Investigaciones Históricas sobre Fitero Volumen I

INVESTIGACIONES HISTÓRICAS SOBRE FITERO

VOLUMEN I

Manuel García Sesma 

Tudela, 1986

A la memoria de mis padres,
Elías García Gómara (1874-1925)
y Juliana Sesma Aguirrebeitia (1875-1970)
y de mi hermano Florencio (1904-1974)

         Este libro no es un manual de Historia de Fitero, más o menos superficial, siguiendo el método cronológico y jerarquizante tradicional, sino una serie de estudios históricos sobre temas concretos e importantes, relativos a la vida de los fiteranos, a través de los siglos. Se trata de saber cómo vivieron nuestros antepasados, qué trabajos realizaron, qué obstáculos tuvieron que vencer y cómo el poblado incipiente de la segunda mitad del siglo XV se ha convertido en la Villa moderna y progresista del siglo XX.
         A pesar de la longitud de algunos capítulos, no nos lisonjeamos de haber hecho un estudio exhaustivo de ninguno, pues todos son susceptibles de ampliaciones ulteriores. Pero nosotros, a nuestros 84 años, no podíamos desarrollarlos más, so pena de alargar desmesuradamente estas investigaciones. Dejamos su continuación a otros más jóvenes.
         A pesar de todo, ocupan una extensión considerable, y por lo mismo, y además, en vista de la carestía editorial, nos hemos visto obligados a publicarlas en dos volúmenes, incluyendo en el primero 13 temas. El resto lo insertaremos en otro tomo.

         Una vez más, testimoniamos nuestro agradecimiento a cuantos vecinos nos han proporcionado informaciones que venían al caso, a todos nuestros suscriptores y al M. I. Ayuntamiento de Fitero, presidido por el Alcalde, Don Carmelo Aliaga Hernández.
El Autor


INDICE

PROLOGO

CAPITULO I

LOS BALNEARIOS TERMALES.

Edad Antigua: época romana.                  
Edad Media: Arabes y Cistercienses.
Edad Moderna: siglos XVI y XVII.                     
La curación de Ana Sanz.
Sistema de arriendos.                        
La renovación del siglo XVIII.                        
Primeros análisis.                        
Arrendatarios y bañeros.                               
EI siglo XIX.                                
Ultimo período monástico.
Los Baños Viejos en 1846.                      
Fama internacional de los Baños de Fitero.            
Erección de los Baños Nuevos.             
Su edificio primitivo.                
Primitivos servicios y tarifas de los Baños Nuevos.             
Análisis de sus aguas.                        
Constitución de los BAÑOS DE FITERO, S.A..      
Modernización de los Baños Nuevos en 1910‑1911.      
Tarifas de los Baños Nuevos en aquella época.
Su servidumbre.                
Nuevas reformas y tarifas de los Baños Viejos.
Nuevas obras de remodelación de los Baños Nuevos.
Bañistas célebres.                                  
Propiedades terapéuticas y aplicaciones de las aguas de los Balnearios. 
Empleados de los Balnearios.

NOTAS                                       

CAPITULO II

INVESTIGACIONES DEMOGRAFICAS

La población: sus orígenes y evolución desde el siglo XV.
Población de hecho y de derecho.
Población relativa.
Natalidad, nupcialidad y mortalidad, desde el siglo XVII.
Caserío y calles en los siglos XVI y XVII.
En los siglos XVIII y XIX.
En el siglo XX.
Inauguración de 12 calles nuevas.
La nueva Casa Consistorial y el embellecimiento del Paseo de San Raimundo .
Restauración de las cubiertas de la iglesia.

NOTAS.

CAPITULO III


LA TENENCIA DE LA TIERRA

Antecedentes medievales.
La tenencia de la tierra desde 1482 a 1584.
La Escritura censal del regadío de 1584.
La Escritura de Transacción de 1628.
Las Tablas de Ezpeleta.
Las desamortizaciones del siglo XIX.
La desamortización bonapartista y la ocupación francesa de Fitero.
La desamortización constitucionalista.
La desamortización progresista.
Los censos monacales.
Redención de los Censos menudos.
Los Censos de Barbería.
Reparto de la Dehesa de Ormiñén.

NOTAS.

CAPITULO IV

CULTIVADORES Y CULTIVOS DE ANTAÑO Y HOGAÑO

Cultivadores primitivos.
Terrenos cultivados primitivamente.
Utillaje agrícola.
Fertilizantes.
Cultivos seculares.
La vid.
Prohibición de plantar más viñas.
Plantación obligatoria de viñas.
Dos plagas americanas: el mildeu y la filoxera.
Precios, impuestos y bodegas.
El olivo.
Los cereales.
El Vínculo de Trigo.
Eras, molinos y hornos de pan cocer.
Hortalizas.
Tres cultivos revolucionarios: la patata, la remolacha azucarera y el espárrago.
Fruticultura.
Alameda y bosque.
Cultivos desaparecidos.
Estadística agrícola fiterana de I967.
Precios al consumidor en I973.
NOTAS.
                               

CAPITULO V

LOS CEMENTERIOS

Los cementerios antiguos: de la Morería, de Tudején, de Peñahitero y de la Iglesia. .
Tarifas de entierros y sepulturas en los siglos XVII y XVIII.
EI Camposanto actual.
NOTAS.
                 
CAPITULO VI

AREAS, APEROS Y AMOJONAMIENTOS DEL TERRITORIO.



Areas antiguas.
Apeo de Alfonso X.
Apeo de Feloaga.
Extensión máxima en la época abacial.
Extensión actual.

NOTAS.

CAPITULO VII

INVESTIGACIONES HIDROGRAFICAS

Los riegos de Fitero en la Edad Media: presas y acequias.
Repartimientos de las aguas del río Alhama entre los pueblos de su cuenca .
Las aguas de riego en las donaciones y confirmaciones reales hechas al Monasterio.
Convenios del Monasterio sobre las aguas de riego.
Los riegos de Fitero en la Edad Moderna.
EI regadío de Valdelafuente.
La Acequia y regadío de Cascajos.
EI fracasado convenio de 1603 sobre Abatores.
Convenios con Cervera sobre la presa de Cascajos: de 1652, 1688.1731,1796, 1805 y 1850.
Reparaciones y reconstrucciones de la misma.
Ampliación del regadío de Cascajos.
La Acequia y regadío de Abatores.
La Fuente de Hospinete: sus pilones y regadíos.
Convenios con Cintruénigo sobre presas y aguas: de 1574, 1783, 1818, 1848 y 1868.
Tentativas de desviación de las aguas del Baño Viejo.
Las heleras.
La Nevera de los Frailes.
EI Pozo del Sueño.
Riadas y barrancadas.
Los Pozos públicos.
La Fuente del Obispo.
Los Terreros.
La traída de agua del Moncayo y la instalación de agua potable a domicilio.
La Planta distribuidora de la Nava.
EI Pantano y la Planta purificadora del Olmillo.
Reformas del mismo.
La cementación de las acequias de riego.
El Sindicato de Riegos: sus antecedentes.
Los regadores primitivos.
Las juntas de los términos.
La Comunidad de Regantes .
Estado actual del Sindicato.

NOTAS.

CAPITULO VIII

ORIGENES  Y EVOLUCION DEL MUNICIPIO.

Epoca abacial: Orígenes del Municipio.
Las Ordenanzas municipales de I524.
La Insaculación.
EI período "liberal"  de 1630‑1670.
Actividades administrativas civiles.
Los impuestos municipales de I801.
La jurisdicción criminal.

NOTAS.
Epoca civil: la transición.
La liquidación de los bienes del Monasterio.
La Administración municipal desde 1836 a 1900.
La estructuración del Ayuntamiento Constitucional.
EI establecimiento del nuevo juzgado.
EI Registro civil.
Los Censos electorales.
Los Catastros.
Situación económica del Municipio.
La Milicia Nacional y los Voluntarios de la Libertad.
La Guardia Civil.
La Ordenanzas Municipales de I894.       
NOTAS.


CAPITULO IX

ESCUELAS Y MAESTROS

Epoca abacial: Escuelas y maestros de los siglos XVI y XVII .  
Del siglo XVIII.
Las Maestras de niñas.
Epoca Civil: Las Escuelas Municipales del siglo XIX.
La Escuelas de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.
Siglo  XX.
La Agrupación Escolar Mixta.
Academias de Bachillerato Elemental.
La renovación escolar de la Enseñanza General Básica (E.G.B.).
Personal docente del siglo XX.
La Biblioteca Pública.
NOTAS.

CAPITULO X

INVESTICACIONES INDUSTRIALES.

Siglos XVI y XVII: Industrias de la alimentación y de la construcción.
Siglo XVIII: Manufacturas de hilados y tejidos.
Siglo XIX y 1ª mitad del XX: fábricas de jabón, harina, chocolates, yesos, alcoholes, etc.
Tres cooperativas importantes: la Sociedad de Cosecheros de Vinos de Fitero, la Bodega Cooperativa San Raimundo Abad y el Trujal‑Cooperativa Nuestra Señora de la Barda
La década industrial de los años 60: EL JUNCAL, I.N.I.T.E.S A., ALABASTROS HERNA y ALABASTROS MADRID, FITEX, S.A.L.
                                           
CAPITULO XI

EL ARTESANADO

Los artesanos de los siglos XVI, XVII y XVIII: sus gremios.
Las Cofradías gremiales.
Los artesanos industriales del siglo XX.
Maestros artesanos sobresalientes de los siglos pretéritos.
NOTAS.

CAPITULO XII

LA GANADERIA

Los ganados del Monasterio.
Los carneramientos.
La Escritura de 1692.
Ganaderos fiteranos de los siglos XVI y XVII.
Bienes ganaderiles del Monasterio en 1835.
La ganadería del pueblo desde el siglo XVIII.
El Guache.
La Dula.
Los arriendos de las yerbas.
NOTAS.

CAPITULO XIII.
INVESTIGACIONES COMERCIALES

 EI comercio en el Abadengo.
 Monopolios y  arriendos.
 El comercio abacial.
 Compra‑venta de fincas rústicas y urbanas: sus gravámenes.
 EI comercio civil en la época abacial.
Compra-venta de fincas rústicas y urbanas: sus gravámenes.
Precios de la época abacial.
Salarios de la época abacial .

CAPÍTULO I
LOS BALNEARIOS TERMALES
EDAD ANTIGUA: ÉPOCA ROMANA
         Las aguas termales de Fitero fueron ya seguramente conocidas y utilizadas de alguna manera, aunque no fuese precisamente terapéutica, por los primitivos habitantes celtibéricos de la Peña del Saco, hace unos dos mil quinientos años. ¿Cómo no las iban a conocer, estando tan cerca, aunque solo fuese por el calor que irradiaba su suelo y el vapor que producían sus emanaciones? Así, pues, su descubrimiento y uso se remontan, cuando menos, al siglo V antes de Jesucristo.
         Pero no queda ninguna constancia documental ni monumental, que lo acrediten. En cambio, está comprobado que fueron utilizadas por los romanos, cuando en el siglo II antes de J. C., se apoderaron de este territorio. Ellos fueron seguramente los que construyeron los baños primitivos, los cuales así como los de Tiermas y Arnedillo, fueron conocidos con el nombre de Thermae Vasconiae, por hallarse en el país de los Vascones. Nos referimos, claro está, a las aguas de los Baños Viejos o Primitivos, pues las de los Nuevos fueron ya alumbradas, hacia el decenio de los años 40 del siglo XIX. En 1861, el ilustrado Médico-Director de los Baños Primitivos, Dr. Tomás Lletget y Caylá, descubrió, mediante unas considerables excavaciones realizadas al Oeste del establecimiento y al pie del cerro que se halla a su derecha, los restos de un edificio singular de la época romana, cuyo plano fue levantado por el director de la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza, D. Eustasio Medina. Era un cuadrilongo de 21,10 m. de largo por 11,90 m. de ancho, que encerraba tres semicírculos: uno grande, en el centro, y dos pequeños, a los lados, enlazados por una pared de 0,50 m. de espesor; y un vestíbulo, sostenido por 4 columnas, cuyos asientos se pudieron señalar, y de las cuales se conservaban, algo deteriorados, un capitel y un pedestal. El capitel fue recogido y llevado al Museo Arqueológico de Pamplona por D. Juan B. Altadill. De entre los escombros que se extrajeron al practicar las excavaciones, salieron muchos trozos de ánforas, barros saguntinos, vasos lacrimatorios, un stilo y 5 medallas de la época romana.
La primera que se encontró, salió de una urna cineraria y ostentaba en el anverso la cabeza desnuda de Augusto, dentro de una láurea y la inscripción abreviada C. V. I. CELS. AVGVST. (es decir, COLONIA VICTRIX JULIA CELSA – AUGUSTVS) y en el reverso, un buey que tenía encima la inscripción L. CORN. TAERRN.; en el pecho, II, VIR; y debajo, M. JVN. HISPAN (esto es, LUCIUS CORNELIUS TERRENUS; DUUMVIR MARCUS JUNIUS HISPANUS). Se trata de una medalla rarísima.
La 2ª medalla era, por el contrario, muy vulgar y ostentaba en el anverso, a la izquierda, la cabeza laureada de Tiberio, con la inscripción TI. CAESAR, DIV. AVG. F. AVGVSTVS (esto es, TIBERIUS CAESAR, DIVI AVGVUSTI FILIVS AVGUSTVS); y en el reverso, un buey con las inscripciones MVNICIP. Y CASCANTVM encima y debajo respectivamente (es decir, MUNICIPIUM CASCANTUM).
La 3ª medalla también era del Municipio de Cascante y más notable y rara que la anterior, a causa, sobre todo, de su contramarca o sobresello, que ha sido diversamente interpretada.
La 4ª medalla era del Municipio de Tarazona (TVRIASO); mostraba en el anverso, la cabeza laureada de Augusto y, en el reverso, una corona de encina, con sendos contornos inscritos en ambas caras.
Finalmente la 5ª medalla estaba tan borrosa y deteriorada que no fue posible identificarla, aunque, por su aspecto, debía ser celtíbera[i].
Del hallazgo de estas medallas se deduce que las Termas primitivas de Fitero fueron usadas por los romanos, al menos, desde la época del emperador Augusto; o sea, de 20 a 25 años antes de la era cristiana. Posteriormente descubrimientos de pozos de aquel tiempo, al ensanchar el edificio del Balneario Viejo, han dejado fuera de toda duda que se trataba de unas Termas romanas.
Las primeras obras que debieron realizarse, fueron la construcción de “la galería o mina que conduce las aguas minero-medicinales a la falda del Oeste del monte denominado Peña del Baño, desviándolas del curso que antes debieron seguir. Esta galería, abierta a través de una durísima masa silicuosa, tiene 65,44 metros de longitud, 1.76 metros de altura y 0.78 metros de anchura, y conserva en todas sus paredes, las huellas de los instrumentos que se emplearon para abrirla. En su fondo, hay una especie de rotonda bastante capaz, cuyas paredes y suelo están formados por conglomerado cuarzosos, pero menos compacto y aún disgregado en algunos puntos, lo cual facilita la salida de las aguas que brotan allí con ruido, parte de abajo arriba, a la manera de un pozo artesiano, y parte de las paredes[ii]”.

EDAD MEDIA: ÁRABES Y CISTERCIENSES

Después de los romanos, utilizaron las aguas termales de Fitero los árabes, que también eran muy aficionados a los baños. No cabe duda alguna, pues en 1870, se conservaban todavía “tres baños de construcción caprichosa y bella, aunque tosca”[iii] hechos por ellos. Pero ya no se conservan, porque, según el Dr. Mozota Vicente, “fueron envueltos, al construir las actuales estufas locales”[iv], en el primer cuarto del siglo actual.
Reconquistada la Ribera de Navarra por AlfonsO I el Batallador, al final del 2º decenio del siglo XII, el castillo y los Baños de Tudején –así llamados entonces por estar situados dentro del territorio de esta villa-pasaron a poder de los cristianos; y al morir este Monarca en 1134, los legó a la iglesia de Santiago de Galicia. Pero su testamento no fue respetado por nadie y aprovechándose de la debilidad de Ramiro II el Monje, que había sucedido al Batallador en Navarra y Aragón, Alfonso VII de Castilla se apoderó de Tudején. Los dos documentos más antiguos en que se nombran los Baños de Tudején, fueron expedidos precisamente por este Monarca.
El 1º data del 15 de octubre de 1146, fecha en que Alfonso VII el Emperador y su mujer Doña Berenguela donaron a la iglesia de Santa María de Niencebas y a su abad, Raimundo y sucesores, “totam illam meam Sernan de Ceruera et mee que est supra illa balnea de Tudeioin”; es decir, toda aquella serna más de Cervera que está más allá de los Baños de Tudején[v].
El 2º documento es una confirmación de la donación anterior, hecha por el mismo Emperador, el 2 de junio de 1153 “de tota illa serna quam habeo super balneos de Tudejún”; o sea, de toda aquella serna que tengo más allá de los Baños de Tudejen[vi].
Nótese bien que dice “balneos”, baños, y no simplemente “agua”, lo que indica que ya entonces existía un edificio termal, heredado de los moros, con varios pozos para los bañistas.
Lo confirma otro documento de 1155, relativo a la venta de una pieza de tierra, hecha por Pedro Sanz y su mujer María al abad de Castellón, Raimundo, en el que se consigna que dicho pedazo “haber termino ex oriente aqua de Baineo”; es decir, confina por el oriente, con el agua del Baño[vii]. El caso, pues, no ofrece dudas.
Los Baños de Tudején fueron donados a perpetuidad a la iglesia de Santa María de Castellón (o de Fitero) y a su abad, Raimundo y sucesores, por el Rey, Sancho III de Castilla, con el consentimiento de su padre, el Emperador, por carta firmada en Toledo, el 15 de abril de 1157. En ella no se nombra expresamente a los Baños, como en los documentos del “castro quod uocitant Tudegun…, cum suis terminis et pertinentiis, scilicet, terris, montibus et uallibus, pratis, pascuis, ingressibus et regressibus, aquis, riuis et fontnus, arboreis et uineis, etc.”; es decir, el castillo que llaman de Tudején…, con sus términos y pertenencias; a saber, tierras, montes y valles, entradas y salidas, aguas, ríos y fuentes, árboles y viñas, etc[viii].
Esta donación fue confirmada al abad Guillermo, sucesor de San Raimundo, por Alfonos VIII de Castilla, en carta del 10 de agosto de 1168.
En el Apeo de los términos de Tudején y Niencebas, que mandó hacer Alfonso X de Castilla, el 6 de enero de 1254, no se nombra tampoco expresamente a los Baños, sino a l´agoa calient, que bajaba de los mismos al río Alhama[ix].
Excusado es decir que los Baños termales de Tudején fueron visitados por cuantos reyes medievales vinieron al Castillo o al Monasterio, en aquellos tiempos; a saber, Alfonso I el Batallador de Aragón y Navarra; Alfonso VII, Sancho III, Alfonso VIII y otros Reyes de Castilla; el Conde Ramón Berenguer IV de Barcelona; y por García Ramírez, Sancho VI, Sancho VII y otros Reyes de Navarra.
¿Qué fue de los Baños de Fiterro, en los siglos XII, XIV y XV? Poco sabemos en concreto, salvo que los llamaba “aguas caldas de Tudején” y que, desde luego, continuaron siendo utilizados por los reumáticos y otros enfermos. Ya a principios de la Edad Moderna, fueron conocidos con el nombre de Pozos de San Valentín, antiguo patrono de la iglesia parroquial de Tudején, después de la Reconquista, cuyo antropónimo suplantó al topónimo de Tudején, al desaparecer la villa y el castillo de este nombre.

EDAD MODERNA SIGLOS XVI Y XVII
Los comienzos del siglo XVI no pudieron ser más desastrosos para los Baños, pues, en 1507, unas cuadrillas de Alfaro, cuyos vecinos andaban a menudo a la greña con los fiteranos, "quemaron y derrocaron hasta los cimientos las casas de los Baños de Fitero, con parte de la iglesia dellos[x]". Por supuesto, fueron reedificadas posteriormente, durante la misma centuria, y unas curaciones sensacionales ocurridas en ellos en 1598 les dieron una notoriedad extraordinaria. El suceso consta en tres escrituras notariales del Archivo de Protocolos de Tudela (A.P.T.), que figuran en el Protocolo de aquel año, del escribano del Monasterio y de la Villa de Fitero, D. Miguel de Urquizu y Uterga, con el título de Autos de los milagros de San Pedro del Baño.
De su contexto se deducen, por de pronto, seis noticias importantes: 1) que, a la sazón, la casa de los Baños era bastante modesta, así como su clientela, reducida a ocho bañistas; 2) que tenía una pequeña iglesia adyacente, dedicada a San Pedro Apóstol; 3) que la toma de los baños se hacía ya por novenas: costumbre introducida sin duda por los monjes del Monasterio, que eran sus dueños, a imitación de las novenas de la Virgen y de los Santos, pues no existe ninguna razón hidroterapéutica, para que se tomen los baños exactamente, durante nueve días seguidos, y no durante ocho, diez o quince; 4) que, al frente del pequeño establecimiento, no estaba entonces ningún médico ni administrador, sino un simple bañero casado, el cual se encargaba con su mujer, de atender a los bañistas de ambos sexos, asistiéndolos en la toma de los baños y suministrándoles "recados"; es decir, leña, utensilios de cocina, los comestibles que les encargaban y algunos otros efectos, pues el Balneario no tenía entonces fonda, y los bañistas comían ordinariamente por su cuenta; 5) que la temporada de los baños o bañada comprendía entonces, por lo menos, parte de los meses de junio y julio; y 6) que el encargado de los Baños era, a la sazón, un matrimonio fiterano, formado por Pedro Navarro y Ana de San Juan, los cuales fueron precisamente los que, dos años después, salvaron la vida y adoptaron a un pobre niño, nacido allí de incógnito, el cual llegaría a ser, con el tiempo, Virrey y Capitán General de la Nueva España y Arzobispo electo de México: Don Juan de Palafox y Mendoza.
LA CURACIÓN DE ANA SANZ
La segunda escritura es una relación detallada de dichas curaciones, firmada por Pedro Navarro, Miguel López, Juan García, el Lic. Pedro Gómez Calderón, abogado y regidor de Fitero, el Dr. Sebastián Tomás, médico de Fitero (natural de Magallón), Francisco de Aybar y Pedro de Arellano, cirujano de Fitero (natural de Arnedo). Como testigos presenciales, declararon "Pedro Navarro y Ana deSan Juan, su mujer, que residen y dan recado en los dichos Baños", y los siguientes bañistas: Miguel López, Juan García y Juan de Villarroya, vecinos de Ateca, en el Reino de Aragón; Fr. Pedro de Pablo, monje de Veruela; Catalina Navarro, Francisco de Aybar e Isabel López, vecinos de Corella, "que todos los sobredichos han venido a curarse de diferentes enfermedades, en los dichos Baños". Su declaración unánime fue que una doncella de 18 años y medio, llamada Ana Sanz, hija de Juan Sanz y de Ana López, vecinos de la Villa de Cintruénigo, llegó a los Baños, el 24 de junio de dicho año, "a curarse de las piernas y brazo izquierdo y todo el lado que tenía baldado y paralítico, sin ningún género de movimiento ni sentimiento, pegada la pierna arriba, encogidos los nervios, de suerte que, con dos palmos, no podía llegar a tocar en tierra".
         Pues bien, la víspera de San Pedro, 23 de junio, habiendo entrado Ana Sanz, a las siete de la tarde, "con sus muletas, a la iglesia de San Pedro, que está pegada a los dichos Baños" y habiéndose arrimado a la grada del altar, en el que estaba el Santo, "súbitamente sufrió un desmayo, cayendo en tierra sobre la grada", y estuvo sin sentido un cuarto de hora, al cabo del cual "se levantó sin muleta, cojeando un poquito y llegó a la puerta de la dicha iglesia y vino luego sin parar al altar, y a la vuelta, no cojeaba cosa ninguna". Pero, de momento, no se le curó también el brazo, el cual continuó paralítico e insensible, hasta el punto de que le picaban con alfileres y no lo sentía. Pues bien, el 2 de julio siguiente, por la mañana, entró en la misma iglesia a rezar a San Pedro y "le dio un desmayo como el primero, del que cayó de la misma suerte y estuvo sin sentido medio cuarto de hora, y, al cabo de él, dijo la dicha Ana Sanz: Suéltenme el delantal que lo tengo pegado para detener el brazo... y en soltándolo, extendió las dos manos y los brazos, sin impedimento alguno, y las puso sobre el altar juntas, cobrando súbitamente el sentimiento y movimiento del brazo que antes tenía perdido".
La visitaron, a continuación, el médico y el cirujano de Fitero "y la hallaron sana y de todo punto buena". El auto afirma que "evidentemente se vio haber curado milagrosamente, por intercesión del glorioso Apóstol San Pedro, porque, aunque había entrado tres o cuatro veces en el baño, no se había hallado con mejora ninguna y naturalmente ni el baño ni otra medicina artificial de las que, en semejantes enfermedades, se acostumbran a aplicar, no podía darle tan súbita y repentina sanidad[xi]".
Esta interpretación milagrera tiene escaso valor, pues, casos, como el de Ana Sanz, se han repetido posteriormente muchas veces, tanto en los Baños Viejos como en los Nuevos, fuera de sus capillas. Téngase en cuenta que la Medicina, en el siglo XVI, estaba atrasadísima y que la hidroterapia era puramente empírica, sin ningún fundamento científico, pues de desconocía la composición química de las aguas termales y sus especialidades curativas.
¿Hasta cuando estuvo encargado el citado Pedro Navarro de los Baños Viejos?...
SISTEMAS DE ARRIENDOS
Al parecer, el primer arrendatario fue Juan de Peña, en 150 ducados anuales, renovándosele el contrato, por otro trienio  en la misma cantidad, al vencer el primero en 1629[xii]. En el mismo siglo se quedaron con el arriendo, entre otros, Juan Domínguez en 1640; Pedro Jiménez González, en 1651 y 1656; Domingo Agreda, en 1660; Pedro Andrés, en 1668; Pedro Pití, en 1671 y Juan Jiménez Rupérez, en 1674 y 1677. En el contrato de 1656, se estipulaba, entre otras condiciones, el pago de 126 ducados anuales –por lo visto, había bajado la clientela- quedando exento de pagar el arrendatario, en caso de enfermedad contagiosa y el cierre consiguiente de los Baños. Para conocimiento general del público, se fijaría en el patio de la ca el arancel de precios; y tendrían acceso libre a los Baños el Abad, los monjes y los criados del Monasterio, así como los PP. Capuchinos y los pobres de solemnidad.
En cambio, en el contrato de 1677, sólo se reserva una cama para estos pobres, se rebaja la cuota del arriendo a 103 ducados anuales y se aclara que sólo habría dos bañadas o temporadas al año: en mayo y en septiembre[xiii].
En el siglo XVII, se acreditaron ya los Baños de Fitero de tal manera que el P. Joseph Moret escribía en sus clásicos Annales del Reyno de Navarra, publicados en 1678, que, en 1146, el confín de los Reinos de Castilla y Navarra estaba hacía el Poniente en Tudején, “cerca de los celebrados Baños de Fitero, que por esta cercanía, llamaban entonces Aguas de Tudején, muy saludables para varias enfermedades, en especial, la perlesía y estupor de miembros. Y en las cuales es muy notable el color que asemeja al oro; la blancura que dejan en la tez la que se va con ellas: blancura muy extraordinaria en la ropa que allí se lava; y fecundidad grande que causa en los campos su riego mezclado con el río Alhama, que las recibe luego, en saliendo de la fuente. Y no sintiéndose antes en el río, desde la mezcla se reconoce y se continúa por todos los pueblos que baña[xiv]”.
En el mismo siglo XVII, los Baños de Fitero figuraban ya expresamente, no sólo en los mapas españoles de Navarra, sino en algunos extranjeros. La “Cartografía Antigua de Navarra”, publicada por la Caja de Ahorros de Navarra, en su Calendario de 1986, insertó dos mapas de esa centuria: uno francés y otro italiano, en los que aparecen los Baños fiteranos. El francés se titula ROYAUME DE NAVARRA y en él se leen separadamente HITEOR Y LOS BAÑOS. Fue delineado por Sanson d´Abbeville, geógrafo de Luis XIV, y editado en Paris, “chez Pierre Mariette”, en 1652. El italiano lleva como título II, REGNO DE NAVARRA y también figuran en él HITERO Y LOS BAÑOS. Fue realizado por Giacomo Cantelli y publicado en Roma por Giacomo de Rossi, en 1690.
LA RENOVACIÓN DEL SIGLO XVIII
En el siglo XVIII, los Baños experimentaron un notable progreso en todos los aspectos, pues se edificó un nuevo establecimiento más capaz y cómodo que el anterior; se puso al frente de él a un Médico-Director; se realizó un análisis de sus aguas y se mejoraron todos sus servicios.  Los monjes, pasándose de listos, como publicitarios, hicieron inscribir en el frontis del edificio principal, este dístico hiperbólico, poco acorde con el octavo mandamiento de la Ley de Dios:
Esta agua todo lo cura,
Menos gálico y locura.
El nuevo establecimiento se inauguró en 1768, como lo acreditaba una inscripción que se conservaba, todavía en 1960, dentro de la habitación nº 101 del primer piso y decía así: “Abril a 24 de 1768”. Constaba de dos edificios adyacentes en ángulo recto, abierto hacia el S. O. Los dos tenían la misma altura y estaban formados por sendas plantas bajas y dos pisos de habitaciones para los bañistas. El mayor o principal tenía orientada su blanca fachada hacia el mediodía y en su planta baja estaban instalados los baños y otras dependencias, y en sus dos pisos, se abrían hacia el Sur siete balcones en cada uno.  En cambio, el edificio menor estaba orientado hacia el Poniente; tenía en su planta baja unos soportales y encima de ellos, sus dos pisos, con cinco balcones cada uno al Oeste, y tres cada uno al Sur.
El académico don Manuel Abella anotaba, a propósito de este nuevo establecimiento, que se habían hecho “las pilas de los Baños de piedra sillería, para mayor curiosidad, y también se ha fabricado una capilla muy decente, aunque no tiene culto, en el mismo sitio de los Baños, en que, según tradición, nació el Venerable Don Juan Palafox y Mendoza.  En otra capilla de la casa contigua, se dice misa los días festivos[xv].

PRIMEROS ANÁLISIS

En el mismo año de 1768, el Lic. Don Antonio Ramírez publicó en Pamplona, sobre las aguas termales de Fitero, un folleto de largo título, al gusto de la época, que decía así: Examen Chímico-Médico de los principios y virtudes de las aguas minerales y baño de Fitero, feliz sitio en el que tuvo su nacimiento el Excelentísimo, Ilustrísimo y Venerable Señor, Don Juan de Palafox y Mendoza, a quien lo dedica su author, el licenciado D. Antonio Ramírez, Médico de la Villa y Real Monasterio de Fitero[xvi]. La obra lleva una introducción, escrita por el Dr. Don Antonio José Rodríguez y tenía 96 páginas.
Como es de imaginarse, en una época en que la Química estaba en mantillas, pues sólo se conocían 18 del centenar y pico de cuerpos simples descubiertos hasta hoy, y Lavoisier no había publicado todavía su famoso Tratado elemental de Química, que sentó las bases de la Química moderna, el análisis del Lic. Ramírez no podía menos de ser muy deficiente y de contener más de un error.  Sin embargo, se le reconoció méritos suficientes para que su autor fuese nombrado miembro de la embrionaria Academia de Medicina de Madrid, todavía de carácter privado, con el nombre de “Tertulia Médica”.
Por lo demás, el Lic. Ramírez no fue el primero que practicó un análisis químico de las aguas termales de Fitero, sino el doctor Limón Montero, quien, unos 70 años antes, analizó el residuo salino, obtenido por evaporación de dos azumbres de dichas aguas, que le remitió don Jerónimo Ribas, médico, a la sazón de la Villa de Fitero. “Los minerales – concluyo el Dr. Limón – de que participan las aguas de este Baño, son azufre, sal y ocre verdadero, que es la madre del hierro”.
El análisis del Lic. Ramírez no era mucho más ilustrativo, pues, según su examen, “los constitutivos de esta agua son un espíritu sulfúreo volátil, algo marcial y vitriólico, una cantidad moderada de tierra calcárea alcalina, sal neutra cathártica y algo de ocre fino subtilísimo, con algunos betunes”.  Su temperatura era de unos 47´5 grados C.
Años más tarde, el farmacéutico de Cervera del Río Alhama, don José Rodríguez Jiménez, hizo otro análisis más minucioso, encontrando en las aguas termales de Fitero los principios siguientes: “bicarbonato y sulfato de Cal, hidroclorato de sosa y de cal (éste con exceso), Protosulfato de Magnesia, Cal, Magnesia, Alúmina y Hierro[xvii].

ARRENDATARIOS Y BAÑEROS

Entre los arrendatarios y bañeros de los Baños Viejos en la segunda mitad del siglo XVIII, figuran Diego Molina en 1749, Esteban Carpintero en 1764, Gregorio Jaso de 1781 a 1792 y Lorenzo de Gómara en 1799. Los arriendos continuaron siendo por tres años; pero su precio empezó a aumentar sensiblemente, a partir de la construcción del nuevo edificio en 1768.  Así, mientras Esteban Carpintero se quedó con el arriendo en 1764, mediante el sistema de la candela encendida o subasta pública , por 100 pesos anuales, equivalentes a 800 reales sencillos, Gregorio Jaso pagó en sus trienios, 168 pesos al año; o sea, 1.344 reales, los cuales ascendieron en 1797, a 1.600; y en 1799, a 1.800 reales[xviii].
Por supuesto, las condiciones de los contratos también sufrieron modificaciones, además de los precios, aunque se mantuvieron la duración trienal, la toma novenaria de los baños, en las bañadas o temporadas veraniegas de junio y septiembre y su gratuidad para los monjes del Monasterio, para los PP. Capuchinos y para un enfermo menesteroso en cada temporada.  De los arriendos hechos a Gregorio Jaso y su mujer, en el decenio de 1780, destacamos estas otras condiciones:
1)    El pago de los 168 pesos anuales se haría en dos fiestas señaladas: la mitad en San Juan de Junio (el 24) y la otra mitad en San Miguel de Septiembre (el 29); 2) el cliente que ocupase el cuarto para tomar agua o para entrar en los pozos, pagaría por la novena 20 reales, y además 12 reales al bañero por su asistencia; 3) el bañero debería bajar a los enfermos a los pozos, y si alguno estuviese tan impedido que no pudiera valerse por sí mismo, lo acompañaría dentro del pozo, todo el tiempo que se detuviese. A continuación, lo sacaría y conduciría a la cama, poniéndolo a sudar; y si el enfermo no tuviera quien le asistiese, lo haría el bañero por sí mismo o por otra persona, cuidando de él mientras sudara.  Ahora bien, si el enfermo pudiera “bandearse”, el bañero lo introduciría en el pozo y esperaría afuera a que se bañase, acompañándole luego hasta que entrase en la cama; 4) el bañero dejaría al enfermo la vajilla necesaria; 1 puchero, 3 platos, 1 vaso, 1 escudilla y 1 jícara, quedando el enfermo obligado a devolvérsela; y si la hubiese roto, a pagársela; 5) si el bañero no tuviese provisiones para vender y los enfermos quisiesen que les comprase pan, vino, carne, aceite, leña y otras cosas, el bañero iría a comprarlas al pueblo, “una o dos veces al día”, dándole el dinero necesario y una pequeña comisión: 4 maravedís por un pan de 4 libras, 2 maravedís por una pinta de vino o por una libra de aceite o por un almud de cebada, etc.[xix]

EL SIGLO XIX
El siglo XIX registró dos acontecimientos trascendentales en la historia de las Aguas Termales de Fitero: la Desamortización de Mendizábal y la apertura de los Baños Nuevos. Por la 1ª, desapareció para siempre el dominio monacal sobre las aguas; y por la segunda, aumentó notablemente su caudal y naturalmente la importancia de las mismas.
Como si los monjes hubiesen presentido el próximo final de su dominio, descuidaron las instalaciones del Baño Viejo en las postrimerías del siglo XVIII y comienzos del XIX, y en cambio, aumentaron considerablemente el precio de los arriendos, el cual fue de 2.110 reales anuales, de 1800 a 1807; de 16 onzas de oro (5.120 reales), en 1815; y de 8.000 reales, de 1816 a 1818[xx]. En comparación con estas cantidades, resultan irrisorias las que había gastado el Monasterio, en algunas reparaciones perentorias, en los últimos años del siglo anterior. Según las Cuentas Generales del Monasterio desde 1783 a 1819, en el año 1785, pagó 569 reales por 8.000 tejas para el Baño; en 1797, invirtió 316 reales, en unos arreglos de menor importancia; y en 1799, desembolsó 316 reales por la cuarta parte que le tocó pagar en la composición del pontigo y del camino del Baño (A.G.N., Sección Monasterio – Fitero, 458). Total: 1.200 reales de gasto en 14 años, cuando, en sólo en el año 1799, le había pagado el arrendatario 1.800 reales.
Refiere Florencio Ioate que, en 1804, llevaba en arriendo los Baños Viejos Celestino Gómara, el cual provocó un serio incidente, al cobrar 60 reales por la novena, con alimentos y cama, a cada uno de dos soldados del Regimiento de Caballería de Borbón, que llegaron el 4 de noviembre, cuando los Baños estaban cerrados. Enterado del caso, el Inspector General de Caballería acudió al Rey, suponiendo que se les había cobrado indebidamente. No era así, pues, aunque, en el recibo aparecían efectivamente 50 reales, no les habían cobrado en realidad más que 40, guardándose cada uno de los soldados el duro restante. Ante la denuncia del Inspector, el Ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, pidió información al Virrey de Navarra, Marqués de las Amarillas y éste, a su vez, al abad de Fitero, Fr. Jerónimo Bayona y al Alcalde Mayor de la Villa, D. Mariano Belllido. Las versiones del Abad y del Alcalde difirieron bastante entre sí, saliendo malparado el Abad por deformar los hechos. En el Informe al Virrey, redactado por D. José María Galdeano, miembro del Tribunal de la Corte Mayor, se decía entre otras cosas, lo siguiente: “Es un ejemplo escandaloso el abuso que se suele hacer de aquellas propiedades (los baños)… No sería injusto que se hiciese pagar alguna cosa a los que pudiesen, para la reparación y conservación de los Baños; pero que, a pretexto de esto, se impida la entrada al necesitado que carece de dinero, sin cuya entrega anticipada no es admitido, esto es hacer abuso de una propiedad…, en desdoro de la humanidad y de la caridad cristiana”. Añadía Galdeano que el Gobierno se debía preocupar de los Baños e instalar un hospital para la tropa e indigentes en general. Pero este sensato consejo cayó en saco roto y hasta 1856, no se construyó el cuartelillo, aledaño al Baño Viejo, para la tropa, el cual fue clausurado en 1913, retirándose el destacamento del Regimiento de Bailén que lo ocupaba. 
A su vez, el Marqués de las Amarillas escribió al Ministro Caballero, dándole cuenta del mal estado de las instalaciones termales, por lo que, hacía cuatro años, se había dirigido al Abad, Fr. Martín Lapedriza, resultado alguno
En vista del mal ambiente que se había creado al Monasterio ante la opinión pública, el Abad. Fr. Jerónimo Bayona encargó al arquitecto, D. Juan de Angós la construcción de una nueva instalación, comenzando las obras a principios de 1805. Pero se interrumpieron enseguida, a pesar del interés mostrado por el Virrey, quien encargó levantar los planos al Director de Caminos, D. Pedro Nolasco Ventura[xxi]. A continuación, los materiales preparados para tal finalidad, se aplicaron a la construcción de una nueva presa del regadío de Cascajos, levantada más arriba de la anterior, en jurisdicción de Cervera, tras la firma de la escritura del 10 de marzo de 1805.
Excusado es decir que la Guerra de la Independencia y la supresión de los conventos, decretada por el Gobierno de José Bonaparte, no contribuyeron a mejorar la situación de los Baños, los cuales fueron utilizados por los heridos y enfermos franceses hasta octubre de 1813, convirtiendo por el mismo tiempo en hospital de Sangre el Monasterio, al expulsar del mismo a los frailes en octubre de 1809.
Los monjes volvieron de nuevo en julio de 1814 y enseguida se cuidaron de arrendar de nuevo los Baños a buen precio, pero no de mejorar sus instalaciones, hasta el punto de que prominente corellano, D. Miguel Escudero, en un Memorial que elevó al Virrey, Conde de Ezpeleta, el 13 de junio de 1816, afirmaba que “el edificio está hoy más deteriorado que nunca y que el Baño es una mansión incomodísima y hedionda”, solicitando que  se adoptasen por el Real Consejo las medidas oportunas”, a beneficio procomunal del Reino, antepuesto a la codicia del Monasterio de Fitero, que así prescinde de la salud pública”[xxii].
En 1817, el Médico-Director del establecimiento, D. Miguel Sanz se dirigió al precitado Virrey, solicitando remedio para cierta dificultad qu ese le había presentadndo; a saber, la llegada inesperada a los Baños de 22 soldados del Primer Batallón de Barcelona. El Director se había dirigido al Alcalde, para que le facilitase camas y colchones, y éste se había excusado, alegando las contínuas exacciones que venían sufriendo los vecinos. Era el mes de septiembre. Entonces el Médico. Director se dirigió al Virrey y éste pasó el papel a las Cortes, las cuales, a su vez, pidieron antecedentes a otros organismos administrativos, y mientras pasaban los días en estos inútiles papeleos, los soldados tuvieron que arreglárselas como pudieron, logrando por su cuenta alguna manta, pero ninguna cama, con lo que pasaron la novena de la manera más inadecuada, para aliviar sus males.
El mismo año de 1817, se arrendaron los Baños a Doña Manuel Irisarri por tres años y 1.000 pesos fuertes anuales, en las condiciones acostumbradas y que el bañero pusiese un capellán por su cuenta, más una caballería, para acudir desde el Monasterio[xxiii].
En 1819, se hizo el arriendo a Benito Ixea por cinco años y 1.640 pesos anuales; o sea, un 64% más. La cantidad era exorbitante y el bañero se resarció, cobrando a los clientes 16 reales más de lo fijado en el contrato. Resulta que entretanto había triunfado la Revolución constitucionalista, y las Órdenes religiosas había sido suprimidas por Decreto de las Cortes del 1 de octubre de 1820, abandonando los frailes el convento el 22 de febrero de 1821. Entonces se hizo cargo de la administración de los Baños Viejos el Ayuntamiento de la Villa. El mismo año, el Jefe Político de Navarra, D. Luis Veyán, pidió informes sobre la situación de los famosos Baños, ampliándose la obligación de admitir gratuitamente a dos pobres, en vez de uno, en cada temporada, sin que eso significase, según el Alcalde Huete, que no se admitiese a otros necesitados siempre qu presentasen un certificado del Alcalde y del Párroco[xxiv].
En esta ocasión, se sacaron a subasta en Tudela algunos bienes del Monasterio y, entre ellos, los Baños. Según José María Mutiloa, se los quedó el vecino de Tudela, Pedro Barrera, por la cantidad de 738.000 reales vellón, habiendo sido evaluados en venta en 663.961[xxv]. Ahora bien, no sabemos si Barrera llegó a tomar posesión de ellos, pues es el caso que, en 1823, compró el establecimiento D. Juan José de Aréjula por un millón y medio de reales en créditos contra el Estado, según asegura en su Monografía, el antiguo Médico-Director de los mismos, Dr. Lletget y Caylá[xxvi]. De todos modos, el Sr. Aréjula fue desposeído de los mismos, pocos meses después, tras el derrocamiento del régimen constitucional por la intervención del Ejército francés, mandado por el Duque de Angulema, volviendo a recuperarlo los monjes, a finales de agosto del mismo año.
ULTIMO PERIODO MONÁSTICO
Durante el periodo de 1823-1835, el Monasterio introdujo en ellos algunas reformas, como la construcción del estanque de enfriamiento y de los cuatro primeros baños de asperón (éstos en 1830); pero se dedicaron sobre todo a explotarlo de nuevo, subiendo cada vez más los precios de los arriendos. Es cierto que la vida en general también se iba encareciendo. Según se hizo constar en el Inventario de 1835, el Monasterio tenía, a la sazón, arrendados los Baños, por cinco años, en 24.000 reales de vellón anuales, al vecino de Cervera D. Valentín Zapatero, por cesión que le había hecho de ellos, D. Vicente Agreda Remón, vecino y comerciante de Fitero[xxvii].
Tras el decreto desamortizador de Mendizábal del 11 de octubre de 1835, los monjes abandonaron definitivamente el Monasterio el 21 de diciembre siguiente; pero D. Juan José Aréjula no recuperó inmediatamente los Baños, sino después de la promulgación del D. D. del 25 de enero de 1837, que ordenó la devolución a los respectivos compradores de los bienes nacionales, adquiridos en virtud de la ley y reglamentos, hechos en las Cortes Constitucionales de 1820 a 1823. Algún tiempo después, murió el Sr. Aréjula y la propiedad del establecimiento termal pasó a sus herederos, Doña Juan María Orozco de Uztáriz y la Sra. Marquesa de Vezmeliana, quienes hicieron construir cuatro baños de jaspe y ensanchar el edificio y el estanque de enfriamiento. El elegante Salón de Recreo fue construido en 1843. El Dr. Cirilo Castro, que era Médico-Director del Balneario Viejo, por aquella época, nos dejó inserta en el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz, una curiosa descripción del establecimiento, diez años después de la extinción del Monasterio. Es la siguiente.
LOS BAÑOS VIEJOS EN 1846
“El establecimiento, único edificio que existe en la base de las tres montañas que forman una cañada, se compone de dos cuerpos y planta, con tres corredores rectangulares. A la entrada del establecimiento, hay un patio bastante reducido, y a la derecha, siguiendo el corredor, se encuentra la fuente de agua mineral en un cuarto bastante espacioso, con sus asientos, destinado a beberla los enfermos. Siguiendo este corredor, está la escalera principal, al concluir el ángulo izquierdo del establecimiento, que conduce al primer cuerpo del mismo, y al pie de la escalera, a la mano izquierda, se halla la puerta que hace frente al ángulo izquierdo del corredor, donde están situados los baños. Desde el patio de entrada, a la izquierda u volviendo al ángulo del mismo corredor derecho, se encuentran diferentes cuartos, que algunos de ellos sirven para pobres y tropa, y otros los ocupa el arrendador para tienda y demás oficinas que necesita. Concluido el corredor del ángulo derecho, desembocando en el último de la izquierda, se encuentran los baños construidos nuevamente de piedra sillería. Antes de llegar a ellos, pero en el mismo corredor, se construyeron actualmente otros tantos de mayor lujo y de más moderna y cómoda forma, pues son de mármol y nada dejan que desear. Cada baño tiende dos conductos con sus grifos de bronce, para que l agua del manantial los surta de los que necesiten: uno de los referidos conductores vienen directamente del manantial, y el otro es igualmente del mismo, cuya agua se deposita en un estanque, donde enfriándose, tiene la ventaja de que cada enfermo recibe el baño a la temperatura que conviene a su dolencia.
En el mismo corredor se encuentran los Pozos que llaman Viejos, de que antiguamente se sería; más hoy, por su mala construcción y muchos defectos, puede decirse que están en desuso. Contiguo a dichos pozos, hay un cuarto oscuro en que, por una canal, pasa el agua mineral para que los enfermos la reciban a golpe, siendo éste uno de los métodos más apreciables por sus buenos efectos en varias enfermedades. En la misma dirección de estos baños y canal, está el cuarto destinado para los baños de vapor, que consiste en una cavidad contigua a la mina, por donde viene el agua mineral; su construcción es una bóveda de ladrillo, en forma de óvalo y al fondo de él hay un conducto, hecho igualmente de ladrillo, cuya longitud dicen ser de 80 varas de distancia hasta el verdadero manantial de las aguas, y su altitud es de 4 pies. Concluye este corredor con la puerta que llevamos citada, al pie de la escalera principal, en cuyo extremo, empezando el primer cuerpo del edificio hay un salón que sirve de comedor y a cuya derecha hay algunos cuartos que, aunque no tan cómodos como los de los corredores, sirven también para hospedar a los enfermos, cuando la concurrencia es numerosa. Al fondo del salón del comedor, hay una capilla que prolonga el ángulo izquierdo del edificio. Los tres ángulos restantes del establecimiento forman un corredor, a cuyos lados se hallan los aposentos, que ocupan los enfermos durante su estancia. En 1843, se construyó una Sala de Recreo en el primer piso, en la que se desplegó el mayor lujo en los muebles y pinturas.
El tercer cuerpo del edificio, sobre igual localidad que el primero, está totalmente subdividido para los concurrentes.
No existiendo edificio alguno más que el descrito, hay a cargo del arrendatario una fonda para los concurrentes que quieran comer contrastados; sin perjuicio de proporcionar todo el menage necesario, bajo el precio que estipulen con el referido arrendatario, a los que por si quieran prepararse los alimentos; pudiendo además, si gustan los señores concurrentes, traer consigo las camas y ropas que cran necesitar, en el concepto de que no haciéndolo, las hallarán en el establecimiento de toda satisfacción. Para el servicio de los bañistas hay sirvientes de ambos sexos. El estado en que se encuentran la fuente, baños, estufa, edificio y caminos es bastante satisfactorio.
La Tabla de precios relativos al servicio del establecimiento es la siguiente.
Bebida sola: 40 reales por 9 días.
AGUAS: Baños de toda especie, aposento y agua en bebida: 80 reales por 9 días.
COMIDAS: En mesa de 1º, 2º y 3º clase: 14, 10 y 6 reales diarios respectivamente.
CAMA: Una: 40 reales por 9 días[xxviii].
En 1864, con motivo de la venida al Balneario Viejo del Rey-Consorte, D. Francisco de Asís, marido de Isabel II, la Diputación Provincial de Navarra hizo construir expresamente para él un baño de mármol blanco, que a continuación, fue puesto al servicio público. Su estancia en Fitero costó a la Diputación 40.000 reales. Naturalmente esta visita regia dio un prestigio nacional al Balneario Viejo, afirmando en 1870 con la publicación en Barcelona de la notable Monografía de los Baños y Aguas Termo-medicinales de Fitero por el ya citado Dr. Tomás Lletget y Caylà que era, a la sazón, desde hacía años, Médico-Director del establecimiento. La obra, editada por Celestino Verdaguer, constaba de 256 páginas y fue premiada en la Exposición Aragonesa Internacional.

FAMA INTERNACIONAL DE LOS BAÑOS DE FITERO
Para entonces la fama de los Baños de Fitero había traspasado las froteras, gracias principalmente a un distinguido hispanista, viajero e hidrógrafo francés: Germond de Lavigne, hoy día completamente olvidado en su país y en España. Por lo mismo le vamos a dedicar unas líneas.
Leopold-Alfred-Gabriel Germond de Lavigne nació en 1812. Tuvo un cargo importante en el Ministerio de la Guerra y se apasionó por la lengua y la literatura españolas, sobre las que escribió varias obras y de las que tradujo otras. Publicó sucesivamente La Celestine (1841, en 8º), Histoire de Don Pablos de Segovie, le Tacaño de Quevedo (1842, en 8º), Don Quichotte d´Avellaneda (1953, en 8º), Recueil de Lettres originales échangées entre Philippe IV et la Soeur Marie d´Agreda (1954, en 8º), Autour de Biarritz (1855), Lettres sur l´Espagne (1858), Itinéraire historique et descriptif de l´Espagne et du Portugal (1851, en 12º), L´Espagne et le Portugal (1867, en 32º, con mapas y grabados), etc.
Tradujo además al francés varias obras de Fernán Caballero.
Germond de Lavigne viajó mucho por toda Europa y, sobre todo, por España, siendo otra de sus pasiones la hidrografía termal y marítima. Para darla a conocer, fundó la Gazette des Eaux, que era como el Diario oficial de los baños de mar y de las aguas minerales, publicando asimismo un An nuaire des bains de mer et des eaux minerales. Por supuesto, estuvo en Fitero, hablando bien del pueblo y de sus aguas termales. Su popaganda hizo mella en su país, ocupándose en delante de uno y otras las grandes enciclopedias francesas de la época.
Fitero est surtout renommé pour sa source minero-saline”. Así se expresaba el Grand Dictionnaire Universel du XIXè siècle de Pierre Larousse, en 15 volúmenes (t. VIII, París, 1866-1876), dedicándole 100 palabras y citando al mismo Gemond de Lavigne. El Dr. L. Hahn, jefe de la Biblioteca de la Facultad de Medicina de París, le consagró 150 en el tomo XVII de La Grande Encyclopédie, en 31 volúmenes, dirigida por Berthelot (París, 1886-1903). Y el Dr. Dicquemare, 75 en el Dictionnaire des Dictionnaires, dirigido por Paul Guerin (t. IV, París, 1886).
Por la misma época, el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano dedicó a Fitero y a sus Baños unas 550 palabras; de manera que en la segunda mitad del siglo XIX, eran ya conocidos en Europa y América, lo mismo que sus análogos de Caldas de Monibuy (Cataluña), Archena (Murcia), Baden-Baden (Alemania), Bagnères de Luchon (Francia), Oberbaden (Suiza), etc.
ERECCIÓN DE LOS BAÑOS NUEVOS
Como ya hemos dicho anteriormente, el segundo acontecimiento capital de la historia de las Aguas termales de Fitero, en el siglo XIX, fue la erección de los Baños Nuevos. El sitio que ocupan actualmente, era una antigua junquera al fon de un barranco rocoso, que formaba parte del monte comunal de Valdecalera. El calor que se notaba en aquel lugar y las filtraciones acuosas que sudaban algunas partes de sus oquedades, eran señales de que por allí cerca debía encontrarse un manantial de aguas termales, parecidas a las del Baño Viejo; y tras no pocas excavaciones y tanteos, se consiguió por fin alumbrarlo.
El promotor de la construcción de los Baños Nuevos fue el opulento propietario fiterano, D. Manuel Esteban Abadía Atienza, secundado por varios parientes adinerados: D. Manuel Jerónimo Octavio de Toledo Abadía, D. Nicolás Octavio de Toledo Alonso y el político corellano, D. Eduardo Alonso Colmenares.
La empresa no fue fácil, a causa de lo abrupto del terreno, la altura del manantial, situado a más de 40 metros de altura sobre la carretera, y la amplia gruta que se abría 20 metros más debajo de él. Estas circunstancias decidieron a los constructores del establecimiento a levantar el edificio de los servicios hidrotermales y parte antigua de la hospedería, adosado al monte, por toda la parte Norte, con lo que los baños, chorros, estufas, etc. se quedaron a la altura de un tercer piso: situación insólita y exclusiva de estos Baños. Sabido es que las instalaciones hidroterápicas de los Baños Viejos se hallan en la planta baja

SU PRIMITIVO EDIFICIO
         El primitivo edificio de los Baños Nuevos sólo constaba de un cuerpo central, con la fachada orientada hacia el Mediodía. Al decir del Dr. Camaleño, que la conoció bien, la instalación “era deficiente y arcáica”. Como todavía no se conocía la luz eléctrica, la iluminación nocturna, tanto en el Balneario Nuevo como en el Viejo, se hacía con farolas y quinqués de petróleo, y arañas y palmatorias de velas. Y como tampoco se conocían los automóviles, el servicio de viajeros lo realizaba una vieja diligencia o coche grande cubierto, tirado por dos troncos de caballos. En el primer decenio de este siglo, la diligencia hacia dos viajes al día, desde los Baños hasta Castejón y viceversa, tomando indiferentemente al os clientes de ambos establecimientos. El viaje sencillo costaba 3,50 pesetas y duraba más de dos horas.
         Los Baños Nuevos se inauguraron en la temporada veraniega de 1846. En la década siguiente, se levantó, a la altura del primer piso la arcada de acceso al establecimiento y el pequeño edificio adicional del Este, con el Salón de Café y Billares en la parte posterior, que terminaba en una terraza, y con un almacén en la planta baja. Y al principio del decenio de los años 1870 se construyeron la arcada de salida y el gran edificio del ala occidental, anejo al central y de la misma altura que éste.
         En 1876, la empresa publicó su primer folleto de propaganda, impreso en los talleres de M. Tello, de Madrid (Isabel la Católica, 23). Era anónimo y tenía el tamaño de un catecismo: 14,5 por 10 cm., y 14 páginas. En él se describe fielmente cómo eran los Baños Nuevos en aquella época, por lo que vamos a resumir su curiosa información.
         Los Baños Nuevos de Fitero, llamados así sólo para distinguirlos de los Baños Viejos, cuentan ya 30 años de existencia (página 3).
         Constan de planta baja, entresuelo, pisos 1º, 2º, 3º y 4º, levantados en dirección del E. al O., dando frente al Mediodía. En el entresuelo está el Oratorio público, en el que se celebra, los días de precepto, la Misa por el Capellón del Establecimiento. Hay también Sacramento, por concesión de S. S.
Los pisos 1º y 2º forman las habitaciones de 2ª clase, y en este último, se encuentra la cocina principal, o sea, la de la fonda, con un espacioso comedor de primera clase, a la derecha; y de 2ª, a la izquierda.
         El piso 3º, llamado principal, porque a su nivel nacen las aguas, contiene las habitaciones de 1ª clase y en él están situados la Dirección Médica y el Gran Salón de Sociedad y Recreo. Los cuartos son desahogados y todos tienen balcón. Al frente de la escalera principal, que ocupa el centro del Establecimiento, hay en cada piso un bonito saloncito.
         El 4º y último piso es el destinado para la clase que se alimenta por su cuenta (pp. 4 y 5). Contiguo al edificio principal está a la parte Norte y frente al Salón de descanso, el departamento de las aguas y baños minerales. Consta de una espaciosa fuente arqueada para beber del agua mineral; 8 pilas o baños de piedra jaspeada, y otra muy capaz, llamada Piscina, y la estufa general y parcial. Hay aparatos para chorros de agua caliente o fría, lluvia y demás medios necesarios para la aplicación de las aguas (pp. 5 y 6).
         El caudal que emana de la fuente era en 1858, de 46 pies cúbicos (994,98 litros) por minuto; pero como las aguas han ido en progresivo aumento, puede asegurarse que su caudal es hoy mucho más abundante. Su temperatura es de 47 y ½º C. En un extremo, se levanta un ancho y capaz estanque de enfriamiento (pp. 6 y 7). Según el análisis, practicado hace muchos años, las aguas contiene cloruro sódico y magnésico, sulfato sódico, magnésico y cálcico, carbonato cálcico, fosfato cálcico e indicios de sílice, alúmina y materia orgánica, estando declaradas sus aguas “iguales en un todo a las de los Baños Viejos” (p. 7).
         En 1855, de 401 enfermos que concurrieron, curaron 284, se aliviaron 12, y sin resultado sólo 5 (p. 10).
Hay correo diario, periódicos de distintos matices políticos, pianista durante la temporada y varios juegos. El viaje desde Tudela o Castejón se hace diariamente en coches capaces, en menos de 3 horas, al Establecimiento y viceversa.

PRIMITIVOS SERVICIOS Y TARIFAS DE LOS BAÑOS NUEVOS
Tarifas
Por el uso del agua mineral en baño, estufa u otra cualquiera forma, por 9 días: 80 reales vellón.
Por cada baño, estufa, etc. que exceda de los 9 días: 9 reales vellón.
Por cada botella de agua mineral sin casco: 1 real vellón.
Habitación de 1ª clase por los 9 días: 60 reales vellón.
Habitación de 2ª clase por los 9 días: 50 reales vellón.
Habitación de 3ª clase por los 9 días: 28 reales vellón.
Fonda
Hay dos mesas redondas de 1ª y de 2ª clase, que se sirven a la llegada de los coches y sus precios, por cada día, son: 22 reales vellón en 1ª, y 14, en 2ª. Además hay otra de 3ª, a precios convencionales. También se sirve en las habitaciones, con 4 reales diarios de aumento.
Los bañistas que se alimenten por su cuenta, tendrá en el Establecimiento un surtido completo de comestibles, a precios módicos; y para la condimentación, hay las cocinas necesarias, independientes de la fonda.
Servicios diferentes
Por afeitar, cortar o rizar el pelo; por peinar a una señora; o aplicar a un enfermo un medicamento: 2 reales vellón
Por ejecutar una operación por el Practicante: 5 reales vellón.
Por asistir a un enfermo, durante el día: 8 reales vellón.
Por asistir a un enfermo, durante la noche: 14 reales vellón[xxix].
         Análisis de sus aguas
Acerca del análisis precitado de las aguas termales del EStbalecimiento Nuevo, hagamos unas puntualizaciones. Efectivamente, ese análisis fue hecho “mucho ha”, como dice el folletito Baños Nuevos de fitero del año 1876; pero no de las aguas de los Baños Nuevos, sino de los Viejos, siendo una copia literal del “ensayo analítico” de las mismas, realizado con posterioridad al del Dr. Ignacio Oliva y consignado por el Dr. Lletget y Caylá, en la página 78 de su citada Monografía. Ahora bien, el anónimo autor del folletito de marras se curó astutamente en salud, afirmando, como hemos visto, que las aguas de los Baños Nuevos eran “iguales en todo a las de los Baños Viejos”.
En cuanto al análisis del Dr. Ignacio Oliva, fue hecho, en 1846, en su cátedra de Análisis Química de la Faculta de Farmacia de Madrid. En 1847, lo reprodujo el Dr. Cirilo Castro, Médico-Director, a la sazón, de los Baños Viejos, en el tomo VIII, p. 107, del Diccionario de Madoz; y en 1870, el Dr. Lletget y Caylá, expresado en gramos y referido a un litro de agua, en su Monografía de los Baños Viejos (p. 78). Helo aquí.
Cloruro cálcico: 0,330 gr. – Cloruro sódico: 0,040 gr. – Carbonato cálcico: 0,150 gr. – Sulfato cálcico: 0,090 gr. – Sulfato magnésico: 0,070 gr. – Sulfato alumínico: 0,050 gr. – Sal ferrosa: 0,170 gr. – Agua: 999,100 gr.
Pues bien, sobre este análisis químico cuantitativo, admitido como artículo de fe, durante casi medio siglo, se anotaba en la Hidrología Médica General del Dr. Francisco de Aguilar Martínez, que “es muy imperfecto y no merece confianza alguna” (p.109). Y desde luego, difiere no poco del realizado por el Dr. D. Antonio de Gregorio ROCASOLANO, a comienzos del segundo cuarto del siglo actual.
Al parecer, el primer médico que hizo un análisis –bastante superficial – de las aguas de los Baños Nuevos, ya en 1886, fue el Médico-Director del Establecimiento, Sr. Armendáriz, quien examinando la atmósfera de la Estufa General, dedujo que las aguas contenían cloruro de sodio, carbonato de cal, sulfatos de cal y de magnesia y probablemente carbonato y sulfato de sosa.
Ciertamente este análisis no valía más que el del Dr. Oliva y asimismo difiere bastante del realizado por el Laboratorio de la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid, en la primera década de esta centuria.
Pero dejemos este aspecto analítico histórico de las aguas termales y volvamos a la evolución de los Balnearios.

LA CONSTITUCIÓN DE LOS “BAÑOS DE FITERO, S. A.”
Por supuesto, la existencia de dos establecimientos tan próximos y análogos, pertenecientes a distintas empresas, no podía menos de desencadenar una ruda competencia, como en efecto sucedió. Jugaba a favor de los Baños Viejos su prestigio secular, y en el de los Baños Nuevos, su modernidad. La citada Hidrología Médica General emitía estos dos juicios lacónicos, pero certeros, acerca de las instalaciones respectivas. La del Balneario Viejo: “Mediana, por incuria, así en el Balneario, como en la fonda”. La del Balneario Nuevo: “Regular bajo el aspecto balneoterápico y buena en lo demás”. Como era de esperar, el 1º continuó en descenso, y el 2º, al contrario.
En 1905, el Médico-Director de los Baños Nuevos, Dr. Miguel G. Camaleño publicó una Memoria de las aguas clorurado-sódicas termales de Fitero. Ya no era el folletito primitivo de 1876, sino un folleto de 23,5 por 16 cm., con 48 páginas y 7 fotografías, impreso en Madrid, por los Hijos de J. A. García –Campomanes, 6. En él hacía una descripción general de sus instalaciones y de sus aguas, destacando las mejoras introducidas desde 1876. Figuraban entre ellas la construcción de las dos alas, oriental y occidental del Establecimiento, que ya anotamos anteriormente, la de tres baños nuevos de mármol blanco, y el funcionamiento de una Oficina de Telégrafos, durante la temporada. No ocultaba que la forma y condiciones de la estufa parcial eran “algo primitivas” y afirmaba que, por entonces, el Balneario Nuevo podía “albergar cómodamente unas 150 personas” (p. 16) Ni que decir tiene que habían aumentado, aunque no mucho, ls tarifas, las cuales en 1905 ya no eran en reales, sino en pesetas: Por el uso de las aguas en la novena, 20 pesetas; por el de las habitaciones, desde 1,50 pesetas, diarias en adelante; y por las comidas de la fonda, 5,50, 4 y 2 pesetas diarias; en 1ª, 2ª y 3ª clase respectivamente. Terminaba el folleto con este anuncio verdaderamente sensacional: “Es casi seguro que, desde la próxima temporada del presente año, se hallarán abierto al servicio público el ferrocarril, desde Castejón a Fitero[xxx].
Resulta que, entre los proyectos de los propietarios primitivos de los Baños Nuevos, figuraba la construcción de un ferrocarril de vía estrecha que los enlazase con Castejón. Ya hemos anotado que, entre aquellos propietarios, figuraba, en lugar principal, D. Eduardo Alonso Colmenares, quien fue dos veces Ministro de Gracia y Justicia, y una, de Fomento. Su influencia política era enorme, dentro del partido liberal, y gracias a ella, se inició y se hubiese llevado a feliz término tan ambicioso proyecto. Tan en serio fue tomado por los futuros beneficiarios que, en noviembre de 1886, los Ayuntamientos de Fitero, Cintruénigo y Corella elevaron una solicitud a la Diputación Provincial, pidiéndole una subvención de 5.000 pesetas por kilómetro, para la construcción de la vía férrea, según se lee en el folio 226 del “Libro de Actas del Ayuntamiento de Fitero, de 1882-87 (Sesión del 29 de noviembre de 1886)”. Por desgracia, D. Eduardo Alonso Colmenares murió prematuramente en 1888. No obstante, se continuó la obra, con el apoyo de Sagasta, incluso después de muerto éste en 1903. Al lado Norte de la carretera de los Baños, todavía se ven trozos de los terraplenes levantados para la vía  férrea, por donde debía pasar el tren. A principios de 1905, sólo faltaba colocar los rieles: labor nada difícil para un recorrido de unos 22 kilómetros. Pero aquel mismo año, hubo un cataclismo político, con cuatro cambios de Gobierno, presididos respectivamente por Azcárraga, Villaverde, Montero Ríos y Moret;  se paralizaron definitivamente las obras –ya lo habían sido más de una vez- y el ferrocarril Castejón-Fitero no vino a perturbar el sueño eterno de los habitantes de nuestro cementerio.
Este fracaso no desanimó a los propietarios del Balneario Nuevo, los cuales tuvieron entonces la feliz idea de constituir una poderosa Sociedad Anónima, a la que aportó un buen refuerzo económico, además de otros accionista, el propietario fiterano, D. Domingo Huarte Rupérez. La flamante S. A. compró en 1909 los Baños Viejos a su último propietario, D. Francisco Villacampa y emprendió una obra de modernización de los dos establecimientos. El primer Gerente de la S. A. fue D. Luis Diez de Ulzurrun, Marqués de San Miguel de Aguayo, casado con una hija del difunto D. Eduardo Alonso Colmenares: doña Eladia Alonso y Morales de Setién.
MODERNIZACIÓN DE LOS BAÑOS NUEVOS EN 1910-1911
La modernización que se hizo entonces de los Baños Nuevos fue tan rápida como notable. El Dr. Camaleño que continuaba al frente de la Dirección médica de los mismos, publicó en 1911 una bien editada e ilustrada Memoria de las Aguas de Fitero, en la que decía: “Nunca con más razón que ahora puede decirse que un establecimiento haya sufrido una transformación radical que lo convierta en uno de los mejores de España. En efecto, recordando lo que era hace dos años (1909) este Balneario y viendo lo que hoy es, se experimenta admiración profunda, pues nadie hubiera creído que, en tan breve plazo, pudiera haber sufrido mejoras y transformaciones tan grandes como existen en la actualidad”.
A continuación, ponderaba las realizadas en los cuartos de baño, en “la estufa general magnífica”, en las estufas parciales, en la fuente para el agua en bebida, “modelo de buen gusto artístico”, en el gabinete de pulverizaciones e inhalaciones, en la sala para ducha intestinal, otra para duchas de masaje y en el departamento de hidroterapia general, “con aparatos para todas las principales aplicaciones; todos ellos de lo más moderno y perfeccionado que se conoce”. “El Hotel ha sufrido asimismo importantísimas modificaciones, Se han elevado techos de habitaciones y pasillos, construido nuevos retretes inodoros; se han hecho gabinetes de lectura y escritura, restaurant y cocina; se ha construido un magnífico aljibe para recoger, después de filtradas, las aguas llovedizas… También se ha iluminado espléndidamente todo el edificio y sus dependencias con luz eléctrica… Inmediato al Establecimiento se han hecho el año pasado (1810) plantaciones de numerosos árboles en un extenso terreno que, en pocos años, ha de convertirse en frondoso parque… Por último, se ha montado un excelente servicio de automóviles que, en poco más de una hora, transporta a los viajeros, desde la estación de Castejón al Balneario y viceversa…” Añadamos todavía que, para recreo de los bañistas, el Balneario Nuevo contrata, cada temporada, a un buen pianista[xxxi].
Por lo demás, el exterior del edificio sólo sufrió ligeros retoques y modificaciones. La terraza del Salón de Café y Billares fue sustituida por un tejado, como los otros cuerpos del Establecimiento. Se repintó la entrada monumental al Balneario, ya desaparecida, la cual estaba a la altura del primer piso y en el centro del cuerpo central, accediéndose a ella por dos escalinatas, a derecha e izquierda de la misma, con una veintena de escalones de piedra, cada una.
Se desmontó la fuente de dos caños que estaba debajo y se arrancaron los árboles que cubrían el terreno hasta la carretera, transformándolo en un bello jardín, a base de macizos de balsamina y de tamaras. En medio de él, se construyó un pequeño estanque circular, alimentado por un surtidor y surcado por peces de colores. En fin, por los aledaños occidentales del Establecimiento, continuó despeñándose desde el monte una bella y humeante cascada, procedente del manantial, una parte de la cual alimentaba el Estanque de Enfriamiento y la otra ponía en marcha la dinamo de una Centralilla eléctrica, edificada por entonces, para suministrar alumbrado a los dos Balnearios.  
TARIFAS DE LOS BAÑOS NUEVOS EN 1911
El Doctor Camaleño nos dejó en su citada Memoria de las Aguas de Fitero las tarifas que regían en 1911 en los dos Balnearios y que transcribimos a continuación.
Servicios Hidroterápicos

Por el uso de las aguas en bebeida, baños, chorros y esetufas, en la novena: 30 pesetas  (BN) y 25 (BV).
Por los mismos usos, utilizando cuartos de baños de preferencia, en la novena: 35 pesetas (BN) y 30 (BV).
Por cada ducha en los diferentes aparatos de la Sala Hidroterápica: 2 pesetas (BN) y 2 (BV).
Por un baño de asiento de agua mineral: 3 pesetas.
Por una inhalación: 1,25 pesetas.
Por una pulverización: 2 pesetas.
Por una ducha de masaje, con su sesión del profesor correspondiente, y ropa: 6 pesetas.

Servicio de Hotel

Hospedaje completo, comiendo en el restaurant, por día: 10,50 pesetas.
Idem.,  por día, según la habitación, comiendo en mesa redonda, desde: 7 pesetas.
Idem., por día, según la habitación, en primera clase, comiendo en mesa redonda, desde: 8 pesetas.
Idem., por día, según la habitación, en segunda clase, comiendo en mesa redonda, desde: 5 pesetas.
En el Balneario Viejo, se facilitaba ropa, colchones, cocina, etc., a precios módicos, a los que acudían a este Establecimiento por su cuenta.
Temporada oficial de los dos Balnearios: desde el 15 de junio al 10 de octubre[xxxii].
LA SERVIDUMBRE DE LOS BAÑOS NUEVOS

Las reformas del Balneario Nuevo, en esta época, contaron con un elemento humano relevante, que no debemos pasar por alto: la eficacia de su servidumbre y, al frente de ella, la del matrimonio Pelairea-Álava, que se había hecho cargo de su administración desde 1908. D. Alberto Pelairea era la simpatía personificada: hombre culto, excelente poeta y autor teatral, buen músico, conversador chispeante y, por supuesto, escrupuloso administrador, tenía un don de gentes que constituía la atracción de todos los bañistas. Por su parte, su señora, Doña Cecilia Álava, mujer hacendosa, vigilante y enérgico carácter, se encargaba de que funcionaran, a la perfección, todos los servicios hoteleros. D. Alberto administró el Balneario Nuevo hasta su muerte, ocurrida el 17 de abril de 1939; a saber, durante 31 años.
La eficiencia de la servidumbre, en aquella época, tenía, por otra parte, una obvia motivación. Es que sus puestos eran muy codiciados, porque, durante la temporada oficial, su trabajo era menos duro y mejor remunerado que el de sus pueblos respectivos.
En el segundo decenio de este siglo, había en el Balneario Nuevo cuatro proceros (bañeros) y dos poceras. No recibían ninguna remuneración de la Empresa, la cual es proporcionaba únicamente un lecho vacío, para dormir en las buhardillas, de techo bajo e inclinado; de manera que ellos mismos tenían que llevar de sus domicilios, al comenzar la temporada, los colchones, almohadones, sábanas, etc. que usaban. Asimismo se alimentaban por su cuenta y sólo percibían arancelariamente de los bañistas 30 reales, por toda la novena. A esta raquítica retribución se añadían las propinas voluntarias de los clientes, las cuales raramente llegaban, en aquella época, a 10 pesetas. Estas propinas iban a parar a una hucha común, para repartírselas más tarde entre poceros y poceras, haciendo siete partes iguales, una de las cuales engrosaba la parte de los poceros, por el trabajo brutal que realizaban, puesto que tenían que trasladar a los bañistas a brazo, envueltos en mantas, desde los baños hasta sus habitaciones correspondientes.
Por cierto que, en un pequeño folleto de propaganda de 8 páginas, editado en Pamplona por Aramburu, sin nombre de autor y sin fecha, pero anterior, al parecer, a 1920, se calificaba esta “conducción de los enfermos del baño a la cama”, de una ESPECIALIDAD NOTABLE, de un “sistema único y exclusivo de Fitero…, que el Dr. Leyden de la Universidad de Berlín, calificó de original e indispensable” (p. 8); pero el anónimo autor se guardaba muy bien de detallar como lo realizaban con cada cliente dos poceros y una pocera… Hoy la conducción es mecánica y la Empresa paga a los bañeros, así como a todo el personal a su servicio.
En el segundo decenio de este siglo, cada pocero solía sacarse, en la temporada, alrededor de 800 pesetas, las cuales fueron aumentando naturalmente con el tiempo. Así, hacia 1930, se sacaban unas 1.200; en 1940, alrededor de 3.000, etc. Cada cuatro años, los poceros debían pasar con sus familias ocho meses en el Balneario, encargándose de atender, en todos los sentidos, a los bañistas que acudían fuera de la temporada oficial.
En cuanto a las camareras, trabajaban únicamente por la comida y el alojamiento buhardillero que les daba el Establecimiento, y por las propinas que recibían de los bañistas. En la segunda década de este siglo, había alrededor de unadecena de camareras, las cuales salían por unas 300 pesetas en la temporada; en la tercera década, por cerca de 400, etc. Se costeaban ellas mismas sus uniformes y tres días antes de comenzar la temporadas oficial, tenían que presentarse en el Balneario para hacer la limpieza general, únicamente por la comida y la cama.
El resto de la servidumbre, durante la temporada, lo componían 1 capellán, 1 oficial de Telégrafos, 1 de Correos, 1 masajista de Madrid, 1 despensero, 1 jefe de cocina con su ayudante, y 1 repostero –los tres venidos de Madrid-, 2 “pincha” de cocina, 2 lavanderas, 1 planchadora, 1 encargado del Café y los Billares, 1 camarero del restaurant, 1 pianista, 1 electricista, 1 botones –que hacía también de monaguillo-, 2 chóferes (uno de ellos, mecánico), 1 recadero y 1 cochero. En total, 22. La mayoría estaban a sueldo, y algunos, por las propinas y la comida.
El recadero hacía diariamente las compras del Balneario, bajando al pueblo en un carro, tirado por un caballo, alojados en una cuadra, adyacente al arco de entrada, que había en el extremo oriental del edificio central. Por su parte, el cochero estaba encargado del cuidado de dos cochos, un landó y una jardinera del Establecimiento, alojados en el Baño Viejo, para llevar de excursión a los pueblos o lugares de los alrededores a los bañistas que lo pedían y lo pagaban.

NUEVAS REFORMAS Y TARIJAS DE LOS BAÑOS VIEJOS
La flamante S. A. de los Baños de Fitero introdujo también varias reformas, durante el 2º decenio de este siglo, en el Establecimiento Viejo, pues amplió el edificio Norte, de manera que los pisos 1º y 2º tuvieron cada uno, en adelante, 12 balcones hacia la plaza, en lugar de 7; mejoró sus servicios hidroterápicos e introdujo el alumbrado eléctrico. Posteriormente, levantó en el ala oriental un tercer piso y un desván, alargándola asimismo algunos metros, y cegó los arcos de los soportales de su planta baja.
En el citado folletito de propaganda de los BAÑOS DE FITERO (S. A.), figuraban las tarifas que regían en el Baño Viejo, allá por los años de la Guerra Europea de 1914-1918. Helos aquí.
Tarifa de Baños
Por el uso de aguas en bebidas, baños, chorros y estufas, durante 9 días: 25 pesetas.
Por idem, en cuarto de preferencia: 30 pesetas. Por idem, en cuarto distinguido: 32,50 pesetas.
Tarifas de Hotel.
Habitaciones desde 2,25 a 8 pesetas al día.
Fonda: En mes de 1º clase: 9 pesetas al día. De 2ª clase: 7 pesetas. De 3ª clase: 5 pesetas.
La asistencia en 1ª clase será la siguiente.
Desayuno: Café con leche, chocolate y leche o huevo.s
Comida: Sopa, verdura, cocido completo al estilo del país, entrada, pescado o frito y asado. Postre de cocina o helado, frutas, etc. y vino.
Cena: Sopa al estilo del país, verdura, plato de huevos, plato variado y asado. Postres variados y vino.
La asistencia en mesa de 2ª clase consistirá en lo siguiente.
Desayuno: Café con leche, chocolate y leche.
Comida; Sopa, cocido al estilo del país, plato de entrada y asado. Postre de cocina o helado, frutas, etc. y vino.
Cena: Sopa al estilo del país, verduras plato de huevos y plato de carne. Postres variados y vino.
La asistencia en la mesa redonda de 3ª clase consistirá en lo siguiente:
Desayuno: Chocolate o café con leche.
Comida: Sopa, cocido y un principio. Postre y vino.
Cena: Sopa al estilo del país, verdura y plato de carne. Postre y vino.
NOTA.- Se admiten bañista por su cuenta (pp. 7 y 8).
El Balneario Viejo empezó a ser nuevamente ampliado o modernizado, a partir de la sexta década del siglo actual[xxxiii]
En 1060, bajo la dirección del arquitecto, D. Eugenio Arraiza, la empresa Fernández Ortega construyó el ala occidental del Establecimiento, con un nuevo comedor y una nueva capilla. A ésta se trasladó el artístico retablo de la anterior, el cual data de 1892 y representa la curación por el apóstol San Pedro de un mendigo tullido, en la Puerta Hermosa del Templo de Jerusalén, según la cuentan los Hechos de los Apóstoles[xxxiv].
A continuación, la empresa Construcciones Martínez Sánchez, levantó el tercer piso del edificio central, según los planos del arquitecto, D. Miguel Arregui. En 1970, se instaló en este Balneario, el primer ascensor; y en 1972, se derribó la antigua capilla, desafectada desde 1960.
En 1980-1982, se remodeló el edificio principal por el mismo arquitecto y empresa precitados, dotándolo de 55 habitaciones y bautizándolo con el nombre de Hostal Palafox; y a continuación, levantaron el lujoso Hotel Residencia Palafox 2, con 48 habitaciones, dotadas de baño y terraza, un suntuoso Salón y dos ascensores. En 1982-1983, construyéndose la Piscina termal de este Balneario y en 1984-1985, se volvió a remodelar el edificio principal, derribando y suprimiendo provisionalmente los pisos 2 y 3º y renovando el 1º y la planta baja, así como el ala de Poniente. Además se arregló y replantó de árboles el jardín de la explanada delantera, instalándose, a unos metros de la puerta de entrada, una pequeña fuente de estilo romano antiguo.
Las nuevas obras se realizaron asimismo, bajo la dirección del arquitecto Sr. Arregui, por la empresa constructora cirbonera de los Hermanos Martínez Sánchez.

NUEVAS OBRAS DE REMODELACIÓN EN LOS BAÑOS NUEVOS

No se quedaron atrás las innovaciones introducidas en los Baños Nuevos por la misma época. Ya en el tercer decenio de este siglo, se levantó un nuevo piso, encimado por desvanes, en el ala del Poniente; pero no hubo una pausa en las transformaciones hasta 1962.
Durante la Guerra Civil de 1936-1939, el Estado Mayor de la Legión Cóndor –tropas regulares alemanas, enviadas por Hitler a España, para luchar contra la República- se instaló en el Balneario Nuevo, a principios de 1937, ocupándolo, por de pronto, en el invierno y la primavera del mismo año. Lo evacuó, al comenzar la temporada oficial, trasladándose a Alfaro, donde se instaló en el Palacio Heredia, volviendo al Balneario hacia mediados de octubre, donde permaneció hasta la primavera de 1938. Componían dicho Estado Mayor alrededor de un centenar de jefes, oficiales, subalternos y simples soldados, y fueron atendidos, en sus dos estancias, por dos poceros y media docena de camareras de la temporada, con la encargada Flora Fraile, de Grávalos. Al decir de uno de los poceros, los alemanes se portaron con la servidumbre correctamente. Pagaban los baños que tomaban y les daban buenas propinas. En la Nochebuena de 1937, les ofrecieron incluso un buen banquete, servido por los soldados; y en la Nochevieja, les hicieron sendos regalos.
Como ya hemos indicado, las grandes obras de remodelación y ampliación del Balneario Nuevo empezaron en 1962, siendo todas planeadas y dirigidas por el arquitecto D. Miguel Arregui y realizadas por Construcción Martínez Sánchez y Construcciones Martinicorena. Entre 1962-1964,m se remodelaron por completo los anteriores edificios, derribando los arcos de entradas y salida, el ala oriental con el Café y los Billares, la monumental puerta principal con sus dos escalinatas de acceso y la capilla anterior. Se rehicieron las habitaciones del anterior cuerpo central, levantando sobre él un nuevo piso sin desvanes, al nivel del adyacente cuerpo occidental. Por supuesto, desapareció el jardín delantero, con sus macizos de balsamina y támara, y su estanque y surtidor, y se construyó la nueva entrada al Balneario, en planta baja, con un pequeño hall, y la escalera principal, a la izquierda del anterior cuerpo occidental.
Tras una pausa de un trienio, recomenzaron los trabajos de ampliación. Se agrandó el hall, se reformó el bar y se construyeron la gran terraza de éste, la Sala de Televisión, la nueva capilla, la peluquería de señoras y el aparcamiento, reformándose por entonces el ascensor: todo lo cual quedó listo para la temporada de 1969.
Las obas adyacentes al Parque datan de 1971-1973; a saber, la piscina climatizada de adultos, el frontón, la terraza-solarium, la pista de tenis y la piscina infantil; y de la misma época son los garajes individuales y la ampliación de la centralilla telefónica con 6 líneas.
En 1980, se inauguró el Nuevo Hotel, con 24 habitaciones dotadas de baño y terraza, ampliándose su número a 48 más; en 1981, totalizando 72. El número de teléfonos internos del Baño nuevo ascendía en ese año a 200; y el número de ascensores, a seis.
Con tales reformas y ampliaciones en los dos Establecimientos, no es de extrañar que el número de habitaciones de ambos, en 1968 fuera de 274; en 1969, de 306; en 1972, de 318; en 1979, de 366; en 1982, de 469; y que, en 1983, el número de plazas hoteleras, incluidas las suites, las habitaciones dobles y sencillas, llegase a 550. Naturalmente fue porque el número de bañistas iba aumentando al mismo ritmo. Por ejemplo, en 1967, afluyeron a los Balnearios, 3.039, de los que 1.875 se alojaron en el Baños Nuevo, y 1.254, en el Viejo. Pues bien, en 1979, ascendieron a 6.313; es decir, a más del doble: 4.466, al Nuevo, y 1.847, al Viejo.
Entre los Directores-médicos del Balneario Nuevo, en el siglo actual, figuraron los Doctores Miguel G. Camaleño, Saturnino Mozota Vicente, Isidoro Rodríguez Triguero, Ángel Abós Ferrer, José Méndez-Vigo, José Sánchez Reyes, Valentín Pérez Argilés, Ángel Marugán González, Nicolás Bermúdez de Castro, Luis Esteban Múgica y Saturnino Mozota Salaverría.
Hasta 1973, los dos Establecimientos fueron conocidos con los nombres de Baños Viejos y Baños Nuevos de Fitero: denominaciones ya inadecuadas, pues ambos eran viejos, por tener más de un siglo y se habían rejuvenecido por las transformaciones que estaban sufriendo. Entonces, a partir d ese año, fueron rebautizados con los nombres de Balneario Virrey Palafox (el Viejo) y Balneario Gustavo Adolfo Bécquer (el Nuevo). En el Viejo, nació el 24 de junio de 1600, el futuro Virrey de la Nueva España (México), D. Juan de Palafox y Mendoza; y en el Nuevo, pasó, por lo menos, una novena en 1861, el famoso poeta de las Rimas, Gustavo Adolfo Bécquer, quien además escribió sobre Fitero dos conocidas leyendas: La Cueva de la Mora y El Miserere; y una narración romántica: La fe salva.
En 1983, las instalaciones del Balneario Gustavo Adolfo Bécquer ocupaban más del doble del área de 1960.

BAÑISTAS CÉLEBRES
Añadamos, para dar fin, a este largo estudio, los nombres más o menos célebres de algunos personajes que pasaron por los Baños de Fitero, en los siglos XIX y XX.
En el primero, el Rey-consorte, D. Francisco de Asís; el escritor, Gustavo Adolfo Bécquer, el arqueólogo, D. Pedro de Madrazo y Kuntz; los políticos, D. Pascual Madoz y D. Práxedes, Mateo Sagasta; y el futuro Papa, Benedicto XV, Santiago della Chiesa, a la sazón, secretario del Cardenal Rampolla, Nuncio en España del Papa León XIII.
En el siglo XX, los más numerosos han sido los toreros; por la eficacia de las aguas termales para curar las secuelas de los traumatismos taurinos. Figuran entre ellos, Bombita, Machaquito, Vicente Pastor, Pinturel, Malla, Cocherito de Bilbao, Nacional II, Pinturas, Joselito Martín, Marcial Lalanda, Villalta, etc. Y entre los demás bañistas, el gran arquitecto D. Vicente Lamperez; el tenor de ópera, Isidoro Fagoaga; el campeón de lucha libre, Ochoa; el boxeador, Paulino Uzcudun; el fundador del P.S.O.E., Pablo Iglesias; los Generales Kindelán, Solchaga y Delgado Serrano; el Jardinero Mayor del Ayuntamiento de Madrid, D. Cecilio Rodríguez, etc.
Propiedades terapéuticas y aplicaciones de las aguas de los Balnearios
Sus propiedades fundamentales son las siguientes: antiinflamatorias, sedantes, antiálgidas, diuréticas, favorecedoras de la circulación y rehabilitación de la función motora del organismo. Y sus aplicaciones principales son contra el reumatismo, gota, obsesidad y diferentes trastornos de los sistemas nervioso y endocrino, y de los aparatos circulatorio, respiratorio, digestivo y urinario.
Empleados de los Balnearios
En 1985, tuvieron, durante seis meses, más de 150, cuyos emolumentos y aportaciones a la Seguridad Social superaron los 80 millones de pesetas.


CAPÍTULO II
INVESTIGACIONES DEMOGRÁFICAS

CAPÍTULO II

INVESTIGACIONES DEMOGRAFICAS

La población: orígenes y evolución desde el siglo XV.
Mientras que la Abadía de Fitero, bien poblada, desde un principio, de monjes cistercienses, se remonta a mediados del siglo XII, el pueblo de Fitero no empezó a formarse hasta finales del siglo XIII, permaneciendo en estado embrionario, durante dos centurias. La explicación es obvia, pues los Estatutos primitivos de la Orden del Cister, a los que sin duda se atuvo San Raimundo, prohibían a sus miembros establecer monasterios en la proximidad de las villas y de cualquier otro lugar habitado. Por lo que podemos concluir legítimamente que, al trasladar el Santo su abadía de Niencebas a Fitero hacia 1152, éste era un lugar desierto, estando seguramente abandonado el mismo castillejo que había dado a este paraje el nombre de Castellón. Por otra parte, los mismos estatutos imponían a los monjes la obligación de dedicarse al trabajo manual, debiendo vivir precisamente de él, con exclusión de otros ingresos.[i] Por consiguiente se puede dar como seguro que, por lo menos, en el siglo XII y en la primera mitad del XIII, no hubo en Fitero más moradores habituales que los monjes, debiendo tomarse como ocasionales los operarios seglares que trabajaron en la construcción de la iglesia, junto con los arquitectos, canteros y albañiles de la misma Orden, que los tenía muy buenos y en gran número. Lo más probable es que esos operarios seglares trabajasen de día en la Abadía y pernoctasen en Tudején.
De todos modos, consta que, hacia 1270, la Abadía tenía ya a su servicio algunos criados y pastores. Jimeno Jurío consigna que, por algunos contratos de tierras, dadas a censo en 1410, conocemos los nombres de ocho, “todos vecinos moradores en el dicho monasterio[ii]”. En todo caso, Fitero no empezó a poblarse realmente hasta que, en 1482, el Abad, Fr., Miguel de peralta, hijo bastardeo del tristemente famoso merino de la Ribera de Navarra, Mosen Pierres de Peralta II, decidió formar en torno a la Abadía una especie de colonia, llamando y cediendo tierras a los moradores más míseros de los pueblos vecinos de rioja y de Aragón, que quisieran afincarse en nuestro actual territorio. Parece que en efecto, vinieron, al principio, algunas familias de Grávalos, Cornago y Cervera; pero debieron ser pocas, si es cierto lo que hizo constar en un escrito del 27 de septiembre de 1743, Fr. Anselmo de Andrés y Val, Archivero del Monasterio, que, en 1512, sólo había en la Villa 30 vecinos y que, en 1585, “contando las viudas, eran los vecinos 78 y no más.”
Por cierto que de los 30 vecinos de 1512, la mayoría eran judíos, pues en 1513, marcharon a pie, hasta Cascante, “24 vecinos judíos de Fitero, hombres y mujeres, para hacerse bautizar por el Prelado diocesano”, que era, a la sazón, el Obispo de Tarazona[iii].
En 1544, el ex paje del Príncipe Don Gastón de Foix, Jaime de Saint-Martin, nacido hacia 1464 en Lorena y vecino más tarde de Fitero, aseguraba que “agora hay 220 casas y vecinos, poco más o menos, en dicho lugar[iv]”. Como se ve, esta afirmación contradice flagrantemente la ya citada de Fr. Anselmo de Andrés, de que en 1585, es decir, 41 años después, sólo tenía Fitero 78 vecinos.

¿Quién estaba en lo cierto? Creemos que Jaime de Saint-Martin, pues Fr. Luis Álvarez de Solís, en su Visita en 1571, consignó que la población de Fitero “pasa de 300 vecinos[v]”. En todo caso, es indudable que el pueblo empezó a formarse, con cierta densidad y celeridad, en el siglo XVI; pero las cifras que se han dado hasta finales del siglo XVIII, no son muy seguras.
Por lo que hace al siglo XVII, se dice en la escritura del proyecto del regadío de Abatores, firmada el 5 de enero de 1603, que en Fitero había “320  vecinos y pico[vi]”. El Abad, Fr. Ignacio Fermín de Ibero escribía en 1610 que la Vila tenía “350 vecinos[vii]”. Otras cifras que se dan del siglo XVII es que, en 1622, tenía unos 400 vecinos; y en 1674, 454[viii]. Más fidedigna es la estadística de 1676, hecha por orden del Virrey de Navarra, Príncipe de Parma. En ella, ya no se habla de “vecinos”, término vago para deducir el número exacto de individuos que componían la población, sino de “habitantes”[ix]. Pues bien, según esta estadística el número de habitantes era, a la sazón, de 1.140, clasificados de la siguiente manera. Varones, 605; y hembras, 535. Casados y casadas, 245 de cada sexo. Viudos, 6; y viudas, 16. Solteros, 350 y soltera, 269. Vecinos, 275[x].
Sin embargo, queda alguna duda acerca de su completa exactitud, pues no constan apenas en ella los mayores de 60 años, si no tenían hijos solteros, ya que el objeto principal de tal estadística fue obtener una relación de todos los vecinos de la Villa que puedan tomar armas, desde los 16 a los 60 años”. Desde luego, entre los 275 vecinos de 1676 y los 454 de 1674, hay una diferencia increíble de 179 vecinos, en dos años. Eso por un lado; y por otra parte, multiplicando por 5, como se hacía ordinariamente, para convertir los vecinos en habitantes, los 275 vecinos de 1676 equivalían a 1375 habitantes, y no a 1.140. ¿Quién estaba en lo cierto?
Por lo que se refiere a la población del siglo XVIII, el ya citado Archivero del Monasterio, Fr. Anselmo de Andrés asegura que en 1743, en que vivía él, se componía la Villa de “más de 500 vecinos”; y según un “Pedimento de la Villa”, fechado el 23 de diciembre de 1772, el pueblo estaba “compuesto de más de 650 vecinos[xi]”. ¿No exageraba un poco?, pues el verídico Fr. Manuel de Calatayud escribía, a finales del mismo siglo, que “es patente y notorio en esta Comarca que la Villa de Fitero tiene 600 vecinos, de los cuales cerca de 400 son labradores[xii]”.
Según el “Cuaderno de cobros de Médicos y Cirujanos” de 1775, que examinamos en el Archivo de Protocolos de Tudela, Fitero tenía entonces 622 vecinos. Y en fin, para salir de dudas, tenemos el censo oficial de 1791, que es la primera estadística demográfica de Fitero, digna de tal nombre.
            De acuerdo con ella, la población total, en ese año, era de 2.208 almas, clasificadas por su estado civil de esta manera: Solteros, 641; y solteras, 574. Casados y casadas, 424 de cada sexo. Viudos, 55; y viudas, 90. Además especificaba los vecinos longevos –ahora se dice de la tercera edad- que había entonces en Fitero, considerando como tales a los que tenían de 70 años en adelante. En total sumaban 60, distribuidos del modo siguiente. De 70 a 80 años: 17 casado, 29 casadas, 5 viudos y 2 viudas. Total, 53 septuagenarios. De 80 a 90 años: 5 viudos y 2 viudas. Total, 7 octogenarios.
         Respecto del siglo XIX, las cifras son ya seguras. Según Abella, en 1802, el vecindario comprendía 2.241 personas. Madoz consignaba en 1846 que la población de Fitero era de 600 vecinos y 2.190 almas. El Dr. Lletget y Caylá anotaba en 1868 que sus habitantes, “según el último censo”, eran 2.752; y Saturnino Sagasti escribía en 1887 que su población comprendía 750 vecinos y unas 3.000 almas.

En fin, por lo que se refiere a la población fiterana del siglo XX, los datos suministrados en el folleto, Población de los Ayuntamientos de Navarra de 1900 a 1981, publicado por el “Servicio de Estadística de la Dirección de Informática y Estadística de la Diputación Foral de Navarra” (Pamplona, 12982), arrojaron las siguientes cifras decenales: en 1900: 3.469 habitantes; en 19120: 3.146; en 1920: 3.178; en 1930: 2.901; en 1940: 2.901 (¿); en 1950: 2.683; en 1960: 2.454; en 1970: 2.303; y en 1980: 2.287 (1.140 varones y 1.147 mujeres: población de derecho.)
         El profesor Alfredo Floristán Samanes, en el Apéndice VIII de su documentada obra, LA REIBERA TUDELADA DE NAVARRA (Zaragoza, 1951), inserta las siguientes cifras de la población de Fitero, desde la mitad del siglo XVI hasta la mitad del siglo XX.
“En 1553: 1.360 habitantes; en 1645: 1.535; en 1646-1647: 1.405; en 1667: 1.870; en 726; 2.241; en 1796: 2.213; en 1797: 2.423; en 1917-1818: 2.505; en 1824: 2.263; en 1845; 2.920; en 1852: 2.443; en 1857: 2.593; en 1860: 2.752; en 1868: 2.888; en 1877: 3.013; en 1887;: 3.353; en 1897: 3.227; en 190: 3.469; en 1910: 3.146; en 1920: 3.178; en 1930: 2.901; en 1945: 2.753.”
         Como se puede comprobar, las cifras de A. F. Samanes no corresponden a los mismos años que las nuestras, salvo las del siglo XX, que son iguales. En cambio, difieren las de los años 2797, 1868 y 1887, aumentadas sensiblemente en su citado Apéndice. ¿Cuáles son más verídicas? Creemos que las nuestras, por estar tomadas de fuentes originales muy fidedignas: las de 1797, del Censo Municipal de aquel año, incluido en el libro Sorteos para soldados de 773 a 1822, del Archivo del Ayuntamiento de Fitero; las de 1868, por estar sacada asimismo del último censo del pueblo y copiadas por el Dr. Lletget y Caylá, Médico-Director, a la sazón, de los Baños Viejos de Fitero; y als de 1887, por estar consignadas en el Manuscrito de Saturnino Sagasti, secretario entonces del Ayuntamiento de nuestra Villa.
Por lo demás, convenimos con el Profesor Floristán S. en que, “hasta 1860, fecha del primer empadronamiento serio, los datos son inseguros y de poca fidelidad” (p. 219) y que “debemos tomar con mucha precaución los datos del siglo XÇVII” (p. 231).
Haciendo un estudio comparativo de las cifras de la población de Fitero desde el siglo XVI hasta nuestros días, se observa que su proceso demográfico ha sido irregular, con un sentido ordinariamente ascendente hasta 1900 en que alcanzó la cifra másica de 3.469, y un sentido marcadamente regresivo en lo que llevamos de siglo, pues el 1 de enero de 1981, Fitero sólo tenía 2.186 pobladores de hecho, lo que significa una pérdida porcentual, en ese periodo, del 36,98%. Los residente eran 1.194 varones y 1.091mujeres; y el número de familias, 722.

Población de hecho y de derecho

La de hecho se compone de los residentes presentes en el municipio y de los que teniendo residencia en otro, se encontraran en el mismo, como transeúntes, en el momento censal. Y la de derecho, de las personas que, por vivir habitualmente en el Municipio, tienen adquirida la residencia en el mismo, tanto si, en el momento censal, están en el Municipio (residentes presentes) como si, en ese momento, estuviesen fuera (residentes ausentes).

Ahora bien, sólo tienen el carácter de residentes en cada Municipio, los que están inscritos como tales, en el Padrón Municipal correspondiente. Según el censo publicado por la Delegación Provincial del Instituto Nacional de Estadística, en el Boletín Oficial de Navarra, el 7 y 19 de julio de 1971, Fitero tenía, en 1970, una población de hecho de 2.303 habitantes; y de derecho, de 2.317, ocupando, por su población de hecho, el lugar 44, entre los 265 municipios de la Provincia de Navarra.

Población relativa

Es sabido que la población relativa o densidad de la población es el número de habitantes por kilómetro cuadrado, en oposición a la población absoluta, que es la suma total de los habitantes de un pueblo o país. Pues bien, tomando como dividendo la población de derecho, que acabamos de señalar, es decir, los 2.317 habitantes, la población relativa de Fitero de 1970, era de 54 habitantes por kilómetro cuadrado.
Desgraciadamente, en la actualidad, no llega ni a los 51.

Natalidad, nupcialidad y mortalidad desde el siglo XVII.

He aquí unos cuantos datos semi-seculares (excepto dos) sobre estos capítulos, que nos proporcionó, hace varios lustros, el entonces párroco de Fitero, D. Jesús J. Torrecilla. Faltan 3 relativos a las defunciones, que no encontró en los Libros Parroquiales.

Comparando estas cifras entre sí, queda asimismo confirmada la línea ascendente-descendente de la población fiterana de la que hemos hablado anteriormente, pues resulta que Fitero, en lo que se refiere a la natalidad, después de haber subido hasta 145 nacimientos en 1900, bajó hasta 40 en 1950; es decir, a los mismos que tuvo en 1547, no consignados en el cuadro anterior; y en lo tocante a la nupcialidad, después de haber llegado hasta los 34 casamientos en 1850, descendieron hasta 16 en 1950; o sea, a los mismos que tuvo en 1700. En cuanto a la mortalidad, la irregularidad de los datos, debida ordinariamente a las epidemias del pasado, no permite una comparación razonable. Evidentemente ha disminuido, sobre todo, la infantil, que casi ha desaparecido por completo; pero ya es signo regresivo que, en 1800, el exceso de los nacimientos sobre las defunciones fuera de 29; y en 1950, es decir, siglo y medio después, solamente de 10.
Desde luego, la mortalidad ordinaria en los siglos pasados fue proporcionalmente bastante mayor que en la actualidad, y el promedio de vida de los vecinos, algo menor, sobre todo entre las familias de los jornaleros, por cuatro razones principales: el exceso de trabajo, la mala y escasa alimentación, la falta de higiene ye el atraso de la medicina. La mortalidad infantil todavía era importante a principios de este siglo, en que constituían un espectáculo frecuente los “entierrillos”, con sus cajitas blancas; y no hablemos de los siglos pasados, en que los niños morían como las moscas. Pongamos unos ejemplos del XVIII. En 1739, murieron en Fitero 145 personas, de las que 91 fueron niños. En 1740, 72 personas, de las que 23, niños. En 1741, 139 personas, de las 70, niños; y en 1742, 72 personas, de las que 31, niños. Suponemos que, en los años 1739 y 1741, debió haber alguna epidemia, entonces frecuentes, por haber sido tan alta la mortalidad. Lo mismo debió ocurrir en 1631, a juzgar por la siguiente coletilla, escrita por el Vicario de la Parroquia, al final de las partidas de defunción de aquel año: “Fue este año de 1631 muy fuerte de ambres y muertes y se despoblaron muchos lugares.”

III
CASERÍOS Y CALLES

Siglo XVI y XVII
No hay población sin poblado; así es que el complemento del estudio de la población es el de sus habitaciones cuyo conjunto forma el caserío; y éste, las calles.
         La primera casa o, mejor dicho, edificio de Fitero fue seguramente Castellón, o sea, la pequeña fortaleza que hubo, al parecer, primitivamente, con anterioridad a la instalación de los Cistercienses, en nuestro territorio, “y de la cual –afirmaba el académico Abella en 1802- aún duran algunos trozos de muralla, incluidos en la fábrica del Monasterio”[i].
La segunda casa fue indudablemente la Abadía primitiva, bastante modesta, construida por San Raimundo, a mediados del siglo XII, y no la monumental de la época moderna. Ya hemos asentado anteriormente que, con toda probabilidad, no hubo en Fitero más moradores que los monjes, hasta la segunda mitad del siglo XIII. Fue, pues, en este periodo cuando empezaron a construirse las primeras viviendas, aledañas a la Abadía, las cuales formaron, con el tiempo, la primitiva calle del pueblo: el Cortijo, cuyos primeros vecinos fueron los criados y dependientes del Monasterio, con sus respectivas familias. Más adelante, ya en el siglo XV, el Cortijo estuvo defendido “con cercas y murallas y con comunicación al Monasterio, al que servían de defensa y resguardo. Sobresalían en las murallas tres torres y dos fuertes puertas, de las cuales aún se conservaba en 1769 una, y residuos de murallas y almenas”[ii].
         A consecuencia del poblamiento emprendido en 1482 por el Abad, Fr. Miguel de Peralta, los inmigrados de los pueblos vecinos edificaron unas 30 viviendas, de traza tan primitiva como mezquina. Un testigo ocular, el ya citado Jaime de Saint-Martin asegura que eran “unas casillas, a manera de chozas, cubiertas de tierra y no de tejas, con una sola habitación, y ninguna con cámara, y tan bajas y pequeñas que no cabía en ellas una lanza tiesa”. Jimeno Jurío, exagerando un poco la nota, escribe que “las casitas levantadas en esta época eran en todo semejantes a las que habitaron los pobladores celtíberos de la Peña del Saco, en el siglo IV antes de Jesucristo[iii].”Sin embargo, “para el año 1544, existían más de 220 casas, en el verdadero sentido de la palabra”[iv]. Naturalmente, también se habían abierto nueve calles, siendo las más antiguas, además del Cortijo, la Plazuela de la Picota, el Barrio Bajo y los Charquillos. Por entonces, había un barrio en construcción, llamado Los Solares, del que tenemos noticia por algunos contratos de compra-venta de casas, situadas en él. Una de ellas fue vendida, el 18 de septiembre de 1548, por Pedro de Villoslada y su mujer María Guillén, vecinos de Fitero, a Oger Pasquier, vecino de Tudela, en 126 florines, de 15 groses cada florín, en moneda de Navarra[v]; y otra fue vendida, el 11 de mayo de 1556, por Francisco Gómez a M. de Barea por 75 ducados de oro viejo, de 50 tarjas cada uno, asimismo en moneda de Navarra[vi]. Por tan elevados precios, se ve que debían ser unas casas señoriales, pues, en 1577, se invirtieron solamente 16 ducados y 7 tarjas, en la edificación de la Casa del Concejo[vii]. Es verdad que[viii] este edificio no debió ser muy sólido, puesto que, 22 años después –el 14 de abril de 1599- se hizo un convenio con el albañil Francisco de Inestrillas, para que lo reparase en la parte que daba al corral de Miguel Francés[ix].
A la sazón, se empedraban ya las calles, como se deduce de un concierto con el empedrador Rodrigo Ximénez, vecino de San Pedro, firmado el 24 de marzo de 1587, para empedrar la calle de Santa Lucía hasta el Humilladero y de otro convenio para empedrar la Plaza de la Orden de 1606[x].
Según el Libro de Cumplimientos Pascuales de 1634 a 1666, que figura en el Archivo Parroquial, en 1634 había en Fitero las siguientes calles: Plaza de la Orden, Barrio Bajo, los Charquillos, Carnicería, Cortijo, Plazuela de la Picota y tras de la Iglesia, calle de Miguel Gómez del Moral, de la Loba, del Medio, del Juego de Pelota y de la Calleja. En 1666, aparecían dos más: la calle de Oñate y la del Pozo; pero había desaparecido el nombre de la calle de Miguel Gómez del Moral, sustituido probablemente por la que se llamaba en 1666 Calle del Médico, Miguel del Moral había sido Alcalde de la Villa y familiar de la Inquisición.
En 1698 y 1699, aparecen en las escrituras de compra-venta de casas; tres calles más: la de San Juan, la de Entre Ambos Ríos y la del Portillo[xi]. De manera que, a finales del siglo XVII, había ya en Fitero una veintena de calles.

Siglos XVIII y XIX

En el siglo XVIII, aumentó el número de casas y asimismo el de calles, siendo la más moderna y principal la calle de la Villa. El censo de 1797 registró 498 “casas útiles y ninguna arruinada”. Medio siglo después, Madoz hizo constar que eran “500, poco más o menos[xii]”. Conjeturamos que debían ser algunas más, pues para entonces se había abierto la Calle Mayor, aunque es cierto que en 1846, Fitero tenía 214 habitantes menos que en 1797. ¿Por qué? Seguramente a causa de dos guerras históricas prolongadas, ocurridas en el intervalo: la Guerra de la Independencia (1808-1814) y la Primera Guerra Carlista (1834-1839).
A propósito del caserío fiterano de su época, escribía Madoz que “las casas son dedos y tres pisos, más cómodas que elegantes, particularmente una porción que tienen huerto. La parte antigua, que constituye la mitad de la población, se compone de malísimas calles, estrechas, torcidas, llenas de rincones y algunas sin salida; mas en la otra mitad, de construcción moderna, son más espaciosas y rectas; en especialidad, la Mayor, que es hermosa, larga y ancha. Todas ellas pueden tener agua corriente[xiii]”. Y algunas la tenían, pero la totalidad no la tuvieron hasta un siglo más tarde.
A propósito de la Calle Mayor, anotemos dos detalles curiosos: 1) que entonces no era tan larga como hoy, pues terminaba un poco más arriba del comienzo de la calle del Cementerio y no fue prolongada en línea recta, para empalmar con la carretera de Cintruénigo, hasta 1913; 2) que la diligencia de los Baños no empezó a entrara en el pueblo, atravesando la Calle Mayor, después del rodeo del Cogotillo Bajo-Luchana (Pío XII y Díaz y Gómara), hasta 1862[xiv].
A mediados del siglo pasado (y también de los anteriores), casi todas las casas del pueblo eran de adobe o tapial de tierra, con la fachada recubierta de yeso o argamasa. Una singularidad curiosa, al menos en dicha época, era su numeración, pues examinando el Libro de Difuntos de la Parroquia de 1816 a 1856, observamos con sorpresa que las casas del pueblo no tenían una numeración independientes por calles, sino la correspondiente a un cómputo total de los edificios de habitación de la Villa, empezando en la Plaza del Molino y terminando al final de la Calle Mayor, en cuyo nº 485, murió Manuel Díaz en 1841. Pero en 1860, se pasó a la actual por calles.
La construcción de nuevas viviendas recibió un gran impulso, en el penúltimo decenio del siglo XIX, del que datan la Plaza de Magallón (1883), la calle de la Patrona (1884), las calles de Alfaro y Calatrava (1885) y la calle de Angós (1886). Vale la pena de hacer un poco de historia de este notable ensanche decimonónico. Su iniciativa se debió, por una parte, al Ayuntamiento, presidido entonces por D. Juan Cruz Lahiguera, y por otra, al Marqué de San Adrián, apoderado general de su hermana, Doña María del Pilar Magallón y Campuzano, viuda de D. Rafael Jabat y dueña de los terrenos. La Plaza de Magallón es el Paseo de San Raimundo de hoy. Se formó con dos plazas adyacentes: la de la Orden, que comprendía la parte arbolada actual; y la del Monasterio, que era la parte desarbolada, llamada vulgarmente Plaza de la Leña, porque en esto la empleaban los frailes, según asegura P. Madoz[xv]. Por supuesto, la Plaza de la Orden tampoco tuvo árboles en los siglos pasados. Ambas estaban separadas en 1882 por dos edificios (uno de ellos era la antigua Hospedería del Convento) y por dos trozos de la Huerta y del Jardín del Abad. D. Juan Cruz Lahiguera se enteró de que los herederos de D. Rafael Jaba querían vender los bienes que tenían en Fitero (procedentes de la desamortización de Mendizábal) y en la sesión del Ayuntamiento del 2 de septiembre de 1883, propuso  la corporación “hacerse con las dos casas que dividían las dos plazas de la Orden y del Monasterio y los dos trozos de la Huerta y Jardín del Abad que están incluidos en ellas, con el objeto de dar el ensanche correspondiente, en esa parte de la población, y dar salida al término de la Huerta, con beneficio de aquélla y de las fincas de aquellos que, de este modo, quedaban dentro del pueblo”[xvi]. Esta propuesta aprobada por la Corporación, lo fue, a su vez, dos días después, por la Veintena de Mayores Contribuyentes, y el 23 del mismo mes de septiembre, por la Diputación Provincial de Navarra. Con que, el 3 de diciembre siguiente, el Ayuntamiento compró, por un lado, a Doña Pilar de Magallón la antigua Hospedería de los Monjes y trozos de la Huerta y del Jardín del Abad, en 9.311 pesetas; y por otro lado, a D. Domingo Huarte, en 3.030 pesetas, una casa que tenía en los mismos jardines. Los dos edificios fueron derribados y los terrenos allanados, para formar una sola y enorme plaza, a la que se puso el nombre de Plaza de Magallón[xvii]. Naturalmente se pensó en construir al N. y sobre todo, al Sur de ella casas para los vecinos; y para empezar este ensanche de la población D. Domingo Huarte prestó al Ayuntamiento 7.000 pesetas, el 2 de diciembre de 1883, cantidad que le fue devuelta el 6 de agosto de 1884, con 281,15 pesetas de intereses, según se atestigua en el f. 95 del Libro de sesiones del Ayuntamiento de 1882-1887.
El 13 de enero de 1884, se subastaron los 22 solares de la Huerta y Jardines, que daban a la nueva Plaza. A la sazón, en la línea meridional de las Huertas, de 170 metros de longitud, sólo había una casa de D. Joaquín Agreda y un granero, que fue vendido en seis suertes para solares. Se previó que las casas que iban a levantarse, pudieran ser hasta de 4 pisos, incluida la planta baja, de los cuales el 1º debería tener 3,40 metros de altura; el 2º, 2,60; el 3º, 2,5 y el 4º, 1,90, sujetándose a las mismas medidas los dueños de los solares del Nº de la Plaza[xviii]. En la sesión del 27 de enero de 1884, se acordó abrir la Calle de la Patrona, con una anchura de 7 metros, “desde la puerta de la iglesia hasta la Carrera del Olivar, en línea recta”, si el apoderado de Doña Pilar de Magallón presentaba buenas condicione de venta. Y, en efecto, las presentó, pues sólo pidió “500 pesetas, libres de todo gasto”, por lo que se aprobó en la sesión del 17 de febrero siguiente[xix].
La apertura de las calles Alfaro y Calatrava todavía le salió más barata al Ayuntamiento, presidido entonces por el nuevo Alcalde, D. Mariano Val. En la sesión del 12 de julio de 1885, el Sr. Val leyó una sorprendente comunicación del Marqués de San Adrián, en la que proponía al Ayuntamiento la apertura de dos nuevas calles en el Olivar Grande, cuyos terrenos cedía gratuitamente su hermana Pilar, ya viuda de D. Rafael Jabat. Una de ellas tendría 5 metros de anchura y 137 de largura y empezaría en el solar número 5, acera derecha de la Calle de la Patrona, y terminaría en la otra calle nueva, que sería de 7 metros de anchura y 258 de larga e iría desde la Plaza de Magallón a la Carrera del Olivar (hoy Calle de Federico Mayo). Por supuesto, el Ayuntamiento aceptó encantado tan generosa propuesta, decidiendo poner a la primera calle el nombre de Alfaro; y a la segunda, el de Calatrava[xx]. No hay que decir que a esta última se la denominó así, en recuerdo de San Raimundo, primer Abad de Fitero y fundador de la Orden Militar de Calatrava; y a la segunda, en memoria de D. Manuel M! Alfaro, que hizo construir, a sus expensas, las casas de los números pares de dicha calle y algunas de los nones de la Calle de Calatrava. Fueron edificadas a destajo por cinco hermanos albañiles: Cipriano, Andrés, Zoilo, Juan Y Anastasio Fernández, por 500 pesetas cada una.
La Calle Angós se inauguró en 1886 y su nombre recuerda al Maestreo de Obras, D. Juan Cruz Angós, que dirigió desde 1820 las del regadío de Abatores.

Siglo XX

Al comenzar el siglo actual, Fitero tenía 742 casas; y en 1920, había 783 edificios en el casco de la población y 17 más en las afueras, incluyendo los Balnearios. El censo de este año anotaba además 12 edificios y 148 albergues, diseminados por el término municipal.
El 28 de septiembre de 1953 fue otra fecha importante en la pequeña historia de la vivienda fiterana, pues se inauguraron entonces la Calle Federico Mayo y la prolongación de la Calle Angós, con 48 casas subsidiadas.
En diciembre de 1954, se inauguró el Matadero Nuevo, levantado a la entrada del Paseo Viejo, y también las casas nuevas para los Maestros Nacionales y para el Secretario del Ayuntamiento, en la Calle Mayor, números 115 y 117. En 1965, fue erigido el edificio de la Agrupación Escolar Mixta, en el extremo oriental del cuerpo meridional del antiguo Monasterio Cisterciense; cuerpo del que fueron demolidos previamente, con gran trabajo, unos 30 y pico metros de longitud, perpetrando un atentado estético e histórico, verdaderamente lamentable. Y, a la postre, inútil, pues, tres lustros después, sus locales resultaron insuficientes y se proyectó la construcción de nuevas escuelas, detrás de la Plaza de Toros.

Inauguración de 12 calles nuevas

La década de los 70 marcó un fuerte avance en la renovación del caserío viejo y en la edificación de numerosas casas nuevas, con la particularidad de que los revestimientos exteriores se hicieron ordinariamente de ladrillo amarillento. En el mismo año de 1970, se construyeron 6 casas nuevas y se repararon 83. Este aspecto de la reparación –que, en bastantes casos, fue más bien reconstrucción- tuvo gran importancia, no solo por la apariencia de pulcritud que fue dando al poblado, sino especialmente porque el interior de las viejas viviendas ganó un cien por cien en higiene y en comodidad. En la actualidad, casi todas las casas del pueblo tienen su wáter-closet y sus lavabos de agua corriente; y en una buen parte –y por supuesto, todas las nuevas- su cuarto de baño o duchas. La mayoría de las cocinas utilizan el gas butano, y en los comedores o cuartos de estar, no falta un aparato de televisión. En 1971, había ya en el vecindario 250 televisores. En este mismo año, se inauguraron ya oficialmente cinco calles: las denominadas Domingo Huarte, Rodrigo Ximénez de Rada, Gustavo Adolfo Bécquer, Julio Asiain y Alberto Pelairea. Los edificios del casco de la población ascendían entonces a 908; los de extramuros, a 10; y los albergues de los campos, a 150.
En el Programa de las Fiestas de Septiembre de 1972, ALABRASTROS HERNA anunciaba la construcción de 56 viviendas nuevas; y en efecto, la fiebre constructora continuó a más y mejor, inaugurándose en 1979 nada menos que 7 calles más: las de Fray Luis Álvarez de Solís, Saturnino Sagasti, Niencebas, Tudején, la Atalaya, el Olmillo y Peñahitero. El 30 de marzo de 1981, según los datos del Servicio de Estadística de la Diputación de Navarra, Fitero tenía 714 viviendas familiares, 166 secundarias, 4 colectivas y 126 desocupadas. El número de calles ascendía a 40

La Nueva Casa del Ayuntamiento y el embellecimiento del Paseo de San Raimundo
La obra más importante, en el tramo de la construcción, durante los dos primeros Ayuntamientos democráticos, presididos por el Alcalde, D. Carmelo Aliaga Hernández, fue la restructuración del cuerpo suroriental rematante de la vieja Abadía Cisterciense, el cual fue transformado en una magnífica Casa Consistorial, la cual alberga, no sólo todas las dependencias municipales, sino un moderno Dispensario Médico, la Biblioteca Pública y amplios locales para las sedes sociales de diversas entidades. La obra fue proyectada en 1979, con un presupuesto inicial de 26.011.532 pesetas, el cual fue ampliado, en febrero de 1984, con 12.107.042 suplementarias; de manera que su coste final fue de 38.118.574 pesetas. A ellas hay que añadir los honorarios de los arquitectos D. Román Magaña, D. Cesáreo Sesma y D. Francisco Bellido, por la confección del proyecto y la dirección de su desarrollo, los cuales ascendieron a 2.131.703 pesetas.
La obra fue realizada por dos empresas principales: la CONSTO, S. A. de Valladolid, que se encargó de la restauración de los exteriores (fachada y tejados), desde octubre de 1981 a mediados de agosto de 1982; y la empresa MARIN Y SOLDEVILA, de Castejón, que hizo la reconstrucción de los interiores, en 1983-1984 y primeros del 85. La obra de la CONSTO fue gestionada y sufragada directamente por el Ministerio de Cultura; y la de MARIN Y SOLVEDILA, por la Diputación de Navarra y el Ayuntamiento de Fitero. La Diputación dio, en un principio, 15.447.900 pesetas y posteriormente, 7.709.643 pesetas.
La flamante Casa Consistorial fue inaugurada solemnemente el 15 de marzo, fiesta de San Raimundo, de 1985.
Al mismo tiempo, el Paseo de San Raimundo fue espléndidamente remozado con la artística pavimentación, hecha por la empresa LURGAIN, de Huarte-Araquil, que costó cerca de dos millones, y la fuente monumental de las pirámides truncadas e invertidas, construida por Alfonso Fernández Ortega e inaugurada en 1984. El nombre de Paseo de San Raimundo, que sustituyó al anterior de Plaza de Magallón, fue acordado por el Ayuntamiento, presidido por el Alcalde, D. Juan Cruz Lahiguera, en la sesión del 5 de agosto de 1903[xxi]. Parte de la Plaza de Magallón, correspondiente a la antigua Plaza de la Orden, había sido ya convertida en un paseo público de cinco pistas, adornadas por tres hileras de árboles (acacias y olmos) y unos asientos formados por tres grandes cubos de granito.

Restauración de las cubiertas de la iglesia

Fue realizada en 1985-1986 por Construcciones Zubillaga, S. A., bajo la dirección del arquitecto, D. Féliz Zozaya y del aparejador, D. Eugenio Soldevilla, habiendo sido financiada por la Diputación Foral de Navarra, con un presupuesto de 65.772.955 pesetas.

CAPÍTULO III
LA TENENCIA DE LA TIERRA

Antecedentes medievales
                Como antecedentes de la tenencia de la tierra por los vecinos de Fitero, hay que remontarse a la primera mitad del siglo XII, antes de la llegada a Yerga de los cistercienses primitivos (época premonástica) y coninuar hasta finales del siglo XV, en que empezó a formarse propiamente el pueblo (época monástica). De lo documentos más antiguos que nos quedan, recogidos por Cristina Monterde en su Colección Diplomática del Monastero de Fitero, se deduce que el territorio actual de Fitero perteneció principalmente, en la época premonástica, después de la Reconquista, a vecinos o simplemente terrateniente de Tudején, y secundariamente a otros propietarios de Cintruénigo, Tarazona, etc., conservándose sus nombres: Miguel Pascual, Domingo Jimeno, Pedro Sanz, Sancho López, etc.
         Ahora bien, el punto de partida para determinar la tenencia de la tierra, en la época monástica, es la donación de la villa y lugar de Niencebas al primitivo monasterio cisterciense de Yerga y a su Abad, Durand, hecha, el 25 de octubre de 1140, por Alfonso VII el Emperador. Pero hay que puntualizar que esta donación real, así como las posteriores de Castellón y Tudején, no implicaban el despojo de los propietarios particulares que poseían fincas en estos lugares, las cuales pasaron poco a poco, legalmente, a poder del Monasterio, por compraventas, permutas y donaciones; de manera que, al finalizar la Edad Media, todo el territorio fiterano pertenecía prácticamente a la Abadía. A propósito de donaciones, así reales como particulares, que se hacían al Monasterio, conviene destacar esta observación certera de Cristina Monterde. “El Monasterio de Fitero acreció su dominio, no sólo por donaciones reales, sino además por la mentalidad especial del hombre medieval, que piensa en el más allá con temor: estas donaciones, más que con un fin piadoso per se, son por la redención de sus almas, miedo al infierno, etcétera[xxii]. En efecto, ya en el primer documento que inserta: el de la donación de Niencebas, Alfonso VII dice que la hace “pro mea maxime parentumque meorum salute, pro peccatorum nostrorum remsiione” (ante todo por la salvación mía y la de mis padres, y por el perdón de nuestros pecados)[xxiii]. Por lo demás, adviértase que de los 243 documentos que copia dicha autora, más de 200 se refieren a donaciones y transacciones de tierras, y todos tienen que ver, más o menos, con el dominio territorial del Monasterio.

La tenencia de la tierra desde 1482 a 1584

         Sabido es que el vecindario fiterano empezó a formarse con gentes pobres, venidas de los pueblos inmediatos de Castilla y de Aragón, a las que el abad, Fr. Miguel de Peralta llamó y admitió como simples moradores hacia 1482, proporcionándoles “solares para sus viviendas, tierras para mantenerse, a cambio de unas pechas simbólicas, reducidas a una gallina por la casa y unos tributos por las haciendas… Todos estos habitantes eran labriegos de humilde condición. Su calidad de extranjeros y renteros del Monasterio los situaba en condiciones de sumisión y vasallaje, con respecto a los propietarios de las tierras y solares. Por esa causa, no contradecían ni osaban contradecir al Abad y convento, en ningún caso[xxiv].” Es decir, que estaba a merced del capricho de los monjes, quienes les rentaban o les quitaban las tierras, cuando y como les parecía. Tal situación continuó sin protestas durante el abadiazgo de Fr. Miguel de Peralta (1480-1502), porque los habitantes eran escasos y sumisos, así como el abadiazgo de Fr. Martín de Egûés y Pasquier (1503-1540), porque fue un abad benévolo y paternal, habiendo organizado el primer municipio fiterano, a estilo democrático. Pero la situación cambió por completo, al sucederle, a los 20 años, su sobrino, Fr. Martín de Egûés y de gante, que era un mozo libertino y despótico, siendo el que inauguró el periodo dictatorial de la Abadía, que, con el apoyo del Real Consejo de Navarra, se perpetuó hasta la supresión del Convento. El pueblo tenía ya 200 vecinos, los cuales no se resignaron ante los abusos escandalosos de Egûés II y de sus compañeros, tan relajados como él. Entonces la mayoría del vecindario solicitó permiso de Felipe II para construir una nueva población, independiente de los frailes, en los montes de Tudején. Expidióse una Cédula Real en 1548, accediendo a la petición; pero se opuso terminantemente el Monasterio, y el intento separatista no prosperó. En tales circunstancias, la tenencia de la tierra se hizo más aleatoria que nunca, sobre todo, para los oponentes al Monasterio, careciendo los renteros de toda garantía y seguridad. A este lamentable estado de cosas puso fin –al menos, temporalmente- el Abad electo, Fr. Luis Álvarez de Solís, por la escritura censal del regadío de 1584.

La Escritura Censal del Regadío de 1584

Es uno de los documentos más importantes de la historia de Fitero. Y también de los más extensos, pues consta de más de once mil palabras. Por lo mismo, no lo reproducimos íntegramente, sino que ofrecemos un resumen esencial y escueto de su gestación y contenido, advirtiendo que las frases entrecomilladas están tomadas literalmente de su texto, aunque con ortografía moderna. La escritura en cuestión fue formalizada y firmada ante el notario y escribano real, Don Gracián Navarro, el 27 de enero de dicho año, previa una reunión y acuerdo del Concejo de la Villa el día 23, y de tres reuniones capitulares del Monasterio, celebradas el 24, 25 y 27 del mismo mes. El Abad, como hemos dicho, era Fr. Luis Álvarez de Solís, y el Prior, Fr. Martín de Barea, componiendo la comunidad cisterciense de entonces 14 monjes profesos más. A su vez, los Regidores de aquel año eran Miguel Gómez del Moral, familiar del Santo Oficio, Cristóbal de Alfaro y Martín de Barea. A la reunión del Concejo acudieron los tres Regidores, 72 renteros, tres testigos y el Notario; es decir, 79 vecinos del pueblo, y el acuerdo que tomaron fue el de pedir al Monasterio que les diese a censo perpetuo las tierras de regadío que tenía en renta, pues “l Abad y los monjes muchas veces dan y quitan las piezas a quien y como les ha parecido”, alegando los renteros “la necesidad que todos tienen de tener las dichas piezas, y de aquéllas hacer a su voluntad, como en cosa suya propia, y porque no se las puedan quitar, para darlas a otra persona”. Todavía no existía el regadío de Cascajos, inaugurado en enero de 1603, y las tierras en cuestión se reducían a 603 robadas y 6 almudes, con un total de 135 pedazos, distribuidos en estos 7 términos: Valdebaño, con 20 pedazos; la Redonda, con 3; la Ovejuela (los Plantados), con 3; Solosoto y el Cascarral (Cascarrales), con 23; la Hoya del Puente, con 16; y la Huerta Baja, con 68.
Entre los parajes de estos términos, aparecen los siguientes. En Valdebaño: el Arenal del Río Alhama, el Cierzo, la Presa de los Monjes y el Río de Igea. En la Ovejuela: el Paguillo, el Tamarigal del Monasterio, el camino del Batán de San Valentín y el Brazal de las Viñas de Ovejuela. En Solosoto y el Cascarral: el Barranco de la Endrecera de Roscas, Soto de sauces del Monasterio “que le llaman Quiebra-cántaros”; la Pieza de los Ballesteros (que pertenecía a la Cofradía de San Miguel), el Camino Real de Agreda y las Nogueras. En la Huerta Baja: la Pieza de la Orden, el Arenal, “el Río de piedra, que va a la Estanca de Cintruénigo”; La Viña Baja de la Malvasía (perteneciente al Monasterio), el Camino Real que va a Cintruénigo, la Pieza del Rey, el Brazal de las Travesañas, el Brazal de la Tamariz y el Río Molino.
Las cláusulas de la escritura en cuestión son 23; pero sólo vamos a resumir las más importantes:
1)    El Monasterio y los arrendatarios aceptaban, sin derecho a reclamaciones ulteriores, las medidas y tasaciones de las tierras que constaban en la escritura.

2)    Las ganancias de terreno, ocasionadas por las crecidas del Río Alhama, serían “para el dicho Monasterio y no para los censatarios”; y las mermas serían compensadas a éstos, con las rebajas correspondientes en su tributación.


3)    Los censatarios deberían pagar al Monasterio, cada año, dentro de los meses de agosto y septiembre, “por cada robada de tierra, tres robos de trigo limpio, seco y bueno, puesto a su costa en los graneros del Monasterio.”

4)    Los censatarios deberían pagarle además “el diezmo y primicia de todo lo que cogieren, sin exceptuar cosa ninguna”, incluso de la renta prevista en la cláusula 3ª; de manera que, si de una robada de tierra, cogían ocho robos de trigo, debían pagar tres por dicha cláusula, y uno más de diezmo y primicia; es decir, cuatro robos “y no como algunos, con poca conciencia y temor de Dios han hecho, que es no diezmar lo que dan de renta”. Detallando aún más el modo de efectuar este pago, se especifica que “el diezmo y primicia de trigo, cebada, avena, centeno, mijo, cáñamo, lino, ajos, cebollas y alubias” se pagarían en especie; pero las otras legumbres y verduras, como son lechugas, rábanos, berzas, melones, pepinos, cohombros, habas, arvejas, espinacas, puerros y acelgas” se tasarían en dinero, y de dicho dinero se pagaría el diezmo. La tasación sería hecha por dos personas: una de la parte del Monasterio y otra, de la censataria, dirimiendo la cuestión el Alcalde, en caso de discordia (pero hay que observar que el Alcalde era nombrado, cada año, por el Abad, quien podía destituirlo en cualquier momento.)

5)    “De cada cuatro robadas de tierra”, los censatarios tenían que pagar además al Convento “una mantada de paja, cuan grande la pudiera traer una acémila, con sus angarillas y mantas”.


8)    Los censatarios  no podrían plantar en sus fincas “árboles de ningún género, ni para leña ni para fruta”.
9)    “Toda l madera y leña que el río trajere, sea siempre del Monasterio, a excepción de la que quedase dentro de los pedazos de los censatarios y no fuese fusta.

10)           Los censatarios quedaban obligados a “tener siempre en pie reparados, a su costa, todos los regadíos”; y si fuese necesario abrir nuevos y construir acequias, lo harían por su cuenta, “sin que el dicho Monasterio contribuya a los gastos, con dinero u otra cosa”.


11)           Todas las hierbas continuarían como propiedad exclusiva de los monjes, “sin que ninguno de los censatarios ni otra persona puedan, como hoy no pueden, tener aprovechamiento de dicho herbaje, con ningún ganado menor ni con dula”.

Se autorizaba a los censatarios a plantar viñas en las tierras de la Redonda, “que parecen inútiles para pan llevar”, con la condición de pagar la renta de tres robos de trigo, por robada de tierra, “más el diezmo y primicia de la uva”.
20) Los censatarios no podrían vender, empeñar ni enajenar ninguna parte de sus tierras a “clérigo ni caballero ni a otra persona de las prohibidas por las Leyes”.
21) Cuando el censatario fuera a vender una finca “a persona llana y abonada”, debería avisar al Monasterio, con 10 día de antelación, “para que, si la quisieren los monjes, la puedan tomar”, pagando una décima parte menos que el precio de venta, “por razón de fádiga”; y si no la tomaba el Convento, debería abonar a éste, por razón de luismo, una décima parte del precio de venta.

22) Los censatarios se obligaban a cumplir las estipulaciones del contrato “con sus personas y todos sus bienes, y personas y bienes de los demás consortes[xxv]”.
Tales son las partes principales del histórico documento.
Evidentemente algunas de sus cláusulas eran verdaderamente onerosas y sospechamos que no se debieron a la iniciativa del Aba Álvarez de Solís, que era un hombre de talante comprensivo y liberal, sino a la imposición de los demás monjes. En todo caso, este convento fue recibido con alivio por los renteros de la época, puesto que les aseguraba la posesión pacífica y estable de las tierras arrendadas.

La Escritura de Transacción de 1628

La situación tirante entre el pueblo y el Monasterio, que amainó durante el efímero (1582-1585), pero beneficioso abadiazgo de A. de Solís, volvió a recrudecerse con sus sucesores, legando a su climax en 1627. En tiempos del aristocrático Abad, Fr. Plácido del Corral y Guzmán. A la sazón, seguíase en la Corte de Navarra una docena de pleitos, entablados por la Abadía contra los vecinos de la Villa y en los que éstos salían casi siempre perdedores. Con que el 24 de junio de 1627, al pretender el Aba d qu se notificase al pueblo, por pregón púbico, cierta pragmática real, estalló un tumulto popular en el que Fr. Plácido estuvo a punto de ser linchado. Este motín y otros graves sucesos inmediatos le obligaron a firmar la Escritura de Transacción y el convento sobre los pleitos pendientes entre la Villa y el Monasterio del 8 de julio de 1628. La formalizaron y firmaron, por parte del Monasterio, el Abad Fr. Plácido y los Procuradores del Convento, Fr. Jerónimo de Álava y Fr. Miguel Baptista Ros; y por parte del pueblo, el Regidor de la Villa Miguel Gómez del Moral y los Procuradores de la misma, Juan de Huete y Juan de Larrea.
Dicho documento consta de 34 apartados, algunos de los cuales rectificaron la Escritura Censal del Regadío de 1584. Los más importantes, referentes a esa rectificación, fueron los siguientes.
1.- Que en los dos primeros años de una viña nueva, se puedan plantar en ella alubias; y en los olivares, ya criados y acopados, todas las semillas que quisieren.
2.- Que la licencia para desplanar una heredad infructuosa, la conceda el Monasterio “sin interés alguno”.
8.- Que en adelante se pudiesen plantar árboles frutales en las cabeceras y vagos de las viñas y olivares.
9.- Que, en vista de que en el Paguillo, las crecidas del río Alhama han destruido algunas heredades, sus dueños puedan criar en ellas los que pudieren, mientras no se puedan reponer en las viñas y olivares.
11.- Que en diez pies, junto al río, no se pueda roturar ni beneficiar la tierra.
16.- Que las heredades que gozan de la condición de cerros, se cierren con cerraduras de hilo de tapia y tengan las puertas necesarias.
17.- Que los censatarios puedan vender o pacer sus yerbas con sus ganados, en sus heredades, hasta la Peña de Fitero.
18.- Que en sus heredades no puedan entrar cabras, asnos ni ganado vacuno, en ningún tiempo[xxvi].

Las Tablas de Ezpeleta

Entre las escasas tierras fiteranas de regadío, que no fueron propiedad del Monasterio, en los siglos pasados, figuran las Tablas de Ezpeleta, sitas “en la Huerta Baja, desde el Río Alto de la Huerta hasta el Río Alhama”; es decir, en el paraje que hoy se llama La Mayor, sin duda por la abreviación popular de la heredad del Mayorazgo de Ezpeleta, del que formaba parte, así como las tierras adyacentes de Cintruénigo, en mayor extensión. Las de Fitero sólo comprendían 27 robadas, divididas en 4 tablas, y plantadas, en su mayoría, de viña. En 1783, eran sus propietarios los vecinos Manuel Abadía, Juan Antonio Medrano, María Cariñena, Pedro Fermín Solano, Serafín Atienza, Manuel Barea Latorre e Isidro Hernández. Todas estaban gravadas con un censo enfitéutico perpetuo, fádiga, luismo y comiso, siendo, a la sazón, su censalista D. Enrique de Ezpelera y Galdeano, vecino de puente la Reina, quien obtuvo del Real Consejo De Navarra, en marzo de dicho año, mediante un despacho de Inmitiendo, el reconocimiento de sus derechos. Incluso mandó hacer en 1798, un apeo de dichas tierras, como lo testimonian sendos documentos notariales de D. Joaquín Huarte, conservados en el Archivo de Protocolos de Tudela (Protocolo de 1783, nº 23 y de 1798, nº 12). El mayorazgo de Ezpeleta, del que formaban parte dichas tablas, se remontaba cuando menos, a comienzos del siglo XVI. En 1602, era poseedor del mismo el caballero navarro, D. Gaspar de Ezpeleta, el cual, el 7 de junio de este año, otorgó un poder general sobre sus bienes y sus derechos al Abad de Fitero, Fr. Ignacio Fermín de Ibero, natural de Pamplona. Por cierto que, en aquella fecha, estaba encargado de la Enfermería y de la Hospedería del Convento, Fr. López de Ezpeleta, tal vez pariente del poderdante (Protocolo de Miguel de Urquizu , de 1602, nº 22 A-P.T.). Al decir de Florencio Idoate, D. Gaspar obtuvo a los 30 años, el hábito de Caballero de Santiago, a pesar de ser un perfecto calavera: jugador, borracho, mujeriego, derrochón, espadachín, etc. Con que, en la noche del 27 de enero de 1605, fue acuchillado –en duelo o en riña- a las puertas de la casa del Príncipe de los Ingenios, D. Miguel de Cervantes, el cual vivía entonces en la calle del Rastro, de las afueras de Valladolid. A los gritos de socorro del herido, lo recogió el gran escritor en su domicilio, donde murió dos días después, sin llegar a declarar quién había sido su agresor. Probablemente sería algún matachín, pagado por cierto escribano, real, al enterarse éste de que D. Gaspar mantenía relaciones con su mujer; pero el alcaide-juez Villarroel, por espíritu de cuerpo, cargó los indicios de culpabilidad sobre Cervantes, quien fue a parar a la cárcel con sus hermanas Andrea y Magdalena, su hija Isabel, su sobrina y algunos vecinos, hasta un total de 11 personas. Naturalmente fueron puestos en libertad, al comprobarse que ninguno de ellos había tenido arte ni parte en aquel asesinato; pero después de haberse pasado una temporadita carcelaria.
¡Curioso caso el de esta prisión inicua de Cervantes, por culpa de un tenoriesco censalista de las Tablas de Ezpeleta de Fitero! Al morir, tenía D. Gaspar 37 años.
(V. Florencio Idoate, Rincones de la Historia de Navarra, t. III, pp. 769-771; y José Montero Alonso, Miguel de Cervantes, p. 19 – Colección Los Protagonistas de la Historia.)

La Desamortización del siglo XIX

Fueron tres: la bonapartista, la constitucionalista y las progresistas. Afectaron a todos los conventos y las tres supusieron cambios radicales en la tenencia de la tierra, puesto que arrebataron a aquéllos sus fincas rústicas y urbanas, nacionalizaron sus bienes. Las dos primeras fueron efímeras y de efectos provisionales; pero la tercera fue definitiva y de efectos perdurables.

La desamortización bonapartista y la ocupación francesa de Fitero

La desamortización bonapartista fue decretada por el Gobierno de Mariano Luis de Urquijo, el 18 de julio de 1809, con el refrendo del Rey, José Bonaparte. A la sazón, el Monasterio de Fitero alojaba a 33 monjes y los bines que les incautaron fueron los siguientes: 26 edificios, 10 robadas de huerta, 54 robadas y 8 almutadas de prado, 238 peonadas de viña, 6 piezas de secano, con 78 robadas, 8 fincas dde olivar con 2.130 plantas de olivo, en un terreno de 217 robadas y 15 almutadas; y 57.737 robos de trigo, procedentes de los censos. En octubre del mismo año, los franceses echaron a los frailes del Convento, convirtiéndolo en hospital de sangre para sus soldados hasta octubre de 1813[xxvii]. De manera que ocuparon Fitero algo más de 4 años.
Ahora bien, antes de expulsarlos, desde el 25 de junio de 1808, hasta el 29 de agosto de 1809, exigieron al Monasterio el pago de 19.643 reales vellón, en efectivo, y suministros diversos, por valor de 155.915 reales (exacciones contabilizadas en 85 recibos). Pero a éstas hay que añadir otras diversas sin recibo, como el requisamiento de todos los ganados del Convento y de 231 libras de plata (a 17 reales de v. la onza); la destrucción del santuario de Yerga (40.000 reales v.) y de 6 parideras de ganado (30.000 reales); el corte de 9.834 árboles del Soto (los 2/3 del total por valor de 35.116 reales); los destrozos hechos en el edificio del Monasterio (160.000 reales), etc.[xxviii] De todos estos perjuicios, el Monasterio presentó a la Diputación Provincial una Relación pormenorizada, el 24 de diciembre de 1814. Puede verse en La Desamortización eclesiástica en Navarra por José María Mutiloa, pp. 270-271 (Pamplona, Ediciones Universitarias de Navarra, 1972).
Por lo demás, los ocupantes franceses no pusieron en venta ninguna de las fincas incautadas a los monjes, de manera que, en este aspecto, la tenencia de la tierra no sufrió modificaciones.

La desamortización constitucionalista

Fue votada por las Cortes Constitucionales, el 1 de octubre de 1820, y refrendada por el Gobierno de Evaristo Pérez de Castro. Tampoco esta desamortización cambió sensiblemente la tenencia de la tierra aunque mejoró bastante la condición de los censatarios, al quedar suprimidos de hecho los diezmos y primicias, el luismo, la fádiga y demás pechas monacales. Pero subsistieron los censos perpetuos y redimibles. El Crédito Nacional se limitó arrendar, en 1820, las Dehesas y Corralizas por 1.500,26 reales; 45 robadas de viña, por 6.008 reales; 2 huertas de 8 y 9 robadas, por 3.960; y otra huerta de 7 robadas, por 544 reales.[xxix]
No ocurrió lo mismo con las fincas urbanas, pues se subastaron en Tudela y fueron comprados los Baños Viejos, el Trujal, el Batán de Paños, la Nevera y 13 casas del Monasterio, por un importe total de 922.960 reales, descontada la venta del Horno, que se mandó suspender. A los adquirentes se les dieron facilidades para pagar las fincas en 10 plazos. El vecino de Tudela, Pedro Barrera, se hizo con la Casa de los Baños por 738.000 reales, evaluada en venta en 663.961 reales, mientras que el resto lo adquirió el vecino de Fitero, Bernardo Bayo, al mismo precio de venta[xxx]. Ni que decir tiene que los compradores quedaron desposeídos, a la vuelta de los monjes, los cuales recobraron sus bienes, por oficio del Virrey del 18 agosto 1823.

La desamortización progresista

Se la conoce vulgarmente por la desamortización de Mendizábal, porque fue iniciada esencialmente por este Ministro, con el histórico decreto del 11 de octubre de 1835; pero, en realidad, el periodo desamortizador duró más de 20 años, siendo sus principales protagonistas los ministros del Partido Progresista. Uno de los últimos y de los más radicales fue el escritor pamplonés, D. Pascual Madoz, quien, siendo Ministro de Hacienda, dictó la Ley de Desamortización del 1 de mayo de 1855, suprimiendo los censos perpetuos.
En aplicación del precitado decreto de Mendizábal, los monjes de Fitero, una vez terminado el Inventario de sus bienes, que duró 37 días, abandonaron para siempre el Convento, el 21 de diciembre de 1835. Vino a hacerse cargo de él D. Melchor Azcárate, vecino de Tudela, en su calidad de Comisionado de Arbitrios de Amortización.
La desamortización de Mendizábal supuso una verdadera revolución en la tenencia de la tierra en Fitero. Por supuesto, los censatarios continuaron en posesión de sus tierras, pero, como en 1820, quedaron libres de pagar los diezmos y primicias y demás pechas monacales, excepto los censos mayores y menores. Igual ocurrió con los arrendatarios, quienes pasaron a depender en delante de la Administración de Propiedades y Derechos del Estado, en Navarra. En cambio, fueron sacadas a subasta pública las fincas rústicas y urbanas del Monasterio, administradas directamente por él. Limitándonos a las rústicas, situadas en el territorio de nuestra Villa, fueron subastadas las siguientes:
1)    La Heredad grande de la Huerta, de 50 robos de cabida, plantados en su mayoría de viña, y también de olivos jóvenes.
2)    El Oliviar Grande, de 70 robos de tierra, con 800 olivos.
3)    La Pieza de la Orden, con 40 robos, con 216 olivos.
4)    La Mejorada, de 40 robos, con 220 olivos.
5)    Ocho olivares, sitos en los términos del Combrero, los Plantados, la Callejuela de los Plantados, Torralba, Carracorella, Peñahitero y el Camposanto, con un total de 63 robos y 13 almudes, que contenían 624 plantas y algunos plantones.
6)    Dos Huertas anejas al Monasterio, de 18 robos.
7)    El Jardín del Monasterio, de 4 robos de cabida, dedicados a frutas y verduras.
8)    El Soto, de 90 robos, poblados de árboles.
9)    La era de trillar del Camposanto Nuevo.
10)           Siete corrales cubiertos de acubilar ganado menudo, sitos respectivamente en el Calvario Viejo (con 1 yugada de tierra), en Valderromeral, encima de la Hoya del Puente (con 2 yugadas), en los Blancares, Valdeza, Valdeguarro y el Pardo.
11)           Las Dehesas de Valdeza, Valdeguarro y Ulagoso.
12)           Las Dos Corralizas, anejas a estas Dehesas.

En esta ocasión, no faltaron compradores de los bines del Monasterio, siendo los principales los siguientes: Manuel Abadía, que compró fincas rústicas y urbanas por un total de 917.676 reales; y Gervasio Alfaro, que compró asimismo fincas de las dos clases por 313.370 reales. A su vez, los principales compradores de fincas rústicas solamente fueron: Martín Atienza, por 170.000 reales; José Martínez, por 97.000 reales y Veremundo Atienza, por 28.500 reales. Hilario Carrillo remató en subasta 65 censos, por 281.962 reales. El Soto fue comprado por Rafael Jabat, vecino de Madrid[xxxi].
En febrero de 1836, el Ayuntamiento de la Villa pidió a la Diputación de Navarra que le autorizase para derribar la portería y la tapia que cortaba el frontis principal del suprimido Monasterio y también que le concediese para Casa Consistorial el edificio de la Hospedería[xxxii].
En 1839, fueron arrendadas por un año 299 robadas de los Olivares de los monjes, por 26.100 reales y casi todas las yerbas del Monasterio y comunes, por 5.500 reales[xxxiii]. Acogiéndose al decreto del General Espartero del 9 de diciembre de 1840, el Ayuntamiento solicitó del Gobierno que se le adjudicase el Monasterio y sus dependencias, en beneficio del pueblo, y el Ministerio de Hacienda, por R. O. fechada el 27 de septiembre de 1841, se lo concedió; pero la R. O. no se cumplió, como veremos en otro capítulo. El 15 de diciembre de 1843, Juan Miguel Barbería remató por 4.400 reales vellón, el Refectorio Nuevo del Monasterio, hoy Teatro-Cine Calatrava[xxxiv] y también adquirió por entonces el Canal del Boticario.

Los Censos de los monjes

Las pechas o tributos que pagaban los vecinos al Monasterio, exceptuando los diezmos y primicias eran, en 1835, de tres clases: 1) censos perpetuos a renta de trigo, cuya renta total ascendía a 1.092 robos y 7 almudes y medio de trigo anuales, siendo el número de censatarios 225; 2) censo redimidos a dinero, que pagaban 160 censatarios, ascendiendo los censos capitales que tenía el Monasterio contra ellos, al 5% de rédito, a 77.095 reales de plata de a 16 cuartos y 5 maravedís; 3) censos menudos, a cargo de 397 censatarios, los cuales pagaban anualmente al Monasterio, a título de reconocimiento anual”, un total de 531 reales de plata y 17 maravedises y ½ de a 16 cuartos[xxxv].
Otros censos menudos antiguos, que ya no se pagaban en 1835, eran el luismo, la fádiga y los censos simbólicos. La fádiga era una décima parte del precio de venta de una finca rústica o urbana, que pagaba de menos el Monasterio, si, por derecho de prelación quería quedarse con ella; y el luismo era la décima parte de dicho precio, que había que abonar al Monasterio, si no compraba la finca. Los censos simbólicos consistían ordinariamente en una gallina anual o en una o media jarra de agua. Estos últimas había que llevarlas al Convento, derramando el agua en su frontis, a presencia del Abad. Saturnino Sagasti cita algunos casos de éstos, tomados del Libro de censos menudos a favor del Monasterio, que era el 5º de los Libros de Cuenta y Razón del mismo. He aquí tres. Joaquín Rupérez paga por una casa en los Charquillos, una gallina (f. 136); y la Viuda de Joaquín Molina, por otra casa, en la Callejuela de Oñate, media jarra de agua (f. 155). Por supuesto estas ridículas pechas anuales eran independientes del precio de compra o venta. Así, en una escritura de venta de una casa en el Cortijo, otorgada el 29 de agosto de 1797, a favor de Claudio Andrés, se especificaba el pago anual de una gallina al Monasterio, como censo menudo, pero además, la cantidad de 893 reales y 22 maravedís, “en buena moneda de oro y plata, usual y corriente en este Reyno”, como precio de compra[xxxvi].

Redención de los Censos Menudos

Nacionalizados los bienes del Clero, el ramo de Amortización pretendió resucitar, en cierto molo los censos menudos, reclamando las pensiones anuales y los luismos de compra-venta de fincas y hasta girando apremios a los pretendidos deudores; por lo que el Ayuntamiento y la Veintena de Mayores Contribuyentes recurrieron en varias ocasiones, al Gobierno, oponiéndose a tales reclamaciones. La última vez fue en 1851, logrando que la Dirección General de Contribuciones, por oficio del 21 de enero de 1852, acordase la suspensión de tales reclamaciones y el retiro de los apremios. Sin embargo, la cuestión no quedó completamente zanjada hasta que el Ayuntamiento , acogiéndose a la Ley de Desamortización del 1 de mayo de 1855, que declaró redimibles todos los censos, entabló la redención de los censos menudos fiteranos, que, a la sazón, ascendían a 394 y cuyos réditos anuales sumaban 1.005 reales vellón, con 74 céntimos. Capitalizados al 10%, de acuerdo con la base primera del artículo VII, título II de la citada Ley, dieron un total de 10.057 reales y 40 céntimos, con cuyo pago, realizado en Pamplona, el 11 de abril de 1856, quedó libre Fitero de tal carga censataria secular[xxxvii]. Algo más dura de pelar resultó la liberación de los censos perpetuos a trigo, que se prolongó hasta la tercera década del siglo XX; es decir, más de 80 años. Son los famosos censos de Barbería.

Los censos de Barbería

Escribe Javier Mª Donézar que “el censo representativo del periodo desamortizador navarro fue el pagado anualmente por la Villa de Fitero al Monasterio de Bernardos… Ascendía a 1.092,7 robos de trigo (exactamente a 1.092 robos y 7 ½ almudes), importando 19.374,23 reales (a 17,25 reales el robo, según el precio establecido entonces en la Villa). Capitalizado al 66 2/3 el millar, supuso 1.291.645,3 reales, cantidad con la que fue sacado a subasta en 1845[xxxviii]”. Se lo quedó el 26 de mayo de dicho año, D. Juan Miguel Barbería y Urriza en 1.400.000 reales vellón. Pero como el R. D. del 19 de febrero de 1836 y el artículo 33 de la Real Instrucción del 1 de marzo del mismo año solo obligaba a esta clase de rematantes a pagar inicialmente la quinta parte del total, dándole plazos de 8 y de 16 años, para abonar el resto, según que se tratase de compradores a Títulos de la Duda Consolidada o con dinero, resulta que el Sr. Barbería adquirió, por un desembolso inicial de 14.000 duros y un piquito de pesetas, el derecho de hacerse pagar perpetuamente por los vecinos de Fitero 1.092 robos y 7 almudes y medio anuales de trigo. El precitado pago lo realizó el 5 de agosto de 1845, al Administrador Principal de Bienes Nacionales, D. Valentín Urra. Evidentemente no había hecho un mal negocio el Sr. Barbería, pero apenas si pudo sacarle jugo, pues murió en Madrid el 19 de febrero de 1848, a consecuencia de un humor aneurismático, en la calle del Carmen, nº 21, principal. Era soltero y tenía 49 años. Había nacido en Arrarás (Navarra) y tenía 4 hermanos y 1 hermana. La transmisión sucesiva de su censo enfitéutico fiterano recayó sucesivamente en su hermano D. Antonio María Barbería y Urriza; en el hijo de éste, D. Pedro Barbería y Armasa; y en el hijo del anterior, D. Antonio Mª Urbano Barbería y Mutiozábal, vecino de Arrarás.
Excusado es decir que los censatarios de Fitero no se resignaron a seguir pagando los censos a un logrero forastero, que vino a sustituir al Monasterio, sin más títulos que el haber pagado al Gobierno de Madrid los 14.000 durillos precisados. Por lo cual D. Manuel Abadía, D. Sebastián Mª de Aliaga y D. Manuel Calahorra (cerverano), por sí mismos y en representación de otros 214 vecinos de Fitero, entablaron pleito, en tal sentido, contra D. Babil Latorre, apoderado en la Villa de D. Juan Miguel Barbería. El Procurador del pueblo fue D. Mariano Agreda, quien alegó, con razón, que, habiendo sido abolidos los Señoríos y además las comunidades religiosas, nacionalizándose los bienes de éstas, quedaron automáticamente abolidas las prestaciones perpetuas a unos y otras; y como la Villa de Fitero había sido un Señorío temporal y espiritual del suprimido Monasterio cisterciense, no tenía por qué seguir pagando ahora a un señor ajeno las rentas que había pagado al Convento, durante tres siglos. Añadió en favor de su tesis que el artículo 5 de la Ley de 3 de mayo de 1823 especificó ya que los pueblos que habían sido de Señorío, no estaban obligados a pagar cosa alguna, en razón de ello, a sus antiguos Señores, y que el artículo 10 de la Ley de 26 de agosto de 1837 había dado un plazo improrrogable de dos meses, para presentar los títulos de adquisición a los que se creyesen con derecho a seguir percibiendo prestaciones, rentas o pensiones: requisito que no había cumplido el Sr. Barbería ni su apoderado. Donézar escribe a este propósito que, aparte de estas bases legales, los demandantes pusieron otros medios y concretaron el de la sustracción de las escrituras de los archivos, empezando por la original del censo sobre las tierras del Monasterio, arrancada del Protocolo, y también la copia que había en el Archivo de los frailes, en el tiempo que éste estuvo a cargo de D. Manuel Abadía. Pero todavía quedó otra de 1815, que cayó en manos de Felipe Moreno, comisionado a favor de Barbería en 1847”[xxxix].
El pleito se siguió en 1ª instancia, en el Juzgado de Tudela; y en 2ª, en la Audiencia Territorial de Pamplona; y en ambos casos, la sentencia favoreció a Barbería. La de Tudela fue dictada el 26 de febrero de 1849; y la de Pamplona, el 23 de mayo del mismo año. Una y otra fueron refrendadas por la Real Provisión del 2 de agosto siguiente, fallando definitivamente a favor de D. Antonio Mª Barbería  y Urriza, sucesor de su hermano D. Juan Miguel.
El pueblo se aguantó y, aunque de mala gana, siguió pagando los censos de Barbería hasta 1912, cuando los censualistas habían ya percibido 72.072 robos de trigo. “La Voz de Fitero” del 18 de agosto de ese año insertó una gacetilla, anunciando que los censatarios que lo desearan, podían hacer el pago en metálico, a razón de 5,50 pesetas el robo. Pero muchos no lo hicieron ni en especie ni en dinero. Resulta que el 21 de abril de 1909, se había publicado una reforma de la Ley Hipotecaria, cuya interpretación suscitó un movimiento general de los censatarios de Fitero y de de otras partes, negándose a pagar en adelante a los censualistas. Esta actitud fue alentada en Fitero por el abogado-notario, D. Rufino de Amusátegui, por lo que en 1912, ya no pagaron más de la mitad de los censatarios; y desde el vencimiento de 1913, casi ninguno. Con que el año 1915, se presentó en Fitero, por la misma época, para cobrarlos, el propio D. Antonio Mª Urbano Barbería y Mutiozábal. Nunca lo hubiera hecho, pues, al enterarse el vecindario, se arrojó violentamente contra él y no lo linchó, gracias a la protección de los alguaciles y de la Guardia Civil. Ya no se le ocurrió más volver a la Villa; pero siguió reclamando sus pretendidos derechos, por medio de su Procurador en Tudela, D. Félix Conde y del abogado de Pamplona, D. Pedro Uranga. En una carta de este último fechada el 4 de septiembre de 1919 y dirigida nominalmente a cada uno de los censatarios, se les propuso, en nombre de Barbería, la siguiente solución definitiva: abonar al censualista el capital del censo, capitalizando las rentas al 5% y contando cada robo de trigo como equivalente a 5 pesetas, pero no fue aceptada por los censatarios. El 7 de junio de 1920. D. Félix Conde, en representación de Barbería, intentó celebrar en el Juzgado Municipal de Fitero un acto de conciliación con los deudores; pero no acudió ninguno de los 249 censatarios demandados.
Los representantes sucesivos de Barbería en Fitero fueron D. Babil Latorre, D. Melitón Hernández y el farmacéutico, D. Fernando Palacios Pelletier Y el granero en que se guardaba el trigo, fue el local que ocupa ahora el Teatro-Cine Calatrava.

Reparto de la Dehesa de Ormiñén (o de la Villa)

Uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la Tenencia de la Tierra en Fitero fue el reparto y roturación de la Dehesa de la Villa.
Ormiñén fue ya objeto de litigio desde la Edad Media, pues en 1289, Sancho IV de Castilla hubo de confirmar por una carta que era un término del Monasterio de Fitero. Corella creía tener algún derecho sobre el mismo y el 18 de enero de 1553, se celebraron unos convenios entre Fitero y Corella, a propósito de Ormiñén, en el término de Valparaiso. La disputa fue más tarde entre la Vila de Fitero, que había decidido amojonarlo, y Corella y el Monasterio, que se oponían a tal amojonamiento. Defendió el derecho del pueblo su Procurador, Esteban de Subiza, y el 27 de noviembre de 1624, el Real Consejo de Navarra sentenció que los vecinos de la Villa amojonasen el dicho “término de Hormiñén y los Romerales, según les pareciera mejor y más conveniente, para quitar las ocasiones de pleytos.” En 1627, ocurrió el curioso incidente de la prendadura de dos perdigones a un fraile franciscano que cazaba en Ormiñén en tiempos de veda[xl] y el comienzo del largo pleito subsiguiente entre la Villa y el Monasterio, que duró 16 años y se resolvió en 1643, con la sentencia de que Ormiñén era un dominio de la Villa. Por lo mismo, cuando hacia 1650, el Concejo decidió tener un escudo propio, representó simbólicamente en él la dehesa de Ormiñén , con su romerales y otros arbustos, rociándolo con una leyenda que decía así: “Ormiñén, propio de la Villa de Fitero”. Pero el vecindario no se aprovechó agrícolamente de él, sino que continuó siendo una dehesa de la que se beneficiaban especialmente los ganaderos, incluso después de expulsados los frailes. Y así siguieron las cosas hasta el reparto y roturación del año 1913. Su principal promotor fue el médico, D. Miguel Herrero Besada, que era un hombre de ideas humanitarias.
El 28 de febrero de 1859, se había ya medido la extensión de la Dehesa de la Villa, con un cordel de unas 100 varas navarras, resultando ser de 1.350 robadas[xli]. No se equivocó mucho aquel agrimensor, pues el terreno comunal destinado al reparto de 1913 fue de 1.388 robadas; es decir, de 124,64 hectáreas. La autorización para hacer el reparto y la roturación fue concedida por la Diputación Foral, el 1 de febrero de dicho año, adjuntando un pliego de 14 condiciones. Estas fueron recogidas y ampliadas hasta 38 artículos principales y 3 adicionales en el Reglamento que hizo la Comisión nombrada a tal efecto y que redactó el Secretario, D. Joaquín Mustienes, siendo aprobado por la Diputación, el 10 de agosto de 1912. Dicha Comisión estuvo formada por el Alcalde, D. Eladio Medrano, y los Señores Miguel Herrero Besada, Rafael Aliaga, Baldomero Val. Hilario Falces, Telesforo Álvarez, Eladio Calleja y el señor Mustienes.
Los principales artículos del Reglamento fueron los siguientes:
Artículo 1º. Este aprovechamiento se concede por S. E. La Diputación Foral y Provincial a la villa de Fitero, en virtud de atribuciones y facultades que le reconocen las Leyes y mediante Decreto de 1º de Febrero de 1912.
Artículo 2º. Para llevar a cabo el repartimiento de la Dehesa, se dividirá ésta en tantas parcelas como vecinos existan en la actualidad y la adjudicación a los mismos se hará mediante sorteo público.       
Artículo 3º. La parcelación se hará por personas peritas que designará el Ayuntamiento y se procurará que al propio tiempo que la división parcelaria se haga una peritación del terreno, ya que, dada la diferencia de clases de tierra, no sería justo ni equitativo que todas las suertes fueran de idéntica cabida.
Artículo 4º. Se concede el derecho al disfrute de las parcelas a todos los vecinos residentes en esta Villa y a los hacendados forasteros que tengan casa abierta en la misma, lleven labor por su cuenta y tengan dependientes, ya que el artículo 65 del Reglamento Provincial de 22 de Diciembre de 1887 los considera como tales vecinos; este derecho durará veinte años, pasados los cuales quedarán de nuevo las parcelas a disposición del Ayuntamiento, salvo el caso de que mediante autorización de S. E. la Diputación se acordara la prórroga del usufructo.
Artículo 5º. Se considerarán como vecinos residentes a los efectos del reparto, a todos los que el Ayuntamiento conceptúe como tales al proceder a la rectificación del Padrón vecinal, operación que llevará a efecto antes de efectuarse la distribución.
Artículo 6º. Para los efectos ulteriores, o sea para la adjudicación de las parcelas que se hayan de repartir a los nuevos vecinos, la vecindad se adquirirá de oficio y a instancia de parte.
Artículo 7º. Se adquiere de oficio cuando el Ayuntamiento la decreta a favor del que al formarse el Padrón lleve dos años de residencia, ganándola en la fecha que el Ayuntamiento la decrete.
Artículo 8º. Se adquiere a instancia de parte cuando así se solicite del Ayuntamiento, probándose que se lleva una residencia efectiva de seis meses o se ejerce un cargo público que en la fecha de rectificarse el Padrón.
Artículo 9º. También adquirirán la vecindad los hijos nacidos en el pueblo desde el momento que habiendo contraído matrimonio lo hiciesen presente al Ayuntamiento.
Artículo 10º. A los efectos del artículo anterior, se considerarán hijos del pueblo para los beneficios de este aprovechamiento: 1º Los nacidos en el mismo, aún cuando fuesen de padres forasteros. 2º El nacido en otro término municipal y contraiga matrimonio con hijo o hija del pueblo, fijando en él su residencia.
Artículo 11º. El usufructo de las parcelas es inherente al derecho de vecindad, adquirido en la forma que se lleva dicho.
Artículo 12º. Como con el reparto de la Dehesa se pretende aliviar en parte el malestar económico que se deja sentir en la clase proletaria y con el fin de evitar que los terrenos llegasen con el tiempo a cumularse en pocos poderes lo que habría de suceder inevitablemente en perjuicio de los más menesterosos, queda terminantemente prohibida la venta, cesión o arriendo parcelas, hasta el punto de que probado que sea que alguna de ellas ha sido objeto de tráfico, los contraventores, en justo castigo a su inmoralidad, perderán no solo los frutos de las que adquieran, sino de las que ya poseían, de los cuales se aprovechará el Ayuntamiento, y además quedarán sin parcela y sin derecho a obtenerlas de nuevo durante el periodo de concesión.
Artículo 13º. Los vecinos que adquieran parcelas podrán hacer toda clase de siembras y plantaciones.
Artículo 14º. Antes de procederse al señalamiento de todas las parcelas que han de existir, se marcarán en el terreno todos los caminos que se consideren necesarios para la servidumbre de las suertes y si en lo sucesivo hubiese necesidad de abrir cauces o canales de riego, ningún usufructuario podrá negarse, bajo ningún pretexto, y sea cual fuere el estado en que se encuentren sus parcelas, a que se de paso o riego por las mismas abonándole el Ayuntamiento el valor de las mejoras en el vuelo y no en el suelo, a juicio de peritos nombrados por la Corporación.
Artículo 15º. Será condición precisa para poder entrar a disfrutar de este beneficio, estar al corriente en el pago de todas contribuciones y derramas de cualquier clase, que imponga el Ayuntamiento.
Artículo 16º. Este aprovechamiento consiste en el derecho a cultivar la porción de terreno que corresponda a cada vecino, beneficiándose solamente del producto natural de las cosechas, teniendo como limitación la obligación por parte del usufructuario de no poder aprovechar los pastos el solo con sus ganados, ya que una vez levantadas las cosechas de los predios tendrán derechos los ganados del pueblo a utilizar los pastos en la forma más conveniente a los intereses municipales.
Artículo 17º. También se prohibe a los usufructuarios cercar ni tapiar las parcelas de manera que se imposibilite la entrada en ellas de los ganados.
Artículo 18º. Las parcelas figurarán en la hoja catastral del Ayuntamiento puesto que es el propietario, y nunca en la de los vecinos por no ser más que meros usufructuarios.
19) El Ayuntamiento fijaría una cantidad por parcela como canon anual. (En un principio, fue de 1,50 pesetas.)
25) La viuda usufructuaria de una parcela, perdería este derecho, al contraer segundas nupcias, si su nuevo cónyuge poseía ya otra.
35) Se perdería el derecho al usufructo de una parcela, si el poseedor la dejaba sin cultivar por espacio de un año.
Entre los artículos adicionales, el 1º disponía que, por el solo hecho de ser usufructuario de una parcela, ningún vecino dejaría de pertenecer a la Beneficencia para la asistencia gratuita médico-farmacéutica[xlii].
El plano parcelario para el reparto de la Dehesa fue ejecutado por el perito agrónomo, Don Francisco Martínez y presentado en enero de 1913. Según él, las superficies repartibles eran de cuatro clases: de 1ª, 767,562 metros cuadrados; de 2ª, 31,452; de 3ª, 207,682; y de 4ª, 175,473, correspondiendo a las parcelas de 1ª clase una superficie de 1 robo y 3 almudes; a las de 2ª, 1 robo y 12 almudes; a las de 3ª, 4 robos y 1 almud; y a las de 4ª, 12 robos y 3 almudes. Los valores de las distintas clases por robada fueron: de 1ª clase, 50 pesetas; de 2ª, 35; de 3ª, 15; y de 4ª, 5 pesetas. El valor total de los terrenos repartibles era, a la sazón, de 48.328,145 pesetas[xliii].
El sorteo de las parcelas se celebró el 9 de febrero de 1913, en el Teatro Moderno (hoy T. C. Calatrava). Luis Palacios protestó en un artículo de La Voz de Fitero de que el desgraciado que no pudo pagar las 1,50 pesetas del repartimiento, tuviese que renunciar a la parcela, pidiendo que se gratificase a estos desdichados siquiera con esas 30 perras chicas[xliv].
El 30 de abril del mismo año, que era miércoles y el Día del Barranco, se celebró la Fiesta de la Dehesa de la Villa, con arreglo al siguiente Programa, acordado por el Ayuntamiento: 1) Gran Diana; 2) Rogativa; 3) Misa de Campaña en la Dehesa (que, por fin, no se celebró, porque la prohibió el Sr. Obispo de Tarazona); 4) Almuerzo para el Ayuntamiento, Clero e invitados; 5) Almuerzo de los terratenientes en sus parcelas; 6) Baile general; 7) Hoguera, baile y cohetes en el Paseo de San Raimundo; 8) Regalo de 5 pesetas por vecino, que hace un generoso donante de Buenos Aires.
Desgraciadamente el día de la Fiesta salió lluvioso y un fuerte aguacero remojó y disolvió la Rogativa; pero, a pesar de todo, se realizaron los demás actos del Programa, con más o menos lucimiento. En el Salón de las Monjas, se celebró un rumboso banquete, tomando asiento en las cabeceras el Diputado Foral por el Distrito, D. Ramón Lasantas, y el Párroco de Fitero, D. Antonino Fernández Mateo. Lo gastado en el banque y otros dispendios de la Fiesta sólo costó al Ayuntamiento 185,70 pesetas[xlv].


CAPÍTULO IV

CULTIVADORES Y CULTIVOS DE ANTAÑO Y HOGAÑO
        
         Ignoramos si, en los tiempos prehistóricos y en la Edad Antigua, fue cultivado el territorio actual de Fitero; pero, desde luego, nos consta que lo fue en la Edad Media, y sus primitivos cultivadores medievales fueron los moros y cristianos de Tudején y de los pueblos aledaños (Cintruénigo, Cervera y San Pedro de Yanguas), cuando Fitero era todavía un simple término territorial deshabitado de Tudején, antes de la instalación de la Abadía Cisterciense quienes, durante la mayor parte de la Edad Media, cultivaron las tierras con sus propias manos y sus animales de labranza, según prescribían las normas primitivas de la Orden del Císter.
Ahora bien, los primitivos cultivadores de la Edad Moderna fueron, desde finales del siglo XV, los habitantes del naciente pueblo de Fitero, a los que el Monasterio concedió primeramente tierras en arriendo temporal simple y, un siglo después, a censo enfitéutico perpetuo.
        
Terrenos cultivados primitivamente

Durante siglos, los terrenos cultivados, casi exclusivamente, fueron los de regadío de las márgenes del río Alhama. En cambio, el secano permaneció ordinariamente lleco o yermo, dedicado generalmente a pastos, y se le daba el nombre de monte, lo que parece indicar que primitivamente debió estar cubierto, en gran parte, de arbolado. En todo caso, el cultivo del secano no empezó propiamente hasta el siglo XVI.

Utillaje agrícola

En los siglos pasados, los instrumentos de laboreo de las tierras fueron, como en el resto de Navarra, el arado romano, sustituido más tarde por el castellano, la azada y el azadón, el pico y la pala, la guadaña y la hoz, la horca, el rastrillo, el hacha, el trillo, etc. Consigna Alfredo Floristán Samanes que “el primer arado vertedera de la Ribera de Navarra apareció en Carcastillo, hacia 1890 y, poco después, se introdujo el arado brabant; pero su difusión fue lenta, por su costo, de manera que, en un principio, las vertederas y los brabants fueron privilegio exclusivo de los grandes propietarios[i].”
La primera máquina segadora-atadora fue traída a Fitero, hacia 1905, por los cuñados Julián Aliaga y Encarnación Latorre; los primero brabants, hacia los comienzos de la Guerra Europea de 1914-1918, por Pascual Aliaga, Santiago Yanguas y otros vecinos; la primera máquina trilladora, hacia 1926, por José María Yanguas, Pascual Aliaga y Simón Muñoz (en sociedad); y las primeras cosechadoras, en 1962, por Jesús Sanz (una Massey-Ferguson) y los hermanos Jiménez Berdonces (una Internacional). A partir de entonces, la mecanización de la agricultura en Fitero se aceleró, de manera que en 1971, había ya en el pueblo 44 tractores, 3 trilladoras, 7 cosechadoras y 15 caminones; y en 1979, 141 tractores, de 25 a 80 caballos de vapor, 105 motocultores y 10 cosechadoras.

Fertilizantes

Durante siglos, el fertilizante usado tradicionalmente por los agricultores fiteranos, fue el estiércol, al que ya se refieren las Ordenanzas Municipales de 1524. Pascual Madoz, subrayaba en 1847 que no se contentaban con el que producía el ganado del pueblo, sino que todavía traían más de las jurisdicciones de Alfaro, Cervera y Tudela. Desde luego, era entonces muy barato, pues casi un siglo más tarde, en 1939, una carretada de cirria, traída de las Bardenas a las Costeras, solo costaba 120 pesetas. Entre los recuerdos de nuestra infancia, figuran los grandes montones de fiemo que se veían en los campos y el espectáculo diario de las cadajoneras, o sea, de algunas mujeres humildes que, a la salida y vuelta de las labores del campo, se aganaban en recoger en terreas los cadajones que soltaban las caballerías, por las calles del pueblo.
Añadía Madoz que algunos vecinos empleaban además en su tiempo, como mejoradores de las tierras, cargadizo y escombros, lamentando el escritor que los fiteranos desconocieran, en cambio, “el uso de la amarga que tanto abunda en los Blancares[ii]”. Esta “amarga” que decía Madoz, era la marga: roca compuesta de carbonato de cal y de arenilla, que se empleaba en otros lugares como abono.
La introducción de los abonos minerales data ya en Fitero de los comienzos del siglo XX. Un anuncio del periódico FITERO ILUSTRADO –nº único, del 13 de octubre de 1903- ofrecía “Abonos minerales a 6 y 7,50 pesetas el saco; y saquitos de 5 kilos para ensayos, a 1 peseta”. Ahora bien, la institución que contribuyó eficazmente a difundir, entre los agricultores fiteranos, el empleo de estos abonos, fue la CAJA DE CRÉDITO POPULAR. En 1906, año de su fundación, trajo ya para sus socios 1 vagón con 10.000 kilos; en 1907, tres vagones, con 30.000; en 1908, ocho vagones con 80.000, y en 1912, 1.300 sacos de superfosfato de cal, para 71 socios, al precio de 4,75 pesetas el saco. Naturalmente, en vista de los buenos resultados obtenidos, todos los agricultores empelaron en adelante esta clase de abonos.
Desde mediados del siglo actual, la principal entidad suministradora de abonos minerales es la COOPERATIVA VINICOLA SAN RAIMUNDO ABAD, la cual, en 1970, importó 38 vagones, por un valor de 1.232.833,50 pesetas.

Cultivos seculares

Los cultivos seculares de Fitero han sido y siguen siendo la vid, el olivo, los cereales, las hortalizas y las frutas, con predominio alternativo.

La vid

Es uno de los más antiguos e importantes cultivos de la Villa. Por algo figura una vid en el escudo de la misma. En la Colección Diplomática del Monasterio de Fitero (1140-1210), su autora, Cristina Monterde consigna más de una docena de documentos, relativos a las viñas. El más antiguo es el número 26, datado en enero de 1157. En él, San Raimundo cede a Monio una viña, colindante con una finca de Sanz de Cesma y otra de Salvador, y además dos pedazos de tierra, ubicados en Añamaza y en Torralba, a cambio de dos quiñones de tierra, junto a la fuente, cerca del Alhama.
Otros documentos curiosos son el 89, fechado en 1156, en el que Domingo Serrano y su familia venden a San Raimundo todas sus heredades de Tudején, entre las que se cuentan una viña en Añamazola; otra, en el Saco y una tercera, en el Prado; y en fin, el documento nº 100, en el que consta la donación, hecha en 1157, a San Raimundo, por Pedro Sanz y su mujer, de una heredad, juxta Baleneum de Caracallo (junto al Baño de Cascajaos), consistente en una cueva mayor, una viña y un casal[iii].
Al formarse el pueblo, en las últimas décadas del siglo XV, las viñas comenzaron a ser cultivadas por los vecinos, convertidos en arrendatarios del Monasterio. En la escritura censal del regadío de 1584, se autorizó expresamente a los censatarios a plantar viñas en las tierras de La Redonda, por no ser útiles para cosechar trigo. Los monjes cobraban a los arrendatarios el quinto (o sea, la quinta parte) de las uvas recolectadas. Los viñadores no podían plantar, descepar ni vendimiar, sin obtener previamente el permiso de la Abadía. Así, en 1564, el Abad, Álvarez de Solís dio licencia Juan Gómez para plantar viña[iv]; y el Abad Ibero concedió en 1596 licencias para descepar a diez vecinos: Manuel Pérez, Miguel de Arguijo, Pedro Atienza, Juan de Huete, Juana Grande, Lic. Calvo, María Aguado, Diego Navarro, Juan de Yanguas y Domingo Jiménez[v].
En el capítulo referente a LA INDUSTRIA, hemos detallado las amplias bodegas que tenía la Abadía, a finales del siglo XVI. Ni que decir tiene que tenía asimismo un garapitero propio, desde muchos años antes.
Los términos en que se cultivaron principalmente las viñas, en los siglos pasados, fueron los Cascajos, la Vega, Hospinete, Majarrasas y Abatores. Su cultivo sufrió unos altibajos curiosísimos.

Prohibición de plantar más viñas

A finales del siglo XVI, su extensión era tan grande que Felipe II, por una Provisión Real del 26 de octubre de 1593, prohibió terminantemente que nadie plantase de nuevo viñas en Navarra, aun cuando se tratase de replantar viñas viejas descepadas, sin permiso del Real Consejo de Navarra. En la motivación de tan extraña Provisión, se alegaba que “por experiencia se ha visto que, por darse la gente a plantar demasiadas viñas, y en tierras que eran mejores para pan, viene a haber falta de pan en este Reyno y a encarecerse en demasía, de lo cual resulta daño universal, en especial, para la gente pobre”[vi].

Plantación obligatoria de viñas

En cambio, en la segunda década del siglo XIX, la situación del viñedo fiterano llegó a un estado tan crítico que la Veintena de Mayores contribuyentes impuso la plantación obligatoria de viñas en Los Llanos. Este singular acuerdo fue tomado el 3 de diciembre de 1816, en vista de “la grave decadencia que se experimenta, de algunos años a esta parte, en la cosecha de vinos, pues apenas se recoge el suficiente para el consumo de tres meses, siendo así que, en lo antiguo, era el ramo principal en que se afianzaba la subsistencia de las familias”. Las causas eran el abandono en que había noqueado las tierras, durante la Guerra de la Independencia, por falta de brazos, así como la escasez de recursos de los vecinos. Así, pues, la Veintena acordó que, previa la aprobación del Real Consejo de Navarra, los propietarios de los terrenos de monte de Los Llanos queden obligados a realizar las plantaciones, dentro del término de tres años, contados desde el próximo de 1817, con la circunstancia de que, finalizados sin haberlo verificado, que de cualquier vecino en plena libertad de hacerlo, perdiendo los dueños los derechos de la propiedad, supuesto el ínfimo valor de las tierras”[vii]. El acuerdo fue aprobado por la Superioridad, el 30 de agosto de 1817, con dos pequeñas salvedades, introducías por el Monasterio, mediante su Procurador, Corres; a saber, que se realizaría,”sin perjuicio del derecho de propiedad del Monasterio o de otro u otros que la puedan tener” y que los tres años se contarían, a partir de 1818.
En la década de 1796-1805 (ambos inclusive), o sea, tres años antes de la Guerra de la Independencia, la cantidad de uvas recogidas por el Monasterio, en las viñas que administraba por su cuenta, ascendió a 75 cargas, equivalentes a 10,05 toneladas[viii].
Del descenso alarmante del viñedo fiterano, durante la Francesada, se resarcieron los agricultores en el resto del siglo, pues, en 1888, la extensión en hectáreas del viñedo sólo (es decir, sin contar el viñedo-olivar) ascendió a 1.196,22 en regadío y secano; y en 1900, a 1.755,95 hectáreas (140,26 de regadío y 1.615,68 de secano).

Dos plagas americanas: el mildeu y la filoxera

Las dos aparecieron en España en las últimas décadas del siglo XIX. Como es sabido, el mildeu es una enfermedad parasitaria, producida por un hongo, llamado plasmopora vitícola y empezó a invadir la Península hacia 1880. Se la combate eficazmente, pero no hay manera de erradicarla de una vez por todas. A su vez, la filoxera es un insecto hemíptero, cuyo nombre científico es phylloxera vastatrix. Apareció por primera vez en Navarra, en noviembre de 1896, en el viñedo de Echauri, cebándose en Fitero, a principios del siglo actual. Es parecida al pulgón y acabó con todas las viñas, plantadas con cepas del país, las cuales tuvieron que ser arrancadas y sustituidas por vides americanas. Así se explica que en 1910, la extensión del viñedo fiterano hubiese descendido a 32,15 hectáreas (17,87 de regadío y 14,28 de secano). Pero poco a poco se fue recuperando, de manera que en 1920, la extensión total ascendió a 271,11 hectáreas; en 1930, a 516,53 hectáreas; en 1940, a 547,63; y en 1948, a 556,45 hectáreas (282,45 de regadío y 274 de secano), las cuales representaban el 12,8 % de la superficie total del Municipio[ix]

Precios, impuestos y bodegas

Los precios de la uva y del vino han cambiado naturalmente muchísimo, de ordinario en progresión ascendente, a través de los siglos. En 1584, una carga de uva, o sea, 134 kilos valían 4 reales[x], y en 1596, un cántaro de vino, es decir, 11,77 litros, 6 reales[xi]. En cambio, en 1973, el kilo de uva costaba 8 pesetas; y el litro de vino, 16.
En cuanto al garapito o impuesto sobre la venta de vino, en 1801, por cada 100 cántaros de vino, equivalentes a 1.177 litros, se pagaban 3 reales; y en 1971, por cada litro, 0,16 pesetas.
En el capítulo sobre LA INDUSTRIA, describimos el número y capacidad de las bodegas que tenía el Monasterio en 1593. Los cosecheros importantes del pueblo también empezaron a tener las suyas y, en 1920, había en el pueblo 26; pero, a partir de la fundación de la BODEGA COOPERATIVA SAN RAIMUNDO ABAD, en 1940, fueron desapareciendo, o mejor dicho, dejaron de ser utilizadas todas, a excepción de la de VINOS TINTOS Y CLARETES de los Herederos de Vicente Aguirre.

EL OLIVO

No deja de ser curioso que, mientras las viñas aparecen documentadas en el CARTULARIO DE FITERO varias veces, los olivares no se mencionan en él ni una sola vez. ¿Es que no había en el siglo XII ningún olivo? No nos parece verosímil, aunque sospechamos que no abundaban, pues, según José Yanguas y Miranda, en 1520, se dictaron en Navarra unas Ordenanzas, obligando a cada vecino de los pueblos de la Ribera a plantar, durante una década seguida, 10 olivos cada año; o sea, 100 olivos en el decenio[xii]. En todo caso, lo cierto es que, en los siglos pasados, el olivo fue el 2º cultivo en importancia de la agricultura fiterana. En el Inventario del Monasterio de 1835, consta que solamente los olivares que administraba por sí misma la Abadía (el Olivar Grande, la Pieza de la Orden, la Mejorada, etc.) contenían cerca de 2.000 plantas, a las que había que añadir las de las fincas de los censatarios. Estos pagaban al Monasterio cada año el quinto (o sea, la quinta parte) de las olivas que cosechaban. En el decenio de 1796-1805 (ambos inclusive) solamente la oliva recogida por los monjes en las fincas de administración propia, alcanzó los 16.908 robos[xiii].
El académico de la Historia, D., Manuel Abadía consignaba en 1802 que los olivos de Fitrero eran los mayores que se conocían en Navarra, produciendo entonces anualmente 10.000 arrobas de aceite (unos 125.000 litros en números redondos), para el cual había un molino que molía la aceituna con las aguas del río Alhama, por medio de un azud o presa[xiv]. Para confirmar la aserción de Abella acerca de la magnitud de los olivos fiteranos, basta recordar el famoso olivo Sopetrán, que se erguía en Peñahitero y que, al secarse, fue arrancado en 1899. Su enorme tronco tenía alrededor de siete metros de circunferencia y entre sus ramas –escribe Jumeno Jurío. “se ocultaban sin verse hasta 27 hombres, sacudiendo los 300 robos de oliva que fructificaba en cada campaña[xv]”. Desde luego, esta cifra de su producción anual es una exageración, pues su máxima cosecha, en un año, sólo llegó a 36 robos; que no son pocos. Al arrancarlo, dio alrededor de una tonelada de leña.
En 1847, P. Madoz destacaba como una producción especial de Fitero los plantones de olivo, los cuales se criaban en viveros especiales y se exportaban a los pueblos próximos; sobre todo, a los de Aragón, donde se vendían a 8 y 10 reales de vellón cada uno, cuando tenían ya cinco años[xvi]. En 1910, ocurrió una pequeña hecatombe olivarera, pues, a causa de una fuerte nevada y de subsiguientes heladas, sucumbieron todos los empeltres, los cuales hubieron de ser aserrados a flor de tierra, para que rebotaran, no volviendo a dar olivas hasta 10 años después.
Las extensiones en hectáreas ocupaba por el olivar solo (sin viña), desde 18888 hasta 1948, fue la siguiente: en 18888, 543,55 (489,94 hectárea de regadío y 53,61 de secano; en 1900, 407,44; en 1910, 346,90 hectáreas; en 1920, 257,17; en 1930, 208,35; en 1940, 182,72; y en 1948, 181,74 hectáreas (168,10 de regadío y 13,64 de secano).
En cuanto a la extensión del viñedo-olivar, en la misma época, fue la que sigue: en 1888, 9,27 hectáreas (6 de regadío y 3,27 de secano); en 1900, 40,63 hectáreas; en 1910, 11,81 hectáreas; en 1920, 27,99 hectáreas; en 1930, 41,81 hectáreas; en 1940, 41,17 hectáreas; y en 1948, 40,63 hectáreas (34,63 de regadío y 6 de secano[xvii]).
Como se ve por estas estadísticas, el cultivo del olivo en Fitero empezó a declinar desde 1888 acentuándose después de la Guerra Civil de 1936-1939, a causa de las intervenciones oficiales y la competencia de otros aceites más baratos, pero de peor calidad, introducidos en España, por la misma época. A estas causas se agregó, ya en la década de los 60, el encarecimiento de la mano de obra, hasta el punto de que, hacia 1971, más de un propietario tuvo que recoger su cosecha de olivas a medias con los peones. Por unas y otras causas, muchos labradores comenzaron tempranamente a deshacerse de los olivares, para sustituirlos por otros cultivos más remunerativos, de manera que para el comienzo de la década de los 70, se habían ya arrancado casi las tres cuartas partes de los olivos que había a finales del siglo XIX. De todos modos, en 1966, el olivar fiterano ocupaba todavía alrededor de 300 hectáreas; pero en 1971, había descendido a 217. La oliva recogida en el invierno de 1965-1966 suministró 24.400 litros de aceite y 48 kilos de orujo.
Como ocurrió con el vino, los precios del aceite cambiaron notablemente en el curso de los siglos. El 17 de marzo de 1600, el Monasterio vendió el aceite de su trujal al mercader de Corella Martín Sánchez “a precio de medio ducado por docena, que es a 112 reales por arroba[xviii]”. En 1614, una docena de aceite, o sea, 5 litros sólo valían 7 reales[xix]; pero en 1971, costaba un litro 45 pesetas. En 1972, todavía bajó a 42 pesetas; mas he aquí que, en 1973, dio un salto inesperado, pagándose el litro a 70 pesetas; y subiendo en los años sucesivos vertiginosamente hasta rebasar las 200 pesetas.
En cuanto a los trujales, en la época abacial hubo dos: en 1920, funcionaba seis; en 1966, sólo quedaban la mitad; y en 1973, solamente dos: la Almazara Fiterana de Víctor Falces, cerrada a su muerte en 1976, y el Trujal-Cooperativa Nuestra Señora de la Barda, del que nos ocupamos detalladamente en el capítulo de LA INDUSTRIA.

LOS CEREALES

Los cereales, especialmente el trigo, fueron cultivados en el territorio de Fitero, por lo menos, desde la Edad Media. Consta que los monjes cistercienses lo cosecharon ya en las laderas y cuestas de Yerga y que tuvieron allí incluso una era para trillar[xx], cuya ubicación se conoce todavía. Por supuesto, lo siguieron cultivando en Niencebas y por fin, en Fitero, puesto que el molino monacal de Añamaza está ya documentado, a partir de 1153. Téngase en cuenta que la Abadía de Fitero, en la época de San Raimundo, albergaba un centenar largo de monjes[xxi], en cuya alimentación, de acuerdo con el artículo 14 de Definiciones Cistercienses de 1134, figuraba principalmente el pan grueso de harina de trigo, y a falta de éste, de harina de cebada o de otro grano inferior. Es decir, que también cultivaban la cebada, la avena y el centeno, pues tenían animales domésticos y de tracción.
Al surtir el primitivo vecindario, éste cultivó asimismo los cereales, y preferentemente el trigo, dado que, al firmarse la Escritura Censal del Regadío de 1584, estipulaba la cláusula 3ª que los censatarios pagarían cada año al Monasterio, “por cada robada de tierra, 3 robos de trigo limpio, seco y bueno, puesto a su costa en los graneros del Convento[xxii]”.
En este años de 1584, un robo de trigo valía 6 reales y medio; y un robo de cebada o avena, 3 reales[xxiii]. A finales del siglo XVI, el trigo de los censos de la Abadía ascendía a unos 2.033 robos anuales. En 1615, el robo de trigo costaba ya 8 reales; y el de cebada, centeno, granzas o avena, 4 reales[xxiv]. Los agricultores tenían que pedir licencia al Abad para sembrar, segar, trillar y recoger la cosecha y, por otra parte, estaban obligados a hacer declaraciones al Municipio de sus cosechas de granos, a efectos fiscales, como, por ejemplo, las hechas por Juan Matías Dombrasas y consortes en 1748[xxv].
En las Cortes de Estella de 1567, se acordó que “nadie, de ninguna calidad, estado o condición que sea, natural o extranjero, pueda sacar fuera de este Reyno trigo ni arina, ordio ni avena, ni otro género alguno de pan, so pena de perder el pan que sacaren o intentaren sacar, y también las acémilas y aparejos en que lo sacaren o su valor”. Este riguroso acuerdo, confirmado por otros similares de 1576, 1580 y 1586, no impidió que muchos agricultores navarros, especialmente de la Ribera, se enriqueciesen con el contrabando de grano; sobre todo, después de los acuerdos, relativamente permisivos, de las Cortes de 1662 y 1678. Pero en Fitero, se siguió aplicando a rajatabla la prohibición de 1567, dos siglos después. Al menos, a los pequeños infractores, como lo demuestran estos dos casos: 1) en 1791, el Teniente de Alcalde Mayor denunció y comisionó 14 panes que extraían de la Villa, donde los habían comprado, tres pobres vecinos de Las Casas[xxvi]; 2) en 1800, se comisaron a los castellanos Manuel Madurga y Emeteria Hernández dos caballerías menores, porque llevaban en ellas grano[xxvii].
El Diccionario Geográfico-Histórico de la Academia de la Historia, de 1802, consignaba que la producción total de cereales en Fitero, por aquella época, podía calcularse en 10.000 u 11.000 fanegas castellanas; es decir, entre 5.550 y 6.105 hectólitros[xxviii]. Según Alfredo Floristán Samanes, en 1804 recolectó Fitero 2.412,08 quintales métricos de trigo; y en 1938, sólo 1.384[xxix]. En 1913, el trigo bueno catalán se vendía en el pueblo a 0,20 pesetas el kilo; la cebada, a 4 pesetas el robo; y la avena, a 4,25[xxx]. En cambio, en 1971, se vendía el trigo a 6,60 pesetas el kilo; y la cebada, a 5,25.
El maíz, importado de América por los españoles, en la primera mitad del siglo XVI, tardó más de 250 años en introducirse en Fitero, pues entre los 8 pueblos navarros, productores de maíz, que figuran en una estadística de 1804, con una producción total de sólo 1.696,66 quintales, no figura nuestro pueblo. En 1913, el maíz superior extranjero se vendía en la Villa, a 6,25 pesetas el robo[xxxi]. Por supuesto, también comenzó a cultivarse el maíz, en el regadío fiterano, en la primera mitad del siglo XIX, aunque no en grandes cantidades, pues, ya en 1967, su cultivo sólo ocupaba 2,80 hectáreas, mientras que le trigo ocupaba 833 (700,5 en secano y 132,5 en regadío); la cebada, 304,25 (300 en secano y 4,25 en regadío); la avena, 2 hectáreas en secano; y el centeno, 28 hectáreas también en secano[xxxii].

El Vínculo del Trigo

Fue una de las instituciones trigueras más importantes de los siglos pasados. Resumiendo lo que escribe sobre ella Alfredo Floristán Izizcoz, diremos que los Vínculos del Trigo eran unos pósitos o almacenes municipales de este grano, con destino a la eleboración de pan y su venta al pormenor. Estaban a cargo de un Vinculero y de una Junta del Vínculo cuyas cuentas y gestión eran examinadas por el Concejo. Se encargaban de comprar grano en Navarra o fuera de ella, y durante el año, lo vendían a los panaderos autorizados, a los cuales el Concejo figaba el precio máximo de venta del pan. Los Vínculos vendían ordinariamente el grano más barato que en el mercado libre y, por lo mismo, en las localidades con Vínculo, el pan era también más barato que en las demás. Ahora bien, su institución no era libre, pues se necesitaba la autorización del Consejo Real de Navarra. A Viana se lo concedió en 1608 y, en cambio, a Villafranca en 1716. Los Vínculos del Trigo desaparecieron, con la victoria del régimen liberal, el cual estableció en 1835 la libertad de vender pan a los particulares[xxxiii].
En Fitero no se estableció el Vínculo hasta 1699, según consta en un auto del Concejo y vecinos, registrado por el escribano Mateo Peralta y Mons, siendo su contenido inicial de 4.000 robos[xxxiv]. El mismo año, resolvieron aquéllos levantar un molino y trujal propios, en los términos de Cintruénigo; pero, ante la oposición de la Abadía, no pudieron realizar su propósito. En 1749, el Concejo repartió el dinero del Vínculo a los agricultores necesitados, para hacer la siembra[xxxv].
La libertad del mercado de trigo, así como de los demás cereales; establecida en la tercera década del siglo XIX, se mantuvo hasta la terminación de la Guerra Civil de 1936-1939, en que se instauró el Servicio Nacional del Trigo. Desde entonces, los cultivadores quedaron obligados a declarar anualmente a la Hermandad de Agricultores y Ganaderos la superficie sembrada de trigo y la cantidad recolectada, así como sus reservas para el consumo familiar (el cupo) y la siembra. El excedente lo tenían que entregar a la dicha Hermandad, que se los pagaba al precio de tasa, fijado por el Gobierno, siendo almacenado en el Granero Nacional. El de Fitero fue construido de nueva planta junto a la carretera de Cintruénigo, esquina a la actual calle de Niencebas; pero sólo fue utilizado hasta el decenio de los 60 en que los agricultores fiteranos prefirieron llevarlo al Silo de Cintruénigo, que tenía mecanizada la descarga de los sacos. Tras la desaparición del régimen franquista, desapareció el Servicio Nacional del Trigo, ya entrada la década de los 80, quedando libre el mercado de cereales, como antes de la Guerra Civil. Actualmente el antiguo Granero Nacional de Trigo es ocupado por los dueños de “Muebles Fitero”. En los primeros meses de 1986, el trigo blando se vendía a 28,50 pesetas el kilogramo; la cebada de dos carreras, a 24,30; la avena, a 22,50; y el centeno, a 23,40 pesetas.

Eras, molinos y hornos de pan cocer

Al ser suprimido el Monasterio, sólo había dos eras de trillar: una junto al Camposanto, y otra, en el Olmillo; 1 molino harinero: el de Entrambos Ríos; y dos hornos públicos: uno en el Barrio bajo, y otro, en la calle de la Loba (Armas). Todos estos bienes eran propiedad de la Abadía. Pero una vez suprimida ésta, los labradores estructuraron medio centenar largo de eras, situadas, en su mayoría, a ambos lados de las carreteras de Cintruénigo y Ablitas. El Batán de Paños fue transformado en molino harinero en 1843, construyéndose otro junto a la antigua cascada de los Baños Nuevos: el molino del Maculet, de manera que, en el último cuarto del siglo XIX, funcionaban tres molinos, ya desparecidos. Igualmente desaparecieron todas las eras, tras la introducción de las máquinas cosechadoras en 1962. Sus propietarios cobraban, en 1971, de 700 a 900 pesetas hora.
En fin, a principios de este siglo, los dos hornos de la época abacial se multiplicaron por 4, estando ubicados 2 en la calle Alfaro, otros 2 en la calle Mayor y 1 respectivamente en el Barrio Balo, Cogotillo Bajo (Pio XII), Patrona y Luchana (Díaz y Gómara). Hacia 1910, por cocer 8 panes y medio, de cuatro libras y media cada uno, la Tía María Esteban sólo cobraba 0,25 pesetas, en el horno del Barrio Bajo.

HORTALIZAS

Sólo una vez, aparece nombrada específicamente una hortaliza, en el Cartulario de Fitero, “un ortizolo de berças” (un huertecillo de berzas), sito en Tudején y comprado por San Raimundo a Domingo Serrano, en 1156. En cuanto a las frutgas, no se menciona ninguna; pero, en cambio se habla de los “frutteros” de otra finca de Tudején, comprada, el mismo año, por San Raimundo a un tal Saturnino[xxxvi]. De todos modos, no cabe la menor duda de que los monjes de la Edad Media cultivaron unas y otras; sobre todo, las hortalizas. En la Escritura Censal del regadío de 1594, se especifica que el diezmo y primicia de “los ajos, cebollas y alubias” se pagarían en especie; pero las otras legumbres y verduras, “como son lechugas, rábanos, berzas, melones, pepinos, cohombros, habas, arvejas, espinacas, puerros y acelgas”, se tasarían en dinero, y de dicho dinero se pagaría el diezmo. En cambio, la disposición 8! Del contrato prohibía a los censatarios plantar en sus fincas “árboles de ningún género, ni parpa leña, ni para fruta[xxxvii]”.
Ahora bien, en la Escritura de Transacción de 1628, se derogó esta disposición arbitraria, estableciéndose que, en adelante, se pudiesen plantar árboles frutales en las cabeceras y vagos de las viñas y olivares[xxxviii]. Eso sí, siempre con la licencia previa del señor Abad, sin la cual no se podían plantar ni arrancar árboles de ninguna clase, so pena de comiso. Así, ya en 1789, es decir, 46 años antes de su supresión, el Monasterio comisó a Antonio Rupérez una pieza del Paguillo, por haberla plantado de árboles[xxxix].
No conocemos ninguna estadística de las hortalizas cultivadas en Fitero, antes del siglo actual; pero, en cambio, conocemos los precios sucesivos de algunas, sacados de los espolios de los Abades, las cuentas de los Cillereros y los repartos testamentarios de hacendados importantes.
He aquí unos ejemplos. En 1614, 1 almud de alubias secas sólo costaba 1 real; y 1 horca de cebollas, medio. Pues bien, en 1973, 1 kilo de las mismas alubias costaba 45 pesetas; y 1 kilo de cebollas, 6 pesetas. Otros precios comparativos, entre 1900 y 1973, fueron los siguientes.

Tres Cultivos revolucionarios: la patata, la remolacha azucarera y el espárrago

La patata –solanum tuberosum-, originaria de América, como el maíz, empezó a revolucionar el régimen alimenticio popular de Europa, a partir del siglo XVIII; pero no se introdujo su uso en Fitero, hasta bien entrado el siglo XIX, pues las estadísticas de 1803-1806, relativas a la Ribera de Navarra ni siquiera la mencionan, y en 1818, según Yanguas y Miranda sólo se cultivaron en toda la Ribera 89,08 hectáreas, con una producción de 4.302 Qm.[i] Pero, a causa de su rendimiento, su valor nutritivo y su baratura, pronto se convirtió en un cultivo generalizado y familiar; no habiendo agricultor que no cultive, desde entonces, “un corro de patatas”. En 19134, 1 arroba de patatas del país, costaba 2 pesetas. Y si eran de importación, 4,50; pero en 1973, solo 1 kilo de patatas corrientes valía 5 pesetas.
El segundo cultivo revolucionario, en el orden cronológico, fue la remolacha azucarera, de la especia Beta Vulgaris. Desde el siglo XVII, se conocía la presencia de azúcar en su raíz; pero los dos primeros trabajos científicos no se realizaron hasta mediados del siglo XVIII, en Alemania. A principios del siglo XIX, ante la imposibilidad de importar a Europa las cantidades necesarias de caña de azúcar, procedentes de las Antillas, a causa de las Guerras Napoleónicas, el famoso Emperador de Francia estimuló fuertemente las investigaciones prácticas, y en 1812, empezó a fabricarse en Francia el primer azúcar industrial, extraído de la remolacha. La primera variedad de remolacha que se cultivó por su raíz, fue la remolacha blanca de Silesia.
En Fitero, empezó a cultivarse especialmente la remolacha azucarera, al abrirse la Azucarera de Tudela, en 1906, reforzándose su cultivo, al instalarse la Azucarera de Alfaro en 1923. En 1926, se pagaba la tonelada de remolacha a 60 pesetas.
Por cierto que los pesadores de la remolacha, al servicio de las azucareras, tenían una pésima reputación, habiéndoles saca do los agricultores esta satírica coplilla:

La remolacha en el campo
se la come la pulguilla;
y, en llegando a la estación,
el peso y la basculilla.

Hacia 1917, los obreros de la Azucarera de Tudela ganaban 13 pesetas diarias (los famosos sindicalistas de 13 pesetas). La producción en Fitero fue en aumento hasta 1932, en que empezó a declinar por saturación de los mercados. De todos modos, en 1966, todavía se sembraron en el pueblo 27 hectáreas; pero en 1971, bajaron a 8 h., que produjeron 246 toneladas. El cierre de la Azucarera de Tudela, en la primavera de 1874, así como la de Alfaro, acabaron de dar al traste con el negocio remolachero.
El tercer cultivo revolucionario fue el espárrago; o “el oro blanco”, como lo llaman los cultivadores. En Fitero, se cultivaba ya, por lo menos, desde principios de este siglo, en algunos huertos familiares, en cantidades ínfimas, destinadas al consumo doméstico; pero la producción comercial no empezó hasta la década de los 60, promovida por el fabricante de conservas, Sr. Cruz Azcona. En 1961, el Sr. Azcona trajo 600.000 plantas de espárragos, que distribuyó entre los agricultores del pueblo. En 1966, cultivaba todavía, por su cuenta, el 80% de la producción, en términos de la jurisdicción de Alfaro, empleando 80 % de la producción, en términos de la jurisdicción de Alfaro, empleando 80 obreros diarios, durante la recolección, y 10, en el resto del Año. No tardaron en aprender su lección los agricultores del vecindario, los cuales convirtieron este cultivo en el más importante y lucrativo, consechándolo en casi todos los términos. En 1970-1971, se sembraron 114 hectáreas de espárragos, recogiéndose 245.000 kilogramos, por valor de 7.200.000 pesetas; es decir, a 30 pesetas, el kilo. Un refrán popular dice:

Los espárragos de Abril, para mí;
los de Mayo, para el amo;
y los de Junio, para ninguno.

Pues bien, al menos, en los años 1971-1972-1973, la recolección de espárragos en Fitero se alargó hasta el 22 de julio. En 1972, se pagó ya el kilogramo, de espárragos, de 35 a 38 pesetas; y en 1973, de 48 a 55. En este último año, la producción esparraguera del pueblo alcanzó un valor de 35 millones de pesetas. Posteriormente el kilos de espárragos se llegó a pagar a 200 y pico de pesetas.
Terminemos este párrafo anotando que la producción total de hortalizas en 1970, excluyendo la de espárragos, fue de unas 100 toneladas, oscilando sus precios entre 2 y 5 pesetas el kg.

Fruticultura

Durante la época abacial, el cultivo de frutales fue relativamente escaso, debido a las trabas absurdas y arbitrarias impuestas por los monjes. Sólo cuando desparecieron éstos del pueblo, los vecinos empezaron a criar frutas y a plantar árboles frutales de todas clases. En un principio, se limitaron a producir frutas destinadas al consumo interior del vecindario; pero, ya a mediados del siglo actual, se inició la producción comercial, con destino a la exportación, a base principalmente del almendro y del peral. En 1953, los almendros ocupaban 21,56 hectáreas; y los perales, alrededor de 30 h., yendo todavía en aumento, en años posteriores. En cambio, los nogales, que ocupaban por entonces 0,81 hectáreas, desaparecieron prácticamente poco después, corriendo la misma suerte los pomares, los acerolos, los lodoñares, los nísperos y los membrillares, así como las carrascas.
En 1970, la producción total de frutas, exceptuando las uvas, ascendió a unas 800 toneladas. La pera blanquilla –la más exportada- se vendió de 8 a 12 pesetas el kilo; y las demás especies de peras, de 3 a 5 pesetas.

Alameda y Bosque

En Fitero, se daba el nombre de Alameda, en general, al arbolado, no frutal, de regadío; y el nombre de Bosque, al arbolado de secano o de monte. La Alameda fue abundante en la época abacial, formando un largo cinturón en las orillas del Alhama. En ella predominaban los álamos negros o chopos, pero no faltaban los álamos blancos y u olmos. El Soto de los Monjes estaba ocupado por una hermosa arboleda. En 1953, la Alameda ocupaba todavía 344 robadas; o sea, cerca de 31 hectáreas; pero posteriormente se redujo bastante, para sustituirla por esparragueras y árboles frutales.
En cuanto al Bosque, estuvo bastante poblado de árboles en la Edad Media; pero fueron abatidos en la Moderna, por los ganaderos de las mestas, con la complicidad del Monasterio, que era el ganadero más importante. El caso es que, hace un siglo, todos los montes del pueblo estaban pelados. El desastre fue, en parte, reparado por la reforestación emprendida por la Diputación Foral, con pinos del tipo Halepensis, en el segundo cuarto del siglo actual. La más espléndida mancha de pinos es la de la Atalaya de Cascajos. En 1953, los pinares ocupaban una extensión de 620; es decir, cerca de 56 hectáreas y media.

Cultivos desaparecidos

Se podrían enumerar una docena, cuando menos; pero los principales fueron tres: el cáñamo, el esparto y el mijo. A principios del siglo XIX, se recolectaban en Fitero 3.000 arrobas de cáñamo –arrobas navarras-, equivalentes a 40.176 kilos[ii]; pero, en 1912, la producción había descendido a 12.000 kilogramos (del cáñamo nos ocupamos especialmente en nuestro libro MISCELÁNEA FITERANA, p. 59-60). Y para mediados del siglo actual, había desaparecido casi por completo.
Otro tanto ocurrió con el esparto del que se hacían en el pueblo esteras, capazos, esportizos, alforjas grandes y hasta alpargatas; y finalmente con el mijo, cuyos tallos se empleaban para hacer escobas; y su grano, para alimentar gallinas y palomas.

Asociaciones fiteranas de agricultores en 1985

Eran cinco: 1) La Sociedad Cooperativa Limitada de Agricultores San Raimundo Abad, llamada anteriormente Bodega Cooperativa San Raimundo Abad; 2)el Trujal-Cooperativa Nuestra Señora de la Barda; 3) el Sindicato de Riegos, llamado anteriormente Comunidad de Regantes de Fitero; 4) la U.A.G.N. o Unión de Agricultores y Ganaderos de Navarra; 5) la Cámara Agraria Local. De las dos primeras nos ocupamos detalladamente en el capítulo de Investigaciones Industriales; y de la tercera, en el de Investigaciones Hidrográficas. Vamos, pues, a dedicar unas líneas a la Unión de Agricultores y Ganaderos de Navarra y a la Cámara Agraria Local.
La U.A.G.N. fue fundada en 1977, siendo su primer Presidente Jesús Martínez. En un principio, estuvo integrada en la C.O.A.G. o Coordinadora de Agricultores y Ganaderos; pero más tarde, se independizó de ella. Su sede central radica en Pamplona, donde edita una revista mensual ilustrada, titulada asimismo U.A.G.N. En 1980, su Junta Directiva local estaba formada por un Presidente: Jesús Sanz Larrea; un Tesorero: Carmelo Andrés Rupérez; y un secretario: José María Vergara Duarte.

La Cámara Agraria Local

Es un órgano de consulta y de colaboración con el Ministerio de Agricultura, para ayuda de los agricultores, ocupándose de asesorarlos en temas agrarios: subvenciones, declaraciones de cosechas, a través de la Cartilla del Agricultor, solicitudes de pensiones de vejez, invalidez y viudedad, cobro de las cuotas a la Seguridad Social, etc. En realidad, es una continuación de la Hermandad de Labradores y Ganaderos del régimen político anterior, pero sin el carácter de sindicato vertical que tenía entonces. Su transformación democrática data de 1977, en que adoptó su denominación actual. En 1985, su Presidente era D. Cándido Yanguas Polo; y su Secretario, D. José Javier Martínez Andrés.

Estadística Agrícola de Fitero, correspondiente a 1967

Todos los datos que consignamos, a excepción de los precios, están tomados del ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN ACTUAL Y DIRECTRICES PARA EL DESARROLLO DE LA RIBERA DE NAVARRA, confeccionados por un equipo de investigación (Arsacio del Prado, Juan Manuel García, Luis Santonja, Benito de Diego y Carlos Sánchez). –Sociedad de Investigación Económica S. A. (SIE) – Pamplona, 1968.




CAPÍTULO V

LOS CEMENTERIOS

         Cementerios antiguos: de la Morería, de Tudején, de Peñahitero y los de la Iglesia.

¿Cuántos cementerios hubo en el actual territorio fiterano, a través de los siglos? No lo sabemos a punto fijo.
¿Tuvo alguna necrópolis el poblado celtibérico de la Peña del Saco? ¡Quién sabe!, pues todo lo que se encontró en las excavaciones arqueológicas realizadas allí, a mediados del siglo actual, fue el esqueleto de un niño de pocos meses, en el subsuelo de las ruinas de una vivienda, comentando a este propósito el notable arqueólogo, D. Juan Maluquer de Motes que “las inhumaciones infantiles debajo del piso de las viviendas aparecen en gran número en los poblados de Cortes de Navarra y en general en todo el Valle del Ebro”[i].
Es probable que hubiese asimismo algún pequeño poblado romano en las Termas del Baño Viejo, a juzgar por las excavaciones hechas allí por el Fr. Lletget y Caylá en 1861. Una medalla del Emperador César Augusto, que se encontró en las ruinas, saltó probablemente de una urna cineraria rota. Sabido es que los romanos, a partir, sobre todo, del siglo XX, incineraban ordinariamente los cadáveres, guardando sus cenizas en dichas urnas. Pero ¿podremos deducir de ese pequeño detalle, la existencia de una necrópolis en el lugar? Nos parece demasiado aventurado.
En cambio, es indudable que tuvo un cementerio la Vila de Tudején, tanto durante la dominación musulmana, como después de la Reconquista, a juzgar por los numerosos restos de cadáveres encontrados en el paraje de San Valentín. Sin embargo, una parte de ellos pudo muy bien haber pertenecido a los combatientes medievales –primeramente, navarros y castellanos, y más tarde, agramonteses y beaumonteses- que se disputaron la posesión del Castillo, en diferentes ocasiones.
Tampoco es dudoso que tuvo una necrópolis mahometana el poblado anónimo de la Morería, del que las ruinas se ven todavía a flor de tierra y donde, en 1980, aparecieron varias tumbas y restos humanos, cerca de la Estanca y de la antigua Mezquita, de la que se conserva aún el nombre y el muro de piedra del Poniente.
También hubo otro cementerio, ya crisitano, en Peñahitero, en el paraje denominado Camposanto Viejo, a la derecvha del Camino de los Curas, según pudimos comprobar en un contrato de compra-venta de una finca, firmado el 12 de junio de 1965, que nos mostró el comprador, Tomás Bermejo Pina, el cual nos aseguró que, al labrar el terreno, aparecieron bastantes restos humanos y que a la arqueta del Río de la Huerta que pasa más abajo, la llaman todavía “arca del Camposanto”. Es más que probable que este camposanto fuese el primitivo del pueblo de Fitero, a partir del último decenio del siglo XV, hasta que bien entrado ya el siglo XVI, se empezó a enterrar a los vecinos en el Cementerio de la Iglesia, situado en los aledaños del Poniente de la misma. Desgraciadamente, no podemos  señalar fechas, pues resulta que, en el Archivo Parroquial, no aparece el Libro I de Difuntos hasta 1624, formando el mismo volumen con el Libro III de Casados.
         ¿Cómo se explica esta flagrante anomalía? En primer término, por la despreocupación de los monjes, poco solícitos en aplicar ciertas prescripciones del Concilio de Trento; y en segundo lugar, porque hasta 1624, no empezaron a generalizarse en Fitero las inhumaciones –bien pagadas- dentro de la iglesia, de los vecinos más o menos pudientes.
En los folios 272 y 273 del citado Libro III de casados y I de Difuntos de la Parroquia, se lee esta curiosa Nota: “Fr. Esteban Aliaga y Guerra murió el domingo, 10 de noviembre de 1613 y se enterró en la iglesia en la Capilla de la Asunción, junto a la grada. Fue el primero de los monjes que se enterró en la iglesia; pero los vecinos no empezaron a enterrarse en ella hasta el 1 de abril de 1624.”
Las dos últimas afirmaciones no son ciertas. Por de pronto, fueron enterrados anteriormente en la iglesia el Abad, Fr. Martín de Egüés y Pasquier, en 1540 (en el presbiterio); el Abad, Fr. Marcos de Villalba, en 1591 (primitivamente en la Capilla de STa. María Magdalena y más tarde, en el sepulcro de piedra del lado del Evangelio del Altar Mayor); y el Abad, Fr. García de Cervera, muerto, en 1380, cuyos restos ocupan probablemente el sepulcro de piedra del lado de la Epístola del mismo Altar. Añadamos todavía que, al parecer, los monjes no siguieron siendo enterrados siempre en la Capilla de la Asunción, como Fr. Esteban Aliaga, pues, según otra partida de defunción posterior, “el 14 de abril de 1643, murió Mosen Joseph y fe enterrado en el IV arco de la iglesia, con todo el convento”[ii].
Por lo que se refiere a los vecinos ricos, inhumados en el templo antes de 1624, podemos citar los testamentos de unos cuantos, en los que se dispone su inhumación en diferentes Capillas: el del escribano Pedro de Vea (1590), en la Capilla de Todos los Santos, actualmente Bautisterio[iii]; el de María Vela (1603), en la Capilla de San Bernardo[iv]: el de Ana González (1608), junto al Altar de San Benito[v]; y tres de 1615: el de Marco de Vea y Gracia Ramírez, en la Capilla de Santa Inés[vi]; el de Juan Francés Flores, en la Capilla de San Benito[vii]; y el de Juana González, en la Capilla de la Virgen de la Barda. Es probable que fuese esta señora, enterrada en la antigua Capilla de la Virgen de la Barda[viii] (actualmente del Cristo de la Columna), la que figuraba allí, en una estupenda pintura mural del siglo XVII, ya desparecida, con toda la comunidad cisterciense de la época del Abad, Fr. Hernando de Andrade, que falleció en 1624.
Volviendo al Camposanto Viejo de Peñahitero, conjeturamos que debió ser abandonado definitivamente, hacia el último decenio del siglo XVI, siendo sustituido por el Cementerio Nuevo, situado como ya hemos dicho, en los aledaños occidentales de la iglesia. Lo testifican dos testamentos de 1504, otorgados respectivamente por Juan Jiménez Moreno y Ana Pardo, y por Pedro de Atienza, pues en ambos se pide que se les entierre “en el cementerio de Santa María de Fitero, junto a la puerta de la Iglesia”[ix].
En cuanto a las inhumaciones dentro del templo, si bien no es cierto que empezaron, a partir de 1624, como hemos visto, en todo caso, se generalizaron desde ese año. En efecto, desde entonces, se enumeran, en las lacónicas partidas de defunción, los lugares más o menos precisos de la iglesia donde eran enterrados, indicando los arcos y los altares, y a veces, simplemente, las navadas o naves. Así nos enteramos por esas partidas de que, entre los fallecidos en 1627, Pedro Gómez fue enterrado en el tercer arco de la iglesia, junto a San Bernardo[x]; Ana Rodríguez, en el segundo argo, pasada la pila del agua bendita[xi]; Juan de Yanguas en el segundo arco, junto al Altar de San Benito[xii]; Cosme García, en el primer arco, junto al Destierro[xiii], hoy Capilla del Cristo de la Cruz a Cuestas; Casilda Guerrero, madrina de Palafox, fallecida el 7 de noviembre, fue enterrada en el tercer arco[xiv]; y el distinguido escribano real, D. Miguel de Urquizu y Uterga, que lo fue de la Villa y del Monasterio, durante medio siglo (1590-1638) y murió el 14 de julio de 1641, fue enterrado en el 4º arco de la Iglesia[xv].
De las 48 personas que murieron en 1645, fueron inhumadas 25 en el cementerio, 22 fuera de la iglesia y 1 murió en el camino de Zaragoza.

Tarifas de entierros y sepulturas en los siglos XVII y XVIII

Las inhumaciones dentro del templo fueron perfectamente organizadas por los monjes, desde el punto de vista económico, pagándose por las más o menos, según su cercanía o lejanía del transepto. Las tarifas que consigna el Tumbo de Fitero, correspondientes a 1634, son las que siguen. Por enterrarse en el primer arco, un ducado; en el segundo, dos ducados; en el tercero, tres ducados, y en el cuarto, cerca de la Reja, cuatro ducados  (esta Reja era la que cerraba el paso al Crucero).
Por un entierro mayor, había que pagar 5 ducados; y por uno ordinario, 28 reales. Por una misa cantada, 6 reales; por una de un solo nocturno, 4 reales; y por unas vísperas, 6 reales[xvi].
Siglo y medio después –ya en 1792-, las tarifas funerarias del Monasterio se habían diversificado y aumentado, conforme a la siguiente “Tabla de las sepulturas con ofrendas y sin ellas”, redactadas por el Depositario Navascués.
“Sepultura dentro de la Reja que se abre en el Crucero, y ofrendas del entierro: 103 reales.
Sepultura en el 4º Arco que está junto al enrejado, y ofrendas: 59 reales.
Sepultura en el Arco 3º, y ofrendas: 48 reales.
Sepultura en el segundo Arco, y ofrendas: 37 reales.
Las dos sepulturas de la Virgen del Rosario y San José, que caen en el Arco 4º, y ofrendas: 59 reales.
Sepultura en el Carco 1º y navada de los Pasos (delante de la actual Capilla del Cristo de la Cruz a Cuestas): 15 reales.
Arco 1º en la navada de Nuestra Señora de la Barda, en la lámpara y ofrendas: 59 reales.
Los tres Arcos restantes hasta la Reja, y ofrendas: 37 reales.
Las dos sepulturas que caen en las navadas, en Nuestra Señora del Rosario y San José, y ofrendas: 37 reales[xvii].”
Desgraciadamente para los monjes, este negocio funerario iba a concluir antes de medio siglo.
Ya el Rey Carlos III expidió una R. O. proscribiendo la inhumación en los templos y Carlos IV ordenó que se establecieran cementerios, alejados de los poblados, para enterrar en ellos a los fieles. Con que, en vista de ello, en 1804, se empezó a construir, aunque de mala gana, un camposanto donde está precisamente el actual; pero sólo se pusieron algunos cimientos, que quedaron abandonados poco después. En 1808 estalló la Guerra de la Independencia y los frailes fueron expulsados por el Gobierno de José Bonaparte, no volviendo hasta el verano de 1814. En el interin, ya en 1812, se mandó hacer un camposanto nuevo, utilizándose para ello el jardín que hay detrás del Altar Mayor, o mejor dicho, del ábside, donde se enterró hasta 1817, en que los monjes volvieron a enterrar dentro de la Iglesia[xviii]. Pero nuevas órdenes gubernativas insistieron en la prohibición y entonces se levantó definitivamente el cementerio actual; o mejor dicho, su terraja baja. El último enterrado en la Iglesia fue Sandalio Duarte, casado, que murió el 30 de marzo de 1833, siendo inhumado al día siguiente, por la tarde[xix].

El camposanto actual

El Libro IV de Difuntos de la Parroquia anota la fecha del 8 de abril de 1833, como la del estreno del Camposanto actual, siendo el primer vecino enterrado en él Manuel Gómara, alguacil o, como se decía entonces, ministro[xx]. Dio la casualidad de que este alguacil fue el que había llevado a la Abadía el Oficio de la Junta de Sanidad, intimándole a que cumpliese lo dispuesto, en este asunto, por las autoridades gubernativas. Para dicha fecha, habían ya muerto en tal año 21 vecinos, falleciendo hasta el final del mismo 127; de manera que en el primer año, se enterraron en el Camposanto actual 106 personas. Merecen citarse entre ellas, a título de curiosidad, Blas Pina, casado, que “murió ahogado en el Río de las Quadras y baxó hasta la huerta de arriba de este Monasterio[xxi]”; Felipe Martínez y Toledo, casado, de Cervera, que murió el 25 de septiembre “de resultas de que lo cogió un novillo, el día de la Virgen de la Barda[xxii]; Raimundo Pérez, soltero, de 24 años, que murió el 15 de diciembre, “a resultas de dos puñaladas que recibió[xxiii]; y el Prior del Convento, D. Norberto del Valle, que murió el 26 de diciembre. El 28 de febrero de 1858, acordó el Ayuntamiento que cada nicho del cementerio costase 600 reales vellón (Libro de sesiones desde 1843 a 1971, f. 161 v.)
Añadamos más curiosidades. Las tumbas más antiguas que se conocen del Camposanto actual son los nueve nichos del ángulo S. E. de la terraza baja, correspondientes respectivamente a Manuel María Huarte, fallecido el 1 de marzo de 1859; a Manuel Santiago Octavio de Toledo y Abadía, fallecido el 26 de octubre de 1859; a Juana Giménez de Carrillo, fallecida el 26 de diciembre de 1860; a Juan García Rodrigo, fallecido en el Baño Nuevo, el 17 de septiembre de 1861; a Petra Calahorra y Medrano, fallecida el 29 de noviembre de 1861; a María Rupérez, fallecida el 19 de mayo de 1852; a Bernardo Quijano Y Malo, profesor de Medicina, fallecido el 11 de septiembre de 1862; y a Manuel Huarte y Chueca, fallecido el 9 de enero de 1869, cuya lápida desapareció hace tiempo. Los demás nichos tienen lápidas rectangulares de mármol negro, arqueadas en su cabecera, excepto tres de mármol blanco, correspondientes a niños y dotadas de estrofas funerarias. La de la niña Petra Calahorra, muerta a los 5 años y 7 meses, dice así:

Ángel era que han llevado
otros ángeles al cielo,
porque no es la tierra el suelo
para un ángel destinado.

La del niño Apolinar Yanguas, que está inhumado en el nicho de su abuela, María Rupérez, dice así:

Seis meses vida mortales,
en este mundo engañoso,
bastó para conocerle
y al cielo me fui gozoso.

La del niño Manuel Huarte, que murió a los ocho años, dice así:

Se llevó Dios este niño,
por toda una eternidad,
y a pesar de su cariño,
acatan la voluntad
de decreto tan divino.

El edículo  que contiene estos nueve nichos termina en una pequeña cornisa, moldurada, con dos fajas superpuestas de mensulillas, y de perlas y perinolos, y recubierto con un tejadillo. Es un pequeño e ingenuo recuerdo de la época romántica, que merece conservarse..
Los dos panteones más antiguos del cementerio están pegados al muro occidental de la terraza interior y son el de D. Manuel Abadía y el de D. Felipe Ochoa. El de Abadía (hoy Herrero-Martínez) data de 1864 y es una capilla funeraria, con un altar de la Virgen de los Dolores. Tiene un pórtico de frontón triangular, sostenido por columnas marmóreas de fuste liso. Fue erigido por D. Manuel Esteban Abadía Atienza, en memoria de su esposa, Dña. Jerónima Remigia Octavio de Toledo Alonso, fallecida el 23 de diciembre de 1861. A su vez, D. Manuel E. Abadía murió el 30 de julio de 1873, y está enterrado en la misma capilla. Entre los inhumados posteriormente en ella, figura el reputado médico, D. Miguel Herrero Besada.
El panteón de D. Felipe Ochoa es otra capilla funeraria con un altar de la Crucifixión. Fue erigida, en los comienzos del último decenio de 1890, por D. Felipe Ochoa González, en memoria de su esposa Doña Victoria Huarte, fallecida el 26 de septiembre de 1890. D. Felipe murió, a su vez, el 12 de junio de 1912, y está inhumado en el mismo panteón.
La primitiva entrada del actual Cementerio Municipal estuvo en el muro del Poniente, a pocos metros del ángulo S. O. Luego, se cegó ésta y se abrió otra en el mismo muro, algo más arriba, a la altura de la cabecera de la terraza inferior; y por fin, hacia 1915, al inaugurarse la terraza alta, se abrió la entrada actual, en la parte media del muro meridional.
Para acabar este estudio, vamos a transcribir tres partidas impresionantes de inhumación en la terraza baja, pertenecientes al siglo pasado y tomadas del Archivo Parroquial.
Don Silvestre Egüés – El 5 de noviembre, murió Agustina Atienza, consorte de Silvestre Egüés, vecino de Azagra. Después de muerta, se le abrió, por hallarse embarazada de seis meses, y en la operación, arrojó un feto que manifestó algún movimiento, y se le echó el agua de socorro, y murió, enterrándose con la madre[xxiv]”.
Don Silvestre Egüés, consorte de Agustina Atienza, vecino de Azagra se suicidó en el Camposanto, sobre el sepulcro de su mujer, el día 13 de noviembre de 1838, y se enterró el día 15. Habiendo consultado el Cura Ecónomo al Sr. Obispo de Tarazona, D. Rodrigo Valdés, sobre si se le daría sepultura eclesiástica y reputaría violado el cementerio, respondió que se le diese sepultura en el Camposanto, y reputaba por muy conveniente reconciliar el cementerio, lo que se hizo, asistiendo todo el cabildo, y con las ceremonias del Ritual Romano. Se enterró sin misa. No testó[xxv].”
Año 1899 – En la Parroquial de Fitero, Obispado de Tarazona, el 14 de septiembre de 1899, en la casa número 1 de la calle del Pozo, murió de septicemia, a las 7 de la tarde, después de recibir los Santos Sacramentos y sin constar haber hecho testamento, José Rodríguez y N. (a) Pepete, de profesión, torero, casado, hijo legítimo (se ignoran los nombres de sus padres y esposa), natural de San Fernando, provincia de Cádiz. Se enterró pasadas más de 24 horas, en el cementerio de la misma de que certifico – Mariano Solana, firmado y rubricado[xxvi]”.
Transcurridos ya tres cuartos de siglo, vinieron a Fitero unos descendientes de Pepete, con la pretensión piadosa, pero ingenua, de recoger sus restos y trasladarlos a su patria chica; mas dichos restos habían ya desaparecido, hacía muchos años, por haber sido enterrados en una fosa anónima común.



[i] Juan Maluquer de Motes, Noticias estratigráficas del poblado celtibérico de Fitero, en la revista Príncipe de Viana, nº 100 y 101, p. 337 – Pamplona, 1965.
[ii] Libro III de casados y I de Difuntos, f. 303 – Archivo Parroquial de Fitero (A.P.F.)
[iii] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga, de 1590, f. 16 – Archivo de Protocolos de Tudela (A.P.T.)
[iv] Protocolo de M. de Urquizu, de 1603, f. 307 – A.P.T.
[v] Id. id. de 1608, f. 540 – A.P.T.
[vi] Id. id de 1615, f. 110 – A.P.T.
[vii] Id. id. Id., f. 338 – A.P.T.
[viii] Id. id. id., f. 340 – A.P.T.
[ix] Id. id. id., 1594, f. 179-180 – A.P.T.
[x] Libro II de Casados y I de Difuntos. Año 1627, f. 274 v. – A.P.T.
[xi] Id. Año 1627, f. 274 v. – A.P.T.
[xii] Id. id. id., f. 275 – A.P.T.
[xiii] Id. id. id., f. 275 – A.P.T.
[xiv] Id. Año 1534, f. 285 v. – A.P.T.
[xv] Id. Año 1641, f. 302 – A.P.T.
[xvi] Tumbo de Fitero, c. XIII, f. 560 – Archivo Histórico Nacional (A. H. N.) – Madrid.
[xvii] Libro de Cobranzas de supulturas del año 1792, y atrasadas, f. 1 – A.P.T.
[xviii] Sebastián María de Aliaga, Manuscrito, f. 72.
[xix] Libro IV de Difuntos. Año 1833, nº 21, f. 108 – A.P.T.
[xx] Id. Año 1833, nº 22. F. 109 – A.P.T.
[xxi] Id. id, nº 23, f. 109 – A.P.T.
[xxii] Id. id., nº 65, f. 112 – A.P.T.
[xxiii] Id. id., nº 115, f. 116 – A.P.T.
[xxiv] Id. Año 1838, nº 67, f. 157 – A.P.F. El Cura Ecónomo era, a la sazón, D. Beremundo Atienza.
[xxv] Libro VIII de Difuntos – Años 1899, nº 60, f. 16 v. – A.P.F.
[xxvi] Para toda clase de pormenores sobre la trágica muerte de Pepete, remitimos al lector a nuestro Poemario Fiterano, pp. 44-46 y 190-191.

CAPÍTULO VI




[i] Alfredo Floristán Samanes, Ob. cit., p. 185.
[ii] Manuel Abella, Ob. cit., t. I, p. 281.

CAPÍTULO V



[i] Alfredo Floristán Samanes, “La Ribera Tudelana de Navarra”, p. 123.
[ii] Pascual Madoz, Diccionario “Geográfico-Estadístico-Histórico de España”, etc., t. VIII, pp. 104-105.
[iii] Cristina Monterde, Ob. Cit., pp. 380, 428 y 441.
[iv] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, f. 13. A.P.T.
[v] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1596; ff. 361-362-363; 372-373; y 408-419-4024. A.P.T.
[vi] Saturnino Sagasti, “Apuntes y Documentos relativos a la Villa de Fitero”, 2ª parte, documento número 8, pp. 247-250.
[vii] Idem, ib., I parte, d. 27, pp. 485-494. A, M. F.
[viii] Fr. Jerónimo Bayona, “Relación del producto de los bienes que tiene, posee y administra por sí el Monasterio”. 1 de noviembre de 1805.
[ix] A. Floristán S., Ob. cit. Apéndice II. Datos suministrados por el Servicio Catastral de la Diputación de Navarra. Desde luego, son siempre aproximados, pues los catastros rara vez reflejan fielmente la realidad.
[x] Gracián Navarro. Protocolo de 1584, f. 136. A.P.T.
[xi] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1596, f. 295. A.P.T.
[xii] José Yanguas y Miranda, “Diccionario Geográfico-Histórico de España por la R. A. de la Historia”, Sección I, t. I, p. 281.
[xiii] Fray Jerónimo Bayona. Relación citada.
[xiv] Manuel Abella, “Diccionario Geográfico-Histórico de España por la R. A. de la Historia”, Sección I, t. 1, p. 281.
[xv] José María Jimeno Jurío, “Fitero”, p. 4 – Colección Navarra – Temas de Cultura Popular, nº 72.
[xvi] P. Madoz, Ob. cit., t. VIII, p. 105.
[xvii] Alfredo F. Samanes, Ob. cit,, Apéndices III y IV.
[xviii] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1600, f. 412. A.P.T.
[xix] Id., Protocolo de 1614, f. 563.
[xx] Fr. Manuel de Calatayud, “Memorias del Monasterio de Fitero”, p. 36.
[xxi] Idem, ibídem, p. 179.
[xxii] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, ff. 75-120. A.P.T.
[xxiii] Idem, ibídem, f. 136.
[xxiv] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1615 – Expolio del Abad Tassis, f. 20. A.P.T.
[xxv] Francisco Ramón Cáseda. Protocolo de 1748, documento número 114. A.P.T.
[xxvi] Joaquín Huarte, Protocolo de 1791, f. 303. A.P.T.
[xxvii] Idem. Protocolo de 1800, documento número 8. A.P.T.
[xxviii] Academia de la Historia, “Diccionario Geográfico-Histórico de España”, 1802, t. I, p. 281.
[xxix] Alfredo F. Samanes, Op. Cit., pp. 167-168.
[xxx]  “La Voz de Fitero”, nº 48, correspondiente al 9 de marzo de 1913.
[xxxi] Idem, ibídem.
[xxxii] Sociedad de Investigación Económica (SIE), Análisis de la situación actual y directrices para el desarrollo de la Ribera de Navarra. Anexo IV. Pamplona, 1968.
[xxxiii] Alfredo Floristán Imizcoz, “Comercio de granos en los siglos XVI-XIX”, pp. 12-14. Colección Navarra. Temas de Cultura Popular, nº 397.
[xxxiv] Marco Peralta y Mons. Protocolo de 1699, nº 2. A.P.T.
[xxxv] Francisco R. Cáseda, Protocolo de 1749, doc. Nº 2. A.P.T.
[xxxvi] Cristina Monterde, Ob. cit., doc. Número 89, p. 428; y documento nº 62, p. 409.
[xxxvii] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, ff. 75-120. A.P.T.
[xxxviii] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1628, f. 85. A.P.T.
[xxxix] Joaquín Huarte, Protocolo de 1798, f. 5. A.P.T.


[i] Diccionario Geográfico Histórico de España, por la R. A. de la Historia, Sección 1ª, t. I, p. 281.
[ii] P. Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, t. VIII, p. 105.
[iii] Tomás Lletget y Cayla, Monografía de los Baños de Fitero, p. 15. Barcelona, 1970.
[iv] Saturnino Sagasti, Ob. cit., 1ª Parte, p. 15.
[v] Libro III de Casados y I de Difuntos. A.P.F.
[vi] Manuel Abella, Diccionario Geográfico-Histórico de España; ya citado, p. 282.
[vii] Jacinto Clavería Arangua, Iconografía y santuarios de la Virgen en Navarra, t. II, p. 491.
[viii] J. Mª Jimeno Jurío, Obr. citada, p. 14.
[ix] A.G.N., Sección Monasterios, Fitero, nº 5, ff. 32-35.
[x] Protocolo de Sebastián Navarro, de 1548, f. 123. A. P. F.
[xi] Idem de Id., de 1556, f. 169. A.P.G.
[xii] A. G. N., Sección Monasterio, Fitero. Legajo 402, f. 236.
[xiii] Protocolo de Miguel de Urquizu, de 1599, f. 105. A.P.T.
[xiv] Idem de Id. de 1606, f. 249, A.P.T.
[xv] Mateo Peralda y Mons. Protocolo de 1698, ff. 35 v. -39; y de 1699.
[xvi] P. Madoz, Ob. citada, t. VIII, p. 104.
[xvii] Idem, ibid., t. VIII, p. 104.
[xviii] Libro de sesiones del Ayuntamiento de Fitero (1882-1887), f. 68. Sección del 9 de diciembre de 1883. Nº 67.
[xix] P. Madoz Ob., cit., t. VIII, 404.
[xx] Libro de sesiones cit., f. 56. Sesión del 2 de septiembre de 1883. Nª 32. A. M. F.
[xxi] Idem de 1901-1904, f. 205 v.

CAPÍTULO III

[xxii] Cristina Monterde, Colección Diplomática del Monasterio de Fitero, 1140-1210), p. 319.
[xxiii] Ib. Ibid., doc. Nº 1, p. 356.
[xxiv] José María Jimeno Jurío; Fitero, pp. 13-14. Nº 72 de la Colección: “Navarra – Temas de Cultura Popular.”
[xxv] Protocolo de Gracián Navarro, 1584, ff. 75-120. A. P. T. 
[xxvi] Protocolo de Miguel de Urquizu, 1628, folio 85. A. P. T
[xxvii] José María Mutiloa Poza, La Desamortización Eclesiástica en Navarra, pp. 634-635. Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S. A. 1972.
[xxviii] Javier Mª Donézar, La Desamortización de Mendizábal en Navarra, p. 66. Nota Madrid, 1975. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. “Instituto Jerónimo Zurita”.
[xxix] J. M. Mutiloa, Ob. cit., p. 311.
[xxx] Id. ibid., p. 327.
[xxxi] J. M. Donézar, Ob. cit., pp. 289, 299 y 300.
[xxxii] J. M. Donézar, Ob. cit., p. 354. A. G. N. Acta de la Diputación, del 12 de febrero de 1836.
[xxxiii] J. M. Donézar, Ob. cit., p. 162.
[xxxiv] Mutiloa, Ob. cit., p. 426 – Archivo de Hacienda de Navarra, Leg. 114-172.
[xxxv] Protocolo de Celestino Huarte, 1835, nº 40, ff. 104 v. a 123.
[xxxvi] Saturnino Sagasti, Apuntes y Documentos relativos a Fitero, pp. 479-480.
[xxxvii] Id. Ibid., pp. 593-610.
[xxxviii] J. M. Donézar, Ob. Cit., pp. 218-220.
[xxxix] Id. ibid., 218. Nota.
[xl]Protocolo de Miguel Urquizu, 1627, f. 1.
[xli] Sebastián María de Aliaga, Manuscrito, f. 156 v.
[xlii] Reglamento para el Reparto y Aprovechamiento de la Dehesa de Ormiñén de Fitero, pp. 3, 5, 6, 7, 8 y 11- Tudela de La Ribera de Navarra, 1913 – Se imprimieron mil ejemplares para repartirlos entre los parceleros.
[xliii] La Voz de Fitero, nº 44 – 2 de febrero de 1913.
[xliv] Id., nº 47 – 23-II-1913.
[xlv] Id., números 55 (del 27 de abril de 1913), 57 (del 4 de mayo) y 59 (del 18 de mayo de 1913).

CAPÍTULO IV



[i] Maur Cocheril, Études sur le monachisme en Espagne et au Portugal, pp. 134-135. Lisboa. 1966.
[ii] J. Mª Jimeno Jurío, FITERO, pp 13 y 19. Colección NAVARRA: Temas de Cultura
Popular, nº 72.
[iii] J. Mª Jimeno Jurío, FITERO, pp 13 y 18. Colección NAVARRA: Temas de Cultura
Popular, nº 72.
[iv] Archivo General de Navarra (A.G.N.), Fitero, nº 5, ff. 32-35.
[v] Idem, Sección Monasterios. Fitero, nº 404. Cuaderno 2º, ff. 317-321.
[vi] Sagasti, Apuntes y documentos, 2ª Parte, documento nº 0, pp. 251-264. A. M. F.
[vii] Ignacio F. de Ibero, Relación de la fundación y antigüedad del Monasterio de Fitero. A. H. N. Sección de Códices, 371 B. Parte 1ª, f. 3. Año 1610.
[viii] A.G.N. Sección Monasterios. Fitero, legajo 402, f. 396.
[ix] Al indicar la población por vecinos, se multiplica su número por 5, para deducir el número de habitantes, incluyendo al padre, a la madre y a tres hijos.
[x] Protocolo de Miguel de Aroche y Beaumont, de 1676, nº 98, ff. 151-157. A. P. T.
[xi] Pedimento de la Villa de Fitero para la edificación de una iglesia parroquial, independiente del Monasterio y dependiente del Obispado de Tarazona, p. 84. A.P.F.
[xii] Fr. Manuel de Calatrayud, Memorias del Monasterio de Fitero, p. 217.




[i] Tomás Lletget y Caylá, Monografía de los Baños y Aguas Termo-medicinales de Fitero, pp. 227-229. Barcelona, C. Verdaguer, 1870.
[ii] Idem., ib., pp. 226-227.
[iii] Idem, ib., p. 230.
[iv] Saturnino Mozotoa Vicente, Notas hidrológicas y clínicas de los Balnearios de Fitero, p. 5. Zaragoza, E. Berdejo, 1930.
[v] Cristina Monterde, Colección diplomátrica del Monasterio de Fitero, documento nº 7, p. 361. Zaragoza, 1978.
[vi] Idem, ib., documento nº 27, p. 382.
[vii] Idem. Ib., documento nº 43, redacción B, p. 394.
[viii] Idem. Ib., documento nº 92, p. 433.
[ix] Idem. Ib., Addenda, documento nº 7, p. 549.
[x] Florencio Idoate, Rincones de la Historia de Navarra, t. III, p. 689. La fecha de 1507 que consigna Idoate, es muy probable que sea equivocada –o una errata de imprenta-, en lugar de 1607, pues en el folio 52 del Protocolo de Urquizu y Uterga de 1608, nos tropezamos con un “Poder del Monasterio, para excomulgar a los de Alfaro que habían derribado un canal y la casa de los Baños”; cosa que debieron hacer el año anterior. El canal era el que habían empezado a construir los de Fitero, para desviar las aguas de los Baños Viejos, de manera que no desembocasen en el río Alhama, sino que irrigasen terrenos de los Montes de Argenzón como anotamos en el capítulo de INVESTIGACIONES HIDROGRÁFICAS, párrafo  Tentativas de desviación de las aguas del Baño Viejo.
[xi]  Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga, 1598, ff. 153-156. Archivo de Protocolos de Tudela.
[xii] Tumbo de Fitero, c. XIII, f. 563. Archivo Histórico Nacional, Madrid.
[xiii] Florencio Idoate, Ob. Cit., t. III, p. 695.
[xiv] Joseph Moret, Annales del Reyno de Navarra, t. II, Lib. XVIII, c. VII, nº 3, p. 417.
[xv] Manuel Abella, Diccionario Geográfico-Histórico de España por la Real Academia de la Historia, Sección I, t. I, p. 281.
[xvi] ANTONIO RAMIREZ: Examen chímico-médico de las Aguas termales de Fitero. Pamplona, 1768.
[xvii] T. Lleguet y Caylà, Obr. citada, pp. 76-77.
[xviii] Cuentas generales del Monasterio de Fitero desde 1793 a 1819. Archivo General de Navarra. Sección Monasterios. Fitero, f. 458.
[xix] Protocolo de Joaquín Huarte de 1781, nº 77 ; de 1784, nº 17 ; y de 1787, nº 10. A.P.T.
[xx] Cuentas generales del Monasterio de 1783 a 1819. A.G.N. Sección Monasterios. Fitero, f. 458.
[xxi] Florencio Idoate, Obr. Cit., t. III, pp. 690-692.
[xxii] Idem, ib., p. 692.
[xxiii] Idem, ib., p. 693.
[xxiv] Idem, ib., pp. 693-694.
[xxv] José María Mutiloa, La Desamortización Eclesiástica en Navarra, p. 327. Pamplona, 1972.
[xxvi] T. Lletget y Caylá, Obr. citada, p. 240.
[xxvii] Protocolo de Joaquín Huarte, 1835, nº 40, f. 91. A.P.T.
[xxviii] Pascual Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y de sus posesiones de Ultramar, pp. 106 y 108.
[xxix] Anónimo, Baños Nuevos de Fitero, Madrid, Tello, 1876.
[xxx] Miguel G. Camaleño, Memoria de las Aguas clorurado-sódicas-termales de Fitero Nuevo, Madrid, J. A. García, 1905.
[xxxi] Idem, Memoria de las Aguas de Fitero, Madrid, B. Rodríguez, 1911.
[xxxii] Idem. Ib., p. 32.
[xxxiii] Las noticias que damos sobre las innovaciones introducidas en ambos Balnearios, a partir de 1960, nos fueron proporcionada por D..Jesús Azpilicueta, Administrador General de los mismos, desde 1957 a 1983, inclusive.
[xxxiv] Los Hechos de los Apóstoles, c. III, v. I-II.

CAPÍTULO II

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