Todo lo que sabemos con certeza es que, al menos, desde una fecha indeterminada del siglo XIX -tal vez del mismo XVIII-, fue instalado en el bautisterio y allí estuvo hasta 1904.

        Antes de trasladar a la actual capilla al Santo Cristo de la Cruz a Cuestas, su piso estaba entarimado, y no precisamente desde 1904, como el resto del templo, sino desde mucho antes. Al fondo de ella, había un altar sencillo, presidido por el Cristo del Perdón y, en el centro, estaba colocada la Pila Bautismal. Una gran verja de madera cerraba entonces el recinto.

        El párroco D. Martín Corella cambió la disposición de esta capilla en 1904, al trasladar a ella al Santo Cristo de la Cruz a Cuestas, retirando el Cristo del Perdón. Con la Imagen se trasladó asimismo la hornacina de madera que ocupó en los dos altares anteriores y el dosel de terciopelo rojo carmesí, que le servía de respaldo. El párroco D. Antonino Fernández Mateo completó la reforma, retirando en 1918 la vieja verja de madera de la capilla y sustituyéndola por la de hierro que tiene en la actualidad y que es la que cerraba anteriormente la actual Capilla de las Virgen de la Barda, cuando era todavía la del Santo Cristo de la Guía. Por su parte, los cofrades del Santo Cristo de la Cruz a Cuestas levantaron detrás del altar una cámara de 4,80 m. de larga, 3 m. de alta y 1,30 de ancha, en la que guardaban los efectos de la Cofradía: faroles, muletas, candelabros y hasta las andas que empleaban en la procesión de la Semana Santa.

        Medio siglo más tarde, la capilla y el altar sufrieron nuevas modificaciones, pues, hacia 1967, siendo Cura Ecónomo D. Jesús Jiménez Torrecilla, se quitó el piso de madera, sustituyéndolo por el actual de baldosas y se reemplazó su anterior mesa de altar, hecha de mampostería, por la actual de piedra. Asimismo se demolió la cámara de los Cofrades, se retiró el dosel de terciopelo rojo, se puso la actual vidriera a la venta de la Capilla y se construyó el actual pedestal de piedra, sobre el que descansa la imagen.

        Esta imagen data de mediados del siglo XVII y fue costeada por los hermanos de la Cofradía de su advocación, fundada el 17 de julio de 1650, aunque sus Estatutos no se formalizaron propiamente hasta el 25 de marzo de 1658. No sabemos el lugar que ocupó primitivamente esta imagen. Sólo conocemos los tres últimos. Hasta 1897, su altar estuvo colocado en el muro occidental del brazo Norte del crucero; exactamente donde está ahora el lienzo de San Joaquín. Consistía en una hornacina de madera, empotrada ligeramente en dicho muro, la cual alojaba medio cuerpo de la imagen, encerrada en una vitrina.

        Dicho altar estaba cercado por un verjado rectangular de hierro, de 1,50 m. de altura, adornado con seis pilotes, rematados en sendas bolas de cristal iridiscente, y tenía una puerta de dos hojas. Este verjado databa de 1882, fue construido por M. Rodón de Zaragoza y pintado por Antonio Pérez, habiendo costado en total a la Cofradía 4.689 reales y 25 maravedís[14]. Al desplazar la imagen del crucero, el verjado fue retirado al local que posee todavía en el número 31 de la calle de Alfaro y, hacia comienzos de la séptima década del siglo actual, fue vendido como chatarra.

        En 1897, hallando los cofrades que el altar de su Santo Patrono estaba “demasiado sucio y prieto, porque entre la verja del altar de la Purísima y la de la Columna tienen nuestro Altar casi cercado”, pidieron al Regente D. Mariano Solana y al Obispo de Tarazona, D. Juan Soldevilla y Romero, que les cediesen “una capilla, que hoy está abandonada y cerrada junto a Nuestra Señora de la Barda, que se le llama Capilla de San Jerónimo[15] y habiendo obtenido el permiso correspondiente y ejecutado los trabajos previos de reparación, el Santo Cristo de la Cruz a Cuestas fue trasladado a su nueva Capilla, el 20 de marzo de 1898. Los gastos ascendieron a 791,76 pts. Pero no duró más que seis años en este lugar, pues, en 1904, el nuevo Párroco D. Martín Corella decidió entarimar toda la Iglesia y, con tal motivo, pidió a los cofrades que lo trasladasen a la “Capilla en que hoy está la pila del bautismo y trasladar la pila a la Capilla del Cristo”[16]. Tras algunas vacilaciones, accedieron a la petición y se hizo el nuevo traslado el siete de septiembre de 1904. Esta vez los gastos ascendieron a 917 pts.[17]

        La Cofradía fue, en los tiempos pasados, floreciente. Aun cuando los Estatutos de 1658 limitaron su número a 100 hermanos, en ese año, había ya 112; y en las listas nominales de 1946 figuraban 103 hermanos y 35 hermanas. En las procesiones de Semana Santa, que entonces se celebraban el Jueves Santo, formaba un cortejo imponente de entunicados, con sendos cirios encendidos, a cuya cabeza iba el alcalde de la cofradía, enarbolando el estandarte viejo, llamado familiarmente el “Trapo”, seguido de cuatro secciones, a cuyo frente iban los Mayordomos, portando los estandartes del Cirineo, la Caída de Jesús en el camino del Calvario, la Verónica y el Encuentro con la Virgen María. Seguían 14 faroles, en representación de las catorce Estaciones del Calvario, y, por fin, la sagrada imagen, iluminada con faroles grandes y los cirios de cara y espalda.

        ;La devoción no excluía el negocio y, el Domingo de Ramos, la Cofradía arrendaba los cirios, los faroles, las túnicas y el tambor que precedía a toda la Cofradía, en las procesiones. En 1881, estos arriendos le produjeron 400 reales y 35 maravedís.

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[1] Ob. cit., p. 162. Madrid, Editorial Católica, 1968, 2ª edición.

[2] Ob. cit, p. 209.

[3] Ob. cit., p. 211.

(4) Protocolo de Miguel de Urquizu de 1591, f. 80-82. Donación de Villalba del 2 de febrero de 1591.

[5] Libro III de Casados y I de Difuntos de la Parroquia de Fitero, f. 274. A.P.F.

[6] Ibidem, f. 280. A.P.F.

[7] Juan Croiset, Año Cristiano, t. I, pp. 179-81. Edición citada.

[8] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1611, f. 33, con dos trazas anexas. A.P.T.

[9] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1612, f. 41. A.P.T.

[10] Protocolo de Francisco de Urquizu y Navascués de 1639, 1 de mayo. A.P.T.

[11] Esta peluca costó a la Cofradía 80 reales, en 1882. Lib. De la Cofradía. Balance de 1882-83.

[12] Lib. 3º de Casados y 1º de Difuntos, f. 275. A.P.F.

[13] Lib. 3º de Casados y 1º de Difuntos, f. 275. A.P.F.

[14] Libro de la Cofradía del Sto. Cristo de la Cruz a Cuestas. Balance de 1882-83. A.P.F.

[15] Id. Acta de la Junta de la Cofradía del 20-XI-1897, presidida por Pío Gómez.

(16) Id. Acta del 10-VIII-1904.

[16] Id. Acta del 10-X-1904.

[17] Id. Balance de 1881-1982.



CUARTA PARTE

EFECTOS LITÚRGICOS

 

CAPÍTULO I

VIEJAS IMÁGENES RETIRADAS DEL CULTO

        Se conservan en la iglesia y en la casa parroquial algunas tallas, cuadros y lienzos, anteriores a la supresión del Monasterio, que figuraron, en otro tiempo, en algún altar y que vale la pena reseñar, porque formarán seguramente parte del futuro Museo Parroquial de Fitero. Empecemos por las tallas.

SAN BLAS. – Es una talla en madera policromada, de medio cuerpo. Mide 0,89 m. de altura y unos 0,50 m. de anchura en la espalda. Está tocada con una lujosa mitra, lleva alba y una capa bordada y abrochada sobre el pecho, con una piedra preciosa. Tiene la mano derecha enguantada y alzada, en actitud de bendecir, y con la mano izquierda, sostiene una banderita. Es de estilo romanista. Sobre su vientre, campea un óvalo de cristal por el que antaño se asomaba una reliquia del Santo, la cual se sacaba y se introducía en el interior del cuerpo, por una puertecilla con llave que tiene en la espalda. La reliquia se conserva todavía, en un relicario especial.

        Ignoramos quién esculpió esta bella talla, la cual se remonta al primer cuarto del siglo XVII, pues el Papa Urbano VIII concedió a San Blas altar privilegiado en la iglesia de Fitero, durante siete años, por bula del 5 de septiembre de 1633[1]. Fue el patrón de los tundidores, c   uya cofradía es mencionada en el “Libro de actas de Visitas de las Cofradías” de la Parroquia[2]. Se le venera como abogado contra los males de garganta, por haber curado a un niño que agonizaba, al habérsele atravesado una espina en aquélla[3]. De aquí la vieja costumbre fiterana de la bendición de los roscones samblaseros, en la Parroquia, el día 3 de febrero, y de que los niños lleven a tal objeto uno de baño o de trenza, colgado al cuello, con una cinta blanca.

SAN BERNARDO. – Es una hermosa talla en madera, policromada, de 1,17 m. de altura, que no desdice de la renacentista que se venera en el templo. Representa al Santo de pie, vestido con un hábito cisterciense de finos bordados. Su cara es ascética, con pequeñas arrugas, labios finos, ojos pardos de cristal y barba corta de collar. Ostenta sobre el pecho una pequeña cruz, que cuelga de una cinta, atada al cuello de su hábito En la mano izquierda, lleva un libro abierto; y en la derecha, debió llevar un báculo que desapareció, al romperse los cuatro dedos de la mano que lo sostenían. Es de la primera mitad del siglo XVII.

SANTA TERESA DE JESÚS. – Es la primitiva imagen de la Santa que tuvo la iglesia. Se trata de una talla de madera, policromada, de 1,15 m. de altura, sin la corona. Su factura es romanista y data de fines del siglo XVII. Su hábito, manto y toca son lujosos, con demasiados bordados dorados, sobre todo, en la amplia cenefa de su manto. Tiene cara fina y ojos saltones, con la mirada perdida en el infinito. En la mano izquierda, lleva un libro abierto, con caracteres manuscritos, y en la derecha, una pluma.

SAN SEBASTIÁN. -Es una talla de madera de 0,54 m. de altura. Manierista, pero muy linda. Data de mediados del siglo XVI. El mártir aparece desnudo, con sólo el paño de pureza. Tiene una lograda expresión de dolor en su bello rostro juvenil, rematado por una abundante cabellera castaña, que le cae sobre el hombro derecho. Su anatomía está bien representada, formando con sus brazos una línea oblicua muy estética. Descansa su cuerpo sobre el lado derecho, con la pierna correspondiente muy rígida, mientras que la izquierda aparece semi-doblada y apoyada sobre un roquedo. Se notan en su cuerpo los agujeritos de las flechas, ya desmochadas, que horadábanlo primitivamente. Se apoya sobre una columna lisa.

EL NIÑO DE LA BOLA. - Es una agraciada talla de madera de 0,76 m. de altura. Se trata de un Niño Jesús completamente desnudo, de ojos azules, espeso cabello rubio muy rizado, cara linda y cuerpo bien proporcionado. Apoya su pie derecho sobre una esfera terrestre, tiene los brazos abiertos, y la mano derecha, en actitut de sostener algún objeto, que ahora le falta, y que debió ser alguna cruz o alguna banderita. Es muy probable que sea el “Niño Jesús de bulto”, que, según el Tumbo[4], costó 320 reales y fue donado por el abad Hernando de Andrade, en cuyo caso es de comienzos del siglo XVII. Lo hizo restaurar el párroco D. Ramón Azcona en 1977.

SAN RAIMUNDO. – Es una talla de madera de 0,82 m. de altura y sólo de medio cuerpo. Su factura es parecida a la de San Blas, con una abertura elíptica debajo del pecho, para guardar una reliquia, que ya no alberga en la actualidad. Ostenta en el pecho una cruz roja de Calatrava y con la mano derecha, debió empuñar un banderín de la Orden Militar que fundó. En la mano izquierda, lleva un libro cerrado. Por supuesto, ostenta el hábito del Císter, pero dorado, en vez de blanco. Es una talla romanista y data de comienzos del siglo XVII.

SAN FRANCISCO DE ASÍS. – Se trata de una talla en madera de 0,85 m. de alta y de cuerpo entero. Viste el hábito franciscano, con dibujos bordados. Está semi-arrodillado y en actitud extática, con los brazos y manos abiertos, y los ojos semi-cerrados, mirando fijamente hacia el cielo. Es una excelente obra de finales del siglo XVI.

DOS ÁNGELES BARROCOS. – Son unas tallas gemelas de madera de 0,90 m. de altura. Sus rostros juveniles alargados están enmarcados por sendas cabelleras onduladas, de color castaño oscuro. Llevan túnicas doradas, un brazo se extiende ligeramente hacia arriba y el otro se dobla ligeramente hacia abajo. Datan de la primera mitad del siglo XVII.

EL CRISTO DEL PERDÓN. – Es una bella talla romanista de fines del siglo XVI. Su corona es plana y sus dimensiones son 80x78 cm. Antiguamente se solía sacar en las Letanías de las Rogativas, así como en las procesiones de la Semana Santa. En estas últimas ocasiones, se adornaban sus andas con romero y tomillo, por lo que el vulgo lo llamaba el “Cristo del Monte”. Presidió muchos años el Bautisterio, tanto el de ahora como el anterior, figurando en la actualidad en la Sala de los Catequistas.

 

CUADROS Y LIENZOS

SANTA INÉS. – Se trata de un lienzo rectangular de 1 m. de alto y 0,77 m. de ancho. En su centro, aparece la Santa, vestida con una túnica blanca, de descote semicircular y atada con un ceñidor. La joven es bella, robusta y de largo cabello castaño oscuro, rizado. Está arrodillada, con los brazos abiertos y mirando al cielo. En la parte superior de la tela, se amontonan grandes cumulus, sobre los que asoman dos ángeles de cuerpo entero, que bajan planeando del empíreo, portando uno de ellos una corona, y el otro, un manto. Lateralmente se ven dos escenas, alusivas a la vida de la Santa. A la derecha del espectador, un palacio; y debajo, una gran hoguera de llamas centrífugas; y a la izquierda, un sayón degollando a la Santa, con una larga espada.

        El palacio representa el del Gobernador pagano de Roa, Sinfronio, cuyo hijo Procopio se había enamorado de Inés; y la hoguera de llamas centrífugas, el suplicio al que quiso sometérsela, por haber rechazado a Procopio, declarándose cristiana. Pero estos datos y otros más fantásticos de los hagiógrafos han sido rectificados modernamente por Franchi de Cavalieri, en su obra “Santa Agnese nella tradizione a nella legenda” (1899).

        ¿De cuándo data el curioso cuadro de Sta. Inés? No lo sabemos a ciencia cierta. A raíz del reparto del espolio del abad Fr. Ignacio Fermín de Ibero, fueron llevados del Palacio abacial a la iglesia, según el testigo ocular, Fr. Lope de Ezpeleta, varios cuadros, entre los que figuraba uno de Sta. Inés[5]. Creemos que es el mismo que figuró entre los 26 que donó el abad Corral en 1639, basando nuestra creencia en el hecho de que, entre éstos, se contaba asimismo el de la Virgen con el Niño dormido, que ya había donado también su antecesor, el abad Fr. Hernando de Andrade. ¿Se identifican dichos cuadros con el actual? Es seguro. En tal caso, data del siglo XII, en su primer decenio, cuando menos. Hasta 1965, este cuadro ocupó el ático del altar de la Virgen del Rosario, instalado entonces en el testero del arco izquierdo del 5º tramo de la nave central. ¿Desde cuándo? En una partida de defunción y entierro del siglo XVII: la de Mari Gómez, viuda del Lic. Ribas, fechada el 10 de noviembre de 1631, se dice que fue enterrada “en el 4º arco, junto a Sta. Inés” (6). Es decir, que, en esa época, se daba culto a Sta. Inés, en el mismo sitio que ocupó luego la Virgen del Rosario, cuya Cofradía, fundada por el Gremio de los Sastres que la tomaron como Patrona, data del 20 de abril de 1692[7]. Así, pues, es casi seguro que el cuadro de Sta. Inés pasó al ático del altar de la Virgen del Rosario, al erigirse este último, ya en el último cuarto del siglo XVII.

SANTA MARÍA MAGDALENA.- Es un lienzo de 1,08 m. de largo y 0,77 m. de ancho. La Santa aparece sentada en un sillón desvencijado y representa a una mujer joven y hermosa, de nariz respingada. Su frente es amplia; sus labios, carnosos, y tiene una espléndida cabellera rubia. Apoya su mano izquierda sobre una calavera, a cuyo lado se ve una pequeña disciplina, y abajo, un pomo de perfumes. Sostiene sobre sus rodillas un libro abierto, y con la mano derecha, una pluma,  en actitud de escribir de vez en cuando. Tres ángeles que bajan del cielo, le ofrecen sendos ramilletes; y como horizonte local, se distingue al fondo un trozo de mar, un puerto y unas murallas. sin duda, representan el puerto y la ciudad de Marsella, en cuyas cercanías pasó María Magdalena sus últimos años, en un desierto, según una tradición muy poco segura. Alrededor del cuadro se lee esta inscripción: FVLCITE ME FLORIBUS - STIPATE ME MALIS - QVIA AMORE LANGUEO (Rodeazme de flores y hartazme de frutas, porque languidezco de amor.)

No sabemos con certeza la procedencia de este cuadro, que bien podría ser el que, con el nombre de María Magdalena, aparece, como el de Santa Inés, en la colección donada por el abad, Fr. Plácido de Corral y Guzmán, en 1629. Su destino fue parecido al de Santa Inés, pues pasó a formar el ático del altar de la Dolorosa, en el que estuvo hasta 1973.

DIPTICO DE LA VIRGEN Y JESUCRISTO

Aunque sólo fue objeto de devoción privada, vale la pena de reseñarlo, por tratarse de una buena obra de arte del siglo XVI. Se trata de dos cuadritos de 19x11 cm. cada uno, con marcos de madera y pintados sobre cobre, los cuales representan a Jesucristo y a la Virgen María, de medio cuerpo. Ambas figuras tienen rostros bellos y serenos, en los que resaltan sus ojos pardos. Visten túnicas rojizas, de cenefas bordadas en oro, y la Virgen lleva además un manto que le cubre parte de la cabeza, destacando sobre él una cruz patada de oro. Las dos pinturas se conservan en relativo buen estado. Este díptico perteneció al abad Fr. Ignacio de Ibero, fallecido el 1 de noviembre de 1612, y al hacer entre los monjes el reparto de su espolio, pasó al poder de Fr. Lucas Guerrero (8)

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[1] A. H. N. Sección Clero. Bernardos. Fitero, Carpeta 1.402, nº 15.

[2] Lib. Cit., f. 62, año 1725. A. P. F.

[3] Juan Croiset, «Año Cristiano”, t. I, pp. 191-192. Edic. cit.

[4] Cap. XV, f. 731 v. A.H.N.

[5] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1614, f. 558. A.P.T.

(6) Libro III de Casados y I de Difuntos de las Parroquia, f. 280. A. P. F.

[7] Protocolo de Miguel de Aroche y Beaumont de 1692, nº 166, ff. 257-61.

[8] Inventario de lo que tocó a cada monje del espolio de Ibero. Protocolo de Miguel de Urquizu de 1614, f. 554

 

CAPÍTULO II

VIEJOS OBJETOS LITÚRGICOS

        Al hablar de las cajoneras de la sacristía, consignamos ya que, al tiempo de la exclaustración definitiva de los monjes, contenían 693 prendas blancas y 163 correspondientes a 19 juegos de ternos de los cinco colores litúrgicos. Pues bien, a ellos hay que agregar los demás efectos enumerados en la Clase V del Inventario, los cuales ascienden a unos 200. Es decir, que el total ascendía, en aquella fecha, a más de un millar. Y téngase en cuenta que, como anteriormente había habido ya dos exclaustraciones y en las tres tuvieron los religiosos tiempo suficiente para retirar los efectos que les pluguieron, su número, a principios del siglo XIX era seguramente mayor. ¿Qué fue de ellos? Una gran parte desaparecieron. Así, pues, nos vamos a ocupar de los más interesantes de los que quedan.

ROPAS

        Se conservan todavía bastantes ornamentos de la época abacial, pero una buena parte de escaso valor. Los más artísticos y valiosos se reducen a un terno pontificial blanco completo y a restos de uno verde y de otro rojo.

        El terno pontificial blanco es del siglo XVII y consta de una casulla, dos dalmáticas, con sus hombreras, una mitra y una estola, completadas con una capa magna y un paño de ambón. Es muy posible que se trate de un terno que hizo traer de Córdoba el abad Corral y Guzmán, hacia la segunda mitad del siglo XVII. Por supuesto, no faltan la bolsa de corporales, zapatillas, guantes, etc. La casulla tiene bandas laterales con decoración vegetal típica de aquella época sobre fondo de seda blanca. La banda central delantera ostenta, además de esa decoración, dos medallones o tondos, los cuales representan sucesivamente la Presentación del Niño en el Templo, y una Cruz de Calatrava verde. A su vez, la banda central trasera tiene tres, que representan la Huida a Egipto, la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel y una Cruz de Calatrava en marrón. Todos los tondos tienen en los ángulos que forman con los ribetes de la banda, sendos cuernos de la abundancia; y los espacios que quedan libres entre los medallones, exhiben en el centro corotas cruciformes de fondo morado y ribetes de oro.

        Las dos dalmáticas son blancas y bordadas en oro, ostentando en los bajos unos grandes rectángulos con escenas y decoración vegetal policromada. En sus cuatro ángulos, se ven sendos cuernos de la abundancia; en el centro, un medallón; y en los espacios intermedios de la derecha y de la izquierda, sendas corolas cruciformes, como las de la casulla. Los medallones delanteros representan respectivamente, en la primera y segunda dalmática, la Adoración de los Reyes Magos y la Anunciación; y en los traseros, la Adoración de los Pastores y el Abrazo ante la Puerta Dorada. Las partes altas de las dos dalmáticas tienen en ambos lados, una decoración vegetal, a base de figuras casi elípticas, que se abren por arriba y por abajo, hacia los extremos del eje menor.

        Las hombreras de ambas dalmáticas están bordadas análogamente y exhiben en el centro una estrella verde de seis puntas; en los extremos, rosetas; y en los espacios intermedios, las consabidas corolas cruciformes.

        La mitra y la estola también están bordadas en oro, pero se encuentran en un estado deplorable. La mitra tiene 37 cm. de altura y exhibe en ambas caras sendas cruces rojas de Calatrava, entre una floración barroca convencional. Le faltan las ínfulas. La estola ostenta en sus extremidades sendas cruces fuseladas.

        Se conserva otra mitra magnífica, en muy buen estado y muy posterior, pues debió ser la última que lucieron los abades de Fitero y que lucía, en las procesiones, la imagen-armazón de S. Raimundo.

        La capa magna ostenta una decoración vegetal, igual que las demás piezas del terno. Es amplísima, pues sus bajos tienen un vuelo de 4,40 m. de longitud. Su sobrecapa exhibe un tondo ovalado en el que aparece sentada la Virgen, teniendo al Niño sobre ella, en el lado izquierdo. Está vestida de rojo y azul, dentro de un paisaje, flanqueado por dos árboles.

        Se conserva otra capa magna, también blanca, en perfecto estado, evidentemente muy posterior. Es de tisú bordado con hilo dorado y exhibe una espléndida decoración vegetal en la que destacan hermosos ramilletes de rosas, como el que ocupa el centro de su sobrecapa. El vuelo de sus bajos es de 4,50 m.

        Por lo que hace al paño de ambón, se conserva en muy buen estado. Su parte central tiene decoración vegetal bordada en oro, a base de las figuras semielípticas, anotadas en las dalmáticas. Los extremos del paño están ocupados por dos rectángulos con decoración vegetal en colores, en cuyos centros hay un medallón: en uno, el Rey David tocando el arpa; y en el otro, el Rey Salomón, con corona oriental y filacterias.

        Del terno pontifical verde sólo se conserva una magnífica capa magna, ya algo estropeada. Tiene florones dorados, gran banda sobre fondo rojo y sobrecapa roja. Las partes rojas son del siglo XVII y pertenecieron sin duda al Terno de los Mártires, bordado en Valladolid, hacia 1591, por mandato de Fr. Marcos de Villalba, mientras que la parte verde fue añadida posteriormente. Sus bajos tienen un vuelo de 4,50 m. La sobrecapa exhibe un fondo, circundado de grotescos y de cabezas de animales quiméricos, en colores amarillentos; y en su interior, una Virgen sedente con vestido de rosa, manto azul y corona flotante, sosteniendo al Niño que bendice con la mano derecha. La banda exhibe sobre fondo rojo dos series verticales de tres medallones con mártires, asimismo entre grutescos y cabezas de monstruos fantásticos. En la derecha figuran, de arriba abajo, Santa Bárbara, con un castillo, muy maltrecha; un escudo, también estropeado, con una M de María en medio y sobre ella una corona flotante; y por fin, una mártir con una bandeja, que lo mismo puede ser Santa Lucía como Santa Agueda. En la izquierda, el primer medallón es indescifrable; el segundo es un escudo rebordeado, con un cáliz; y en el tercero, se ve a un Santo inidentificable, con dalmática, una palma y un libro, sobre un paisaje.

        El terno pontifical rojo fue sin duda tan vistoso como el blanco, pero sólo queda de él una casulla de terciopelo rojo, que tiene una banda central roja, con bordados y medallones platerescos del siglo XVI, mientras que las bandas laterales le fueron añadidas en el XVIII. La banda central debió pertenecer al desaparecido terno de los Mártires, adquirido por Villalba. Por delante, ostenta, entre jarrones y grutescos verdosos y amarillentos, dos tondos, los cuales encierran sobre un paisaje las imágenes de San Andrés, con su cruz aspada, y de Sta. Lucía con su plato. Por detrás, tiene tres medallones, entre grutescos y animales quiméricos, representando, a su vez, sobre paisaje, a San Pedro, con una gran llave y corona dorada; a San Pablo con una espada; y a Sta. Catalina, con la rueda y una palma de mártir. La Santa lleva un vestido verde y un manto dorado.

CRUCIFIJOS DE MESA DE ALTAR

        Se conservan tres de finales del siglo XVI o comienzos del XVII, pues figuran en el espolio del abad Fr. Ignacio Fermín de Ibero: uno de madera “que Ibero había tomado del coro”; y dos de bronce sobredorado: “uno en paso vivo y el otro, muerto, y entrambos en cruces de ébano: la una con perfiles de marfil, y la otra sin ellos”[1]. Las dos cruces llevaron primitivamente en la cabeza la histórica inscripción de Pilatos, en hebreo, en griego y en latín; pero sólo la conserva el Cristo muerto.

CANDELEROS

        El Inventario de 1835 anotó la existencia de 62 candeleros: 54 de bronce, 6 de lata y dos ciriales de los monaguillos. Ahora bien, sabemos que, cuando menos, desde el siglo XVI, la iglesia poseía varios candeleros de plata, puesto que el abad Álvarez de Solís regaló ya algunos[2]. ¿Qué fue de ellos? Desparecieron y sólo queda una cantidad mermada de los corrientes. Entre éstos sólo merecen mencionarse uno de hierro del siglo XVI, cuatro grandes barrocos, tallados en madera, naturalmente posteriores; y el gran Candelero del Cirio Pascual. También éste es barroco y data de mediados del siglo XVII. Tiene una altura de 2,30 m. Su fuste es con éntasis y comprende dos secciones principales, separadas por un grueso anillo, a la altura del tercio inferior. La sección más alta es bipartida y está adornada con amplias estrías verticales, mientras que la baja es entorchada. Se yergue sobre una plataforma prismática de 75 cm. de lado, la cual resulta ligeramente octogonal, por los falsos pies estriados, de puro adorno y de 13 cm. de anchura, que cortan los cuatro ángulos de las esquinas. Las caras laterales de esta plataforma ostentan rectángulos en relieve.

CANTORALES

        Se conservan 13: 5 grandes, 5 medianos y 3 pequeños, y todos de canto llano o gregoriano. Los grandes son todos de pergamino, con tapas de madera, forradas de piel, muy deterioradas. Son de los siglos XVII y XVIII.

        De los cinco cantorales medianos, dos también están muy deteriorados y los otros tres se conservan en relativo buen estado. Miden 40x27x10 cm. y tienen tapas de madera, forradas de cuero. Sus letras son negras, salvo las mayúsculas iniciales que son rojas. Son también de los siglos XVII y XVIII.

        En cuanto a los cantorales pequeños, hay dos de Semana Santa: uno de 36x24x4 cm., en pergamino y en buen estado; y otro, impreso en rojo y negro, con magníficas viñetas. Sus medidas son 32x23x4, y está encuadernado, en pergamino. A los dos les falta el pie de imprenta, pero son del siglo XVIII. El tercer cantoral pequeño es uno para “Procesiones de tempore”, todo en caracteres negros y encuadernado en pergamino. Está incompleto y deteriorado. Tampoco tiene pie de imprenta y sus dimensiones son 19x13 cm. 

MISALES

        Se conservan cuatro antiguos: dos romanos y dos cistercienses. El más viejo “Missale Romanum” está impreso en rojo y negro por la Tipografía de Pedro Marín, Madrid, 1778, y encuadernado en cartoné, con forro de piel. Sus medidas son 31x22x10 cm. Tiene varias adiciones posteriores y, entre ellas, el Oficio de San Raimundo de Fitero, impreso en Madrid, en 1825 por “Typis Regiae Societatis”. Solo tiene ocho páginas de 13,5x9 cm.

        El segundo Misal Romano fue impreso en Roma, en 1794, por los hermanos Joaquín y Miguel Puccinelli y se encuentra en muy buen estado. Mide 40x11x6 cm. y está encuadernado asimismo en cartoné, con forro de cuero.

        Los dos misales cistercienses se hallan en peor estado. Sus medidas son 33x23x6 cm. Son del siglo XVIII y entre sus adiciones posteriores, figuran sendas Misas de los Santos Españoles, editadas en Pamplona: una en 1811, en la imprenta de la Viuda de José De Rada, y otra, en 1825, en la de Francisco Eraso y Rada.

        Hay que agregar a los Misales dos libros de misa interesantísimos del siglo XVI. Se titulan “Evangelia Missalis Romani” y “Epistolae Missalis Romani”. Sus dimensiones son 33x24 cm. El primero tiene 208 páginas (incompleto) y el segundo, 254. Ambos tienen al final un “Modus cantandi Evangelium” y un “Modus cantandi Epistolam”, con notaciones gregorianas. Ambos están encuadernados en pergamino e impresos en caracteres rojos y negros por la Tipografía de Thomas Junta, Madrid, 1595. Los dos están bien conservados.

UN BREVIARIO Y UN MARTIROLOGIO

        El primero es un “Breviarium Romanum”, conforme al rito de la Orden de Predicadores, impreso en Roma en 1759 por los tipógrafos vaticanos, Joaquín y José Salvioni, en caracteres rojos y negros. Se conserva entero, aunque muy mugroso. Mide 18x10x8 cm. y está encuadernado en cartoné, con forro de piel.

        El segundo es un “Martyrologium Romanum”, segundo de una “Nova Topographia in Martyrologium Romanum” por Fr. Felipe Ferrari. Está impreso en Venecia, en 1609 en la tipografía de Bernardo Junta y Juan Bautista Clotto. Sus dimensiones son 22x17x7 cm. Está encuadernado en pergamino.  

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[1] Invent6ario de lo que tocó a cada monje del espolio de Ibero. Protocolo de Miguel de Urquizu de 1614, f. 554.

[2] Tumbo, c. XV, f. 728 v.


CAPÍTULO III

EBORARIA Y ORFEBRERÍA

En los siglos pasados, hubo un pequeño recinto con puerta, llamado el Relicario, que estaba situado al final de la escalera de caracol de la torre y destinado, como lo indica su nombre, a guardar las reliquias y otros objetos preciosos del Monasterio. Como éste era, a la sazón, uno de los más ricos del Císter en España, es de presumir que tenía su Relicario bien surtido, y así lo demuestran los exiguos restos que quedan de él y que vamos a enumerar y describir a continuación.

 

ARQUETA DE MARFIL HISPANO-ARÁBIGA

        Mide 128X89X83 mm. Y es un estuche rectangular de cubierta plana para guardar joyas y perfumes. Está formado por dos bloques de marfil y decorado íntegramente con ataurique. En su tapa lleva una inscripción, en caracteres cúficos, es decir, arábigos antiguos, que, según la traducción de Ferrándiz, dice así: “En el nombre de Alá. La bendición de Alá, prosperidad, felicidad y alegría para la queridísima Walada. Lo que ha sido hecho en Medina Azahara, el año cinco y cincuenta y trescientos. Obra de Halaf.” Evidentemente Halaf fue el orfebre que la hizo y el año 355 es el de la hégira o era mahometana, correspondiente al 966 de la era cristiana. A la sazón, reinabayen Córdoba el califa al-Haken II, casado con una princesa navarra: Sobella (Aurora) y Medina Azahara era el Versalles medieval de su Corte.

        La arqueta tiene una decoración vegetal de labor profunda: ramas, hojas, corolas tetrapétalas y piñas. Torres Balbás hizo ya resaltar estas últimas, así como el próximo parentesco de esta obra con otra arqueta análoga del Instituto de Valencia de Don Juan, hecha también por Halaf, en Medina Azahara, en 966[1].

        Señalemos que Manuel Gómez Moreno dio a la inscripción citada una traducción un poco diferente, pues, según ella, en vez de “para la querida Walada”, dice “por su más querido hijo”. Este hijo habría sido un vástago de Al-Haken II, llamado Abderramán, que murió siendo niño.

 

ARQUETA DE MARFIL ALMOHADE

        Es una pieza rectangular, de cubierta plana y armazón de madera. Sus dimensiones son 33X18X12 cm. Está chapeada de marfil y sus herrajes, que son de cobre, constan de dobles bisagras incompletas, aldabón, cerradura plana y abrazaderas lanceoladas en los ángulos. Su superficie está decorada con medallones en los que aparecen inscritos halconeros a caballo, portando halcones en las manos, pavos reales afrontados y músicos o danzantes. En los espacios libres, se distinguen árboles, rosáceas, pequeñas aves con flores en el pico y otras con larga cola horizontal. En todo caso, su dibujo es, a menudo, bastante borroso. En el frente de la tapa, hay una inscripción árabe que dice así: “Felicidad, gloria, buena acogida y bendición (que) no cese”. Probablemente data de finales del siglo XI.

 

RESTOS DE OTRA ARQUETA ALMOHADE DE MARFIL

        Sólo se conservan dos chapas de 18x6 cm. que formaron el frente anterior y posterior de otra arqueta similar y contemporánea de la que acabamos de describir. Su decoración es mucho más clara y se distribuye asimismo en círculos que encierran las figuras de dos halconeros a caballo y en marcha, en el frente principal; y halconeros sobre ciervos y un leopardo sore una liebre, en los medallones del frente posterior. No se conserva ningún elemento de su montura metálica.

 

EL CRISTO DE MARFIL DE EGÜES II

Data de la segunda mitad del siglo XVI y fue hallado en la sepultura del abad Fr. Martín de Egüés y de Gante. Se trata de un Cristo muerto, de finísima factura renacentista. La imagen sola tiene 20 cm. de altura; y con la cruz y el pedestal, 64 cm. Su anatomía, sobre todo, la del pecho, está bien detallada. Evidentemente su bello rostro y su cabellera y barba bien rizadas y peinadas corresponden a un Cristo idealizado. El nudo del perizonium forma un moñito erguido delicioso. Su cruz de ébano lleva en los extremos de la cabecera y de los brazos, guarniciones metálicas doradas, con decoración floral y angelical.



ARQUETA EUCARÍSTICA

Esta arqueta es de cobre, dorado al fuego y esmaltado. Su altura total es de 20 cm. Tiene una planta cuadrada de 10 cm. De lado, pero las láminas de sus caras sólo tienen 8,5 cm. De lado, pues están encuadradas por listones cilíndricos entorchados, clavados en sus esquinas. La arqueta tiene, en sus cuatro ángulos, unas patas de 2 cm. De altura, cubiertas de un adorno reticulado y reforzadas por los listones antedichos. Su cubierta es piramidal; y su remate, una pequeña esfera, coronada por una cruz flordelisada, la cual fue lamentablemente afeada y desfigurada por un desdichado arreglo moderno para fijarla. Toda ella está decorada con esmaltes, destacando, sobre su fondo laspislázuli, rosetas de vivos colores y el dorado de diversas figuras dibujadas a buril. La ornamentación de sus caras es algo desigual. En la anterior o principal, tiene un Cristo clavado con cuatro clavos. Es un Crucificado de bastante relieve en comparación con la Virgen y San Juan que lo acompañan y, sobre todo, con los dos ángeles que se asoman sobre los brazos de la cruz, pues estas cuatro últimas figuras son de cuerpos planos y sólo tienen relieve en sus cabezas. Los intersticios del fondo ostentan cuatro círculos dorados cada uno, con floroncillos esmaltados de diversos colores. En los costados derecho e izquierdo, se ven unos círculos de fondo azulado que cobijan a un ángel con las alas desplegadas; y en la parte posterior, hay otro ángel semejante, con varias rosetas de diferentes dimensiones, en los espacios que deja libres. La cubierta piramidal ofrece análogas representaciones en las caras laterales y en la posterior; pero en la frontal, tiene una figura enigmática vestida, con el brazo derecho sobre el pecho, destacando en su cara los ojillos, hechos con esferillas de esmalte azul oscuro. Madrazo escribió que “parece ser un santo mártir”[2]; y Biurrun que es “una figura indefinida”[3]. Para Jimeno Jurío, es “un Cristo arcaizante”[4] y para Concepción García Gainza, una “media figura del Padre Eterno”. Desde luego, la cruz que lo respalda parece abonar la interpretación del Sr. Jimeno Jurío; pero la pose, la situación y la actitud de bendecir de la figura corresponden más bien al Padre Eterno[5]. Por otra parte, nos parece improbable que al orfebre se le ocurriese la idea peregrina de colocar por encima del Cristo Crucificado otro Cristo vestido y reposado.

        En fin, la arqueta ostenta, en su parte posterior, una puertecilla, provista de cerradura, que parece abonar la idea del Sr. Íñiguez de que el destino primitivo de esta arqueta fue la de un sagrario colgado. Sin embargo, Madrazo y Goñi Gaztambide la llaman “relicario de San Blas” y es porque, durante muchos años, por lo menos, del siglo pasado y del presente, guardó efectivamente la reliquia de este Santo; pero el actual relicario de San Blas no tiene que ver nada con esta arqueta.

        Añadamos finalmente en cuanto a su antigüedad, que Madrazo la remonta al siglo XI, juzgándola tan antigua como el retablo de San Miguel in Excelsis; pero Biurrun estima que debe fecharse hacia 1200.


ARQUETAS MEDIEVALES DE MADERA

        Se conservan dos. La más antigua es un cofre románico del siglo XII, aunque su decoración es ya, tal vez, del XIII. Está hecho de dos piezas y recubierto de lienzo estucado y pintado, siendo sus tonos predominantes el rojo y el amarillo. Sus medidas son 29,5x14x14,5 cm. Su tapa imita la de un baúl y en ella aparece dibujado el Tetramorfos (los símbolos de los cuatro Evangelistas). En la cara anterior, hay dos ángeles nimbados, y en las demás, rosetas, estrellas y anillos concéntricos. Los ángeles parecen portar antorchas, pero apagadas, puesto que posan una mano abierta sobre el pabilo de las mismas. Un trenzado blanco y negro bordea la tapa y las caras principales.

        La segunda arqueta es otro cofre de 27,3x11,7x11,5 cm., con tapa piramidal truncada, de estilo franco-gótico y de fines del siglo XIV. Anota Jimeno Jurío que en su decoración, se empleó el método de cubrir con láminas de plata o de estaño el estuco, sobre el cual se aplica la corladura: una especie de barniz que produce en los fondos el efecto de dorado. En los dos frentes de la arqueta, figura la aparición de un ángel a las tres Marías, en la mañana de la Resurrección, mientras que, en los costados, se repite la escena de la Anunciación. En sus figuras estilizadas, predominan los tonos oscuros[6]. Sin embargo, el Ángel de la Resurrección enarbola una cruz roja floronada, bien chillona; y el de la Anunciación sostiene una cinta blanca, destacando entre él y la Virgen un jarrón de flores. El fondo de la decoración de todas las caras debió ser de oro viejo, aunque ahora parece marrón.

 

RELICARIO DE SAN RAIMUNDO

        Es de plata maciza y consiste en un brazo con su mano de anatomía realista, montado sobre una base cuadrangular. Los extremos de ésta se apoyan sobre sendas bolas, asidas por garras leoninas. Mide 58 cm de altura, data del siglo XVIII y su estilo es barroco. En las caras laterales de la base, ostenta sendas cruces de Calatrava. En la palma de la mano, tiene una abertura circular encristaladas por la que se ve un pequeño hueso redondo; y a lo largo del brazo, otra abertura semi-tubular deja ver una canilla en la que se lee: “Beati Raymundi Abbatis Fiteriensis”. ¿Pero es solamente una reliquia de San Raimundo? Jimeno Jurío asegura que en este brazo-relicario “se venera un hueso del venerable Fr. Diego de Velázquez, compañero de San Raimundo, traído en 1737 del monasterio de San Pedro de Gumiel[7]. ¿Cuál de los dos?

 

RELICARIO DE SAN ANDRES

        Es una ancha cruz de plata maciza a manea de custodia, montada sobre una base circular. Mide 54 cm. de altura y sus brazos tienen 37 cm. de longitud entre los dos. Su nudo tiene forma de pera y su viril es oval. Su ornamentación es barroca y en ella destacan las cabezas de los querubines de las cuatro extremidades de la cruz. Su gran viril oval, situado en el centro del anverso, deja ver un omoplato, rodeado de una orla policromada en la que se lee con letras rojas: “Espalda de San Andrés, Apóstol de Jesucristo. Ora pro nobis”. Su punzón zaragozano dice “Cesate”. Es de comienzos del siglo XVIII.

 

RELICARIO DE SAN BLAS

        Es una pequeña custodia barroca de plata. Tiene 28 cm. de altura y ostenta 16 irradiaciones alrededor del viril oval en cuyo interior se ve un hueso del Santo. A su derecha, se lee: “San Blas, Obispo”. Anteriormente estuvo rematada por una pequeña cruz de Calatrava que se desprendió y se guarda ahora en el interior del viril. La custodia es del siglo XVII; pero el pie es del XIX.

 

RELICARIO DEL LIGNUM CRUCIS

        Está engastado en el centro de una cruz de plata con adornos sobredorados. Mide la cruz 54x37 cm. Su decoración es barroca, exhibiendo cuatro pares de cabecitas angelicales en la base; cuatro manos abiertas en los ángulos que forman los dos brazos con la cabecera; cuatro rositas en los mismos brazos y cabecera; y tres florones en los extremos de ésta y de aquellos. En el reverso, lleva un pequeño Cristo Crucificado sobredorado; y en el centro del anverso, un viril que contiene una pequeña tira vertical del Lignum Crucis. La base de este relicario es circular y está apoyada en patas vegetales. Su punzón es ilegible. El relicario propiamente dicho es del siglo XVII; pero la cruz es de la primera mitad del XIX.

 


NAVETA DE CONCHA DE NÁCAR

        Es una de las mejores joyas del tesoro fiterano de la iglesia. Va montada sobre un pie de plata sobredorada, siendo su altura total de 34 cm.; pero la naveta sola mide 22 cm. de longitud, 16 de profundidad y 10 de anchura máxima. Su superficie exterior está surcada por una finísima decoración vegetal de nácar entre la que destacan dibujos de mariposas, moscas, escarabajos y libélulas de un asombroso realismo. El pie está primorosamente cincelado y adornada con hojas de acanto, palmetas y caras grotescas. Estas últimas ornamentan el nudo central, alternando las de frente amplia avenerada con las de barba, también avenerada, pero más reducida. Las cinco secciones de este bello pie están separadas por aros de perlas. Sobre el mascarón de proa de la naveta, ya deteriorado, se alza un hermoso grifo sobredorado con la boca abierta, en actitud de beber. Madrazo escribió acerca de él que “es de una forma elegante que trae a la memoria los precios vasos trabajados por el Cellini y el Caradosso”[8]. Sin embargo, podría tener más parentesco con los grabadores de Nuremberg. Se conserva también, aunque un tanto deteriorada, la cucharita para el incienso, con concavidad de nácar y mango de plata. Esta hermosa joya es sin duda del siglo XVI; pero su procedencia no está del todo clara. Anota el Tumbo que Fr. Luis Álvarez de Solís donó una naveta de plata que costó 108 reales[9]; y en el espolio del Abad, Fr. Felipe de Tassis figura un barco de plata sobredorada[10]. Nos parece casi seguro que las dos referencias apuntan hacia la naveta que acabamos de describir.

 

CÁLICES Y CUSTODIAS

        Se conservan cinco cálices de plata. Probablemente dos de ellos son de los tres que compró el Prior en sede vacante Fr. Bernardo Pelegrín, en el interabadiato de 1612-1614. Otros dos datan del siglo XIX y son de estilo neoclásico. Uno, con punzones ilegibles, tiene ornamentación troquelada; y el otro fue trabajado en 1826, en la Real Fábrica de Platería de Madrid, llevando los punzones de PERATE y de Madrid. Ahora bien, el cáliz más curioso y original del tiempo pasado es uno pequeñito de plata de la primera mitad del siglo XVI; o sea, de la época de los Egüés. Sus medidas son de 12 cm. de altura, 3,5 de profundidad y 5,5 de diámetro en la boca. Tiene dos punzones ilegibles. Su pie está adornado alternativamente con 6 lóbulos de dos clases: lisos y cincelados con símbolos de Jesucristo. El más curioso de éstos es el que representa una cruz sola, con los brazos atravesados por dos clavitos, junto a la cabecera, y con dos látigos colgando de los extremos de aquéllos. Su nudo es exagonal; y su punzón, de Zaragoza.

        En cuanto a las custodias, merece reseñarse una de bronce dorado del siglo XVII. Pesa nada menos que 3,150 kg. y tiene 0,56 m. de altura, descansando sobre una base cuadrangular prismática de 18 cm. de lado. Su viril termina en una cruz y está rodeado por 16 irradiaciones a cada lado, las cuales figuran alternativamente llamas y estrellas de cinco puntas, brillando en éstas pequeños vidrios azules, rojos, blancos, verdes y morados. Su base aparece asimismo esmaltada con pequeños relieves rectangulares y elípticos vidriados de colores.

        Con toda probabilidad, se trata de la custodia que mandó hacer para la fiesta del Corpus el abad Corral y Guzmán, la cual costó 800 reales[11]. De todos modos, antes que él, en 1600, Fr. Manuel Laso de Castila había ya hecho donación de sus bienes, para hacer una custodia y otros objetos de culto[12]. Hay otra custodia sin decoración del siglo XIX, procedente del taller de orfebrería de Tudela de B. San Román. Por supuesto, de menos peso.

 

PORTAVIÁTICOS DE PLATA

        Es una cajita semi-elíptica, lisa por detrás y decorada en el anverso con dos ángeles en relieve, los cuales sostienen un pequeño cáliz, coronado por una hostia radiante. Mide 9 cm. De longitud y cerca de 6 cm. De anchura. En la parte inferior4 se lee: INFIRMO (de los enfermos). Está rematada por un semicírculo de esferillas. Probablemente es del siglo XVI.

 

CRISMERA DE PLATA

        Es un bello vaso para el crisma, de 28 cm. De altura, incluido el pequeño Crucifijo del remate. Su base circular exhibe finos dibujos de lacerías y vasos, y tiene la pestaña decorada con perlas. Es también del siglo XVI.

       

FILIGRANA DE PLATA

        Se trata de un copón octogonal de cubierta bulbosa, de 30 cm. De altura total; es decir, incluida la cruz hueca del remate que tiene 11 cm. Consta de dos secciones: 1) el fondo de caras cuadradas, montado sobre una base algo más amplia, la cual descansa o, mejor dicho, descansaba, sobre ocho pies, formados por florones, de los que sólo quedan cinco; 2) la cúpula bulbosa, formada por tres pisos octogonales en degradación. Es barroca y podría ser de origen hispano-americano.

 

JARRITA DE PLATA

Es una pequeña vasija de lavabo, de 93 mm. de altura, 60 mm. de fondo y 65 mm. de diámetro en la boca. Tiene una linda asa con decoración imbricada y un pico angular estrecho. Es del siglo XVII. Una jarrita de esta clase aparece en el Espolio del abad, Fr. Felipe de Tassis (1615); pero el Prior en sede vacante Fr. Alonso Diez, que se encargó de aquél, anota que la devolvió al abad del Monasterio de Herrera, de donde procedía[13].

 

CORONAS DE PLATA

Hay cuatro bastante estropeadas. La más antigua es renacentista, data de la 2ª mitad del siglo XVI y fue retocada en el siglo pasado. Las otras tres son barrocas: una de finales del XVII, y las otras dos, de comienzos del XVIII: ambas ornadas con piedras de colores y motivos vegetales.

 

PORTAPAZ DE PLATA

        Data de la 2ª mitad del siglo XVIII y es de estilo rococó. Ostenta un Niño Jesús con la cruz, encuadrado por una ornamentación de rocalla y de flores.

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[1) Historia de España, t. V, pp. 73437 y 43. 2ª edición Espasa-Calpe, Madrid 1957.

[2] Ob. cit., p. 463.

[31] Ob. cit., p. 680.

[4] Ob. cit., p. 30.

[5] Catálogo monumental de Navarra, t. I, p. 180.

[6] Fitero, p. 30.

[7] Id. P. 30.

[8] España: Sus monumentos y Arte, t. III, p. 463.

[9] C. XV, f. 728 v. A.H.N.

[10] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1615, ff. 11-13.

[11] Tumbo, c. XV, p. 734.

[12] Protocolo de Miguel de Urquizu de 1600, f. 174. A.P.T.

[13] Libro de recibos y gastos del espolio y rentas del Sr. Abad, D. Fr. Phelipe de Tasis el bueno. Protocolo de Miguel de Urquizu de 1615, f. 15.


 





I N D I C E

PRESENTACION por el Excmo. Sr. Arzobispo Don José María García Lahiguera.

PROLOGO del autor.

Siglas empleadas. Observaciones.


PRIMERA PARTE:

LAS CONSTRUCCIONES DE LA EDAD MEDIA.

 

CAPITULO I.‑ CONSTRUCCIONES MEDIEVALES Y MODERNAS:

Estructura y dimensiones generales del templo.

CAPITULO II.‑ EL EXTERIOR DEL TEMPLO:

Su aspecto medieval y su aspecto actual.

La fachada principal.

El costado septentrional.

Los muros orientales del transepto.

El ábside.

CAPITULO III.‑ EL INTERIOR DE LA IGLESIA:

La nave central.

Las naves laterales.

EI transepto y sus capillas orientales menores.

La Capilla Mayor.

La girola y las capillas absidales.

CAPITULO IV.‑ LA SALA CAPITULAR.

Su importancia y estilo.

El interior.

El exterior.

Notas históricas.

E1 Capítulo Alto.

Signos lapidarios.

CAPITULO V: CONSTRUCTORFS Y FINANCIADORES MEDIEVALES DEL TEMPLO:

Epoca y etapas de su construcción.

Comparación de la iglesa de Fitero con otras cistercienses importantes, nacionales y extranjeras.

 

SEGUNDA PARTE:

LAS CONSTRUCCIONES DE LA EDAD MODERNA.

CAPITULO I: EL CLAUSTRO BAJO: su descripción.

Estructura general y dimensiones.

La portada interior.

La galería oriental.

La galería meridional.

La galería occidental.

La galería septentrional.

Los antiguos lienzos pintados de San Bernardo.

Las sepulturas.

El jardín.

El pozo.

Notas históricas.

 

CAPITULO II.‑ LA SACRISTIA: su descripción.

E1 vestíbulo.

EI recinto interior.

Las cajoneras.

Las puertas.

La decoración.

E1 pavimento.

E1 pabellón de los lavamanos.

Los espejos y los cuadros.

Notas históricas.

La sacristía primitiva.

 

CAPITULO III.‑ EL SOBRECLAUSTRO: su descripción.

La subida.

La antesala.

E1 recinto claustral.

Notas históricas.

 

CAPITULO IV:  EL CORO: su descripción.

La subida.

El antecoro.

El coro: sus dimensiones, sillería, pavimento y balcón.

E1 facistol.

Notas históricas.

Los coros medievales.

Un coro singular y efímero del siglo VXII.

 

CAPITULO V.‑LA CAPILLA DE LA VIRGEN DE LA BARDA: su descripción.

Su estilo y dimensiones.

La entrada.

El recinto: sus tres tramos.

E1 Camarín.

La Virgen de la Barda.

Notas históricas.

 

CAPITULO VI.‑LA ESCALERA DE ENTRADA A LA IGLESIA: su descripción.

Las viejas benditeras.

Notas históricas.

 

CAPITULO VII.‑ EL BAUTISTERIO: su descripción.

Notas históricas.

 

CAPITULO VIII.‑ EL PULPITO: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO IX: EL ORGANO: su descripción.

Notas históricas ‑ Sonorización del templo.

CAPITULO X.‑LA TORRE Y LA ESPADAÑA: su descripción.

Notas históricas.

 TERCERA PARTE:

                

LOS ALTARES.

A) ALTARES DEL TRANSEPTO.

CAPITULO I.‑EL ALTAR MAYOR: su descripción.

El Retablo: su traza, esculturas y pinturas.

Los sepulcros.

La mesa del altar.

El sagrario.

El expositor.

Notas históricas.              

 

CAPITULO II: EL ALTAR DE SAN RAIMUNDO: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO III.‑ CAPlLLA Y ALTAR DE SAN MIGUEL: su descripción.

 Notas históricas.

CAPITULO IV.‑ CAPlLLA Y ALTAR DE LA VIRGEN DEL CARMEN: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO V: CAPILLA Y ALTAR DE LA DOLOROSA: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO VI.‑EL ALTAR DE LA INMACULADA CONCEPCION: su descripción.

Notas históricas.

 

CAPITULO VII: EL LIENZO DE SAN JOAQUIN: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO VIII.‑EL ALTAR DEL SANTO CRISTO DE LA GUIA: su descripción.

Notas históricas.

B) ALTARES DE LA NAVE LATERAL DERECHA O MERIDIONAL.

CAPITULO I.‑EL ALTAR DE SAN BERNARD0: su descripción.

CAPITULO II: EL ALTAR DE SAN ILDEFONSO Y DE SAN ANTONIO: su descripción.

CAPITULO III: EL ALTAR DE SAN JOSE: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO IV.‑ CAPlLLA Y ALTAR DEL SANTO CRISTO DE LA COLUMNA: su descripción.

Notas históricas.


C) ALTARES DE LA NAVE LATERAL IZQUIERDA O SEPTENTRIONAL.

CAPITULO I.‑EL ALTAR DE SAN BENITO DE NURSIA: su descripción.

Notas históricas sobre los altares de San Bernardo y de San Benito.

 

CAPITULO II: EL ALTAR DE SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA Y DE LA VIRGEN DEL PILAR: su descripción.

 Notas históricas sobre los altares de San Ildefonso y de San Ignacio de Antioquía.

CAPITULO III: EL ALTAR DE LA VIRGEN DE LA CANDELARIA: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO IV.‑CAPlLLA Y ALTAR DEL SANTO CRISTO DE LA CRUZ A CUESTAS: su descripción.

Notas históricas.

 

 CUARTA PARTE:

 EFECTOS LITURGICOS

CAPITULO l.‑ VlEJAS IMAGENES RETIRADAS DEL CULTO: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO II.‑ VlEJOS EFECTOS LITURGICOS: su descripción.

Notas históricas.

CAPITULO III ‑ ERBORARlA Y ORFEBRERIA: su descripción.

Notas históricas.

 

APENDICE.

Planta de la Iglesia.

 

Vocabulario arquitectónico gráfico para los no iniciados en la materia.


















 

 

 




 


























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