El Ribereño Navarro

Artículos publicados por Manuel García Sesma en El Ribereño Navarro (Tudela, Navarra)


INDICE
1) El Estado y el Arte, 1924
2) La Protesta de Rubén, 1927
3) El Centenario de Bossuet, 1927
4) Los Caprichos de Goya, 1927
5) José Iturbi, 1927
6) Ha muerto un héroe, 1928
7) El Sentimiento Religioso y la Ciencia, 1928
8) El Concurso de Bellezas, 1929
9) Un inquilino ejemplar, 1929
10) La Novela Vivida, 1929
11) Doña Respectabilidad, 1929
12) Entre la Vida y la Muerte, 1929
13) ¿Qué comemos en Madrid?, 1929


APRECIACIONES
EL ESTADO Y EL ARTE
El Ribereño Navarro, 9 de noviembre de 1924, G. S.

         ¿El Arte debe gozar la libertad absoluta en cualquiera de sus manifestaciones? ¿Puede admitirse la intervención del Estado, a título de condicionar la existencia legal de las producciones artísticas?
Antes de responder a estas preguntas, empecemos determinando el valor y significado de los términos empleados.
         Y al hablar de libertad artística, no discutimos la física de que todo artista goza para escoger el asunto que le agrade; de producir lo bello, idealizando una cualquiera de las realidades externas. La reconocemos de buen grado, y también la responsabilidad correspondiente. Sin embargo, no todos opinan de este modo, y hay estéticos como Nüsslein, Drug y Ficker que niegan esa libertad rotundamente. Del “Manual de la filosofía del Arte”, párrafo 24, de Nüsslein son las siguientes palabras: “Sólo entonces puede la obra artística engendrar el placer estético, cuando en la producción de ella sigue su autor el impulso de una necesidad interior que le mueve como por instinto, cual si no tuviera conciencia de ello, con exclusión de toda mira y objeto final”.
¿Pruebas? Ninguna...
Tampoco discutimos, al hablar de libertad artística, si el artista ha de vaciar su inspiración dentro de moldes hechos y anteriormente admitidos; o si está, por el contrario, sobre las reglas y cánones de todas las preceptivas. Allá sigan con su pleito clasicistas y románticas.
Planteamos la cuestión de la libertad artística dentro del terreno puramente jurídico, y en tal sentido preguntamos: ¿puede admitirse la igualdad jurídica para toda clase de manifestaciones artísticas? ¿El Estado viene obligado a respetar por igual cualquiera obra de arte, sin distinción ninguna?...
Prenotemos.
El fin y razón de ser de la sociedad política y su organismo jurídico, el Estado, no es otro que armonizar las libertades de los ciudadanos para que se dirijan acordes a la prosecución del bien común. Este bien común consiste formalmente en la máxima consecución de bienes que perfeccionen su alma –bienes de la voluntad (Moral), de la inteligencia (Ciencia), de la sensibilidad (Arte)– e instrumentalmente en la máxima consecución de bienes que perfeccionen su cuerpo. De donde resulta que el Estado, por su misma institución, viene obligado a proscribir todo aquello que se oponga o entorpezca, dentro de la vida de relación ciudadana, la realización de esos objetivos. Esta debe ser su norma de conducta.
Ahora bien: ¿las manifestaciones artísticas pueden estar alguna vez en abierta oposición con el bien común, tal como acabamos de definirlo?
Semejante pregunta equivale a plantear una vez más la debatida cuestión: ¿el arte, la Estética en contradicción con la impureza? ¿Excluyese lo bello y lo inmoral?..
Sea de este problema lo que fuere, lo que no puede negarse en modo alguno es que existen de hecho composiciones y pinturas y esculturas que, sin carecer de mérito –y grande en muchos casos– literario, pictórico o escultórico, por su fondo, por su forma, actitud, etc., resultan profundamente inmorales. ¿Podrá, pues el Estado en tales casos, prohibir la libre circulación de esas obras literarias, o que se presenten a la vista de todo el mundo esas otras de pintura y escultura? Sin duda alguna. Y ¿por qué título? Pues a título de defender los principios fundamentales de toda sociedad política: los valores éticos.
Ni cabe objetar que el Arte cae dentro de los fines a realizar por la convivencia humana. No hay derechos artísticos que valgan enfrente de los derechos de la Moral. Pregunta Smiles: “¿si el arte no tiende a producir la pureza de la vida y la práctica del bien, ¿para qué sirve?”.


APRECIACIONES

La protesta de Rubén

Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León español.
Rubén Darío. Oda a Roosevelt.

27 de marzo de 1927, p. 1-2. Nº 13.

         No estoy conforme con la opinión expresada días atrás por una de nuestras primeras revistas ilustradas de que, si Nicaragua pasa a ser definitivamente dominio de los Estados Unidos, los restos de Rubén deben ser trasladados a tierra libre, porque el insigne poeta no hubiera querido seguramente descansar así: bajo la opresión del invasor, en tierra profanada...
         Yo opino, por el contrario, que esos restos venerables deben permanecer allí perpetuamente, aun cuando desaparezca Nicaragua del Mapa-mundi como Nación y sea anexionada como un Estado federal más a la República plutocrática de Gankilandia. Porque esos restos fríos, inertes, muertos serán siempre una protesta cálida, potente y viva contra la barbarie de un Estado pseudocivilizado que, en pleno siglo XX, conculcando los principios más elementales de la Etica y del Derecho, sin dar oídos más que a la voracidad imperialista de una taifa de banqueros, no vaciló en engullirse, del modo más indecente, a un pueblo indefenso y libre, sin más razón ni motivo que el guía nominor leo...
         Esos restos venerables deben quedar allí perpetuamente para que el día en que los pastores protestantes de New-York y de Washington oficien en la catedral de Managua, elevando al Altísimo sus preces pro salute et properitate de los cleptócratas de la Casa Blanca.., los hijos de los héroes que ahora se baten denodadamente por la independencia de sus país, de los leales del Dr. Sacasa –a quien yo me imagino, a quien yo veo, si la América española entera no lo impide, sucumbir gallardamente como Kosciusko, gritando ¡Nicaragua finis!– tengan también donde acudir devotamente a caldear su fe sagrada en la causa bendita de la liberación nacional y a confortar místicamente sus corazones, agarrotados por las tribulaciones de la servidumbre...
         Esos restos venerables deben quedar perpetuamente allí, para que, si se consuma definitivamente la expoliación política de la soberanía de Nicaragua, después de consumada la económica, sirvan de testigo y acusador constante contra uno de esos grandes latrocinios que ni el tiempo, ni las leyes legitiman afortunadamente por los siglos de los siglos... Ya lo dijo Víctor Hugo, refiriéndose a Polonia: “El robo de un pueblo no prescribe nunca. Estas grandes estafas no tienen porvenir, porque no se borra la marca de una nación, como se borra la marca de un pañuelo...”
         No. En esta hora menos que nunca, no hay que pensar en trasladar los restos del Rubén, sino en vivificarlos, en fustigar cruelmente, en dar de latigazos al león que custodia su tumba plañendo con amargura femenina, para que se levante como varón y encendido, en coraje santo, conteste valientemente al zarpazo cobarde y alevoso del capitalismo anglosajón.
         Y subrayo estas palabras “capitalismo anglosajón”, porque no es el noble pueblo americano, no es la masa trabajadora y productora, la que está llevando a cabo, hace unos años, el gradual estrangulamiento de la libertad americana... Es una cherinola de banqueros omnipotentes que, después de explotar a ese mismo pueblo como magnífico productor de sus riquezas y amasador de sus millones, le cuelga un rifle al hombro para que salga a la encrucijada de las repúblicas vecinas a desvalijar en sus provecho (el de los plutócratas) a sus hermanos, aumentando el tesoro de sus gavetas y el rebaño de sus esclavos... ¡Y esta ralea de salteadores de pechera almidonada son los que agitan a cada paso el espantajo comunista, paras asustar a los bobalicones y a las viejas...! ¿Pero es menos execrable y peligroso el bandidaje comunista que el bandidaje a la inversa de los capitalistas norteamericanos...?
         ¡Ah, el divino Rubén ya previó, a tiempo, toda la magnitud de la tragedia!
“Eres los Estados Unidos.
Eres el futuro invasor
de la América ingenua
que lleva sangre indígena.
Que aun reza a Jesucristo
y aun habla en español.”
         Así se expresaba Rubén Darío en su oda famosa a Roosevelt.

         Y porque previó oportunamente la catástrofe, adelantó del mismo modo su protesta. Aun no había ocurrido la primera intervención norteamericana de 1905, y ya el poeta, en el prólogo a sus Cantos de vida y esperanza, dejó escrito: “Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. Mañana podremos ser yankis (y es lo probable); de todas suertes, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter.”
         Mas la protesta verbal es poca cosa, si no tiene más trascendencia que un honrado desahogo de la conciencia. Rubén Darío lo entendió así, y por eso tras la protesta, insinuó valientemente la amenaza.
                  ¡Tened cuidado. ¡Vive la América española!
                  Hay mil cachorros sueltos del León Español”
El poeta tampoco se engañó en esta ocasión. Esos cachorros sueltos del León Español que son todos los pueblos de Hispano-América, están al lado de Nicaragua y esperamos fundamente que no consentirán su sacrificio.
         ¡Pobre infeliz América española, si no tiene, en estos momentos, un gesto digno que impida la repetición inicua, abochornante del caso de Panamá, de Cuba, de Santo Domingo y Puerto Rico.
         La bandera estrellada de los imperialistas norteamericanos no tardará en ondear con arrogancia de un extremo a otro de la cordillera de los Andes...


Crónicas madrileñas

EL CENTENARIO DE BOSSUET

El C. X., 2-10-1927, p. 2. Nº 40.

El 27 de Septiembre último se ha cumplido el tercer centenario del nacimiento de Jacobo Benigno Bossuet, que vino al mundo en Dijon, en igual fecha de 1627.
¿Quién fue Bossuet?
Creería francamente agraviar a los lectores de El Ribereño si tuviera la pretensión de descubrirles a este gran hombre, una de las glorias más brillantes de la Iglesia y una de las celebridades literarias más legítimas de Francia. Por fortuna, Bossuet es tan conocido entre los católicos como San Agustín, San Juan Crisóstomo y Santo Tomás de Aquino; y entre los heterodoxos ilustrados, tanto por lo menos como  Rabelais y Madame de Sévigné.
Mi objeto, pues, se reduce exclusivamente a dedicarle un modesto recuerdo, a sumarme al coro universal de admiradores que, a estas alturas, celebran su centenario por doquiera.
Porque Bossuet, francés por nacimiento, no pertenece exclusivamente a Francia, ni tampoco a Dijon y a la Borgoña, como todos los grandes hombres; pertenece a la Humanidad entera. Por doble motivo: por ser una de las figuras más excelsas de la Iglesia (que es una sociedad internacional espiritual) y por ser una lumbrera y un actor sobresaliente de la Historia de la Literatura universal.
Por eso en la República vecina, donde la pasión sectaria suele presentar generalmente caracteres de parcialidad más pronunciados, vemos en esta hora a los hombres públicos de más marcada significación izquierdista inclinarse respetuosamente ante el hombre de Bossuet y asociarse al homenaje de su centenario.
Hace dos meses, el ministro de Instrucción Pública inauguró en Meaux, en la casa donde murió el ilustre obispo, el llamado Museo Bossuet. Mr. Herriot quiso saludar “avec respect” como “en toute liberté”, la memoria del insigne pensador; y no hace muchos días que, en la Cámara de Diputados, Mr. Poincaré aducía asimismo en su apoyo la autoridad del Aguila de Meaux, con estas encomiásticas palabras: “Un de nos maîtres, qui se nommait Bossuet...
Exactísimo. Poincaré ha dado con la palabra propia: maître. Porque esto fue y es cabalmente Bossuet desde todos los aspectos: como orador y filósofo, como polemista y literato, como teólogo, exégeta, historiador, etc. En sus “sermones” como el “Discurso sobre la Historia universal”, en la “Historia de las variaciones protestantes”, como en su polémica con Fénelon, en fin en todas sus obras, Bossuet aparece siempre como un modelo perfecto y un maestro consumado.
Notre plus gran écrivain en prose”... le llamaba ese otro día en Le Matin S. Bouteyre. Nosotros no nos atreveremos a atribuirle igualmente la primacía entre los doctores de la Iglesia; pero si podemos afirmar redondamente que es una de las mayores lumbreras que ha tenido el Catolicismo.
Además, en Bossuet no hay que admirar solamente al pensador como sucede con otras muchas celebridades, sino al hombre, es decir, al sacerdote, al ciudadano y al individuo. Ni como obispo, ni como patriota, ni como hombre privado se le pueden poner tachas.
Cuando la mayoría de sus compatriotas, desde los más altos a los más bajos, se inclinaban servilmente ante la majestad deslumbrante del Rey Sol, Bossuet supo mantener siempre muy altas su dignidad de obispo y su independencia personal, sin mancharlas nunca con el lodo cortesano. Y a pesar de su amistad con Luis XIV, se resistió a secundarle con mucha habilidad y diplomacia, cuando aquel intentó avocar a Francia a un cisma religioso a propósito de la “cuestión galicana”.
Acerca de sus relaciones con el monarca, se cuentan varias anécdotas. Cuando Roma puso fin a la polémica con Fénelon, decidiendo a favor del Aguila de Meaux, Luis XIV, después de felicitar personalmente al gran obispo, le preguntó: “¿Y qué hubiérais hecho, si yo me hubiera colocado al lado de vuestros adversarios...?”
Sire, j´aurais crié cent fois plus fort –le respondió serenamente Bossuet.
Inflexible en la doctrina en la que había ahondado hasta los senos más profundos, la humildad, la tolerancia y la caridad eran las virtudes que sobresalían en sus relaciones con los demás. Nos frères séparés, he aquí cómo llamaba constantemente a los protestantes el autor insigne de la Historia de las variaciones.
¿Acaso no reputaba como una desgracia la ciencia que no produce y no acrecienta entre los hombres el amor y la fraternidad..?
El nos ha dicho: “Malheur à la connaissance stérile qui ne se tourne pas à aimer et se trahit elle-même.”


El Caballero X

LOS “CAPRICHOS” DE GOYA
El Caballero X, 16-10-1927, p. 2, Nº 42.
Acabo de hacer una rápida visita al Museo del Prado, ese templo maravilloso del Arte de la Pintura. ¡Oh, qué veloces y amenas pasan allí las horas, saturándose los ojos y el espíritu de colores y bellezas! Mi objeto era estudiar un poco los famosos “Caprichos” de Goya, que la primera vez que visité el Museo (ya hace algunos años), llamaron mi atención poderosamente.
Digo “estudiar” no porque entienda yo nada de dibujo ni pintura. Sobre este punto concreto, confieso humildemente mi ignorancia. Por desgracia, no estoy capacitado para valorar ninguna obra artística.
Pero es que en los caprichos del pintor famoso, no hay que ver solamente al dibujante, ni solo al consumado caricaturista, sino al hombre: al hombre de su época, del tiempo de Godoy y de María Luisa, del Dos de Mayo y de las Cortes gaditanas, al espíritu exquisito de don Francisco Goya y Lucientes, ya travieso y juguetón, ya reflexivo, ya irónico, y siempre derrochador de un ingenio feliz y agudísimo al servicio de una admirable técnica.
Esto es cabalmente lo que yo quería estudiar un poco en los Caprichos del artista: la psicología personal goyesca.
¡Y qué hermosa monografía podría hacerse a base de un examen psicológico de aquéllos!
La nota sobresaliente de los Caprichos es siempre el humorismo. Goya es un humorista formidable. Su lápiz maestro sabe sorprender el gesto cómico de todas las cosas, a la vez que su ingenio poderoso descubre inmediatamente sus relaciones con lo irónico y jovial. Inocente e intencionado, festivo y satírico, frívolo y profundo. Goya se nos revela en los Caprichos como humorista poliforme, original, interesantísimo. En ellos, ora juega como un chico, ora dice cosas graves como un viejo, o picardías de mozo, o chismes maliciosos de comadre...
¿Queréis verle haciendo travesuras? Fijaos en ese capricho (número 45) que representa a unas viejas hechiceras chupando la sangre a unos infantes, y leed la explicación que ha puesto abajo: “Las que llegan a 80 chupan chiquillos; las que no pasan de 18 chupan a los grandes. Parece que el hombre nace y vive para ser chupado. » O bien mirad ese otro (número 27) que representa a una mujer joven atravesando descalza y arremangada un río, en busca de su galán. “¡Lo que puede el Amor”! — comenta al pie el artista.
¿Queréis ver al caricaturista intencionado? Observad en el (número 18) a ese pobre ancianito, hambriento, andrajoso, de larga barba, que se arrastra tan encorvado sobre dos muletas, y fijaos en la leyenda que Goya ha escrito debajo: “¡Así suelen acabar los hombres útiles”!
¡Ah, pues a los tipos y costumbres de su época hay que ver la maestría con que los retrata! Hasta el jacobinismo de aquel tiempo asoma alguna vez la oreja en sus Caprichos. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, esa matrona joven (número 122) coronada de laurel, que con una mano empuña la balanza de la justicia mientras que con la otra arroja a latigazos a una bandada de cuervos a la que dice Goya: “No dejes ninguno”?
Sin embargo, de ordinario, el humorismo goyesco es equilibrado de buena ley hasta filosófico. Fijaos, si no en esos dos lechuguinos (número 5), que están de pie “flirteando” y en las viejas alcahuetas que aparecen sentadas en el fondo, y leed el comentario que el artista ha escrito: “Muchas veces se ha disputado, si los hombres son peores que las mujeres o lo contrario. Los vicios de unos y otros vienen de la mala educación; donde quiera que los hombres sean perversos, las mujeres lo serán también. Tan buena cabeza tiene la señorita que se representa en esta estampa, como el pisaverde que le está dando conversación, y en cuanto a las dos viejas, tan infame es la una como la otra.”
Mirad ahora el número 75: un hombre y una mujer atados con sogas forcejeando por soltarse y gritando que los desaten a toda prisa. “O yo me equivoco —explica Goya— o son dos casados por fuerza.”
Pues. ¿Y ese bello dibujo número 34 de las mendigas durmientes? “No hay que despertarles -ha escrito al pie don Francisco- Tal vez el sueño es la única felicidad de las desdichadas.”
No sigo más.
Cuando alguno de los lectores de El Ribereño venga a Madrid, le recomiendo que no deje de visitar (sino lo ha visto) el gran Museo del Prado, ni de detener en el mismo unos momentos ante aquellos caprichos rientes del inmortal pintor baturro don Francisco de Goya y Lucientes.

JOSÉ ITURBI

El C. X. (23-10-1927, p. 1-2). Nº 43.

         Ya que me consta positivamente que entre los lectores de El Ribereño, no solo residentes en Tudela, sino también fuera de ella (me acuerdo ahora de ti, querido amigo Pepito Jiménez) hay buen número de entusiastas filarmónicos, voy a ponerles los dientes largos, dándoles una impresión somera de los conciertos que acaba de dar en Madrid José Iturbi en el Teatro de la Zarzuela. Estos han sido tres: pero yo no he asistido más que al primero y al último.
En el primero, celebrado el día 11 de los corrientes, interpretó, acompañado de la Orquesta Sinfónica tres “conciertos” de Mozart, de Beethoven y de Listz. Además, la Sinfónica ejecutó sola, a manera de introducción al programa, la overtura de Freischüz de Weber, y José Iturbi, por su parte, de propina, un fragmento de El sombrero de tres picos y la danza de El amor brujo, de Falla.
A mi lo que más me gustó de esta primera audición, fue el concierto de Beethoven y la danza de “El amor brujo”, aunque excuso decir a ustedes que aplaudí calurosamente, como todo el mundo, al final de todos los tiempos de cada una de las obras del programa, a pesar de la recomendación expresa que, en los mismos se hacía al público de no aplaudir hasta el final de cada parte. ¿Pero quién es capaz de contener entusiasmo delirante que comunica al público el arte sublime de Iturbi, verdadero mago del piano, en quien se juntan y funden, en admirable síntesis estética el sentimiento y la mecánica, el gusto y la técnica; en quien la ejecución musical no significa tan sólo justeza, y pulcritud, y facilidad, y resistencia, y sentido de la medida, y elegancia, sino además, y por encima de todo eso, alma, sentimiento, expresión, vida...?
El tercer concierto, celebrado el 17 último, todavía me ha gustado más que el primero. En éste interpretó la mitad de los Estudios trascendentales de Frantz Listz y la mitad de la suite Iberia de Albeniz (las otras obras dos mitades de esas dos obras constituyeron la audición del día 14). Esta vez naturalmente, actuó Iturbi, sin el concurso de la Sinfónica. De propina (dos propinas) nos regaló dos sonatinas de Scarlati y la danza en mi menor de Granados.
Excuso decir a ustedes que lo que más gustó al público, fue la deliciosa suite Iberia, y entre las diversas partes de ella, la que más me emocionó a mi naturalmente fue Navarra (¡oh qué Navarra tan hermosa, tan recia, tan brava, tan “navarra”, la que sacó Iturbi, con la jota característica, recamada de filigranas, que sirve de tema la primorosa creación de Albéniz!) Después, me gustaron sobremanera El Albaicín, Triana y Jerez, y por fin, el Puerto, Malaga y El Polo.
Creo que la suite Iberia es lo que mejor ha interpretado José Iturbi, y como han dicho unánimemente todos los críticos musicales madrileños, es posible que otros pianistas de “primo cartello” igualen y aun sobrepujen al artista valenciano en la interpretación, v. gr., de los “Estudios” de Listz, u otras obras similares: pero lo que es en la interpretación de la suite Iberia, ejecutando música española, hoy por hoy, Iturbi es único: no hay pianista que le iguale.


Por algo, José Iturbi, es valenciano; por algo su genio artístico brotó como una flor más en esa región hermosa a la que se llama jardín de España; por algo José Iturbi pertenece a esta tierra bendita de artistas, Patria y cuna de Sarasate y de Gayarre, de Albeniz y de Granados, de Fleta, Raquel Meller y M. de Falla....




Crónicas madrileñas

EL CENTENARIO DE BOSSUET

El C. X., 2-10-1927, p. 2. Nº 40.

El 27 de Septiembre último se ha cumplido el tercer centenario del nacimiento de Jacobo Benigno Bossuet, que vino al mundo en Dijon, en igual fecha de 1627.
¿Quién fue Bossuet?
Creería francamente agraviar a los lectores de El Ribereño si tuviera la pretensión de descubrirles a este gran hombre, una de las glorias más brillantes de la Iglesia y una de las celebridades literarias más legítimas de Francia. Por fortuna, Bossuet es tan conocido entre los católicos como San Agustín, San Juan Crisóstomo y Santo Tomás de Aquino; y entre los heterodoxos ilustrados, tanto por lo menos como  Rabelais y Madame de Sévigné.
Mi objeto, pues, se reduce exclusivamente a dedicarle un modesto recuerdo, a sumarme al coro universal de admiradores que, a estas alturas, celebran su centenario por doquiera.
Porque Bossuet, francés por nacimiento, no pertenece exclusivamente a Francia, ni tampoco a Dijon y a la Borgoña, como todos los grandes hombres; pertenece a la Humanidad entera. Por doble motivo: por ser una de las figuras más excelsas de la Iglesia (que es una sociedad internacional espiritual) y por ser una lumbrera y un actor sobresaliente de la Historia de la Literatura universal.
Por eso en la República vecina, donde la pasión sectaria suele presentar generalmente caracteres de parcialidad más pronunciados, vemos en esta hora a los hombres públicos de más marcada significación izquierdista inclinarse respetuosamente ante el hombre de Bossuet y asociarse al homenaje de su centenario.
Hace dos meses, el ministro de Instrucción Pública inauguró en Meaux, en la casa donde murió el ilustre obispo, el llamado Museo Bossuet. Mr. Herriot quiso saludar “avec respect” como “en toute liberté”, la memoria del insigne pensador; y no hace muchos días que, en la Cámara de Diputados, Mr. Poincaré aducía asimismo en su apoyo la autoridad del Aguila de Meaux, con estas encomiásticas palabras: “Un de nos maîtres, qui se nommait Bossuet...
Exactísimo. Poincaré ha dado con la palabra propia: maître. Porque esto fue y es cabalmente Bossuet desde todos los aspectos: como orador y filósofo, como polemista y literato, como teólogo, exégeta, historiador, etc. En sus “sermones” como el “Discurso sobre la Historia universal”, en la “Historia de las variaciones protestantes”, como en su polémica con Fénelon, en fin en todas sus obras, Bossuet aparece siempre como un modelo perfecto y un maestro consumado.
Notre plus gran écrivain en prose”... le llamaba ese otro día en Le Matin S. Bouteyre. Nosotros no nos atreveremos a atribuirle igualmente la primacía entre los doctores de la Iglesia; pero si podemos afirmar redondamente que es una de las mayores lumbreras que ha tenido el Catolicismo.
Además, en Bossuet no hay que admirar solamente al pensador como sucede con otras muchas celebridades, sino al hombre, es decir, al sacerdote, al ciudadano y al individuo. Ni como obispo, ni como patriota, ni como hombre privado se le pueden poner tachas.
Cuando la mayoría de sus compatriotas, desde los más altos a los más bajos, se inclinaban servilmente ante la majestad deslumbrante del Rey Sol, Bossuet supo mantener siempre muy altas su dignidad de obispo y su independencia personal, sin mancharlas nunca con el lodo cortesano. Y a pesar de su amistad con Luis XIV, se resistió a secundarle con mucha habilidad y diplomacia, cuando aquel intentó avocar a Francia a un cisma religioso a propósito de la “cuestión galicana”.
Acerca de sus relaciones con el monarca, se cuentan varias anécdotas. Cuando Roma puso fin a la polémica con Fénelon, decidiendo a favor del Aguila de Meaux, Luis XIV, después de felicitar personalmente al gran obispo, le preguntó: “¿Y qué hubiérais hecho, si yo me hubiera colocado al lado de vuestros adversarios...?”
Sire, j´aurais crié cent fois plus fort –le respondió serenamente Bossuet.
Inflexible en la doctrina en la que había ahondado hasta los senos más profundos, la humildad, la tolerancia y la caridad eran las virtudes que sobresalían en sus relaciones con los demás. Nos frères séparés, he aquí cómo llamaba constantemente a los protestantes el autor insigne de la Historia de las variaciones.
¿Acaso no reputaba como una desgracia la ciencia que no produce y no acrecienta entre los hombres el amor y la fraternidad..?
El nos ha dicho: “Malheur à la connaissance stérile qui ne se tourne pas à aimer et se trahit elle-même.”


El Caballero X.
LOS “CAPRICHOS” DE GOYA
El Caballero X, 16-10-1927, p. 2, Nº 42.

Acabo de hacer una rápida visita al Museo del Prado, ese templo maravilloso del Arte de la Pintura. ¡Oh, qué veloces y amenas pasan allí las horas, saturándose los ojos y el espíritu de colores y bellezas! Mi objeto era estudiar un poco los famosos “Caprichos” de Goya, que la primera vez que visité el Museo (ya hace algunos años), llamaron mi atención poderosamente.
Digo “estudiar” no porque entienda yo nada de dibujo ni pintura. Sobre este punto concreto, confieso humildemente mi ignorancia. Por desgracia, no estoy capacitado para valorar ninguna obra artística.
Pero es que en los caprichos del pintor famoso, no hay que ver solamente al dibujante, ni solo al consumado caricaturista, sino al hombre: al hombre de su época, del tiempo de Godoy y de María Luisa, del Dos de Mayo y de las Cortes gaditanas, al espíritu exquisito de don Francisco Goya y Lucientes, ya travieso y juguetón, ya reflexivo, ya irónico, y siempre derrochador de un ingenio feliz y agudísimo al servicio de una admirable técnica.
Esto es cabalmente lo que yo quería estudiar un poco en los Caprichos del artista: la psicología personal goyesca.
¡Y qué hermosa monografía podría hacerse a base de un examen psicológico de aquéllos!
La nota sobresaliente de los Caprichos es siempre el humorismo. Goya es un humorista formidable. Su lápiz maestro sabe sorprender el gesto cómico de todas las cosas, a la vez que su ingenio poderoso descubre inmediatamente sus relaciones con lo irónico y jovial. Inocente e intencionado, festivo y satírico, frívolo y profundo. Goya se nos revela en los Caprichos como humorista poliforme, original, interesantísimo. En ellos, ora juega como un chico, ora dice cosas graves como un viejo, o picardías de mozo, o chismes maliciosos de comadre...
¿Queréis verle haciendo travesuras? Fijaos en ese capricho (número 45) que representa a unas viejas hechiceras chupando la sangre a unos infantes, y leed la explicación que ha puesto abajo: “Las que llegan a 80 chupan chiquillos; las que no pasan de 18 chupan a los grandes. Parece que el hombre nace y vive para ser chupado. » O bien mirad ese otro (número 27) que representa a una mujer joven atravesando descalza y arremangada un río, en busca de su galán. “¡Lo que puede el Amor”! — comenta al pie el artista.
¿Queréis ver al caricaturista intencionado? Observad en el (número 18) a ese pobre ancianito, hambriento, andrajoso, de larga barba, que se arrastra tan encorvado sobre dos muletas, y fijaos en la leyenda que Goya ha escrito debajo: “¡Así suelen acabar los hombres útiles”!
¡Ah, pues a los tipos y costumbres de su época hay que ver la maestría con que los retrata! Hasta el jacobinismo de aquel tiempo asoma alguna vez la oreja en sus Caprichos. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, esa matrona joven (número 122) coronada de laurel, que con una mano empuña la balanza de la justicia mientras que con la otra arroja a latigazos a una bandada de cuervos a la que dice Goya: “No dejes ninguno”?
Sin embargo, de ordinario, el humorismo goyesco es equilibrado de buena ley hasta filosófico. Fijaos, si no en esos dos lechuguinos (número 5), que están de pie “flirteando” y en las viejas alcahuetas que aparecen sentadas en el fondo, y leed el comentario que el artista ha escrito: “Muchas veces se ha disputado, si los hombres son peores que las mujeres o lo contrario. Los vicios de unos y otros vienen de la mala educación; donde quiera que los hombres sean perversos, las mujeres lo serán también. Tan buena cabeza tiene la señorita que se representa en esta estampa, como el pisaverde que le está dando conversación, y en cuanto a las dos viejas, tan infame es la una como la otra.”
Mirad ahora el número 75: un hombre y una mujer atados con sogas forcejeando por soltarse y gritando que los desaten a toda prisa. “O yo me equivoco —explica Goya— o son dos casados por fuerza.”
Pues. ¿Y ese bello dibujo número 34 de las mendigas durmientes? “No hay que despertarles -ha escrito al pie don Francisco- Tal vez el sueño es la única felicidad de las desdichadas.”
No sigo más.
Cuando alguno de los lectores de El Ribereño venga a Madrid, le recomiendo que no deje de visitar (sino lo ha visto) el gran Museo del Prado, ni de detener en el mismo unos momentos ante aquellos caprichos rientes del inmortal pintor baturro don Francisco de Goya y Lucientes.


LA PROTESTA TEATRAL


El C. X. , 20-11-1927, p. 1-2. Nº 47.

Ya se habrán enterado los lectores de EL RIBEREÑO de que, con motivo de haber gritado: ¡Muy mal!” al final del tercer acto del drama de J. Montaner “El hijo del diablo”, estrenado hace unos días en el teatro Fontalba, fue detenido por la policía el ilustre literato D. Ramón del Valle-Inclán.
         Prescindamos de si la protesta fue dirigida contra la obra, contra los actores o contra la numerosa clac y los espectadores que la aplaudían con entusiasmo. El hecho es que con motivo de una protesta teatral, tan correcta por lo menos como los aplausos, fue detenido el ilustre espectador.
         No es este un caso insólito por desgracia: ocurre en los teatros todos los días. En España, el espectador de una película o un drama no patea nunca impunemente el esperpento más monstruoso, a no ser que se trate de una protesta colectiva. Entonces si: la fuerza del número le salva. Pero desgraciado de él si inicia la protesta y no le sigue la mayoría. Ya puede tener más razón que un santo: que irá infaliblemente a la Comisaría.
         La protesta teatral es siempre una falta de cultura y un atentado contra el orden... Al menos en la estimación de la policía.
¿Y por qué no ha de serlo asimismo un aplauso? –preguntamos nosotros.
¿Qué diferencia material existe entre el grito de “muy bien” y el de “muy mal”, entre una salva de aplausos y una discreta silba o pataleo...? Muy poca.
         Y fíjense los lectores en que hablo de una “discreta silba o pataleo”, es decir, de la demostración externa, necesaria y suficiente para manifestar inequívocamente el desagrado. Lo cual nada tiene que ver con las groseras interrupciones, las exclamaciones procaces y modales descompuestos, con tantas manifestaciones de incultura como se ven por desgracia en nuestros espectáculos públicos y en las cuales está muy en su punto la intervención policiaca. Pero querer reprimir en absoluto toda protesta, toda manifestación de desagrado, aun la más consciente, razonable y culta, a eso no hay derecho. La reacción, la protesta contra lo inmoral, lo escandaloso, lo grosero es espontánea: es natural en todo hombre de buen juicio. ¿Y cuántos trucos licenciosos, imbéciles, disolventes, sin sentido común ni lógica, se quieren hace tragar, hoy más que nunca, a los espectadores teatrales?
Es curioso ese régimen de excepción espectacular, esa parcialidad, esa protección, esa intangibilidad de que gozan ordinariamente loas autores y actores de teatro. En un circo, en un campo de fútbol, en una plaza de toros, en fin, en todos los espectáculos públicos, el espectador es siempre libre para manifestar expresamente su entusiasmo a desagrado. En el teatro, no. En el teatro no hay más dilema que aplaudir o callarse. Con la diferencia irritante de que el teatro es el único espectáculo donde se admite tradicionalmente la institución de la clac, es decir, de una cuadrilla de asalariados, o cosa análoga con la misión de aplaudir la obra, por absurda e inadmisible que parezca. De donde resulta lógicamente, según este criterio policiaco, que hay que admitir a priori la bondad artística de todos los actores y autores teatrales, toda vez que el éxito lo decide la aprobación del público, y ésta es descontada –en apariencia, al menos, gracias a los esfuerzos de la clac– en todo estreno teatral.
         Cierto es, por fortuna que, fuera del teatro, hay buenos medios de ejercer la crítica, como son la prensa y el libre comentario. Pero, al menos, en las salas de espectáculos, los únicos que por lo visto tienen derecho a tener razón son los actores y autores de teatro.
         Y esto es indefendible.
         El derecho a la protesta culta es tan justo, por lo menos, como el derecho al aplauso. Lo mismo turba materialmente el orden de una sala de espectáculos una exclamación aprobatoria que un clamor correcto de protesta. El derecho de aprobar es correlativo del derecho de desaprobar. ¿Qué diríamos de un juez a quien sólo se le reconociera el derecho de absolver, de un tribunal de exámenes que no pudiese más que dar sobresalientes...?
         Ya sé la respuesta que se ha dado estos días, con ocasión del incidente referido, al reparo que proponemos. La manera de manifestar el desagrado en el teatro no se ha contestado –es el silencio.
¿Y nada más que el silencio...?
Pues el refrán castellano reza “quien calla, otorga.” Y si no, como dicen otros: “quien calla no dice nada”. Lo cual es más verdadero.
¿El silencio como protesta en un sitio, donde hay una clac dispuesta a alborotar en beneficio de la representación a todas horas? Tiene gracia.
Yo querría saber la cara que pondrían los autores y actores de teatro si el público, en uso de igual derecho que las empresas, organizará una contra-clac disciplinada, dispuesta a echar abajo por sistema todas las obras que se presentaran.
Ya veríamos si en las carteleras, de espectáculos leíamos tan a menudo esas leyendas: “Las patizambas. El éxito de la temporada. ¡984 representaciones! Letra de D. Ermeguncio Calabacines, música del maestro Zarzaparrilla...”
Lectores míos: si alguna vez debió implantarse y ejercerse el derecho de protesta, es precisamente en nuestros días.
Ahora, sí: para arrojar ignominiosamente de la escena a tantos títeres, mercachifles del arte y badulaques....



Crónica madrileña
Ha muerto un héroe popular
El Caballero X, Madrid. Octubre de 1928.

         En un modesto restaurant de la calle de la Cruz, ha fallecido repentinamente, a la edad de 74 años, uno de los tipos más populares y, a la par, uno de los caballeros más valerosos y de los varones más ejemplares de Madrid: don Juan Bomfil. “El Liberal” dio en primera plana, la noticia de su muerte bajo este epígrafe: “El señor de barba blanca que vendía periódicos en la acera del Ministerio de Hacienda, ha fallecido.”
         ¿Cómo? –dirá acaso algún lector decepcionado.- ¿Ese honorable y valeroso caballero no era un político, un militar, un hombre de letras...? Sí señor: Nada más que esto.
         ¿Pero es que la caballerosidad, el honor, la valentía son virtudes de alguna casta determinada, son valores al alcance exclusivamente de los que brillan, del que arrastra un sable, estrena un drama, o triunfa en el gobierno de un Estado…? Es que no puede ser tan caballero un albañil, como un duque; tan valiente el hombre que maneja un azadón como el que porta un fajín de general...?
         Pero don Juan Bomfil no era, además, un vendedor de periódicos vulgar. Su porte y su distinción le delataban. Pulcramente vestido, grave, digno, sus maneras revelaban una educación al margen del arroyo y un pasado en contradicción con el presente. Y así era efectivamente. Don Juan Bombfil tenía el título de abogado: había nadado en otro tiempo en la opulencia. Hasta que un día, graves reveses de la loca fortuna lo precipitaron como un rayo, en la ruina. ¿Cómo reaccionar ante conflicto semejante? Un hombre orgulloso se habría arrojado por el viaducto: un apocado se habría vuelto loco; un ladino habría recurrido a mil bajos procedimientos para vivir y aún seguir aparentando. Don Juan Bombfil no hizo nada de esto. Agarró un fajo de periódicos y se lanzó a venderlos a la vía pública. Aceptó el humilde oficio de vendedor de diarios... No se detuvo ante el fetiche de la respetabilidad, ni hizo caso alguno del estúpido qué dirán. Después de todo, ¿qué podían decir las gentes? ¿Qué podían murmurar sus conocidos...? ¿Qué se había arruinado...? Pues era la verdad... ¿Qué se ganaba la vida como el último proletario...? Pues era otra verdad. Pero verdad honrosa. ¿Acaso no es más digno vivir del trabajo honesto y propio, por ínfimo que se repute, que del “sableo”, de la bajeza o de la mentira...?
         En una sociedad menos hipócrita que la nuestra, el gesto de don Juan no hubiera tenido mérito alguno: en la sociedad presente, esclavizada por el respeto humano, sí. Decisiones de esa naturaleza son algo heróico, admirable, extraordinario. El fariseismo dominante no admite en estos casos más que un dilema: pegarse un tiro o emigrar a otro planeta. Pero que un ex industrial descienda a simple obrero, un ex comerciante a limpiabotas, un ex rentista a peón caminero... ¡horror! ¡Antes la muerte! Tenemos un empacho de soberbia, de falso honor social y de mentira. No comprendemos la dignidad en el infortunio. Vivimos de la farsa y de las apariencias. Nadie tiene el valor de aparecer tal como es. Nadie se resigna a vivir en el plano económico, que le corresponde. La dicha de las gentes actuales se cifra en aparentar lo que no son: en aparentar más de lo que son. La cosa es que las vean por la calle bien vestidas, andar en taxi, tomar café en los establecimientos más postineros, habitar un piso céntrico, ocupar en el teatro un palco, una barrera en la Plaza, brillar, relucir, figurar..., aunque sea a costa de estómago, de la dignidad o de la conciencia.
         Porque para estos todos los medios son lícitos: desde no comer hasta estafar, andar con trampas o cortar cabezas....
         En nuestra estúpida sociedad presente la cosa es aparentar.
         La verdad en la vida no se encuentra. Nadie se atreve a afrontarla. Para ello hace falta heroísmo: tener el valor moral de un santo.
         He aquí el mérito incomparable de don Juan Bomfil, el señor de la barba blanca que vendía periódicos en la acera del Ministerio de Hacienda.
         ¡Descanse en paz el caballero valeroso y ejemplar!


El centenario de Schubert

A mi querido amigo Pepito Jiménez Fernández, a quien debo la iniciación a los secretos emotivos de la “Sinfonía incompleta” y de los “lieder”.

El Caballero X, Madrid, Noviembre de 1928

El 13 de Noviembre próximo hará un siglo que falleció en Viena, en una antigua casa de la calle Kettenbrücke, uno de los artistas más geniales del orbe: Franz Peter Schubert.
Mal decenio para la música el tercero del pasado siglo XIX: en 1826 moría Weber, en 1927 Beethoven, en 1928 el pobre Franz Schubert.
Beethoven, muerto a los 56 años, hubiera necesitado diez años más de vida para crear las grandes obras que proyectara en sus postreros días. Más prematura fue la muerte de Weber, fallecido a los 39 años, cuando alcanzaba su genio la plenitud del florecimiento. Pero el malogrado Schubert se adelantó a ambos en emprender el viaje eterno: murió del tifus a los 31 años. No obstante, nos ha dejado una obra tan vasta y coruscante que su nombre brillará siempre como una estrella de primera magnitud en el tachonado cielo del romanticismo musical.
Es que una de las características del genio de Schubert era su asombrosa fecundidad. Schubert fue casi tan precoz como Mozart. A los 14 años era autor de varias obras.
En un solo año, el de 1815, cuando Schubert tenía 18, compuso dos sinfonías, cuatro sonatas, diez variaciones para piano, cuatro óperas, dos misas, un “Stabat Mater”, una “Salve”, algunas danzas y 144 “lieder”.
Lo más delicado de la producción de Schubert y lo que definió su personalidad, fue el “lied”. Ese exquisito género artístico, intima fusión de poesía y música, tuvo en el insigne compositor de Viena su más excelso creador. Compuso Schubert más de seiscientos “lieder”. ¿Quién no conoce “Margarita en la rueca”, “Erikönig” o el “Doppelgänger..?
Pero el talento musical de Schubert no era unilateral, sino polifacético. Todos los géneros éranle familiares.
¿Se quiere una muestra de su talento dramático? Ahí está, entre otras, la partitura de “Rosamunda”.
¿Se desea una prueba de su genio en música religiosa? Ahí están la “Misa solemnis” y la “Misa en mi bemol”.
¿Quiere admirarse al artista en música instrumental? Ahí están la “Sinfonía incompleta” y la “Sinfonía en do mayor”.
Ya lo dijo Beethoven en el lecho de muerte, al leer una obra de Franz Peter: “Schubert posee la chispa divina”.
El genio comprendió al genio.
¡Pobre Schubert! ¡Quién había de decirle que al año siguiente seguiría al “divino sordo” a la tumba y sería enterrado junto a él...!
También Schubert, en el lecho de muerte, se acordó del artista de Boon y, en los soliloquios del delirio, fue ésta su postrera exclamación: “No es verdad, allí no está Beethoven”
Hay otro punto de vista, distinto del artístico, desde el cual la figura de Schubert, se nos hace altamente simpática: el “humano”. Pocas veces un artista de genio ha poseído asimismo la modestia, la bondad y la sencillez del inmortal maestro vienés.
Schubert tenía un alma angelical. Decíase de él que la inocencia y la paz de su corazón eran indescriptibles. Por eso su vida privada se nos aparece limpia de aventuras. De él se puede decir lo que de las mujeres honradas que no tienen “historia”. Tal vez esta falta de “historia” ha perjudicado su nombradía. Porque es cierto que la fama de muchos grandes hombres no proviene tanto de sus obras como de sus aventuras. Habrá muchos que no hayan oído ni un solo nocturno de Chopin, pero que estén bien enterados de sus amores con la George Sand, que no conozcan la “Rêverie” de Schumann, pero sepan, que se volvió loco y que se tiró al Rhin: que no distingan una rapsodia de Lizt, pero estén al tanto de la encerrona de la Lola Montes y de las relaciones con la condesa de Agoult...
En cambio de Franz Schubert no se puede contar ninguna aventura, como la de un santo. Tan tímido como Beethoven, pero sin su hurañez, fue víctima de la miseria como él. Ni pudo lograr nunca algún empleo artístico digno de su valer, ni obtener provecho material de sus obras que despreciaron explotaron, gratuitamente casi, editores sin escrúpulos. Solo al final de su vida empezó a sonreírle la fortuna. Fue con motivo del primer aniversario de la muerte de Beethoven. Sus amigos organizaron un concierto, y en él alcanzó un triunfo clamoroso. Con parte del beneficio material pudo al fin realizar un anhelo de toda su vida: comprar un piano. Pero a los seis meses cabalmente falleció.
Falleció sin haber conocido las caricias de la vida, ni siquiera las caricias del amor. Amó a Teresa Grob bastante tiempo sin obtener correspondencia, y la pasión que le inspiró una de las hijas del conde de Esterhazy a la que daba clase de música, probablemente, ni se declaró.
No hubo quien escuchara sus inocentes palabras de amor…
Pero, en cambio los acentos de su lira, el lenguaje amoroso y romántico de tantos “lieder” inmortales, será escuchado eternamente por las almas delicadas con máxima emoción...

Lectores míos: por Schubert, en el centenario de su muerte una oración, un pensamiento y una flor....

El sentimiento religioso y la ciencia

Nº 105. El Caballero X. Madrid, Diciembre de 1928.
         Con este título ha aparecido recientemente en París un volumen de Robert de Flers con el traslado de una encuesta sobre el mismo tema, realizada, poco antes de su muerte, entre los miembros de la Academia de Ciencia de París por el malogrado directo del Figaro.

         La pregunta dirigida a los académicos era esta: “¿Se opone la ciencia al sentimiento religioso?” Y le acompañaba el siguiente comentario: “Nos interesa precisar que al hablar aquí de la ciencia, nos referimos a la ciencia en el sentido restringido de la palabra, de la ciencia que se limita a los hechos, pero que también ha realizado las “maravillas” que asombran a todos los espíritus: el vapor, la electricidad, el radio. En efecto, es esta ciencia la que la opinión considera como todopoderosa, y en ella piensa la opinión cuando se le afirma que la ciencia prohibe creer. Creo que es a los representantes de estas ciencias a los que se les debe plantear esta cuestión, excluyendo a los de las ciencias filosóficas e históricas, dejándoles por cierto, toda libertad para extender el debate a su placer.”
         Después de esta explicación, Robert de Flers, debiera haber agregado otra, precisando qué es lo que entendía por sentimiento religioso, concepto vago y general que se presta a toda clase de interpretaciones. ¿Pues no hay hasta quienes hablan de religiosidad y de sentimiento religioso al margen de toda religión y de toda creencia...?  Esto ciertamente no es comprensible, pues yo creo que lo menos que puede abarcar el concepto de sentimiento religioso es el sentimiento que anima a todo hombre que tiene una fe religiosa, sea cualquiera, cuando la ejerce y piensa en ella.
         Pero, en fin, no nos interesa por ahora fijar el contenido y el alcance de lo que se entiende por sentimiento religioso.
         De los ochenta y ocho miembros de la Academia de Ciencias, solo quince no han contestado por diversos motivos. Entre los setenta y tres que han contestado, no hay uno solo que haya contestado categóricamente, afirmando que la ciencia se opone al sentimiento religioso.
         Sólo hay dos respuestas restrictivas, la del matemático Emilio Borel y la de Juan Perrin, premio Noble del año pasado, por sus hermosos trabajos acerca de los infinitamente pequeños moleculares.
         Emilio Borel se limita a deplorar que la libertad de pensamiento y de discusión tan indispensable para el desarrollo de la ciencia, haya precisamente encontrado oposición en el sentimiento religioso, cuando con tal motivo a Darwin, a Galileo y a los ya famosos jueces de Dayton (Estados Unidos) que prohibieron, hace unos años pocos años, la enseñanza del darwinismo.
         Pero esta objeción manida está evidentemente fuera de la cuestión, pues no se refiere a una oposición entre la naturaleza de la ciencia y del sentimiento religioso, sino a una interpretación más o menos afortunada de ambas. Hace falta saber: si los jueces protestantes de Dayton obraban o no de acuerdo con los principios fundamentales del protestantismo, al prohibir la enseñanza del darwunismo: como si los jaleados jueces de Galileo Galilei estaban capacitados para condenarle, a cuenta y riesgo de los principios del Catolicismo. Es como si quisiéramos demostrar la oposición entre la libertad civil y la democracia por la tiranía de un Lenin o las persecuciones del presidente Calles...
         Juan Perrin ha sido más explícito. He aquí su respuesta:
         “Si el espíritu religioso representa una cierta aspiración sin dogma preciso, hacia un ideal de justicia y de bondad, con la esperanza o con la convicción de que el Universo realiza o realizará este ideal, entonces cambia la cuestión. El espíritu científico acostumbra a ser muy exigente cuando se pretende establecer o hacer probable una hipótesis particular. Y considero como indiscutible que la creencia, en cualesquiera de las religiones existentes, es menos probable que penetre o se establezca en un hombre que esté acostumbrado a los rigores  de un razonamiento científico, que en aquel para quien la ciencia sea extraña”.
         Habría que argüir muchas cosas a tan interesante respuesta.
Por de pronto hay que rechazar de plano la definición que Mr. Perrin da del sentimiento religioso al considerarlo como una especie de aspiración hacia un ideal de justicia y de bondad. Muchos ateos célebres que nunca tuvieron sentimiento alguno religioso, han tenido, sin embargo esa aspiración, desde el barón de Holbach a don Francisco Pi y Margall...
         Después hay que rechazar como infundada y como gratuita la aseveración de Mr Perrin de que la creencia en cualquiera de las religiones existentes, es menos probable que penetre o se establezca en un hombre acostumbrado a los razonamientos rigurosos de la ciencia.

         Cabalmente, el número de los sabios creyentes ha sido siempre mucho mayor que el de incrédulos. Por cada hombre de ciencias arreligioso se pueden contar noventa y nueve sabios cristianos. ¿Habremos  de aducir una vez más, el larguísimo catálogo de los Copérnico y Galileo, Kepler, Pascal, Descartes, Newton, Leibnitz, Linneo, Haüy, Herschell, Cauchy, Pasteur, Ampere, Röntgen, Faraday, Fresbel, Brandt, en fin, de los talentos más brillantes que ha tenido la Humanidad?
         ¿Pretenderá Mr. Perrin que todos estos grandes cerebros no estaban acostumbrados a los rigores de un razonamiento científico...?
         Hagámoslo constar una vez más: la religión y la ciencia no se oponen: se completan.

*****

EL CONCURSO DE BELLEZAS

El Caballero X. Madrid, Enero de 1929


         De memoria me sabía yo la zapatiesta que iba a armarse con el famoso concurso de muchachas guapas para elegir una reina de la belleza española. Y no precisamente por la finalidad principal de este concurso, cual era, como ustedes saben, elegir una muchacha que represente dignamente a España en el concurso parisiense de bellezas europeas, sino por la elección en sí misma por el simple hecho de designar entre las candidatas cuál debía ser la reina. ¡Ahí es nada! ¡Aventurarse, entre un grupo de muchachas bellas, convencidas además de su belleza, a decidir públicamente cuál es la más bonita de todas ellas...! Los señores del Jurado no meditaron detenidamente el berenjenal en que se metían: si no –estoy segurísimo– no aceptan.
         Ni la pobre chica que ha salido triunfante, debió prever tampoco los berrinches que iban a darle: si no, tampoco se le hubiera ocurrido presentarse.
         Porque a fe que el triunfo de la valenciana ha sido amargo.
         Por supuesto, que a ella ha contribuido, en buena parte, la indiscreción de la Prensa, por dar cabida en sus columnas a los desahogos verdulerales de las contrincantes. Todas esas rencorosas declaraciones de las derrotadas no debieran haber visto la luz pública.
         ¡Pobre Pepita Samper!
         No la conozco más que por los retratos. Desde luego que no es una belleza extraordinaria. Para mi gusto, me parece más bonita Carmencita de Toledo, la elegida reina de la belleza madrileña. Pero no hay derecho a ensañarse, como se ha hecho, con la linda valencianita.
         ¿Porque hay que ver cómo la han puesto sus rivales...?
         Que si tiene el pelo de tres colores, que si le falta un diente y lo lleva de oro, que si tiene los ojos verdes y las pestañas negras, que si es cargada de espaldas, que si es largirucha, que si es muy sosa... En fin, todo el repertorio de las murmuraciones de las verduleras.
         ¿No podía haber hecho la Prensa caso omiso de toda esta literatura comadresca....?
         Si el fallo es o no acertado, ¿tiene la chica la culpa de que haya sido elegida por el Jurado...?
         Claro está que, aunque la elegida hubiera sido una Venus, se habría armado la misma gresca.
         Y la razón es muy sencilla: porque, para las candidatas, la cuestión era de vanidad y de amor propio, y no precisamente cuestión estética. Ríanse ustedes de esas señoritas despechadas que han declarado que si la elegida hubiera sido fulanita o menganita, habría sido otra cosa. ¡Tonterías! Las postergadas hubieran chillado lo mismo y habrían dicho de la elegida las mil crudezas.
         No recuerdo en qué escritor leí hace mucho que entre dos mujeres no puede haber amistad verdadera, sino cuando una de ellas es fea o vieja. Es decir, que dos mujeres bonitas, por el sólo hecho de serlo, son incapaces de un sentimiento de simpatía mutua y rivalizan entre sí instintivamente.
         Si esto sucede en las relaciones ordinarias de la vida, cuando no asoma a la superficie el intento menor de emulación ni de competencia, ¿qué no ocurrirá cuando la hermosura se esgrime entre ellas como un arma, cuando las vanidades femeninas se declaran en abierta guerra...?
         Ahora añadan ustedes a todo esto la viveza de genio y la soltura de lengua que gastan nuestras amables compatriotas, y se explicarán perfectamente el espectáculo depresivo que nos han ofrecido las deliciosas nenas del concurso de belleza.
         Espectáculo que se repetirá inevitablemente en cualquier otro concurso que se celebre.
         Porque, como ha observado certeramente Kant en su ensayo sobre “Lo bello y lo sublime”: “Si una cierta dosis de vanidad no desfigura en nada a una mujer ante los ojos del sexo masculino, sin embargo, cuanto más visible es, contribuye más a dividir entre si al bello sexo.
         Se juzgan entre sí muy duramente no bien una de ellas parece obscurecer los encantos de las demás, y realmente, las que tienen grandes pretensiones de seducción, son raras veces amigas entre si en verdadero sentido”.
Se ve que el celebérrimo filósofo alemán conocía perfectamente a las mujeres.

Crónica madrileña
UN INQUILINO EJEMPLAR
El Caballero X, Madrid, marzo de 1929

         Hay que convenir en que los actuales inquilinos españoles tienen la mentalidad de un reptil de la edad mesozoica. Vive por esas calles de Dios cada inquilino que discurre lo mismo que un plesiosiaurio. En vano han pasado por la Humanidad más de cincuenta siglos de evolución y de progreso: el inquilino español sigue pensando con el cerebro de un troglodita.
         Hace cinco semanas tuve el gusto de hacer una visita a mi buen amigo don Juanito Lanas, un beatífico empleado del Estado, que habita un piso tercero y último en la calle de Válgame Dios.
         Lo encontré desesperado. Y me extrañó, porque Juanito Lanas gasta una mansedumbre verdaderamente seráfica. Pero me admiró más todavía el motivo de su desesperación.
-         Perdona, chico –me dijo, no bien me saludó. Figúrate: en cinco días se me han marchado cinco amas de cría y cinco domésticas. Y ahora no encontramos una ni a peso de oro. Ya ves qué conflicto. Con dos niños de teta, tres “chaveas” más y la mujer enferma, ¿qué hago yo ahora...? Tirarme por el Viaducto.....
-         ¡Caramba! Cálmate, chico. Todo se arreglará: que no es para tanto...
-         ¡Qué se va a arreglar! Imposible. El único que podía hacerlo es el casero, y a este no le da la gana.
-         ¿Cómo?, el casero...!
-         Sí, hombre. Figúrate que no tenemos más que una habitación para alojar a la servidumbre. ¡Pero qué cuarto, Virgen de la Almudena! Ninguno de los del pisito, como puedes observar, está decente: pero este de las muchachas es el colmo. Las ventanas no cierran bien, la puerta tampoco y presenta además unas grietas en el techo y las paredes por donde entran el frío y la nieve en invierno, los mosquitos y el sol en  verano, y el aire y la lluvia en todos los meses del año. Bueno: pues la cocina es otra alhaja. El grifo de la fregadera no funciona y la chimenea no tira apenas, de modo que las muchachas tienen que traer el agua a cántaros de la fuente más cercana y guisar ordinariamente entre una espesa humareda. Tú verás. Aquí no para una doméstica ni dos días. Las paredes fíjate asimismo qué luciditas andan y el pavimento... también él solo se alaba.
Me he tomado la molestia de rogar un centenar de veces al casero tuviera a bien hacer las reformas más indispensables, aunque fuera sufragando el gasto a medias. ¡Cómo si hubiera ido a contárselo a Cascorro” Me ha contestado desabridamente que las hiciera, si quería, por mi cuenta, y si no, que lo dejara el piso, que vendría a ocuparlo otra familia...
¡Y que todos los caseros están lo mismo! Esto es el colmo. Vamos a tener que recurrir al trogloditismo, a construirnos y guarecernos en unas cuevas. Pero, señor, ¿no le pago yo el alquiler a mi casero en abundante y buena moneda? ¿Por qué no ha de tener él la obligación de ponerme el piso en condiciones también  buenas...?
         Al llegar a este punto, atajé a Juanito. Vi que iba a endilgarme toda la retahíla de estúpidas acusaciones que están ahora de moda contra los pobre caseros –esos beneméritos ciudadanos que derrochan sus fortunas en construir albergues para la humanidad ingrata!-, y lo detuve. Hice más. Traté de convencerlo, con gran asombro suyo, de la justicia y probidad y legalidad (¡sobre todo de la legalidad!) de la conducta de los caseros más “abusones”, según los califican los inquilinos de cerebro estrecho.
         Porque han de saber mis lectores que yo soy un perfecto convencido de la infinita filantropía de los caseros...
         ¿Conseguí persuadir al buen Juanito...? Mi duda me quedó entonces, no obstante su aparente asentimiento.
         Mas he aquí la siguiente carta que, por medio de un continental, acaba de enviarme ahora mismo.
         “Mi querido Manolo. Cuatro letras para comunicarte dos grandes noticias: una triste y otra, alegre.
         La primera es que el 10 de los corrientes, al mediodía, se hundió una parte del pavimento de nuestro comedorcito, y mi mujer con la Encarnita fueron a aterrizar en el de los vecinos del segundo, que a la sazón estaban comiendo.
         Afortunadamente los míos sólo se salieron con el susto y unas leves erosiones, pero, en cambio, hicieron cisco toda la vajilla del vecino, la rajaron la cabeza a una criada y aplastaron a un lindo michino. Obligado a pagar los destrozos y a tapar por mi cuenta el agujero, estuve por suicidarme, pues, como andaba apurado con los gastos de la enfermedad de mi señora, no disponía más que de veinte pesetas con quince céntimos.
         Pero ahora viene la noticia alegre. El día 11, o sea al día siguiente, me tocaron en la lotería tres mil pesetas, y gracias a ellas, he podido sufragar al vecino los gastos del aterrizaje en su aeródromo, arreglar el agujero del comedor, lucir y pintar toda la casa, entarimarla, poner chimenea nueva y un grifo estupendo. Con que, después de todo esto, firmemente convencido por tus razones, de la filantropía y probidad de mi casero, he ido a comunicarle las gratas nuevas de mis reformas, llevándole al mismo tiempo de regalo unas mermeladas de Trevijano, un jamón en dulce de Casa Guinea y un par de melones de Villaconejos.
         Don Sisenando Aprovechadito –que así se llama mi buen casero– me lo ha agradecido infinito, ha aceptados todos mis regalos y al final me ha dicho: “Muy bien, Juanito. Así se hace. Menos mal que aún quedan en el mundo inquilinos sensatos y reconocidos, a la vista de tu generosidad y de las nuevas reformas que has hecho en el piso, este mes sólo e voy a subir la renta cinco duros...?
         Amigo Manolo: ¿he aprovechado o no he aprovechado tus lecciones?
         Adiós. Recuerdos de mi mujer y de mis hijos.
         Te abraza tu buen amigo.
         Juanito Lanas.
         Ah!, se me olvidaba decirte. Ya tengo doméstica y ama de crías. Están contentísimas. Vale”
         ¿No les parece a mis lectores que Juanito Lanas es ahora un inquilino ejemplarísimo...?

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Crónica madrileña

LA NOVELA VIVIDA
EL CABALLERO X, Madrid, Abril de 1929

         No sé la difusión que habrá alcanzado esta novísima publicación popular, iniciada el 5 de Mayo del pasado año con “La danzarina fusilada”, bosquejo de las andanzas y trágico fin de la célebre bailarina javanesa, Mata Hary, ejecutada por los franceses en los siniestros fosos de Vincennes, a causa de sus manejos de espionajes durante la Guerra europea.
         Son tantas las publicaciones que, a partir de la aparición en 1916 de la famosa revista semanal “La novela corta”, han venido posteriormente surgiendo a su imagen y semejanza que cualquiera nueva publicación de este género, por muy bien hecha y económica que sea, tiene forzosamente que tropezar con una fiera competencia que dificulta su difusión y conocimiento.
         De todas suertes, si “La novela vivida” no está muy extendida todavía, ciertamente que merece estarlo.
         No se crea por esto que yo soy un entusiasta de esta literatura breve y ligera, en detrimento del libro y de la lectura seria. Pero, dada la realidad de su aceptación por el gran público, me parece muy oportuno encauzar esta afición plebeya hacia las publicaciones de se género que sea menos perjudiciales y menos huecas.
         Y es lo cierto que de todo este diluvio de libritos –unos estúpidos, otros chirles y algunos verdaderamente rufianescos-, lanzados semanalmente a la voracidad del pueblo, de toda esta ralea de publicaciones cortas, “La novela vivida” resulta la menos perniciosa y más instructiva. Por lo menos, en sus páginas se aprende algo positivo. Deleita y enseña, que es lo que no cumple generalmente ninguna de sus cortas hermanitas.
         Los argumentos de esta flamante publicación son aventuras, viajes, descubrimientos, luchas, sucesos célebres, biografías, en fin, relatos históricos en los que las peripecias de los protagonistas constituyen verdaderamente novela vivida.
         De modo que son pequeñas novelas históricas, bastante más imparciales, por cierto, y más verídicas que sus hermanas las grandes. Se explica, en parte, esto por su condición de anónimas, pues al no aparecer los nombres de sus autores, estos no se ven en la tentación de desfigurar los hechos para hacer alarde de estas o aquellas ideas.
         Al menos, los números que yo he leído acusan una buena dosis de serenidad y de equilibrio.
         Y eso que sus argumentos se prestaban a toda clase de desahogos y apasionamientos. Y si no, véanse los títulos de algunos de ellos: “El Proceso Dreyfus”, “El Cura Santa Cruz”, “La muerte de M...”,La ejecución de Riego”.
         ¿Qué horrores no habrá dicho a propósito de estos temas un novelador sectario estilo Alejandro Dumas?...
         Y sin embargo, por regla general, en estos libritos, ni se desfiguran la verdad histórica ni se critica con arreglo a los perjuicios de un partido ni a los postulados de un sistema. La mayor parte de estos libritos no hacen más que relatar amenamente. Podrían adoptar como lema el que estampa N. Tasin al frente de su bosquejo histórico acerca de “La revolución rusa”: “Yo no supongo. Yo no propongo. Yo expongo.”
         En resumidas cuentas: que en “La novela vivida” se puede aprender algo de Historia.
         Así que me permito aconsejar a mis lectores, aficionados a leer publicaciones cortas, que, antes de malgastar el tiempo y el dinero devorando tanto librinchín imbécil como anda rodando por esos Kioskos, pidan un número cualquiera de “La novela vivida”.
         Siquiera aprenderán algo de Historia, y eso irán ganando. Además de que se distraerán a buen seguro tanto como con cualquiera de las otras.
         Conste, para terminar, que no tengo que ver yo nada con la empresa.
         Ni me pagan el reclamo.
         Por si acaso....
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COMENTARIOS
DOÑA RESPETABILIDAD
El Caballero X, Madrid, Junio de 1929

Pasaba yo anteayer mismo por la calle de Preciados, cuando tropecé con un amigo –persona “bien” y buena persona– que me saludó de esta manera:
-         Pero, hombre: ¿cómo sales por la puerta del Sol con alpargatas...? A lo mejor, te encuentras en esa facha a una discípula y vamos... Tienes que darte cuenta de que eres un señor profesor, y un profesor debe vestir con elegancia...
Buen amigo: vamos por partes.
En primer término, cuando yo salgo a la calle en alpargatas, lo hago en uso de un perfectísimo derecho...
Me lo permite el Derecho natural, que lo mismo me consiente salir descalzo que con abarcas...
Me lo permite las Ordenanzas municipales madrileñas, que no prohíben salir de casa en alpargatas.
Además, cuando salgo de esta suerte, es porque me agrada, me resulta cómodo y porque me da la real gana. ¿Está claro...?
En cuanto a lo que digas las señoritas discípulas, me tiene completamente sin cuidado. Por de pronto, ninguna dirá misa... El culto católico no admite sacerdotisas...
Por otra parte, yo tengo por norma de conducta obrar siempre de conformidad con mi criterio, sin importarme el parecer ajeno. El que acostumbre a dejarse castrar su personalidad habitualmente a beneficio de don Respeto humano, allá él con su gregarismo o su cuquería...
Yo no pertenezco a esa cofradía.
La Respetabilidad social es el ídolo ridículo de los que no respetan su libertad ni su conciencia: la diosa de los imbéciles, de los cobardes y de los sinvergüenzas... A mí no me ha asustado nunca “el que dirán”. Eso se queda para los moluscos sin carácter, para los vampiros que comercian con los valores morales y para los bombos que piensan siempre por cuenta ajena.
Pero vengamos al último extremo.
¿Con que un profesor debe trajear con elegancia...?
Vamos despacio.
Por de pronto, si entendemos la palabra deber en su sentido estricto, es decir, de necesidad moral o jurídica, nadie –que yo sepa- tiene obligación de vestir de una manera determinada, excepto los religiosos, los militares y algunos funcionarios públicos en el desempeño de sus funciones.
En la mayor parte de los países civilizados se acostumbra únicamente que las mujeres lleven faldas y los hombres pantalones y... eso es todo.
Ahora bien, si entendemos la palabra deber en el sentido de decencia y conveniencia social, yo entiendo que ese deber no puede rebasar el límite de las posibilidades económicas de cada uno, a menos que se admita que la decencia social es compatible con el latrocinio, la prostitución, las trampas y otros tantos medios a los que hoy se apela para vestir de seda, tener teléfono y andar de juergas...
A mi me hacen mucha gracia estos pretendidos deberes de conveniencia social y de decencia en perpetuo choque con el sentido común y con la lógica. Un profesor, un magistrado, un tenedor de libros deben trajear de “señoritos”, aunque ganen menos que un albañil, un fogonero o un hortera...
¿Por qué?
Y no es porque yo crea -¡ni mucho menos!– que el vestir con elegancia se debe reservar únicamente para los rentistas y para los plutócratas. Solo debe tener derecho a comer y a vestir decentemente el que trabaja. Así es como yo opino sobre este punto.
Pero me refiero a la situación presente, a la imperante moral burguesa. Si se exige al que ejerce una profesión liberal que vista con elegancia, ¿por qué no se le paga como debiera...? Y si se le da un salario de hambre, ¿a qué viene esa estúpida exigencia...? he aquí la contradicción inicua.
Lo más grotesco de la tragedia es que la inmensa mayoría de la clase media, lejos de comprender y sublevarse contra tal absurdo, acepta de buena gana esa moral filistea.
A las personas se las considera según trajean. He aquí todo lo que sabe la clase media.
Lo cual quiere decir ni más ni menos que la respetabilidad social es un artículo de trapería...
Para muchos cretinos, el que lleva colgando del pescuezo un pingo de colores, es persona de viso; el que no lo gasta, gente plebeya...
Por eso, el chupatintas y el funcionario público, que no ganan ni para mantenerse de pilongas, se embuten en un traje “último grito”, se colocan un garrote y un sombrerito, y miran despectivamente a los obreros...
Es la diferencia de clases. Ellos –los proletarios de corbata– pertenecen a la de los “señoriítos”; los otros, los del pañuelo, a los plebeyos.
¡Qué asco de sociedad humana! Vivimos en el reino de las apariencias, de la vileza y de la hipocresía... Esto es un nido de cucos, de comadrejas y de sabandijas...
¿Quién ha dicho que la especie humana, la de los bípedos pensantes, es superior a la de los peces o a la de los pájaros...?

Crónica madrileña
La epidemia del Tango

El Caballero X, Madrid, Junio de 1929

         No sé si por Tudela padecerán también ustedes la epidemia tanguera. Me figuro que no. Por esa no son ustedes tan imbéciles. Pero lo que es aquí, estamos de tangos hasta más arriba de la coronilla. Y digo estamos refiriéndome a una exigua minoría, porque lo que es la gran masa madrileña debe de tener “stangomanía”. Esta epidemia es peor que el cólera. Al fin éste duró unos meses; pero aquella lleva trazas de hacerse endémica. Sobre todo desde que Spaventa, hace un lustro y pico, se dejó caer por Madrid cantando tangos, la enfermedad se va agudizando terriblemente. Entra usted en un café, y se encuentra con la orquesta tocando tangos; se mete usted en un cine, y allá van tangos; coge los auriculares de la radio, trague tangos; asiste a un espectáculo de variedades, y prepárese a oír tangos; acude a un baile, y agárrese a danzar tangos; y si pisa un cabaret, el diluvio sin arca de tangos… Solamente en las iglesias falta ya que toquen tangos.
         En las clases de mecanografía las señoritas se dedican a copiar tangos, en las de piano, a tocar tangos, y en las reuniones, a hablar de tangos. El oficinista que marcha a su despacho y el obrero que se dirige a su trabajo, se entretienen por el camino tarareando tangos; los ciegos callejeros le tienden a usted la mano cantando un tango y hasta estos negros de variedades que se desencuadernan bailando un “charles”, te chapurrean en inglés un tango…
         Tengo yo unas vecinitas que me despiertan todos los días cantando tangos. Lo peor es que no saben más que “Mamita” y “Esta noche me emborracho”, y ya me están emborrachando a mí los hígados con tanto tango…
         Esto es el delirio, la demencia, para volverse loco…
         Y no es que yo sea precisamente un enemigo del tango. El tango legítimo, popular, anónimo es una canción sentimental, bonita. Expresión poética, dulce y melancólica, de las emociones del alma criolla, nacida espontáneamente en los campos y arrabales argentinos, es como nuestra jota y “cante jondo”, un arte ingenuo, delicioso y emotivo, quintaesencia de los sentires populares. ¿Pero qué tiene que ver todo esto con la serie de paparruchas y camelos que aquí nos sirven como legítimos tangos?
         Estos tangos de exportación y de encargo, paridos en un chamizo de Buenos Aires, cuando no en Montmartre o en Chamberí, no sólo no tienen que ver nada con las palpitaciones del alma criolla, sino que son la expresión más acabada de la ñoñería y de la idiotez sentimentalistas. Cualquier componecopias de ciego que sabe decir “pebeta”; “chinita” y “milongas”, escribe un tango quejumbroso y majadero…
         De prolongarse algo más esta “tangomanía”, va a ser cuestión de rogar a Dios en las letanías:
         “A tangorum peste, liberanos Domine”.
         De la peste de los tangos, líbranos, Señor…

Crónicas madrileñas

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

El Caballero X. Madrid, nº 137, 11-8-1929 


Esta película científica que anda, hace un mes, recorriendo todas las salas madrileñas de espectáculos, lleva las trazas de superar el éxito de “El demonio y la carne” o de “Ben-Hur”. Desde luego que es interesantisima y sugestiva. Sin embargo, esto no explica su prolongada permanencia en los carteles, en plena temporada veraniega. El secreto del éxito, en mi sentir, estriba en las dos advertencias estampadas en los anuncios: “Prohibido en absoluto la entrada a los menores. Se aconseja a las personas impresionables que se abstengan de acudir.”
Y no es que se trate de una película inmoral o truculenta. Nada de eso. Son sencillamente operaciones quirúrgicas, realizadas en los hospitales de Madrid y Barcelona, por los doctores más acreditados de la Península: Recasens, Cardenal, Taboada, etc. Los casos más numerosos y sorprendentes son los de partos difíciles o anormales.
Desde luego que, por esto mismo, es una película inconveniente para menores, aunque esté hecha con una pulcritud irreprochable. Y en general, es inconveniente para las personas impresionables por lo cruento del espectáculo. La noche que la presencié yo en el Eslava, acudí con un amigo. Pues bien, llegó un momento en que éste se tapó la cara con las manos para no ver como le abrían a un paciente la cabeza con el martillo y el escoplo. Otras varias personas abandonaron la sala a los primeros cuadros.
Por esto, están en su punto las advertencias que se hacen en los anuncios. Pero la gente, tomando el rábano por las hojas, cree erróneamente que se trata de algún inmoral o peligroso y llena las salas donde se exhibe la película. Es curioso.
En algunas naciones, en la Argentina por ejemplo, los espectáculos licenciosos o peligrosos (no hay que confundir la licencia con el peligro: no son lo mismo), tienen la costumbre de advertir en los anuncios: “No apto para señoras, o menores, o solteras.”
¿Hasta dónde llega la prudencia del aviso...? Porque aquí produce ciertos contraproducentes. La compañía de Hortensia Gelabert tuvo a bien hacerlo, hace unos meses, cuando estrenó “La prisionera” en el teatro del Centro, y se llenó la sala de mujeres.
De todos modos, la advertencia no me parece inoportuna. El que no la tenga en cuenta, allá él. Es como esos frascos de veneno que se ven en las farmacias, con una etiqueta funeraria que aconseja: “No beber. Peligro de muerte”. Pues el que, a pesar de todo beba............ que reviente.....

A la caza de don Juan

Seguramente que se habrán enterado mis lectores de la campaña que la Policía gubernativa, con motivo de la matonada de la calle de la Salud, ha emprendido, por orden del Gobierno, contra los piropeadores callejeros. Todos los días cae aquí una redada de galanes que va a dar con sus huesos en la cárcel.
Porque ya no se persigue precisamente al galanteador mal educado e inoportuno, sino a todos, al que erupta una grosería y al que recita un madrigal... Esto es un poco exagerado. Decirle a una morena: “Tiene V. unos ojos más parlanchines y grandes que un disco de gramófono”, no es un delito contra el honor o un homicidio.... Me ha venido contando un amigo que ayer vio en la calle de Alcalá un espectáculo curiosisimo. Un muchacho que dice una galantería de buena ley a una modistilla: un guardia que va a detenerlo y la chica que, “agarrándose al brazo del “pollo”, se interpone entre él y el guardia, diciendo a éste: “Amos anda, señor guardia; si es mi primo..” Y libró el “pollo” de la “Comi”.
Algunos chuscos se han puesto en los dados interiores de la americana dos cartelitos. Y uno dice: “Guapa”, y el otro: “Fea”. Y los dos van mostrando a las transeuntes según los casos. No es que yo sea precisamente un exaltado panegirista del piropo callejero. Contra el soez y grosero, toda la dureza me parece poca: en cuanto al otro, me parece que es un oportuna la indulgencia.



¿QUÉ COMEMOS EN MADRID?

El Caballero X. Madrid, nº 138, 18-8-1929

He aquí una pregunta más dificil de contestar que esta otra: ¿cuándo vendrá el fin del mundo...?
Me la he hecho a mi mismo más de una vez al sentarme a comer a la mesa o tomar cualquier cosa en un establecimiento público. Pero ahora me la he vuelto a sugerir una sencilla noticia, leída ayer en la Prensa. Hela aquí: “Los inspectores veterinarios Municipales de servicio en el Mercado de los Mostenses, don José María Sembi y don Miguel Lorenzo Torrijos, han inutilizado, durante el mes de Julio último, 23.584 kilos de pescado por no reunir condiciones para el consumo, correspondiendo: 5.713 kilos a las sardinas inutilizadas, 4.169 a boquerones, 1.347 al atún, 1.090 a la merluza, y el resto a otras varias especies de pescado. En el mismo mercado, y por los inspectores veterinarios señores Villarta y Polo, se han inutilizado 192 gallinas y 414 conejos por hallarse en descomposición.”
Total: ¡24 toneladas de podredumbre, con destino a los estómagos de los habitantes de Madrid, recogidas por los inspectores municipales en un solo mes y en uno sólo de los once mercados públicos de la Corte..!
Con ser enorme y laudabilísima la labor sanitaria realizada por las Inspección municipal, sería cándido suponer, a pesar de todo que es suficiente para garantizar la pureza de los alimentos que ingerimos. La prueba es la frecuencia con que aparecen en los diarios noticias referentes a intoxicaciones y envenenamientos por haber tomado alimentos adulterados.
La inspección municipal se ciñe, con relativa eficacia, a los mercados abastecedores. ¿Pero acaso pasan por estos el noventa por cien de las sustancias que ingerimos al cabo del día?
¿Quién vigila diariamente a los lecheros, panaderos, carniceros, hueveros cafeteros, etc., etc.?
Tengo yo un amigo y paisano, empleado en una gran fábrica de embutidos que me aconseja hace unos días: “Si no quieres acortar la existencia, no comas, en Madrid, embutidos en toda la vida.”
Pues ahora añadan ustedes a esto las manipulaciones y milagros de hoteles y patronas, y se formarán una ligera idea de lo que ocurre.
¿Qué comemos en Madrid..? Yo creo que he comido ya de todo: desde carne de los pencos de las corridas hasta huevos de buitre y leche de perra..
 ES el principal inconveniente de las poblaciones: aquí no se alimento uno, se envenena.
Cuando, hace varios años, leía yo en mi pueblo “Menosprecio de la corte y alabanza de la aldea” por el clásico Antonio de Guevara, todavía recuerdo la chacota que hice del buen escritor y desengañado cortesano por señalar a favor de los lugares la salubridad de sus alimentos. Ahora veo que las razones de Fr. Antonio no eran ridículas.
¡Con qué gusto me trasladaría ahora a esa y cenaría con cualquiera de ustedes un buen plato de verdura de la Mejana!
¡Un menú completo del Hotel Riz por un plato de espárragos de Traslapuente...!



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