Perseo
A la Sra. Adela Maíllo.
Recuerdo de nuestro exilio en el municipio de Saint
Maurice d´Ibie.
Con toda mi
simpatía
St. Maurice d´Ibie (Ardèche),
25 octubre 1942
Por: Manuel García Sesma
(Fitero, Navarra, 1902-1991)
Traducción del texto original en francés (ver la página de este mismo Blog: Relatos 1942.
-
“Señora: para una mujer que va a ser mamá pronto, este maquillaje no le va...
¿Quiere usted lavarse, por favor...?
Y
la Señorita Edith, la sonrisa en los labios, abre ella misma el grifo del
servicio.
La
interpelada, al principio un tanto sorprendida, un poco más turbada a
continuación, cogió maquinalmente el
guante de baño, lo empapó de agua y se limpió inmediatemente su maquillaje. Era
una refugiada alsaciana, algo madura
y un poco más frívola y coqueta: una de esas mujeres de la retirada
de Mayo y Junio de 1940 de las que un miembro de la Academia Goncourt, René
Benjamin, ha hecho el retrato un poco demasiado despiadadado en su libro “Primavera Trágica”.
La
Señorita Edith era justamente el tipo
opuesto: el tipo de mujer que se toma la vida en serio y no como una mascarada
carnavalesca. Primero, no era francesa, sino suiza; una joven mujer puede que
pasando la treintena, pero llevándola con holgura: esbelta, delgada, morena,
vestida con un uniforme a rayas azules y blancas, con un cuello blanco
almidonado. Era la comadrona del establecimiento. Porque el lugar dónde esta
escena se ha desarrollado era justamente una maternidad: la Maternidad suiza de
Elne , sostenida por la Cruz Roja de la pequeña República.
Elne
es un pueblo del departemento de los Pirineos Orientales, situado en los
alrededores de los campos de concentración de St. Cyprien y d´Argelès-sur-Mer.
Durante el éxodo de los republicanos españoles en Febrero de 1939, la Cruz Roja
Suiza, sección de Socorro a los Niños, se había apresurado en abrir allí una
Maternidad, para venir en ayuda de las
refugiadas españolas encinta y de los
niños recién nacidos.
Era
entonces ministro del Interior un radical socialista y francmasón notorio: Don
Albert Sarraut. Los campos dependían de su autoridad. Por otra parte, en esta
época funcionaba ya en Francia la obra de la Santa Infancia, dirigida entonces
por el Monseñor Merio. Pero ni la filantropía masónica ni la caridad católica
tuvieron la ocurrencia de socorrer especialmente a nuestros infelices mujeres y
niños. Naturalmente, ni una ni otra sospechaban tampoco entonces que, al año
siguiente, muchas mujeres y niños franceses y pueblos aliados de Francia
(Polonia, Bélgica y Holanda) se encontrarían en el mismo caso. Felizmente, la Cruz Roja Suiza – que no miraba la
nacionalidad ni la ideología, sino la desgracia – estaba ya allí; y en adelante
la Maternidad Suiza de Elne abrió sus puertas no sólo a las futuras mamás
españolas, sino a las de cualquier otra
nacionalidad, refugiadas en los campos.
Justo
cuando la Señora Adela Maíllo entró allí, al final de Enero de 1941, había una
austriaca, una rusa blanca, una judía francesa, una polaca, etc. No obstante,
el contingente más numeroso era siempre
el de las españolas.
La
Maternidad Suiza de Elne estaba situada a dos kms. del pueblo e instalada en el
Castillo de Mirois, un viejo edificio de tres pisos, situado en medio de un
jardin. Se disponía de 50 camas, distribuídas en varias habitaciones que contenían de cuatro a ocho
cada una. Estas habitaciones habían sido bautizadas casi todas con nombres de
las principales ciudades españolas: Barcelona, Bilbao, Madrid, Santander,
Sevilla y Zaragoza. Había otras con el nombre Suiza, Polonia, Marruecos y Paris. Por lo tanto,
todos los niños nacidos en la Maternidad Suiza de Elne eran al principio
marroquíes... Era una pequeña habitación blanqueada en blanco verdoso y dotada
de una cama, una mesa, un lavabo y un armario conteniendo los ustensilios de la
comadrona. Por lo que era ahí principalmente el centro de actividades de la
Señorita Edith. A veces esa actividad era verdaderamente angustiante, porque
los recién nacidos no querían esperar su turno, y más de una vez, aunque poco a
menudo, se llegó a dar a luz sobre la única cama a dos madres juntas. Por
suerte para la Sra. Adela Maíllo, Perseo fue desde el primer momento un niño
sabio y llegó a este extraño mundo el 19 de Febrero de 1941, sin presionar
descortésmente ni a su madre ni a su comadrona.
Perseo
era un pequeño español, travieso y guapo, quién, veinte meses después, habría
de hacer las delicias de los refugiados de la comuna de Saint Maurice d´Ibie.
Pero en el momento de presentarse en este planeta y de pedir una plaza para él,
él no era, como todos los recién nacidos, más que un pequeño mamífero rojizo y
deforme, pesando 2´770 kg. Tan pronto como la Señorita Edith le tuvo, lo mostró
un instante a su madre, después le limpió, le empaquetó y lo expidió a “Madrid”. ¡Qué cosa más rara!
¡Su mamá, catalana cien por cien, no protestó...!
Pues
sí; “Madrid” era el redil, la habitación de las cunas de los recién nacidos:
una habitación limpia y aseada, rebosante de cunas de mimbre y de inocentes
bebés. Cuando Perseo se presentó, rebosaba tanto de bebés que no había ni una plaza libre para él. Pero
la Señorita Betty era espabilada y
enseguida le encontró una provisional, en la cuna de otro pequeño español.
Perseo permaneció allí tres días. A partir de entonces tendría su propia cuna.
La
Señorita Betty, aunque maestra de "Madrid", no era madrileña ni
española, sino suiza. Tenía sin embargo la gracia y el aspecto simpático de una
joven muchacha de la Latina o de Chamberí.
Para
empezar, hablaba perfectamente el español, como la Señorita Edith. Era una
muñeca rubia, grande, frágil, bonita y alegre, de aproximadamente 21 años; en
fin, el ángel guardián ideal para esta guardería madrileña.
Perseo
pasó allí las primeras 24 horas de su
existencia sin moverse ni probar nada, como es de rigor en estos casos, sobre
todo en tiempo de restricciones. Pero a partir del día siguiente, comenzó a
viajar y a devorar de una manera
alarmante. Cada tres horas, iba de "Madrid" a "Zaragoza";
no en avión - Zaragoza dista de Madrid
algunos centenares de kilómetros -, sino en los brazos de Betty. En
"Zaragoza" - la habitación donde se recuperaban las mujeres que
habían dado a luz-, su madre lo amamantaba seis veces al día. Pero la pobre
madre, tras las privaciones del campo, no era demasiado fuerte, mientras que
Perseo mostraba una voracidad de lobo. Por lo que, tres semanas después, fue
necesario reforzar con biberón la lactancia materna. Sin embargo incluso con
este refuerzo, este pequeño Lucullus en bañador no se satisfacía. Siendo la
ración normal de biberón de 120 gramos de leche, el pequeño Perseo tomaba
siempre de 160 a 170 gr. ¡Bah! ¡Estaba en el país de Pantagruel!
Naturalmente,
después de haberse atiborrado así, el niño dormía como un ángel. No
molestaba a la Señorita Betty más que a
la hora de despertar. Si hubiera sido mayor, habría sido necesario despertarlo
más de una vez a bastonazos. Pero la guapa enfermera no dispensaba golpes, sino
caricias. Gracias a este régimen, Perseo, 50 días después de su nacimiento, ya
pesaba 3' 5 kilos.
Mientras
tanto, su madre había dejado la cama y había ido de "Zaragoza" a
"París". Después de dos años de estancia en Francia, valía la pena
visitar su capital - debió pensar la Sra. Adela. ¡Incluso en marzo de 1941...!
Pues
sí, el "París" de la Señorita Isabel no era precisamente el del
General von Stülpnagel... Allí, como en toda la zona ocupada por la Maternidad
Suiza, la autoridad no se imponía por la fuerza, sino por la dedicación y la
dulzura. La Señorita Isabel, la directora de la sección, era una joven de unos
25 años, rubia, esbelta, hábil y simpática. Era también suiza, como sus dos
colaboradoras, y hablaba correctamente el español; pero no llevaba uniforme.
Las
normas de la dirección eran, para la disciplina, una firmeza fina; y para el
régimen, el orden, el buen tratamiento y la tolerancia. Las tres señoritas
suizas sabían imponerse siempre de la manera más categórica y más agradable.
Por otro lado, el orden en la casa era total. No dejaba nada que desear. Cada
lunes, la Señorita Isabel distribuía los servicios de la semana entre los
refugiados que se encontraban en estado de asumirla. La higiene era perfecta;
la comida adecuada y abundante; el respeto a las creencias absoluto. Se
bautizaba a los niños cuyas madres lo pedían expresamente; pero ninguna presión
a este respecto. Y por otra parte, nada de rezos colectivos ni de catequesis
impertinentes.
Cuando
la Sra. Maíllo tuvo que dejar la casa con su niño, el 11 de abril de 1941, fue
con verdadero pesar y con un inmenso reconocimiento hacia estas tres suizas
ejemplares. ¡Desgraciadamente! El panorama iba a cambiar completamente para
ella y su niño. ¡Otra vez el campo de concentración con sus alambres de
espinos, sus gendarmes, sus ratas, sus piojos, su escasez y su miseria...!
A
pesar de todo, en el campo de Argelès había también una caricatura de
Maternidad, instalada en la barraca B9 del campo de mujeres. Precisamente
conocía bien muy esta clase de campamento de barracas por haber habitado el
B14, durante los meses Julio y agosto de 1940, tras el armisticio francoalemán
del 25 de junio. Pues bien, aquélla era una barraca como las otras, con la
única diferencia de tener parquet, disponer de alumbrado eléctrico y de estar
dividida en tres compartimentos: uno para las madres, otro para los niños y el
tercero para Nati, una joven mujer española encargada de la dirección. Los
bebés allí tenían pequeñas cunas de madera. Cada noche los bebés eran
supervisados por dos madres que se relevaban a las dos horas de la mañana.
Cuando la Sra. Maíllo se instaló con Perseo, había aproximadamente veinte niños
y una docena de madres. La diferencia se explica porque casi la mitad de las
madres tenía otros niños mayores, colocados en otras barracas y preferían
dormir allí con éstos.
Durante
el invierno, el compartimento de los niños tenía una estufa de carbón para
calentarlos. Y eso era todo. Nada de agua ni de los medios de higiene infantil
más elementales. Para limpiar a los niños, las madres tenían que ir a buscar
agua en las cocinas del campo que, ciertamente, no se la proporcionaban
siempre.
El
régimen alimentario de las madres que amamantaban era exactamente el mismo que
el del resto de los refugiados. A las siete de la mañana, café solo, pero bien
mojado... Al mediodía, un plato de nabos solos o con alcachofas y un poco de
mermelada o fruta. A veces se añadían una o dos sardinas saladas y un cuarto de
vino; y una vez por semana aún se daba un pedazo de carne. En cuanto al pan, se
distribuía diariamente un pan de un kg para tres personas, es decir, 333 gr. de
pan para cada madre. Por supuesto, este kg. de pan no era siempre real, sino
teórico. A las 18 horas de la noche,
misma comida que al mediodía.
Para
los niños, el racionamiento era similar. El Campo no hacía ninguna distinción
en consideración suya. ¿Qué esperaban? La Comandancia del campo no estaba
compuesta precisamente por profesores de Puericultura. Afortunadamente, la Sección de Socorro a los Niños de la Cruz Roja suiza seguía ayudando a
los niños encerrados en los campos. Proporcionaba diariamente un litro de leche
para cada lactante, y daba a los otros niños leche por la mañana y un bocadito
a base de mermelada o queso por la tarde. Estos bocaditos también se
distribuían cada día a las madres.
Cuando
un niño caía enfermo, se le transfería al Hospital General del Campo. Si aún
era lactante, se permitía a la madre instalarse con él. En caso contrario, la
madre no podía verlo más que los días de visita, es decir, dos veces por
semana, por la tarde. Por otra parte, cuando los niños se portaban bien, las
madres necesitaban un permiso para sacar a sus bebés a tomar el sol entre los
alambres de espinos. Así fue pues cómo Perseo y su madre vivieron en el campo
de Argelès-sur-Mer alrededor de un mes. Afortunadamente el pobre bebé no se
daba cuenta de nada.
Hacia
mediados de mayo de 1941, como el resto de los niños de Argelès, se le
transfirió al campo de Rivesaltes, situado también en los Pirineos Orientales.
La transferencia tuvo una consecuencia trágica. Una cincuentena de niños
sucumbieron en algunas semanas. Pero Perseo aguantó valientemente. Entonces, la
Cruz Roja Suiza pidió y obtuvo la transferencia de los supervivientes más
amenazados a su colonia infantil de Banyuls-sur-Mer. Perseo permaneció in situ.
Sin
embargo este lugar no era muy cómodo. Para no cambiar demasiado, como Argelès
más o menos. En primer lugar, la Sra. Maíllo fue instalada con su niño en el
islote J, barraca 21. Luego, cuando Perseo alcanzó seis meses, pasaron ambos a
la barraca J15; seis meses después, a la barraca J29; y finalmente, cuando el
bebé tuvo quince meses, a la barraca J33. Al mando del campo de Rivesaltes no había ningún discípulo de Marie Montessori
ni del doctor Variot; pero, finalmente, el trato era algo más razonable. Para
empezar, el racionamiento de los niños era también en principio el mismo que el
de los ancianos, pero con esta diferencia: ni vino ni café, y solamente cien gramos de pan al día.
En compensación, se daba medio litro de leche al día a cada niño a partir de un
año.
Por
otra parte, los auxilios de la Cruz Roja Suiza estaban allí perfectamente
organizados. Se proporcionaba diariamente a los lactantes de hasta un año un
litro de leche; de uno a tres años, una buena ración para dos comidas de arroz
o bledine; de tres a seis años, solamente el arroz; y de seis a catorce años,
leche y arroz o puré. Las distribuciones eran hechas regularmente por la sede
Central de Auxilios a los Niños, residente en calle de Tarn,71 (Toulouse).
Por
lo demás, la instalación de Rivesaltes era tan miserable como la de Argelès. Y,
bajo algunos aspectos, aún más penosa. Así, por ejemplo, la barraca de los
bebés tenía una estufa, como en Argelès; pero no se proporcionaba ni carbón ni
madera para encenderla. Entonces las madres, para no dejar fallecer de frío a
sus niños, se veían obligadas a ingeniárselas para encontrar combustible en el
campo, lo que no era fácil y, además, daba a menudo lugar a detenciones. ¿Pero
a qué no hará frente una madre para defender la vida de su niño...?
Los
temores de la Comandancia del Campo tras la crisis de mortalidad infantil a
principios del verano de 1941, les
inspiraron medidas un poco inhumanas. Por ejemplo, la de no permitir a
una madre cohabitar con dos hijos de menos de tres años y la de prohibir a un
niño visitar su hermano pequeño, residente en la Maternidad del Campo. Pero
finalmente estas medidas se derogaron, tras una inundación que pudo convertirse
en una catástrofe.
Cuando
un niño caía enfermo, se le transfería a la Enfermería General del Campo; pero
no se permitía el acceso de la madre más que para amamantarlo, si era lactante.
Aunque, naturalmente, podía verlo los días de visita, es decir, jueves y
domingos. Afortunadamente para su madre, Perseo no tuvo nunca necesidad de ser
trasladado a la Enfermería.
No
obstante, uno se imagina fácilmente que la vida en estas condiciones no era muy
agradable, y no se sorprenderá de que un bello día la Sra. Maillo finalmente
había decidido dejar el campo con su hijo, en el plazo más corto posible. Era
el mes de marzo de 1942. Perseo tenía más ya de un año y permanecía en el campo
de Rivesaltes desde hacía diez meses. Su padre, que estaba enrolado en el 410
Grupo de Trabajadores extranjeros en Perpiñán, había sido obligado a volverse
con éste a zona ocupada en julio de 1941. Trabajaba por lo tanto en St Malo, la
pequeña patria de Chateaubriand y de Lamennais. Su hermano mayor, José,
permanecía conmigo en el 160 G.T.E. en San Mauricio de Ibie (Ardèche). Un día
José Mailló me dijo: "Querría traer
aquí a mi cuñada y mi pequeño sobrino. Ya sabes, siguen en el campo de
Rivesaltes y la vida allí no es bonita para ellos. Adela me comunica que con un
contrato de trabajo, se le permitiría dejar el campo."
"Muy bien - le respondí. "Cuenta conmigo para hacer las gestiones
necesarias."
Inmediatamente,
visitamos al Sr. Arsac, el alcalde del municipio, y al Sr. Arrassipé, un
ingeniero jubilado que se comprometió a tomar a la Sra. Adela Maíllo como
costurera para su mujer y su hija.
- Ya ves, está hecho - le dije a la salida.
Antes de acabar este mes, tendrás aquí a tu cuñada y tu sobrino.
¡Pero... Maldición! No habíamos tenido en
cuenta el espíritu de papeleo de la Administración francesa. ¿Puede creerse?
Para enviar a Francisco Maíllo a trabajar en zona ocupada, una simple orden y
dos días de viaje bastaron. ¡Por el contrario, para sacar a su mujer y a su
hijo de un campo de concentración, fueron necesarios siete meses de traslado de
papelotes...!
Pero por fin, un bonito día de octubre de 1942, aterrizaron
ambos, de improvisto, en el municipio de San Mauricio de Ibie. Inmediatamente
les instalamos como es debido en nuestro hotel de refugiados. Era un viejo
tugurio del pueblo compuesto de dos partes: una habitación y una cocina. En la
habitación dormíamos tres camaradas: dos catalanes y yo; en la cocina se había
hecho un pequeño apartamento con dos coberturas y allí dormía una joven pareja
aragonesa. Entonces, para colocar a la Sra. Maíllo y Perseo, se improsivó al
lado, en la misma cocina, otro minúsculo compartimento con otras dos
coberturas; y hete aquí nuestros dos huéspedes instalados "como es
necesario..." Pero bueno, en
cualquier caso, aquí hubo un hogar de siete personas, en su mayor parte no
unidas por vínculos familiares, llevando a pesar de todo con armonía una vida
de familia, en dos docenas de metros cuadrados. Naturalmente, para hacer
milagros similares era necesario ser antes un refugiado español.
Por supuesto, el pequeño Perseo pasó a ser, desde el primer
momento, la alegría de la casa. Era, ciertamente, una joya: guapo, gracioso,
inquieto, travieso y cariñoso. En esta época tenía ya veinte meses y pesaba 12'
800 kg Sus ojos eran azules; su cara, regordeta; su cabello, de rizos de oro.
Saltaba como un cabrito, y parloteaba como un loro. Su jerga era pintoresca:
una especie de esperanto particular. Figuráos: su madre catalana, como mis
camaradas Mateu y Masip; la pareja aragonesa y yo hablábamoscastellano; y en el
pueblo el pequeño sólo oía el francés. Entonces nos saludaba: "Kapalel,
uva "; y decía a su tío negándose: "no vull".
Por otra parte, ¿No había nacido de
padres españoles en una región francesa, en una maternidad suiza y en una
habitación marroquí...? ¡El colmo Dios mío, el colmo!
Como
todos los niños de su edad, rompía todo lo que encontraba a mano y se divertía
ruidosamente con todo y con todos. Por las tardes, me gustaba ponerlo a menudo
sobre mis rodillas y jugar alegremente con él. El pobre niño apenas tenía
juguetes para divertirse; sin embargo encontró uno estupendo: un gato. Teníamos
un pequeño gato, suave y paciente, para cazar a los ratones. Y bien, Perseo la
tomó con él desde el primer día, y la
cola del pobre animal siempre estaba tensada entre sus manos, como la cuerda de
un arco.
Como Perseo entraba
entonces en el período de la imitación, comenzó muy temprano las prácticas de
los hombres: a fumar, a gastar el dinero y a enamorarse... Un día, Masip
habiéndole puesto entre los labios, para divertirse, un cigarrillo no encendido
– quede claro -, el pillo de Perseo se puso a gesticular como un fumador.
Comenzó también a
gastar el dinero de su madre de la manera más alarmante. ¿Saben cómo? Rasgando
todos los billetes que encontraba al alcance de su mano. Billete cogido,
billete despedazado. Por supuesto, entonces
ignoraba completamente la existencia y las devastaciones de la
inflación; pero tenía, se ve, la intuición que todos estos papeles, sucios y
feos, sólo serían buenos, a corto plazo, para encender el fuego...
El enamoramiento del
pequeño Perseo fue algo de más sorprendente. ¡Asombráos! ¡Se enamoró de la Sra.
Geneviève Guitry...! Sin broma. Desde hace algunos meses, tenía sobre mi
cabecera un gran retrato de la tercera mujer de Sacha. Lo había recortado de la
revista "7 días" y lo había enganchado en la pared de mi habitación.
Pues bien, Perseo se enamoró de la carita de la guapa Geneviève y subiendo de
vez en cuando sobre mi jergón, se ponía a abrazarlo amorosamente. ¡Diablo de
niño!
La sombra
benefactora de la Cruz Roja Suiza siguió
protegiéndolo incluso en la aldea de los Salelles. En Ginebra, la cuna del
autor del "Emile", Perseo tenía algunas madrinas misteriosas: Srtas.
Berney, que vivían en el número 18 de la calle Dassier. Eran hadas buenas que
no lo conocían. Y bien, razón de más para reconocer su beneficencia y su
desinterés.
¡Bendito
país este pequeño país de Suiza en el que las mujeres se preocupaban
generosamente en salvar la vida de los niños desafortunados del Continente,
mientras que los otros se atacaban entonces con ferocidad para destruir la civilización y la humanidad...!