Diario Sentimental de un concentrado (abril-junio 1939)

Anexo III:
Tesis doctoral: “La lengua del exilio de Manuel García Sesma”.
Jesús Bozal Alfaro. Universidad de Valladolid, 2018.

Diario sentimental de un concentrado
20 de abril a 19 de junio de 1939

MANUEL GARCÍA SESMA
(Fitero, Navarra, 1902-1991)


Saint-Cyprien, 20 de Abril de 1939

En el Midi francés, y no lejos de Toulouse, se halla enclavada una linda villa: Albi. Albi es, en la actualidad, la capital del departamento del Tarn. El río Tarn, afluente del Garona, atraviesa majestuosamente la vetusta villa, famosa en los anales de la Edad Media, por haber sido el centro de las luchas político-religiosas del siglo XIII en el Mediodía de Francia. Para los hijos del antiguo reino de Aragón, aquellas luchas se simbolizan en un nombre odiado: Simón de Montfort. Pues bien, algunos camaradas de destierro y profesión han tenido el buen humor de resucitar en cierto modo, la contienda medieval de los albigenses, simbolizándola en otro nombre más notorio: don Juan Tenorio. Porque ahora no se trata, claro está, de conquistar tierras, a pretexto de extirpar herejías, sino de cautivar lindas damitas, al socaire de ahuyentar melancolías... Es decir, que la cuestión no va precisamente con los albigenses, sino con las albigenses... Gracias a la complicidad de nuestro amable compatriota, Isabelita R., los aludidos compañeros han logrado entrar en secretas relaciones con algunas bellas chicas de la Ecole Normale de Jeunes Filles de Albi, he aquí cómo el ladino don Juan español, al cabo de siete siglos, pretende tomar desquite incruentamente de las cuchilladas del bárbaro Montfort.
¿Y si tomara también yo parte en esta interesantísima cruzada....?

21 de abril

Desde ayer me anda rondando por la cabeza la misma idea. ¿Por qué no entablar yo así mismo correspondencia con alguna estudiantilla de la Normal de Albi...? Estoy aburrido y entristecido. Este horrible confinamiento no es para menos. ¿Y qué mejor remedio contra el tedio y la tristeza que el consuelo de una alegre damisela...? Las mujeres suelen quitar dulcemente las penas... cuando no las aumentan.
¿Pero si en vez de dar con una demoiselle interesante, tropiezo con una niña insoportable? ¡Tate! Además se me presenta un inconveniente pavoroso. El siguiente: ¿de dónde saco yo el dinero para franquear las cartas...?
Juventud divino tesoro....
cantó el divino Rubén. Sí, sí… ¡Música celestial! Con ese divino tesoro, no hay ni para escribir a una francesita... En este cochino mundo, el único tesoro positivo son los billetes. Con juventud y sin cuartos, se muere uno de asco. Y lo más grave del caso es que, además de no tener un céntimo, ¡ay! mi juventud es ya algo problemático...

23 de abril

Acabo de entrevistarme con Juan José F.  Al fin me he decidido. El compañero Juan José F. tiene correspondencia con una normalista de Albi. Y con varias otras francesas. Para él, no existe, por lo visto, el problema de los sellos. Se los envían graciosamente sus dadivosas amigas. Y algún paquete que otro de tabaco. Y algún libro. Lo más curioso del caso es que el compañero Juan José F. apenas si conoce el francés. ¡Ah! pero en cambio tiene una cara inconfundible de hombre vivo  Mejor dicho, su cara de rojo, tirando a violeta, parece más bien la de un “barman” satisfecho. Pero es lo mismo. En esta vida repajolera, solamente los hombres vivos andan de vez en cuando satisfechos. Además, después de todo, ¿qué tiene de particular esta historieta? Vivimos en la máxima pobreza, y las almas femeninas son y han sido siempre compasivas... Desde luego, en el comercio con las mujeres –y quien dice comercio, dice trato en general– los hombres se clasifican en tres tipos: los que las explotan; los que se dejan explotar por ellas; y los idealistas, es decir, algo así como los hijos de María Inmaculada. Por mi desgracia, yo no tengo aficiones de “canfinflero”. Ni que decir tiene que, en mi actual situación, tampoco me puede explotar a mí ninguna mujer. Corolario: no me queda por ahora otra salida que hacerme hijo de María... Está bien. Veremos a ver la virgen que me proporciona el camarada Juan José.

25 de Abril

Juan José ha tenido carta de su amiguita de Albi. Adelantándose a mis indicaciones -¿las había adivinado..?-, le dice entre otras cosas, que una compañera suya, Mlle. Suzette V., aceptaría de buen grado correspondencia con un profesional de la Enseñanza que escriba bien el francés.
-         ¿Te place?, me ha dicho mi satisfecho compañero[1].
-         He escrito sin ningún entusiasmo en mi carnet de notas: Mlle. Suzete V. – Ecole Normale de Jeunes Filles – Albi (Tarn).
-         ¿Y quién será esta incógnita damita…?, me he preguntado una vez solo[2]. Porque es el caso que la carta de Juan José no da ningún detalle, y por otra parte, la pretensión de que su presunto corresponsal escriba bien el francés, me escama un tanto. Lo de menos en este caso es que sea guapa o fea[3], puesto que no voy a verla ni mucho menos a casarme con ella. Claro está que me gustaría fuera bonita. Por supuesto. A nadie le amarga un dulce. Pero lo malo es si resulta una antipática. Me temo cualquier cosa. Estas niñas intelectuales, me asusta.
-         “Que escriba bien el francés; que escriba bien el francés...” ¿Y para qué querrá esta señorita un corresponsal que escriba bien el francés...? Supongo que no será para enseñárselo a ella. La verdad, esta pretensión me escama. ¡Lagarto, lagarto! ¿Será esta Mademoiselle una niña pedantuela y petulante...? El pensamiento solo me horroriza. Aborrezco la pedantería con toda mi alma. Sobre todo, en las mujeres. Prefiero una campesina ingenua a una marisabidilla presuntuosa. Y no es que piense como el Dr. Moel...[4] que lo que se debe desear en las mujeres que esté sana y que sea tonta [5]. O como el Dr. Novoa Santos, que sea preferible casarse con una iletrada que con una mujer sabia[6]. Por fortuna no todas las mujeres cultas son necesariamente unas esposas detestables. Mas lo confieso: no puedo remediarlo. La sombra sola de una mujer pedante me saca de quicio. Claro está que a lo mejor esta pobre muchacha no es nada de eso. ¡Quién sabe!
-         Pero, y los sellos, los sellos…! ¿De dónde, demonios, saco yo dinero para los sellos...?

29 de Abril

Mi compañero Agustín G. acaba de darme a leer una carta perfumada. Naturalmente es de una mujer. Aunque también hay hombres que usan cartas perfumadas... Pero, vamos, mi camarada es un chico serio y no cultiva tan frívolas amistades. La epístola es de Mlle. Paulette. Se trata de otra normalista de Albi. Nada, lo dicho: estos “conquistadores” aragoneses –Agustín lo es– se están tomando la revancha de la cruzada de Montfort... La carta es encantadora. Se desprende que Mlle. Paulette debe ser una francesita fina, efusiva y jovial. “Charmante”, como se dice en su lengua. ¿Me equivocaré...? De su escrito me han llamado la atención las siguientes frases: “J´adore chanter. Je chante oh! n´importe quoi et n´importe comment, d´un bout de journée à l´autre”. Estas declaraciones me han sugerido de repente una diabólica idea.

“Oye. –he dicho a Agustín- ¿tienes inconveniente en que le escriba a tu amiguita una poesía en francés...?
-         Ninguno.
-         Pues mañana mismo lo intentaré.
-         Y se la enviarás tu mismo, ¿no es eso? –le he agregado al punto-, acordándome de la malditos sellos.
-         Como quieras.

30 de Abril

Ya tengo escrito el poemita. Lo he titulado “Sonate de Printemps”. No es un título rebuscado. Me he acordado sencillamente de Valle-Inclán. Lo que sí he tenido que rebuscar con trabajo es el léxico. ¡Maldita rima! No escribo bien el francés en prosa y tengo la audacia de intentarlo en verso. ¡El colmo! La ignorancia es muy atrevida, se dice comúnmente. ¡Y tanto!
Sin embargo, no me ha salido del todo mal. Al menos, así me lo han asegurado unos amigos que conocen perfectamente el francés. He aquí algunos versos:

¿Etes-vous brune ou blonde...?
¿Etes-vous faible ou forte...?
¿Cachez-vous sous les cils
éméraudes ou zaphirs...?
¡Et qu´importe tout cela!
¿N´êtes-vous très charmante....?
Il suffit.
Chantez comme l´alouette
vos chansons de gaîté.
Le rossignol d´Amour
répondra quelque jour
Soit toujours votre vie
un avril gai et fleuri [7].

¿Le gustará....? Espero que sí. Por lo menos, agradecerá cordialmente mi buena voluntad.

2 de Mayo

Todavía no he entregado mi “Sonata” al amigo Agustín. ¿Por qué? Me corroe la conciencia el gusanillo de un escrúpulo: ¿No jugaré una mala pasada a mi compañero enviándole a Paulette esos versitos...? Porque si a la chica no le gustan, la cosa no tendría desde luego trascendencia alguna. Pero ¿y si le encantan...? Y no es que yo crea, ni mucho menos, en mi genio poético. Sería una vanidad ridícula. Ah! más reconozco perfectamente lo fácil que es trastornar la loca imaginación de una muchacha ingenua recluida en un internado. Y si por casualidad le agrada mi poema, la consecuencia infalible será ésta: un rápido enfriamiento del amistoso afecto que pueda ella sentir por Agustín. A la mujer le ocurre lo que a todos los cuerpos de elevada temperatura: la reparte inmediatamente entre aquellas que se le aproximan...

4 de Mayo

Al fin entregué mis versos a Agustín. Y para acallar los escrúpulos de mi conciencia, he ideado una fina estratagema. Me he acordado de la incógnita chiquita cuyo nombre y dirección me dio Juan José. Y he escrito unas cuantas líneas corteses a Mlle. Paulette, que he entregado al primero para que se las remita con mi poema. En ellas, le pide perdón por la libertad que me he tomado de dedicarle mi “Sonate”, sin tener el gusto de conocerla previamente, rogándole de paso tenga la amabilidad de preguntar de mi parte a Mlle. Suzette si tendrá algún inconveniente en aceptarme como corresponsal. Con esto creo que le doy a entender con bastante claridad a mi compañero que no tengo la menor intención ni aun pensamiento de conquistar a su amiga con mis versos...
Lo cual en fin de cuentas, no sería una jugarreta del otro mundo... Entre los hombres la fidelidad tiene un límite, las faldas. Ante una mujercita apetitosa, no hay miramiento que valga. El amigo más intimo y leal te la birla tranquilamente. Aunque sea tu esposa. ¡Por algo somos caballeros...!

5 de Mayo

Heme aquí ahora embarcado ligeramente en una extravagante aventurilla. Desde luego, no es que me cause miedo ni me arrepienta. Pero, vamos, no soy ya mozo de 18 años, para perder el tiempo en chicoleos con jovenzuelas. Por lo menos es poco serio. Aunque... ¿para qué sirve la seriedad en este mundo...? ¡Para caer en Saint Cyprien! Si hubiese tomado siempre la vida a broma, de seguro que no estaría aquí. Mas, en fin, a lo hecho pecho. Solo se arrepienten los cobardes y los idiotas.
Y esta desconocida Mlle Suzette ¿cómo será?   Eso de comprometerme, aunque solo sea superficialmente, con una muchacha de la que no tengo ni la menor idea sin duda alguna que es un tanto novelesco, pero también un poco expuesto. Porque si gracias a su romanticismo o a su astucia, me enredo con ella en un flirt a larga distancia, y luego resulta que es más fea que un loro o mas tonta que un pingüino...¡menuda plancha! Y después ¿cómo me deshago de ella sin desairarla despiadadamente...? Yo envidio a esos ciudadanos expeditivos que se desembarazan de cualquier señora con la tranquilidad con que se despojan de la camisa. Quisiera tener la misma facilidad que ellos; pero no puedo. Es algo superior a mis fuerzas. Mi cabeza está llena de románticos prejuicios. Lo confieso. Y entre ellos el de la caballerosidad.
¿Caballero con las damas...?, me aconsejaba un día un amigo. Perfectamente. ¡Ah! pero siempre a caballo y sin dejar la fusta de la mano... Sin duda había leído a Nietzche: “¿Vas con las mujeres...? No olvides el látigo...”
8 de Mayo

Buen día. Agustín ha recibido carta de Paulette. Mi “Sonate” ha tenido un éxito rotundo. ¡Vaya! Soy un Marqués de Bradomin. Paulette encarga a Agustín que me dé de su parte las gracias más rendidas. Me llama su ”charmant poète”. Sin embargo..., no ha tenido a bien dirigirme personalmente unas cuantas líneas. ¿Por qué...? Sin duda, no lo ha creído correcto, dadas sus relaciones con Agustín. ¿Hubiera podido coger celos mi amigo...? Las mujeres son muy perspicaces... Lo cierto es que a pesar de todo, me hubiese halagado tener ahora en mis manos unas líneas efusivas de Paulette, en esa letra suya fina y esbelta como una juncal mocita. ¿Por vanidad pueril…? No creo. ¿Por donjuanismo inconfesado...? Acaso, acaso.... ¡A ver si resulta ahora que el que tiene verdaderos celos de Agustín soy yo...! Tendría gracia.
Vamos a cuentas, Manolo: ¿querías tú o no querías conquistar con tus coplas a Paulette...? Si no lo querías, ¿por qué no te conformas con su correcto agradecimiento...? Y si lo querías –y lo disimulabas- ¿por qué has representado la clásica pantomima del casto José, haciendo ver a tu conciencia, que intentabas entrar en relaciones con Suzette, precisamente para probar a Agustín que no tratabas de seducir a Paulette...?
¡Bueno, bueno! No quiero seguir ahondando en mi conciencia...
Una señora muy ingeniosa me decía en cierta ocasión: “Ustedes, los hombres, son todos peligrosos por instinto y monógamos, cuando no tienen más remedio... Si el Korán no obligara al hombre a mantener a todas las mujeres que se toma, el mahometismo sería la religión más extendida del planeta. Pero, vaya, la poligamia “cristiana” les resulta a ustedes más barata...”

9 de Mayo

El día de mayor emoción desde que atravesé la frontera. Al fin he recibido una carta; la primera[8] carta. ¿De quien...? De mi familia...? Por desgracia, no. No sé nada de ella desde Enero pasado. Ni ella de mí. Sin duda que me darán por muerto... La carta es de Suzette V. No la esperaba. Y me ha emocionado. Es una epístola sencillamente encantadora. Refleja un alma deliciosamente femenina. Parece una muchacha franca, sencilla y efusiva. Debe ser tan simpática como Paulette. Además tiene, según me dice, diecinueve años, es morena, y por lo que deduzco, coincide bastante conmigo en carácter y en gustos. Claro está que una sola carta no es base suficiente para fundamentar un juicio. Sin embargo, tengo el presentimiento de que me voy a entender con ella. Veremos. ¿Será también bonita...? Caramba, si así fuera, había descubierto un verdadero mirlo blanco. Me dice que Paulette le dio a leer mi poesía y que le ha encantado. “J´ai trouvé charmante votre petite oeuvre”, me confiesa. Merci beaucoup, Mlle. Y me añade que, si no es indiscreto, le agradaría conocer alguna poesía mía, escrita en español. ¿Es que sabe por ventura el castellano...? Sería el complemento.
Por lo demás, me ofrece cordialmente su amistad y promete enviarme en la carta próxima, una fotografía suya. ¡Magnífico, Susanita! Mis aprensiones sobre tu persona eran infundadas. Lo celebro.

10 de Mayo

Esta noche pasada he tardado varias horas en conciliar el sueño. ¿Por qué...? No hay que preguntarlo. Me lo ha quitado mi incógnita amiguita. La verdad, su cordial carta me ha emocionado profundamente. ¿Las circunstancias...? Desde luego. En circunstancias normales no hubiese concedido gran importancia. Una carta femenina más. Pero ahora... Eso de encontrarse uno tirado, igual que un perro sarnoso, en un campo de concentración extranjero; sin casa, sin familia, desamparado, sucio, hambriento, desarrapado, y que de pronto, se te aparezca una linda chiquilla desconocida, ofreciéndote el consuelo de su corazoncito delicado..., francamente parece un cuento de hadas. Y sin embargo, no lo es. Aquí está su carta que me lo promete a la tercera línea: “Je veux bien être pour vous une petite amie inconnue qui viendra égayer votre solitude et votre exil.”
Muy agradecido, pequeña. Un poco difícil te va a ser alegrarme la vida en tan espantoso confinamiento. Se ve que no tienes ni la menor ida de él ¡Pero quién sabe! Cuando uno es muy infortunado, el más leve calor de humanidad le infunde ánimos. ¡Y cuantas veces a un pobre pordiosero lo sostiene la fidelidad de un perro...!
Yo no sé las veces que he releído la carta. Creo que me la sé ya de memoria. Por cierto que me ha llamado poderosamente la atención esta ingenua confesión: “Malgré mes apparences de petite fille moderne, je suis romantique, sentimentale et terriblement sensible, pour mon malheur quelquefois.” ¡Charmant, Susanita! Mas ¿por qué la muchacha moderna ha de aparentar precisamente un espíritu opuesto al romanticismo, al sentimentalismo y a la sensibilidad...? ¿Por qué una mujer moderna o que quiere pasar por tal,  para diferenciarse de sus próximas abuelas, ha de renunciar, no ya precisamente a los prejuicios de éstas, sino a los rasgos distintivos de la feminidad: supremacía del corazón sobre la razón, de la delicadeza sobre la fortaleza, de la bondad sobre la verdad...? Menos mal que la mayor parte de estas muchachas, “modernas”, que afectan cierto desdén por las cuestiones sentimentales, cuyo ideal ¡triste ideal! es ese patrón de la muchacha “sport”, “le sexe sportif”, como ha dicho Marcel Prevost, a la hora de la verdad, cuando les habla imperativamente el corazón, suelen ser siempre .... lo que son, lo que nunca dejaron de ser, aunque lo trataron de ocultar: ¡mujeres! “Malgré les apparences”, como confiesa sinceramente mi corresponsal.
Recuerdo a este propósito un episodio conmovedor. No se trata precisamente de una muchacha “sport”, sino de un tipo de mujer algo más recio: una mujer guerrera[9]. La encontré en el E. M. de la XI División. Se llamaba Encarnita L. Tendría unos 27 años y era nada menos que capitán de Ametralladoras. Actualmente estaba un poco enferma del pecho y actuaba de Gobernadora de la División. Se había distinguido en los combates más encarnizados de nuestra lucha: Guadarrama, Brunete, Belchite, Teruel... En Brunete, copada su compañía por el enemigo, la puso a salvo serenamente con el fuego certero de su ametralladora. Yo la conocí ya en Enero pasado. Estábamos cerca de Carme. Muy próximas sonaban las descargas de la fusilería. El enemigo se echaba encima y había que trasladar el puesto de Mando. Era de noche. Una noche oscurísima. En un coche de turismo me trasladé con ella a una fábrica de papel, situada en el próximo cruce de carreteras. En el trayecto, le pregunté sobre su actual vida. La pobre muchacha –auténtica heroína de nuestra guerra, pero mujer al fin– se franqueó conmigo.
¿Qué quiere V.? Me dijo. Me he acostumbrado ya a esta vida por completo; pero ésta es precisamente mi tragedia. Porque habituada a vestir de hombre, a alternar siempre con hombres, como uno más de ellos, endurecida por la vida de campaña, ¿qué es lo que va a ser de mí el día de mañana...? Yo ya no soy mujer ni tampoco hombre, sino una especie de bicho raro a quien han destrozado la vida para siempre... La miré conmovido. La débil lucecilla del techo del coche caía melancólicamente sobre el rostro de Encarnita. Estaba pálida y triste.
Malgré ses apparences” de fiera amazona, a pesar de su uniforme y su pistola, era todavía una mujer sensible. ¡Una mujer!
¡Afortunadamente para ella...!

11 de Mayo

Hoy he contestado a Mlle. Suzette. Por supuesto, en francés. Agustín y Paulette son más prácticos. Se escriben la mitad de cada carta en francés y la otra mitad, en castellano. Así practica cada uno el idioma del otro. No está mal el sistema. Pero como no sé a punto fijo si mi amiguita conoce el español como Paulette, he decidido no escribirle más que en su lengua. Trabajo me ha costado el hacerlo. Porque francamente yo sé traducir bastante bien el francés, pero no tengo facilidad para escribirlo. Y no precisamente por lo que se refiere al léxico. En fin de cuentas, con un simple diccionario español-francés se sale del paso. Lo grave es la sintaxis, la construcción castiza. Resultado: que me he visto obligado a escribir previamente un borrador y someterlo al visto bien de un compañero, Angel P.[10], un catalán muy culto que domina perfectamente el francés, el alemán y el inglés. Por supuesto, como buen catalán, el idioma que peor conoce es el castellano...
No me hace ninguna gracia que se entere nadie de mi correspondencia. La correspondencia personal es algo íntimo y sagrado, como la conciencia. ¿Pero qué remedio me queda por ahora...? Porque el caso es que yo quiero captarme la simpatía de mi amiguita; y como ella manifestó ya su deseo de que su corresponsal escribiera bien el francés, el camino más corto es escribirle en francés correcto. Menos mal que no tengo apenas faltas. Así me lo ha asegurado Angel. Todo, pues, se reduce por fortuna a adquirir un poco de práctica. Veremos.
Por de pronto, esta primera carta de presentación me ha resultado francamente “chic”. Una cosa fina, correcta y chispeante. Y con unos pocos granos de pimienta... A los franceses les gusta mucho la pimienta. Su cocina es la cocina de las especias.  Recuerdo que habiendo pasado quince días en París, en la primavera de 1934, por poco pierdo el estómago. En Montmartre y en Montparnasse, en la Place de la Bastille como en el boulevard de Saint-Germain, en todas partes, servían las comidas cargadísimas de especias. Cuando al fin regresé a San Sebastián, lo primero que tuve que hacer fue tirarme el coleto media botella de Carabaña. Hasta que no arrojé toda la pimienta de París, no me quedé tranquilo...
¿Le gustará mi epístola a Suzette...?  Espero que sí.  Sobre todo, estando como ya está, estupendamente predispuesta. Además, para completar el efecto, le he preparado un artefacto verdaderamente explosivo. Como ella me pedía “cela n´est pas trop  indiscret”, una poesía mía en castellano, le remito una muy romántica: “El último vals” [11] [12]
El efecto va a ser fulminante. Como si lo viera. Pues por si fuera poco el texto, va primorosamente presentado: encuadernadita, con una portada de letra muy linda y unos bonitos dibujos, debidos a la pluma de mi buen amigo el dibujante Antonio B[13]. De seguro que este vals la marea... Ya lo veremos.
Sin embargo, no todo es “charmant” en mi misiva, pues hay una cuestión enojosa que no he tenido más remedio que abordar: el de los malditos sellos. ¿Por qué ha de haber franquicia postal[14], para un pliego oficial de prosa indigesta y no para una linda poesía? Desde luego, indicarle claramente a Suzette que si no me regala ella los sellos, no hay manera de que mantengamos correspondencia, me parece una indelicadeza. Por otra parte, pagármelos yo de mi bolsillo, tampoco es posible, pues no tengo un céntimo, ni por ahora, de donde me venga. ¿Qué hacer, pues....? Solución al canto: entregar mi misiva al amigo Agustín para que la adjunte a su respuesta a Paulette. Y así lo he hecho. La verdad, no me ha agradado mucho, pues  además de ser muy poco fino enviarle mi carta a Suzette por medio de una tercera persona, cuando ella me ha escrito a mi directamente, resulta que esta tercera persona, Paulette, es posible –y casi seguro– que sufra alguna contrariedad, aunque la disimule, al comparar la magnífica presentación de la poesía que le envío a Suzette con la pobre de la dedicada a ella. Las mujeres son muy susceptibles y se fijan en todos los detalles.
Pero, ¿qué demonios podía hacer yo en este apuro…? ¿Robarle noventa céntimos a un compañero...? ¡Si fueran siquiera noventa millones...!
Total, que para acabar de salir del atolladero, le he añadido una postdata a la carta de Suzette, pidiéndole perdón por enviársela indirectamente y explicándole sencillamente el motivo. Comme vous verrez, maintenant moi je suis un Rotshcild”, le añado en tono humorístico. ¡Malditos sellos! – ¡Un conflicto de conciencia por 90 céntimos...! Es divertido.

14 de Mayo

Estoy impaciente por recibir respuesta de Suzette. ¿Por qué...? Sencillamente por ver cómo reacciona. En Psicología ocurre lo que en Química: todo se reduce a acciones y reacciones; solo que en la primera solo se trata de ideas y sentimientos, y en la segunda de cuerpos simples y compuestos. Por supuesto, espero una reacción favorable y la obtención de una substancia básica: la simpatía. ¿Hacía mí...? Hombre, hacia mí, personalmente es un poco difícil, puesto que no tiene de mi persona ni la menor idea. No sabe si soy guapo o feo, alto o bajo, jovencito o maduro; si soy un Tyrone Power oun Oliver Hardy... Y es sabido que a las mujeres, la simpatía personal les entra, de buenas a primeras, por los ojos. Son auténticas sensualistas. Sobre todo, a la edad de Susanita. Por desgracia –para los que no somos precisamente unos Apolos, se sobreentiende-, al bello sexo lo primero que le atrae en el hombre, es su figura. Un maniquí impecable, aunque sea un perfecto idiota o sinvergüenza, desbanca en el primer momento, al varón más inteligente y honorable. Desde luego, que igual nos ocurre a los hombres. ¿A qué negarlo? Si pasan a nuestro lado Irene Curie y una pimpante “jeune fille” del Folies Berger, no hay que preguntar detrás de cual de las dos se nos irán inmediatamente los ojos... También nosotros, los del sexo reflexivo, somos brutalmente sensualistas. A menudo, más que las mujeres. Ante un cuerpo escultural no razonamos: nos arrodillamos. Aunque sea el de una pobre prostituta...
Que la beauté du corps est un sublime don
qui de toute infamie arrrache le pardon ....
como cantó Baudelaire. Afrodita nos convenció siempre más que Minerva. Por eso para mí, el discurso más elocuente que se pronunció en Grecia no fue precisamente el de la “Corona” sino la defensa de Friné por Hypérides, exhibiéndola audazmente desnuda ante las barbas del Areópago de Atenas... ¡Naturalmente, la absolución fue fulminante!
Ahora bien, como quedamos en que Suzette no tiene de mi figura ni la menor idea, la lógica es que su simpatía no vaya precisamente hacia “Emmanuel” – he cometido la tontería de afrancesar mi nombre en honor de ella -, sino hacia otro sujeto menos concreto: su corresponsal; es decir, un ser fantasmagórico, que escribe cosas bonitas, y que lo mismo puede tener tipo de arriero que de galán de cinema...
Y es posible, que su reacción psicológica más fuerte no sea precisamente el despertar de su simpatía hacia este fantasma, sino el placer des saborear un triunfo personal en relación directa con el círculo de sus compañeras. Porque... vamos a cuentas: ¿por qué se ha decidido esta chica a cartearse conmigo? ¿Por qué se ha decidido a ofrecer su amistad cordial a un extranjero desconocido, recluido en el arenal de Saint-Cyrpien…? ¿Por simple altruismo..? ¿Por solo un impulso generoso de solidaridad con el vencido...? Yo no dudo de los nobles sentimientos de esta muchacha, que parece ser en efecto una francesita de excelente corazón. Pero nunca, nunca, el móvil inicial de nuestras acciones es absolutamente desinteresado. ¿Por qué...? Porque el centro motor de nuestra actividad es siempre el “yo”, el “ego”, y naturalmente todas nuestras acciones empiezan siempre por ser “egoístas” De lo contrario, no serían nuestras.
Así, pues, en la decisión de esta muchacha de entablar correspondencia conmigo, no han podido actuar como impulso exclusivo sus generosos sentimientos, sino algunos factores más egoístas. ¿Cuáles...? ¿Su aburrimiento...? ¿Su curiosidad...? ¿Su amor propio...? ¡Quien sabe! Tal vez los tres motivos a la vez.
Desde luego, yo no me atrevo a asegurar el primero pues lo probable es que esta chica tenga novio o cuando menos, algún amigo que la distraiga en su encierro. En Francia, las muchachas tienen mucha más libertad que en España y un concepto de la amistad menos estrecho.
Pero en cambio, la curiosidad y el amor propio son infalibles. Las mujeres, son curiosas, por naturaleza. Es su gran flaco. Si Eva mordió la manzana, no fue precisamente por gusto, sino por curiosidad. ¿Y qué cosa más curiosa –y novelesca– que cartearse con un extranjero de la misma profesión –y tal vez de las mismas ideas– que acaba de hacer una guerra de leyenda y que está encerrado ahora en un misterioso campo, allá por las orillas del mediterráneo...? ¡Menudo parto para la curiosidad femenina...!
Y en cuanto a la intervención del amor propio no es menos evidente. Porque hay que tener en cuenta que Suzette está viviendo con otras compañeras que se cartean hace semanas, con los maestros de Saint-Cyprien.
-         ¿Y por qué he de ser yo menos que las demás...?  -se había preguntado ella. ¿Es que yo tengo menos “gancho” que Paulette, que Pierrette o Georgette...? Vamos a verlo.
Y ya lo ha visto. Ha “enganchado” un corresponsal que parece tener más “esprit” que todos los demás. (No es un alarde de inmodestia estúpida, sino constatación de una realidad).
Me figuro los efectos opuestos que mi misiva va a producir en la Normal – o los ha producido ya-. En Suzette, una gran satisfacción por lo que supone de triunfo secreto de su amor propio, de su vanidad de mujer. Y en sus compañeras..., un secreto sentimiento de contrariedad. Por eso no me ha hecho ninguna gracia el tener que enviársela por intermedio de Paulette. La pobre chica va a experimentar un ligero disgusto y la verdad, me ha sido simpática y me repugna el tenerla que molestar.

17 de Mayo

Acabo de recibir la segunda[15] carta de Suzette. ¡Estupenda! La alegría no me cabe en el cuerpo. La chiquilla me escribe entusiasmada. Estoy contentísimo. Bravo, Susanita. “J´ai reçu votre lettre avec un grand plaisir”, me confiesa de buenas a primeras. Lo celebro de todo corazón.
Savez-vous que vous êtes très savant...?”, me suelta a quemarropa en otro párrafo.
¡Caramba! ¿De veras...? ¡Y yo sin enterarme todavía! ¡A ver si me voy al otro mundo, sin llevarme siquiera antes el premio Nobel...!
Ce que j´aime beaucoup et qui m´a fait un plaisir extrême, c´est que vous écrivez parfaitement le Français.”
¡Vaya! Ya salió aquello. “Que escriba bien el francés...” Por supuesto, me tendré que repartir el elogio con el amigo Angel P. ¡Si supiera ella el truco...! Ya sabía yo que el camino más derecho para ganarme su simpatía, sería el escribirle en francés correcto... Por cierto, que no me habla una palabra del castellano. ¿Lo sabe...? ¿No lo sabe...? Me quedaré con la duda. No quiero ser indiscreto.
Il me reste à vous complimenter et à vous remercier de ce délicieux poème que vous m´avez envoyé. Je l´ai trouvé magnifique. Vous avez vraiment beaucoup de talent pour avoir écrit cela.”
Bueno, bueno. Suzette: no exageres. ¡A ver si me has tomado a mi por un Musset! Una líneas más adelante me desliza suavemente esta preguntita: “Dites-moi ce que vous pensez de ceci: Croyez-vous que l´amitié seule (el subrayado es de ella) peut exister entre jeunes gens et jeunes filles...?
¡Pardiez, amiguita! ¿Qué significa esto...? Francamente, yo esperaba que te marearas algo con mi “Vals”. ¡Es natural...! Pero, oye chiquilla: ¿has sufrido solo un mareo o un verdadero síncope…?
Pues por si fuera poco, me anuncia el próximo envío de unas fotografías suyas, me adjunta una vista de Albi y me copia una larga poesía anónima (desde luego, el autor no es ella, según me declara) que lleva est título significativo: ”Le baiser”.

Oh! Le premier baiser sur la lèvre adorée!
Comme il nous met au coeur la subite pâleur!
On ne sait si l´on boit, tant l´ivresse est sacrée,
Le souffle d´une femme ou celui d´une fleur!

Delicioso, chiquita. Pero: ¿en qué has pensado tú al enviarme este poema? ¿Se puede saber...?
Desde luego, que en Francia no tienen nada de particular los besos. Aquí se besa en público todo el mundo. No ocurre lo que en España, que el estallido de un beso al aire libre produce el efecto de una bomba de aviación de quinientos kilos... En cualquier calle o establecimiento de París, lo mismo en un restaurant del Barrio Latino que en la Avenida de los Campos Elíseos, se va una parejita dándose el pico, con la naturalidad con que se dan los buenos días. En Francia no hay tanta moralina como en España.
De todos modos, ¿por qué me ha enviado Suzette esta poesía...?

18 de Mayo

Agustín ha recibido de Paulette une pequeña fotografía[16]. Es de un grupo de normalistas de Albi; y entre ellas, Suzette. ¡Bonita, sorpresa! Porque, ciertamente, mi corresponsal no parece la Venus de Milo, pero ¡vaya! es una morenita bastante linda. Me gusta. Tiene un gesto algo melancólico, como una heroína de Chateaubriand. Claro está que por una foto tan pequeña, no se puede reconstruir la imagen exacta de su figura verdadera. Las fotos, cuanto más exiguas, mejor disimulan los defectos. Es natural. Empequeñecen todo. Por eso las mujeres feas no regalan nunca fotografías de algún tamaño....
¡Desacreditarían la mercancía...! Aunque en fin de cuentas, nada más fácil que hacer mentir a una fotografía. Es cuestión de habilidad del fotógrafo. Para un fotógrafo que sabe su oficio, no hay tipos ni caras feas. Las saca siempre al gusto del consumidor. Y a ese escamoteo sistemático de la verdad física, lo llama Arte. Sin duda. Sobre todo, arte de sacar los cuartos, a gusto, a las feas presumidas....
En ese delicioso grupo estudiantil de normalistas de Albi, mi linda corresponsal se haya sentada. Tanto peor para darme cuenta de su tipo.
Por cierto que otro tanto me está ocurriendo con su silueta moral. Estoy un poco desorientado. Bien es verdad que tampoco dos cartas únicas son material suficiente para construir un juicio sólido. Y menos, cuando, como en nuestro caso, existe por ambas partes un propósito instinto de captación, que nos impulsa involuntariamente a disimular nuestras imperfecciones. Porque es seguro que, así como yo trato de presentarme a ella en la postura más favorable, otro tanto le ocurrirá a Suzette. Es decir, otro tanto, no. Probablemente más, pues es innato en la mujer el instinto de agradar. Y aquí está precisamente el principal escollo en que naufraga mi espíritu de observación. Porque vamos a cuentas: ¿qué es lo que en esta segunda carta, tan encantadora como desconcertante, es expresión de los más íntimos sentimientos de Suzette y qué un mero artificio de su coquetería de mujer...?
Pues..., francamente, no lo sé. Desde luego, aunque la epístola presenta un tono general de cálida simpatía, me cuesta trabajo pasar a creer que con solo mi primera misiva, haya turbado a la pobre chica de tal suerte que incluso le haya pasado ya por la imaginación transformar en amor nuestra non nata amistad y hasta haya soñado ya con
le premier baiser sur la lèvre adorée...;
Pues si bien los hombres somos lo suficiente imbéciles, para creer que hemos vuelto loca a una mujer, cuando nos dispensa una sonrisa amable, la verdad, mi imbecilidad no llega hasta el grado. Y me inclino a pensar más bien en que la audacia de mi corresponsal es puro juego de coquetería femenina. Probablemente inconsciente, indeliberado, ingenuo. El corazón y la imaginación de una muchacha de 19 años son un caos. A esa edad, la mayor parte de las mujeres no saben a ciencia cierta ni lo que sienten ni lo que piensan.  Mas... ¿Y, si se tratara de un plan completamente premeditado...? Si, mientras me hago la ilusión de haberla mareado un poco con mi literatura galante, resulta que la que trata de marearme y jugar conmigo es ella…? No sería tampoco improbable. Porque estas estudiantillas internas, son el demonio. Lo que no se le ocurre a una alumna despierta y despreocupada de un internado, no se le ocurre a ninguna mujer. La vida de encierro exalta su imaginación y sus nervios, y a veces acarician y ponen por obra ideas verdaderamente endemoniadas[17]. ¡Tendría gracia que me creyera yo representar el papel de don Juan y estuviera haciendo “El Pelele” de Goya...!
En fin, estoy sumido en un mar de perplejidades.
El caso es que la chica parece ser más bien franca y sincera. En su última carta hay esta encantadora confesión: “Je suis comme vous pour ce qui est de haïr l´affectation et le manque de naturel. Pourquoi ne pas se montrer tel qu´on est? Je trouve que c´est un manque d´intellligence de la part de ceux qui veulent se faire croire tout autres qu´ils sont en réalité.
¡Caramba! El juicio es definitivo. Tan definitivo como razonado. Retrata no solo a la mujer sincera, sino de un sentido común aplastante.
Así que... ¿a qué carta me quedo...? ¿Cómo reaccionar esta vez ante Suzette...? Lo pensaré...

19 de junio

Por fin, no remití a Suzette con mi última carta el ensayo sobre la felicidad que no había acabado todavía y preferí no enviárselo, a demorar mi respuesta. Esta mañana lo he terminado. No estoy satisfecho. He escrito una cosa convencional. Como la chica ve la dicha en el amor, después de exponer en la primera parte mi posición escéptica ante el problema de la felicidad, he concluido por colocarla en las ilusiones del amor. ¿Para qué decepcionar a la pobre niña...? Ya se encargará de hacerlo la vida. No vale la pena de amargarle la existencia antes de tiempo.
Por cierto que anoche pasé una velada de íntima dicha, como no la he conocido desde que estoy en el destierro. ¡Qué poco basta para hacer a un hombre feliz algunas veces! Un camarada había traído una gramola no sé de donde y unos cuantos entusiastas celebramos una audición comentada de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Sobre una mesita confeccionada con cuatro tablas, colocamos la gramola y en un ángulo, una pobre vela. La barraca estaba en la penumbra. Parecía una reunión de conspiradores. Un compañero dio una breve explicación sobre el significado de la obra y la orquesta lanzó las cuatro notas turbadoras con que comienza el Allegro. Sentí una emoción profunda. Siempre la he experimentado al escuchar la vibrante interrogación al destino de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Si quisiera señalar un efecto natural parecido, me fijaría en la emoción de una tempestad. Las cuatro notas temáticas de la Quinta Sinfonía de Beethoven fulguran efectivamente como un relámpago y sobrecogen igual que un trueno formidable.
Hay en lo más profundo de la conciencia humana un denso fondo de angustia existencial que se interpone a menudo como un espectro en los momentos efímeros en que el hombre parece como embriagado por la dicha del vivir. Pues bien, la Quinta Sinfonía de Beethoven es la expresión musical mejor lograda de semejante estado de conciencia. No es el patetismo hondo, pero personal, de la Appasionata o de la Patética, sino el sereno, pero universal, que nace del sentimiento trágico de la vida y del destino de la Humanidad.
Naturalmente, la música en lo que tiene de lenguaje sentimental, se comprende y se siente mejor, cuando se atraviesa por una situación anímica, pareja a la descrita por la obra. Por eso sin duda, la Quinta Sinfonía de Beethoven la sentí anoche en el fondo de mi espíritu con mayor emoción que nunca.
¿Que nunca...?
Recuerdo otra situación parecida. Era en Agosto de 1939. Me encontraba en el Monasterio de Montserrat. A la sazón estaba convertido en hospital militar. Yo me alojaba en la Escolanía, comiendo en un refectorio elegante, pero severo, destinado en tiempos de paz a los turistas. En los ángulos superiores de su puerta de entrada había dos bustos color ocre de Mozart y Beethoven; y junto a ella, una magnífica radio. Un día de Agosto, me quedé solo de sobremesa oyendo la radio. El speaker anunció de pronto: “Van a oír ustedes ahora la Quinta Sinfonía de Beethoven”. Una magnífica orquesta atacó el Allegro. Sentí un fuerte escalofrío. La ocasión era propicia. Hacía un mes que había llegado del frente. Estaba en el hospital y en breve iba a volver de nuevo al frente. Hasta entonces había tenido relativa suerte. ¿La tendría en lo sucesivo…? ¿Caería como tantos otros compañeros y amigos...? La perspectiva no podía ser más angustiosa. Se estaba en lo más agudo de las luchas del Ebro. Y se libraban combates verdaderamente encarnizados. Hubo cota que se ganó y se perdió sucesivamente hasta once veces. Mi batería estaba en el Ebro. Y en sitio de peligro. Lo sabía. ¡Cómo, pues, no impresionarme en aquel momento la patética interrogación al Destierro de la Quinta Sinfonía...! Yo también tenía que preguntarme algo importante. Tan importante como la Vida y como la Muerte...
Hoy no estoy en la histórica cumbre catalana, sino fuera de mi Patria. No hieren ya mis oídos el lúgubre zumbido de los bunkers, sino el clamor de la Tramontana. Lo mismo que las alas de su vampiro, los trazos del angustioso interrogante se ciernen sobre mi conciencia torturada.
¡También hoy como en Montserrat, tengo que preguntar al Destino algo imperioso y vital....!

20 de Mayo

Acabo de entregar a Agustín mi segunda misiva a Suzette. Es la solución propuesta por ella al problema de los sellos. Por supuesto de común acuerdo con Paulette. Según me ha confesado mi corresponsal, tampoco ellas son hijas de un Rostschild (¡qué lástima!) y como no andan muy bien de dinero, han discurrido que la solución más económica es que Agustín y yo las remitamos juntas la correspondencia. Ellas a su vez nos escribirían también bajo un mismo sobre, adjuntándonos un sello para franquear nuestras respuestas. Como se ve, la solución de nuestras amiguitas de la Normal de Albi es de la mejor marca estudiantil. En todas las partes del mundo, no obstante la dureza de los metales, se le han ingeniado siempre los estudiantes para estirar las pesetas y los duros...
Por fin, después de unas cuantas vueltas, el asunto de la contestación a Suzette, he resuelto tirar por la calle de en medio. Y la calle de en medio en este caso ha sido el jovial consejo de Oscar Wilde: “No hay más que dos maneras de tratar a una mujer: hacerle el amor, si es bonita o hacérselo a otra mujer, si es fea.....” Y como Suzette no me parece fea, he optado por hacérselo a ella misma. Claro está que de una manera muy discreta. Sin que, ella misma, se de, al principio cuenta. Después de todo, es la única salida lógica. En primer término, porque habiéndome embalado desde el primer momento por la pista de la galantería, salirme ahora de ella, revestiría los caracteres de un verdadero descarrilamiento. Y en segundo término, porque es la única solución decorosa en cualquiera de las dos hipótesis acerca de la postura psicológica de mi incógnita corresponsal. Porque una de dos: o Suzette es una muchacha efectivamente romántica e ingenua que se está interesando por mí sin darme cuenta o es simplemente una frívola coqueta que intenta divertirse a costa mía. Si lo primero, no puedo cambiar de rumbo sin decepcionarla al punto. Si lo segundo, es para mí una cuestión de amor propio aceptar la batalla en este terreno, hasta hacerle perder a ella la cabeza.
Así que poniéndome en el peor caso, he optado por una ofensiva galante a fondo, desplegando todas mis fuerzas de inteligencia y de experiencia. Por de pronto, para  responder a su famosa preguntita, de una manera que la desconcierte, le he escrito un pequeño ensayo literario sobre este tema, como si se tratara de una tesis filosófica. Ah! pero en un tono desenfadado de insinuación constante, poderosa y “diluída”[18]. La carta es más agresiva; ataca audazmente, con la melosidad felina de un abate cortesano de la Regencia.
He aquí algunos párrafos:
Mi encantadora amiguita: ¡Con qué ansiedad esperaba yo su carta! ¿Por qué...? Ah! no lo sé. Constato simplemente un hecho...
Por supuesto, la pequeña fotografía en la que usted aparece con otras cuantas compañeras me ha producido una impresión magnífica. ¡Caramba! Usted es una muchacha muy bonita. Cabalmente, como yo me la figuraba. Fina, esbelta, con unos ojos soñadores y una ligera sombra de melancolía en el rostro, como la rosa roja oscura de terciopelo que usted prefiere....
Señorita, os suplico me permitáis rechazar afectuosamente el epíteto de sabio que me adjudicáis galantemente. Porque un sabio es un tipo raro, con cara de capuchino, que se alimenta de teoremas, ohmios, coleópteros y otros bichos indigestos. ¿Se imagina usted  a Galileo bailando un tango o a Luis Pasteur entretenido, ante unas copas de champagne, con una guapa bailarina del Moulin Rouge...? Ya os dije que yo soy un juerguista y por ende, no puedo ser un sabio.
Me decís que al releer mi carta, os habéis dado cuenta de que me he olvidado de comunicaros determinados detalles... Amiguita, que ha fallado vuestra perspicacia de mujer. Porque yo no me olvidé de ellos en modo alguno: me los callé precisamente adrede... ¿Conoce usted al ingenioso autor de “¿El abanico de Lady Windermese…?” Pues en una de sus deliciosas comedias, aconseja: “Si queréis saber lo que piensa realmente una mujer, miradla a los ojos y no la escuchéis...” Mas como por desgracia, yo no puedo mirar sus bellos ojos, es preciso que me valga de otras tretas, para sorprender sus más íntimos pensamientos... ¡Perdón, señorita!
Vuestra pequeña foto de Albi me ha causado un gran placer. ¡Encantador rincón para pasear a solas con usted, susurrando a sus oídos un apasionado madrigal...!
Deliciosa asimismo la poesía sobre el beso. Mas para mí..., el poema más sugestivo sobre este tema es un beso real y muy ardiente sobre la roja boquita de una enamorada muchachita...
Y he aquí vuestra pregunta “bomba”: ¿cree usted que puede existir únicamente amistad entre muchacho y muchacha...?
¡Picarona!, desde luego, si se trata de una chiquilla tan adorable y bonita como usted, es tan difícil detenerse en la amistad y no precipitarse en el amor, como quedarse en el aire, tirándose desde lo alto de vuestra Torre Eiffel…
Para terminar, me resta agradeceros de todo corazón el gentil ofrecimiento que me hacéis de remitirme lo que me haga falta o me pueda producir placer. Mas, señorita, de las mujeres yo no acepto nunca más que una cosa: ellas mismas...
Me parece que esta carta llena una buena carga explosiva... Esperemos los resultados del bombardeo...

23 de Mayo

Estoy un poco arrepentido de la segunda carta que he escrito a Suzette. La verdad, me parece que he ido un poco lejos. ¿Será contraproducente...? Si pudiera borrar ahora mismo la “boutade” final: “Señorita, de las mujeres yo no acepto más que una cosa: ellas mismas...” ¡Pardiez! A una mujer de mundo se le puede espetar tranquilamente una procacidad de este calibre; pero a una muchacha ingenua... Es demasiado. Porque el caso es que cada vez se acentúan más mis sospechas de que Suzette es efectivamente una muchacha ingenua, y en modo alguno una niña coqueta. Releyendo por enésima vez sus dos epístolas, me he convencido completamente de ello. Por supuesto, una ingenua un poco traviesa, como la mayor parte de las colegialas. Pero nada más.
Ahora bien, lo malo es que la cosa no tiene ya remedio. Debiera haberlo advertido antes. Soy un impulsivo desbocado. “Arenitis”[19] tal vez. En fin.....
Aunque después de todo..., ¿a qué tanto remordimiento y tanta pamplina…? Parezco una monjita escrupulosa. Si yo fuera un cliente de los confesionarios, acabaría por volver locos a todos mis confesores. No los salvaba ni el P. Ferreres ni San Alfonso María de Ligorio. Soy un caso. Un verdadero caso de conciencia. Mil titubeos, y reflexiones antes de obrar, y al final, obrar impulsivamente. Y como colofón, la historia tormentosa de los remordimientos. ¡Valiente tipo moral! Soy un idiota “concienzudo”... Y ya estoy harto de serlo. Al diablo con la conciencia y sus conflictos ¡Sobre todo, tratándose de faldas. ¿Conciencia en cuestiones sexuales...? Vamos a ver; ¿por qué es inmoral, por ejemplo, que una muchacha se entregue desinteresadamente a un joven al que adora y no lo es que se case con un viejo millonario que le repugna...?

Baudelaire tenía razón

Maudit soit à jamais le rêveur inutile,
qui voulut le premier, dans sa stupidité,
s´éprenant d´un problème insoluble et stérile,
aux choses de l´Amour mêler l´honnêteté....!

Además, con las señoras vale más pasar de atrevido que de tímido. Es preferible que diga de nosotros una mujer: “Fulano es un sinvergüenza”, que no: “Fulanito es un buen chico”. Las mujeres de mundo se acuestan con los sinvergüenzas y se pasean con los buenos chicos. Y la verdad siempre es más agradable acompañar a una señora al lecho que a paseo...
Por otra parte, ¿por qué ha de escandalizarme Suzette de mis audacias...? La mujer francesa no es precisamente la española. Tiene un espíritu bastante más abierto. En Francia la galantería no es un pecado, como en España, sino una institución. En este punto los franceses son como los griegos. Atenas tuvo una Aspasia y una Frimé; París, una Minon y una Marquesa de Pompadour... La fórmula del Hotel de Rambouillet, escuela de la politesse y de la galantería francesa, en el siglo XVII, era: Decir “todo”, acaso las cosas más escabrosas, sin brutalidad, pero sin oscuridad. E incluso la brutalidad misma tiene curso ordinario en Francia, cuando no es fango de chocarrería, sino flor de ingenio. Por eso hay tanto escritor cínico de lengua francesa, desde el señor de Brantione a Mauricio Dkobra. Consecuencia de esta tradición galante, es la tolerancia y amplitud del espíritu público en lo que se refiere a las cuestiones sexuales. París es la única capital europea que ha visto a dos Jefes de Estado morir sobre las ancas de una querida: el regente Felipe de Orleans y el presidente Felix Faure. Bah![20] Francia es el país de las queridas. “Ménage à trois” es una expresión castiza... Manon la escribió un cura: el abate Prevost. La francesa es una mujer de amor. Una vez a Madame de la Sablière, protectora de La Fontaine y amiga de Minon, le reprochaba un magistrado de su familia sus continuos devaneos amorosos. – “Pero, señora: ¿qué es esto? ¡Siempre a vueltas con el amor! ¡Todavía a vueltas con los amantes! Pardiez, por lo menos las bestias tienen una época de celo...” y ella le replicó inmediatamente: Ah! claro; pero es que ellas son efectivamente bestias.

25 de mayo

¿Alegría...? ¿Ternura...? ¿Melancolía...? ¿Satisfacción...? Yo no sé. Todo a la vez. A veces nuestras reacciones sentimentales son tan complejas que para analizar la emoción resultante hay que apelar a un procedimiento químico un poco lento: la condensación. Solo sé que al recibir hoy[21] la carta de Suzette, cuando he visto sus dos fotografías y he devorado rápidamente sus cuatro cuartillas, el corazón me ha dado un vuelco, he abandonado inmediatamente la barraca y me he puesto a pasear nerviosamente por un trozo solitario de la Avenida de la Libertad. Hace tanto tiempo que no sé lo que es un momento de dicha que, al aprehender hoy uno, he huido instintivamente de mis compañeros, como si temiera que me fueran a robar. La felicidad es egoísta.
Una vez solo, he vuelto a devorar febrilmente con mis ojos, fotografías y cuartillas. Si; hoy he sido feliz. Tan feliz, que por primera vez en mi vida he besado tiernamente una foto. Siempre me ha parecido estúpido besar papeles. Aunque contuvieran la imagen de un ser querido. ¿Qué sensación puede experimentar éste...? Me parece pueril acariciar cosas inanimadas. Una niña puede hablar a su muñeca o fustigar un niño a su caballo de madera. Los niños, como los salvajes (al fin, infantes espirituales) tienen un concepto animista de la Naturaleza: vitalizan la mayor parte de los objetos. Pero un hombre adulto y cuerdo, y civilizado, no puede tratar como a una persona, a un pedazo de papel o a un muñeco de madera. Sin embargo..., hoy he besado la imagen de Suzette. No he podido contenerme. Y si estuviera aquí ella, me la comería a besos. Oh!, es efectivamente una muchacha encantadora. Tiene tipo, palmito y elegancia natural. Una auténtica francesita “chic”. En una de sus fotografías, de cuerpo entero, me sonríe graciosamente, inclinada, ligeramente sobre un árbol. En la otra, asomando solamente el busto detrás de éste, me pregunta con deliciosa travesura: “Votre petite fille espiègle joue à cache-chache. Réussirez-vous à la trouver derrière ce gros arbre...? A Emmanuel – Suzy.”
¡Pobre chiquita! ¡Y pensar que yo he podido sospechar un momento que tu fueras una coqueta redomada...! No. Esa carta es elocuente, definitiva, Suzette es una chica sincera y sencilla. Dice lo que siente y lo dice como lo siente. Mi última misiva no solo no le ha molestado por ningún concepto, sino que al revés, le ha cautivado.
“J´ai été enthousiasmée, folle de joie, lorsque j´ai lu votre double lettre (la segunda es el ensayo). Je voudrais en recevoir comme cela beaucuoup et souvent... Comment vous remercier de ce petit essai que vous avez écrit pour moi…? Rien ne peut exprimer ma reconnaissance et le plasir que cela m´a fait. C´est charmant...”
Bah!, algo menos que tú, pequeña. (Ya decía yo que estas chicas francesas hacen  gestos ñoños de gazmoñas pudibundas...)
Ahora bien, ¿no tenía yo ganas de examinar de cerca los efectos que produciría mi furioso bombardeo”...? Helos aquí.
Quelquefois il me semble en pensant à un homme, que je serais heureuse s´il m´aimait, mais cela passe vite et lorsque je raisonne ensuite à tête reposée, je trouve mon idée absurde...”
¿Y quién será ese hombre misterioso con cuyo amor sueña..?
Tres líneas más adelante me dice:
“Petit ami, vous êtes un exalté, un passionné; c´est la plus forte impression qui se dégage de votre lettre. Vous devez être capable d´un amour tellement ardent! Je crois que la femme que vous aimerez  (ou que vous aimez), sera heureuse près de vous...”
Caramba, Suzette, ¡qué descubrimientos! De manera que tú piensas, primero, que tú serías dichosa si te amase “un” hombre; y segundo: que será dichosa junto a mí la mujer de que me enamore yo. Entonces ese hombre misterioso.....
Al final de la carta, me pregunta cariñosamente:
Dites, petit ami si gentil, croyez-vous qu´un jour nous pourrions nous connaître...? Je voudrais tant vous voir, causer avec vous de vive voix.... »
Y yo también amiguita. ¡Sería bastante más agradable que contemplar constantemente el inmenso estercolero de la playa y ver los fieros aullidos de los lobos de la Tramontana...!


26 de Mayo

Esta mañana la he pasado deliciosamente en las orillas del Mar. (¡Deliciosamente...!) por fortuna, hay un trozo de unos doscientos metros que no está convertido en inmundas letrinas. Hacía sol y no soplaba apenas el viento: cosa rara en esta inhóspita playa. El mar estaba bello y en calma., parecía un abanico de esmerada.
Yo adoro el mar. Es un amor narcisista. Me parece la proyección de mi propia alma. Su oleaje es como el tumulto de mis pensamientos y su inmensidad, como la infinitud de mi conciencia. Algunas veces he soñado con morir sobre el mar; en sumergirme en el seno insondable del Más Allá, entre el misterio insondable del Firmamento y la insondable profundidad del Mar... Siempre que repaso las inmortales “Coplas” de Jorge Manrique, siento una emoción especial al llegar a aquellos versos serenos:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar,
que es el morir...

Me he ido al mar a escribir una poesía para Suzette. Se la prometí para cuando me remitiese su fotografía; y al enviármela ayer, me recordaba en su carta mi promesa. Tenía, pues, que cumplirla.
El amor hace de cada hombre un poeta o, por lo menos, un coplero –leí hace años, no recuerdo ya donde. Desde luego, yo no estoy enamorado de Suzette. Pero hoy siento por ella un cordial afecto. ¿Sentimiento de gratitud, tal vez...? Lo más probable. Lo cierto es que estaba esta mañana en una magnífica disposición de ánimo.
He tenido un momento una duda previa. ¿La escribiría en francés...? ¿La haría en castellano…? En castellano es más fácil para mí, en francés, más agradable para ella. La solución, pues, era bien obvia. Ss trataba de darle gusto a ella y no precisamente de contentarme a mí.
Aunque no domino bien el francés, me ha resultado bastante aceptable, sobre todo, en el fondo. No tiene importancia. Francamente el que no es capaz de hilvanar unos versos –mejores o peores– ante la imagen de una linda chiquilla y arrullado por la música de las olas del mar, es que no siente la emoción de la belleza y es un alma un frío oasis sentimental.
He titulado mi poema “Rêverie”. Mis ensueños son tan bonitos como deliciosos. Me figuro que le gustarán. Además he formado con ellos un lindo ramillete que le ofrezco en los últimos versos, con la gentileza de un abate versallesco:
Suzy,
poupée d´Albi
aussi charmante
et belle que France:
Acceptez-vous comme un bouquet
mes compliments d´ami galant,
brodés de fleurs et de baisers,
comme le voile d´un madrigal....[22]

Esta tarde la he puesto en limpio, formando un coquetón cuadernillo. Además, un excelente compañero el dibujante Eduardo B. me ha hecho una portada primorosa de delicado alegorismo. Espero que Suzette conserve este fino recuerdo mío toda su vida[23].
Estas reliquias cordiales y sencillas suelen ser la siempre vivas de nuestra existencia...

27 de Mayo

¡Qué situación sentimental tan delicada! Me encuentro en el más delicioso de los embarazos. Aunque toda mujer suele permanecer siempre en el fondo un enigma indescifrable aun para el hombre más inteligente, Suzette se me va rebelando en algunos aspectos. No es ya precisamente una Esfinge, sino una Gioconda, tras de la cual voy reconociendo a Monna Lissa. Por de pronto, he averiguado ya que mi corresponsal es un alma sencilla, sincera, apasionada y soñadora. Y otro detalle más importante para mí: que su apasionamiento temperamental se está polarizando inconscientemente en estos momentos, en un hombre misterioso y desgraciado, encerrado en un lejano campo de concentración...
¡Oh! No me engaño, no. Es demasiado claro. Por si fuera poco el contenido de sus cartas, hoy me he fijado en unos simples detalles formularios. En su primera epístola me saludaba: “Cher monsieur et camarade”. Bah! 36º y décimas. Temperatura normal. En la segunda: “Petit ami inconnu”. 37 º. Síntomas febriles. En la tercera: “Mon cher petit ami”. 36º. Fiebre declarada. El termómetro es infalible.
¿Y qué tratamiento sigo yo ahora con ella...? El caso es de pronóstico reservado. Por una parte, yo no puedo privarla en estos momentos de mis drogas galantes. En la galantería ocurre lo que con la morfina: a medida que se va tomando, crece la afición a ella. Y como la chica se ha entusiasmado con mi literatura “at usum Delphinae”, ¿cómo me niego ahora a proporcionarle esa única satisfacción que está en mis manos, a cambio de la distracción y de los consuelos que ella cariñosamente me prodiga...? Imposible.
Por otra parte, yo no puedo consentir –o al menos, debo hacer lo posible para impedirlo – que esa pobre niña llegue a enamorarse atolondradamente de mi. Sería un disparate mayúsculo. Ella misma lo comprende todavía. Recordemos sus enigmáticas palabras:
“Quelquefois, il me sembla en pensant à un homme que je serais heureuse s´il m´aimait: mais cela passe vite et lorsque je raissonne ensuite à tête reposée, je trouve mon idée absurde.”
Tengo, pues, que aprovechar esta feliz circunstancia de que mi corresponsal hace uso todavía de la cabeza, antes de que la pierda, y no emplee más que el corazón. Como llegue esta última coyuntura, está perdida.
Ahora bien, voy a tener que hacerlo con mucho tacto, pues no puedo significar claramente a Suzette que conmigo no hay nada que hacer. Sería otra barbaridad.
¿Soy ya en estos momentos un ideal vislumbrado en su imaginación y en su subconsciencia...? Bueno, no hay inconveniente alguno en seguir viéndolo. ¡Ah! pero si ahora me mira como una estrella lejana e inasequible, a la distancia del sol, vamos a ver si consigo seguir alumbrándola, pero acabo por verme a la distancia de Sirio.
Con estas intenciones, le he escrito hoy una carta maquiavélica: unas buenas dosis de morfina galante, y al fin, y en los intermedios, unas duchas deliciosas de agua fría. Consignemos algunas muestras:
Mi seductora chiquilla: Su carta última no me ha causado simplemente placer, sino entusiasmo. Ya adivinaréis por qué. Oh! Es usted muy bonita y muy “chic”. Tiene usted una figura fascinadora. En fin: es usted una chiquilla extremadamente peligrosa. Un día Lord Byron expresó su deseo de que todo el bello sexo tuviera una sola boca para besar a todas las mujeres de una vez. Por lo visto, el autor de “Childe Harold” ignoraba que hubiera mujeres, como usted, capaces seguramente de producir ellas solas la infinita dicha de todo el bello sexo...
Tengo que  confesaros que he hecho a vuestras encantadoras fotografías el cálido homenaje: besarlas a escondidas varias veces... ¿Os enfadáis...? Os envío la poesía que os prometí, inspirada por vuestras fotos. ¿Me permitís una apostilla anecdótica...? Una vez, Minon de Lenclos pidió a Scarron que le dedicase algunos versos, y Scarron le escribió:
Vous voulez qu´aussi je rimaille?
Et bien!, je dis que rien n´est bon
comme d´entourer à Minon
l´onduleuse et flexible taille.
Y como resulta que tiene usted un talle tan juncal y seductor como Minon, yo pienso igual que Scarron... (¡perdón, señorita!)
Transcribo de su última carta estas enigmáticas palabras:
Quelquefois il me semble en pensant à un homme, que je serais heureuse s´il m´aimait; mais cela passe vite et lorsque je raisonne ensuite à tête reposée, je trouve mon idée absurde”...”
         ¿Absurda? ¿Por qué, amiguita...? En cuestiones de amor, no hay nada absurdo. ¿Y si resultara que ese hombre os ama ya, pero por esto cabalmente él no se atreve a pronunciar una palabra que juzga criminal empeñar, cuando no se tiene la seguridad de poderle hacer honor...?
Usted tiene mucha razón: yo soy un hombre apasionado; pero en este momento sin objeto de pasión... ¿En este momento...?
Su juego del escondite me ha gustado mucho. Tenga la seguridad de que si yo estuviera libre, no solo sería capaz de encontrarla tras de un árbol corpulento, sino detrás de una estrella del firmamento...
Oh! Si yo estuviese en condiciones de poder obedecer a mi corazón, créame usted que aceptaría con gusto sus sugestiones de colocarse en Francia. Pero mi singular situación me obliga a no obedecer más que a mi cabeza. Y esta me aconseja ganar la América latina en la primera ocasión. Estoy resuelto a ello...
Mi adorable amiguita, tanto o más que a usted, me gustaría a mí conocerla de visu. Sería para mí una verdadera felicidad el encontrarnos un día. Mas de momento, yo no puedo prometerle a usted nada sobre este punto...”
Creo que le hablo con bastante claridad. Mucha galantería y mucho cumplido, pero la perspectiva... la inmensidad del Océano Atlántico. ¿Comprenderá...?

30 de Mayo

Yo no sé exactamente en qué disposición de espíritu y de cuerpo me supondrá mi gentil corresponsal, al leer mis frívolos escritos. Desde luego que si cayeran éstos en las manos de cualquier otra muchacha que ignorase mi tragedia, es seguro que se imaginaría a su autor como un Tenorio dichoso y casquivano que hace correr alegremente su pluma sobre el papel de sobremesa en un restaurant de moda o sobre el velador de un cabaret. Naturalmente Suzette no puede imaginarse una escena tan placentera; pero lo que tampoco se figurará seguramente es a un pobre tipo desarrapado y con cara de hambre, como los santos del Greco... ¡Es un poco difícil imaginarse al caballero Casanova con pantalones de pana...! La verdad es que se necesita tener buen humor en mi actual estado para entretenerse en desarrollar, con la seriedad de un filósofo alemán, cuestiones tan transcendentales como ésta: “¿Croyez-vous qu´on puisse aimer sincèrement l´homme avec lequel on corresponde...? que l´amour naisse rien que par la correspondance...?” Y sin embargo, en esto me he entretenido esta mañana[24]. ¡Y en qué estado psicológico y orgánico! Tengo una debilidad extrema. No puedo leer o escribir una hora seguida, sin que mi cabeza empiece a dar más vueltas que un caballito del Tío-vivo. No estoy para filosofías amables a lo Jorge Simmel[25], sino para un buen bisteck con patatas fritas...
         Pero es el caso que Suzette se ha engolosinado con mi primer ensayo y me ha rogado le escriba otro sobre ese tema. ¡Pobre niña! ¿Por quién me habrá tomado...? Si no minaran mi conciencia ensombrecida y caldearan mi corazón helado yo trataría de desvanecer sus sueños románticos, haciéndole una pintura descarnada de mi presente estado. Pero...; ¡no vale la pena! Además, no debo hacerlo. Si ella es dichosa, imaginándose a un príncipe azul desterrado junto al mar, ¿a qué destruirle bárbaramente su imaginaria felicidad...? Vale más un error sonriente que una verdad hosca. Y en fin de cuentas ¿qué otra cosa son que ilusiones y quimeras las venturas y alegrías de nuestra triste existencia...?

1 de Junio

Estoy un poco extrañado de que Suzette no me haya contestado todavía. ¿Qué le pasará...? En realidad, no debiera sorprenderme nada. Estamos ya a fines de curso y me figuro que mi corresponsal tendrá algo más urgente en qué pensar. La verdad que ha sido ocurrencia la mía venir a turbar su vida estudiantil, precisamente al declinar el curso académico. Como luego la suspendan en alguna asignatura, ¡vaya cargo de conciencia el mío...! Aunque en realidad, yo no tengo la culpa. ¿Quién le mandaba a ella buscar aventuras en Saint-Cyprien…? Hace diez días, yo ignoraba que existiera en el mundo semejante Mademoiselle.
Por cierto, que me da en la nariz que Suzette no debe ser precisamente una estrella estudiantil. Hay hechos sintomáticos. Por de pronto, las chicas sabihondas no suelen ser tan sentimentales como ella. Tienen más cerebro que corazón. Y por otra parte, todavía no me ha hablado una palabra de sus estudios de la Escuela. En su primera carta me decía que le gustaban mucho la poesía, la música, las flores, el baile y la bicicleta. Pero no aludía para nada, verbigracia, a la Física, a la Pedagogía o a la Historia.
Después de todo, confieso que me gusta más que sea así. He tratado a menudo con muchachas estudiantes y francamente, siempre me han resultado más simpáticas las que sabían mejor bailar un tango que demostrar el teorema de Pitágoras. Y no es que yo tenga prejuicio alguno contra las chicas estudiosas. Se puede tener la cabeza llena de fórmulas químicas y llevarla bien ondulada. ¿Por qué no…? El S04H2 en el cerebro es perfectamente compatible con el H2O2 con el cabello. Sin embargo, lo cierto es que la mayor parte de las muchachas que se dedican ardorosamente a la ciencia, suelen adquirir cierto aire de seriedad y preocupación que perjudica a sus encantos naturales de sirenas de nuestra existencia. Por eso Manuel Kant deseaba para la mujer una instrucción más bien agradable que profunda y decía con gracejo burlándose de las “sabias” de su tiempo, que a una señora como Madame Dacier con la cabeza llena de griego, como Madame de Châtelet, con el cerebro abarrotado de fórmulas de Mecánica fundamental, solo les hacía falta una buena barba para dar la impresión de profundidad que pretendían...[26]
Desde luego que, por lo que hace a Suzette, no creo que haya que temer que le vaya a crecer la barba por estudiar la fonética jónica o las leyes pendulares de Galileo... ¡Como no le crezcan los pies de bailar tangos...!

3 de junio

Al fin respiró Suzette[27]¡Y en qué forma!
Votre lettre m´a transportée; j´étais si heureuse de la lire que j´en ai oublié de manger.....” “J´ai été émerveillée en lisant vos vers. Vraiment je n´aurai jamais cru que ma photo inspire à un homme d´aussi jolies choses! Mon petit ami, merci de tout mon coeur.”
Por supuesto, que si no me ha escrito antes, no ha sido por sus preocupaciones estudiantiles de fin de curso, sino todo lo contrario: porque ha tenido tres días de vacaciones y naturalmente hasta que no volvió a la Escuela, no se encontró con mi correspondencia. Creo que con esta carta he conseguido en gran parte el efecto psicológico que me proponía. Mi declaración terminante de que no estaba dispuesto a quedarme en Francia, sino resuelto a marchar a América, parece que ha desvanecido sus ilusiones del nacimiento posible de un idilio. Por eso sin duda me pide melancólicamente:
Petit ami, je voudrais avoir de vous une promesse. Me promettez‑vous de ne pas oublier votre petite amie française et de continuer à lui écrire n´importe où que vous soyez?  Votre chaude amitié est un peu de soleil et de lumière dans ma vie.  Je voudrais tant que cela continue!”
¡Pardiez, pequeña! ¿Sabes que tiene una manera de pedir que conmueve a las piedras? Por poco me haces llorar, al leer estos párrafos. Si empezaras la carrera de mendiga, la acabarías de banquera...
¡Pobre niña! La verdad es que eres una sensitiva delicada y linda.
Acusamos a veces a las mujeres que nos aman de tener tendencia absorcionistas, de querer acaparar todos nuestros afectos. ¡Y cuantas veces se contentan con unas simples migajas de nuestro cariño o unas muestras insignificantes de nuestro aprecio...!
De todos modos la morfina de mi literatura debe estar obrando tan poderosamente en su alma que se la ve resistir desesperadamente a la idea de renunciar a sus ilusiones de una manera definitiva. He aquí la confesión conmovedora que se le escapa del corazón al final de su carta:
Savez‑vous que je garde toujours l´espoir: que nous nous rencontrerons un jour? C´est ce que je souhaite le plus ardemment.”
No recuerdo donde leí hace años -creo que en Nietzsche– que vale más caer en las manos de un asesino que en los sueños de una mujer ardiente. Posiblemente. Sobre todo, si se trata de una hermosa ninfómana... Pero, vamos, no creo que sean tan peligrosos los sueños de Suzette.
De todos modos, es curioso que no haya logrado apagar del todo la naciente llama de esta chiquilla ni con toda el agua del Océano Atlántico.
¿Será que la inmensidad del corazón de una mujer amante es infinitamente mayor que la de los mares...?

4 de junio

Creo que me he hecho demasiadas ilusiones respecto al efecto psicológico que haya podido producir en Suzette la declaración tajante de mis intenciones emigratorias. ¿Será cierto que mi corresponsal se resigna efectivamente a no esperar de mi más que algunas cartas galantes de vez en cuando, remitidas desde Saint-Cyprien o desde Querétaro...? No sé, no sé.... Las mujeres no se dan tan fácilmente por vencidas; sobre todo en las cuestiones que les tocan al corazón. Esa declaración optimista de que ella conserva “siempre” la esperanza de encontrarnos algún día... me da que pensar. Cuando leí ayer su carta, no le concedí gran importancia. Pero hoy...
Es que hoy he repasado además en otros indicios inquietadores. Por ejemplo. Me cuenta muy jovialmente mi corresponsal que la tarde del día en que me escribe (2 de Junio), va a celebrarse en la Escuela la fiesta de la “Invitación al Vals” de Weber. Más debe representar el papel de galán. Confiesa que no le agrada mucho la farsa, pero que procurará mirar lo más tiernamente posible a su parejita, “en pensant que c´est Lui qui est à sa place. Lui, vous savez, pour moi c´est l´être idéal que peut-être j´aimerai un jour. Du moins je l´espère. C´est là le seul but de ma vie, comme sans doute celui de toutes les femmes: aimer un homme et être heureuse près de lui.”
¡Bravo, Susanita! Jamás escuché de labios de una mujer una profesión de fe amorosa tan terminante y tan valiente como la tuya. Si, pequeña: así piensan, y si no, así sienten “sans doute” todas las mujeres. O por lo menos, la inmensa mayoría. Solo que hoy parece estar de moda en muchas de ellas el afectar lo contrario. ¡Caramba! Actualmente hay muchas mujeres ¡“emancipadas”...! Emancipadas de todo; hasta del sexo... ¿Para qué nos quieren ellas a los hombres...? ¿No se bastan ellas solas para vivir tranquilamente de sus empleos o de sus carreras...? Lo malo es que la Vida suele burlarse sin piedad de las baladronadas y muchas veces, esas “señoritas emancipadas” que se bastan a sí mismas en la vida, cuando no tienen discretamente algún lindo “gigolo” al que proteger, o algún gallo espolonudo al que desplumar, en sus noches solitarias, experimentan a veces inexplicabales angustias y sin saber por qué, de pronto lloran... Sí: lloran por la noche..., pero al día siguiente, vuelven serenamente a su oficina. ¡Oh! Hay que vivir. Y hay que vivir como mujeres “emancipadas”... ¡Pobrecillas!
Suzette tiene razón: amar a un hombre y ser dichosa junto a él es el eterno ideal de la mujer.
Pero dime, deliciosa ingénua: ese “Lui” quimérico con el que sueñas, ¿es verdad que es aún para ti un ser exclusivamente ideal...?
Porque el caso es que parece demasiado entusiasmada con él. ¿Más pruebas...? Junto con su última carta, me ha enviado una poesía suya. ¡Oh qué casualidad! La que yo le dedicaba en mi carta anterior se titulaba “Rêverie” y la de ella, “Mon rêve”. Mi poemita era un sueño de amor y el de ella... ¡también! He aquí su estrofa final:

Et dans ce monde où toute joie
est pure comme notre amour,
pour me guider, tu pris mon bras,
en me disant: ¡Cherie, toujours!

         ¡Ah! pero ese “tu” enamorado no soy yo... Que conste. Porque al final de su poesía, me escribe esta coletilla: “A qui le dédier? A lui en attendant qu´il prenne corps pour se matérialiser.”
         Además, en el curso de su carta, me hace una confidencia elocuentísima. Me cuenta, melancólicamente que el año pasado tuvo un novio tarambana que la abandonó a los cuatro meses y medio de relaciones. ¡Ah! este detalle es definitivo. Porque si Suzette tratara de seducirme, ¿es que me iba a hacer esta confidencia...? De ningún modo. Y tanto menos, cuanto que ella está percatada de que yo no puedo enterarme ahora de su vida. Demasiado saben las mujeres que la mayor ilusión de los hombres, y sobre todo la de los hombres corridos, como ella me supone a mi –“Petit ami”, vous avez l´air d´avoir une expérience formidable de la vie et des femmes”, me escribía en su tercera carta– es ser el primer amor de una mujer ingenua.
         Sin embargo, me cuenta este episodio de su vida de una manera tan especial que... vamos, una mujer astuta que quisiera marearme sutilmente, no lo haría mejor. Porque no se trata de una historieta traida al azar, sino como corrobaración de estos juicios.
         Comme vous avez une noble et belle conception de l´amour! Vous parlez de ne jamais faire de promesse qu´on ne peut tenir.  Et pourtant il y a tellement d´hommes qui promettent monts et merveilles et qui au bout de quelque temps vous abandonnent lâchement!”
         Y claro, como parece que yo no soy como esos...
         Pero no te fíes mucho, pequeña. Los hombres somos caballeros..., hasta que dejamos de serlo. Además, la caballerosidad no tiene que ver nada con las relaciones sexuales. Un hombre de honor se considera deshonrado, si falta a la palabra dada a otro hombre. Aunque se trate de un rufián. Pero tratándose de una mujer, la cosa varía. La infidelidad no tiene importancia. Es una burla graciosa... La fama de la caballerosidad masculina es como esos espectáculos sicalípticos de barraca de feria en cuya puerta se ve este cartelito: “Solo para hombres...”.
         Por lo demás, los términos de su confidencia son deliciosos: “L´an dernier j´ai aimé un jeune homme qui m´avait dit: “Je t´aimerai toujours”. Et bien, savez-vous combien dure “toujours” pour lui? Exactement 136 jours. Je l´ai compté.”
         Oh! Este “je l´ai compté” es definitivo. Las mujeres sentimentales siempre llevan esta cuenta. Me acuerdo de una de las primeras novias que tuve yo en Madrid. Se llamaba Carmencita. Era muy linda y me quería de veras. Un día, cuando llevábamos ya algunos meses de relaciones, me sorprendió con la misma confidencia. Resulta que llevaba la cuenta al día y se acordaba de todos los detalles. Yo ya había olvidado casi todos y hoy no me acuerdo ni de su apellido. Para las cosas del corazón, los hombres somos bastante frágiles de memoria.
¿Llevará también Suzette la cuenta de nuestras relaciones amistosas...? Tal vez... Pero ¡quién sabe! Porque parece que la imagen de su ex novio la inquieta de vez en cuando todavía. He aquí la terminación de su confidencia: “De temps en temps je pense encore à lui mais sa conduite m´amène peu à peu à le mépriser, ce qui est un grand point acquis pour oublier. Ne trouvez‑vous pas aussi que l´on oublie vite ce que l´on a appris à mépriser?”
Sin duda, pequeña. Pero ¿ya estás tú segura de que lo desprecias...?

5 de junio

Esta mañana he contestado a Suzette. Y tengo que confesar una secreta debilidad. Desde el principio al fin de la carta, solo me ha guiado un pensamiento innoble: arrojar de las últimas trincheras sentimentales de Suzette su imagen desvaida de su ex novio. Cuando leí la primera vez su confidencia y, sobre todo, la melancólica apostilla: “De temps en temps, je pense encore à lui”, me pareció una pequeña contrariedad. A poco de releer después la carta, experimenté un claro disgusto. Y este malestar fue tomando desde aquel momento, tales proporciones, que esta mañana, al disponerme a contestarle, un solo pensamiento ocupaba mi mente: ¡tengo que ahuyentar inmediata y definitivamente al ex novio de Suzette! ¡Es preciso que no vuelva a acordarse más de él...!
¿Por qué? El caso es que a punto fijo, no lo sé. ¿Estoy acaso enamorado de mi corresponsal y tengo celos hasta de la sombra de su galán...? Tendría gracia. Desde luego, que no es un imposible. Pero, vamos, francamente, yo creo que no. Al menos, por ahora. Eso sí, ¿a qué negarlo?, la chica me gusta, le tengo afecto y me acuerdo bastante de ella. Pero de esto a estar enamorado... Una prueba en contra: si me llamaran ahora mismo por la radio para embarcar con dirección a América, aun sabiendo que no la vería probablemente nunca, no vacilaría ni un solo instante. ¿Es esta la postura qu adoptaría un enamorado...? ¡Caramba!, me parece que antes de decidirse, le daría unas cuantas vueltas a su cabeza. O yo no entiendo una palabra de amor, o sería así. No se desentiende uno de una mujera amada con la facilidad con que se desprende de una corbata... Aunque tenga uno los nervios de lana...
Pues entonces.... ¿por qué la he emprendido encarnizadamente contra su ex novio? Si yo no estoy enamorado de Suzette, si no soy más que su amigo, si no pienso en casarme con ella, ¿por qué ha de molestarme hasta el recuerdo de ese chico..? [28] La verdad es que los hombres somos a veces de un egoísmo feroz, irracional y absurdo. Y a menudo además ridículo. Porque vamos a cuentas: si ese muchacho quisiera reanudar sus relaciones con Suzette, ¿quién se lo iba a impedir..? ¿Yo, desde aquí, con mis golpes de ...... literatura...? ¡Qué idiota! Añorando como añora aun la chica esas relaciones, bastaría que él despegase sus labios, para que volviera a caer en sus brazos. Cuando una mujer abandonada continua amando al hombre que la dejó, es capaz de perdonarle todo, todo, con tal de que vuelva a ella. ¡Valiente efecto le iban a producir a Suzette todas mis diatribas en comparación con un beso de él...! Ya, ya... ¡Como si pretendiera apagar un gran incendio con una copita de Jerez añejo...! ¡Lo que parece mentira es que con mis años y mi experiencia siga haciendo semejantes tonterías..! Pero, en fin, el caso es que ya está hecha. Y lo peor del mismo es que para conseguir mis torcidos fines, me he internado por un terreno completamente resbaladizo: el de la esperanza y el de la ternura. Y aun hay algo más grave: que al escribirle esta mañana en estos términos, no consignaba sentimientos que no experimentaba, sino que estaba verdaderamente emocionado. ¿Autogestión…? Probablemente. No creo por ahora en otra cosa.
Desde luego, donde he obrado con la más refinada astucia, ha sido al tratar la carta, en vez de abordarla al principio, con extensión y seriedad, lo he hecho estudiadamente al fin, con brevedad y frivolidad. ¡Como quien no le da importancia al asunto...! He tratado de apuñalar a su ex novio con la mayor finura; pero con ferocidad.
Por lo demás, he aquí los principales párrafos de mi carta:
Me asalta un pequeño remordimiento, amiga mía: ¿No os estaré infligiendo un daño irreparable, robándoos con mi correspondencia una atención y un tiempo que debéis dedicar a vuestros estudios..? No se trata de una siempre presunción, sino de una desgraciada realidad. Usted misma me confiesa ingenuamente haber compuesto su poesía “Mon rêve” - ¡beau rêve! – durante una clase de Geometría. Querida Suzette: me lisonjea infinitamente que una muchacha tan encantadora como V. se interese más en escribirme un poema de amor - ¡desgraciadamente no dedicado a mí..! – que por comprender el teorema de Pitágoras o el postulado de Euclides. ¡Es una conducta tan femenina, tan deliciosamente femenina...! Pero, desde luego, no os acredita de buena normalista. ¿No podríais hacer compatible vuestros encantadores impulsos de muchacha sentimental y vuestros deberes de estudiante aprovechada...?
¡Qué bien que me hacen vuestras bellas cartas y vuestra cálida amistad, amiguita! Yo soy naturalmente optimista, soñador y de espíritu fuerte. Pero, ¿qué hombre, por valeroso que sea, sumergido en una realidad tan brutal como la mía, no siente algún desfallecimiento de vez en cuando...? ¡Y vuestras lindas misivas son un bálsamo tan delicado para las heridas de mi alma...! Prometido, querida; prometido de todo corazón. Lo cumpliré como si me lo hubiera pedido mi madre antes de morir. ¿Creeis que yo podré olvidar jamás que cuando me encontraba en la situación más dramática de mi vida – más dramática todavía que en los frentes de combate – había en un rincón de Francia una linda muchachita desconocida, la única persona en el mundo con la que yo tenía correspondencia fuera de este campo y que me ofrecía cordialmente el calor de su afecto desinteresado y puro, como un ángel azul de la consolación...? Mi Suzette, os lo aseguro: no os olvidaré jamás. Mi corazón es testigo de que mi deseo más profundo y más ardiente es que un día puedan encontrarse nuestras vidas, como se han encontrado nuestras almas. ¡Desgraciadamente la vida no es una bella novela...!
Os doy las más rendidas gracias, querida pequeña, de vuestra delicada actitud en lo que se refiere a mi situación. Pero permitidme rechazar una vez más vuestros afectuosos ofrecimientos. No es cuestión de timidez, como V. juzga, sino de “chic” espiritual. El infortunio tiene también su elegancia: sufrirlo silenciosamente y con dignidad...
¡Cómo me hubiera divertido, encantadora Suzette, haberos visto hacer el papel de galán en la “Invitación al vals” de Weber! Sin duda, que haríais un “garçon” fascinador, ¿no? Sin embargo, me hubiera causado mayor placer haber bailado este vals con V. sintiendo palpitar vuestro corazón junto a mi pecho y besando furtivamente vuestros labios. (¡Perdón, pequeña!)
¡Qué lástima no poder ser en este momento ese hombre ideal con que V. sueña! ¡Con qué ternura os tomaría entre mis brazos y cubriéndoos de rosas y de besos, murmuraría con amor a vuestro oído: Chérie, toujours....!
¿De manera que ya conocéis por experiencia las desilusiones del amor..? ¡Pobrecilla! Os advierto que todavía hay “toujours” amorosos de menos de 136 días... Por consiguiente, este mozo atolondrado no se ha portado del todo mal....
Y a propósito ¿cree V. que desprecia verdaderamente a este galán...? Analice V. bien sus sentimientos, porque las mujeres abandonadas – y sobre todo las muchachas – suelen confundir muy a menudo estas dos cosas distintas: el desprecio y el despecho....
¿Con que guardáis las esperanza de encontraros algún día...? Y yo también. Os doy mi palabra de que el día en que salga de aquí, haré todo lo posible por colmar vuestros deseos.”

Con la carta le he enviado el segundo ensayo. Seguro que le gusta más todavía que el primero. Me ha salido mejor y... más intencionado. [29]

8 de Junio

Anoche sufrí una fuerte emoción. Estaba nervioso, no tenía sueño y salí a dar un paseo. Había luna. Por las orillas del mar se percibía un oleaje suave, como de roce de sedas y encajes [30]. Me acordé de Susette. ¿Qué haría aquellas horas…? ¿Estaría también pensando en mí...? Quien sabe. La calma de la noche favorece la propagación de las ondas etéreas y de las ondas sentimentales: se oye mejor la voz de la Naturaleza y la voz del Corazón... Al doblar la esquina de una calle silente de  barracas, percibí un sonido extraño. Me detuve. Era un violín solitario. Tan solitario como yo. Y tocaba melancólicamente el “Souvenir” de Franz Drla. El corazón me dio un vuelco. Y recordé, recordé.
Yo era entonces un muchacho. Vivía en mi pueblo natal. Y tenía un amigo intimo. Este era un enamorado de Bécquer y de Beethoven. Bécquer había escrito sobre mi pueblo dos bellísimas leyendas: “La cueva de la Mora y “El Miserere”. Mi amigo tocaba bastante bien el violín. Y entre su romántico repertorio figuraba el “Souvenir “ de Franz Drla. Frente a su casa vivían dos muchachas muy lindas. Se llamaban Josefina y Conchita. La primera era una morenita de ojos negros y dulces; la segunda, una castaña de ojillos pardos y vivarachos. A mi amigo le gustaba mucho Josefina; a mí, las dos. A veces, en noches claras como éstas, mi amigo tocaba su violín, y las muchachas se asomaban al balcón. Sí: recuerdo, recuerdo....
Después ... yo abandoné mi villa natal. Y me fui a vivir a Madrid. Y ya no volví a ver a mi amigo íntimo, ni a Josefina y Conchita, ni a leer con aquél las “Rimas” de Bécquer ni a escuchar su melancólico “Souvenir”. En cambio comencé a tratar con amigos falsos, a divertirme con vírgenes prostituidas y a oír tiros y clamores de revolución...
Un día volví a oír inesperadamente “Souvenir”. Era de noche. Una noche más patética que ésta. ¿Mas...? Muy cerca tableteaban las ametralladoras. Pero todavía éramos optimistas. Unos días más tarde sería otra cosa. Estabamos frente al histórico monasterio de Poblet. Un compañero de armas sacó un violín y tocó. Sin pedírselo nadie tocó el “Souvenir” de Franz Drla. Sí: recuerdo, recuerdo.... A los pocos días, a tres kilómetros de Montblanc, perdía 37 compañeros. Sobre nosotros cayó un diluvio de metralla. Y me salvé de milagro.
Anoche volvía a oír “Souvenir”. Pero en el destierro. Lejos de mi Patria. En un campo de concentración. En Saint-Cyprien.... Y no vi en su balcón a Josefina y Conchita, ni a Pepito con la mano en el arco, ni siquiera a mis camaradas artilleros, mentando la guardia junto a los cañones en silencio. Pero quien sabe! Tal vez me acompañaba en mi soledad y en mi abandono, como un ángel invisible de la guarda, la sombra y el pensamiento de otra muchacha....

10 de Junio

Suzette no me ha contestado todavía. Y estoy nervioso, impaciente. ¿Por qué...? ¿Por qué se me hacen cada vez más largos e insoportables los intervalos de una carta suya a otra...? ¿Por qué esta angustia e inquietud que experimento, a las horas del correo...?
Yo envidio a esas almas místicas e ingenuas que al anochecer de cada jornada realizan con la mayor serenidad del mundo, un examen religioso de su conciencia cristiana. A mi me asusta el examen de la mía. Y no porque me horroricen los pecados de mi vida, sino porque yo no acierto a representarme la conciencia como una especie de depósito anímico, en el que se van almacenando y clasificando nuestras acciones diarias. Yo no concibo la conciencia como un estanque, sino como una corriente. Caro está que esas almas místicas solo entienden de conciencia moral, mientras que yo me refiero a mi conciencia psicológica. Pero ¿cómo la conciencia moral puede calificar acertadamente situaciones espirituales que la psicología no puede analizar con exactitud..? Para examinar nuestros estados de conciencia no disponemos más que de un medio adecuado: la introspección. Pero una mirada hacia nuestro interior, vertiginosa de nuestros pensamientos ¿no modifica cabalmente el contorno de los mismos...? Además, ¿cómo es posible observar con precisión la gota de agua que se precipita por una catarata...?
He aquí por qué a mi me da miedo bucear en mi conciencia. No es temor a enfrentarme con mi responsabilidad moral, a presentarme ante el juez que llevamos dentro, sino a ver claro en las tormentas de mi alma y a poner orden en el caos de mis pensamientos. ¡Es tan difícil conocerse a sí mismo...! ¡Es algo tan complejo el mecanismo de nuestro espíritu...! Sin embargo, hay ocasiones en que no hay más remedio que acometer esa empresa, para no hacer despropósitos. Es mi caso actual.
Hace días que experimento una turbación espiritual sintomática. Mi conciencia está intranquila. Sufro de insomnios. La imagen de Suzette me persigue a todas horas como un fantasma de pesadilla. ¿Qué significa esto? ¿Qué tormenta sentimental se levanta en mi alma? ¿Qué transformación se está operando en mi vida afectiva…? No se, no sé... Solo acierto a puntualizar ahora esto: que Suzette me está preocupando más de la cuenta; que su figura se va proyectando en tonos más vivos sobre la pantalla de mi conciencia, que ya no es para mi un lindo “bibelot” que me distrae, sino una almita apasionada que me inquieta. Si, sí... De esto no me cabe ya ninguna duda. Suzette ya no es para mi la bella transeunte a quien se piropea por costumbre al pasar por nuestra vera, sino la amiga peligrosa que os gusta y, que en un momento dado, sin saber cómo, os hace perder irremisiblemente la cabeza.... Si hace más que dos semanas, hubiera dejado de escribirme de repente, no hubiese experimentado más que una ligera contrariedad. Si lo hiciese hoy, sufriría un gran disgusto. ¿Por qué...? ¿Me he deslizado en mi última carta por la pendiente de la ternura y de la esperanza, sencillamente por cálculo, por dar la batalla al ex novio de Suzette, por donjuanismo frío y refinado, como yo he creído .... o más bien, empujado ocultamente por otro resorte más cálido y emotivo...? Hablemos con claridad: ¿me estoy enamorando sin darme cuenta, de mi corresponsal...? ¿Estoy sufriendo yo también los efectos enervantes de la morfina galante que empecé atolondradamente a propinarle..? ¿Empiezo a quemarme en la misma llama que he encendido en su alma...? Sería terrible. Si, tan terrible como lógico. Y tan lógico como merecido. Por insensato. No se puede jugar alegremente con el fuego. ¡Y yo lo he hecho como un niño de dos años...!
¿Qué va a ocurrir ahora...? Adonde voy por este camino...? Estoy turbado. Mi cabeza es un horno de ideas. Mis pobres nervios, siempre de punta, se encabritan como un potro desbocado a quien se tira fuertemente de las bridas. Y sin embargo....; ¡no hay más remedio! Tengo que detenerme inmediatamente en esta loca carrera. No puedo seguir adelante. Imposible. Se impone el frenazo.... Pero, ¿cómo..? ¿Es todavía tiempo…?

12 de Junio

No me explico el silencio obstinado de Suzette. ¡Nueve días ya sin recibir carta suya! ¡Qué raro! ¿Estará enferma...? Desde luego, no creo que sea precisamente por la cuestión de estudios. Ya hemos quedado – aunque está por comprobar que Suzette no tiene trazas de ser una “empollona”....¿Y si se ha enterado su familia de nuestras relaciones amistosas y le ha obligado a cortar por lo sano..? No sería imposible. Sobre todo, si se trata de una familia reaccionaria. ¿Escribirse con un “rojo” español..? ¡Qué horror! Todavía hay quien cree en Francia que los “rojos” españoles de los campos de concentración tenemos cuernos y rabo, igual que los diablos... ¿Y cómo una hija de familia cristiana podría tener relaciones con el Demonio....? ¡En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo! Imposible.
Lo malo es que no sería verdad tanta belleza. ¡Qué más quisiera yo en estos momentos...! Menuda solución inesperada del conflicto sentimental en que me veo. Es cierto que me llevaría al principio un gran disgusto. ¿A qué ocultarlo? Tengo afecto a Suzette. Además me hace falta su cariño. ¡Estoy tan solo....! Sin embargo, pasados unos días, me quedaría tan tranquilo. Afortunadamente, tengo una propiedad magnífica. No soy hombre de recuerdos; mejor dicho, de añoranza. Olvido con la mayor facilidad del mundo. Estoy seguro de no morir de nostalgia. Mi conciencia es como una sima profundísima en la que voy arrojando mis vivencias; y claro está, como no hay luz en el fondo, no pueden molestarme sus siluetas. Por lo mismo, siempre estoy dispuesto a emprender una vida nueva. Además tengo un poder de adaptación maravilloso. Si hubiera facilidad de comunicaciones, con los demás planetas, tanto me daría vivir en la Tierra como en Marte. ¡Quien sabe! A lo mejor los marcianos – Marte es habitable, según los astrónomos – eran de mejor calaña que estos terrestres marranos....
Por desgracia, no creo que la familia de Suzette venga a sacarme oportunamente del lío en que me he metido.
Porque el caso es ese: que la culpa de todo la tengo yo. Yo soy el que ha empezado el peligroso juego de tejer alrededor de Suzette una linda telaraña, por el placer de verla revolverse entre sus hilos como una mariposilla aprisionada. Lo sé: probablemente lo he conseguido. Pero ahora resulta que también yo me he enredado entre la malla...

14 de junio

¿He conseguido ahuyentar definitivamente de la conciencia de Suzette la imagen de su ex novio...? No estoy seguro del todo. Me haría falta registrar bien aquélla. Hay demasiados meandros en nuestro espíritu. Pero ¡ay! de lo que no me cabe duda alguna es de que el tono esperanzador y tierno de mi última epístola ha trastornado terriblemente el corazón de mi corresponsal. Su misiva connovedora de hoy no admite otra exégesis distanta. Es senillamente la carta de una mujer enamorada: una mujer que no se atreve a declarar francamente su amor por un pudor exquisitamente femenino, pero cuya voz enternecida y titubeante es tan elocuente y tan expresiva.
He aquí cómo ha reaccionado ante mis líneas esperanzadoras:
“Merci infiniment, Manuel mio, de la promesse que vous m´avez faite.  Je suis très heureuse maintenant que je sais que vous  ne m´oublierez pas. Car voici ce que je me disais: "Maintenant c´est pour lui une distraction de m´écrire, mais lorsqu´ il aura quitté le camp, que la vie recommencera, je ne serai plus rien pour lui".  Aussi j´éprouve un grand soulagement et une grande joie en lisant ce passage de votre lettre.”
¡Pobre chiquita! Ese “Manuel mío”, así, en castellano, para que lo comprenda mejor, y precedido de un “infiniment” agradecido, es todo un poema. Me ha emocionado tan profundamente que las lágrimas se han agolpado a mis ojos y he tenido que hacer un gran esfuerzo para que no se me escaparan de ellos[31].
“Manuel, petit ami, savez vous que vous m´écrivez des passages très tendres, des passages amoureux même ? Mais ces mots qui me bercent si délicieusement les pensez‑vous réellement? Si vous m´aimiez comment m´écririez‑vous, que me diriez‑vous de plus?
Il faut que je vous fasse une petite confidence: vous vous souvenez n´est‑ce pas du souhait que vous avez formulé à propos de l´invitation à la valse?
Et bien, lorsque j´ai lu ce passage je me suis arrêtée, j´ai fermé les yeux pour essayer d´imaginer la scène et un instant je vous ai confondu, bien que je vous connaisse pas avec Celui à qui je rêve.”
Sí; está bien claro. Yo soy el “Lui” misterioso a quien ella esperaba amar, a quien ama ya y con quien sueña ser feliz. ¡Pobre niña! Conmovedor y... espantoso. Espantoso, sí. Porque... ¡yo no puedo hacerla feliz...!
Por supuesto, mi segundo ensayo ha obtenido el éxito que esperaba.

“Il faut maintenant que je trouve les mots capables de vous remercier pour votre magnifique essai. Je ne sais que dire pour vous prouver combien il m´a enthousiasmée. Petit ami, j´admire de plus en plus avec quelle aisance vous écrivez en français (ah! ya no me corrige mis escritos mi compañero Angel P. Que conste!)  et j´en suis toujours plus heureuse. Savez-vous que c´est très rares les étrangers qui ont comme vous une connaissance si approfondie de notre langue et de notre littérature..?”

Muchas gracias, Suzette. Pero me parece que el cariño te ciega más de la cuenta.
El final de su carta es una verdadera explosición de ternura:

“Mon voeu le plus cher est celui que vous puissiez venir un jour ici et que nous vous connaissions.
Vite, petit ami si cher, répondez‑moi et écrivez pour votre Suzy une longue, très longue lettre.
A mon cher petit ami, de tout coeur.  Votre Suzy.”

Como tema para mi próximo ensayo, me propone: Voulez-vous me parler du bonheur? Comment vous apparaît-il pour vous et la femme que vous aimeriez?
Y por si fuera poco, me añade: Voulez-vous me dire aussi, mais cette fois dans votre lettre comment vous voyez l´amour? Je vous dirai ensuite comment je le vois, pour être heureuse....
¡Qué situación! ¡Qué situación!

15 de Junio

La última carta de Suzette me ha trastornado. Al fin se ha producido lo fatal, lo lógico, lo que no podía menos de producirse. Suzette se ha enamorado. Debiera haberlo previsto.... ¿Pero es que en realidad no lo preveía...? ¿Es que no he hecho cabalmente todo lo posible porque esto se produjera....? Lo que pasa es que me he estado engañando a mi mismo desde el principio. Desde que cambié con Suzette las primeras líneas, me he entretenido en jugar con ella al divertido juego del quiero y del no quiero. ¿Consciente? ¿Inconscientemente...? ¡Quién sabe! Es curiosa esa lucha encarnizada que a veces se entabla en nuestro interior, como si todos los elementos estructurales de nuestra conciencia: el racional, el moral y el institivo (el yo, el super-yo y el ello, según la terminología de Sigmund Freud) entraran brutalmente en colisión. De aquí las profundas contradicciones de nuestra conducta, según quien sea el vencedor momentáneo en la contienda. ¿Se impone el yo? Aparece el hombre reflexivo, el que se propone alcanzar un fin y emplea los medios adecuados para conseguirlo. ¿Se impone el super-yo? Aparece el hombre moral, el que tiene un ideal de conducta y ajusta su actividad a la realización de ese ideal. ¿Se impone el subsconsciente? Aparece el hombre instintivo, el que se mueve por los resortes oscuros de su vida psíquica inferior, a despecho de toda censura de orden intelectual y de toda consideración de orden ético. Claro está que no es lo corriente que se imponga en nosotros por completo ninguno de estos elementos aisladamente, sino que se influyan mutuamente en la determinación de nuestras acciones. De aquí la complejidad de nuestra idiosincracia y los aspectos desconcertantes de nuestra conducta.
A la luz de estos principios psicológicos, no es difícil explicar el comportamiento contradictorio, que vengo observando con Suzette desde un comienzo. Mi concienca moral me repetía una vez y otra que no había derecho a jugar alevosamente con el corazón de una muchacha que se prestaba a distraerme en mi abandono. De aquí mi repugnancia insistente a hacer el amor a mi corresponsal. Pero ¡ay! que por otra parte, mi subsconciente amordazado, mi vida sexual fracasada, mi líbido reprimida brutalmente, me empujaban con violencia por los derroteros del erotismo....
No tengo novia ni mujer ni amigas. Hace tres años que no hago vida sexual. Estoy en la plenitud de mi existencia. ¡Oh! Es fatal: tengo que hacer el amor a la primera mujer que me tropiece. ¡Aunque sea la Purísima Concepción...! Por eso se lo hago a Suzette.
¿Como terminará esta lucha interior...? ¿Como acabará esta guerra sorda entre mi conciencia y mi subconciencia...? No sé; no sé ... Solo siento que se va encarnizando progresivamente y que me tiene hondamente preocupado.

16 de junio

Hoy me he pasado la tarde escribiendo sobre la felicidad.
¡También es ocurrencia la de mi amiguita pedirme que le escriba un ensayo sobre la felicidad desde el arenal de Saint-Cyprien....! Es como si se le hubiese ocurrido a un amigo mío invitarme a una juerga el día en que murió mi padre....
Pero ¡qué sabe Suzette lo que es el destierro ni lo que es Saint-Cyprien! Para ella, el supremo infortunio es que la castiguen a no salir del internado, cualquier día de paseo. Y se figura seguramente que Saint-Cyprien es eso: un inmenso internado donde no me dejan salir nunca de paseo. ¡Pobre niña!
¡Quien pudiera cambiar tu interando por este encierro! Aunque fuese a condición de no salir nunca de él. Si yo pudiera pasarme todo el tiempo que me quede de campo de concentración, encerrado en un internado con una buena biblioteca, sería feliz. Aunque viviera completamente solo. Los libros son mejores compañeros que los hombres. Están siempre a nuestra disposición y no mienten ni cambian como ellos. Cuanto más se familiariza uno con los libros, más cariños les toma. Cuanto más se familiariza uno con los hombres, mayor desvío siente por ellos. Recuerdo una brutal confesión de Anatole France al final de “La vie en fleur”: “Yo creo a los hombres en general más malvados de lo que parecen. Porque ellos no suelen manifestarse como son: se enmascaran para cometer acciones que les harían aborrecer, despreciar, y en cambio se dan maña para mostrarse por sus actos como dignos de aprobación o admiración. Pocas veces he abierto yo una puerta por descuido, sin descubir un espectáculo que me ha hecho sentir por la humanidad compasión, disgusto u horror”.
Yo no he alcanzado aun por fortuna la edad avanzada de Anatole France, cuando escribió esas crudas frases como resumen de su experiencia de la vida. Pero en cambio he tenido ocasión de vivir intensamente épocas críticas en que los hombres, sin necesidad de sorprenderlos intimamente, se muestran brutalmente como son. He vivido tiempos de guerra, de revolución y de destierro; tiempos de turbulencia, de desesperación en que la animalidad humana se manifiesta inverecundamente al desnudo, porque son los días de saturnal de los instintos y es un estorbo el uniforme moral. Y la conclusión que he sacado de mi trágica experiencia es la misma de Anatole France: piedad, asco o expanto....
         Mis ratos de felicidad en este mundo no han procedido nunca del trato con los hombres sino del trato con la Naturaleza o del coloquio con mi conciencia. Al dorso de una hoja de calendario leí hace bastantes años un pensamiento de San Francisco de Sales que me ha hecho meditar más de una vez: “El bien no hace ruido y el ruido no hace bien.”
Sí: ruido y bien son cosas opuestas. Y ruido y bienestar. ¡Quién sabe si la felicidad no se encuentra precisamente en la soledad! Probablemente la ocurrencia de Suzette no es tan disparatada como parece....
¡Estoy en una Tebaida espiritual!

17 de junio

Me declaro incapaz de resolver de momento la contradicción sentimenal en que me debato. Tanto miedo me da detenerme en la carrera galante que he emprendido con Suzette como en seguir adelante. Mi corresponsal me encanta, me conmueve y por lo mismo, me complace flirtear con ella. Y sin embargo, comprendo perfectamente que mi actitud es un disparate. ¡Qué encrucijada! Acabaré por hacer perder la cabeza a mi corresponsal y por perderla yo también. Es el desenlace fatal de estas descabelladas actuaciones.
En este estado de espíritu, no es difíci adivinar cual será el tono de la respuesta que hoy he dado a la última carta de Suzette. Tan titubeante como aquél. Me he dejado llevar por la corriente, como el nadador que no se siente con fuerzas para luchar contra aquella. Como la vez anterior, le he dado una de cal y otra, de arena. Pero ¡ay! que ahora le he dado bastante más de cal! Francamente, no he podido remediarlo. Al rellenar por enésima vez la cálida carta de Suzette, para contestarle punto por punto, he sentido una honda turbación y me he dejado arrastrar insensiblemente por mi sensible corazón.
Soy un sentimental perdido. Tanto por lo menos como Suzette. El padre de Franz Liszt, ante la precocidad y belleza de su hijo, pronosticó: “Las mujeres me lo estropearían”. Y fue al revés. Liszt es el que volvió locas a las mujeres más célebres de su tiempo: desde la bailarina española Lola Montes, la querida del Rey de Baviera, a la cual abandonó, dejándola encerrada una noche en la habitación de un hotel de Dresde, hasta la Condesa de Aoult, la famosa escritor que abandonó un día a su marido, escapándose a Suiza con Liszt. Ahora bien, si llego yo a encontrarme en la piel del romántico autor de las “Rapsodias” de seguro que su padre no se queda por mal profeta. Me hubiera ocurrido lo que al pobre Chopin. He aquí, por lo demás, los principales párrafos de la carta que hoy le he remitido a Suzette.

“Me parece, mi linda pequeña, que sufrís – o mejor, gozáis – una enfermedad espiritual que tiene un síntoma característico: la tendencia a la absorción. Absorver es una manera de parecer, y el deseo de psoesión es particularmente propio de cierto sentimiento muy profundo y muy femenino. ¿Conocéis el nombre de tan dulce enfermedad...? Tened cuidado, Suzy. Desgraciadamente no se vive solo con el corazón...
¡Cómo me ha divertido vuestra petición de que os excuse a causa de vuestra mala escritura y del mal papel! Querida, vuestras cartas me encantan con cualquier escritura y en cualquier papel, porque yo valoro la correspondencia por su contenido y en modo alguno, por su presentación. Prefiero una gentileza en papel de estraza a una idiotez en papel de seda.
Lamento cordialmente vuestra ligera indisposición. Pero escuchadme, amiguita: ¿vuestra enfermedad es tal vez del género de aquéllas – tan corrientes en las mujeres – que se curan con abrazos y con besos..? En tal caso me gustaría ser vuestro médico. Michelet escribió: “Las mujers enferman de amor y los hombrs de indigestión...”
La noticia que me dais de vuestra sobrinita Manou me ha conmovido y me ha traido al recuerdo de la “Alouette” de Francis James. ¿Conocéis este encantador poema? Precisamente está inspirado en una bella leyenda Albigense del siglo XVI, recogida en su “Journal” por Eugénie de Guérin. Por cierto que hay en él una declaración ingénua de amor, que me hizo mucha gracia la primera vez que la leí. Es la que hace Anoñito a la inocente pastorcita:

Je t´aime comme on respire l´air,
lorsque le jour est tiède, long et clair.

Cabalmente acababa de leer entonces “La Montaña mágica” de Thomas Mann y experimenté un curioso place al comparar la complicada y sensual declaración de amor de esta famosa novela con la sencilla de Franz James.
Os confieso que en realidad no me gustan en amor las declaraciones, sino las insinuaciones.... La declaración es un relámpago que deslumbra y que estremece; en cambio, la insinuación es un sol naciente que ilumina dulcemente y que acaricia lánguidamente. Las auroras son más bellas que las tempestades.
Me aseguráis que los pasajes galantes de mis cartas o arrullan deliciosamente. ¿Es cierto? Lo celebro. Sin embargo....., me gustaría más arrullaros y acariciaros personalmente. ¡Perdón!
¿Sabéis que vuestro sueño de “La invitación al Vals” de Weber me ha resultado muy interesante...? Mas.... ¡por desgracia es irreal! ¿Quiere V. todavía un compás final..? No es de Weber, sino de Albert Samain:

Oh! Écoute la symphonie:
rien n´est doux comme l´agonie
de la lèvre à la lèvre unie,
dans la musique indéfinie....

[La valse est finie –
Merci, petite mie]

Me preguntáis que cómo veo yo el amor... Caramba, ¡Suzy! ¿Y para qué queréis saberlo....? Mi amiguita, estas cosas tan delicadas solo se las digo yo a las muchachas lindas al oído, los dos solitos y entre besito y besito... ¿Comprendido....? Con todo....
¿Conoce V. el “Poème de l´Amour” de la Condesa de Noailles...? Voy a transcribirle dos estrofas a ver qué le parecen:

Je la devine bien, et je n´ai pas eu même
à chercher quel était son épuisant souci;
sa voix m´a tristement annoncé qu´elle m´aime,
comme on dit que l´on meurt et que c´est bien ainsi....

¿Le gusta...?

He aquí la segunda:

J´aborderai ce coeur qui n´a pas eu la crainte
de confier ses voeux, ses plaintes et ses pleurs,
visage demuni sans réserve et sans feinte
où le trop vif amour insinuait sa peur...

Mi querida Suzy, termino esta carta, recordándole tristemente estre fragmento de otra mía anterior: Si pudiera obedecer a mi corazón, aceptaría de buen grado su consejo de quedarme en Francia. Desgraciadamente mi singular situación me obliga a no obedecer más que a mi cabeza...
¡Qué desgracia!

19 de junio

Por fin, no remití a Suzette con mi última carta el ensayo sobre la felicidad. No lo había acabado todavía y preferí no enviárselo, a demorar mi respuesta. Esta mañana lo he terminado [32]. No estoy satisfecho. He escrito una cosa convencional. Como la chica ve la dicha en el amor, después de exponer en la primera parte mi posición excéptica ante el problema de la felicidad he concluido por colocarla en las ilusiones del amor. ¿Para qué decepcionar a la pobre niña...? Ya se encargará de hacerlo la vida. No vale la pena de amargarle la exitencia antes de tiempo.
Por cierto que anoche pasé una velada de íntima dicha, como no la he conocido desde que stoy en el destierro. ¡Qué poco basta para hacer a un hombre feliz algunas veces! Un camarada había traído una gramola no sé de dónde y unos cuantos entusiastas celebramos una audición comentada de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Sobre una mesita confeccionada con cuatro tablas, colocamos la gramola y en un ángulo, una pobre vela. La barraca estaba en la penumbra. Parecía una reunión de conspiradores. Un compañero dio una breve explicación sobre el significado de la obra y la orquesta lanzó las cuatro notas turbadoras con que comienza el Allegro. Sentí una emoción profunda. Siempre la he experiementado al escuchar la vibrante interrogación al Destino de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Si quisiera señalar un efecto natural parecido, me fijaría en la emoción de una tempestad. Las cuatro notas temáticas de la Quinta Sinfonía de Beethven fulguran efectivamente como un relámpago y sobrecogen igual que un trueno formidable.
Hay en lo más profundo de la conciencia humana un denso fondo de angustia existencial que se interpone a menudo como un espectro en los momentos efímeros en que el hombre parece como embriagado por la dicha del vivir. Pues bien, la Quinta Sinfonía de Beethoven es la expresión musical mejor lograda de semejante estado de conciencia. No es el patetismo hondo, pero personal, de la Appasionata o de la Patética, sino el sereno, pero universal, que nace del sentimiento trágico de la vida y del destino de la Humanidad.
Naturalmente, la música, en lo que tiene de lengujae sentimenal, se comprende y se siente mejor, cuando se atraviesa por una situación anímica, pareja a la descrita por la obra. Por eso sin duda, la Quinta Sinfonía de Beethoven la sentí anoche en el fondo de mi espíritu con mayor emoción que nunca.
Recuerdo otra situación parecida. Era en Agosto de 1939. Me encontraba en el Monasterio de Monteserrat. A la sazón estaba convertido en hospital militar. Yo me alojaba en la Escolanía, comiendo en un refectorio elegante, pero severo, destinado en tiempos de paz a los turistas. En los ángulos superiores de la puerta de entrada había dos bustos color ocre: Mozart y Beethoven; y junto a ellos, una magnífica radio. Un día de Agosto, me quedé solo de sobremesa oyendo la radio: - El speaker anunció de pronto: “Van a oír ustedes ahora la Quinta Sinfonía de Beethoven”. Una magnífica orquesta atacó el Allegro. Sentí un fuerte escalofrío. La ocasión era propicia. Hacía un mes que había llegado del frente. Estaba en el hospital y en breve iba a volver de nuevo al frente. Hasta entonces había tenido relativa suerte. ¿La tendría en lo sucesivo...? ¿Caería como tantos otros compañeros y amigos...? La perspectiva no podía ser más angustiosa. Se estaba en lo más agudo de las luchas del Ebro. Y se luchaban combates verdaderamente encarnizados. Hubo cota que se ganó y se perdió sucesivamente hasta once veces. Mi batería estaba en el Ebro. Y en sitio de peligro. Lo sabía. ¿Cómo, pues, no impresionarme en aquel momento la patética interrogación al Dedstino de la Quinta Sinfonía...? Yo también tenía que preguntarle algo importante. Tan importante como la Vida y como la Muerte.
Hoy no estoy en la histórica cumbre catalana, sino fuera de mi Patria. No hiere ya mis oídos el lúgubre zumbido de los Junkers, sino el clamor de la Tramontana. Lo mismo que las alas de un vampiro, los trazos del angustioso interrogante se ciernen sobre mi conciencia torturada.
¡También hoy como en Montserrat, tengo que preguntar al Destino algo imperioso y vital...!

 

II PARTE


EX TOTO CORDE


A ma cherie amie Suzy Valats au sujet du vingtième anniversaire de sa naissance.

Une jeune fille de vingt avrils....?
Voici.

Une rose qui entr´ouvre sa corole
aux tièdes caresses de l´Aurore....

Un papillon d´ailes de soie
qui vole dès lis aux étoiles.....

Une séduisante Aphrodite
qui sort des écumes marines....

Un beau rubis éblouissant
Sur l´ardent coeur d´un amant....
.........................................

Mes voeux devant tes vingt ans...?
Voilà.

Que tu sois toujours, Suzy.
rubis,
papillon, Aphrodite, rose
et.... gosse.....
Qu´il éclaire ta voie toujours
l´Amour......

Gurs, 14-XI-1939

LE BAISER


O baiser! doux contact d´une bouche chérie.
toi qui montes du ciel comme un léger soupir,
baiser; souffle de l´âme et rayon de la vie,
qui charme l´amitié, l´amour, le souvenir...
Oh! Ce qu´est un baiser, nul ne peut le décrire!
Qu´un sourire moqueur ne le profane pas.
Ce que l´âme ressent, la main ne peut l´écrire:
le coeur, dans un baiser, le murmure tout bas.
Oh! le premier baiser sur la lèvre adorée,
comme il nous met au coeur la subite pâleur!
On ne sait si l´on boit, tant l´ivresse est sacrée,
le souffle d´une femme ou celui d´une fleur.
Délicieusement meurtrie et déchirée
l´âme flotte, se livre au songe ensorceleur.
Mme larme emplit la prunelle égarée,
le bonheur est si grand qu´il touche à la douleur.
Et puis on se remet à vivre, on souffre, on pleure,
mais l´amour refleurit dans la suite de l´heure.
On est le fiancé qui survit dans l´époux
et l´on accepte, tout de même, l´infini infâme,
parce qu´on a gardé dans la bouche et dans l´âme
la pudique fraîcheur d´un baiser lent et doux.

Nota A del Ensayo IV:

4) El maquillaje es superfluo e inutil, pues si la mujer es bonita, no necesita recurrir a él; y si es fea, en vano se esfuerza en parecer lo contrario, pues con lo que se pone, delata lo que le falta.
Es el argumento aquiles de los enemigos del maquillaje.
Por de pronto, yo opongo a él este otro dilema: el maquillaje embellece o no embellece a la mujer. Si lo primero, no es superfluo ni inutil; y si lo segundo, ¿a qué vienen los aspavientos de moralistas y teólogos...? [33]
Ciertamente que el maquillaje no es un artículo de primera necesidad. Le pasa lo que a los zánganos y a los tartufos: que nos podemos pasar sin ellos... Pero no se trata de ello.
Los moralistas espesos y aguafiestas parten de un error crasísimo: que el maquillaje es un artificio de las feas para engañar a los bobos. Cuenta Quevedo en sus “Sueños” que, visitando las Zahurdas de Plutón, un diablo le señaló a una multitud de mujeres que se entretenían en maquillarse, diciéndole: “Mira lo que hacen las feas..” Es decir, que los moralistas espesos y aguafiestas nos creen al resto de los mortales tan ciegos y tan imbéciles que no sabemos distinguir en la mujer lo que es un encanto natural, de lo que es un artificio de tocador. Y claro, nos avisan caritativamente para que no caigamos en el engaño...

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado dinero...

¡Pero, mi buen don L. L. de Argensola: si lo sabemos de sobra...! Se necesita ser un moralista espeso y aguafiesas para no distinguir, por lo visto, los colores naturales de una cara bonita, del carmin, del rimel y demás recursos de la Química.... ¡Si aquí no nos engañamos nadie...! Lo que ocurre es que solo nos importa una cosa muy sencilla: que, por los medios que sea, las mujeres se nos presenten atractivas. Si son bellas por naturaleza magnífico; y si no lo son, pero consiguen parecerlo por su arte, muy bien asímismo. ¿O qué pretenden los moralistas aguafiestas que las pobres feas, además de serlo, lo parezcan..? Por desgracia, ya hay bastantes cosas en este mundo que, además de serlo, lo parecen: por ejemplo, los moralistas espesos y aguafiestas...
¿Pretenden acaso que matemos a las feas...? En todo caso, ateniéndonos a sus lúgubres teorías, sería preferible acabar con las hermosas. ¡Oh! ¡En un mundo de esperpentos, las tentaciones de la carne no llevarían tantos hombres al infierno....!


SONATINE DE PRINTEMPS

A Mlle. Paulette Gayraud

"J´adore chanter. Je chante oh! n´importe quoi et
n´importe comment, d´un bout de la journée à l´autre."

P.G. Lettre à A.G. 26-IV-1939

Je ne suis pas heureuse
de vous connaître,
j´ai eu le bonheur
dans ce désert
de surprendre votre chant
d´alouette charmante.
Et le joyeux fredons
de votre voix
ont transporteé aussitôt
mon coeur très loin.
Et dans les beaux parterres
de mon Madrid
j´écoutais la sonate
bleue et triomphale
de rires et de baisers
d´une autre fille
couronnée par les roses
du vent Avril....

Etes-vous brune ou blonde...?
Etes-vous faible ou forte...?
Cachez-vous sous les cils
Émeraudes ou saphirs...?
¡Et qu´importe tout cela!
N´êtes-vous très charmante?
Ça suffit.

Chantez comme l´alouette
vos chansons de gaîté.
Le rossignol d´Amour
répondra quelque jour.
Soit toujours votre vie
un avril gai et fleuri...

Saint-Cyprien, 30-IV-1939

EL ÚLTIMO VALS


Se llamaba Marujita
y era de Cuatro Caminos:
perfil de maja de Goya
y ojos de goyesco brillo.
Toda la gracia manola
que embruja Bravo Murillo
envolvía su silueta
con un chulón mantoncillo.
Refugiadas se encontraban
en un asilo de niños:
rosa rosada de carne
entre jazmines y mirlos.
Los frentes se derrumbaban
como un liviano castillo
y la piel del Toro ibero
traspasaban mil cuchillos.
Con mis Wickers humeantes
marchaba yo hacia el exilio:
senda horrenda del destierro,
via-crucis del vencido.
Como a una samaritana
la tropecé en el camino
y apagó mi sed ardiente
y me condujo a su asilo.
Un piano de dientes albos
bostezaba en un pasillo
y en un búcaro de jade
se mustiaban unos mirtos
Alguien preludió un vals lento
y me enlacé a sus bracitos.
¿Cómo a la niña temblaban
sus muslos de marmol fino!
Sobre su piel impoluta
triunfaba un alba de lirios
y bajo su blanca blusa
jugaban dos jilguerillos.
En una vuelta coqueta
uní a sus labios los míos.
¡Le quemaba la boquita
igual que un horno encendido!
Y la besé con locura
con el frenesí infinito
con que un condenado a muerte
debe besar a un hijito.
¡A las hijas de mi España
no volveré a dar besitos!
Muy cerca de Llagostera
bramaban mil estampidos.
Mi linda madrileñita
me clavaba sus ojillos
igual que un pez de pañales
de afiladisimo filo.
Mi alma ausente rondaba
los parterres del Retiro,
y con mi alma madrileña
sollozaba un organillo....
____________

Se llamaba Marujita
y era de Cuatro Camino.
No he de olvidarte mi niña,
mientras viva en el exilio.

Saint-Cyprien, 25 de febrero de 1939

ENSAYO I

Dites-moi ce que vous pensez de ceci: croyez-vous que l´amitié seule peut exister entre jeunes gens et jeunes filles...? S. V. Lettre à M. G. S. 15-V-1939

Mi encantadora amiga: Antes de entrar de lleno en la cuestión que me propone, permítame poner de relieve la delicadeza exquisita con que lo hace. ¿Ha rebuscado V. la palabra “jeunes gens” o se ha escapado de su pluma sin pensar...? En todo caso, es un detalle de vuestra finura espiritual. “Gens” es una palabra genérica, que igual conviene al hombre que a la mujer; y aunque, en francés, “jeunes gens” es sinónimo de “garçons” y “jeunes hommes”; con todo, su referencia al sexo masculino es menos clara y rotunda que en estas últimas; y, por ende, al plantear vuestra cuestión - un poco resbaladiza; sobre todo, por la intención, ¿no esto...? – entre “jeunes gens” y “jeunes filles”, la presentáis en los términos más sutiles, como una colegiala traviesa, pero inteligente. ¡Vaya!, la franqueza no es incompatible con la sutileza, ¿verdad?
Un escritor de vuestro país – creo que fue Saint-Lambert; pero no estoy muy seguro – resolvió el problema en estos términos crudos: “No es posible ser el amigo de una mujer, cuando se puede ser su amante....”
Claro que ésta no es mas que una solución aparente, porque, vamos a cuentas: ¿cuándo se puede ser el amante de una mujer..? That is the question, como decía Hamlet. Además, esta solución no vale para V., pues no puedo inferirle. La grave ofensa de pensar siquiera en su persona como en la de una probable Margarita Gauthier, dispuesta a echarse en los brazos del primer Armando que le ofrezca su amistad. Sin género de duda, V. no ha pretendido dar ese sentido pecaminoso a una curiosa pregunta. ¿No es cierto?
Vamos, pues, a fijar los términos de la cuestión, concretamente, integralmente, vuestro pensamiento. ¿Puede existir únicamente amistad, pura amistad, entre dos jóvenes de diferente sexo.... o derivará inevitablemente hacia el amor....?
He aquí –desde un punto de vista objetivo, eh...? – todo vuestro pensamiento. ¿Me equivoco? Creo que no. Vamos, pues, con la respuesta.
Antes de nada, haría falta trazar de una manera clara la línea divisoria entre el amor y la simple amistad.
¿Cuándo acaba la amistad pura para dar paso al amor...? ¿Cuándo el amigo deviene amante...? Ah!, no es cosa fácil determinarlo.
Con todo, yo opino que existe solamente amistad cuando no hay más que mutuo afecto o vinculación cordial desinteresada, nacida y mantenida por la afinidad de ideas, de sentimientos o de gustos; y yo creo que surge el amor, cuando ese afecto aparece netamente matizado por los colores de la llama sexual que se revela por el deseo de posesión. Y fíjese V. bien en que subrayo el adverbio netamente, pues juzgo por lo demás, que cualquiera otra forma de relación afectuosa entre jóvenes de ambos sexos, como la simpatía y la amistad, va siempre más o menos matizada por los colores de la sexualidad. El amor solo hace intensificar o destacar esos colores, dándole un tono cromático particular: el de la libido. Simpatía, amistad y amor, tratándose de relaciones entre hombre y mujer, pertenecen por tanto a la misma gama; y el amor no es más que una simpatía y una amistad en que el vínculo afectivo más fuerte y destacado es el que nace del atractivo sexual, del “sex appeal”, como dicen los ingleses.
En todo caso, el tránsito de la amistad al amor no es súbito, sino gradual, insensible, como el paso de la primavera al verano. Tampoco es siempre simultáneo ni siquiera bilateral. No es infrecuente, encantadora amiga, que uno de los amigos se enamore y el otro, no; que uno de ellos se atrinchere en la amistad, mientras que el otro salta al campo del amor. Tome usted buena nota de esto...
De todos modos, ¿es inevitable que la amistad entre jóvenes de ambos sexos, aunque solo sea unilateralmente, desemboque en el amor...?
Según, según.... Depende siempre de las circunstancias. Por de pronto, es indiscutible una cosa: que la mujer tiene, en términos generales, más propensión que el hombre, a convertir su amistad en amor. ¿Por qué..? Porque el amor, que no es más que un episodio en la vida del hombre, constituye cabalmente toda la historia de la vida de la mujer. Es una observación que leí hace años en lord Byron y que me ha parecido siempre rigurosamente exacta.
El famoso Dr. Freud ha querido ver en la sexualidad una última y radical motivación de todos los actos humanos. Yo creo que Freud exagera. Sin duda; pero también creo que el 95% de las acciones de las muchachas tienen en efecto consciente o incconscientemente, una motivación sexual. Y por lo que hace a las de los muchachos, una gran parte. No es, pues, extraño, sino al contrario, muy natural que las realciones amistosas entre muchachos de ambos sexos terminen muy a menudo en relaciones amorosas.
Dependerá, como he dicho ya, de las circunstancias. En primer término, del grado de intimidad de la amistad; en segundo, del temperamenteo, y en fin, de los encantos personales, de la educación, del medio social, de los prejuicios, etc. En España, por ejemplo, país meridional, de temperamentos fogosos, en que el sol quema la sangre, apenas si conciben las gentes la amistad pura y simple entre jóvenes de ambos sexos. La llama sexual es demasiado viva, y en efecto, esa amistad, si nó imposible, resulta desde luego difícil de mantener. En cambio, en un país escandinavo, es todo lo contrario. En general, los latinos son los europeos que se deslizan con mayor facilidad por el plano inclinado del amor.
El caso más improbable y raro de semejante metamorfosis es el de la amistad, mantenida exclusivamente por correspondencia. Es natural, por cuanto en tal coyuntura, solo pueden actuar como factores transformadores – y además, a distancia – elementos exclusivamente espirituales. Y sin embargo....
¿Conoce usted las bellas historias de los casamientos de Balzac con la Princesa de Hanski, y de Michelet con Athenaïs Mialaret..?
Un día,el glorioso autor de “Eugenia Grandet” alquiló una habitación en un hotel de Suiza. Estaba abriendo sus maletas, cuando se presentó en ella la Princesa de Hanski. Venía a recoger un volumen de novelas de Balzac que, antes de abandonar el hotel, había dejado olvidado en el balcón del mismo cuarto. Es mi autor favorito – le dijo la Princesa; y siempre viajo con sus libros.
El célebre novelista se presentó: Señora: muchas gracias. Soy Honorato de Balzac. A sus pies.
Gracias a tan feliz casualidad, se inició entre ellos una granca amistad, que mantuvieron algunos años a través de una cordial correspondencia. Un día Balzac recibió una carta muy interesante. La Princesa le anunciaba la muerte de su esposo y ofrecía su mano al novelista. Balzac la aceptó.
El caso de Michelet todavía es más bello y más notable. Aheanaïs era una joven institutriz francesa que hacia 1846 vivía en Viena en casa de un Cantacuzène. Gran admiradora de Michelet, en 1847 se decidió a escribirle una carta a propósito de su libro “Du Prêtre”. Esto fue el comienzo de una estrecha amistad y de una asidua correspondencia. Al estallar la Revolución de Viena, los Cantacuzene se retiraron a sus tierras; invitaron a Athenaïs a seguirles, pero, a pesar de los consejos de Michelet, no aceptó la institutriz. Y de pronto, en Noviembre de 1848, la joven se presentó sin previo aviso en el gabinete del historiador. Este se quedó estupefacto. La inteligencia y energía de esta débil mujercita no tardaron en suyugarlo, y a fines del mismo Noviembre, quedaron ya prometidos en amtrimonio. Los hijos de Michelet se enfadaron; la familia de Athenaïs – a la que pasaba Michelet 28 años, trataron asimismo de impedirlo. Pero fue en vano. En Marzo de 1849 se casaron. Su matrimonio fue tan dichoso que ellos mismo se creyeron en el caso de escribir de él en los términos más conmovedores. Athenaïs fue la musa que le inspiró y aun colaboró con él en “L´Oiseau” (1853), L´insecte (1856), La Men (1960), La Montagne (1867), L´Amour (1858), La Femme (1859) y La Sorcière (1862). En su libro “Ma Jeuneupe”, Athenaïs escribe: “Chaque jour, la pénétration de nos deux âmes, s´approfondissait davantage. J´étais lui bien plus qu´il n´était moi, par la loi d´attraction qui veut que le plus fort entraîne le plus faible... Ma respiration même avait fini par se régler sur la sienne.
Ya ve usted, pues, mi encantadora amiguita, cómo se puede incluso llegar a vivir una hermosa novela de amor, empezando por una simple correspondencia. En resumen: ¿puede existir una pura amistad, y nada más que amistad, entre jóvenes de ambos sexos..?
Sí; pero no es difícil, sino todo lo contrario, que se convierta en amor. A sus pies, señorita.

Saint- Cyprien, 19 de Mayo de 1939



RÊVERIE [34]
A Mlle. Suzy Valats



Suzette,
gentille brunette,
profil de femme sentimentale,
avec une bleue âme de colombe,
dans un corps frais et beuaux de rose
et "sex appeal" de grande star...

En regardant tes yeux vivaces
de miel, de flamme et de topazes,
je rêvais hier à des amours
de tendresses fines et plaisirs fous,
dans vergers gais et palais riches
entre violettes, dentelles et cygnes......

En admirant votre bouche jolie
- oeillets et fraise et ambroisie -
je rêvais hier des chauds baisers
qui énivrent et brûlent et qui caressent
parmi les bras alabastrins
d´une Aphrodite de seins divins...

Ensorcelé par votre silhouette
de vierge joyeuse, brune et sensuelle,
je pus oublier quelques instants
- oubli calmant et ineffable -
le drame affreux et trop tragique
de ces trois ans d´agitée vie...

Suzy,
poupée d´Albi
aussi charmante
et belle que France:
acceptez-vous comme un bouquet
         mes compliments d´ami galant,
         brodés de fleurs et de baisers
         comme le voile d´un madrigal...

Saint-Cyprien, 25-V-1939

ENSAYO II


Ce soir ma voisine d´étude m´a posé cette question: Crois-tu qu´on puisse aimer sincèrement le jeune homme avec lequel on correspond? Que l´amour naisse rien que par la correspondance...? Voulez-vous me dire ce que vous en pensez?

S. V. Lettre a M. G. S.  23-V-1939

Mi encantadora amiga: Decididamente a V. le gustan los temas de amor. Es natural. La mujer que a los 19 años no siente por ellos la menor curiosidad, aunque físicamente parezca que está sana, es indudablemente una anormal. Debe acudir cuanto antes a una clínica de Psiquiatría. A esta edad, una chica normal o sueña con el amor del hombre o busca místicamente el amor de Dios. En fin de cuentas, el misticismo de las muchachas no es, ni más ni menos, que una forma del erotismo. ¿Mi compatriota Sta. Teresa de Avila, qué otra cosa es vuestra Minón uniformada de carmelita y enamorada de Jesús...? Por esto precisamente la mujer pasa con tanta facilidad de uno a otro amor. Por esto cabalmente La Vallière entra con facilidad en un convento y Catalina de Borhen lo abandona.
Tenemos nosotros un instinto dinámico y fortísimo que empuja de una manera subterránea, pero incesante nuestra voluntad y nuestras músculos: es el instinto de la dicha. Pues bien, para las muchachas, como para las mujeres en general, la dicha es el amor [35].  Un filósofo genial, Nietzsche, ha escrito: “La felicidad de la mujer es: él me ama”. Y fijese V., mi encantadora amiga, en el pronombre personal “él”. Porque la mujer es dichosa no precisamente cuando ella ama, sino cuando ella se siente amada. Por esto vuestra primera pregunta encierra un sentido secreto que, al menos, está en vuestra subconsciencia, aunque naturalmente por el veto de vuestro pudor, no lo hayáis revelado claramente. Helo aquí: ¿Cree V. que yo puedo ser amada sinceramente por un hombre con el que tengo correspondencia...?
Pero no personalicemos la cuestión. Un ensayo debe ser un estudio impersonal. ¿No es V. de la misma opinión, señorita...? Vamos, pues, a analizar y desarrolllar vuestra segunda pregunta, puesto que ella encierra todo el tema. Veamos: ¿crees tu que el amor nazca nada más que por la correspondencia...?
Sí, señorita: en el anterior ensayo le he citado a V. el bello ejemplo de dos ilustres compatriotas vuestros: Julio Michelet y Honorato de Balzac. El amor puede nacer no solo por la correspondencia, sino por los medios más diversos y en las situaciones más extrañas. Una carta, una mirada, un gesto, un episodio, hasta una desgracia pueden ser ocasión del nacimiento de un amor.
Nosotros somos esclavos de Su majestad la Especie y como su arma más poderosa es el amor, ella la esgrime a su capricho, a cualquier hora y por doquier. Ahora bien, el mecanismo del amor tiene un nombre: seducción. Mas seducir es, según su etimología latina, atraer hacia sí pues el verbo “seducere” significa “ducere ad se”. Y para atraer hacia sí, es evidente que es preciso separar de los otros; y para separar de los demás, ofrecer alguna cosa en compensación pues nadie abandona a los demás gratuitamente. Por esto ha escrito nuestro Marcel Prevost que “pour séduire il faut ou donner de soi-même ou faire croire qu´on en donne.” ¿Y qué es lo que en la seducción amorosa se da o se hace creer que se da....? Sencillamente la dicha. La dicha es el principio, la consecuencia y la esencia del amor. En vuestra última carta me confesábais con encantadora ingenuidad: “Algunas veces pensando en un hombre, me parece que yo sería feliz, si me amase”. ¿Ve usted? La felicidad inseparable del amor. Un día el Conde Carlos de Sevigné escribió a Minon: “Les grandes qualités seules me touchent en amour; je ne puis aimer qu´une femme qui possède plus de vertu que la beauté”. Y la muy inteligente cortesana le contestó: “Detrompez-vous; nous n´aimons que le bonheur. La femme digne d´être chérie est celle qui l´augmente et la vertu n´est pas ce qui nous fait chérir”, exacto. Los neoplatónicos definían el amor como “la complacencia en la belleza”. He aquí a la Filosofía de acuerdo con la Galantería, a Máximo de Tiro con Minón. Sin duda, el gran despertador del amor es la belleza. Pero ¿qué belleza? Las dos: la del cuerpo y la del alma. Generalmente es la belleza corporal obra rápidamente, pero también superficialmente. En cambio, la belleza espiritual atrae lentamente, pero con pujanza y profundidad. La razón de este fenómeno debe buscarse en la misma naturaleza del Amor. Porque el amor busca instintivamente la permanencia, aspira a la perpetuidad. La frase “amor eterno” – eterna aspiración de los enamorados – encierra un hondo sentido. Ahora bien el instinto amoroso sabe perfectamente que la belleza corporal es transitoria y su encanto efímero, mientras que la belleza espiritual es permanente y su hechizo duradero. Por esto el amor inspirado por el talento suele ser más fuerte que el que inspiran unos bonitos ojos de esmeralda o una tez fresca de rosa... Así se explica que hombres célebres que no se distinguían precisamente por su cara bonita como Danton, Cervantes, Dostoieswki, Michelet, etc. hayan desposado, ya en su madurez, a lindas jovencitas seducidas por su genio y por su gloria. Bien es verdad que en muchas ocasiones, el origen de esas pasiones no era precisamente en las mujeres la admiración del genio viril, sino exclusivamente su gloria, que la vanidad femenina busca a menudo como pedestal de su belleza o de su ambición de distinguirse y eclipsar a las demás mujeres....
Señorita, os pido perdón por este análisis implacable, pero verdadero. ¿No es esto..? Pero admitida en bastantes casos la seducción verdadera por obra y gracia del talento del hombre, he aquí por qué, mi encantadora amiga, no solamente es posible que nazca el amor nada más que por la correspondencia, sino todavía más: este amor es a menudo más peligroso que el que nace directamente de la contemplación personal. La razón es clara; porque en este caso la pasión resulta de un choque de espíritus, de un encuentro de almas y por tanto sus raíces son profundas y netamente espirituales.
Por el contrario, la simple contemplación corporal engendra un conocimiento puramente superficial. Y a veces, el encanto producido por una cara bonita, se desvanece al primer cambio de palabras. Es que los ojos aprehenden simplemente la silueta, pero la correspondencia hace el retrato exacto del alma, sobre todo la de las mujeres. La correspondencia es el más alto exponente de la mentalidad individual. Y más todavía; del propio carácter. Si queréis conocer perfectamente a una mujer, leed sus cartas. De todos modos, si es fácil que el  amor nazca nada más que de la correspondencia, es muy difícil mantenerlo exclusivamente por cartas. La correspondencia es poco combustible para alimentar un incendio amoroso. En primer lugar, porque el amor quiere siempre la posesión del objeto amado y por ende, su presencia corporal. Un amor, nacido exclusivamente por correspondencia, no puede mantenerse mucho tiempo, si al fin no se conocen de visu los amantes. Las mismas fotografías son insuficientes. El amor es naturalmente desconfiado. De aquí los celos. Y por eso no reposa más que en la posesión personal. Además, en segundo término, el amor más espiritual tiene un 80% de sensualidad y naturalmente, se alimenta de satisfacciones materiales. Un beso de fuego vale por mil cartas galantes. Una bella joven es una bella rosa que tiene necesidad de la luz de otros ojos y del calor de otros labios. El amor, cebado exclusivamente de literatura, se marchita y muere, como las flores. Precisamente por esto, por el aspecto sensual del amor, si este nació de la correspondencia, puede asimismo amortiguarse y hasta extinguirse casi instantáneamente, cuando al fin se encuentran los amantes. Y esto ocurre fatalmente, cuando el amante desconocido se ha imaginado un tipo ideal del otro corporal y espiritualmente exagerado. La ilusión desmesurada es el peor enemigo del amor. ¿El peor...? Porque la ausencia no es menos terrible. Es preciso que el amor sea verdaderamente fuerte, apasionado, loco, para resistir al desfallecimiento natural, producido por la ausencia. Sobre todo, cuando la atmósfera que respiran los amantes está cargada de solicitaciones amorosas. El galán presente, por feo,  y tonto que sea, desbanca al galán ausente más encantador. Es una verdad evangélica.
Yo creo muy poco en la fidelidad de los hombres y no mucho en la de las mujeres. Desgraciadamente, el corazón humano es así....
Para terminar: ¿crees tú que se puede amar sinceramente al hombre con el cual se mantiene correspondencia...? Sí.
¿Qué el amor nazca nada más que por la correspondencia...? Sí.
Pero..........
A sus pies, señorita.
Saint-Cyprien, 28 de Mayo de 1939

ENSAYO III


Voulez-vous me parler du bonheur? Comment vous apparaît-il pour vous et la femme que vous aimeriez?
S. V. Lettre à M.G.S., 10-VI-1939

Mi encantadora amiga: Usted bromea. Sin duda.

¡Invitarme candorosamente a que os hable de la felicidad, precisamente cuando atravieso la situación más dramática de mi vida....! ¡Es formidable! Amiguita, V. es una magnífica humanista. O......¡quién sabe!, acaso una profunda filósofa. Porque si bien es cierto, como cantó Dante, que el mayor dolor es recordar la dicha pasada en la adversidad presente, no es menos evidente que la mejor coyuntura para determinar el valor de cualquier cosa, es precisamente cuando se nota su falta. Los bienes más estimables no se estiman debidamente cuando se goza de ellos. Pero así que nos vemos privados de ellos algún día, ¡cómo se les echa de menos!
¡La felicidad! ¡La felicidad! ¿Existe...?
Al menos, en un sentido absoluto – el estado perfecto por la acumulación de todos los bienes, como la definía Boecio – no existe en este mundo.
¿Y en un sentido relativo? Como la ausencia casi absoluta del dolor y la plenitud de la alegría y de la satisfacción...
Yo no soy un pesimista sistemático. Al contrario. “Creedme, mi querida hija, no es cosa tan difícil ser dichoso”, escribía la duquesa de Choiseul a la Marquesa Du Deffaut en 1775. Y yo opino como aquélla. Ahora bien, es indudable que nuestros momentos de verdadera dicha en este mundo son muy breves y poco numerosos. Como afirmaba Rousseau “apenas si hay aquí abajo más que placeres que pasan; pero dudo que se conozca una felicidad duradera. En medio de nuestras más vivas alegrías, apenas si hay un instante en que el corazón podría verdaderamente decirnos: Quisiera que este instante durase siempre”. Goethe, que vivió durante toda su gloriosa y larga existencia, cargado de honores y coronado de éxitos, que gozó de todos los placeres y de todos los bienes espirituales y materiales, hubo de confesar, al final de su vida que solo había sido verdaderamente dichoso media docena de veces.
En la Biblia – ese libro sagrado, que yo no puedo leer jamás sin una gran emoción – el Rey Salomón, que fue infinitamente más dichoso que Goethe, pasa revista a todos los bienes y placeres terrestres, para acabar pronunciando este juicio solemne: Vanidad de vanidades y todo vanidad.
Por otra parte, ni biológica ni psíquicamente está el hombre dotado para ser feliz. Hay una ley biológica formulada por el darwinismo, a la cual, en mayor o menor grado, no escapa ningún animal: es la de la lucha por la existencia. Y toda lucha es dolor.
Hay así mismo un estado permanente de conciencia, más o menos agudo, al cual no escapa ningún ser humano: el estado de angustia. Los últimos estudios sobre la Psicología de la angustia han conducido a esta conclusión de Heidegger: que la angustia humana tiene raíces existenciales. El hombre se angustia de su propia existencia, simplemente de encontrarse en el mundo. ¿Por qué...? ¿Se debe al presentimiento del hecho vital de la muerte, como opina Stekel...? ¿Se debe acaso, como yo pienso, a la terrible incertidumbre sobre el sentido y el destino de nuestra existencia..?
¡Cuántas veces paseándome solitariamente durante la noche, bajo el cielo estrellado y silencioso, me ha inquietado el deseo vehemente de perforar con mi pensamiento el firmamento, buscando la significación secreta de nuestras vidas en el torbellino infinito de los mundos!
¡Cuántas veces, ante el cadáver caliente de un amigo o camarada, me ha entrado el patético anhelo de despertarlo de su sueño eterno, para interrogarle sobre el misterio angustiador del Más Allá!
¡Cuántas veces, leyendo el libro de Job, escuchando la Quinta Sinfonía de Beethoven, me ha turbado el grito desgarrador de mi conciencia, preguntándome trágicamente sobre los supremos problemas de nuestra breve existencia!
Ha escrito Anatole France que para ser feliz, hay que ser mediocre. ¿Y no habrá que ser un imbécil...? Lo que no admite duda alguna es que la ciencia no es la dicha; que la ciencia no engendra la dicha. Aumenta, es cierto, la capacidad de gozar; pero también de sufrir.
Sin embargo, es indiscutible que la felicidad relativa – demasiado relativa – de que se puede gozar algunas veces aquí abajo no depende precisamente de cosas exteriores, de situaciones externas, sino de estados interiores, de situaciones de conciencia. Sus raíces son netamente espirituales.
Sin duda que los bienes materiales que hacen la vida más fácil y agradable, son factores muy importantes de la dicha, pero en modo alguno, esenciales. La felicidad es un lujo del corazón y no de otra cosa. Se puede ser desgraciado en un palacio y dichoso en una cabaña. Diógenes fue más dichoso que Alejandro, y Epicteto más que Epafrito.
En conclusión: la felicidad depende de nosotros mismos. Es un estado transitorio de conciencia. A menudo es cuestión de imaginación.
Ahora bien, este estado de conciencia  se encuentra sobre todo en el amor. El estado amoroso es el estado feliz por excelencia. El amor es la dicha. Victor Hugo ha escrito que la verdadera felicidad se encuentra en el conocimiento de que se nos quiere, de que se nos ama por nosotros mismos. Mas concretemos: el amor de que se trata es el amor sexual. La pasión amorosa, sincera, ardiente y compartida, es la felicidad terrestre. El Amor sexual, el amor por antonomasia es la dicha. ¿Por qué...? Porque el amor satisface o al menos, calma de momento las inquietudes fundamentales del hombre: las de su animalidad y las de su racionalidad, las de su carne y las de su espíritu. Contenta por igual al Angel y a la Bestia que llevamos cada uno dentro...
Además el Amor es un estado de elevación sobre la brutalidad de las cosas materiales; es en cierto modo, una situación de irrealidad. Me parece haber leído en Pascal que el amor es aquel estado de espíritu en que se ven las cosas como no son en realidad. Sin duda. El estado amoroso es un estado de ensueño: es un estado poético por encima de la prosa de la vida. El que ama, se sublima.

Restons perdus,
suspendus
au-dessus de la terre ironique et brutale
sans rien savoir,
sans rien voir,
révelés à la Vie Unique et Musicale....

Esta bella estrofa de Albert Samain pone de manifiesto la verdadera situación de los enamorados. Rousseau veía la suprema dicha en el ensueño. Pues bien, el Amor es el supremo ensueño y la más alta ilusión.
Yo os confieso, francamente, que he puesto siempre mi dicha entre los brazos y en el corazón de las mujeres bellas. Las adoro, a pesar de todas sus traiciones y defectos. Para mi el vino más embriagador es el que se bebe en la copita roja de unos labios de mujer preciosa; el manjar más exquisito, el de su carne de seda, sabrosa y abrasadora; el libro más delicioso, el de sus ojos de bruja, brillantes y perfumados; la sinfonía más emotiva su: “yo te adoro, mi vida”; el paisaje más encantador, el de su casta desnudez de Venus, voluptuosa que se ofrece púdicamente como una hostia de pasión en el comulgatorio del Amor...
Amiguita, me pregunta V. todavía que cómo veo yo la felicidad en lo que se refiere a mi y a la mujer que yo ame. La verdad, es una pregunta de carácter personal, cuya respuesta es impropia de un ensayo. Con todo, le voy a agregar sobre este punto cuatro palabras por pura galantería.
Yo creo – aunque no estoy muy seguro – que yo sería dichoso con una bella muchacha que me amase apasionadamente y que coincidiese conmigo en temperamento, en gustos y en ideas. Lo primero que tal vez hiciera feliz a una muchacha inteligente que cada día supiera ser oportunamente mi camarada, mi amiga, mi amante y mi esposa. Desgraciadamente este proteismo y aquella concordancia no se encuentran con facilidad. He aprendido por experiencia – y no propia, afortunadamente – que en la mayor parte de los matrimonios, los esposos no suelen estar de acuerdo mas que por la noche .... Y no siempre..... El encantador cuadro de Rembrandt y Saskia del Museo de Dresde, con el cual yo he soñado algunas veces, no es el cuadro de muchos matrimonios....
Sin embargo, no os descorazonéis, querida amiga. La bondad de corazón es un factor muy importante de la dicha y vos lo poseéis ya. Esperad al hombre ideal con el cual soñáis. Lo merecéis a buen seguro y probablemente vendrá....
A sus pies, señorita.

Saint-Cyprien, 16 de Junio de 1939


CREPÚSCULO ALBIGENSE

A Suzy Valats

La tarde languidece sensualmente
sobre un lecho de violas y amatistas;
tu reclinas sobre mi pecho ardiente
la cabeza de bella sultanita.

El ceñidor de oro del crepúsculo
rodea el talle azul de las montañas;
yo aprieto contra mi tu lindo busto,
ciñendo tu cintura delicada.

Y en tanto el cefirillo vespertino
las rosas y azucenas acaricia,
las sierpecillas de mis dedos finos
se enroscan de tu pelo en las sortijas.

Lentamente los fríos y las nubes
se enlazan tras los tules nocherniegos;
debajo de las alas de un querube
nuestras bocas se funden en un beso.

Y al par que el Tarn susurra su nocturno
al oído rosado de tu Albi,
yo me pego amorosamente al tuyo,
murmurando: Te adoro, mi Suzy....

Saint-Cyprien, 24 de junio de 1939


ME CONNAIS-TU....?


A Mlle. Suzy Valats avec mon portrait.

Me connais-tu, Suzy...?
Reconnais-tu l´ami...?

Regarde-moi aux yeux.
Ne te vois-tu dans eux...?

Contemple-moi la bouche
qui te dit: Mon amour!

Derrière mon front serein,
dans mon cerveau tu règnes.

Me connais-tu, Suzy...?
Reconnais-tu l´ami...?

Je suis triste et malade.
Un chaud baiser, mon âme...!

Gurs, 28-IX-1939

PETIT NUAGE

A ma chérie petite amie Mlle. Suzy Valatz pour sa
dernière lettre et l´artistique carte reproduisant “Voiliers à Argenteuil", aquarelle de Claude Monet.

Sur un lac d´émeraude et sous un ciel d´azur;
dans l´argentin bateau des rêves ingenus,
nous ramions de concert, en chantant insoucieux:
toi, ta chanson de joie; moi, celle de ma douleur.

Sur le miroir des eaux on voyait nos silhouettes
comme la voile svelte d´un voilier d´aquarelle...

Soudain....... un nuage léger le soleil nous cacha,
effaçant nos images de la surface du lac.
Tu fis quelques grimaces.... Je pris un air bien triste,
telle l´ombre délayée d´une brillante amethyste.

Mais .... le nuage passa vite.....Je me penchai vers toi
et le soleil et moi te baisâmes à la fois...

Gurs, 2-XI-1939

ENSAYO IV


Une dernière question à laquelle je te demande de répondre franchement. Aimes-tu une femme maquillée? Non pas maquillée comme un tableau de peinture, mais discrètement. S. V. Lettre à M.G.S. (27-X-1939).

         Mi encantadora amiga: Experimento un singular placer, desarrollando los llamados temas frívolos. Lo confieso sin ningún reparo. Me gustan asimismo las cuestiones filosóficas y científicos; aún los más abstractos y áridos. Pero siento una inclinación particular por desentrañazar los fundamentos profundos de los asuntos más banales de nuestra existencia.
         Por esta razón, aun cuando tu no me lo has pedido en esta ocasión, voy a tomarme la tarea de escribirte un pequeño ensayo a propósito de la pregunta que me haces en tu última carta sobre el tema del maquillaje de la mujer.
         Yo me río a mandíbula batiente de la actitud hierática y cómica de esos intelectuales vulgares, pero acaso más importantes de la Vida Primum vivere, deinde philosophare dice un adagio latino – y que solo saben hablar engoladamente de problemas trascendentales y transcendentes.
         Pero, qué problemas son los verdaderamente trascendentes...? Por definición, transcendente es todo aquello que trasciende, es decir, todo fenómeno cuyos efectos repercuten más allá del sitio y de la hora en que aquél se verifica. Ahora bien, esa repercusión puede afectar de manera principal o a la esfera propiamente individual o a la esfera propiamente social; es decir, referirse al ciclo vital de las existencias individuales o al ciclo vital de una sociedad. [36] Contrato social [37]. Pero también es relativa limitada la tracendencia de los segundos, puesto que depende en todo caso de las ....... contiguas que se producen por lo largo de la... Como es sabido! En ciertas épocas y pueblos son los valores humanos.
         Los valores religiosos los que alcanzan la cotización más alta; en otros pueblos y épocas, son los valores políticos; en otros, los económicos, etc. En cambio hay ciertos valores que no consiguen alcanzar nunca en las sociedades la elevada cotización de aquéllas y que sin embargo son perpetuamente valores en cartera en todas las edades y todas las latitudes de la Tierra. Son los valores vitales, es decir, los que tienen relación directa con el concepto y desarrollo de la vida del hombre, desde el punto de vista antropológico. Su trascendencia no es predominantemente histórica y externa, como la de aquellos, sino individual e interna. Ah! pero qué duda cabe que son asimismo valores transcendentes. Indiscutible. ¡Como que depende de ellos muy a menudo la felicidad o desdicha de las existencias individual! [38]. Porque no se trata ya precisamnete de la posición abstracta e ideológica del hombre frente a los problemas fundamentales de la vida, en general, sino de la actitud concreta y particular de los individuos frente a su propia existencia.
         No es propiamente una cuestión de ideas, sino de costumbres; mas de costumbres que se ajustan en patrones de vida, muchas veces irracionales, producto y reflejo de prejuicios ancestrales, que la evolución y progreso del mundo tienden paulatinamente a desterrar, pero que tardarán siglos y siglos en desaparecer cabalmente por este motivo: por la actitud absurda de inhibición y conformismo de la mayoría de los pensadores en lo tocante a estos asuntos vulgares. Es curioso que la dicha de los hombres dependa muy a menudo, como decimos de estas eternas minucias, y que sin embargo los intelectuales sabihondos y serios, se nieguen sitesmáticamente a ocuparse de ellas, calificándolas despectivamente de frivolidades.
         ¡Frivolidades...! ¿Por qué...? Yo quisiera que se me dijeses, por ejemplo, por qué razón la cuestión de la distinción entre la esencia es más trascendente e importante que el problema de la Moda, eternamente sobre el tapete en todas las sociedades terrestres. Yo deseariía que se me explicase por qué el viejo litigio ente las Iglesias latina y griega acerca de la procesión del Espiritu-Santo, merece atraer la atención de un pensador serio más que el estudio de la condiciones eugenésicas de la fecundación de la mujer...
         No; esa actitud despectiva de inhibición no es justa. A mi modo de ver, ningún tema, que se relaciones verdaderamente con la Vida, es indigno de consumir nuestra atención. ¡Va en él a veces nuestra felicidad! Y menos todavía, cuando se trata de problemas femeninos. ¡Depende a veces de ellos el rumbo de nuestra existencia!
         Se ha dicho con razón que los hombres hacen la historia, pero que a menudo las mujeres se la dictan. Y es verdad. En la política como en la Literatura, en la Filosofía como en las Costumbres, los caprichos de una mujer han sido frecuentemente estimulantes o factores decisivos. Por una mujer, lo mismo se desencadena la guerra de Troya que se compone la Sonata del Claro de Luna. El bello sexo igual seduce al joven París que a Beethoven.
         No recuerdo ahora qué agudo pensador hizo la observación de que si la nariz de Cleopatra hubiera sido un poco más larga, habría cambiado la suerte del Mundo. Probablemente, pues ni el nombre de Actium sonaría ahora en la Historia ni Augusto seguramente hubiera llegado a ser emperador. Sería en verdad curioso conocer cuantas suertes individuales y sociales han sido decididas, no ya precisamanete por un hechizo natural de una seductora hija de Eva, sino por un encanto suyo, completamente artificial. Los cosméticos, los perfumes, los menjurges de una coqueta han hecho siempre más conquistas en el mundo, que todos los generales y misioneres juntos. Para conquistar el Imperio de Francia, Napoleón tuvo que jugarse la vida en cien combates: a Josefina le bastaron unas cuantas coqueterías de mujer corrida...
         Lo que primero llama nuestra atención, al abordar el tema del maquillaje femenino, es el detalle significativo de encontrarnos ante un fenómeno de dimensiones universales. En efecto, la mujer se ha maquillado siempre: en todas las épocas y en todos los países de la Tierra. Cuando se estudia la historia del Arte primitivo, lo mismo entre los aborígenes actuales que entre los hombres de la Prehistoria, al examinar detalladamente sus manifestaciones, aparece entre ellas invariablemente el maquillaje de la mujer. Se pintaban ya la “Dama de Elche” y la “ Venus de Bassempury”, y se pintan en la actualidad, las indias de las Américas del Notre y las mujeres de los salvajes de la Polinesia.
         Por supuesto, las civilizaciones orientales y mediterráneas del Mundo Antiguo, el maquillaje femenino alcanzó grados de verdadero refinamiento. Sobre todo, en Egipto, Grecia y Roma. Mujeres como Nefert, Aspasia y Sabina Poppea debieron ser verdaderas artistas de la toilette. ¿Quién no ha oído hablar de las quinientas borriquillass que mantenía la célebre querida de Nerón para sus baños de leche...?  No hay má que leer a Ovidio para darse cuenta del refinamiento del maquillaje entre las matronas galantes de Roma. Hasta en el mismo Pueblo de Dios, las mujeres abusaban de tal suerte de los recursos del tocador que sus Profetas, principalmente Isaías, se creyeron en el caso de lanzar contra ellas las amenazas más furibundas. Pero en vano. El último profeta de Israel - San Juan Bautista – debería morir degollado a petición de una coqueta bailarina....
         Parecido éxito negativo alcanzaron los Santos Padres de la Iglesia en este punto. Un Tertuliano, por ejemplo, contra los afeites del bello sexo, no lo inquietaron lo más mínimo. Y es que las mujeres más devotas han preferido en todo tiempo su tocador al mismo cielo y no tienen inconveniente alguno en desafiar corajudamente las llamas eternas, antes que renunciar a su carmin y a su espejo... El cristianismo fracasó en esta ocasión, como fracasaron antes Dicurgo, Solón, Oppuis y todos los autores de leyes suntuarias, destinadas a reprimir el lujo de las mujeres. Por esto el maquillaje femenino entre los pueblos de la Europa cristiana ha tenido y tiene actualmente tanta importancia como entre los egipcios y los atenienses[39].  Sería curiosísimo saber cuaánto despilfarró en afeites la linda Marquesa de Pompadour de los 36 millones que costó al pueblo francés.... Las industrias de la toilette figuran seguramente hoy día entre las más lucrativas. Es muy probable que muchas francesitas no hayan sido en toda su vida el nombre de Pascal, pero todas conocen en cambio el de Mr. Cotty....
         Ahora bien, un fenómeno tan constante y universal como el del maquillaje femenino debe tener un fundamento profundo en la misma naturaleza de la mujer. ¿Cuál..? Analicemos la cuestión.
         La mujer se maquilla para parecer más bonita. Es evidente. El hecho de que muchas hijas de Eva, después de haberse pasado unas horas ante el espejo, se lancen a la calle más feas que antes, no es una objeción que valga la pena, pues es claro que no se trata de un efecto de su voluntad, sino de estupidez e inhabilidad. Aun en tal caso, están ellas perfectamente convencidas de parecer más bonitas y atractivas.
         Pero si la mujer quiere parecer más bella de lo que es realmente; si se esfuerza en aumentar con sus afeites sus atractivos naturales, ¿con qué fin lo realiza? ¿qué se propone..? Sencillamente, agradar y fascinar. Son los efectos naturales de toda belleza. La contemplación de cualquier objeto bello produce invariablemente en el espectador esas reacciones: primero, una sensación de placer, y en seguida, un movimiento de atracción.
         Pero agradar y fascinar ¿a quién? ¡Oh! Es cosa clara: al hombre. Las mujeres normales no suelen preocuparse mucho de agradarse mutuamente. Ee verdad que entablan con frecuencia encarnizados pugilatos por ver cuál de ellas viste con más lujo o se maquilla con más gusto. Mas solo es con vistas al hombre, en tanto en cuanto sus toilettes y sus afeites pueden ser esgrimidos con ventaja en las lides impuestas del amor y de la galantería. Aun en tales casos se preocupan mucho menos del efecto que puedan producir en sus amigas o compañeras, del triunfo de su vanidad y su amor propio, que de las reacciones que ellas aguardan por la parte de los hombres que las traen preocupadas. Así resulta que en un internado de mujeres solas, aunque sea de locas colegialas, éstas no suelen cuidar mucho su maquillaje. ¿Para qué..? No tiene objeto. ¡Ah! pero que franquee un día las puertas de su encierro un hombre joven, y las vereis inmediatamente a todas ellas precipitarse sobre su espejo para arreglar su semblante: las vereis abrir nerviosamente la polvera y manejar la barrita de carmín. ¿No es verdad, mi amiga gentil.....?
         Ahora bien, ¿por qué esta ansiedad instintiva de la mujer por agradar y seducir al hombre...? ¿Por qué este prurito de fascinación y de conquista..?
         He aquí que hemos llegado ya sin darnos cuenta al mismo sancta-sanctorum de la diosa Especie – En su famosa obra “Así hablaba Zarathrustra”, Nietzyche escribió estas palabras profundas: “En la mujer todo es un enigma y todo tiene una solución. Se llama maternidad.”
         Exactisimo. La mujer es la perpetuadora natural de la Vida y la responsable directa de la conservación de la especie. Ella es la que asume el principal papel en la renovación biológica del mundo por lo que respecta a la Humanidad. ¡Ah! pero para cumplir esta misión sagrada tiene necesidad indispensble del concruso del varón. No hay maternidad sin paternidad. Y precisamente por ello, la naturaleza empuja irresistiblemente a la mujer a agradar, a atraer y a seducir al hombre; y por ello y para ello cabalmente la ha dotado la Naturaleza de los encantos de la gracia y de los atractivos de la belleza.
         Esto no quiere decir, desde luego, que en la mujer, el instinto de agradar sea siempre una manifestación infalible del instinto de reproducción; pero sí que la explicación última y profunda de aquél hay que buscarla en la palabra sacremental: maternidad.
         Por lo demás, ya sabemos – a partir sobre todo de los descubrimientos del Psicoanálisis – que la vida instintiva no siempre se realiza en la esfera individual. Los instintos, y sobre todo, el sexual, pueden ser – y lo son de hecho a menudo – reprimidos, desviados y  transformados mediante un proceso lento. De sublamación o de abyección. Por esto, una mujer normal puede esforzarse perfectamente por agradar y atraer a un hombre, al margen de las intenciones reproductivas. No toda mujer es siempre y necesariamente una Afrodita. Puede también ser una Judith, una Juana de Orleans, una Vittoria Colonna o una Teresa de Avila.
         De todos modos, no deja de ser curioso y en fin de cuentas efecto de la sublimación del instinto sexual, que en muchos de esos casos, la influencia y atracción de la mujer sobre el hombre se traduzca en una obra de creación espiritual [40].
         Resulta, pues, de todo esto, que la inclinación de la mujer a agradar y a atraer al hombre es una tendencia natural, con raices profundas en la vida misma del sexo, y que por consiguiente, el maquillaje femenino, como una manifestación notable y típica de semejante inclinación, no es ni mucho menos, una costumbre banal sino cierto hábito específico con fundamentos biológicos de la mejor calidad.
         Cabalmente por esto han resultado en todo tiempo inútiles los esfuerzos y anatemas de los moralistas contra el uso del maquillaje femenino. No se lucha con éxito contra la misma naturaleza.
         Y por otra parte, ¿es que efectivamente hay algún fundamento serio para tachar el maquillaje de inmoral...? ¿Por qué ha de serlo...?
         Hace algunos años, tuve yo la curiosidad de rebuscar en los santos Padres de la Iglesia las razones que tenía ésta para anatematizar el maquillaje del bello sexo; y francamente, salí desencantado. Todos los alegatos que pude recoger en San Jerónio, San Cipriano, San Juan Crisóstomo, Tertuliano y algún otro – reunidos por cierto en “La Perfecta Casada” por Fray Luis de León – pueden reducirse a los siguientes:
1)    El maquillaje es una ofensa a la divinidad, porque es una enmienda irrespetuosa de la obra de sus manos..
         No hay inconveniente alguno en admitir como incontrovertible, para los efectos de la discusión, la concepción católica de un Dios personal, como autor supremo de la Vida. Pero aun así y todo, ¿no resulta verdaderamente ridículo creer que se distraiga la Divinidad en dar a esta muchacha unos ojos azules, a aquélla un lunar en la cara, a este muchacho una jiba de camello, a aquél otro, unas orejas de cerdo pollino...?
         El más ignorante sabe ya hoy perfectamente que estos detalles de nacimiento y constitución son efectos de la herencia biológica, obediente a las leyes de Mendal y no a los caprichos de ningún Dios juguetón. Recuerdo a este propósito una graciosisima ocurrencia del filósofo Hamydal en una divertida novela de Mauricio Dekobra. Resulta que el pequeño Hamydal ha nacido y vive en una casa de prostitución. Entre las pupilas, hay una negra. Un día el viejo guardián del burdel trata de explicar al chico el misterio de su nacimiento y el rapaz le interrumpe graciosamente: “De manera que si mi padre se hubiera acostado aquella noche con la negra, yo hubiese nacido de chocolate”.

2)    El maquillaje es inmoral, porque es una fuerte incitación a los pecados de la carne.

         Confieso que yo no temo poco ni mucho los pecados de la carne, sobre todo si se trata de una linda pendona, jovencita y cariñosa.... Pero vamos a cuentas: si el aspecto seductor del maquillaje es suficiente para condenarlo, como inmoral, ¿no es por ventura más tentadora e irresistible escuchar la relación detallada de los pecados de la carne de una joven bella Magdalena en la intimidad de un confesionario de una iglesia...? ¡Hay! Pero a pesar del terrible peligro contra la castidad para el catolicismo y sus ministros, la confesión no es un pecado mortal, sino nada menos que el sacramento de la Penitencia.....
         Pero más todavía: si el maquillaje femenino es tan ostentatorio a las buenas costumbres como quieren los Santos Padres, ¿por qué en los templos católicos se maquilla y se viste con lujo y se cubre de alhajas y pedrería a no pocas vírgenes y santas, patrocinadas por ricas cofradías..? ¿Por qué se rinde culto en las iglesias a tantas imágenes femeninas, más elegantes y fastuosas que Cleopatra o la emperatriz Josefina..? ¡Es divertido...!

3)    El maquillaje es inconveniente, porque iguala a las mujeres honradas con las públicas.

         Poco a pcoo, caballeros. Una mujer decente se iguala a una prostituta, cuando se entrega habitualmente a cualquier hombre, por dinero o por lujuria; cuando hace comercio con su cuerpo y su belleza, aunque sea mediante la farsa “honrada” de un contrato matrimonial de interés, bendecido por la Santa Iglesia y registrado por la Alcaldía... ¿Y es este el caso de las mujeres que se maquillan...?
         Además, si es absolutamente necesario que las mujeres decentes se diferencien en todo de las públicas, puesto que éstas se presentan en público vestidas, ¿por qué no exigir a aquéllas que se lancen a la calle totalmente desnudas..?  ¡Sería una distinción definitiva [41]! Pero en fin, no vale la pena de seguir refutando semejantes tonterías.
         El maquillaje no es cuestión de Etica sino de Estética, de Higiene y de Economía. No hay maquillajes inmorales, sino feos, antihigiénicos o caros. Las únicas inmoralidades a propósito del maquillaje son la venta de estos artículos al mil por cien o su fabricación en condiciones químicas tales que ataquen la salud de las que los usan. Pero, en fin, esto ya son cuestiones de policía y no temas de un ensayista.
         Ciñámonos pues exclusivamente al aspecto estético. ¿Es el maquillaje un factor de belleza en la mujer? ¿Aumenta los atractivos naturales del bello sexo? He aquí el problema fundamental, problema, por lo demás resuelto por sí mismo, porque si el maquillaje es de buen gusto, si es verdaderamente estético, si se ajusta a su canon esencial: la mayor belleza posible, con el menor retoque posible; si consigue asimismo la realización de sus fines esenciales: disimular las imperfecciones, destacar los atractivos naturales; en fin, si es un maquillaje discreto y “chic”, ¿qué duda cabe que el maquillaje es un factor importantísimo de belleza para la mujer? Y si es así efectivamente, el maquillaje no solo no resulta una costumbre vituperable como quieren los moralistas ......., sino al revés: recomendable. ¡No solo no es un prendo horrible, digno de ser castigado con las llamas del infierno como pretenden los teólogos católicos, sino un elemento de bienestar social, digno de ser propagado y perfeccionado.
         La Vida no suele ser precisamente algo poético y bello, sino prosáico y feo. Lo es precisamente la Mujer – este ser tierno, hermoso y seductor – quien tiene la misión natural de embellecer la Vida humana. ¿Cómo..? Con la belleza de su cuerpo y la dulzura de sus sentimientos. Por esto ha escrito Anatole France, que “el mayor pecado de una mujer es el de no ser hermosa.” Exacto. ¿Por qué, pues, vituperarla e insultarla, cuando emplea el maquillaje para aumentar su belleza..? Es absurdo. Lo lógico sería precisamnete lo contrario: enseñarle cuidadosamente el arte de maquillarse con refinamiento y oportunidad.
         Es curioso que en las Escuelas Nacionales de Muchachas donde se forma a los educadoras de la Nación, se les llene a los alumnos la cabeza de teoremas de Geometría rectilínea que probablemente no aplicarán en toda su vida y que en cambio, no se les diga una palabra de la Geometría decorativa del maquillaje, que aplicarán diariamente mientras vivan... Por supuesto, estoy plenamente convencido de que si yo, estando ya en libertad, me atreviese a proponer a la Sra. Directora de vuestra Normal el daros un ciclo de conferencias sobre los aspectos principales del maquillaje femenino (¡estético, higiénico, erótico, histórico, etc.) ésta telefonearía inmediatamente al manicomio más próximo, para que vinieran a ponerme la camisa de fuerza.- ¿Por qué este contrasentido..?
         ¡Oh! El maquillaje es algo banal, frívolo, sin importancia... (¡la eterna canción de los imbéciles estirados!). ¡Qué tontería! Una mujer puede ser completamente feliz sin haber aprendido el volumen del cono ni haber estudiado la pedagogía de Herbart; pero muchas muchachas han sido desgraciadas por no haber aprendido el arte endaimónico de conquistar el amor por el arte banal de maquillarse...
         ¡Qué tontería y además..., ¡qué farsa! Porque muchas de esas damas virtuosas y serias que se escandalizan en público de mis ideas atrevidas acuden privadamente a los Institutos de Belleza, para que les quiten seguramente de su rostro ajado los surcos de las arrugas, y patas de gallo...
         Porque, como tu observas muy atinadamente, mi querida amiga, muchas veces, los hombres que no toleran en modo alguno que su mujer se pinte, no por eso admiran menos a las mujeres que van pintadas...¡Ah! y a veces hasta les sufragan de su bolsillo los gastos de maquillaje... El tartufismo es así, amiguita mía.
         Por lo demás, yo no comprendo de ningún modo la actitud irreductible de esos hombres incomprensivos que rechazan a priori el maquillaje de la mujer. Me explico perfectamente que les repugnan esos cuadros pintados al óleo que parecen a veces algunos rostros femeninos. Es natural. En verdad que se necesita un buen estómago para dar un beso en la cara a una señora, tan repulsivamente engrasada. Pero estos esperpentos no son mujeres, sino máscaras de carnaval. Ahora bien, que se oponga sistemáticamente un hombre a que su mujer se embellezca con dispendio, empleando un maquillaje de buen gusto y discreto, me parece una solemne necedad.
         Y todavía hay otra necedad más extravagante, la de los hombres que admiten de buena gana que su mujer se maquille para salir a la calle, pero no para hacer la vida del hogar. Es decir, que estos buenos ciudadanos ven con buenos ojos [42] que su mujer se ponga guapa para agradar al vecino y se molestan en cambio si se embellecen para ellos solos... ¡El colmo!
         Para terminar, mi querida amiga, me permito darte un sincero consejo: maquíllate tranquilamente si te agrada. Maquíllate lo que te haga falta. El maquillaje estético hace a las mujeres bellas más bellas y a las feas, menos feas. Maquíllate con gusto y discreción. Y si algún hombre te aconseja lo contrario, no le hagas caso. Es un imbécil, un tartufo o un desquiciado....

Gurs, 5-XI-1939


















[1] Pch! Veremos. Ya sabes: las mujeres como los melones, a cala y a cata.....
[2] Y a continuación... me lo sigo preguntando todavía.
[3] Morena o rubia.
[4] Médico personal de Adolf Hitler.
[5] Es decir, una bestia fuerte, de buena planta, algo así como una jaca....
[6] La Coruña, 1885 - Santiago de Compostela, 1933. Médico, patólogo, publicista y escritor español. 
[7] Véase completa la poesía en el Apéndice.
[8] La carta del 6 de mayo 1939.
[9] La confidence de la capitaine. L´Espagne Républicaine, Décembre 1946.
[11] Veáse la poesía en el Apéndice.
[12] Me figuro la turbación que va sentir la niña al verla, sobre todo cuando llegue a aquellos versos candentes: “En una vuelta coqueta.... (hasta  “debe besar a un hijito”).
[14] Entre alambradas, Eulalio Ferrer. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1988.
[15] Albi, 15 mai 1939.
[17] Recuerdo una aguda observación de Beaumarchais en “Figaro”: “Voulez-vous donner del´esprit a la plus sotte: enfermez-la.”
[18] Véase el ensayo en el Apéndice. Espero que este trabajo le causé más impresión que “El último Vals”. Sobre todo, el atrayente relato de los casamientos de Balzac en la Princesa de Hansti y de Michelet con la joven maestra Athenais Mialaret.
[19] Palabra, arenitis, que utiliza mucho Eulalio Ferrer en su libro. Enfermedad de los habitantes de los campos de concentración.
[20] No tiene importancia – comentó Clemenceau, cuando se trató de ocultar a la opinión este detalle de la muerte de Faure.
[21] Carta número 3, 23 de mayo de 1939.
[22] Veasee la poesía completa en el Apéndice.
[23] En nuestro corto paso por ésta todo ase desvanece rápidamente: ilusiones, pasiones, satisfacciones..... A todos nuestros sueños más bonitos puede aplicarse la melancólica sentencia de Malherbe a la malograda hija de Du Perrier:

Mais elle était du monde
où les plus belles choses
ont le pire destin et rose,
elle a vécu ce qui vivent
l´espace d´un matin,,,

Pero siempre queda de ellas alguna reliquia, y a menudo....

[24] Véase el ensayo en el Apéndice.
[25] Jorge Simmel (Berlín, 1 de marzo de 1858 – Estrasburgo, 26 de septiembre de 1918). Filósofo y sociólogo alemán, representante del neokantismo relativista.
[26] Añadamos con todo en honor de la Marquesa de Châtelet que ni las leyes del péndulo ni las del movimiento uniforme le impedían  mostrarse con sus amigos, entre ellos, Voltaire, a los que a veces recibía en su .... de Cirey, hallándose desnuda dentro del baño....

[27] Carta número 4, Albi, le 1 juin 1939


[28] ¿Por qué ese afán absurdo de absorción..?
[29] Véase el ensayo en el Apéndice.
[30] Véase el ensayo en el Apéndice.
[31] Por otra parte, me declara que está desde ayer un poco indispuesta y que me escribe desde la cama.
[32] Vease el ensayo en el Apéndice.
[33] Es curiosa la flagrante contradicción de estos señors: por una parte, nos aseguran que el maquillaje es un elemento de seducción en la mujer; y por otra parte, nos dicen que no aumenta la belleza del bello sexo. Pues si el maquillaje no hace más bonita a una mujer, ¿cómo puede ser un elemento de seducción..? ¡Vamos!, un poco más de formalidad, señores.
[34] Carta número 4.
[35] “Querer y ser querida. Ni apetezco más ni conozco mayor fortuna” – exclama Dña. Francisca en “El sí de las Niñas” de Moratín (acto II, escena VII)
[36] En el primer sentido son trasnscendentes, verbi gratia, la educación de un niño o el medio social y económico en que se desenvuelve su pubertad. Y en el segundo......
[37] Indiscutiblemente la trascendencia de los primeros es relativa y limitada la existencia individual.
[38] Mas por lo mismo, también depende a menudo de ellos la muerte venturosa o desgraciada.
[39] Sin necesidad de apelar a los escritores galantes más conocidos (El Aretino, Francisco de Rojas, Brantôme, etc.), no hay má que consultar cualquier historia universal de alguna solvencia, para darse cuenta de ello. Nuestro Quevedo, refiriéndose a las damas mogigatas de la España inquisitorial de su tiempo, cuenta: “No hay cosa tan trabajada como el pellejo de una mujer hermosa. Todo cuanto ves en ellas, es ...... y no natural.....
[40] Sin mujer / no hay engendrar ni saber, cantó nuestro Antonio Machado
[41] Cuando ha llegado ya a la pubertad.
[42] Y como la cosa más natural del mundo.

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